jueves, 7 de junio de 2018

Etapa 51 (408) Petten-De Slufter

Etapa 51 (408) 03 de agosto de 2013,
sábado.
Petten-Het Korfwater-Sint Maartenszee-Callantsoog-Groote Keeten-Julianadorp aan Zee-    Den Helder-     (barco)-Texel-Den Burg-De Koog-De Slufter











Amanecer en las dunas de Petten.
Me despierto de nuevo a las seis, pero aguanto en el saco hasta las seis y cuarto. Menos mal que ha dejado de llover. El saco ya está seco, pues el viento y la arena han ido secando lo que la lluvia mojaba. Lo que me hace pensar que era más el ruido que las nueces.  Por algo estaba yo a las cinco impertérrito, como quien oye llover.  Con la diferencia de que el dicho está pensado para aquel que, cuando llueve, está a resguardo, que no es mi caso ya que yo estoy a la intemperie.
 

Si se llega a animar y terminar en chaparrón hubiera tenido que sacar la capa de plástico de debajo de mi mochila, sentarme en ella, y esperar a que amainara. Menos mal que no ha sido necesario.  En la plataforma marina todavía hay luces. El cielo sigue cubierto de nubes que espero rompa el sol, al que todavía no veo puesto que no ha superado la altura de la duna. Saco una foto de la duna y el lugar donde he dormido. Se puede intuir que, la arena y el viento, han rebozado mi saco y he amanecido como una croqueta. Podemos apreciar la plataforma en alta mar.


Abandono la duna y camino descalzo por la orilla. Saco una foto de despedida de la duna. Mis pisadas delatan el lugar donde he dormido. El celaje nos informa  de que hay más nubes que claros. Obligo a volar a las primeras gaviotas que estaban tan tranquilas en la arena. Es algo habitual que ocurre cuando se camina junto al mar a hora tan temprana.


Las pequeñas olas rompen tranquilas en la orilla y yo voy feliz pisando el suelo húmedo endurecido. El revuelo de gaviotas va in crescendo y llenan el espacio que me circunda. La plataforma marina sigue con las luces encendidas a pesar de que la luz diurna permite ver lo suficiente. Se ve que la generan ellos mismos y les sale gratis.

Het Korfwater.
Siguiendo la playa y sin que las gaviotas me abandonen, llego a un lugar en que están removiendo la arena por debajo de la duna, aunque la movida también afecta a ella.








Parece ser que están haciendo una instalación que, probablemente, tenga que ver con la plataforma que, desde ayer, vengo viendo en el mar. ¿Un lugar de almacenaje o de tránsito en el transporte de material energético allí obtenido? No lo sabré a ciencia cierta, puesto que no encontraré a nadie a quien preguntar. Palas y excavadoras son las máquinas que emplean en horadar y remover la arena.
 

Leo el nombre del lugar en el puesto de los socorristas. Saco una foto, según estoy llegando, con la maquinaria que ahora está parada, y otra a mi paso por un cartel en el que podemos leer:  Our wordl, your future. Es el precio que hay que pagar por el progreso. En este caso, un espacio y un tiempo con algo de menos espacio para el disfrute en la playa. Pero no importa. Hay playa para dar y tomar.


Pero toda mi especulación se va al traste cuando una chica me dice que están poniendo las bases para la plataforma de un nuevo chiringuito de playa. La chica se queda con su perro y yo continúo caminando playa adelante.

Sint Maartenszee.
¿Podría ser tan osado como para traducirlo como san Martín del Mar? Pues así lo traduzco aunque no sea cierto. ¿O sí? Llego a un chiringuito de playa que está cerrado.
 

Tendré que esperar a otro para desayunar. Después encuentro otro chiringuito que tampoco está abierto. La duna está protegida por vallas. El lugar está repleto de casetas de playa. Han hecho una gran removida de arena, de tal forma que en la orilla tenemos una montaña que, si no la tocan, el propio movimiento de las mareas se encargara de alisarla arena e igualar. Alguien se ha dejado una pelota de goma. Si hubiese sido de menor tamaño la habría cogido para llevársela a mis nietos, pero es demasiado su volumen y no hay suficiente sitio en mi mochila. El chiringuito es tan alto y está soportado con tan grandes postes, que habría sido un lugar perfecto para haber dormido a cubierto esta noche pasada. Ahora se me ofrece algo tarde. 

Según mi mapa estoy en zona en que, al otro lado de la duna, hay lagunas de agua o, quizás, marisma, pero no me asomaré a verlas. A una de ellas la llaman wáter, que traduzco como agua y no como retrete, puesto que no acompaña la C. No me sorprende que, siguiendo por este enclave, me encuentre con un cartel, que hacía días no veía, en el que leo Nudismo permitido.


Tan natural es el nudismo en Holanda, que ya creía que ni lo anunciaban.  El cielo está encapotado, nubes grises lo cubren, pero el sol hace esfuerzos para traspasarlas. Si al gris de las nubes añadimos el continuo movimiento de las gaviotas, el día se agrisa aún más. A pesar de llegar a zona nudista, no me apetece nada darme un baño ante un cielo tan amenazante.
 

La orilla del mar, además, está poco apetecible, pues al romper la ola se forma una espumilla que me agrada poco, aunque recuerdo que, en mis primeras jornadas del verano de 2012 y antes de llegar a la gran duna de Pilá, unas mujeres me dijeron que esa espuma era debida a la alta salinidad del agua de mar.



Callantsoog.
Estoy llegando a Callantsoog y me cruzo con un coche que va hacia el Sur. Nuevos chiringuitos me hacen abrigar esperanzas de desayuno, pero un hombre, que está recogiendo basura para echarla en los contenedores, me las anula.
 
Me dice que no encontraré nada abierto hasta que llegue a Groote Keeten. Le doy la mano agradecido por la información y por su tarea de ecologismo altruista. Si allí no voy a encontrar ningún café, me ahorra entrar en la zona urbanizada, donde hay señal de Oficina de Turismo pero que, a estas horas, no estará abierta. Si el chiringuito de Sint Maartenszee era muy alto, los postes que soportan la plataforma de éste de Callantssog lo son aún más. Continúo por la orilla del mar.



Entre Callantsoog y Groote Keeten.
Caballos y amazonas.
Nada más salir de Callantsoog veo a lo lejos dos caballos con sus jinetes. Caminan hacia el Norte. Como van al paso, pronto los alcanzaré. Ya de cerca, compruebo que son amazonas las que montan sobre sus grupas. 

Las saludo al pasar y las voy dejando atrás. Poco más adelante encuentro una botella con mensaje de náufrago. El mar la ha depositado sobre la arena. Sigo adelante, pero retrocedo para cogerla, por ver el mensaje que pudiera contener. Pudiera ser un mensaje para el viajero caminante. Las mujeres y sus caballos me pasan y ya no las podré alcanzar, puesto que inician el trote. Pongo la botella de pie sobre la arena y saco una foto. El mensaje en papel es suficientemente evidente desde el exterior vidrioso, pero lo que es más difícil es sacar el escrito del interior, hacerlo pasar por el cuello de la botella. No hubiera estado de más haberlo enrollado y puesto una gomilla. Pero eso es algo que no podríamos pedir a un náufrago que bastante suerte tuvo con encontrar una botella, papel y algo para escribir. Me llevo la botella con intención de romperla en Groote Keeten.  Una reata de caballos me la cruzo.



Van hacia el Sur. En esta ocasión también son amazonas las que los montan. Se trata de siete jóvenes, aunque la que encabeza al grupo sea  algo menos joven. Se ve que es la instructora, que les va dando instrucciones para mantener a los caballos al paso. Nada más cruzarse conmigo, inician el trote. 
 
Llego a Groote Keeten donde, el único chiringuito que hay en la playa también está cerrado. Como el hombre ecologista me ha asegurado que allí podría desayunar, traspaso la duna y llego a una pequeña plaza. Allí no hay tampoco posibilidad de hacer el desayuno. En un balcón, un chico bebe café en una taza. Le pregunto: ¿Café? Y me levanta la taza y me señala un restaurante. Es el único local que me lo podría suministrar, pero está cerrado. Allí veo el indicador 94 del carril bici. Un hombre va con botellas para echarlas en el contenedor de vidrio y, al preguntarle por café, me dice que lo encontraré en Callantsoog. No tengo ganas de retroceder. Él me asegura que allí hay café, así que la información del altruista no era correcta. Quiero pensar que quizás fuera por la hora. Pero en Groote Keeten por no haber no hay ni contenedor de vidrio, así que el hombre carga en su coche la bolsa con sus botellas y las lleva al contenedor de Callantsoog. ¡Hay que tener una gran conciencia de la ecología y del reciclaje! Aunque me supongo que no irá hasta allí sólo para eso. Me invita a montar. Agradezco pero me quedo. A lo mejor me hubiera invitado también al café. La botella tiene tapón metálico y los náufragos la han sellado con cera de vela para que no penetre el agua dentro y arruine lo escrito. Me acerco a una papelera donde trato de romper la botella. Yo quería romper sólo el gollete, pero se me hace añicos y gran parte de los cristales no caen a la papelera, sino al suelo. Cuando estoy recogiendo los trozos de vidrio del suelo y echándolos a la papelera, pasan un hombre y una señora, gorda estúpida, que me recrimina. No entiendo lo que dice, pero su voz estentórea y la mala cara que pone es suficiente como para saber que no me está lanzando alabanzas. Seguro que lleva a su perro a cagar en la playa y que no recoge su mierda. Me hace gesto de que lo barra con escoba. ¡Como no me la baje ella de su casa! Me enfado y le grito en castellano que seguro que un holandés ni se molestaría en recoger los cristales como lo estoy haciendo yo. No sé si habrá quedado alguna esquirla en el suelo, pero doy por finalizada mi recogida, adelanto a los intrusos  y cojo el carril para bicis. 

En mi mapa veo que pronto encontraré una población de mayor tamaño y donde espero desayunar, aunque ya son más de las nueve y se me está haciendo demasiado tarde desde las seis y media en que me he puesto en marcha. 

Anne y Lukas Nowak no se portarán bien.
Lo que ha salido de dentro de la botella son tres escritos. Uno intuyo que estará en neerlandés, otro parece que en alemán y el tercero estoy seguro que está en inglés, y es el texto más corto. Casi se podría asegurar que, en todos, el contenido es el mismo. El papel de base es de cartas con membrete del Hotel Zuiderduin de cuatro estrellas, de Egmond aan Zee, fue escrito el 30 de julio y, supongo, que echado al mar el mismo día. Así que ha navegado cuatro días como mucho, salvo que haya alcanzado esta playa antes de la mañana de hoy. Como sabéis, yo pasé por Egmond ayer.  En el encabezamiento digo que los náufragos no se portarán bien ya que, a mi regreso del viaje, en mi ciudad, me molestaré en hacer un escrito en castellano, la lengua que mejor sé, y lo daré a traducir a mi amiga Carmen, que también le dedicará su tiempo, y al equipo de traductores de Irun. Ninguno cobró nada por el trabajo, no en vano todos teníamos cierta conciencia de estar haciendo patria. Los tres escritos de respuesta, en inglés, que sería el que iban a poder leer y entender, en castellano, que menos, y en euskera, que podría prever con toda seguridad que no entenderían nada, los envié como adjuntos a los dos e-mail que ponían en sus escritos. Fueron correctos los envíos, ya que ninguno lo recibí rechazado por el sistema. ¿Por qué no contestaron? Yo esperaba al menos un acuse de recibo y alguna manifestación de agradecimiento, pero no hubo nada de nada. ¿Se llevaron un chasco al saber que quien encontró la botella no era ni holandés, ni alemán, ni inglés, sino vasco? En el escrito les contaba quién era, cómo era mi viaje por Europa y el lugar donde había encontrado la botella. El mensaje no había tenido oportunidad de viajar mucho hacia el Norte. Os cuento esto para mostraros mi frustración. Hoy, casi cinco años más tarde, sigo sin saber nada de Anne y Lukas. Para mí, como si hubieran naufragado de verdad. ¡Náufragos!


De Groote Keeten a Julianadorp aan Zee.
Como decía, cojo el carril bici para salir de Groote Keeten. Para ello, tengo que subir a la duna. Desde allí veo la explanada interior ganada al mar. En algunos lugares la duna es originaria y natural, en otros es un dique que se ha acabado convirtiendo en una duna que también lo parece. Más adelante veremos claramente que el dique es de cemento y con largos recorridos de asfalto. De momento, lo que veo desde encima de la duna es una gran campa que ya ha sido segada y los fardos de hierba han sido recogidos en forma de cilindros, que se convertirán en la cama y alimento para el ganado en los meses invernales. Todo este tiempo, antes de que encuentre lugar apropiado para desayunar, iré por el interior, al Este de la duna, sin ver para nada el mar. El carril para ciclistas va paralelo a la carretera. Yo camino por él. Al fondo se aprecia un faro, por el que luego pasaré.
 

El pueblecito de Groote Keeten ya está finalizando y, muy a lo lejos todavía, se empieza a ver una muestra de la siguiente población. Veo un cartel que me anuncia los kilómetros que faltan para llegar al final de mi recorrido costero de Holanda antes de empezar a caminar por las islas. La primera será Texel, que se podría interpretar como un desgarramiento del terreno donde piso, una salida del mar interior cuyo centro principal es la capital Ámsterdam. A partir de ésta, las siguientes islas ya tienen otro carácter. Son las islas Frisias (Frisland) que van a ir cubriendo todo el norte holandés y alemás llegando hasta el Sudoeste de Dinamarca. Pero de las Frisias holandesas ya tendré ocasión de hablaros más adelante. Los kilómetros que me quedan para llegar a Den Helder son ocho y medio. (Cuando escribo esto en Julianadorp ya serán algo menos). Pasa un hombre en silla a motor, pero va a la velocidad que le marca su perro. Si el perro para, él también para. Pasa un grupo de ocho o diez ciclistas pero, a tanta velocidad, que no me da tiempo para fotografiarlos.  Al igual que ayer por la tarde, vuelvo a ver campos con ganado: vacas, caballos y ovejas. También con molinos de viento clásicos, que parecen ser los maestros de los modernos eólicos generadores de energía eléctrica. Llego a una torre roja que supongo será un faro y está en la cima de la duna. El lugar se llama Rijkswaterstraat Toren Zanddijk y, sin desayunar, no me encuentro con ánimo para subir la escalinata invitadora.
 
Además de que, desde arriba, no voy a tener mejor perspectiva para la foto. Es probable que por estas campas por las que estoy pasando, en la primavera, se cultiven tulipanes y el paisaje tenga otro colorido más variopinto. Pero, en verano, sería un milagro que encontrara un tulipán por aquí.

Julianadorp. Restaurant ‘T TIJ.
El carril bici me va llevando a media altura de la duna y ya he entrado en el pueblo sin que me dé opciones para entrar a él. Veo un edificio de planta circular y, en la primera salida, retrocederé hacia él. Bajo del carril bici a la carretera y en el primer restaurante que veo, el ‘T. Tij, veo oferta de tarta de manzana por 2,70 €. El café con leche Verkeerd también está incluido en el precio, así que eso será lo que pago por todo. Ha habido que esperar, pero al final me ha salido bien. La tarta no es Strudel, pero está rica.
 

El chico que atiende todo, las dos barras, el bar y la terraza, es activo y va suministrando lo que le piden a la velocidad que le da el cuerpo, y no se muestra agobiado. Tampoco los clientes desesperan y aguardan hasta que les llegue el turno. Entra un chico con camiseta verde de Palos y le digo que de allí salió Colón para descubrir América. Conoce también en Donostia el barrio de Gros, donde ha surfeado en la playa de la Zurriola. Cuando pregunto al chico el nombre del restaurante, como respuesta me regala un mechero en el que pone nombre y dirección. 

Entra más gente. Yo escribo el diario. Un chico inglés se me queda mirando. Se sorprende al ver mi letra pequeña y al contarle mi viaje. Éste también conoce Hossegor y San Sebastián. Me desea buen viaje. El de Palos lee el mensaje en alemán, el camarero, en holandés y yo me entero de algo con el escrito en inglés. Les digo que lo he recogido muy cerca de Groote Keeten.  Y pienso: a lo mejor se convierten en dos nuevos “amigos encontrados en una botella”.  Como ya os he contado, eso no ocurrirá. Son las once y media cuando dejo de escribir, me despido y me voy de nuevo a la duna. He cogido agua y la voy dosificando. Quizás sea éste el año en que estoy bebiendo más agua que nunca. ¡Sin echar campanas al vuelo!

De Julianadorp a Den Helder.
El carril bici lo cojo por el mismo lugar por el que he bajado. Desde allí saco foto hacia atrás, al lugar donde he desayunado y otra hacia el Norte. Un gran campamento ocupa la mayur parte de este pueblo. Al inicio son rulots y tiendas de campaña y, más adelante, la mayor parte lo forman las casas móviles o mobilhom, como las llaman los franceses.
 

Estas fotos permiten una visión de conjunto de Julianadorp. Este nombre me resulta entrañable, ya que mi suegra se llamaba Juliana y Julen mi nieto mayor. En los próximos metros voy a tener dificultades para coger el camino correcto. Hacia el Norte el cielo presenta sólo algunos cúmulos de nubes blancas y, poco a poco, se irá convirtiendo en un celaje diáfano completamente azul. 

Llego a una desviación que no tiene numeración y no sé por dónde tirar. Cuando se lo pregunto a una señora, ella me orienta hacia la playa. Como esta mañana ya he recorrido suficiente playa, prefiero buscar otra opción. Un hombre, en el mismo lugar, me manda hacia el otro lado y, por fin, el marido de la señora, me recomienda la dirección correcta que, durante el próximo tramo, será el recorrido que me llevará al número 05. No habría hecho falta hacer tantas preguntas si ese número no hubiera desaparecido del poste donde debiera haber estado. Luego, cuando me manden hacia el nº 03, la distancia que antes de llegar a Julianadorp era de 8,5 kilómetros, ahora será de 6,2. Parece que los últimos cuatro kilómetros fuera como si no los hubiera andado.  Tiene su explicación, ya que el puerto de Den Helder, de donde salen los barcos para la isla de Texel, está en el extremo Nordeste del cabo, lo que lleva consigo que tengo que hacer toda la curva a pie, mientras que la carretera lleva más directamente. Como voy a tener viento de espalda esos más de seis kilómetros los recorreré en menos de una hora. El camino entre dunas es precioso. Cuando se me ofrecen varios, prefiero el recomendado para las bicicletas que el sendero para los peatones. La razón es simple, el de peatones es más bonito, pero da muchas más vueltas innecesarias que el carril bici evita.
 

Las dunas están cubiertas de vegetación, bien consolidadas, pero la base sobre la que se soportan es de arena finísima. Lo compruebo cuando llego a un calvero y cojo un puñado que se me desliza entre los dedos. Sorprende que la duna no sea mucho más frágil. De lejos veo una torreta que, hasta que no llegue a ella, no sabré que cumple funciones de mirador. 
 
En algún lugar se acercan, en paralelo, el carril para bicis y los senderos de arena para peatones y para caballos. No voy a dar ocasión para equivocarme si sigo el asfaltado. Aunque el sendero para peatones a veces es de gravilla, otras es de arena, una razón más para evitarlo, ya que la arena seca se hunde mucho con mis pisadas debido al peso de mis mochilas.
 

El carril que va hacia la torre-atalaya, es ascendente en todo el último tramo. No me queda otro remedio que subir. Me cruzo con algún ciclista. Salvo los vistos en la playa, por estos senderos para equinos, ya no veré ningún caballo más. Una vez que ya estoy en la cima, saco una foto con la campiña holandesa. Veo zonas cultivadas, canales que supongo serán para riego y de agua dulce, e intuyo que, a lo lejos, estará el otro dique que preservará estas tierras de la invasión del mar interior que proviene de Ámsterdam.  Estoy en el último tramo del continente, aunque llamar así a este tinglado de islas y canales sea mucho decir. Una carretera va hacia el Norte y el Sur, en paralelo a mi recorrido y otra, en perpendicular, hacia el Este. Se ven también granjas y tractores y el camping va quedando atrás. 

Llego a la explanada de la atalaya, donde veo que ha subido una pareja que disfruta con las vistas. Como me gustaría coger barco en Den Helder y pasar a comer a Texel o, en caso de tener que esperar al ferry, comer antes en el puerto de salida, y no tengo ni idea de a qué hora tendré el embarque, ni me molesto en subir al mirador para ver el paisaje. 
 

Poco después hay un acceso a las playas, pero no quiero separarme del camino que me va llevando al punto nº 05, menos ahora que sé que estoy seguro en él. Llegaré a Den Helder poco después de la una y media. Por el camino voy arreglando mi tarjeta VISA, le voy arrancando las rebabas del plástico que se va levantando y que, a veces, obstruye la ranura. Ya voy en la etapa 51 y calculo que no me quedarán muchos días para llegar a Alemania o, al menos, para acabar el camino por este verano. La VISA me va quedando bastante presentable.
 
Pronto llego a otro calvero que, como es tan vulnerable, están haciendo esfuerzos para que agarren nuevas plantas propias de las dunas, con el fin de que éstas se consoliden. Por su forma tan ordenada, se puede comprobar fácilmente dónde está centrada la acción del hombre.
 

En otros casos, no, pero aquí lo hace para construir. En el primer tramo, da la impresión de que los ramilletes plantados no van a sobrevivir, pero en el último, se ve que ya que no sólo han sobrevivido, sino que muestran una gran franja muy tupida. Así llego a un cruce de caminos que no me va a crear problema alguno, puesto que me basta con seguir hacia el Norte. 

Aunque caminar mucho tiempo sobre el asfalto es ingrato, a mí no se me recalientan las plantas de los pies, puesto que llevo sandalias abiertas y no se me recuecen como a muchos caminantes del Camino de Santiago con sus enormes botas de cuero.
 

Sigo haciendo caso omiso del sendero para peatones. Sigo encontrando pozas de arena en zonas de duna sin vegetación y acabo llegando a un lugar donde se explican las características de estas dunas: Donkere Duinen.  Ya he llegado al punto 05 y allí me indican el camino por el que llegaré al 03. A mano izquierda se reanuda el sendero para jinetes, caballos y amazonas.
 
Poco después del lugar explicativo de la duna, puedo ofrecer foto con el faro de Den Helder y que ilustra lo que vengo diciendo sobre el camino peatonal de arena y por qué prefiero el de asfalto para ciclistas.



En lontananza, empiezo a ver el faro de Den Helder, y una torre con función de panóptico cercana, por la que pasaré una vez que salga del nuevo al mar. Llego a otra zona con límites y vallas de alambre de espino, donde aparece una laguna repleta de aves. En el terreno aledaño se ven ovejas, vacas y más caballos.
 
El faro ya está algo más cercano. Pronto llego a una desviación que asciende la duna y que, probablemente llevará al mar. Procuro no acercarme para no dejar el camino que indican como peatonal, aunque esté asfaltado. Esta forma de señalización me parece confusa pues, a la figura niño acompañado de adulto, le han añadido una flecha roja sobre fondo blanco, que no sé qué puede significar. Luego me doy cuenta que la flecha disuade a los peatones porque hay un camino para caballos a la derecha.
 

El carril-bici se ha ensanchado, casi es una carretera, y la circulación de ciclistas aumenta. Ya estoy más cerca del faro y del panóptico, y algo que veía confuso, lo recibo más claro al ver una cúpula de un gran edificio que, sin poderlo asegurar, creo que es el edificio donde comeré. Aunque el camino peatonal va paralelo y muy próximo a la pista, los ciclistas no se molestan por tenerse que escorar un poco a mi paso. Después de tanto rato por el interior de la duna, consigo ver el horizonte marino hacia el Oeste.
 
De lo que me doy cuenta al salir a la costa es de que, viniendo por el interior, me he librado del fuerte viento que azota desde el mar. Menos mal que me sigue viniendo del Sudoeste y me empuja, pero en el primer tramo debo pelear contra él.

El mar también está encabritado y produce espumosas ovejitas. Es muy probable que, hasta Huisduinen,  podía haber llegado sin problemas por la orilla del mar, pero no he querido hacerlo y así me he librado un buen tramo del viento. 



En este lugar, sopla con tanta fuerza que arrastra partículas de la arena de la playa lejana, que azota mis piernas. Aquí, por tanto, nadie se baña y el dique se muestra de asfalto. Menos mal que son pocos metros, pues el círculo hacia la derecha me protege. La duna se retrae hacia el interior.
 

Cuando me pongo en marcha hacia la torre-panóptico, empujado por el viento, veo al fondo un islote de arena, sin nombre en mi mapa, pero que me sirve para saber que ya he llegado a lo más norte de Wieringermeer.



Ahora me encamino hacia el Este, en dirección a Den Helder. Hay espacio para ciclistas, peatones y coches, aunque no vea ningún vehículo. Según voy haciendo el círculo al que me obliga el camino y la costa, las posiciones de la torre y el faro se invierten. La duna ya es completamente artificial, aunque la camuflen de verde hierba. Llego al faro. Al pie del mismo, un recio banco invita a contemplar el horizonte marino y el islote arenoso pero, aunque tras la revuelta el viento ya no sopla con fuerza, no hay candidatos para la contemplación.




Continúo por el perímetro de la circunferencia. La estructura del dique sigue siendo la misma, pero lo que veo al fondo, al otro lado del entrante de mar, ya no es el islote, sino el arenal de la isla de Texel. 

Las cabrillas han disminuido en el Norte. Pronto veré los ferris que conectan Den Helder con la isla de Texel. Uno viene y otro va, es el que ha salido a la una de Den Helder, lo que me hace pensar en que el tramo de mar lo surcan muy a menudo, haciendo fluido el trasiego. 
 

Pero no quiero, por ello, dejar de andar y continúo. Luego me dirán que hay barco cada media hora, algo que ahora no lo sé. Como no tengo otra cosa que hacer, además de caminar, me entretengo a jugar y hago como que los dos ferris se van a chocar. Los fotografío cuando se acercan. Luego, uno de los ferris ya está entrando en el puerto de Den Helder.
 
Parece que tardan menos de media hora, aunque no sé si son dos los barcos o cuatro y les dan tiempo a repostar. El Dokter Viagemaker es el que está entrando por la bocana portuaria.




T. Veerhuis. Lands End.
Llegando a la bocana, veo salir al de la una y media bien cargado de personal. Llego a un hotel, donde la terraza está a tope de gente. Como estoy tantas horas al aire libre, cuando desayuno o como, me gusta estar a resguardo del sol y me gusta comer en el interior, siempre que haya la suficiente iluminación como para ver lo que escribo. Así que el Lands End, que se podría traducir como algo relacionado con el Finisterre, gallego o bretón, va a ser el sitio donde como. Nombre muy a propósito porque se acaba la tierra y empiezan las islas. El camarero me dice que me siente donde quiera y me afirma que puedo pagar con Visa.  ¡A ver cómo funciona después de mis reparaciones! Pido sopa bullabesa de pescado, que me sabe la más rica de todo el viaje, y que me la sirven con dos navajas, tres almejas y verduras. No es la sopa de pescado con “sopako” que se hace en el País Vasco, pero sí la más rica que he comido desde que salí de allí. Los franceses ponen pan tostado y una salsa que me suele resultar algo picante y suelo dejar sin comer. A ésta, le acompaña una lámina de harina de cereal, donde unto la salsa y, como me resulta empalagosa, ahí se va a quedar. Como la lámina tiene poco grosor, en cuanto la echo a la sopa se ablanda. Mis felicitaciones al cocinero, digo al camarero. La ensalada me la traen sin aliñar y le pido aceite y vinagre, que me trea en dos cuenquitos. Sobre el aceite puedo decir que tiene poco sabor, pero el vinagre es tipo el balsámico de Módena. Me ofrecían la ensalada con salmón y pido que me lo cambien por pollo laminado. El pollo parece jamón de York. Bebo una cerveza. Es algo caro, pero he comido a gusto. Pago 23,85 € y la Visa va bien. Escribo y voy por agua al servicio. Pregunto al chico que prepara las bebidas dónde se sacan los tickets para montar en el ferry y me señala la dirección con el dedo, agradezco la información, y sigo a otros hacia el puerto. Otros dos chicos me dicen que siga adelante. El barco que hace un rato he visto entrar, va a ser el que voy a coger.


Pregunto a la taquillera si se puede sacar billete para ir pasando de isla en isla y me dice que no, que allí sólo venden para Texel. Tampoco hay descuento para los jubilados. Tras pagar 2,50 € monto en el ferry.

Ferry de Den Helder a Texel.
Una vez en el barco, me siento en lugar adecuado para ver, pero me pongo a escribir y no me entero ni cuando cruzamos al que viene de la isla. Cuando me doy cuenta, ya estamos llegando a Texel.


Un hombre engancha las ruedas de la sillita de su bebé, unos de los cinchos de mi mochila y me cuesta desenmarañarlo más de la cuenta. Son las 15:15 cuando ya estamos atracando en la isla de Texel. El puerto de llegada se llama T. Horntje. He sacado una foto al montar, donde se ve mi mochilita y el diario, y otra en el trayecto, a través del cristal sucio junto a la mesa de la escritura. Es todo el recuerdo que me queda del ferry. No hablo con nadie. Esperamos abajo a que atraque el barco y nos abran los portones, y salimos como alma que lleva al diablo.



Texel. Buscando albergue.
Sé que hay un albergue, el stayokay de Den Burg, que es población de interior, algo alejada de la costa. Alejándome del puerto, saco foto a los últimos pasajeros que descienden del barco y a algunos ciclistas. Yo estaba en el piso más alto, en la cubierta. A la vez que nosotros han comenzado a salir los coches y aún siguen saliendo por el centro.
 

Mirando el mapa, hago el itinerario que me parece más lógico para ir a Den Burg, evitando el dique recto que va por la costa de ese mar interior. Es un itinerario que no viene en mi mapa, pero cuyo carril-bici va paralelo a la carretera. Indica 6 kilómetros, menos que los que haría si fuera al nº 25. De momento, me limito a seguir a los ciclistas.



Los que van delante arrastran carromato con equipaje y pedalean, él de la forma habitual, en vertical, y ella, en la parte delantera, pedalea de forma horizontal. El recorrido va a transcurrir por zona agropecuaria. Al inicio, veo una plantación de gramíneas, en avanzado estado de maduración. Creo que está próxima la fecha de la siega y el trillado, aunque no tengo ni idea de cuál será el método que utilizan por estos lares.
 

Al principio voy en la misma dirección de las bicis pero, en cuanto tengo ocasión, paso al otro lado para ver las que vienen de frente. He defecado esta mañana tras el desayuno y hace un rato, de nuevo, después de comer, así que voy de primera. Paso por una plantación de maíz, que está muy crecido. Pero en el camino, a falta de dos kilómetros para Den Burg, me da el apretón y me tengo que escorar del camino y vuelvo a cagar. 

Algunos ciclistas me ven de lejos, pero al acercarse, con los matorrales altos, apenas se me ve. Y si me ven que me vean, me da igual. No he sido yo quien ha provocado la necesidad de evacuar.  Veo unas casas de labranza, más bien sus tejados, donde se aprecian variaciones. Una de ellas tiene tejado de paja, como ya los vi en Bretaña y Normandía, y otro en  color naranja, donde se aprecian los paneles captores de energía solar. Me parece una magnífica forma de ahorro de energía.


¿Les castigarán también con impuestos para favorecer a las empresas de suministro de energía eléctrica? Llego a otra plantación que, sin tener seguridad, casi podría decir que es de ruibarbo. Al menos ese es el recuerdo que me queda de la primera plantación que vi llegando a Mont Saint Michel. 
 
Saco foto también de la llanada holandesa que va desde la carretera hasta el dique del Este. Da la impresión de que este campo ya lo han segado, aunque no sé si era hierba o trigo, u otro cereal. El cielo vuelve a ofrecer cúmulos blancos en el cielo. Llego a una zona agropecuaria, donde ya veo animales.
 

Un canal viene a morir al pie de la carretera. Aquí, los animales no tendrán problema de agua. Veo alguna oveja que come hierba, lo que me hace pensar que aquí no necesitan corta césped para tener bien rasurado el terreno.  Más adelante, sin canal de agua cercano, encuentro un rebaño de ovejas. Unas son blancas y otras son negras.
 
Será difícil adivinar cuál es la oveja negra de la familia. Intento llamar a mi hija Vera, pero me da señal de comunicando. Llego a una señal confusa. Indican el stayokay en la siguiente desviación a la derecha. Pero cuando llego al punto, no hay indicador alguno.
 

A los coches les indican el vvv siguiendo la carretera y no sé qué hacer. Pero no me arriesgo y sigo la carretera y en la siguiente granja entro a preguntar a dos hombres que tienen un perro y hablan. Me dicen que la primera dirección que he dejado atrás es la correcta y es la que me llevará al albergue. Me dicen que, si desde allí no veo el stayokay, es porque me lo tapan los árboles. A 200 metros aparece la desviación y entro en un recinto donde veo construcciones curiosas, que luego fotografiaré. También el Stayokay de Dem Burg, que es el que más me interesa. 
 
En el edificio hay una gran pancarta de bienvenida y en recepción me dicen que está completo. Lo han tomado las fuerzas de ocupación del Viet-kong. No sé si la noticia me produce tristeza o alegría, pues si duermo en la playa me voy a ahorrar más de treinta euros. Llaman a un hotel y les dicen que también está completo.
 

Les digo que voy a la oficina de información para ver si me ofrecen algo barato.  Ya son más de las cinco y, según me dicen, los sábados cierran a las cuatro. Así que cuando llego ya estará cerrado.





Tras sacar primero la foto de la puerta principal con la pancarta de bienvenida a los vietnamitas, saco otra con el edificio acristalado donde está el comedor.
 

Sin salir del recinto, fotografío dos edificios curiosos. Me gustan aunque no sé qué tipo de servicio cumplen. Al saber la ocupación vietnamita, me entretengo con pensar en la guerra de Indochina, cuando los atacantes eran los franceses, en la guerra de Vietnam, cuando las fuerzas de ocupación eran norteamericanas.
 
Me acuerdo de los jemers rojos y del Viet-Kong, aunque a donde debo continuar es a De Koog.  Paso por un campo de fútbol, donde los futbolistas son los jóvenes vietnamitas. Casi meten un gol en mis propias narices.




 

El balón viene derecho a portería, pero el portero está atento y lo para. Sin salir del parque, paso por un canal con vegetación florida. 
 
También hay una laguna con patos, fochas y gaviotas. El lugar con arriates floridos y hierba bien recortada está hecho con mucho gusto, para solaz de los habitantes. Efectivamente, cuando llego a la oficina de Turismo (vvv), está cerrada.

 
De Den Burg a De Koog.
En vista del éxito, me oriento hacia De Koog, que es el lugar más importante de la playa, aunque menos que Den Burg que se podría considerar como la capital de Texel. 


De nuevo lo voy a tener fácil para llegar, pues basta con seguir el carril bici paralelo a la carretera, otros seis kilómetros. Voy frontal a ellas, aunque algunas circulan al revés. Cuando llego a la rotonda, encuentro un grupo de ciclistas. También son vietnamitas.

Llego a un prado donde, arrancando la hierba con sus lenguas prensoras, un grupo de vacas están pastando. Todas comen menos la más próxima que está pendiente del caminante.




Así como la que he visto al llegar a Texel, sólo he visto de una casa la parte del tejado y mal, ahora puedo fotografiar en mejores condiciones otra casa holandesa con tejado de paja. ¿Utilizarán el borró que usan como paja en las barracas del Delta del Ebro? Es así como llego a De Koog, a las seis y media.

De Koog.
En esta tarde veraniega, esta es una localidad de vacaciones con muchas tiendas de suvenires.  Saco foto de una de las calles de esta ciudad, que es una muestra de cómo es toda ella.

Todo muy limpio, con terrazas y mucho paseante ávido de compras. Al fondo de la calle se ve la torre de una iglesia, y hacia allí me encamino.






Cuando llego, compruebo que la iglesia es pequeña, casi una capilla, acorde con el tamaño del pueblo.  Con el sol a sus espaldas, me parece divina. Como está cerrada, no puedo asomarme para verla por dentro. Una lástima.

De Taverne.
En el Bistró De Taverne, leo en la carta risotto y me apetece. La camarera que me atiende pone empeño en que diga algunas palabras en holandés, por ejemplo “no”, pero por mi dureza auditiva no logra sus propósitos. La sopa de cebolla está muy rica, pero el risotto no tanto. Para estar mejor le sobra queso. Me lo como todo gracias a las espinacas y las nueces. Lo acompaña un panecillo de pipas de calabaza, y añado una cerveza y pago con Visa,  19,80 €. Le hablo al dueño de mi viaje en el momento de pagar. Me marcho hacia la playa, sin entrar en el retrete ni coger agua. Pienso que con la que llevo será suficiente para pasar la noche y arrancar mañana hasta la hora del desayuno. Son las 19:40 cuando salgo de la taberna. El nombre De Koog me invita a castellanizarlo en De Koojones. 

Por la playa hacia el Norte de Texel.
Por un espacio adoquinado y una acera de asfalto que imita adoquines, me voy acercando hacia la playa. Puesto que estamos en zona de dunas, el camino va siendo también ondulado.
 

Es a lo que obliga el terreno de base. Desde la cima de la duna saco foto hacia atrás y así se puede ver cómo está organizado el camping, que admite tiendas de campaña y autocaravanas. También el aparcamiento de coches. Es así como llego a la playa y me acerco a la orilla.
 

Esta mañana no me he bañado, tras la dormida y la lluvia, no me apetecía, y ahora tampoco voy a hacerlo por el viento que sopla y a pesar de que paso por playa nudista.  Bajo la duna hay una hilera de casetas y la marea está bajando. Está el baño tan poco apetecible que, en la playa nudista, sólo veo a una mujer mayor dirigirse al agua.
 

Cuando llego a ese punto, ella sale y le espera otra mujer para abrazarle con la toalla. Mientras se saca le digo “wooman hard” y “strong wooman”. Parece que me entiende y asiente con una ligera inclinación de cabeza. Poco después veo cuatro vuelvepiedras en la orilla, que toman el vuelo cuando paso a su lado. Más delante, veo que baja de la duna un perro, que se dirige hacia mí. Creo que puede estar su amo en la duna desnudo, pero no lo veo ni me acerco a comprobarlo. Pero el perro cambia de dirección y se dirige hacia las gaviotas que, sin ser tantas como en las islas Berlengas, aquí también proliferan, de todo tipo, grandes, reidoras, pollos…. ¿Irá a jugar con ellas? Es entonces cuando me doy cuenta de que, lo que creía que era un perro, resulta ser una hermosa liebre. Se va corriendo hacia el Sur por el pie de la duna. En su huida, no pierde oportunidad de intentar zamparse una gaviota. Cuando he iniciado el paseo por la playa donde pienso dormir, no tenía intención de alejarme mucho pero, visto el mapa, creo que me conviene acercarme lo más que pueda al puerto de embarque de mañana que se llama de Kocsdorp. La playa tiene casetas y, al pasar por la última, siempre hay alguien que se tiene que significar y mostrar que es diferente al resto, veo que tiene un pequeño voladizo, propicio para que pueda dormir delante y protegido de la lluvia, en el caso de que ésta me sorprendiera. Mas no está contra el viento.

Además el cielo está de un azul diáfano que no hace predecir aguaceros.  Si no encuentro nada mejor, regresaré. Al final de las casetas, una familia juega a petanca. Ni se entera de mis intenciones. Me da pena no darme un baño, pero como el viento no me anima, me entretengo viendo a las gaviotas que parecen aprendizas de surf sin tabla.

Playa hacia De Slufter.
Las últimas casetas y la dirección del viento me van animando a continuar. Tampoco me animo a ir detrás de la duna pues, aunque tiene valla, el viento ha hecho remontar la arena y se puede pasar por encima del alambre sin hacer ningún esfuerzo. Continúo. Son las nueve y decido que esta noche no va a llover.
 

Ni la duna, ni un bunker  que encuentro, me quitan el viento. El bunker, enterrado como está, no tiene ni un metro de altura. Siguiendo por un pasillo del bunker asciendo hacia la duna y, entre vegetación,  encuentro el lugar deseado y ahí me acomodo para dormir.
 
Antes he sacado dos fotos de las dunas, que van a ser las últimas que sacaré hoy. Desde el otro lado ya no veré ni la puesta del sol. Para cuando llegue ese momento ya estoy metido dentro del saco, desde no veo ni el horizonte. Lo peor es que el saco está más húmedo de lo que me ha parecido esta mañana y el albergue lo necesitaba porque llevo varios días sin lavar camiseta y calzoncillo. Intento llamar a mi amigo Martín, pero no tengo cobertura. He construido mi cama con un añadido de arena insuficiente pero, ni eso, ni la humedad del saco, ni el rocío mañanero, van a impedir que duerma relativamente bien. Me levanto dos veces a orinar. En la primera veo la Osa Mayor. En la segunda, el carro descansa sobre la superficie herbácea.

Balance del día de mi llegada a la isla de Texel.
Avanzo. Un día con poco para destacar. Lo más importante es haber llegado a la primera isla, que me abre las puertas hacia las Frisias, que continuarán por el norte de Holanda, Alemania y llegarán hasta el sur de Dinamarca. Con buen tiempo, voy a disfrutar de unos últimos días con baños preciosos.