lunes, 11 de diciembre de 2017

Etapa 40 (397) Het Zoute-HOLANDA-Groot Valkenisse



Etapa 40 (397) 23 de julio de 2013, martes.
Het Zoute (Knokke-Heist)-Oosthoek-HOLANDA-Cadzand Bad-Nieuwvliet Bad-Naturist Strand-Breskens-(barco)-Vlissingen-Dishock-Groot Valkenisse.

Amanecer en la última duna belga.
Me despierto a las seis. Pero hasta las ocho no entraré en Holanda. 
 














Saco foto de lo que ha sido mi cama esta noche, el lugar más próximo a Het Zoute, barrio que pertenece al último pueblo belga, Knokke-Heist, que voy a ir dejando atrás. 
 
Recojo todos mis trastos con más parsimonia que los días anteriores. Pareciera que me hago el remolón para no salir tan pronto de Bélgica. El viernes estaba todavía en Dunkerque, así que no voy a completar ni cuatro días en este país. Saco una foto entre las hierbas del sol de amanecer, que se refleja en uno de los regueros de agua próximo a la orilla del mar, hacia el Este, para no variar. 
 

En Bélgica también sale el sol por el Este. Me gusta ese doble sol que me da la bienvenida desde Holanda. Se vislumbra, más que se ve, una masa gris al fondo. ¿Será la primera población holandesa? 
 
Las hierbas propias de vegetación de duna están humedecidas por el relente de la noche pero, como la mochila la he tenido del revés, el plástico protector apenas está mojado.

Último paseo por el Parque Natural belga.
Orino antes de partir y salgo del lugar por camino conocido, el mismo por el que entré ayer. Me da la impresión de que hay un pescador en la orilla. ¡Juraría que hay uno! 
Una mujer me asegura que se trata de una señal para las pequeñas embarcaciones, indicadora de que allí hay roca, en la que pueden pegar y encallar. Es lo que le entiendo, pues ella habla flamenco, un idioma que pronto olvidaré. En un principio, con el sol al frente, voy por el camino siguiendo el indicador Oosthoek, cuyos números van bajando desde los 2,5 km. 
 
Hasta que llego al lugar. Este camino se inicia con tres posibilidades: caballos, bicis y peatones. Luego irán desapareciendo y apareciendo dependiendo del lugar al que voy llegando. Como estoy dentro de un parque natural, el camino está muy bien delimitado. Alguna valla evita que me arruine por entre la maleza. Un espacio con fango de humedal, ofrece una alfombra de tablillas que mantendrá secas mis sandalias. 
 
En este parque natural también hay cigüeñas. 

 





 
Veo un pequeño promontorio vallado que parece a propósito para el avistamiento de aves y otros animales del humedal y de la pradera. 

 



Donde, un poco más adelante, veo vacas pastando. Las aguas sin canalizar que veo, pueden ser ya las que delimitan las dos naciones, Bélgica y Holanda que, hacia la desembocadura, según mi mapa, llevan a un entrante de mar que las separa. 
Cuando llego a una pista roja, por donde creo que voy en buena dirección, con carretera paralela, sigo adelante. Hasta que llego a un indicador: Cadzand. Paro. Este nombre no me dice nada, ni es nombre que aparezca en mi mapa de Bélgica. En este mismo lugar para también un ciclista belga que habla francés y se queda asombrado con mi paseo por el Atlántico. Conoce Saint Brieuc, el lugar donde comencé a caminar este verano. “¿Y hasta Alemania?” No se lo puede creer. Se ríe por la sorpresa y también porque le he dicho que he dormido “à la belle étoile”, al raso, en la duna. Me dice que siga por las escaleras, mientras que él trata de subir por una rampa montado en su bici. No lo consigue por un poco. Siguiendo por el carril-bici, llego a un dique. Al pie del mismo hay dos señales. La que ya he pasado indica que ya he salido de Bélgica y da la bienvenida a los que van hacia allá (Welkom. Knokke-Heist). El otro indicaba mi entrada en Holanda y señala que el dique es el International Dijk construido en 1872, el dique que separa las dos naciones.



H O L A N D A








Salgo a carretera con carril bici y paralelo a un canal. Creo que lo voy a tener que cruzar, pero no será así, pues encuentro la señal de GR roja y blanca, que me indica que debo seguir adelante. Subo al dique para sacar la foto de despedida de Bélgica. A borde de mar, parece que la delimitación es mucho más evidente.

 
Cadzand-Bad. 
Brood en Banket Finesse.
Avanzo por la carretera que va constreñida entre el dique delimitador de naciones y el canal, que tendré que cruzar antes de llegar al mar. Al fondo, al otro lado del canal, ya se ven las primeras casas de Carzand-Bad, donde trataré de desayunar. 

En realidad la carretera va a media altura del dique, ya que éste se remonta desde el canal y aún tiene un repunte a mi izquierda. Así, por esta carretera con poca circulación, llego hasta la bocana. Un mar holandés tranquilo recibe al viajero. Al otro lado del canal ya puedo ver la primera playa. Paso el puente y me acerco a desayunar. 

Leo la palabra Brood, ¿panadería, pastelería?, y me la aprendo para el futuro. También busco la oficina de Turismo. Un chico me dice dónde está. Me acerco y leo que abren a las 8:30 horas. Para no esperar tanto tiempo, me decido a ir a desayunar. Un limpiador municipal me orienta hacia las primeras casas, próximas a las dunas. Una mujer me dice el lugar donde está la panadería. Es donde me he asomado antes y he visto la oferta de croissants. También dan café y la señora me dice Bakkerij. Leo de lejos ese nombre y me acerco. Hay mesas en la terraza exterior, pero nadie desayunando allí. Entro y me quedo en la cola. Cuando me toca el turno pido un café corto de café y con mucha leche. Lo que me sacan y tomaré serán dos cafés, uno con una nube de leche envasada y, el otro, un café con leche (luego, en turismo me dirán que, para el futuro, pida koffie verkeerd y que “bonjour” se dice dag), de bollería pido un caracol muy potente y graso y otro, parecido, que creía de pasas, pero que contiene chocolate. No me importa hacer un desayuno doble, puesto que ayer cené sólo vegetal más huevo. Me ponen todo en una bandeja. Pago en efectivo 6,85 €, que me parece excesivo, y salgo a desayunar a la terraza solitaria. Cuando llega otro cliente, le dijo que dejo allí la mochila y que me voy a la oficina de Turismo. Algunos a los que les hablo de mi viaje me dirán que soy demasiado confiado. Para cuando regrese ya se habrá ido y allí seguirán mis cosas. Entro en la panadería y pido la llave del retrete para orinar. Tras hacer mis necesidades, devuelvo la llave y me voy hacia Turismo.

Oficina de Turismo.
Llego antes de las nueve y son puntuales. Soy el primero en ser atendido. Menos mal que la chica que me atiende sabe francés, pues la primera que me recibe, ni español, ni francés entiende. Me ofrece un mapa muy grande y poco manejable, por el que me pide 4 €. Le digo que hasta ahora siempre he recibido en Turismo mapas gratuitos, y me da un mapa regional que me va a servir para arrancar y llegar al puerto de embarque de Breskens, para allí coger el ferry a Vlissingen. Va a ser mi primer salto marino holandés. Si no llego demasiado tarde al puerto de destino del paquebote, intentaré conseguir allí el mapa siguiente, el del otro bucle de tierra protegida por dique. Aún no tengo ni idea de cómo se pasan por dique estos bucles iniciales del mapa de Holanda. Lo único que parece que va a quedar claro es que ya me puedo olvidar del último albergue juvenil de Antwerpen, en Bélgica, pues este ferry me va a evitar dar toda esa enorme vuelta rodeando el mar Westerschelde. Según mi mapa, en Terneuzen hay un túnel por debajo del mar que creo que no podría pasar sin ir montado en algún vehículo. Esa segunda parte del mapa obtenido no va a ser ya de ninguna utilidad para mí. Ahora lo importante pasa a ser el horario de los ferris Breskens-Vlissingen y de la distancia que hay de allí a Domburg, donde tengo el primer stayokay (el nombre que dan en Holanda a los albergues juveniles. Llevo una lista con todos los de la costa). Si no me cuadra todo, tampoco me va a importar mucho dormir un día más al raso. Vuelvo a la panadería. El guardador de mi mochila ya se ha ido, me siento a organizar y recortar el nuevo mapa, para hacerlo más manejable, preparo mi estrategia, retomo mi diario y para las 10:45 horas ya puedo dejar de escribir.

Saliendo de Cadzand-Bad.
Abandono la terraza de la panadería-pastelería. Desayuno, onhblijt; comida, lunch; cena, avond eten. Voy saliendo del pueblo y paralelo a la carretera por la pista ciclista. Por la izquierda hay un bosque sin sendero. Si estuviera limpio de matorral sería un lugar excelente para ir caminando fresquito a la sombra, pero no es así. Al menos me sirve para echar una nueva meada, pues no he querido pedir de nuevo la llave en el lugar donde he desayunado. 
 
Cuando estoy en el carril bici, me doy cuenta de que puedo ir por encima de la duna consolidada. El camino que cojo también es para ciclistas y poco después me irá llevando hacia la playa. Como muestra de lo confiada que es aquí la gente, fotografío esta bajada que, en el inicio ofrece dos buenas bicis que sus propietarios se han permitido el lujo de dejarlas allí abandonadas. 
 
Yo sigo el consejo que dice: “donde fueres, haz lo que vieres”. ¿Por qué no voy a dejar mi mochila donde me plazca? Entre Cadzond-Bad y Nieuwvliet-Bad, y desde la duna, fotografío un camping caravaning muy bien ordenado. Está repleto. No es extraño ya que su situación es inmejorable, tan cercana al mar y la playa. 
 
Así llego a una torre con un aspa horizontal giratoria, como si de un radar se tratara, con la llanada interior y la carretera intermedia entre las dunas. Sobre una plataforma un conjunto de flechas indicadoras, la mayoría hacia el firmamento y alguna a derecha e izquierda. No lograré saber su significado. ¿Orientación positiva, mirada abierta, dirigismo? Al fondo, Nieuwvliet-Bad y Groede. Por el carril bici hay muchísima circulación, en las dos direcciones. 

 
Me cruzo con el ciclista belga con el que he coincidido esta mañana al entrar en Holanda, donde las escaleras. Él ya está de regreso. Como me desea buena continuación, le quiero dar las gracias, y me sale “dag”. Es demasiado pronto para que espontáneamente responda “dank u wel” (la “u” suena “y”). Acercándome a Nieuwvliet llego a una larguísima playa que, por estar la marea muy baja, también es anchísima. 
 
Y no se contentan con tanta arena, sino que también sube ésta por el dique de contención, donde se ofrecen unas tumbonas de listones de madera que, aunque sean incómodas y duras, ofrecen la posibilidad de tomar el sol. Estamos a finales de julio, pero poca gente se ve en las playas. Las dunas unas veces están consolidadas con vegetación propia y, en otras ocasiones, sin ella, son muy frágiles.

Nieuwvliet-Bad.
En mi mapa anuncian el Verdronken Zwarte Polder y bajo a la playa. Estas playas, aunque poco habitadas, ofrecen pocas posibilidades para practicar nudismo. Me aguantaré. Para pasar el pólder (terreno ganado al mar), me dejo llevar por la huella de un coche que acaba de entra en la playa y va por delante. 
 
Me va a servir de guía. El que sea un terreno ganado al mar, no debiera producirme ningún temor, puesto que lo más probable es que el terreno recuperado esté al otro lado del dique, hacia el interior, y no en el lado del mar. No obstante, lo que se teme es lo desconocido y yo no viajo sin precaución. Desconozco si las arenas de estos lugares son muy consistentes y, si no lo son, un coche encallado me servirá para ir alerta. 
 
El coche negro, al que sigo, ha quedado aparcado en las inmediaciones del restaurante Saint Pierre y yo subo a la zona de arena seca para hablar con los socorristas. Están tras el restaurante. Uno de los vigías de la playa me dice que encontraré zona nudista antes de llegar a Breskens, y me recomienda que vaya por la playa porque así me encontraré con la gente desnuda y sabré el lugar exacto. Tanta firmeza en lo que me dice me da confianza y sueño con disfrutar de un rato de nudismo. Me alegra, puesto que ya estaba perdiendo la esperanza. Durante un buen rato, iré caminando por la orilla del mar. Ya se me habían olvidado, pero ahora, al ir de nuevo caminando por donde rompe la olita, me vuelvo a encontrar con el inconveniente de los pequeños diques que protegen la arena para que el mar no se la lleve. Pueden ser de piedra, pero aquí vuelven a ser de madera y de doble fila. A veces crean dificultad para sobrepasarlos y se hace necesario ir hacia los extremos. En esta ocasión, no es factible para mí ir al extremo marino, puesto que, aunque la marea esté baja, lo cubre con creces. 
 
Menos mal que hay un paso intermedio que me ha permitido pasar a mí y a mi mochila. No era un muro tan infranqueable como me temía. En el siguiente tramo, dos chavales tiran de una cuerda amarrada a su cintura. Se suponen que arrastran un aparejo para capturar almejas, coquinas o chirlas. No podré ver el resultado de su captura. Grandes cargueros en la línea del horizonte. Encuentro nuevos muros que son más fáciles de pasar.

Nudismo en Holanda: Groede.
Veo un chiringuito en el que parece que va a ser posible comer y, sin darme cuenta, siguiendo un poco más adelante, ya estoy en la zona nudista. Allí veo otro chiringuito y pregunto a un nudista cuál de los dos es mejor para comer. Su respuesta no me aclara nada, aunque me despide con un “hasta la vista”, en perfecto castellano. No le volveré a ver después. Descargo mis mochilas a la altura del segundo chiringuito, en zona de arena seca pero en primera línea del mar, cerca de la orilla. Lo de cerca es un decir, puesto que la marea está baja. Me desnudo, espolvoreo arena seca sobre la camiseta que he extendido en el suelo, y me doy un baño corto pero delicioso. El agua me parece algo más fría que los días anteriores. Una pareja de jóvenes está entrando al agua a la vez que yo. Ella, más valiente, se echa al agua la primera y a él le cuesta lanzarse más que a mí. Regreso donde mis mochilas por el otro lado de la playa, que parece ser la zona de conquista (mejor, la zona a conquistar para el nudismo) y llego hasta donde están los textiles. Compruebo que los que están comiendo en el restaurante están vestidos, y vuelvo a mi sitio. Quito la arena a mi camiseta y la espolvoreo de nuevo con arena seca y fina. Dejando todo algo más recogido, me voy a comer.

Strandpavilioen.
Es el nombre del restaurante y se encuentra en la parte marítima de Groede, cuyo núcleo poblacional está más al interior. Como me dicen que no admiten la tarjeta Visa y no me queda mucho dinero en efectivo, hago una comida más frugal que me costará 9,25 €. Lo que pago es un bocadillo de atún (6,75€) con algo de ensalada y mahonesa. La ensalada suelta un poco de aceitito que me sabe muy rico. Y añado una Heineken (2,50€). 
 
Mientras no llegue a un lugar más civilizado y encuentre un banco, el margen de maniobra se me va reduciendo. Mi temor ahora es que no pueda pagar el pasaje del barco con Visa. Tras la comida y bebiendo la cerveza a sorbitos, me pongo a escribir. A las dos lo dejo, para disfrutar de un rato más de nudismo. Una pareja joven está sentada enfrente y les saco una foto a la vez que un gran carguero entra por este mar interior. Juraría que ella es española, pero hasta mí no llega su conversación y hoy no estoy con ganas de lucirme. Luego les veo desnudos en la playa, están en primera línea, como yo, pero más al Este. Me acuerdo de que he olvidado cargar la cámara y ya me está haciendo señales de batería agotada. A ver si lo hago en la cena. Cuando vuelvo a mi sitio, la marea ha subido y está a punto de rebosar el último peldaño. He llegado a tiempo. Retraso mi ropa y mochilas. El baño de la tarde es mejor que el anterior pues, al estar la marea más alta, al entrar al mar enseguida cubre. Lo malo es que con la marea alta el agua no parece demasiado limpia. Pero, como refresca, la recibo con sumo placer.

Un rato de nudismo divertido.
Retraso mis bártulos dos veces pues, si los hubiese dejado donde estaban, ya me la habrían alcanzado las nuevas olas de orilla. El lugar es estratégico, pues muchos pasean por la orilla, de todos los pelajes y colores. Mucha variación de cuerpos, culos y penes de todos los tamaños. ¡Quien dice que el tamaño no importa! Hay un chico con el cabello recogido en coleta, que pasea en las dos direcciones y a buen paso. Como el tramo nudista no es muy largo, se le ve muy a menudo. Tiene buen cuerpo pero destaca por su botoncito, un pene pequeñito que no concuerda con su cuerpazo. Me encanta que pasee sin ningún complejo. ¡Chapeau! Pero una de las veces, ¡oh milagro! El pene se le ha desbaratado y lo pasea enhiesto como flecha indicando el ocaso. Tampoco se corta un pelo y continúa caminando como si fuera lo más natural del mundo; que lo es. La pareja "hetero" de mi lado lo comenta y ella se ríe. A mí me ha encantado y también cuando regresa en dirección Este, de nuevo con el botoncito inicial. Ha sido un espectáculo gratuito y aleccionador. Cuando se dice que no importa el tamaño, se refiere al tamaño en estado de flacidez. Pero sí es problemático cuando la pequeñez persiste en el momento del “desenrollo”, o cuando el pene sin la turgencia debida no tiene capacidad para dar placer a la pareja. Entonces, el tamaño sí que importa. Pero dejemos el tema archivado. A mí me ha merecido la pena la observación. Me ha parecido un comportamiento admirable, genial. Creo que yo, que me decribo tan liberal, al primer síntoma de erección, habría ido derecho al agua hasta que la hinchazón bajara. Por eso esa actitud tan natural me ha sorprendido y resultado grata. Otros se pasean también por la orilla, puesto que la marea se ha estancado en lo más alto. Esta certeza de que ya no va a subir más, me permite tomar la decisión de darme el último baño de la tarde. Sin embargo desde el agua sigo vigilante, no por miedo a que me roben mis pertenencias, sino por temor a que llegue la última ola traidora y moje toda mi ropa. ¿Y qué me pondría entonces? Salgo del agua, me seco al aire y a las 15:30 me visto y me voy. 
 
Al pasar por delante saludo a la pareja del restaurante, y continúo por la orilla hasta que la playa nudista se acaba. Ya han ganado terreno los desnudos a costa de la zona textil. Creo que, como en Hendaya, la zona nudista debiera llegar hasta el final y eso que tengo la impresión de que la playa nudista de Groede es mayor que la francesa.

Hacia Breskens por el dique.
Nada más salir de la playa encuentro tractores y vallas por obras. Uno de los obreros me da mil explicaciones en inglés, pero le escucho como quien oye llover. No entiendo ni papa. Lo único que me preocupa es por dónde salir. Y salgo. Una pareja joven con niños y él que controla algo de castellano, me ayudan. A ella le cuento algo de mi viaje por el Atlántico y, cuando me despido de ellos, él me responde: “ongi etorri”. Lástima que todavía no me sale “dank u wel”. Subo la carretera y llego a un camino perfecto. Salvo en los momentos en que la duna le hace perder firmeza y ofrece arena suelta. Este camino va hacia el este por encima de las playas. 
 
Todo el rato voy por encima del dique recubierto de hierba. Al otro lado del mar ya se empieza a vislumbrar el lugar a donde me llevará el ferry, la península de Welcheren. Veo un barco y pienso que puede ser el mío y creo que acierto, pero será a otra hora posterior. Pero el primer objetivo será llegar a un faro que se presenta a lo lejos como un arlequín, negro y blanco. 

En marea alta estas playas casi son inexistentes, pues el agua llega muy cerca del dique. El camino continúa siendo muy bueno a pesar de la mucha circulación de ciclistas.

Breskens.
Una vez pasado el faro, por donde voy con parsimonia aunque observo ferris que se acercan a la costa, ya se ven casas de Bresken. Cuando llego a la zona llamada Nieuwesluisweg, veo el aparcamiento de bicicletas. 
 
Es para los que vienen a la playa en bici, y la duna, que también es el dique, ha sido recientemente plantada con nuevos brotes para que se consolide. De momento es una duna muy frágil y está expuesta a ser dañada, pero parece que las gentes de por aquí son muy respetuosas con el bien común. Esta vulnerabilidad de la duna sirve para recordarme que también yo voy muy vulnerable en este viaje, todo el día en la calle, en la naturaleza, y confío en que, del mismo modo que a la duna, a mí también me van a respetar. Por ahora no voy encontrando ningún contratiempo. Llego a un espacio portuario, pero al que no puedo acceder. Unas vallas me lo impiden y las puertas están cerradas. Como no puedo seguir, debo regresar y pregunto a un hombre que habla por su móvil. No me aclara nada de la razón del cercado, pero me dice que ese espacio es para los viajeros que quieren ir en el ferry a Vlissingen. Ya me ha dicho bastante. Doy la vuelta al edificio y por allí veo la entrada. Me acerco a la taquilla y me informan que puedo pagar con tarjeta. Un descanso, pues ando flojo de pasta líquida, y no sé lo que me va a costar el billete para el pasaje. Enseño mi DNI por si hay descuento para jubilados y pago 1,75 € con Visa. Casi me siento ridículo por hacer este pago tan pequeño con tarjeta. No va a ser el importe menor que pague con Visa (En Den Haag pagaré 0,50€). El taquillero me dice que tengo que validar el billete al pasar. Cuando estoy al otro lado, me doy cuenta que me he dejado el plano en la taquilla, y ya no puedo volver, pues ya he traspasado la barrera. No me importa mucho pues, el otro que llevo, informa lo mismo y es de tamaño menor, más manejable. Mientras espero la llegada del ferry, hablo con una señora que sólo conoce bien el inglés y un poco de francés. Va con dos hijos y la novia de uno, el que habla un poco castellano y que traducirá a su grupo algunas cosas que le cuento.
A bordo del ferry hacia Vlissingen.
Llega el ferry y subimos a bordo. Yo me siento en la parte delantera y ellos se quedan de pie. Veo que a ellos les ha costado 5 € el billete de ida y vuelta, así que alguna rebaja ya me han hecho en la taquilla. Saco una foto cuando iniciamos la salida y, poco después, la estela que va formando el ferry en el mar. Breskens ya va quedando atrás, y abordo este tramo marino con la satisfacción de situarme en la costa propicia para continuar por Holanda con la primera duda resuelta.
 


No ha sido un dique, sino un ferry el que me resuelve el primer problema. Ahora lo que me urge es encontrar un mapa que me permita saber por dónde voy y planificar los días venideros. El ferry avanza hacia Vlissingen que, desde la costa se me ofrecía neblinoso y ahora se van clarificando sus edificios y altas chimeneas.




Saco otra foto hacia allí, cuando otro ferry se va a cruzar por delante del nuestro. Vlissingen está en la península de Walcheren. La chica, novia de uno de los hijos, tiene que coger un tren a Middelburg y me recomiendan que yo también lo coja. Menos mal que decido no cogerlo, pues me habría llevado por interior y yo quiero ir por la costa.

El puerto de Vlissingen.
Llega la hora de la despedida penosa de los novios. Es entonces cuando me entero de que el pueblo está a 20 minutos. Me despido de la familia y voy hacia donde guardan las bicis. La oficina de turismo de la estación ya ha cerrado. Pregunto a un hombre, y me dice que él tiene mapas. Me ofrece uno muy grande y con mucha señalización, pero me pide por él 5 €. Le agradezco, pero le digo que se lo quede, que hasta ahora me he apañado con mapas gratuitos.


Niños árabes bañándose.
Me acerco al puerto y veo en una barca inundada y a punto de hundirse a unos niños con aspecto de árabes, que suben y bajan al mar. Los que están encima de las barca no dejan subir a ella a los que nadan. Cuando voy a sacarles una foto, me gritan: “¡no picture, no picture!”. Y, para no tener problemas, no les fotografío y me alejo. Llega la policía y los chavales huyen. Pero allí, en la plataforma portuaria, han quedado algunas de sus ropas y la policía las puede incautar. ¡No van a tener escapatoria! Quiero tener constancia de lo que está ocurriendo y saco una foto con precipitación. El resultado es nefasto, pero es el único documento que me va a permitir que sea creíble lo que narro. En el agua se ve la barca, y en el suelo las ropas de algunos de los niños. Tampoco se aprecia bien a la policía que les recrimina desde arriba. ¡Ni que fuera una patera que llega de África! Luego la policía confisca las mochilas y la ropa. Un pequeño, se viste y se marcha, pasando por delante de la policía. No le pueden hacer nada ya que lo que parece estar prohibido es nadar en el puerto, y a él no le han visto nadando aunque, al vestirse, se supone que lo ha hecho. El policía cerraba el paso por las escaleras, por donde yo subo después. Este policía me indica por dónde debo seguir para ir hacia el pueblo.

Camino de la ciudad.
Encuentro un semáforo rojo porque van a abrir las compuertas. Como debo esperar, fotografío la torre central para el control marino: Nautische Centrale Vlissinger. Veo como se abren las compuertas, pasa alguna nave y, sin mucho tiempo de espera, se vuelven a cerrar. Entonces ya puedo pasar al otro lado y continuar mi camino hacia la ciudad. ¿Llegaré a tiempo, antes de que cierre la oficina de Turismo?
 

Después de seguir todo el proceso de apertura y cierre del paso a los barcos, que supone lo contrario para el peatón, y de fotografiarlo, ya me encamino por el dique. Desde allí ya puedo ver, muy lejano, a Breskens y, más a la derecha, los pueblos menores por los que he pasado esta mañana de Nieuwvliet-Bad y quizá hasta el primer holandés más al Oeste, de Cadzand-Bad, donde he hecho mi doble desayuno esta mañana. El dique es de cemento y tiene un acabado tosco con piedras saledizas.


Después de caminar unos diez minutos, empiezo a ver el primer molino holandés. Me hartaré de verlos. La playa por la que el dique pasa, apenas tiene arena y algunas de sus gentes se suben al pretil. Cuando fotografío el molino, que venía viendo desde lejos, aprovecho para grabar a la vez una torre con radar de control giratorio y otra con panóptico que, supongo, cumplirá funciones de control de la navegación.
 

La ciudad de Vlissingen.
Cuando estoy entrando en la ciudad, las 17:30 suenan en el carrillón de la iglesia; tiene una torre muy especial que me gusta y la melodía es muy agradable. 






Enseguida llego al puerto deportivo. En él lo que destacan son los altos mástiles de los veleros y que está en el centro de la ciudad. Aunque en el restaurante de la estación marítima me han dicho que la oficina de turismo ya está cerrada, en el reloj de la iglesia todavía no son las seis menos cuarto y mi prioridad es tratar de llegar a la oficina antes de las seis. Me doy prisa para llegar.

Turismo: VVV.
Un chico joven con niña me orienta. Luego, en un bar, otro chico en inglés me dice por dónde seguir para llegar a la plaza. Llego a la plaza y pregunto a una parejita, chica y chico, joven. Ellos me señalan el local Very, very, very. Cuando llego, efectivamente, ya está la oficina cerrada. Al menos me entero de que en Holanda a las Oficinas de Turismo las llaman VVV, que suena “fei-fei-fei”. Es fácil de recordar para lo sucesivo. Me asomo y leo el horario. Unos días cierran a las cinco y otros a las 17:30. Como no sé todavía los nombres de los días de la semana en holandés, no puedo saber a qué hora han cerrado hoy, pero me da lo mismo pues cualquiera que sea, en ambos casos, la hora ya ha pasado. Son las 17:45 horas. Como dentro veo a una mujer y dos jóvenes, toco en el cristal. En ese momento va a marcharse una de las jóvenes y en la puerta le digo que vengo caminando y necesito un mapa de la península de Walcheren, y que quiero llegar al stayokay de Domburg. La mujer que me oye desde dentro, me hace una seña para que me espere. Le he movido a apiadarse de mí.
 

Sale con el mismo plano que en la estación marítima me pedían 5 € y aquí cuesta lo mismo. Le digo cómo en Cadzand me han dado gratis el que le enseño. “Un momento”, me dice y vuelve a entrar. Sale con un catálogo más informativo de la región y que, en la parte final viene un mapa que comprende parte de Zuid(Sur)-Beveland, que no me interesa puesto que ya me queda atrás, hacia el Este, la isla de Noord(Norte)-Beveland, que se comunica por diques por todos sus puntos cardinales y que yo tocaré tangencialmente por el Noroeste en un par de días y, la que más me interesa, la península de Walcheren. Agradezco a la mujer y voy a decir a la parejita el resultado positivo de mis pesquisas para también agradecer su ayuda. Arranco la última hoja y doblo sin romper el mapa, dejando a la vista la parte que más me interesa para el día de hoy. De esta forma tan pintoresca, en un VVV cerrado, me he hecho con un mapa que, de no haberlo conseguido, me habría obligado a seguir a ciegas el itinerario de esta tarde. Con este mapa que me da más seguridad, ya más tranquilo, me dedico a visitar algo de eta ciudad. Como recuerdo del lugar, saco foto de la plaza, con el aparcamiento de coches, el de bicicletas y, a la derecha la oficina de turismo donde se ve grabado en el cristal dos de sus tres “V”.

Pequeña visita a Vlissingen. 
La iglesia.
Con la preocupación de conseguir mapa, me olvido de sacar dinero en un banco. Llego a la iglesia, de la que saco foto exterior desde una de sus naves y con la torre que ya sonoramente me había llamado la atención antes de llegar a la ciudad y que, después, me ha gustado tanto.





Ahora saco foto más frontal de la torre. Todo se ha ido produciendo a tal velocidad que aún no son las seis cuando esto ocurre. Como la iglesia está cerrada, no puedo entrar a verla. Sería interesante saber cómo son por dentro las iglesias holandesas, pero tendré que esperar mejor ocasión. En un banco cercano dos mujeres beben algo y el verles me incita a buscar un lugar para tomar una cerveza.

City Hostel.
Entro en este hostel y pido una Leffe bruin belga. Pago 3,50 € por ella. Preparo la estrategia para lo que queda del día y de mañana. Estudio en el mapa la posición de Domburg y calculo que hoy no podré llegar hasta allí. Me pongo a escribir el diario y me dan las siete. Pregunto y me dicen que puedo cenar pero, como no me admiten la Visa, declino la oferta. Iré a otro sitio, les digo. Me ofrecen una tostada con vianda gratis como complemento de la cerveza que ya he pagado, y la acepto. Me sacan dos sándwiches tostados con algo de jamón y alguna otra cosa dentro, muy poco apetecibles, pero que devoro. Y lo que más a gusto como: tres trozos de tomate y seis de pepino untados con mahonesa. Dos clientes han pedido sendas jarras de cerveza, uno blonde y el otro blanc. La blanc, se ve como más turbia. Paso algo de envidia, pero no quiero pedir otra, pues parecería que quiero que también me la regale. Son las 19:30 cuando llegan dos clientes a los que el encargado acompaña a sus habitaciones y espero a que baje para agradecerle su obsequio y despedirme. Mientras tanto, voy al baño para llenar de agua mi botellín . Al salir, me ofrece un vaso de agua, me despido agradecido y me voy. Lo mejor de todo es la despreocupación con la que salgo del City Hostel, pues ya no tengo que pensar en qué cenar. El encargado me ha dicho que es el dueño el que no quiere implantar el cobro por Visa. No quiere que sus ajustados beneficios se los lleve el banco sin hacer nada meritorio para ello. Me hace un itinerario para que, pasando por la iglesia y por la plaza de Turismo, siga hacia el borde del mar.


Saliendo de Vlissingen.
Llego a una ancha calle y de allí al bulevar marítimo. Hay restaurantes con terrazas modernas que se sujetan al paseo por viguería metálica aerodinámica, especie de voladizos que suponen una ganancia de espacio sin pérdida de la estética. Saco una foto de uno de ellos desde la posición de unos cañones defensivos. ¿Aquí también tuvieron que defenderse de los vikingos?
 

Lo que más me sorprende en este paseo es comprobar cómo grandes barcos y cargueros se acercan excesivamente a la orilla de las playas. Supongo que serán de poco calado, puesto que las popas parece que vuelan. Por la noche, también los veré iluminados desde la playa en que duermo.
 
En las playas se siguen viendo diques de contención de arena y en la barandilla del paseo, menos bella que la de La Contxa donostiarra pero más útil, los ciclistas aparcan y candan sus bicicletas. Algunos, no todos, las amarran con sus candados.

Reddingsbrigade.
Llego por el paseo hasta el puesto de vigía del tránsito marítimo y de los socorristas de playa.
 

El nombre de Reddingsbrigade me recuerda a Reading donde estuvo confinado por su homosexualidad el escritor inglés Oscar Wilde, experiencia que luego le sirvió para escribir “La balada de la cárcel de Reading”. El edificio es muy completo pues, además de la vigilancia de barcos y bañistas, dispone de cafetería con terraza, y culmina con aparcamiento de bicicletas. Con el pequeño alero y el espacio interior, uno se puede proteger también de la lluvia. No sólo es útil, sino también bonito. Son más de las ocho y, como voy a tener dique hasta aburrirme, decido bajar a la playa.



Paseo por la arena: 
Dishoek, medusas y pececillos.
Me descalzo y voy hacia la orilla. La marea está muy baja pero, de la alta, ha quedado almacenada agua a media altura, que deberé pasar si quiero llegar a donde rompe la ola.


En la zona de arena seca, junto a la duna-dique, se ven casetas de playa. Unas son bajitas y muy uniformes, en color azul. Pero en la zona central, las casetas son más bien casitas y con escaleras para acceder a la arena. Éstas son parecidas, pero no iguales. Se rompe la monotonía.

 
Cuando finalizan las casetas, veo que voy a tener que subir al dique pero, como ya estoy en la orilla y la voy a seguir, no va a hacer falta que suba. Una vez que he pasado al siguiente tramo de playa, saco una foto hacia atrás y compruebo mi alejamiento de Vlissingen. Los altos edificios ya van quedando lejos.


El encargado del hostel me ha dicho que a Dishoek hay unos cinco kilómetros y, por lo que voy a tardar en llegar, una hora aproximada, parece que no andaba muy descaminado. Como en la salida de la playa no pone otra cosa que el nombre del bar, pregunto a una señora y me confirma que se trata de Dishoek.
 
En esta segunda playa, ya empiezan a aparecer de nuevo los diques de defensa de arena, construidos para que no se la lleve el mar, pero ya voy cogiendo experiencia como para que no me interfieran el paso. Al final del primero, que es de doble fila, como se verá mejor en la última foto de la jornada que saque desde el lugar donde voy a dormir, hay dos postes más altos y, junto a ellos, unos pescadores novatos. Mientras me voy acercando a ellos, encuentro las primeras medusas holandesas. Predominan tonalidades azuladas y lilas y fotografío las dos más grandes.

 

Antes de llegar al dique, me desplazo para ver si encuentro un buen paso y, como no lo encuentro, decido acercarme de nuevo a la orilla. El sol, entre nubes, se refleja en las aguas del mar. Cuando llego a donde los chavales, acaban de pescar dos caballas, pero no saben ni cómo quitarles el anzuelo de sus bocas. Me los dejan fotografiar pues brillan con sus tonos azules y de plata. Yo tampoco soy un experto pescador y no les ayudo a liberar los anzuelos de la pesca. 


Abandono a los jóvenes pescadores, confiando en que ya aprenderán, y paso al siguiente tramo de la playa. Cuando voy hacia la mitad, me encuentro con otra medusa, pero ésta ya es de otra especie más peligrosa. Al Cantábrico llegaron hace años desde Portugal y les dieron el nombre de la carabela portuguesa.





Cuando navegan, lo que asoma es una especie de vela empujada por el viento, pero lo que no se ve, y es lo más peligroso, son sus larguísimos filamentos que si tocan al que se baña o nada, dejan una marca urticante como si fueran latigazos recibidos. La que fotografío, ha perdido sus filamentos más largos y, en la arena, ya no ofrece peligro alguno. Como no la veo flotando, no puedo asegurar que sea la carabela portuguesa, u otra especie intermedia entre ella y otras especies más convencionales.


Groot Valkenisse.
Acabada la playa de Dishoek, que también ofrecía una hilera de casetas de baño, llego a una torreta de tonalidad ocre y con algunas ventanas, que desconozco su función. Aburrido de tanto dique transversal y las dificultades para pasarlo con las mochilas, decido seguir por la duna-dique, así que la torreta la veo desde la duna. El camino que llevo es lateral y tengo que correr porque subiendo la cuesta llega una jinete con su caballo al galope por la pista de arena y al cruzarlo, deja el tramo del carril-bici sembrado de cagadas. Este camino es muy bueno y menos monótono, pero tiene poco recorrido. Por él seguiré hasta la última playa del día, donde organizaré mi noche a la intemperie.
 

Es así como llego a Groot Valkenisse, que ofrece casetas de baño similares a las que he ido viendo en las anteriores playas. En vez de ir por la arena, voy por una pasarela de tablones que me irá llevando en paralelo hacia las casetas del final. La mayoría están ya cerradas y en las pocas que quedan abiertas, ya se están preparando para marchar. Aún van a quedar algunas donde preparan algo para comer y beber antes de despedir la jornada. El paisaje es muy uniforme, pero aquí hay más variación de casetas, sobre todo las del final. Llego a un lugar en que la duna que va por detrás de las casetas es altísima, lo que me da garantía de que no habrá nadie que baje desde la cima hasta la arena y me dé un susto cuando esté durmiendo. La duna por aquí está llena de plantas y muy consolidada. Aunque todas estas casetas están cerradas, observo que las dos primeras están más altas que las demás, y decido quedarme allí porque, en caso de lluvia, me puedo meter por debajo. El cielo está cubierto. El sol ha intentado romper la nube pero no ha podido. Las nubes pueden amenazar lluvia. Así, en caso de necesidad, el lugar es perfecto. Otro sitio que podría ser adecuado es el de los bares de la playa, que ofrecen un alero protector, pero se encuentran situados cerca de las escaleras de acceso y pueden facilitar la llegada de personal inoportuno. También de paseantes y gente que lleva a sus perros a dar la última vuelta del día. Una vez decidido el lugar, descargo mochilas.


Preparando la noche.
Me quedo en la tercera caseta, pues es la que mejor me quita el aire y de la vista de la gente. Aliso la arena hasta ponerla horizontal. Coloco la mochila de respaldo. Para las diez ya estoy tumbado e intentando dormir. Ya se han dejado de oír las voces de los niños en la orilla. Los barcos cercanos a la orilla ya no producen ruido y de algunos veo sus luces reflejadas en el mar, por debajo de las patas que cimentan la caseta más alta. Por la mañana veré que la mía es de color lila. Cuando aún no me he puesto acurrucado de lado y estoy tripa arriba, me cae una gota, pero será una falsa alarma. Aunque más tarde empieza a caer un poco más, me mantengo quieto, pero se va animando. Parece que cae más porque las gotas golpean el plástico protector naranja de la mochila y resulta muy aparatoso. Como no estoy dispuesto a pasar toda la noche velando si llueve o deja de llover, traslado todo debajo de la caseta. En dos minutos estoy a cubierto, despreocupado y durmiendo. Pero más desprotegido del viento. Sólo me levantaré una vez a orinar.

Balance de la primera jornada en Holanda.
Lo más importante de este día ha sido el cambio de nación. Con tres mapas a distinta escala, es difícil saber si he avanzado mucho o poco. Estoy contento porque los voy consiguiendo y, en especial por el comportamiento magnífico de la señora del VVV que me ha atendido bien después de cerrado el local. Me recuerdan otras oficinas de turismo de Francia en 2012. Ha sido divertido el rato nudista en la primera playa holandesa. Buen arranque por este país.