Etapa 48 (405) 31 de julio de 2013, miércoles. San Ignacio de
Loiola.
Noordwijk aas Zee-Zandvoort-Noordwijk aan
Zee-Zandvoort-Haarlem-Saantpoort Zuid.
No, no estoy borracho y por eso repito las cosas. Esta mañana he hecho viaje de ida y vuelta, como luego os explicaré.
Amanecer en el albergue de Noordwijk.
Como decía, he dormido bien. Me siento en la taza y defeco una
mierda consistente. ¡Perfecto! Agrupo mis ropas dispersas, pero hay
humedad y no se han terminado de secar bien. Tampo
Etapa 48 (405) 31 de julio de 2013, miércoles. San Ignacio de
Loiola.
Noordwijk aas Zee-Zandvoort-Noordwijk aan
Zee-Zandvoort-Haarlem-Saantpoort Zuid.
No, no estoy borracho y por eso repito las cosas. Esta mañana he
hecho viaje de ida y vuelta, como luego os explicaré.
Amanecer en el albergue de Noordwijk.
Como decía, he dormido bien. Me siento en la taza y defeco una
mierda consistente. ¡Perfecto! Agrupo mis ropas dispersas, pero hay
humedad y no se han terminado de secar bien. Tampoco la toalla, pero
lo guardo todo en la mochila, pensando que ya se acabarán de secar
dentro. Para no molestar a Paul, que duermo, decido afeitarme
después del desayuno. Salgo de la habitación. El cielo está con
nubes, pero también asoma el sol por entre ellas. Confío en que no
sea lluvioso como el de ayer, con toda la larguísima playa que el
mapa me ofrece por delante. Eso es lo que parece que va a ocurrir
hasta Zandvoort. Lo que ahora no sé, es que va a ser playa con
repetición y vuelta. El problema es que el siguiente stayokay se me
ofrece en Haarlem, que está hacia el interior. Ya veré lo que
decido hacer cuando esté cerca de Zandvoort. Por otro lado, una duda
más que resolveré. ¿Visitaré o no Amsterdam? Teniendo en cuenta
que si llego hoy a Haarlem, es cuando más cerca voy a estar de la
capital holandesa, sería mi mejor oportunidad para conocerla. Tengo
claro que la costa que más me interesa es la exterior, la del Mar
del Norte, así que la visita a Amsterdam sería un viaje en
transporte urbano similar a la que hice a Brujas, en Bélgica. Con
estas dudas, me llega la hora de desayunar.
Desayuno en el albergue juvenil.
Como entro de los primeros en el comedor, me libro de la
chiquillería. Desayuno dos zumos de manzana, que utilizo para
empujar el bocadillo de fiambre. El jamón York, cortado en lonchas
muy finitas, está riquísimo. Se me olvida comer un yogur. Como otro
pan que embadurno de mantequilla y mermelada y una mandarina Clemen
Gold, así que será una clementina Oro. Bebo dos capuchinos y una
tostada redonda dulce. Antes de marcharme, la recepcionista me dice
que el stayokay de Haarlem está entre los números 20, 21 y
desviándome hacia el 22 de mi mapa, en el tramo en que aparece 2,2
kilómetros, así que ya me hago el itinerario numérico desde
Zandvoort 79-77-83-82-35-21 y al llegar allí, ¡a preguntar de nuevo
toca! Así voy más seguro, sabiendo hacia dónde debo ir, pero luego
tendré que encontrar los números que busco en el lugar que deben
estar. Esto es lo mejor. Lo peor va a ser que la información que me
ha dado la chica no es correcta, puesto que el stayokay está mucho
más al norte, casi en Sampoort Zuid, mucho más arriba del número
20 y, para más inri, la carretera en obras me va a obligar a salirme
del circuito de las señales. Adelantando acontecimientos, os diré
que llegaré al albergue, aunque más que cansado. ¡Cansadísimo!
Poco después de las ocho y media, ya estoy en marcha hacia la playa.
Camino hacia el strand.
El indicador que me va a llevar a la playa pàrece fácil, aunque el camino empieza
siendo de gravilla, pronto la base va a ser de arena, puesto que estamos en
zona de dunas consolidadas. Cuando llego al letrero que me da la
bienvenida a las dunas de Holanda, lo fotografío. Es la primera del
día. Lo hago para que se vea lo bien que lo hacen estos holandeses.
Mi camino es el de gravilla que señalo y el otro, el que va por
entre el pinar, es de arena y está diseñado para las caballerías.
Con esta diferenciación, el caminante puede ir descalzo luego por la
arena sin peligro de infectarse con el tétanos. Supongo que los
ciclistas tendrán otro acceso adecuado. De momento el camino para
peatones es de gravilla. No tengo dudas. No soy un caballo. Pasando
por el golf, donde veo a unos golfistas madrugadores pegando con sus
hierros a la bolita, la pista de gravilla ya es de arena.
Desde mi
camino, saco foto a alguno de los golfistas y confío en que no me
den un bolazo ni en la testa, ni en la testosterona. Cuando llego a
lo más alto de la duna, saco una foto hacia atrás, para que se vea
bien cómo es el camino y que no engaño. Con estas fotos delatoras,
apenas tengo oportunidad de salirme del guion ni inventarme nada.
Tras un rato de llaneo o de ascenso suave, llega la hora de bajar a
la playa. La cuesta es muy pronunciada y me alegra que la tenga que
bajar y no que subir. ¿Y no que subir? Pronto lo digo, puesto que no
será cierto. En este tramo, dentro de unas horas, me encontraré,
sentada en el camino, con Hadewijck, una viuda reciente, a la que
trataré de consolar contándole mi viaje. El lugar intermedio en que
me la encuentro no figurará en ninguna foto y os lo tendréis que
creer porque creo que, después de 405 etapas narradas ya confiáis
en mí lo suficiente, y yo también confío en vuestra credibilidad.
Así que, tras este inciso, bajemos a la playa. Después de haber
subido y bajado la duna de Pilá, ésta resulta fácil, como coser y
cantar. Peor será al volver de Zandvoort, como ya os he adelantado.
Larguísima y magnífica playa
Noordwijk aan Zee-Zandvoort.
Noordwijk aan Zee-Zandvoort.
Ya estoy en la arena con las sandalias en la mano. Voy avanzando por
la orilla. Zanvoort se adivina a lo lejos. Una rodada reciente de
coche me indica que la marea todavía está subiendo, puesto que
algunas olas ya van borrando la huella. Iré pisando la arena húmeda
y el suelo se mantiene firme. Cuando saco una foto, dejo las
sandalias en la arena, hago la instantánea, y las vuelvo a recoger
para seguir adelante. Pero eso no es lo que hago en todas las
ocasiones. Como veréis. Quizá, al sacar esta última, allí se
hayan quedado las sandalias, muy cerca de la orilla y de la marea
ascendente. Hasta quizá el cubo amarillo de la basura que veis, sea
el del hallazgo. He parado aquí, por fotografiar la torre que se ve
sobre la duna y, más hacia el norte, un tinglado que no sé qué es,
que, cuando llegue a la altura de la playa, tampoco me atrae tanto
saberlo como para ascender la duna y verlo, pero que, me hace
recordar a lo que ayer me contó Paul de la manifestación cultural,
algo que vamos a ver poco más adelante pero en la playa. Quizás
lo que se ve sobre la duna sea un aparcamiento para bicicletas, nada
cultural artístico, aunque sí de cultura deportiva.
Vuelvo a
recibir sensaciones similares a las de Las Landas y La Gironda
francesas, aunque allí los pueblos me parecían más distantes. Se
repite el mar, aunque el de aquí menos embravecido, la duna baja, la
inmensidad y la bruma suave que desdibuja Zandvoort en la lejanía.
Son sensaciones repetidas que me agrada recordar, y que me hacen
pensar en que no empecé ayer a caminar. Allí sentía más la
soledad. Un letrero me informa que estoy en zona de kitesurf, aunque
no se ve a ningún practicante de dicho deporte. Entre los números
86 y 79, mi mapa indica 11,4 kilómetros. Calculo que será alguno
más los que hay entre el albergue y la siguiente ciudad. Es lo que
indica el carril bici y no me parece descabellado pensar que puedan
haber 15.
Hoy voy a hacer un porrón de kilómetros. (No es de
extrañar que me note cansado cuando escribo esto en el stayokay del
Norte de Haarlem). Llegando a otro letrero, el que informa del
acontecimiento artístico mencionado por Paul, y donde veo unos
lienzos con caballete fijo y vueltos de espaldas, con el bastidor a
la vista, encuentro a una abuela que está con su nieto. Ambos
vestidos aunque el niño juegue en la arena. Quizá consideren que la
temperatura no es la adecuada y esperan a que el sol salga entre las
nubes. Saludo a la señora y pregunto sobre el cartel. No me sabe
decir nada.
Los colores de la música.
El cartel me sirve para varias cosas: saber que la manifestación
está dentro del programa Kunstprojekt, que el artista pintor es Dirk
Hakze, con el que charlaré al regreso, y que este tramo de la playa
se llama Strand Langevelderelag-Noordwijk. El título de lo que se
muestra es: Los colores de la música. Los bastidores rudimentarios
están colocados como en círculos, más o menos, concéntricos. Se
pueden contar como tres filas. Entro al centro, en el círculo de
cuadros y os ofrezco lo que veo.
Unos lienzos de acrílicos que,
individualmente ofrecen pequeños retazos de paisaje marino, pero que
tienen sentido en su conjunto, como si de un único paisaje se
tratara. Lo que no oigo es música alguna y me quedo sin saber lo que
el artista pretende o lo que la música, ¿qué música?, le inspira.
O quizás sea el viento, si lo hubiera, ¿el que produciría su
música al pasar entre los bastidores? Paul me había hablado de un
festival de música y cada vez me voy convenciendo más de que esta
es una muestra de esa representación anunciada. Si lo que pretende
el artista es representar lo que ve, no acabo de ver claro esas
líneas azules con blancos de olas rompientes, con ocres que pudieran
representar arenas pero que son nubes de crepúsculo. Tampoco quiero
romperme la cabeza, puesto que el resultado me parece bello y muy
trabajoso. Me parece otro reto, de lucha, de pelea, contra las leyes
de la naturaleza, que me trae a la mente a Antonio López y su afán
por pintar unos membrillos al sol sin que el paso del tiempo los
altere. ¿Cómo representar ese paso del tiempo? Abandono esta
instalación y sigo adelante. Dudo de que le dé tiempo para
terminarla el sábado. Al regreso, me enteraré un poco mejor de qué
va el experimento.
En playa nudista.
Sigo por la playa, pero no me entero de que es nudista hasta que
llego al letrero que indica su finalización. Como estoy muy bien de
temperatura y el sol sigue oculto entre las nubes, no me preocupa y
voy posponiendo el baño.
Voy tan feliz que no me doy cuenta de que
ya he cometido el error del día y que tendré que subsanarlo y, como
consecuencia, deshacer todo el camino que estoy haciendo y más.
Por
el camino me voy acordando de Brujas que, salvo el rico conejo, lo
considero un error de mi viaje, y voy pensando en renunciar a
Ámsterdam y a Van Gogh.
Un encuentro nepalí. Kumari.
Veo que viene, todavía lejano, alguien con cabeza rapada. Camina
parsimonioso por la orilla, agachándose y cogiendo conchas.
Puesto
que viene con mochila, pienso que pueda estar haciendo un camino
similar al mío. Cuando le saludo, me llevo la sorpresa de que es una
chica. Está proporcionada, pero es poquita cosa y, cuando le pregunto, me
dice que viene caminando desde Zandvoort y que finalizará en
Noordwijk.
Mi predicción ha fallado. Lleva varios años trabajando
en Holanda, pero es de Nepal. Hoy es su día de fiesta en el trabajo
y aprovecha para hacer una pequeña caminata. Le cuento mi viaje. Es
mi sherpa en este momento y se llama Kumari. Se pronuncia con la
erre fuerte y suena Kumarri. Como vamos en dirección opuesta, nos
despedimos deseándonos suerte en la vida.
Hacia Adam & Eva.
Un grupo grande de gaviotas, a las que obligo con mi presencia a
levantar el vuelo. Han volado todas menos la sorda y sus polluelos.
Algunas han seguido playa adelante, otras han volado hacia el
interior, algo poco habitual y, al poco rato veo que, hacia atrás,
han vuelto a agruparse muy cerca de donde estaban. Mejor, así no
tendrán que volar varias veces si lo hubieran hecho hacia el norte.
Zanvoort ya se empieza a ver más nítido, aunque está todavía muy
lejano.
El viento que sopla norte, me va acercando rodando un rulo
de plástico que viene derecho hacia mí. Lo cojo para ponerlo en una
papelera, aunque no cree peligro alguno. Lo fotografío según
viene, cuando llega a la altura de un nuevo cartel indicador de playa
nudista. Me hago el propósito de darme un baño antes de que
finalice este tramo con nudismo autorizado aunque, como decía, toda
esta larga playa podría ser considerada potencialmente nudista si no
tuviera cartel alguno que lo indicara.
Pero cuando llevo andados 20
minutos más o menos, vuelvo a ver cartel de finalización de la zona. Según
estoy pensando en darme allí el baño, recapacito y estudio mejor
dicho cartel. Llego a la conclusión de que lo que indica es que no
está autorizado a los nudistas salir en bolas por encima de la duna,
por el sendero habilitado que, como no subo a lo alto, tampoco puedo
saber lo alejado o cercano que estará a la zona urbana.
¿Qué
sentido tendría y qué caso se le haría a este cartel en la playa
de Berck-sur-Mer? En cualquier caso, sin darme el baño todavía,
continúo adelante. Empiezo a ver gente descalza paseando por la
orilla y estoy llegando a Zandvoort. Es así como llego a zona de
kitesurf.
Los parapentes vuelan y los deportistas amarrados vuelan
con ellos saltando sobre las olas.
En la parte más interior, la de
arena seca, trabaja una pala-tractor haciendo una plataforma de
arena. Es una pejiguera, ya que la arena fina vuela. Menos mal que la
dirección del viento se la lleva hacia la duna. No le veo sentido a
esta plataforma, pero luego veré que lo tiene.
Adán y Eva y el 69.
Cuando llego al final de la plataforma, veo el cartel de finalización
de la playa nudista. Buen sitio para despelotarme, darme algún baño
y, ya vestido, caminar hacia el cercano Zandvoort. Es entonces cuando
me doy cuenta de que la instalación que está sobre la plataforma es
nudista y se llama Adam & Eva y que, el otro es el Pool (?) 69,
ambos nombres muy significativos.
También hay un tercero. Al estar
cercana la población, la plataforma permite quitar a los nudistas de
la vista de paseantes curiosos. Me parece un error, ya que yo
preferiría menos ocultamiento y mayor invitación a textiles
reprimidos que se desnudarían de mil amores con sólo un
empujoncito. Supongo que los enemigos del nudismo aprobarían esta
plataforma. No así los mirones que, de una forma u otra, mirarán
igual. Una hamaca que está del revés, la pongo bien y, sobre ella
coloco mis mochilas y la ropa que me voy quitando. Desnudo, me voy al
agua.
El baño es corto porque noto que el exceso de corriente en el
mar me empuja hacia el Norte y no quiero que la resaca me lleve lejos
de mis pertenencias y a zona prohibida. Con cuatro brazadas hacia el
sur, consigo salir del agua y me paseo por la orilla. Hay mujeres que
pasan y miran hacia otro lado, pero hay parejas que saludan.
Probablemente sean nudistas que avanzan hacia zona menos limítrofe.
Tras varios paseos por la orilla, compruebo que ya me he secado lo
suficiente. Se acerca un hombre que viene de Adam & Eva se asoma
y antes de que venga y quiera cobrarme la hamaca, me visto y me doy
cuenta de que no tengo las sandalias, que me las he dejado sin
recoger después de sacar alguna de las fotos. Como no quiero
quedarme sin ellas, pues todavía están en buen estado de uso, no tengo
ninguna pereza en comenzar el retroceso. La intuición de que las voy a encontrar es la que
vale.
Retroceso por la playa hacia el Sur.
Sabiendo cómo es la gente de aquí, respetuosa con lo ajeno, voy con
el convencimiento de que las voy a encontrar, ¿pero en qué lugar?,
¿enseguida, en medio, o en el inicio? Lo único que sé es que las
llevaba cuando he bajado a la playa. Antes de marcharme del lugar,
subo a la plataforma para sacar una foto de la zona de Adán y Eva,
donde no están desnudos ni nuestros primeros padres. La foto no
sale nítida pero ilustra mi contada.
Voy deshaciendo el recorrido
por la orilla y con el temor de que si las he dejado cerca de donde
rompe la ola, es muy probable que se las haya tragado el mar, por lo
que también me voy fijando en la superficie marina, por si las veo
flotando o semienterradas, pues ya ha comenzado a descender la marea.
Es así como enterrado, rescato un pantalón corto que me parece de
caballero, de marca Everlist, Lo pongo en la arena seca a la vista, y
sigo adelante, es decir, sigo hacia atrás. Enseguida encuentro
una camiseta de mujer con dos hebillas de hueso en los tirantes.
Ya
sólo me falta encontrar el cuerpo de su dueña o dueño, pues el
pantalón también podía ser un atuendo femenino. Pero a Hadewijck
(que suena Jadevij, no muy lejana a la contracción de este blog:
viajedejavi) la encontraré más tarde. Con las dos prendas, me
acerco a la duna, donde la arena seca es mucho más fina y con el
convencimiento que las secará en poco tiempo. Saco foto de las dos
prendas halladas, rescatadas del mar y ahora cercanas a la duna. La
playa se me ofrece de nuevo larga hacia el Sur, con la bruma al
fondo. A dos chicas rubias y altas, paseantes de orilla, que vienen
de frente, les pregunto si han visto unas sandalias en el camino. Al
principio se ríen, pero luego se contristan solidarias con mi pena.
También pregunto a un hombre solo y a alguna pareja. Nadie ha visto
nada. Algunas me dicen sorry, y me orientan hacia Noordwijk para que
me compre otras. Una pareja me escucha y ella se ríe con risa sana,
y yo también me río con ella, a pesar de lo que la pérdida supone
para mi viaje. Lo cierto es que ésta era una buena ocasión para
ponerme las que el pasado año me recuperó gratis el zapatero de
Parentis. Pero la base está ya muy agrietada y necesitan plantillas
para que no me hagan daño en la planta del pie. Además temo que me
hagan nuevas rozaduras y estaba tan contento con lo bien que me iban
estas, las mejores de todos los modelos probados en Decathlon. ..
Mis pies, en este momento, están mejor que al inicio del camino en
Bretaña.
Último tramo de la playa
y encuentro las sandalias.
Pasan dos policías y también les pregunto. ¿De qué color son las
sandalias?, me devuelven la pregunta y no sé qué responder. ¡Rojo
y negro!, de trecking. No me pueden ayudar mucho más. Estoy llegando
a la zona de las pinturas. El pintor pinta con auriculares. Está en
el centro de sus círculos pictóricos explicando a un matrimonio con
hijo. Pero mi intención al entrar en el círculo, nada tiene que ver
con el arte, ni con la intriga del significado e intención de la
obra representada, sino que lo hago con intención de indagar sobre
la posibilidad de que me haya dejado allí, en el centro de la
virtud, mis sandalias. Pregunto, pero el artista no ha visto allí
sandalia alguna. Los socorristas no están en su puesto, así que no
les puedo preguntar, pero una mujer cercana que está con otra gente,
y próxima a un cubo de basura, me dice que vaya mirando en los cubos
amarillos, pues la gente suele dejar sobre la tapa los objetos que
encuentra.
Miramos dentro del cercano, y ahí no hay nada. Pero ella
me insiste en que mire sobre las tapas. A mi no se me ha ocurrido
mirar en los que he ido dejando atrás, así que me queda tarea para
después. De momento, me voy fijando en los que quedan hacia el
camino que sube a la duna, por donde ya me hago a la idea que volveré
hacia el albergue y, por la hora que es, será buen momento para
comer.
Total, mañana perdida. ¿Realmente debo considerar perdida
esta mañana? No hay nada en el siguiente cubo. Pero en el que viene
a continuación, veo algo que, según me estoy acercando, se va
materializando en lo que busco. ¿Será fruto del deseo?, ¿un
espejismo? No, señor. Son mis sandalias que, una vez vistas, lo
primero que hago es fotografiarlas en el sitio en que me ha dicho la
señora que buscara. No estamos lejos de la torreta de la foto de
esta mañana, pero sí algo más al norte que cuando la he
fotografiado. Saco otra foto más próxima para que veáis en qué
buen estado se encuentran mis sandalias y si verdaderamente se
justifica mi caminata en su búsqueda.
Mayores en la playa.
Con las sandalias recuperadas veo pasar, en dirección al norte de la
playa, una plataforma empujada por un tractor, donde van personas
disfrutando de un paseo por la orilla del mar. Parece gente mayor a
la que creo no hacen ningún favor, puesto que sería más saludable
para ellas caminar descalzos por la orilla. También van dos mujeres
más jóvenes y la última saluda al caminante con un gesto de su
mano izquierda levantada. Veo la sonrisa en su boca, pero la de sus
ojos me la ocultan sus enormes gafas oscuras. Los del vehículo van
contentos y yo también muy alegre por haber encontrado las sandalias
y con hambre canina, después de tanto caminar.
Pescador acaparador.
Unos pasos más adelante veo un espacio de la playa ocupado por
parafernalia pesquera. Dentro del agua faena con su caña un
pescador, que es el que se ha apropiado de terreno común y de una
papelera guarda basura, de uso público, que ha tumbado para que
proteja del viento sus pertenencias personales.
Veo otra caña
enclavada en la arena y que pesca hacia el mar con la parte alta, la
más fina, curvada hacia el anzuelo y el cebo y, una tercera que no
pesca pues está orientada hacia la arena. A lo mejor acaba de llegar
y todavía no le ha dado tiempo a ponerla en acción. Tras el cubo
amarillo de la basura, están las fundas de las cañas y la caja con
los artilugios de pesca, la mochila y el cubo que pretende llenar con
los productos que atrape del mar. El carretillo explica cómo ha
podido arrastrar hasta aquí todo este conjunto que se me antoja
necesario para la pesca por un aficionado con ínfulas de
profesional. Mi intención al verle es la de preguntarle si ha sido
él quien ha encontrado mis sandalias y el que las ha puesto a buen
recaudo en el siguiente cubo de basura, pero está tan inmerso entre
las olas, tan trabajador con su caña entre las manos, que tengo que
dejar mi pregunta para otra ocasión.
¡Y, de repente, Hadewijck!
Muy pronto, estoy junto a la rampa de arena que supera la duna. Ya no
tengo duda de que es buena hora para ir a comer al mismo lugar en que
cené ayer. Cercanos a la orilla hay una pareja que permanece
vestida. Ambos sentados, él sobre la toalla en la arena y ella en
una sillita de campaña. Otra pareja está al pie del camino, junto a
la duna. Hago de tripas corazón y comienzo la empinada ascensión.
Resulta dificultosa más por ser de arena floja y por el peso añadido
a mi cuerpo por mis mochilas que por su inclinación. Y, cuando llego
arriba, en la segunda curva, ¡oh, sorpresa! Una mujer me aguarda
sentada al borde del camino y que me pregunta por algún sitio para
tomar un café. “Sé de uno”, le respondo, y le propongo
acompañarle e invitarle al café. En principio acepta y vamos juntos
hacia el restaurante. Voy charlando con Hadewijck. Pero no es lo
mismo hacer un camino que te lleva a la playa y otro hacerlo de
regreso, con otras encrucijadas antes no advertidas, y me surge una
duda en un cruce. Nos encontramos con otra pareja que no saben
responder a nuestra duda pero que no lo quieren reconocer, así que
nos mandan hacia lugar que no es el que yo deseo ir. Hadewijck habla
con ellos en neerlandés y dudo de si mi reciente nueva a miga va a
acabar quedándose con ellos, y tener así una oportunidad de decirme
adiós y librarse de mí. Por suerte, pasan en bici un padre y su
hijo, y ellos me reafirman en la dirección en que yo intuía podría
estar el stayokay. Pasamos junto al bosque por el que el camino
mandaba a las caballerizas y, ya estando en el camino hacia el
albergue, nos dirigimos al restaurante. Le voy contando el suceso de
las sandalias y la alegría que me he llevado cuando han aparecido.
Langs Berg en Dal. II parte.
En el restaurante en que cené ayer, nos sentamos en una mesa de la
terraza. Nos atiende una jovencita que luego sabré hace sus pinitos
en castellano pero, como de momento no lo sé, aprovecho que estoy
con una holandesa, que habla francés, para que me explique en qué
consisten algunos de los platos ofrecidos. Especialmente, de las
carnes, pues hace tiempo que no me como un filete y creo que ya me lo
merezco. El turnedó de la carta lo ofrecen carísimo, pero siento
atracción por las costillas de vacuno, que ella me dice que se
llaman en holandés algo así como sparerivs. A Hadevijck le parece
una carta carísima y se va a limitar al café, pero le ofrezco la
posibilidad de pedir una ensalada para comérnosla a medias. También
pide una crepe dulce y acepta que la invite. Sigo exultante después
de la aparición de las sandalias. Ella dice que es la primera vez
que como algo dulce a la vez que picotea de mi ensalada, pero no le
parece mal el contraste de dulce con salado. Las sobras de la
ensalada me las comeré yo después de las costillas. Ella dice que
no prueba ni la carne ni el alcohol, pero yo bebo dos cervezas. Estoy
confiado con la tarjeta Visa, pues si ayer funcionó, espero que hoy
también vaya bien. La cuenta asciende a 46,35 € y la pago con
gusto. Ella se ha quedado ojeando mi diario. Al no saber castellano,
poco va a sacar en claro. Pero le sirve para tener una idea
complementaria de cómo soy. También puede sacar conclusiones con
los dibujos del pasado año y los de éste. Ayer sólo cogí algún
caramelo de los ofrecidos al pagar, pero hoy cojo todos y dos
chupa-chus de multifrutas. Uno me lo comeré por la playa, tras
despedirme de Hadevijck y el otro mientras escribo, por la noche.
Ella tampoco come caramelos. Mientras pago, hablo con la camarera y,
antes de salir a la terraza, entro en el retrete. Cuando estoy
saliendo, Hadevijck, preocupada, se acerca a la barra temiendo que no
me esté yendo bien la Visa. Me devuelve el diario con los dibujos y
me dice que le han gustado. Nos vamos.
Despedida de la efímera amiga.
Vamos caminando por camino conocido hacia la playa. Le voy contando
cómo fue mi encuentro con Annick en La Vandee y, después en su casa
en Bretaña y cómo, este año, inicié en su casa mi andadura.
También le narro lo de la comunión de los caballos que, como es
lógico, desconocía.
Hadevijck tiene 50 años, pero no aparenta sino
35-40, probablemente por el cuidado que pone en una alimentación
saludable. Al menos ella lo achaca a lo que come y al yoga que
practica. De despedida saco foto al pasar por el stayokay, con los
toldos blanquecinos del restaurante perdidos entre el arbolado. Ella
no quiere fotos, ni yo se lo propongo. Está en una fase difícil de
su vida. Hace poco que enviudó. Su marido atrapó una enfermedad
incurable y los últimos años han sido horrorosos. Él era diez años
mayor que ella, pero todavía una persona joven, y ella está
buscando dar sentido a su vida. Está en un hotelito que, por tres
días, ha pagado 150 €, razón por la cual el stayokay le parece
caro, y no le falta razón. Sobre todo sabiendo que comparto
habitación y los servicios son comunes. Me ha alegrado coincidir
con ella. Según le he entendido, vive en Haarlem. Le he dicho que
este encuentro lo contaré en mi blog, pero en castellano. No le
importa, y tampoco pone ningún interés en que le dé la referencia
para visualizarlo.
Me recomienda como muy bonita la costa que sigue
al Norte de Zaandvort, pero yo ya la cogeré muy avanzada. Todavía
le quedan dos de esos tres días. Me dice que mañana y pasado vamos
a tener buen tiempo. Ya hemos llegado a la playa y nos despedimos con
los tres besos de rigor en las mejillas. La siguiente foto ya será
en la playa, con ella alejándose hacia el sur, a Noordwijk mientras
yo vuelvo a tomar, ahora por tercera vez en el día, la dirección
norte hacia Zandvoort.
Por la misma playa.
Pescador y minusválidos.
Las últimas informaciones de la holandesa me hacen concebir un plan
que está condicionado al mapa, pues el que tengo ya se me acaba,
pero teniendo en cuenta los horarios de los VVV, temo que llegaré
tarde al de Zandvoort, como así va a ocurrir. Esta circunstancia de
no-mapa, me va a obligar a ir hacia Haarlem, que ya estaba a punto de
dejar de lado, pues también había descartado ir a Ámsterdam y Van
Gogh. El camino de vuelta a Zandvoort lo hago ya despreocupado. Paso
por las cañas de pesca y coincido con el pescador, ahora fuera del
agua. Se ha puesto ropa abrigada por encima del traje de neopreno.
Aprovecha para enseñarme el magnífico pez que ha obtenido. El
hombre está eufórico y feliz. Le pido foto y él pone empeño.
Agarrando al pez de las agallas, estira su aleta dorsal, dando un
aspecto más feroz al pobre animal capturado, y todavía
ensangrentado, fuera de su hábitat, el líquido elemento marino. Yo
diría que es una lubina, pero no lo puedo asegurar. Me despido. Al
preguntarle sobre las sandalias, me dice que él no las ha recogido,
puesto que ha llegado a las once y no ha visto nada por la orilla.
Pasa el transporte turístico por la orilla de la playa, esta vez
lleva a personas con minusvalía. Las más jóvenes los llevan muy
bien abrigados. En las cartolas del vehículo se invita a más
usuarios y se pide personal voluntario.
Otra vez el pintor musical.
O que, al menos, la música le inspira para realizar su obra de un
mar inquieto plasmado en lienzos estáticos. Visito los cuadros en el
momento en que llega el artista.
Se pone los cascos y coge brocha y
rodillos. La brocha la impregna en pintura azul y la va distribuyendo
por la parte baja de un lienzo en blanco. Primero se ha alejado de
él y le hace unas marcas. Ahora se ha acercado.
Desconozco qué
música le inspira, puesto que yo no la oigo. Todos los cuadros se
conectan, unos con otros. Da más brochazos, se aleja, rectifica,
vuelve para sacar nuevos matices al mismo azul, mediante el uso de un
rodillo y un trapo, con el que quita los chorretones de pintura.
Disfruto con su técnica. Me gusta. Es muy pacienzuda y consigue que tenga sentido en cada cuadro individual y en su conjunto. Cuando le digo que me he encontrado las sandalias, me da la enhorabuena. Y me despido de él, después de sacar cuatro fotos de su obra.
De nuevo hacia Zandvoort.
Pensando en que me las había dejado frente al poste alto de la duna,
pienso en que no las ha podido rescatar Kumari, pues ella las habría
puesto en el cubo amarillo siguiente. No habría retrocedido.
Lo más
probable habrá sido que alguien que paseaba por la orilla y que
venía hacia Zandvoort. Creo que dejarlas así a la vista, sin
meterlas dentro con la demás basura, facilita el recuperarlas y
también la reutilización por parte de otras personas del mismo pie. Una hora después, sin nada que destacar, llego al lugar de la duna
donde había puesto las dos prendas encontradas, camiseta y pantalón.
Si llego un poco más tarde, me habría encontrado con que se las
habría tragado la tierra, bueno, la arena. Ahí se van a quedar. A
mí no me conviene cargarme con peso extra. Las desentierro y las
dejo a la vista, hasta que el viento…
El 69 y Adam & Eva.
Una foto hacia el sur y el tiempo transcurrido, me hacen pensar en
unos doce kilómetros entre las dos ciudades.
Ya estoy llegando a
las plataformas de los chiringuitos nudistas. Las plataformas
empiezan antes que el 69 que, ahora, fotografiaré al pasar.
También
el de Adán y Eva, procurando que ahora la foto salga bien.
No me
parece mal la idea, ya que ambos han dispuesto de pantallas
acristaladas para proteger a los nudistas los días que hace viento
y, cuando no, tienen espacio suficiente como para colocar las hamacas
en la parte delantera. Como el tiempo no acompaña, ahora tampoco hay
nadie desnudo. Pero el estar sobre la plataforma me sirve para
comprobar que los paseantes de orilla no pueden ver a los nudistas,
cuando los haya. Por el fondo del mar, hacia el oeste se vislumbra
una fina franja de azul, que presagia el buen tiempo anunciado para
mañana. Pero esa perspectiva no me va a evitar que llueva camino de
Haarlem.
Al final de la plataforma encuentro al tractor que faenaba
esta mañana. Compruebo con sorpresa que pretenden consolidar la
plataforma, colocando baldosas sobre la superficie. Ya tienen
preparados los palés con ellas encima y alguna de tamaño mayor. Me
supongo que si hace el viento de hoy, estas baldosas serán pronto
engullidas por la arena. Ellos sabrán lo que hacen.
Llego al final
de la zona nudista y vuelvo a fotografiarlo, de forma que así sabré
cuanto he tardado en recorrer este camino triplicado y de propina en
el retroceso y la vuelta al lugar. De 11:04 a 17:16. Más de seis
horas, con el tiempo de comida, el acompañamiento y los encuentros.
No está mal. Saco una foto hacia Zandvoort, que ya lo tengo a tiro
de piedra. Estaré allí en un cuarto de hora. Con muchas ganas,
después de tantas horas descalzo, salgo de la playa.
Zandvoort.
Consigo llegar a la oficina de turismo antes de las cinco y media,
pero ya han cerrado a las cinco.
Desde la duna, saco la última foto de la playa de Zandvoort, la última playa que voy a ver hoy.
Paso por el restaurante ¿Qué pasa? Que, si no hubiera ocurrido el percance de las sandalias, habría sido un lugar perfecto para comer. Aunque Turismo estaba cerrado, una señora me orienta hacia una librería papelería, Bruna, pero no la entiendo bien.
Entro en un gran almacén que acaba en UNA. La cajera no entiende nada de lo que le pregunto, pero la otra me lo escribe en un papel. Pero allí no tienen el mapa que necesito. Tienen el mismo que llevo, y el general de Holanda, pero no la continuación. Así que salgo sin comprar nada. Llego a una iglesia de alta torre campanario, pero el edificio de la nave principal me parece como si fuera de juguete, con una triple entrada que parecen las casitas de los enanitos de Blanca Nieves. Encuentro el número 79 y voy hacia el 77 y, cuando enfilo el 37, ya supero el doblez del mapa y puedo abordar el último tramo.
Desde la duna, saco la última foto de la playa de Zandvoort, la última playa que voy a ver hoy.
Paso por el restaurante ¿Qué pasa? Que, si no hubiera ocurrido el percance de las sandalias, habría sido un lugar perfecto para comer. Aunque Turismo estaba cerrado, una señora me orienta hacia una librería papelería, Bruna, pero no la entiendo bien.
Entro en un gran almacén que acaba en UNA. La cajera no entiende nada de lo que le pregunto, pero la otra me lo escribe en un papel. Pero allí no tienen el mapa que necesito. Tienen el mismo que llevo, y el general de Holanda, pero no la continuación. Así que salgo sin comprar nada. Llego a una iglesia de alta torre campanario, pero el edificio de la nave principal me parece como si fuera de juguete, con una triple entrada que parecen las casitas de los enanitos de Blanca Nieves. Encuentro el número 79 y voy hacia el 77 y, cuando enfilo el 37, ya supero el doblez del mapa y puedo abordar el último tramo.
Un tramo muy complicado.
Voy pasando por unos miradores. Al primero no subo, pero sí al
segundo, donde hay una mujer.
Para lo único que me sirve este promontorio es para comprobar cómo me voy alejando de la ciudad de Zandvoort hacia el interior.
Empieza a llover. La visera se me moja con goterones gordos, pero la lluvia no irá a más.
Encuentro también una atalaya en el camino, pero no veo su finalidad, ni encuentro forma de acceder a la plataforma de arriba.
Al pasar por un lugar que se llama Kraani… y algo más, veo el tronco de un árbol, que ha perdido todas sus ramas y hojas y que a pasado a ser como una escultura más de un paisaje natural. La verdad es que mucha gracia no tiene, pero a falta de cosa mejor, lo fotografío.
Ya estoy muy cansado y lo que te rondaré, morena. Paso por una gran mansión en entorno boscoso en cuyo prado delantero han segado la hierba y la han puesto a secar, probablemente para que la coma un ganado que no consigo ver. Voy bien hasta que llego al nº 36 y estoy buscando el 21. Así es como voy llegando a las afueras de Haarlem.
Para lo único que me sirve este promontorio es para comprobar cómo me voy alejando de la ciudad de Zandvoort hacia el interior.
Empieza a llover. La visera se me moja con goterones gordos, pero la lluvia no irá a más.
Encuentro también una atalaya en el camino, pero no veo su finalidad, ni encuentro forma de acceder a la plataforma de arriba.
Al pasar por un lugar que se llama Kraani… y algo más, veo el tronco de un árbol, que ha perdido todas sus ramas y hojas y que a pasado a ser como una escultura más de un paisaje natural. La verdad es que mucha gracia no tiene, pero a falta de cosa mejor, lo fotografío.
Ya estoy muy cansado y lo que te rondaré, morena. Paso por una gran mansión en entorno boscoso en cuyo prado delantero han segado la hierba y la han puesto a secar, probablemente para que la coma un ganado que no consigo ver. Voy bien hasta que llego al nº 36 y estoy buscando el 21. Así es como voy llegando a las afueras de Haarlem.
Una pareja me dice que el stayokay no está donde me lo han señalado
en el albergue de Noorwijk. Me indican mucho más lejos. Al otro
lado de un canal veo una gran iglesia y la fotografío de lejos. El
dilema que se me plantea ahora es si debo cruzar al otro lado del
canal por el paso de la derecha o por el de la izquierda y, después,
hacia dónde tirar. De momento, sigo el camino. Un chico que corre,
muy amable, intenta responderme, pero no sabe. En ese momento ha
aparcado un coche y un hombre sale raudo y se mete en su casa. Me
acerco y cuando está a punto de cerrar la puerta, le grito. No estoy
en condiciones de perder esta oportunidad. El hombre bajo el dintel,
ante mi pregunta, ¿Stayokay? Y me dice que sí, que está OK. No me
río de milagro, pero me hace pasar. Parece que será su mujer la que
me podrá informar mejor. A él se le ve cansado del trabajo del día
y que tiene ganas de descansar en su casita. Le pregunto si tiene un
plano de la ciudad, donde se pueda situar el Albergue juvenil.
Cuando aparece su mujer, coge un plano y me sitúa el albergue en el
sitio exacto.
Y me hace el itinerario. El mejor para que pueda llegar pronto allí. Debo retroceder a la carretera, cruzar por la iglesia, ir a la siguiente calle, que me escribe bien: ZIJLWEG, pues yo lo estaba diciendo mal. Ella se sehace en elogios de España, donde suelen disfrutar de vacaciones. Me quieren dar agua y galletas… Se asoma una hija. Me despido agradecido.
Y me hace el itinerario. El mejor para que pueda llegar pronto allí. Debo retroceder a la carretera, cruzar por la iglesia, ir a la siguiente calle, que me escribe bien: ZIJLWEG, pues yo lo estaba diciendo mal. Ella se sehace en elogios de España, donde suelen disfrutar de vacaciones. Me quieren dar agua y galletas… Se asoma una hija. Me despido agradecido.
Reorientado por Haarlem.
Al salir de la casa, donde han sido tan amables, la fotografío para
el recuerdo, con la puerta que me han franqueado. Luego fotografío
también la iglesia, que también es colegio.
Ésta va a ser la última foto del día. No tengo ninguna gana de hacer más fotos. Lo que quiero es llegar cuanto antes al albergue. Cuando llego a la calle señalada, no veo el nombre de Zijlweg por ninguna parte. Una camarera, que lleva dos mojitos en su bandeja, me lo confirma. Llego al cruce con la avenida principal y lo abordo, pero me encuentro con la mala fortuna de que el carril bici que me iba a llevar a destino, está en esta zona en obras. Desconozco la alternativa y me lanzo a una especie de autovía, que va en paralelo. Los coches me pitan, pero no puedo escapar por que el muro que separa del carril bici es muy alto., aunque desde arriba ya he visto por dónde va la continuación, por donde deberé seguir después, cuando salga del atolladero. De lejos, veo alguna bici o moto, y corro para escapar por encima del quitamiedos. ¡Por fin, se acabó el peligro! Ya estoy de nuevo en el carril que estaban reparando antes. Orino en un árbol y sigo por él. En la primera rotonda, paso al otro lado, que es donde encontraré el albergue. Hay mucha circulación y, cuando estoy en el otro lado de la rotonda, un señor que espera con su bici a que su semáforo se ponga en verde, me dice que no sabe dónde está el stayokay, pero sí que la calle donde se encuentra es la Jan Gijzenpad. Así que debo seguir en paralelo a la autovía de mis temores pasados. Voy leyendo el nombre de todos los cruces y, cuando llego a otro ancho, una mujer que, desde su coche, me ve dudoso, me dice que el stayokay está más adelante. Más tarde, sale de la carretera y la encuentro a mi lado. Para para completarme la información. Algo innecesario pues se trata de seguir adelante nada más. Antes de medio kilómetro ya estoy delante del albergue.
Ésta va a ser la última foto del día. No tengo ninguna gana de hacer más fotos. Lo que quiero es llegar cuanto antes al albergue. Cuando llego a la calle señalada, no veo el nombre de Zijlweg por ninguna parte. Una camarera, que lleva dos mojitos en su bandeja, me lo confirma. Llego al cruce con la avenida principal y lo abordo, pero me encuentro con la mala fortuna de que el carril bici que me iba a llevar a destino, está en esta zona en obras. Desconozco la alternativa y me lanzo a una especie de autovía, que va en paralelo. Los coches me pitan, pero no puedo escapar por que el muro que separa del carril bici es muy alto., aunque desde arriba ya he visto por dónde va la continuación, por donde deberé seguir después, cuando salga del atolladero. De lejos, veo alguna bici o moto, y corro para escapar por encima del quitamiedos. ¡Por fin, se acabó el peligro! Ya estoy de nuevo en el carril que estaban reparando antes. Orino en un árbol y sigo por él. En la primera rotonda, paso al otro lado, que es donde encontraré el albergue. Hay mucha circulación y, cuando estoy en el otro lado de la rotonda, un señor que espera con su bici a que su semáforo se ponga en verde, me dice que no sabe dónde está el stayokay, pero sí que la calle donde se encuentra es la Jan Gijzenpad. Así que debo seguir en paralelo a la autovía de mis temores pasados. Voy leyendo el nombre de todos los cruces y, cuando llego a otro ancho, una mujer que, desde su coche, me ve dudoso, me dice que el stayokay está más adelante. Más tarde, sale de la carretera y la encuentro a mi lado. Para para completarme la información. Algo innecesario pues se trata de seguir adelante nada más. Antes de medio kilómetro ya estoy delante del albergue.
El Albergue de Haarlen está en Santpoort Zuid.
Después de visto, todo el mundo es listo pero, si hubiese seguido la
playa adelante habría tardado mucho menos en llegar al stayokay. ¡Lo
que perjudica una mala información! Cuando entro en el
lugar, compruebo que hay mucho chiquillo que, para variar, corren,
gritan y golpean puertas. El recepcionista me pide un porrón de
pasta en habitación compartida de cuatro. Hay dos camas ya ocupadas
y le digo que es el stayokay más caro de todos los que voy pasando.
Y, encima, está en el culo del mundo. Me pregunta si lo quiero o lo
dejo. ¡Claro que lo quiero! ¿Qué otra opción me ofrece? Me da un
plano para que mañana coja el tren que me devolverá a Zandvoort.
Me añade que debo pasar por el paso subterráneo al otro lado de la
autopista. Me da llave de la habitación nº 3. Hoy me va a tocar
dormir en litera de arriba. Organizo la cama, el equipaje, orino y me
ducho. Aquí se puede regular bien la temperatura del agua, ya que
hay dos grifos que uno puede dosificar.
Elise.
Cuando ya me he vestido, entra Elise. Es suiza y habla francés. Un
respiro para mí, pues así podremos entendernos mejor. Es de
Ginebra. Imposible que conozca a mi amigo Aurel, de Lausanne. Además,
esta joven tiene la facultad de reírse mucho. Cuando le cuento, le
encanta mi viaje. Ella pasa aquí unos días y va en bici a la playa.
No sé si es propia o de alquiler, pero me dice que ha venido en bici
desde Suiza. A ella le ha salido la cama más cara que a mí, pues no
tiene el carnet de alberguista. Elise se va y yo me quedo
escribiendo en la habitación. Me ha dado una galleta de miel,
holandesa, muy rica, y una banana, que no he rechazado. Luego le
compensaré con un caramelo y dos dátiles. Para completar la cena,
como una barrita energética y un dátil. Sigo escribiendo hasta que
a las 23:15 vuelve Elise y yo también tengo necesidad de dormir. Ya
seguiré mañana. Aunque he cerrado la ventana, por la mañana me la
encontraré abierta. ¿Habrá sido la otra veterana, compañera de
habitación? Ha llegado a la 1:30 de la madrugada. Poco discreta, ha
encendido la luz de la entrada. He cogido el programa Week 27 que se
celebra del 11 al 17 de julio en Haarlem, se trata de doce pelis
seleccionadas, entre ellas está Blancanieves, la última de Malik, y
Before midnight, junto a la del hijo de Kurosawa y, para revisar,
Jour de fête, de Tati. No sé por qué le presto tanta atención,
pues estamos a 31 y este festival mínimo ya se celebró. ¿Será por
Blancanieves? Felices sueños con los enanitos auténticos, a falta
de angelitos.
Balance de una jornada de avance y retroceso.
La pérdida de las sandalias me ha propiciado un final de julio
bastante curioso. Me ha permitido ver cosas por duplicado, conocer a
Hadewijck. Un día en que una información incorrecta me ha hecho
llegar muy tarde al albergue. Pero, con todo, no ha sido un mal día.
Elise me lo ha terminado de arreglar.
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