martes, 29 de mayo de 2018

Etapa 50 (407) Heemskerk-Petten


Etapa 50 (407) 02 de agosto de 2013, viernes.
Heemskerk-Castricum aan Zee-Egmong aan Zee-Bergen aan Zee-Schoorl-Camperduin-Petten.

Amanecer en la playa de Heemskerk.
Me despierto a las cinco y media, pero aguanto dentro del saco hasta las seis. Me levanto, pongo el jersey y salgo a orinar y así empiezo la nueva jornada. Saco foto del lugar. El árbol ya ha desaparecido de la duna. El viento nocturno se ha ido animando y, de madrugada, me despierto temeroso de haberme enfriado por no haber cerrado el saco. Pero no dejará de ser una falsa alarma. 

 











Comienzo la recogida de todo en mi mochila. Me acerco a la orilla y del castillo de los chorritos ya no queda ni muestra, la pleamar lo ha alisado, dejándolo todo como estaba antes de la intervención de la mano del hombre. El mar ofrece su imagen más poderosa. 
 
Con todo cargado, inicio mi camino por la orilla, donde la arena está más dura y se pisa mejor yendo descalzo. Las sandalias van bien sujetas a ambos lados colgando de las asas de mi mochila pequeña. Así las controlo bien y no me ocurrirá como a la salida de Noordwijk aan Zee. Creo que la marea está en bajamar. Saco foto hacia el Norte y, aunque el sol ya está dando muestras de querer aparecer por el Este, la duna, a pesar de ser baja, no me va a permitir verlo hasta que la sobrepase en altura. He dormido bien y voy optimista, tras haber hecho una buena noche, que ni los podadores-taladores del árbol me han conseguido arruinar. 
 
Saco otra foto hacia el Sur pues, además de confirmar mi alejamiento de IJmuiden, constata que el sol ya ha salido y ahora ilumina la arena más descarnada de la duna cercana al lugar donde he dormido. Es una forma de dar la bienvenida matutina al astro rey, tan fundamental en mi camino. 
 

Pero todavía no lo veo, aunque está a punto de superar la duna-que también hace de dique natural y defiende del mar a estos países bajos holandeses. La foto de la duna al contraluz atestigua como clarea el cielo. Por fin, antes de las siete, el sol empieza mostrarse en todo su esplendor, a través de la vegetación, en una pequeña depresión de la duna. 


Con este deseo de ver que el sol me va a acompañar en esta nueva jornada, voy saliendo de esta playa de Leensheuterwei y de la ciudad de Heemskerk. Si hubiera calentado me habría dado un chapuzón al levantarme pero, ahora, prefiero avanzar. 



 
 
El mar está apetecible, como una balsa, pero ya habrá ocasión más tarde, pues se avecina día tan grato y caluroso como el de ayer. Hasta llegar a la siguiente playa, que es continuación de la misma, no me quitaré el jersey.

Castricum aan Zee. Nudismo.
Pronto llego a Castricum aan Zee. Este complemento, aan Zee, va a ser la constante de los pueblos costeros por los que pasaré hoy. Y, como hay no haré ningún recorrido duplicado ni triplicado hacia el Norte, el avance en mi mapa va a ser espectacular. Lo mismo ocurrirá mañana, en que ya llegaré a la isla de Texel. En Castricum se repite el mismo esquema que en playas anteriores. Un chiringuito central y la hilera de casetas de baño a ambos lados, Norte y Sur. Allí empiezo a ver los primeros paseantes matutinos de orilla. Veo a un chico desnudo al pie de la duna, en la sombra, y yo sigo por el borde del mar. Otro, más adelante, que trata de ocultar su desnudez con un bolsito en bandolera, baja de la duna y se acerca al mar. Dudo si será hombre o mujer. Hay alguien más desnudo, así que yo me coloco entre medias, me desnudo y me doy el primer baño del día. El muchacho del bolsito protector, me descubre que es varón. Su pito lo delata. El baño lo disfruto hacia las siete y media. Buena hora, pues el sol empieza a calentar. Me seco paseando y, con el calzoncillo a mano en la mochilita, cargado con mi equipaje, sigo caminando por tan larguísima playa.
De Castricum a Egmond. 
Más medusas y caballos.
Hacia las ocho, como entretenimiento, antes de que me tenga que vestir al llegar a Egmond, saco una foto divertida dando un baño a mi sombra desnuda, a sabiendas de que mis mochilas están a buen recaudo y no se van a mojar. El mar, como decía, se puede constatar que está tranquilo, bare, diríamos en euskera, como una balsa. Más adelante empiezo a ver medusas. La primera la fotografío con mi pie, para que se vea el tamaño. Calzo un 40, para que tengáis mejor referencia. Poco después, lo hago con otra más, de tamaño similar. 

 
Ésta segunda presenta filamentos más largos, aunque sin llegar a tanto como los de las carabelas portuguesas, las que hace unos años invadieron la Península Ibérica por el Cantábrico. A pesar del riesgo, con pequeños salabardos que me dejaron, me atreví a retirar a la orilla una que los socorristas de Hendaye se resistían a desalojar por temor a que les picara. 



Enseguida observo que vienen del Norte, cabalgando por la orilla, dos jinetes en sus caballos. Se van acercando y me aparto de la orilla con el fin de fotografiar las dos cabalgaduras. Apuro tanto, que casi sólo fotografío el mar y su horizonte. Pero no. Las dos amazonas están en sus extremos. Van al trote e inician la galopada. 

Ya estoy cerca de Egmond. Los edificios altos no los puede ocultar la duna, así que ya los veo de lejos. Una mujer se ha bañado y limpia el bañador en la orilla, mientras cubre su cuerpo con una toalla.

En la playa de Egmond aan Zee.
Antes de entrar en la pequeña ciudad, veo como han construido un complejo hostelero de inusitadas dimensiones, puede considerarse algo similar a lo que en Oropesa hicieron con su Marina d’Or, aunque aquí han tenido mejor visión y lo han hecho muy retranqueado de la playa y muy por detrás de la duna. 

Les alabo el gusto por preservar el paisaje. Veo a una mujer bañándose con un pantaloncito, y me pongo el calzoncillo. Un poco más adelante, antes de entrar en Egmond, me desnudo y me doy el segundo baño de la mañana. Entre complejo y pueblo, contemplo un faro que no destaca mucho, pero que supongo cumplirá su función de guía a los barcos. Me acercaré a él más tarde. Como voy desnudo, me visto. Cuando llego a la altura del faro, me dirijo a la duna y salgo a paseo marítimo.

Desayuno en De Klok.
Busco un banco, donde me calzo las sandalias. Después busco otro banco, a la sombra de un establecimiento que aún no ha abierto, y como, con disgusto, los tagliaterre que me sobraron de la cena. Ayer, donde cené, la camarera que no me entendía era de la India, como luego me confirmó, a la que dije que para mí la India era mi “lost travel”. Hoy como la pasta fría y con la mano y no me saben peor que ayer. Reservo los tropiezos vegetales y los trocitos de Gorgonzola, lo que más me gusta, para el final. Una familia de cuatro, que desayunan en una terraza, me observan con curiosidad. Un padre joven con niña en mochila, ¡qué recuerdos!, me desea buen provecho. Le respondo “dank u wel”. Limpio mi tuperware como puedo y lo guardo. Ahora a buscar un sitio para el café y escribir. Llego al De Klok y me parece adecuado. Un camarero que atiende y prepara los cafés, al que doy para leer "koffie verkeerd”. Ríe y se muestra receptivo a mi viaje. Todo el mundo desayuna en la terraza y yo soy el único que lo hace dentro. ¡Si supieran que casi todo el día lo paso en el exterior lo comprenderían! Dentro hace menos calor que fuera. Es el café con leche que me sabe más rico. También otros lo fueron, pero después de la pasta fría lo demás me parece divino. Éste me parece riquísimo. Lo bebo con dos tubitos de azúcar. Pago 2,15 €, que ya me parece normal. Escribo el diario y voy observando en el mapa las islas que se avecinan. Parece que Texel, Vlieland y Terschelling se comunican con barco, pero no ocurre lo mismo con Ameland y Schiermonnikoog. Para ir a estas últimas es necesario hacer viaje de ida y vuelta al continente. Preguntaré cuando esté en Terschelling. Me quedan preguntas para Información vvv. Los stayokay de las islas ya los tengo, con domicilio completo, más o menos, y localizado en el mapa. Bastará con confirmarlo. Como estoy desayunando en Egmond, el stayokay de aquí también se ha caído de la lista. Ya no lo necesito. Para pasar a Texel, debo llegar al final de esta larga playa, hasta Den Helder. Parece que lo mejor será recorrer las islas por su lado del Mar del Norte, Noorzee. Texel tiene el mismo esquema de itinerarios que el resto del continente, pero no ocurre lo mismo con las otras, siendo Vlieland, la que parece más difícil, con su parte sudoeste desértica, pero ya se verá. El camarero me dice que el vvv, (fei-fei-fei), Turismo, está siguiendo la calle hacia el interior. Agradezco la atención recibida y me voy.


V.v.v. Información turística.
Pasadas las once, me encamino por la calle hacia la torre de una iglesia. La calle está animada con gente que veranea en esta pequeña ciudad turística. Encuentro Oficina de Turismo cerca de la segunda iglesia. Ya se me va acostumbrando la vista al anagrama de las tres uves. Entro en el establecimiento de una sola planta. Como soy el único cliente, las dos chicas que lo atienden están listas para informarme. Mientras una busca la información, la otra apunta en unos papeles, que luego me dará. Parece que sobre los stayokay no hay variación con los datos que yo llevo, así que los albergues están donde estaban. Me confirman lo que también intuía y es que, para pasar de Terschelling a Ameland, no me va a quedar otra opción que bajar al continente en barco hasta Harlingen, caminar por el dique, llegar a Holwerd y coger ferry a Ameland.
 

Cuando llegue a Holwerd será un buen momento para decidir si la visito o no. Va a depender de cómo vaya de tiempo para llegar a Alemania, donde tengo previsto llegar. Tal como van a ir las cosas, esto no ocurrirá hasta dentro de dos veranos. Las chicas no me saben decir cómo denominan en Alemania a los albergues juveniles. Me quejo de lo caros que son los stayokay. También de que no ofrezcan leche caliente. O la echas fría o te limitas a los dedales de leche evaporada insuficientes para un café con leche. También de la falta de cocina donde cada uno puede condimentar su comida y entablar relaciones e intercambio culinario gastronómico. También interesante para preparar tu cena si no llegas a tiempo de la hora establecida, que suele ser tempranera. Pero estas quejas de cocina parece que caen en saco roto. 

Me acuerdo de algunas cocinas en Francia. En el albergue de Saint Brieuc, cenando en el exterior con aquel joven matrimonio con niña, o en el de Île de Batz disfrutando de aquellos txangurros que nadie quería comer sus caparazones, lo más rico para mí, y con los que tanto disfruté. Se estableció una bonita relación de camaradería con el grupo. Con la idea de asimilar los stayokay a hotel, se pierde algo importante que debieran propiciar los hostelling. Además van a acabar siendo tan caros como un hotel y usando servicios de higiene y las habitaciones compartidos. Con los deberes hechos, más o menos, salgo contento de este vvv y vuelvo a buscar la costa de Egmond aan Zee.



Hacia el faro de Egmond aan Zee.
Como al salir de Turismo ya lo localizo, y al pasar no he parado para verlo, me dirijo hacia el faro que, por su altura, es un referente bien visible. Paso por la fachada del De Klok, donde he desayunado, escrito y estudiado el nuevo mapa, pero el camarero que me ha atendido no está en la terraza y continúo hacia el faro. Un luminoso apagado ofrece una visión parcial y aérea del faro, centrándose en su linterna y los haces luminosos.
 

Para ver su efectismo, habría que esperar a la noche y verlo iluminado. No seré yo quien me quede. El paseo marítimo tiene un ramal de acceso a la playa, pero va encajonado entre dunas y, al no recibir la brisa marina, hace mucho calor. Desde abajo saco las dunas vegetales, donde en la cima de una de ellas se puede apreciar cómo asoma la linterna del faro.
 

Una escalinata con barandilla tosca de madera, anima a ascender hacia él. Ahora salgo al verdadero y ancho paseo marítimo.





Aquí hacen bien las cosas y las construcciones se retranquean lo suficiente como para dejar margen entre la arena de la playa y las casas, el suficiente espacio para la duna con su vegetación, un ancho paseo peatonal, la carretera, la pista para ciclistas y las terrazas de los bares y restaurantes. Hacia el otro lado fotografío, más cercano, al faro. Además de faro tiene un buen panóptico situado en la zona baja de la linterna.
Egmond. Última parte y playa.
Ya he retrocedido lo que necesitaba hasta llegar al faro, así que ahora me queda avanzar de nuevo hacia el Norte. Con la tripa llena por el desayuno y la información recibida, ya no me debo preocupar hasta la hora de comer. Lo haré en Bergen aan Zee. Está bien añadir el epíteto, pues Bergen ya lo conocí en 2004 en Noruega. Fue mi año más viajero.
 

El paseo marítimo asfaltado, ofrece a tramos otros espacios pavimentados en madera con unos bancos, que me llaman la atención por las formas que dan a la madera en sus respaldos y en toda su estructura. Fotografío una de estas plataformas y el hueco de uno de los bancos. Quizá lo más reprobable sea el desperdicio no funcional de la madera que se emplea en la parte trasera del respaldo.






La siguiente zona de duna es muy alta y sin la brisa del mar hace mucho calor. Es así como en la primera ocasión, y sin llegar al final del paseo, voy bajando a la playa. 
 
La mayoría de usuarios se sitúa en zona cercana a la duna. Pocos paseantes y las gaviotas no se inmutan. Embarcaciones neumáticas y a vela se sitúan en la zona de arena húmeda y en el agua. Siguiendo adelante, dos hombres ponen a punto su catamarán para botarlo a la mar. Una de sus velas ya está desplegada al viento. Detrás de ellos, otro catamarán también está listo a falta de desplegar su segunda vela, la amarilla. Los que faltan son los navegantes que la manejen en el mar oceánico.

Nudismo entre Egmond y Bergen.
La playa continúa con la misma tónica que las anteriores pero, por la forma de la duna, que ofrece zonas peladas de vegetación y solárium interiores, me hago a la idea de que será una zona ideal para el despelote, y un buen momento para darme el tercer baño del día.
 

Pronto empiezo a ver los primeros nudistas esparcidos a pie de duna. Después se va generalizando la práctica, pero están medio escondidos entre los montículos y ninguno baja desnudo a bañarse. El que se acerca al agua, lo hace con el bañador puesto. Veo una tienda montada en lo alto de la duna. ¿Temerán que les suba la marea si la montan abajo? Arriba se ve movimiento de personas desnudas. No seré yo quien suba para cerciorarme a un lugar tan alejado del mar. Luego, bajo la duna, hay una pareja con bañador. También hay un paravientos y, tras él, una mujer con monokini y su hombre desnudo. Justo al otro lado, otro hombre desnudo. No llego donde él. No me voy tan lejos y me quedo cerca de donde está la marca de la subida de la pleamar, pero en la arena seca. Descargo mis mochilas, me desnudo, y me doy el deseado tercer baño de la mañana. No estoy mucho tiempo dentro del agua, pues hay muchas medusas flotando en la orilla. Son tan grandes, y con largos filamentos, como las que he fotografiado antes y, aunque las aparto haciendo olas con las manos, no consigo despejar el espacio suficiente, limitándome a refrescar mi cuerpo solamente un poco. A pesar de este inconveniente, me doy tres o cuatro chapuzones y me paseo por la orilla para secarme. También estoy buen rato tumbado al sol. Como está subiendo la marea, cada vez los paseantes de orilla pasan más cercanos a mí. La próxima pleamar casi les obliga a ello. Han desmontado la tienda instalada arriba y, las dos chicas que la ocupaban, bajan a la playa con los bártulos. Una está desnuda y la otra cubre su cuerpo con un pareo. Su amiga le dice que se lo quite y le hace arrumacos y se le acerca como para comerle el coñete. Da la sensación de que fuera una pareja de lesbianas. Finalmente, acaban las dos metiéndose desnudas al agua. Yo las estoy viendo de lejos. No ponen pegas a las medusas, o quizás no las haya en aquella zona. Tal vez no piquen o estén inmunizadas contra su urticaria. Pasa una barca con tres tripulantes masculinos, retroceden y vuelven a pasar más cerca y casi deteniéndose a su lado. No sé lo que se dicen unas y otros, pero la barca continúa su trayectoria inicial. También las chicas salen y se visten en la orilla. Cuando estoy en el agua, en el último de mis baños, el hombre que estaba tras el quitavientos se viste y se va. Al marcharse pasa muy cerca de mis pertenencias. Por si acaso vigilo de lejos.

Me seco y, a la una, me visto y me voy. Habré estado aproximadamente una hora. Siguiendo un poco más adelante, pero antes de llegar a Bergen aan Zee, el nudismo es más generalizado y cercano a la orilla pero, como ya me he bañado, no tengo intención de quedarme aquí más tiempo. A lo mejor en esta zona no hay medusas. Mi impaciencia me ha jugado una mala pasada y ha provocado que no haya disfrutado de esta zona más normalizada. Lo que resulta evidente es, que en Holanda, hacer nudismo no es ningún problema. No lo estoy teniendo en todo el recorrido de sus costas. Sobre la una y media, llego a zona textil familiar. La pleamar va obligando a concentrarse a los playeros y a hacerles subir hacia las dunas. Aquí la concentración de bañistas en el agua es mayor, lo que me hace suponer que las medusas brillan por su ausencia.

Bergen aan Zee. Paviljoen Zuid.
Ya estoy cerca del siguiente grupo de población e intento entrar en él por la duna. Pero lo hago demasiado pronto y no salgo al paseo marítimo. Decido comer allí mismo y me meto en el Pavijoen Zuid, donde pido una ensalada de aguacate. De aguacate tiene poco, pero me tomo el trabajo de trocearlo y lo mismo hago con el tomate, la lechuga y el pepino, de forma que cada bocado de tenedor sea un concentrado de todos los sabores. He creído entender al camarero que las quisquillas, que tanto me costó pelar en Oostende, se llaman garnelen y me asegura que las pelan manualmente. Yo pensaba que habría algún sistema, mecánico o por calor, que las haría saltar la cáscara. Creo que no pueden tener empleados día y noche para ofrecer tal cantidad de colas mínimas peladas. Ni que fueran chinos a destajo. Tendrían que ponerles un precio altísimo para que fueran rentables y entonces no se venderían. Pero el camarero me asegura que es así y que algunas veces a él le ha tocado el trabajo de hacerlo, ¡pobriño! Bebo una cerveza Grimberger bruin, y pago 18,75 € con Visa, cuya tarjeta entra cada día peor por la ranura lectora de la máquina. Como ya había desayunado pasta, ahora la ensalada me deja suficientemente satisfecho. Son las 14:45 cuando voy al baño por agua y a orinar para ponerme en marcha. Estoy llenando de agua la botella, cuando entra un niño a lavarse las manos en el otro lavabo y me dice que el agua que estoy cogiendo no es potable. Agradezco su aviso. Salía fresquísima. ¿Pondrán que no es potable para que la gente compre embotellada? Lo comento con el camarero al que ya he hablado de mi viaje, pero me dice que la compre en la tienda de al lado. Yo pensaba que me daría o que me andaría a alguna fuente, pero no es asi. Le digo que no he comprado agua envasada en todo el tiempo que llevo en Holanda, pero da muestras de serle indiferente.


Me voy con menos peso, hidratado por la ensalada y, en vez de seguir por esta playa textil, lo hago por arriba. Poco antes de las tres, ya estoy en marcha. Pronto me encuentro en un aparcamiento donde no son las bicicletas las que predominan, sino las motos y las motocicletas. El cartel sobre el que algunas bicis se apoyan, me confirman lo que ya sabía, que ésta es la playa de Bergen aan Zee.

Nudismo también por la tarde.
Cuando compruebo que la carretera que he cogido y también el carril bici se escora hacia el interior, bajo de nuevo a la playa.


A pesar de que hay muchísima gente concentrada en este lugar, la atravieso para ir directamente a la orilla. Paso lo más rápido que puedo, sorteando a tiesos y tumbados, y consigo no pisar a ninguno. Ciertamente, en Holanda, las playas nudistas son mucho mejores que las textiles. Saliendo de la zona mencionada, me extraña no ver ningún cartel anunciador de naktstrand, y me sorprende. Ayer me ocurrió lo mismo. Pero con cartel o sin él, pronto empiezan a aparecer parejas mixtas, en la que alguno está desnudo. Sigo adelante hasta que llego a zona de dunas con algo de trasiego por entre ellas.
 

También en la orilla hay dos chicos que se dan la mano y, de vez en cuando, un casto besito. Les cuesta decidirse a entrar en el agua pero, cuando se deciden a hacerlo, estarán más de diez minutos dentro bien abrazaditos y besuqueándose. ¡Qué espectáculo tan tierno! Yo, para no variar, observo para verificar mi hipótesis. Me acuerdo de un profesor de Criminología, Etxeburua, que ante la definición de “voyeur” como desviación sexual, él era partidario de considerarlo como una más de las variaciones sexuales. Cada cual practica su sexualidad como le conviene. A mi lado se han colocado otros dos chicos bastante blanquitos. Se ve que este verano no les ha dado mucho el sol. Uno se ha bañado y ha ido a dar una vuelta por la orilla, mientras el otro se ha quedado leyendo. Me doy un par de baños no muy largos. Sólo para refrescarme. Aunque no veo medusas en el mar, si las hay en la arena y hermosas. Durante un rato el sol se ha metido entre nubes, pero presagio que volverá a salir, como así ocurre. Aguanto en esta playa hasta las cinco. Ya ni cuento los baños que me estoy dando en el día de hoy. Cuando vuelve el compañero del lector, lo hace por el lado contrario al que ha ido, lo que me hace pensar que previamente se ha dado un garbeo por las dunas. Como el sol se vuelve a ocultar tras una nube, me visto y me voy. Siguiendo hacia el norte, al poco rato empieza a llover. Supongo que amainará pronto y ni me molesto en buscar y abrir mi paraguas plegable. De frente me cruzo a dos caminantes que, por sus grandes mochilas, me dan la impresión de que están haciendo un largo viaje. “One longe travel”, les digo en mi inglés macarrónico. Y, como es natural, no me entienden. No sé si son ingleses u Holandeses, pero lo que sí entiendo es que van a Vlissingen. Les digo que parando allí no completarán la costa holandesa, pues les faltaría la parte sur que lleva a la frontera belga. Uno lo reconoce, pero el otro está convencido que en Vlissingen se termina Holanda. Nos despedimos deseándonos un buen final de viaje. Ellos disponen sólo de diez días, pero no sé desde dónde vienen. Creo que el tiempo que tienen será insuficiente para recorrer toda la costa de su país.

Schoorlsche. 
Más nudismo en dunas.
Dunismo y nudismo no son conceptos similares, pero es cierto que el mejor sitio para practicar nudismo en Holanda, y también en otras partes del mundo, es a pie de duna, con arena fina, el mar cercano y, a poder ser, sin medusas. Llego a una zona de preciosas dunas y donde veo que también hay gente desnuda. Hay un pabellón de tres cuerpos con troncos que lo sostienen elevándolo de la playa como si de un palafito se tratara. Así será cuando llegue la marea hasta allí, si es que llega. Un hombre me dice que es la playa correspondiente a Schoorl, un pueblecito de interior cercano. En esta playa empiezan a aparecer de nuevo las hileras de postes que van de interior al agua y que suelen proteger la arena para que no se la lleve el agua de las mareas. Cuando llego, la marea ya está bajando.
 

Quiero avanzar y no me acerco a las dunas, así que sigo por la orilla, como otros paseantes de la playa. Por delante de mí, una mujer alta, sin vestirse, ha cogido la bolsa con sus ropas, se la ha echado al hombro y camina por la orilla. Cuando llega a una zona de textiles, ni se molesta en vestirse y continúa por la arena húmeda. Nadie se molesta ni le llama la atención. Pasa totalmente desapercibida. Es su opción y me encanta esta liberalidad holandesa. Haz lo que debas y deja hacer a los demás. Esta mujer camina a grandes zancadas y yo, con el peso de mi mochila, no logro alcanzarla. He sacado dos fotos desde que he llegado a estas dunas y ahora, me limito a sacar una lejana de la mujer de que os hablo. Es irreconocible, pero sirve para constatar que lo que digo es cierto. 
Las dunas de Hargen.
No hay variación en la continuación de las playas pero llego a nuevas dunas, las de Hargen. La más alta se está desmoronando y forma como un gran embudo, donde la vegetación ha desaparecido. Para evitar un deterioro mayor, como ya levo viendo durante días, protegen con una valla para que nadie pase. Así como ayer los cortadores de ramas del árbol, se saltaron a la torera la prohibición, da la sensación de que aquí se respeta. Me parece un logro, sobre todo teniendo en cuenta lo apetecible que es el tobogán que forma y el placer que sentirían los chavales, y algún adulto, al lanzarse desde arriba. Algo que ya experimenté tirándome desde la cima de la duna de Pilá, cerca de Arcachon. 
Camperduin. Yoga con Demetrio.
Entrando en la playa de Camperduin, no hay variaciones sobre el tema. Otra playa muy familiar, con pabellones y sombrillas en la primera parte, y casetas muy uniformadas en azul, en la segunda. La duna alta es también muy variable en alturas y vegetación. Para mi gusto, es una bonita duna. En una zona de la duna, han hecho una plantación simétrica para que la vegetación la consolide. Al llegar a la zona más familiar, una mujer me hace señas para que me acerque. Al saber que soy vasco del Sur, me ofrece una lata de aceitunas deshuesadas españolas. Ella está con tres hombres, probablemente su padre, su marido y su hijo. Son neerlandeses y me preguntan sobre mi viaje.
 

Como una aceituna y me ofrecen cerveza. Les digo que prefiero agua y me dan un botellín que todavía conserva un trozo de hielo dentro. Para que no esté tan fría, vacío el líquido en el mío y así me lo puedo ir bebiendo. Conservo la del hielo para bebérmela cuando se derrita. Me voy agradecido y, antes de llegar al dique, oigo a un grupo que habla castellano. Están haciendo Yoga Iyengar, Demetrio con Pablo y sus hijos. Yo también intento imitar al monitor. Demetrio es malagueño y Pablo de Barcelona pero casado con una holandesa, así que los niños son catalano-neerlandeses. 


Les hablo de mi viaje y para ilustrar el encuentro me dejan sacarles una foto ejercitando el arte marcial asiático. Es un bello ejercicio y los niños lo disfrutan. Demetrio se está meando y se sorprende del poco equipaje que llevo para tan largo viaje. Se interesa por los stayokay, pero le digo que son caros y van perdiendo una parte de encanto, al restringir lugares de convivencia. También me dice que a continuación me voy a encontrar con un largo dique que no terminará hasta que llegue Petten. Me armo de valor con intención de llegar y dormir allí. Espero que no llueva esta noche.


Dique de Camperduin a Petten.
Me despido de los españoles y continúo por el dique. Para ello tengo que subir de la playa a la duna y bajar ya por el asfalto. Como muestra fotografío la estructura del paisaje que voy a tener que recorrer en la siguiente hora.


El dique que, a mi izquierda, me defiende del mar y del viento marino, y que está cubierto por vegetación, el camino asfaltado por el que voy y la zona de marisma que ahora es aprovechado como tierra cultivable y como forraje agropecuario.

Ya veo algún caballo y alguna vaca. Gracias al dique estos terrenos los ha ganado Holanda al mar.








De vez en cuando, encuentro una escalinata que invita a subir y, desde la cima del dique, permite comprobar que el mar sigue estando del otro lado.
 

Hoy lo estoy viendo casi todo el día, por eso no me importa perdérmelo este rato. Lo peor del panorama es que el cielo se está cargando de nubes. Una avioneta planea por el cielo gris.





En algunos espacios, y en paralelo a mi camino, aparecen carreteras para vehículos a motor.
 

También se ven molinos generadores de energía eléctrica, con sus tres aspas en lo alto. También aparecen zonas inundadas que habría que pensar, por su aislamiento del mar, que sean de agua dulce. Con esta monotonía de paisaje, voy llegando a Petten.

  

Petten. Cena en Zo Gewoon. Mercadillo tardío.
Llego al pueblo y busco un sitio para cenar. Encuentro un sitio que me agrada, el Zo Gewoon y pido mejillones. Cojo la carta para saber cómo lo escriben en neerlandés, pero están fuera de la carta y ni me entero cuando me dicen el nombre. Se me han antojado porque he visto que un hombre los comía y hace tanto tiempo que salí de Francia… Van acompañados de puerro, zanahoria y apio que, como no están muy cocidos, al dente, me agradan. Lo sacan con un cuenco de patatas fritas razonable. También salsa alioli, que como, y otras dos, rosada y mahonesa, que sólo las pruebo. Los mejillones son más grandes que los franceses y más sabrosos.
 

Quizá su sabrosura dependa también de los ingredientes de la condimentación al vapor. Los como muy a gusto. Como no me admiten la Visa, cambio mi último billete de 50 € y pago con él los 18,70 € de la cena. Cinco céntimos menos que la ensalada de la comida. Me dan un caramelo de tofé y una tarjeta que guardo para recuerdo. Escribo el diario y me voy a las 20:45. Me acerco a la torre campanario y al reloj, pero no es de ninguna iglesia, sino del centro cultural.


 
Y veo un mercadillo tardío, puesto que ya van a dar las nueve, donde una peruana hace trenzas a falsas cabezas. Las aprendió a hacer en su país pero, salvo en verano, vive en Ponferrada. Cuando termine la temporada aquí, volverá a León. Está embarazada y le deseo que venga bien lo que viene. Me lo agradece.

Puesta de sol en el dique.
Voy hacia el dique por el espacio peatonal pues, al venir, un señor en bici me ha llamado la atención por ir por la carretera del pueblo. “No lo he visto”, le he dicho en castellano. Una vez pasada la explanada de aparcamiento de coches, subo al dique. La gente ya está tomando posiciones para asistir al espectáculo de la puesta del sol. Después de que por la tarde se había llenado el espacio de nubes grises, y algo de lluvia, ahora luce un atardecer totalmente despejado. Unas personas charlan sentadas en el pretil con las piernas colgando hacia el mar, mientras otras hacen fotos al sol de atardecer. Como hay muchas nubes por encima del horizonte, la puesta de sol quedará frustrada. Continúo un rato por el dique, pero acabo bajando a la playa, que ya se va vaciando, y me descalzo para seguir caminando por la orilla. Saco una bonita foto con el sol ya oculto entre las nubes del horizonte y el reflejo en la arena húmeda, que hace la réplica a la bóveda celeste. A lo lejos, veo un artilugio marino que, a pesar de las explicaciones que me dan, no logro saber de qué se trata. Me lo contará mañana una mujer. No sé si es algo relacionado con gasóleo o es algo relacionado con el control de las subidas de las mareas. Un medio de controlar y prevenir inundaciones. 
 
Saco foto de la plataforma marina, antes de que enciendan sus luces. Pero esto ya es cosa de mañana. Antes de llegar al artilugio, llego a una duna que me da la impresión que puede frenar el viento del mar, pues ya ando buscando un lugar adecuado para dormir. Confío en que las nubes del horizonte no me traigan lluvia para esta noche.
 

Escarbo un hueco en la arena para que la cama me quede en horizontal. Luego tengo que alargarlo en la parte de los pies, puesto que decido que en el primer hueco irá la mochila. Como hace algo de viento, vuelan algunas partículas de la finísima arena. Resulta algo molesto y no quiero amanecer rebozado como una croqueta. A esta hora, poca gente es la que pasea ya por la orilla. Para las diez de la noche, ya estoy dentro del saco y tumbado en mi cama. Protegido de la arena, no se está nada mal. Cuando me despierte para la primera micción, el viento habrá parado totalmente. La plataforma que está en el mar está trabajando con mucho aparato lumínico. Localizo la Osa Mayor, pero no consigo ver la luna. La segunda vez que me levanto a orinar será poco antes de las cinco. El viento arrecia de nuevo, pero dentro del saco no me molesta. Lo peor va a ser que empiezan a caer unas gotitas de lluvia que me intranquilizan. Por suerte, no irán a más. Durarán un cuarto de hora como mucho, así que me vuelvo a dormir.

Balance de la jornada Heemskerk-Petten.
Hoy ha sido día de mucha playa. A pesar de las medusas, he podido bañarme varias veces en playas nudistas. He avanzado bastante y confío en que mañana completaré mi andadura por lo que me queda de costa y entraré en zona de islas. Si hay barcos, como parece indicar el mapa, creo que será la mejor opción. Ha sido bonito el encuentro con el andaluz y los catalanes y curioso lo que hace la peruana de Ponferrada para ganarse la vida.