Etapa
47 (404) 30 de julio de 2013
Den
Haag-Scheveningen-Rijksdorp-Katwijk a/d Rijn-Katwijk aan
Zee-Noordwijk aan Zee.
Amanecer
en el albergue.
Por
la noche me he levantado una sola vez a orinar. La segunda es ya a
las seis de la mañana, mi hora habitual de levantarme cuando duermo
al aire libre. Pareciera que ya tenga esa hora grabada en mi reloj
interior. Pero como no tengo prisa hasta la hora del desayuno,
continúo en duermevela hasta las siete. Me levanto, cago, me lavo y
me visto. Escribo en la mesa de la derecha que, aunque está algo en
penumbra, también está más limpia que la otra, más luminosa. No
sé cuál de los otros seis dejó en su superficie la taza, el tabaco
y la colilla, y no voy a ponerme a despertar a los durmientes para
averiguarlo. El canadiense tiene un sentido muy peculiar de cómo se
hacen las camas, de cuál es la bajera y cuál la funda del edredón.
No hizo la cama pero, por la mañana, veo que ha soltado el plástico
y se ha cubierto con la sábana blanca bajera. Quizás no sepa que
colchón y almohada, grises y comunes para todos, se protegen con
bajera y funda lavables. Dejo de escribir a las 7:30 y bajo a
desayunar.
Desayuno
incluido.
Dos
zumos de naranja para empujar el bocadillo de charcutería. Hoy echo
en falta la fruta y, cuando la tengo, no la como. Yogur, capuchino,
al que añado leche fría y, con los bordes de los panes, que
embadurno de mantequilla y mermelada de albaricoque, hago la compañía
dulce del café. Luego bebo otro capuchino, también añadiéndole
leche, y al que acompaño con una tostada y crema de cacahuete.
Cuando subo a la habitación, Javier ya se está duchando. Cuando
sale le digo que ha sido muy grato que hayamos sido mayoría
hispanoparlante y le comento la diversidad de nacionalidades. Antes
de marcharme, sabiendo que Ernesto se pensaba levantar a las ocho y
media, a las 8:20 me despido de él. Le digo que, al menos, desayune
fuerte, aunque no quiero suplantar a su madre.
Le digo que entre en
mi blog, en la etapa que quiera, y que me haga algún comentario
(nunca recibí comentario alguno suyo). Para las 8:30, ya devuelta la
tarjeta-llave en recepción, salgo del stayokay con dirección
incierta. Un pakistaní me endereza.
Saliendo
de Den Haag.
Voy
haciendo un recorrido similar al de la mañana de ayer. Fotografío el
canal trasero del albergue, en cuya terraza comí ayer y lo
fotografío con la casa flotante azul, cuyo taburete tiró el viento.
Veo los tranvías nº 9 que vienen y van y llego al lugar de arranque
que me llevará al punto 29 y, después al 37.
Paso por
la iglesia Nieuwe Kerk cuyo deloj marca las 9:10 y a la que, como
ayer, no puedo entrar por estar cerrada. Paso por la oficina del
Ombudsman, que sé lo que significa porque en 2006, en Lyon, conocí
a uno de los de Francia: Defensor del pueblo.
El local es de fácil
acceso, al menos así me parece, físicamente bien ubicado en un
bajo. También tiene un buzón hermoso para recibir quejas, buenos
deseos y sugerencias.
Así llego al paseo peatonal de ayer, donde
pude ver varias esculturas. Ayer fotografíe sólo una. Hoy lo hago
de unos niños poco humanos, con cola de reptil. Son siete, en negro
brillante, y que se ofrecen en posturas muy variadas sobre una
plataforma naranja que destaca del negro dominante.
Más adelante una
bola de tiras metálicas que simulan un rebujo de papel, como si
hubiera salido de una máquina destructora de documentos. Al fondo
otra escultura que más que decirme poco, me desagrada. Es como un
frontón, con un plano descendente que me parece poco artística y un
mamotreto que estorba la visión del resto.
A lo mejor es de un
escultor afamado, pero aquí se ha lucido. Para mí es como el jergón
del afamado español de cuyo nombre no quiero ni acordarme. Así
llego al Hotel des Indes que, si estuviera en Francia, no tendría
inconveniente alguno para decir que se trata del Hotel de las Indias,
pero si es en holandés, ¿cuál sería la traducción? De cuatro
plantas, con fachada amarilla, frontón y terraza, da una nota
clásica propia de los primeros años del siglo pasado. A lo mejor me
equivoco y el edificio es más antiguo.
El recorrido me va llevando
por unas calles que también son para ciclistas y que confío en que
me saquen de esta ciudad de La Haya.
Paso por otro canal en que la
superficie del agua presenta gran cantidad de nenúfares y el puente
está florido.
Más adelante coincido con un cruce de tranvías.
Cualquiera de ellos o los dos podrían ser el número 9. Así como al
entrar en la ciudad me hizo falta recurrir a ellos, ahora ya no los
necesito para marcharme de aquí. Paso por otro canal.
Es el primero
que veo de estas dimensiones sobre el que han construido un edificio,
dejando el espacio suficiente para que se pueda navegar por él.
Plantas puestas ex profeso adornan los bordes de un lado y, del otro,
hasta hay espacio para un pequeño prado de hierba donde poder
descansar a la sombra de los árboles. Llego a través de un puente a
una estación que no necesito. El puente pasa por encima de un canal
que ofrece un faro que no encuentro sentido. Lo tendría si estuviera
en la costa, para orientar a los barcos que surcan por alta mar.
Busco entre las señales alguna que indique Scheveningen y, poco más
tarde encuentro una que me lo ofrece a 2 kilómetros.
El referente es
la ruta 16, pero ese número no coincide con ninguno de los que
figuran en mi mapa. Parece que ya voy bien encaminado y estoy cerca.
Scheveningen.
Es así como llego a un precioso y gran parque con pequeños canales.
Para superarlos se ofrecen algunos puentes a ras de suelo.
Los
caminos son anchos y podemos circular por ellos ciclistas y peatones.
En uno de los prados me encuentro las palmípedas pardas, que ya me
van siendo familiares, parecidas a las que vi en Hellevetsluis, que
pudieran calificarse como gansos, conviviendo con otras especies
volátiles como fochas, gaviotas y una especie de urracas en blanco y
negro.
Las palmípedas pasean patosas por los prados y, de vez en
cuando, atraviesan la pista peatonal y ciclista. El caminante les da
prioridad, pues parece que están en su terreno. No seré yo quien les
obstaculice su recorrido matinal. Los canales acaban y aparece un
gran río donde desembocan.
+
Un pescador de caña, sentado en su silla
plegable y perfectamente pertrechado con todos los elementos
necesarios para la pesca fluvial, me ofrece una bonita estampa. A
unos pasos, un ave está atenta para ver si se le escapa algún
pececillo o, si es de tamaño inferior al reglamentario, el hombre se
lo regala para que lo trague.
Si camino de Rotterdam vi otra ave
igual y allí me sorprendió que fuera tan doméstica, me hace pensar
que ésta tampoco será una garza. Pero no soy ornitólogo, y no
podré confirmarlo. El que lo sepa, que lo diga. El ave de largas
patas, permanece impasible con su plumaje gris-azulado. Llego a una
iglesia, la Neuwe Badkapel que, actualmente no tiene uso litúrgico.
Ya hay un cartel que lo indica. Se ve que está a punto de iniciarse
su restauración, pero aún no han puesto los andamios. Siguiendo
adelante, llego a otra torre de iglesia y un conjunto de
construcciones muy bonitas que no sé si la protegen o la ocultan.
Una mujer con la que me encuentro me dice que todo el conjunto
tampoco tiene utilidad para la celebración de la eucaristía, sino
que utilizan la iglesia para congresos y los edificios para albergar
a los congresistas. Sólo celebran misa en una pequeña capilla que
justamente asoma delante de la torre campanario, donde las agujas del
reloj marcan las diez menos diez. La señora, cuando le cuento, me
desea que termine bien el viaje.
El día sigue adelante y yo con él.
Un hermoso edificio belle epoque, con cúpula y dos torres donde
ondean tres banderas de Holanda, que me recuerdan a la francesa (creo
que en la gala el azul y el rojo están invertidos). No sé a qué
función sirve este edificio, pero yo podría pensar en un
hotel-balneario. A mi izquierda, otro edificio más moderno, que piso
a piso va ascendiendo en voladizo y que espero que no se caiga hoy,
corresponde al Casino.
Otros edificios más bajos de la misma plaza,
para que sean menos pesados se retranquean escalonadamente. Una forma
de evitar el ocultamiento del gran edificio del fondo. Me parece una
buena solución para poder seguir construyendo sin dañar demasiado
la estética. Me acerco a estos edificios escalonados y desde allí
ya puedo ver dos torres rascacielos, mamotretos poco agraciados y que
permiten especular sacando más partido al terreno constructivo. Son
un horror. Desde esa posición, puedo fotografiar la fachada
principal del Casino, que antes había pillado sólo de refilón.
Tiene unas formas sinuosas, en blanco y gris, que me agradan.
También el sistema de avance de los pisos me parece que propasan con
creces el tamaño de la planta baja. Llegando cerca de los
rascacielos, fotografío la definitiva al tranvía número 9.
Es mi
despedida del que me llevó al stayokay de Den Haag.
Se confirma que
el edificio fue y quizás lo sea aún el hotel de la estación
balnearia de la capital y, en una de las esquinas, fotografío el
gran portón que se ofrece con el nombre de Topkapi, que no sé lo
que tendrá que ver con el de Estambul.
Es así como voy saliendo a
la costa, que no veía desde ayer por la mañana. Altos mástiles
con banderolas de Ola, me hacen recordar las costas portuguesas,
donde también se ofrecían como reclamo hostelero.
Un paseo a
cubierto hacia el embarcadero y una torre articulada que sirve como
plataforma de anuncios publicitarios, es lo que me llama más la
atención de mi siguiente recorrido.
Chiringuitos muy variados en la playa.
Ya en el paseo marítimo me voy fijando en los chiringuitos de playa.
Parece que compiten en presentar la máxima comodidad para los
usuarios, cuando normalmente este tipo de terrazas debieran ser más
de paso, sin comodidades, para tomar algo y marchar rápido a la
arena o al mar.
Pero nos estamos volviendo cada día más comodones y
los establecimientos lo saben y lo ofrecen. Veo un velero que se
ofrece como adorno, así como un obelisco que me hace recordar a la
reina Hatchepchut.
Bajo a las plataformas más cercanas a la arena y
visualizo mejor las terrazas que van ofreciendo otro tipo de
decoración. En unas predomina la madera bruta, sin tratar o sin
colorear. En otro, clásico y cómodo, con muchos cojines, la
sofisticación de los elementos decorativos va en aumento.
Otro de
estructura de madera, ofrece el nombre de bar BAR ROSSA, creo que
pretende recuperar el nombre del pirata Barba Roja. No me parece mal
separar la primera parte Bar, puesto que funciona como bar.
La
siguiente terraza, escalonada, con mucha madera al natural, aunque
probablemente también esté tratada para que las inclemencias del
tiempo no la deterioren, ofrece unas raíces que son esculturas que,
en su naturalidad, ofrecen belleza sin artificio.
Así llego al
Pirata, o al menos es esa bandera negra con calavera y tibias
cruzadas la que indica la competencia con Barbarroja. ¿Cuál será
más pirata?
Aquí se ofrecen sencillas mesas y sillas a borde de
arena, aunque por arriba la piratería sea más difícil de
comprobar. En una terraza se ofrecen rescoldos de leña quemada
humeantes, me atraen y se acerca el dueño. Me regala dos libritos
sobre Scheveningen, que se los cojo por hacer aprecio pero que, tras
darles un vistazo, los abandonaré en Katwijk. ¡Fuera peso
innecesario! Finalmente, y esta ya es la última terraza de la playa,
puesto que pronto me voy a alejar de la zona urbanizada de
Scheveningen, las mesas y las sillas, también simples, se ofrecen ya
encima de la arena. En una situación de necesidad, es probable que
ésta fuera la terraza que elegiría. Pero hoy he desayunado bien y
todavía es muy pronto para comer.
Mi comida será después de un
largo paseo por playa de dunas. Vistas estas terrazas de los
chiringuitos por los que he pasado, que ofrecen en distinto grado
comodidad y originalidad, me voy caminando por la playa.
Kilómetros y kilómetros
con playa nudista.
Antes de marcharme de Scheveningen, aún tengo que pasar por una
escuela de vela, donde se ofrecen sus veleros con sus mástiles. La
playa va a continuar hacia la costa de Rijksdorp y llegará hasta
Katwijk aan Zee, que va a ser donde comeré. De momento tengo tanta
playa por delante que me descalzo y me acerco a la orilla.
Aunque no
sé que voy por una playa nudista, pronto me entero de que lo es,
aunque ya cuando estoy saliendo de ella. Saco foto del cartel que lo
anuncia en holandés (el burro por delante para que no se espante),
alemán, francés y, por último, en inglés. Aunque sólo apareciera
en el idioma nacional, ya sabría que naturisten significa el poder
estar desnudo como a mí me gusta.
Lo repito por si no os habíais
enterado. Me sorprende que sea naturista la parte de los
chiringuitos pero, cuando llegue al siguiente letrero, el de fin de
playa naturista, es cuando comprendo que el primer cartel estaba
invertido o alguien lo había girado con intención de hacer alguna
gracia.
Era más lógico que fuera naturista este tramo entre los dos
carteles. Sin embargo, tampoco tiene sentido que la parte de playa
que viene a continuación deje de serlo, puesto que la configuración
de las dunas sigue el mismo esquema como hasta ahora. La única
justificación que veo es la de que, esta parte, está dedicada a
deportes náuticos y se les da prioridad, puesto que textiles y
nudistas ya disponemos de suficiente playa para nosotros.
Avanzo por
la orilla y veo que tres parapentes vienen de atrás saltando sobre
las pequeñas olas que van rompiendo antes de llegar a la arena.
Voy
sacando fotos de la secuencia. De cómo se acercan, me pasan y se
alejan.
Es una forma de entretenerme. El paseo por la orilla va a
darme su fruto.
Además del placer de caminar descalzo, antes de
llegar a Katwijk voy a conseguir que se me desprenda definitivamente
la uña del pie que llevaba colgando. La cojo y la guardo en el
bolsillito de cremallera del pantalón negro. El viento, como se ve
en la dirección que llevan los parapentistas, me empuja de atrás y
me ayuda a llevar más velocidad, aunque no llevo prisa. Una nube
negra se ha puesto encima y me empieza a mojar la mochila.
Una
cuadrilla de ocho correlimos se desplaza por la orilla. Avanzan y,
cuando me acerco, vuelan de nuevo y así iremos durante un rato,
hasta que desaparecen los limícolas definitivamente. Este año no he
visto tantos como otros años. Una pareja camina por delante pero,
con las paradas para fotografiar y mear, no acabo de alcanzarlos.
Como me pongo de espalda, la meada la empuja el viento muy lejos,
dando sensación de potencia, pero mi chorro ya no es tan potente
como en mis años jóvenes, y este reguero lejano no pasa de ser
mera ilusión. Llego a otro cartel que indica que la playa nudista,
ahora Naakstrand, está a 4,5 Km y encaja bastante bien con la
distancia a los dos carteles que he visto antes. Cuatro y medio, 50
minutos, descalzo y con paradas. Temiendo que vuelva la lluvia, me
acerco al puesto de los socorristas. Pertenecen a Rijksdorp. Les digo
lo del cartel de playa nudista que según creo está mal colocado y
prometen que lo mirarán y, si es cierto, que lo corregirán o que,
al menos, lo dirán a sus colegas de Scheveningen para que lo
corrijan ellos. Se interesan por mi viaje y me dicen que esas nubes
que vienen no amenazan lluvia. Me dicen que las de lluvia ya han
pasado y se han alejado. Sin embargo, más tarde, volverá a llover,
aunque sin continuidad. Avanzo pensando en el paso por las costas de
La Gironde del año pasado. Es el mismo esquema, el mar, la duna baja
y la bruma lejana que no me deja ver lo que viene más adelante.
Entre esa bruma, todavía lejano, ya se vislumbra Katwijk, adonde me
voy acercando. No puede ser otro, pues es la única población
costera que aparece en mi mapa.
Katwijk a/d Rijn.
Esta primera parte de la población está dedicada a deportes
acuáticos. De lejos ya veo los mástiles de los veleros que están
varados al pie de la duna. También hay casetas de playa, algunas
embarcaciones bajo cubierta de lona y los caminantes mochileros
continúan delante sin poderlos alcanzar.
Si al menos se hubieran
detenido para descalzarse, a lo mejor les habría alcanzado. En esta
playa está todo lo deportivo muy parado. Es algo normal en un día
tan incierto.
Katwijk aan Zee. Día de mercado.
Un señor me informa que ya estoy en el pueblo. Antes de entrar, las
casetas de la playa, ya indican otra categoría, otro status, de sus
propietarios.
Papeleras a corta distancia unas de otras y todo más
ordenado e igual de limpio. Aquí los deportistas que veo aprovechan
bien el viento reinante, son windsurfistas.
A veces cogen una
velocidad endiablada y, como el viento les empuja hacia la orilla, el
caminante debe estar atento a lo que le pueda sobrevenir del mar. Es
lo que le ha pasado al que fotografío, que ya está de nuevo
intentando regresar a la superficie deslizante marina.
Todavía en la
playa, veo una torre de iglesia peculiar que me atrae y hacia la que
me acerco. Pero ahora, sobre el arte y el espíritu, lo que me urge
es el estómago, que me está pidiendo que lo llene, así que,
después de sacar unas instantáneas de la iglesia y su torre,
Cuando estoy cerca, también de su fachada lateral y del crucero de
este lado y me fijo en las personas que van por la acera.
Dos de
ellas son minusválidas que conducen su propio vehículo motorizado.
Sus cabezas van perfectamente ajustadas a su almohadilla fija de
apoyo. No sé si van con el grupo de mujeres que caminan por delante,
pero da la sensación de que éstas no se han percatado, y les están
haciendo frenar. Hoy es día de mercado.
Los primeros tenderetes que
veo no me interesan nada, pero los fotografío porque, desde la plaza
en que están ubicados, la iglesia me ofrece otra visión más
competa y la saco desde el ábside donde se aprecian muy bien las dos
alas del crucero. Al pasar junto a ella he visto que no la abren
hasta las dos de la tarde.
Busco restaurante para comer. Tanto los
fijos que veo, como los chiringuitos de fritangas, no me atraen nada.
Quizás la única fritanga que comería sería la que ofrece el
puesto de churros, que luego fotografiaré.
Bocata de salchichón.
Llego donde un vendedor de charcutería. Me da a probar dos tipos de
salchichón, uno fresco y el otro curado. Aunque está ahumado, elijo
el segundo.
Como quiero hacerme un bocadillo, el propio vendedor me
indica dónde está la panadería. Como la barra que me ofrecen es
muy grande, compro un pan redondo por 0,80 € y pido al charcutero
un salchichón, por el que me cobra 1,50 €. Le digo a ver si me lo
puede trocear en rodajas y ¡hasta ahí podríamos llegar!, así que
me da un cuchillo y una tabla y me dice que me lo rebane yo. Es lo
que estoy haciendo en la secuencia que os ofrezco y que el propio
vendedor me fotografía. No parece que venda mucho, así que le
asigno la tarea de fotógrafo, mientras yo hago de charcutero.
Algunos
espectadores se divierten viéndome trabajar. Y yo, jubilado, sin
más trabajo que hacer, también disfruto con la tarea asignada.
Finalmente aparece la obra terminada, un bocata de salchichón, bien
repleto, listo para ser comido. Y, confío, en que sea también bien
digerido. Una vez elegido el banco, fotografío la obra de arte, que
será efímera. Vista y no vista. Me lo voy comiendo mientras paseo
por la feria. Como todavía no son las dos, doy una segunda vuelta
por el mercadillo y veo otra iglesia, que también está cerrada. Por
su fachada exterior me gusta más la primera, así que luego volveré
a ella. Como me lo he comido a palo seco, luego iré al Grand Café-In
den Blauwen Rock, donde pediré una cerveza, que me ayudará a
empujar pan y fiambre en bolo hacia el estómago. Pago por ella 2,50
€. Más que lo que me ha costado el bocadillo.
Después ya no me
apetecen churros de postre. Pero fotografío el carromato que los
ofrece con sus alas levantadas, siendo lo más sorpresivo que lo
escriban con idéntica grafía a la que siempre he visto en
castellano. ¿Es un producto que no tiene traducción al neerlandés
y por eso lo mantienen en la lengua original? ¿Los holandeses llaman
churros a los churros?, o ¿será español el churrero? Aquí la
única novedad es que los ofertan en las láminas con cremas de
colorines, pero lo único que veo que les ponen encima es chocolate.
Mientras bebo la cerveza, escribo el diario.
Enseguida empieza a
llover copiosamente. La gente que estaba tan feliz en la plaza, corre
de estampida y se refugia donde puede. El Bleuwen Rock se llena, abro
huecos y me adapto al espacio que va quedando libre. Mientras
escampa sigo escribiendo y son las tres cuando salgo en dirección a
Noordwijk, por lo que salgo al paseo marítimo y enfilo hacia el
Norte. Es entonces cuando me acuerdo de la iglesia que quería
visitar por la tarde, así que retrocedo por primera línea de casas
que miran al mar.
Iglesia.
Cuando estoy llegando a la iglesia, empieza de nuevo el sirimiri y
entro por una puerta lateral. Una persona, a la que no veo, toca el
órgano. Resulta muy grato escucharlo. Todos los elementos de la
iglesia están trabajados en madera noble. Los bancos están en
gradas, de forma que unos feligreses no quitan la vista del altar a
los que están detrás. Me parece un acierto. El altar dispone de un
atril recio, preparado para soportar libros gruesos, con contenido
espeso, como el que está abierto en estos momentos. Saco una foto
desde la última grada, la más alta, desde donde apenas se nota el
desnivel.
Lo peor de la iglesia es que, en el pasillo central, hay
dos columnas gruesas sobre las que descansa el techamen, pero no
molestan a los feligreses que sigan el rito desde los bancos.
El
altar, más que ara parece un púlpito, desde donde el oficiante
puede dirigir el sermón al auditorio. En el pasillo hay una
fotografías, así que es muy probable que esta iglesia no esté
enfocada al culto, sino a exhibirse como joya arquitectónica y de
mobiliario, a la vez que sirve a exposiciones temporales. En la
segunda foto ya se aprecia mejor la distinta altura del graderío de
bancos.
El espacio del pasillo es escaso para el tránsito de
feligreses minusválidos. El señor de la silla de ruedas, se las ve
y se las desea para poder deambular entre bancos y columnas. Me
adelanto a las columnas para fotografiar sin obstáculos el altar
que, según me voy acercando, todavía me parece más púlpito
disertatorio que altar del sacrificio divino. Antes de marchar, me
vuelvo hacia el órgano, que sigue sonando. Las fotos no sé si
refieran a la construcción o a la reconstrucción de la iglesia.
Tampoco me acabo de enterar qué tiene que ver Portugal en esta
historia que cuentan. O bien pescadores y marineros portugueses
vinieron aquí a faenar y crearon vínculos, o bien fueron los
holandeses los que se desplazaron a Portugal. Aquí veo Portugal
escrito de la misma manera que lo escribimos en castellano, nada que
ver con el nombre de Poortugaal con que me topé camino de Rotterdam.
Cuando salgo de la iglesia, la lluvia ya se está volviendo a animar,
pero me resisto a sacar el paraguas de la mochila.
Dirección Noordwijk bajo la lluvia.
Voy arrimado a las casas y resguardándome bajo algún zaguán. Así
abordo la primera carretera que dobla a la izquierda, más por
intuición que por certeza. Pregunto a un hombre que viene de frente
pero, al mirar hacia atrás, veo las señales que me habían pasado
desapercibidas al pasar y retrocedo con él. Está clara la señal de
4 kilómetros a Noordwijk. Me hago idea de que en poco tiempo estaré
en el albergue. ¡Qué iluso! Como la lluvia arrecia, me protejo bajo
el pequeño porche de entrada a una casa. Ya parado, busco el
paraguas en mi mochila y reanudo el camino con él abierto.
El camino
va paralelo al de las bicicletas, pero es más zigzagueante y con más
subidas y bajadas que el otro. Además es de gravilla y, con la
lluvia, se han formado algunos charcos, así que decido continuar por
el carril bici. Cuando la lluvia arrecia, me moja el pantalón y me
cala hasta los calzoncillos por el lateral izquierdo y por detrás.
Ahora no voy por la orilla del mar, así que no puedo ver limícolas,
pero me encuentro con un conejillo que está chirriado, empapado de
agua, aterido de frío. No sé si sólo es sólo la lluvia la que lo
tiene así, parece ciego y le dan una especie de ataques. ¿tendrá
la mixomatosis? Ni se aparta, ni pone ninguna pega a que lo
fotografíe. En pocos minutos la lluvia ha amainado. Cuando llego a
la cima más alta, ya empiezo a ver una panorámica de Noordwick.
Parece construido sobre dunas consolidadas. Me da la impresión de
que he tardado menos de lo previsto, no puedo haber recorrido 4 km en
tan poco tiempo.
Noordwijk. Buscando el stayokay.
Nada más entrar en el pueblo, empiezo a preguntar por el albergue.
En Katwijk, una señora me ha dicho que el stayokay está por el
centro y busco la calle que ella me ha señalado en mi mapa.
Ahora
comprendo que me lo ha dicho sin tener ni idea. Hablar por no callar.
Pasado el primer grupo de casas que miran al mar, doblo hacia el
interior. Pregunto a un conductor de autobús. Él cree que se trata
del otro Noordwijk, el Binnen, y me dice un número. Pero me da la
impresión de que tampoco éste tiene ni idea de dónde está el
albergue, y continúo hacia abajo. Enseguida veo el indicador de
Turismo, y subo a la oficina.
La chica me da un mapa de la ciudad,
pero el albergue está en las afueras. Me dice que siga la calle
Duinweg, o sea, el camino de las dunas, y luego otra que empieza por
R. Pero me debiera haber puesto el punto kilométrico en el que está
el albergue, y me habría sido más fácil seguir. Hacia las cinco
llego a un faro. Todavía me va a quedar una hora para llegar al
albergue. Sigo adelante. Una pareja que circula en bici me da dos
informaciones contradictorias. Él me acaba diciendo que siga dos
kilómetros más por la misma carretera por la que voy. Y,
efectivamente, allí lo encuentro.
Stayokay de Noordwijk.
Se ve y oye mucha chiquelería. Interpreto mal la flecha de
Recepción, y subo hasta la cocina. Me recibe un sirviente que tiene
que resolver un problema de alguna máquina expendedora automática,
de esas que se crean para ahorrar personal y que dan más problemas
que los que resuelven. Cuando ha resuelto el problema, me dice que la
cama me costará 32 € en habitación de cuatro camas. Hay ya otra
persona ocupando una de ellas. Le digo que me parece caro, la más
cara de todas. Pero cuando mete los datos de la tarjeta de Hosteling,
queda en 30,40 €, que es lo que pago. Aunque sigue siendo caro. La
Visa va bien. Voy a la habitación 17 y él me acompaña. Llama
previamente, pero no hay nadie dentro. Le doy las gracias, aunque no
había necesidad de acompañamiento. Hay muchos niños correteando
por los pasillos, pues la habitación está en la planta baja, la que
da al patio. Confío en que por la noche se comporten mejor y estén
calladitos y dormidos. El desayuno será a partir de las ocho. No
lavo la ropa pero, tanto el pantalón como los calzoncillos mojados
los tengo que poner a secar sobre el edredón, que no voy a usar,
pues hace suficiente calor en la habitación. Luego lavo la funda en
la ducha, tras quitar la arena humedecida. Saco la uña del bolsillo
y la tiro a la basura. No la voy a enterrar como si fuera una parte
vital de mi anatomía. Voy hacia el restaurante, que está enfrente y
cojo el paraguas y la mochilita. Sólo quiero ver la oferta y volver
más tarde. Cuando voy a salir de la habitación, aparece el
compañero. Se trata de Paul, un neerlandés del interior de Holanda,
de un lugar que no está en mi mapa. Le saludo y me voy.
Langs Berg en Dal. Cena.
Cuando entro en el restaurante, está todo lleno a excepción de una
gran mesa a donde todavía no han llegado los comensales, así que no
intento reservar para cenar más tarde y tengo que esperar. Cuando
se libra una, me siento donde me indican. Como sopa y ensalada,
aunque me lo sacan en orden inverso. Mejor dicho, todo a la vez. En
la sopa predomina el tomate y me la sirven con dos trozos de pan sin
florituras, quiero decir que ni es pan tostado, ni frito. La ensalada
está muy rica con tonos verdes muy variados, con trocitos de pan
crujiente, piñones y clara de huevo duro que ha visto la yema de
refilón. Con la cerveza que bebo la cuenta me sube a 17,75 € y
también funciona la tarjeta Visa.
Albergue/Stayokay.
Satisfecho, me vuelvo a la habitación y me pongo a escribir en la
mesa que se había apropiado Paul. Cuando estoy concentrado en mi
diario, aparece el compañero, y me habla de un festival que se
desarrolla en un pueblo cercano, Lisse, que no se limita a música,
sino que también tiene expresión de apoyo en otras artes
audiovisuales. Quizás una de ellas sea la del pintor paisajista que
veré mañana en la playa. Paul está de vacaciones y hace algunas
llamadas por el móvil. Habla en holandés. Yo no voy a ser menos y,
dejando de escribir a las 21:15, llamo a Sara. Primero al fijo, luego
al móvil, e insisto en el fijo. No hay forma de que me coja. Como la
cobertura es inestable, no insisto. A las nueve y media me acuesto.
Paul tiene todo su equipaje entre su silla y su cama. Cuando ya estoy
en la cama, hace otra llamada, pero esta vez la conversación es en
inglés. Es una charla larguísima y, tan afectada, que da la
impresión que estuviera hablando con una línea del corazón. Por
fin, cuelga. Hace una montaña con su cuerpo y el amasijo de sábana
y edredón, se desnuda y aparece con otro pantalón distinto que el
que llevaba. Cada cual aborda su cuerpo con el pudor que le
inculcaron. Ha corrido las cortinas de su lado y yo dejo mi ventana
tal como estaba, para que mañana me despierte el amanecer. Sólo me
levanto una vez a orinar durante la noche y, la segunda, será a la
hora habitual de levantarme cuando duermo en la playa, las seis de la
mañana. He dormido suficiente. Pero como el desayuno no lo sirven
hasta las ocho, me hago el remolón hasta las 7:30 horas. ¡Qué bien
he dormido! Mejor que otros días, porque ya estoy despreocupado de
la uña que ayer se cayó.
Balance de una jornada con playa nudista larga poco aprovechada.
Por la mañana me ha costado salir a la playa. Lo he hecho en
Scheveningen. Después, el día amenazante de lluvia, no ha sido
propicio para el baño, aunque la larguísima playa, en su parte
nudista y en la zona no autorizada, era especialmente indicada para
un baño en bolas. Pero no siempre se dan todas las condiciones para
el disfrute. Tras el bocadillo que me he fabricado en Katwijk y la
visita a su bonita iglesia, el día ha empeorado, y la lluvia se ha
animado durante un rato. Luego, aunque ha escampado, la zozobra por
la búsqueda del stayokay, me ha empleado demasiado tiempo y
energías. Bien cenado y atendido en el albergue, no me puedo quejar.
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