Etapa 49 (406) 01 de agosto de 2013, jueves.
Santpoort Zuid-(tren)-Zandvoort-IJmuiden-Velse Zuid-Velse Noord-Beverwijk-Wijk aan Zee-Heemskerk.
Amanecer y desayuno.
Hacia las dos de la madrugada, me he levantado una sola vez para orinar. No me despierto hasta las seis, pero aguanto hasta la media. Me levanto, me visto y me voy de la habitación. Escribo el diario en la sala de la televisión. A las 7:30 dejo de escribir y voy a desayunar. Hay café y agua para infusiones calientes y, aunque pido leche caliente, no me la calientan. Se ve que no hay voluntad de agradar al cliente. Busco sal para ponerle una pizca al huevo duro. Hago un bocadillo de embutido y lo empujo con dos vasos de zumo de manzana. Cojo dos panecillos y los embadurno de mantequilla y mermelada. Tomo un yogur y dos capuchinos. Salgo bien repleto y es ahora cuando defeco. En el momento de entrar en la habitación, sale Elise y es el momento apropiado para despedirnos. –¡Que conserves la risa!, –le digo. Y se va a desayunar.
Deshago mi cama, recojo mis mochilas y voy a recepción a devolver la llave. La recepcionista me dice que la debo dejar en el cestón metálico y me devuelve la llave-tarjeta. Cojo el hatillo y lo echo al cestón. La veterana sigue dormida y, por primera vez, he dormido en un albergue en la misma habitación con dos mujeres. Elise me ha dicho qué dirección debo coger para ir a la estación de tren. Al salir fotografío el edificio gris de dos plantas del stayokay y paso el puente. Desde el otro lado del canal, lo vuelvo a fotografiar, pero sólo la parte blanca del edificio.
Paseo urbano hasta la estación de Santpoort-Zuid.
Paso por debajo de la carretera, por el paso subterráneo y enseguida oigo ruido de barreras de tren. Antes de llegar, un señor me confirma el lugar donde se encuentra la estación del ferrocarril. Como no hay nadie a quien pueda preguntar, ni taquillero ni empleados, me decido a vérmelas, en vivo y en directo, con la propia máquina. ¡A ver si es más inteligente que yo! Intento entenderme en neerlandés, pero acabo recurriendo al inglés, en cuyo idioma leo “single”, que interpreto como sólo ida. Me pide 1,70 €, un precio razonable para ir de Santpoort-Zuid a Zandvoort. Como no lo tengo, la razón para retroceder es la de conseguir mapa allí. Pero me va a costar conseguirlo. De haberlo tenido, ni se me hubiera ocurrido volver allí. Se ve que hoy también voy a poner empeño en repetir el camino dos veces. Bueno, ayer fueron tres.
Santpoort Zuid-Haarlem en tren.
He echado el número de monedas exacto y obtenido el billete. Una mujer sentada lee un iboock. Deja de leer para hablar conmigo y lo que me dice me va a servir de mucha ayuda. Me dice que debo bajar en Haarlem. Debemos esperar 12 minutos, mientras pasa un tren de largo y uno de mercancías. Llega el nuestro y nos sentamos en el piso superior. Un periódico informa poco para lo poco que entiendo. Habla de Koeman, que ahora entrena a algún otro equipo de futbol y un artículo sobre gais. No menciona nada de la manifestación artística de Lisse, de la que le he estado contando algo a la señora en la estación. Ella va a Amsterdam y le digo que siento mucho no poder ver los cuadros de Van Gogh. Llegando a Haarlem y estando todavía en el tren, me dice la señora que el tren para Zandvoort lo tengo a las 9:38 y casi ni me despido de ella, pues pensaba que ella también tenía que bajar allí. Me he despedido rápido, pero me doy cuenta que tengo mucho margen hasta que llegue la hora anunciada, freno y voy con parsimonia.
Haarlem-Zandvoort (Segundo tramo en tren).
Voy tranquilo hacia la vía 8 anunciada. El pasillo se acaba en el andén 6 y para ir a la vía 8, no tengo otra que coger un ascensor. Pero cuando llego al andén de la vía 8 veo estacionado un tren dirección Zandvoort con hora de salida a las 9:08. Lo cojo y, nada más subir, arranca. He ganado media hora. Voy viendo el paisaje, aunque parecía que un hombre se quería enrollar y hacerme alguna pregunta.
Pero se baja en una estación intermedia y el intercambio no tiene lugar. Enseguida llego a Zandvoort y la torre me va a servir como orientación para llegar a la costa. Saco una foto del tren que me ha traído y, cuando salgo, también otra de la estación. Habré tardado unos doce minutos en hacer el último recorrido de tren.
De nuevo en Zandvoort.
Ayer lo que me urgía era el mapa y apenas me fijé en la ciudad.
Hoy también lo quiero conseguir, pero tengo más tiempo y me voy a dirigir al faro que, es tan alto, que me sirve de guía. Aunque realmente no sabré si funciona como faro, puesto que no veo su linterna en lo la cima. Tiene la ventaja de que, al ser tan alto, se ve de cualquier lugar de la ciudad. Resulta un buen guía. La torre me va a llevar hasta el paseo marítimo. Nada más salir de la estación, ya lo veo.
Casino, torre, circo y vvv.
Primero paso por el casino, Holland Casino, que se ofrece en un edificio bajo, de una planta. Ya estoy en el paseo marítimo y llego a la torre, que me sigue sin aclarar si es faro o no.
Aunque no tenga linterna, cabe la posibilidad de que los haces luminosos salgan de cada una de las tres ventanas que hay en cada una de las caras de su fachada poliédrica.
A continuación paso por un circo que tiene el aspecto exterior que cualquier otro de lona, pero que está construido con estructura de inmueble. Es así como llego al vvv, la oficina de información.
Está abierta, pero no tienen el mapa que necesito, ni nada que lo pueda sustituir. Me dicen que lo podré encontrar en IJmuiden, donde me encontraré con el canal que va y viene de Amsterdam. Cada vez se me va haciendo más evidente la inutilidad de haber retrocedido a Zandvoort. Ayer, haciéndome el remolón para llegar aquí, luego echándome para ir a Haarlem y haber tenido que ascender hacia el norte por esa tan larga ciudad, que se me hizo eterna y, ahora, me empujan de nuevo al norte para llegar a un IJmuiden, que esta mañana tenía a dos pasos, desde el albergue.
Como dice el dicho: “Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amigo que me digas, ¿son de alguna utilidad?” Para que no me pierda sin mapa, me informan de cómo llegar al número 01 del otro lado del canal principal. Pero les digo que no lo necesito, porque voy a ir primero por la playa y trataré de llegar por ella hasta IJmuiden. El sol ya se ha cargado las nubes matutinas y, en poco rato, ya estoy en el paseo marítimo y la playa.
Paseo marítimo y playa hacia IJmuiden.
Desde el paseo marítimo veo las olitas constantes que rompen en la playa, que está animada de bañistas, aunque son más los que pasean que los que se bañan. Primero voy por el paseo marítimo y casi llego al final, pero antes de hacerlo, bajaré a la arena. Muchos chiringuitos y banderolas y en la arena, van diferenciándose las hamacas, las sombrillas y los paravientos semicirculares por colores.
Así los facilitan a sus clientes y también a los que cobran el ticket. Voy viendo esa distribución desde la primera foto que saco al llegar. En la segunda, lo que destaca es un edificio alto e impersonal que, al verlo, me recuerda al serrucho de algún tiburón sierra varado en la costa. Es feo de narices y, para que todo el mundo lo vea, lo han puesto en primera línea de playa.
Durante un rato irá el paseo por encima del dique que, ahora es una duna vegetal. Pasará un buen rato hasta que la playa de Zandvoort finalice y llegue al club náutico. Pero todavía, por mucho tiempo, seguirá siendo una playa con profusión de cabinas, cada vez más sofisticadas. Al final no sabes si son cabinas de día o si también las emplean para pernoctar. A partir del Club Nautique, ya bajo a la orilla, por donde iré descalzo. Son las diez de la mañana.
Larga e inacabable playa con nudismo.
Está subiendo la marea, pero todavía hay mucho margen. Intuyo que, a lo lejos, es fácil que encuentre una playa nudista, aunque se ven muchos humos y muchas torres para la obtención de energía eólica.
Por la zona de arena húmeda hay varias rodadas de vehículos que la subida de la marea irá haciendo desaparecer pero, que a mi paso, se muestran muy nítidas. La bruma del fondo no permite ver en la lejanía, y la salida del canal proveniente de Ámsterdam no tiene altura y no me va a facilitar el dato de mi acercamiento que, por otro lado, no me conviene, puesto que me obligaría a retroceder en ángulo, pudiéndolo hacer en diagonal.
Las siguientes cabinas, ya no disponen de infraestructura aledaña de hamacas y paravientos. También ofrecen menos gente. Se ve que me estoy acercando a zona menos habitada. En la orilla, flotando en el agua, encuentro una gran medusa de largos filamentos, aunque no tanto como la carabela portuguesa.
Continuando camino, encuentro atravesada a la rodada una lancha neumática abandonada. Parece que, el que la haya dejado, no ha pensado que pueda pasar otro vehículo a motor y se la espachurre. Llegando a Bloemendaal aan Zee, un deportista va corriendo por la orilla.
Se entrena. El día es caluroso, pero la brisa que corre por la orilla lo hace idóneo para correr. Aquí vuelvo a ver gente en zona de playa familiar. Un contenedor, al fondo, junto a la duna-dique y detrás de ella asoma un edificio de techumbre negruzca que me indica que todavía estoy en zona civilizada.
Parque Natural Zuid Kennemerland.
Me encuentro con una pareja que, al verme con la mochila por la orilla, me pregunta y yo le resumo mi viaje. Él me despide con un “free man”. Llego a una zona en que el cartel parece indicar que está reservada para deportes de viento pero, como hoy hay calma chicha, se ve vacía de usuarios de estos deportes.
Por fin veo a un chico desnudo que está con dos perros, también sin bañador. Se ha situado antes de que aparezca el letrero indicador. Sigo adelante y, ya en zona adecuada pero sin llegar al cartel de nudismo, me desnudo cerca de un matrimonio mayor que me da pie a conversar. Cuando voy desnudo hacia el agua, le repito lo que el anterior me ha dicho: “free man” y me alejo hacia la orilla. Me doy un baño y me seco paseando por la arena. Me tumbo al otro lado de mi mochila, mientras el matrimonio come. Pensaba que los vejetes también se iban a desnudar, pero sólo han ido a la playa para comer. El chico de los perros se da un baño y se marcha. También se va el matrimonio, así que me quedo solo, el único desnudo fuera de la zona indicada. Hay demasiado perro en esta playa y alguno se acerca para olisquear mi mochila que ya va acumulando más de cincuenta días de sudor, y que debe ofrecer una fragancia especial, muy atractiva para los canes.
En vista de que los perros se acercan, me molestan y sus dueñas a penas se inmutan, sin vestirme, cojo las mochilas y me voy hacia el extremo opuesto. Allí completo la hora y media de estancia playera. Me he dado cuatro baños, paseado y tumbado al sol. Cuando arranco, saco foto hacia Zandvoort, todavía visible por el Sur, y otra hacia el Norte, donde ya se empieza a intuir IJmuiden.
Casi una hora más tarde ya veo un gran barco en la bocana del canal. Llego a una zona de playa con niños que juegan en la orilla y fotografío. Están haciendo una balsa de arena a la que en un rato llegará el mar en su periplo hacia la pleamar. Suele ser lo más divertido.
Cuando ves que el mar destruye todo lo construido por el humano. Arrastrado por un tractor, circula hacia el sur un chiringuito rodante, en busca de nueva clientela. El gebakk que leo, me hace pensar en la típica comida turca. Pero a lo mejor me equivoco.
IJmuiden. Paviljoen Noord-Zee.
Empiezo a ver unos edificios cilíndricos, uno de ellos torcido, quizás esté construido así adrede, y que me hacen pensar en que debo abandonar la orilla y meterme hacia el interior, antes de llegar al canal. No entiendo cómo la gente se protege del viento en los parapetos vegetales de la duna, cuando lo único que hace soportable el caluroso día es la brisa que viene por la orilla. Hay gustos para todos. Antes de la una, ya he salido de la playa y entro en IJmuiden. Pero no lo tengo muy claro donde estoy, hasta que leo el nombre en la factura del lugar en donde como. Los socorristas están en la duna, fuera de la playa. No creo que nadie se ahogue en la arena. Creo que debieran estar más cerca de la orilla. Busco para comer y veo lugares que no me ofrecen garantía. Pero leo menú en el restaurante del Pabellón Mar del Norte y entro. Elijo tagliaterre con gambas, como una variación de los espagueti boloñesa que suelo preferir. La pasta va con salsa carbonara, que me empalaga, pero tengo hambre y me lo como sin rechistar. Con los adornos, hago una banderilla de pepino, tomate y cilantro, a la que exprimo unas gotas de limón. Bebo una cerveza Jupiler de 25 cl. Y pago con Visa 17,30 €. Escribo hasta las 15:20 y salgo para buscar la oficina de información.
Vvv y mapa en anwb.
Un cliente del restaurante me dice que en IJmuiden no hay vvv. Parece que la dueña lo confirma, pero se mete en la cocina para ver si tiene algún mapa. Pienso que lo busca para dármelo, pero la mujer tarda. La camarera alta me dice que en la puerta tengo un mapa de Holanda. Lo miro, y compruebo que falta la parte del sur, pero eso ahora no me importa. Veo la península de arriba que es como un triángulo con base Haarlem-Ámsterdam, que en su vértice norte, enlaza con una hermosa isla y que, a partir de allí van saliendo otras islas menores que se van escorando hacia Alemania y son las que me interesan. De momento, lo que debo hacer es seguir la costa del Mar del Norte, que parece ofrecer muchísimas playas y no ofrece mucha dificultad. Pero prefiero hacerlo con mapa, que me da más seguridad. Compruebo que el siguiente stayokay no me interesa, pues está demasiado cercano, el día es caluroso y hoy trataré de dormir en la playa. Veremos. Evitaré alguno de los siguientes albergues, pues cada día que pasa van siendo más caros. Finalmente, la señora sale con dos mapas. Uno es de Alemania. Será para otro año. Y con el otro, no me aclaro. Creo que no es de la costa. Consigo que me diga algo interesante. Allí no hay vvv. Pero sí en el burgo. Me lo podía haber dicho desde el principio. Le digo que la pasta que he comido estaba muy rica y me despido con un cariñoso apretón de manos.
Me voy cingando, para que no me cierren la oficina de turismo. Como voy por detrás de la duna, el siguiente tramo de carretera es muy caluroso. Sudo la gota gorda. Fotografío una iglesia cuya torre parece un cohete espacial, pero el balconcillo alto me hace pensar en un minarete, de donde deduzco que sea una mezquita árabe. ¿Vendría de aquí el remolque del Kebbab que he visto en la playa? El resto del camino, por el interior, no le va a la zaga en caluroso. Veo un indicador de vvv. Pero sólo ofrece un mapa para mirar en la carretera. Una chica, una vez que lo he pasado, me remite a él. Menos mal que lo había visto pues, si no, me habría hecho retroceder en vano. Me dice que la oficina está muy lejos. Pero, como me indica la dirección, hacia él me dirijo. Efectivamente, el puesto de información está muy lejos, pero alguien me lo relaciona con la biblioteca. Es un dato más y no es baladí saberlo. Con esta referencia me resultará más fácil llegar. Llegando, una mujer con muletas me acompaña. No veo ninguna señal, ninguna “i” de información, ni las tres “v” de rigor, ni siquiera a la entrada de la biblioteca. Y dentro, lo único que encuentro es un simple ordenador. Pregunto, y me remiten al piso de arriba. Nadie en el mostrador. Entro en una oficina. Una chica sale conmigo, en el momento en que aparecen dos empleadas. La de más edad acaba entendiendo lo que deseo, pero ellos no tienen mapa alguno, pero saben dónde lo puedo conseguir. Me dice que vaya a anwb, que debe ser una librería. Como no le entiendo dónde está, aunque además de mapas, vende sandalias parecidas a las que llevo yo, dice a dios a su compañera y me acompaña, así se airea un poco. Una vez en anwb, me deja con la empleada quien, el primer mapa que coge es el que yo necesito. Agradezco a la bibliotecaria informadora y se va. Está la última península de Holanda, hacia el Norte, y las islas. Justo lo que viene a continuación, incluido mi recorrido de ayer por la tarde y el de hoy. Si completo Holanda, me bastará con el tramo final hasta Alemania, una minucia. Pago con Visa 5,95 € y ya no me queda otra cosa que seguir adelante. La vendedora sale a la calle conmigo y me pone en dirección al transbordador que, además, me dice es gratuito.
De Velsen-Zuid a Velsen-Noord.
Aunque el primer tramo, del 02 al 01, lo podía haber hecho con el mapa anterior, con este podré saber dónde estoy cuando llegue al lugar de la dormida. En poco rato llego al embarcadero y tendré que esperar. Antes que entrar, debemos dejar salir. Peatones y ciclistas, que son mayoría, somos los primeros. También alguna persona con minusvalía en vehículo motorizado.
El transbordador parte de Velsen-Zuid en dirección a Velsen-Noord. No tarda nada en salir. La cartola delantera levantada, impide que nos caigamos al agua salada. No puede ser dulce, pues el canal va del Mar del Norte, al mar interior de Ámsterdam. Todavía estoy a tiempo de cambiar de planes e ir a la capital.
Cuando estamos en medio del canal, saco una foto hacia la capital holandesa, aunque lo único que se ve de ella es su cielo. Tardaré dos años en conocerla, pues el próximo recorreré la isla de Cerdeña.
También otra foto hacia la bocana que, con estructura de puerto, hace que no se vislumbre ni el mar. Esta última me sirve para que veáis cómo viajan los ciclistas, preparados al abordaje de las tierras del Norte.
Ya casi estamos en Velsen-Noord y veo el espacio destinado para el atraque. Se trata de atracadores gemelos, uno para los que van y otro para los que vienen y que ninguno tengamos mucho que esperar. Lo tienen muy bien organizado.
De Beverwijk a Wijk aan Zee.
Cuando bajamos, ya veo que estamos en Beverwijk, cuyo nombre me hace recordar a Beverly Hill, que se junta con Heemskerk, donde hay otro albergue pero, como he dicho, hoy hace buena tarde y ahorraré durmiendo en la playa. Este stayokay me lo saltaré.
Los indicadores de carretera y los de ciclismo, me van orientando ya hacia Wijk aan Zee. Pero se me hace largo. En el camino me encuentro con una manada de ocas o gansos, cuya diferencia no sé distinguir. No me acerco mucho a ellos, ya que suelen tener mala leche y no quiero morir acribillado a picotazos. Están junto a un canal que, como es arenoso, por estar en zona de dunas, se ve que lo utilizan como lugar de baño y embarcadero. Un puente de madera da un aire bucólico al lugar. Frente a una casa, me sorprende ver una talla en madera, que me recuerda a un tótem de los mayas o de los aztecas. Me viene a la mente el nombre de Moctezuma y propone una imagen colorista atípica para este lugar. Pero tiene su gracia, con su cúspide alada, como si fuera una serpiente emplumada. ¿Habrá por aquí algún hispano-americano?
Wijk aan Zee.
Con la ciudad de Wijk aan Zee delante, encuentro un prado que me obliga a rodear y me despista. No sé hacia qué lado está la salida al mar. Parece que quiero que pase el tiempo sin llegar a él.
En este prado, pastan vacas y aparcan coches con muchos caballos, pero de los que no relinchan. Lo primero que veo al llegar al pueblo, es la iglesia. Tiene una torre campanario bastante tosca y un pincho puntiagudo, que parece la cúspide de una capilla menor.
La tarde ya se está echando encima. En una plaza hay una fuente, donde hay unos niños que, subidos a ella, se refrescan de la calorina del día. Supongo que en este lugar, protegido del viento por las casas y la duna, hoy habrá hecho muchísimo calor.
Yo también tengo sed y entro en un bar, el Klein Zwitserland, donde bebo una cerveza negra Lentebock, que me cuesta 3,50 € y que saboreo, aunque yo soy más amigo de rubias que de morenas. Me ofrecían una Gerardus y ahora me entra la duda de cuál de las dos he bebido. Este lugar me evoca Suiza y me acuerdo de la conversación de ayer noche con Elise. Me entretengo mirando las botellas de licor que hay en la repisa alta, donde veo bebidas conocidas que ya creía que no se fabricaban, como el dulcísimo Licor 43, también Benedictine y Frangélico.
No catadas por mí y menos conocidas otras: Hennessy, y Tía María. Se ve que por aquí predomina lo dulce sobre lo seco. Cuando pago con un billete de 20, la chica se quedaba con 10 y le reclamo. No tenía dudas y me da el billete sin rechistar. Salgo del bar suizo y doy vueltas y más vueltas sin ver cómo salir a la costa. Paso por otra iglesia con muy alto campanario y vuelvo a la plaza de la fuente.
Ahora las que se suben a la fuente de los chorros ya no son tan jovencitas como las que he visto al llegar. Me gusta este atrevimiento de los adultos como respuesta al calor de la jornada. Refrescarse gratis es muy saludable. Por fin veo la salida a la playa, ascendiendo la duna consolidada y, sin alejarme mucho, busco lugar para la cena. Entro en un restaurante donde una mujer, que me parece hindú, no me entiende. Le pido steak tartare y me dice que es un aperitivo.
Grand Café Buffel.
Hubiera pedido un filete de Búfalo, pues ese parece ser el significado de la palabra de su nombre, pero acabo comiendo de nuevo tagliaterre con Gorgonzola que está mucho más empalagoso que el de mediodía. Y eso que lleva algo de verdura. Es el segundo plato de pasta de hoy y acabo dejando la mitad, que guardo en el tuperware para desayunar mañana, aunque frío, seguro que me entra mejor que ahora. Con la cerveza, pago con Visa 17,75 €. Escribo hasta las ocho, y me voy a la playa por el camino que ya conozco. Un cliente, que ha oído algo de mi viaje, me pregunta.
Luego se acerca su mujer y le doy mi versión de “free man”, que comparte. Salgo del restaurante, subo la cuesta y salgo a la playa.
Playa hacia Leensheuterwei.
Al llegar a lo alto del montículo asfaltado que supera la duna, veo a los que van saliendo de la playa, han disfrutado de un buen día, pero siguen llegando bañistas de última hora. Por fin veo el horizonte marino.
Voy caminando por los bloques de cemento más próximos a los chiringuitos. Todavía hay playeros que están en las mesas exteriores, apurando los últimos rayos de sol.
También hay gente tras las cristaleras protectoras de la brisa marina, quizás algunos ya estén cenando o en la sobremesa de la cena. Sigo caminando. La misma tónica en los siguientes chiringuitos.
Cuando llego a la zona de casetas. Allí ocurre lo propio con las familias. Algunas casetas son grandes y unos optan por seguir al sol sobre las plataformas delanteras y otros, lo hacen dentro, a la sombra. El pasar tan próximo a ellos, me permite ver las variadas distribuciones, más o menos profundas, de su interior, algo que no puedo comprobar cuando camino por la orilla, que es la mayoría de las veces.
Algunos espacios parecen salas de estar montadas con todo lujo. Tienen hasta sofá. También con gran almacén donde guardan útiles playeros, colchonetas y piraguas. También veo alguna cocina moderna. Quizá mejor que la que tienen en su casa. Me parece que alguna tiene puerta al fondo que comunica con otra caseta trasera. ¿Tendrán allí habitación? Otros, disponen también del espacio del otro lado del camino de cemento, como estos niños que saltan en su cama elástica, elevándose por encima del horizonte marino.
¡Estos niños son incansables! ¡A saber cuántas horas llevarán saltando! Me canso de ir por el asfalto, y me acerco a la orilla. El mar se ha ido retirando después de la pleamar y ya está en horas bajas. Se camina bien por esta arena dura. Se ha formado un charco intermedio, que me aleja más de las casetas.
Casetas que no acaban nunca. La duna es bastante regular, con pequeñas montañas, y ofrece caminos de arena para superarla. Por fin acaban las casetas y llego a una zona a pie de duna en la que hay espacios delimitados por separadores vegetales.
Veo algún nudista que se resiste a abandonar la playa. Una máquina criba en la zona de arena seca.
Un vistazo hacia atrás y, junto a postes con aspas para la obtención de energía eólica, en el zona industrial del canal de Ámsterdam, veo algún barco en la bocana del mismo.
En zona en que la duna es más vulnerable, más pelada de vegetación, donde hay postes que prohíben el paso por ella, coincido con tres jinetes montados en sus rocines, a los que acompaña un pony descabalgado. Ofrecen una bonita estampa.
Llego a otra zona de casetas. Éstas son más inestables que las anteriores. Se ve que hay veces que la marea alta llega hasta ellas y están más deterioradas. También hay un chiringuito en la zona central. Es muy probable que esta zona pertenezca a Heemskerk, el lugar donde se encuentra el albergue y a donde no pienso ir.
¡Así caigan chuzos de canto! Lo que más me gusta de este paseo por la playa es que, aunque ya dispongo del mapa adecuado, no tengo que andar buscando números que enlazan con otros números, como ocurre cuando camino por el interior. Así es como llego a otra zona nudista. Son neerlandeses. Él ha hecho este castillo de almenas puntiagudas, como los que a mí me gusta hacer cuando estoy en la playa con mis nietos. Ensayé mucho con mis hijas. Otra pareja se viste y se va. Los que me han preguntado por la hora de la bajamar, continúan desnudos esperando el ocaso. Les he enseñado el horario de mareas que me dieron a mi paso por Saint Malo, pero nada tiene que ver aquellas mareas con lo que aquí ocurre. Bueno, algo que ver tendrá, puesto que no tiene por qué haber tanta diferencia entre el Atlántico y este Mar del Norte, que forma parte del mismo océano.
Cama y ocaso.
He preparado mi cama en zona protegida, por si llega hasta aquí, que no creo, la máquina cribadora que he visto hace un rato. Los dos postes del cartel, que explica el significado de las distintas banderas, me defienden de cualquier ataque motorizado.
Hoy el ocaso no va a ser nítido, ya que se ve al sol entre las nubes que están sobre el horizonte. Saco la penúltima foto del día, con mi cama, un poste delimitador, el castillete de arena húmeda hecho a goterones semilíquidos, semisólidos, la pareja nudista y el sol rozando el horizonte. En la última, el único protagonista es ya el sol con el mar que le acoge. ¡Que mañana salga otro buen día como el de hoy! Mirando al sol, no me he dado cuenta de que en la duna hay un árbol seco. El único que he visto en todo el recorrido. Cuando el sol desaparece, la pareja se acerca a la orilla, creo que con intención de bañarse, pero no lo hacen. Parece que hay algo más que les preocupa. Yo me desnudo y me doy un baño.
Va a ser mi baño más tardío de todo el verano de 2013. La temperatura se presta y andaré desnudo y así me meteré en el saco de dormir. Se acerca de nuevo el holandés a vueltas con la pleamar. Yo creo que aún está bajando, así que creo que la pleamar será muy tarde. El interés por el tema viene derivado del castillo, pues se quiere quedar hasta ver cómo se lo llevan las olas. Se lo desaconsejo, salvo que quiera dormir en la playa y no le veo que haya traído saco. Tendrá que venir mañana y verlo derruido. Le pregunto si quiere filmar el proceso de destrucción, y me dice que no es de los que creen que si no filmas algo es como si eso no existiera. Dice que le basta con ver cómo el mar se lleva algo que él ha construido por divertimento. El sol, en el último momento nos ha creado la expectativa de que podríamos hasta ver el rayo verde, pero para ello es necesaria mayor nitidez, menos nubes.
Les cuento lo de Julio Verne. Les digo que desde que salí de España, he caminado 115 días para llegar aquí. Son nudistas convencidos. Nos despedimos y me desean feliz llegada a Alemania. Se visten y se van, cuando ya me estoy metiendo en mi cama. A pesar de que la apariencia del cielo es buena y no amenaza noche de lluvia, meto bajo mi almohada la capa impermeable y dejo fuera el paraguas. Hadewijck me aseguró que en dos días tendría buen tiempo. Estoy solo en la playa, recostado sobre mi mochila, los últimos paseantes de orilla. Acostado, la brisa es sueva, aunque irá animándose durante la noche. Son las diez y ya tumbado empiezo a oír voces. Tres chicos atraviesan la alambrada y se dedican a destrozar el único árbol de la duna. Suben, desgajan ramas y las tiran abajo. Luego llegan dos más. Hacen un hatillo y se lo llevan. Los nuevos también se llevan otro hatillo de ramas. El que se había alejado del primer grupo, se lleva alguna rama suelta. Creo que para las 22:30 ya estoy dormido. Me despierto sólo una vez para orinar. Veo la Osa Mayor en el mar, pero no la luna. Estará en Nueva, pienso. El mar me arrulla. Ya no pasan aviones hacia Ámsterdam.
Balance de una jornada con nuevo mapa.
Las casetas que he visto, me han hecho retroceder a los años 70 en Matalascañas, donde muchos onubenses y sevillanos se iban a pasar el verano en las casetas de la playa y alquilaban su casa en la ciudad. Llevaban allí el frigo, la tele y el canario, además de a la suegra. Aquí la estética es mejor que la apariencia exterior de aquella inmundicia. Me alegro que las prohibieran. Ha sido un día de calor pero se estaba muy bien en la orilla del mar. El peor rato después de pasar el canal hasta que he vuelto al mar. Una vez obtenido el nuevo mapa, ya estoy más tranquilo. Lo peor ha sido todo el camino que me he visto obligado a duplicar hasta obtenerlo, aunque ayer parte del camino lo tripliqué, así que mejor no quejarse.