viernes, 6 de abril de 2018

Etapa 48 (405) Noorwijk aan Zee-Saantpoort Zuid


Etapa 48 (405) 31 de julio de 2013, miércoles. San Ignacio de Loiola.
Noordwijk aas Zee-Zandvoort-Noordwijk aan Zee-Zandvoort-Haarlem-Saantpoort Zuid.

No, no estoy borracho y por eso repito las cosas. Esta mañana he hecho viaje de ida y vuelta, como luego os explicaré.

Amanecer en el albergue de Noordwijk.
Como decía, he dormido bien. Me siento en la taza y defeco una mierda consistente. ¡Perfecto! Agrupo mis ropas dispersas, pero hay humedad y no se han terminado de secar bien. Tampo
Etapa 48 (405) 31 de julio de 2013, miércoles. San Ignacio de Loiola.
Noordwijk aas Zee-Zandvoort-Noordwijk aan Zee-Zandvoort-Haarlem-Saantpoort Zuid.

No, no estoy borracho y por eso repito las cosas. Esta mañana he hecho viaje de ida y vuelta, como luego os explicaré.

Amanecer en el albergue de Noordwijk.
Como decía, he dormido bien. Me siento en la taza y defeco una mierda consistente. ¡Perfecto! Agrupo mis ropas dispersas, pero hay humedad y no se han terminado de secar bien. Tampoco la toalla, pero lo guardo todo en la mochila, pensando que ya se acabarán de secar dentro. Para no molestar a Paul, que duermo, decido afeitarme después del desayuno. Salgo de la habitación. El cielo está con nubes, pero también asoma el sol por entre ellas. Confío en que no sea lluvioso como el de ayer, con toda la larguísima playa que el mapa me ofrece por delante. Eso es lo que parece que va a ocurrir hasta Zandvoort. Lo que ahora no sé, es que va a ser playa con repetición y vuelta. El problema es que el siguiente stayokay se me ofrece en Haarlem, que está hacia el interior. Ya veré lo que decido hacer cuando esté cerca de Zandvoort. Por otro lado, una duda más que resolveré. ¿Visitaré o no Amsterdam? Teniendo en cuenta que si llego hoy a Haarlem, es cuando más cerca voy a estar de la capital holandesa, sería mi mejor oportunidad para conocerla. Tengo claro que la costa que más me interesa es la exterior, la del Mar del Norte, así que la visita a Amsterdam sería un viaje en transporte urbano similar a la que hice a Brujas, en Bélgica. Con estas dudas, me llega la hora de desayunar.

Desayuno en el albergue juvenil.
Como entro de los primeros en el comedor, me libro de la chiquillería. Desayuno dos zumos de manzana, que utilizo para empujar el bocadillo de fiambre. El jamón York, cortado en lonchas muy finitas, está riquísimo. Se me olvida comer un yogur. Como otro pan que embadurno de mantequilla y mermelada y una mandarina Clemen Gold, así que será una clementina Oro. Bebo dos capuchinos y una tostada redonda dulce. Antes de marcharme, la recepcionista me dice que el stayokay de Haarlem está entre los números 20, 21 y desviándome hacia el 22 de mi mapa, en el tramo en que aparece 2,2 kilómetros, así que ya me hago el itinerario numérico desde Zandvoort 79-77-83-82-35-21 y al llegar allí, ¡a preguntar de nuevo toca! Así voy más seguro, sabiendo hacia dónde debo ir, pero luego tendré que encontrar los números que busco en el lugar que deben estar. Esto es lo mejor. Lo peor va a ser que la información que me ha dado la chica no es correcta, puesto que el stayokay está mucho más al norte, casi en Sampoort Zuid, mucho más arriba del número 20 y, para más inri, la carretera en obras me va a obligar a salirme del circuito de las señales. Adelantando acontecimientos, os diré que llegaré al albergue, aunque más que cansado. ¡Cansadísimo! Poco después de las ocho y media, ya estoy en marcha hacia la playa.

Camino hacia el strand.
El indicador que me va a llevar a la playa pàrece fácil, aunque el camino empieza siendo de gravilla, pronto la base va a ser de arena, puesto que estamos en zona de dunas consolidadas. Cuando llego al letrero que me da la bienvenida a las dunas de Holanda, lo fotografío. Es la primera del día. Lo hago para que se vea lo bien que lo hacen estos holandeses. Mi camino es el de gravilla que señalo y el otro, el que va por entre el pinar, es de arena y está diseñado para las caballerías. 
 
Con esta diferenciación, el caminante puede ir descalzo luego por la arena sin peligro de infectarse con el tétanos. Supongo que los ciclistas tendrán otro acceso adecuado. De momento el camino para peatones es de gravilla. No tengo dudas. No soy un caballo. Pasando por el golf, donde veo a unos golfistas madrugadores pegando con sus hierros a la bolita, la pista de gravilla ya es de arena. 
 
Desde mi camino, saco foto a alguno de los golfistas y confío en que no me den un bolazo ni en la testa, ni en la testosterona. Cuando llego a lo más alto de la duna, saco una foto hacia atrás, para que se vea bien cómo es el camino y que no engaño. Con estas fotos delatoras, apenas tengo oportunidad de salirme del guion ni inventarme nada. 
 
Tras un rato de llaneo o de ascenso suave, llega la hora de bajar a la playa. La cuesta es muy pronunciada y me alegra que la tenga que bajar y no que subir. ¿Y no que subir? Pronto lo digo, puesto que no será cierto. En este tramo, dentro de unas horas, me encontraré, sentada en el camino, con Hadewijck, una viuda reciente, a la que trataré de consolar contándole mi viaje. El lugar intermedio en que me la encuentro no figurará en ninguna foto y os lo tendréis que creer porque creo que, después de 405 etapas narradas ya confiáis en mí lo suficiente, y yo también confío en vuestra credibilidad. Así que, tras este inciso, bajemos a la playa. Después de haber subido y bajado la duna de Pilá, ésta resulta fácil, como coser y cantar. Peor será al volver de Zandvoort, como ya os he adelantado.
 
Larguísima y magnífica playa 
Noordwijk aan Zee-Zandvoort.
Ya estoy en la arena con las sandalias en la mano. Voy avanzando por la orilla. Zanvoort se adivina a lo lejos. Una rodada reciente de coche me indica que la marea todavía está subiendo, puesto que algunas olas ya van borrando la huella. Iré pisando la arena húmeda y el suelo se mantiene firme. Cuando saco una foto, dejo las sandalias en la arena, hago la instantánea, y las vuelvo a recoger para seguir adelante. Pero eso no es lo que hago en todas las ocasiones. Como veréis. Quizá, al sacar esta última, allí se hayan quedado las sandalias, muy cerca de la orilla y de la marea ascendente. Hasta quizá el cubo amarillo de la basura que veis, sea el del hallazgo. He parado aquí, por fotografiar la torre que se ve sobre la duna y, más hacia el norte, un tinglado que no sé qué es, que, cuando llegue a la altura de la playa, tampoco me atrae tanto saberlo como para ascender la duna y verlo, pero que, me hace recordar a lo que ayer me contó Paul de la manifestación cultural, algo que vamos a ver poco más adelante pero en la playa. Quizás lo que se ve sobre la duna sea un aparcamiento para bicicletas, nada cultural artístico, aunque sí de cultura deportiva. 
 
Vuelvo a recibir sensaciones similares a las de Las Landas y La Gironda francesas, aunque allí los pueblos me parecían más distantes. Se repite el mar, aunque el de aquí menos embravecido, la duna baja, la inmensidad y la bruma suave que desdibuja Zandvoort en la lejanía. Son sensaciones repetidas que me agrada recordar, y que me hacen pensar en que no empecé ayer a caminar. Allí sentía más la soledad. Un letrero me informa que estoy en zona de kitesurf, aunque no se ve a ningún practicante de dicho deporte. Entre los números 86 y 79, mi mapa indica 11,4 kilómetros. Calculo que será alguno más los que hay entre el albergue y la siguiente ciudad. Es lo que indica el carril bici y no me parece descabellado pensar que puedan haber 15. 
Hoy voy a hacer un porrón de kilómetros. (No es de extrañar que me note cansado cuando escribo esto en el stayokay del Norte de Haarlem). Llegando a otro letrero, el que informa del acontecimiento artístico mencionado por Paul, y donde veo unos lienzos con caballete fijo y vueltos de espaldas, con el bastidor a la vista, encuentro a una abuela que está con su nieto. Ambos vestidos aunque el niño juegue en la arena. Quizá consideren que la temperatura no es la adecuada y esperan a que el sol salga entre las nubes. Saludo a la señora y pregunto sobre el cartel. No me sabe decir nada.

Los colores de la música.
El cartel me sirve para varias cosas: saber que la manifestación está dentro del programa Kunstprojekt, que el artista pintor es Dirk Hakze, con el que charlaré al regreso, y que este tramo de la playa se llama Strand Langevelderelag-Noordwijk. El título de lo que se muestra es: Los colores de la música. Los bastidores rudimentarios están colocados como en círculos, más o menos, concéntricos. Se pueden contar como tres filas. Entro al centro, en el círculo de cuadros y os ofrezco lo que veo. 
 
Unos lienzos de acrílicos que, individualmente ofrecen pequeños retazos de paisaje marino, pero que tienen sentido en su conjunto, como si de un único paisaje se tratara. Lo que no oigo es música alguna y me quedo sin saber lo que el artista pretende o lo que la música, ¿qué música?, le inspira. O quizás sea el viento, si lo hubiera, ¿el que produciría su música al pasar entre los bastidores? Paul me había hablado de un festival de música y cada vez me voy convenciendo más de que esta es una muestra de esa representación anunciada. Si lo que pretende el artista es representar lo que ve, no acabo de ver claro esas líneas azules con blancos de olas rompientes, con ocres que pudieran representar arenas pero que son nubes de crepúsculo. Tampoco quiero romperme la cabeza, puesto que el resultado me parece bello y muy trabajoso. Me parece otro reto, de lucha, de pelea, contra las leyes de la naturaleza, que me trae a la mente a Antonio López y su afán por pintar unos membrillos al sol sin que el paso del tiempo los altere. ¿Cómo representar ese paso del tiempo? Abandono esta instalación y sigo adelante. Dudo de que le dé tiempo para terminarla el sábado. Al regreso, me enteraré un poco mejor de qué va el experimento.
En playa nudista.
Sigo por la playa, pero no me entero de que es nudista hasta que llego al letrero que indica su finalización. Como estoy muy bien de temperatura y el sol sigue oculto entre las nubes, no me preocupa y voy posponiendo el baño. 

 

Voy tan feliz que no me doy cuenta de que ya he cometido el error del día y que tendré que subsanarlo y, como consecuencia, deshacer todo el camino que estoy haciendo y más. 

 
Por el camino me voy acordando de Brujas que, salvo el rico conejo, lo considero un error de mi viaje, y voy pensando en renunciar a Ámsterdam y a Van Gogh. 




Un encuentro nepalí. Kumari.
Veo que viene, todavía lejano, alguien con cabeza rapada. Camina parsimonioso por la orilla, agachándose y cogiendo conchas.
  


  Puesto que viene con mochila, pienso que pueda estar haciendo un camino similar al mío. Cuando le saludo, me llevo la sorpresa de que es una chica. Está proporcionada, pero es poquita cosa y, cuando le pregunto, me dice que viene caminando desde Zandvoort y que finalizará en Noordwijk. 
 
Mi predicción ha fallado. Lleva varios años trabajando en Holanda, pero es de Nepal. Hoy es su día de fiesta en el trabajo y aprovecha para hacer una pequeña caminata. Le cuento mi viaje. Es mi sherpa en este momento y se llama Kumari. Se pronuncia con la erre fuerte y suena Kumarri. Como vamos en dirección opuesta, nos despedimos deseándonos suerte en la vida.

Hacia Adam & Eva.
Un grupo grande de gaviotas, a las que obligo con mi presencia a levantar el vuelo. Han volado todas menos la sorda y sus polluelos. Algunas han seguido playa adelante, otras han volado hacia el interior, algo poco habitual y, al poco rato veo que, hacia atrás, han vuelto a agruparse muy cerca de donde estaban. Mejor, así no tendrán que volar varias veces si lo hubieran hecho hacia el norte. Zanvoort ya se empieza a ver más nítido, aunque está todavía muy lejano.

El viento que sopla norte, me va acercando rodando un rulo de plástico que viene derecho hacia mí. Lo cojo para ponerlo en una papelera, aunque no cree peligro alguno. Lo fotografío según viene, cuando llega a la altura de un nuevo cartel indicador de playa nudista. Me hago el propósito de darme un baño antes de que finalice este tramo con nudismo autorizado aunque, como decía, toda esta larga playa podría ser considerada potencialmente nudista si no tuviera cartel alguno que lo indicara. 
Pero cuando llevo andados 20 minutos más o menos, vuelvo a ver cartel de finalización de la zona. Según estoy pensando en darme allí el baño, recapacito y estudio mejor dicho cartel. Llego a la conclusión de que lo que indica es que no está autorizado a los nudistas salir en bolas por encima de la duna, por el sendero habilitado que, como no subo a lo alto, tampoco puedo saber lo alejado o cercano que estará a la zona urbana. 

¿Qué sentido tendría y qué caso se le haría a este cartel en la playa de Berck-sur-Mer? En cualquier caso, sin darme el baño todavía, continúo adelante. Empiezo a ver gente descalza paseando por la orilla y estoy llegando a Zandvoort. Es así como llego a zona de kitesurf.
 


Los parapentes vuelan y los deportistas amarrados vuelan con ellos saltando sobre las olas. 

 


 En la parte más interior, la de arena seca, trabaja una pala-tractor haciendo una plataforma de arena. Es una pejiguera, ya que la arena fina vuela. Menos mal que la dirección del viento se la lleva hacia la duna. No le veo sentido a esta plataforma, pero luego veré que lo tiene.

Adán y Eva y el 69.
Cuando llego al final de la plataforma, veo el cartel de finalización de la playa nudista. Buen sitio para despelotarme, darme algún baño y, ya vestido, caminar hacia el cercano Zandvoort. Es entonces cuando me doy cuenta de que la instalación que está sobre la plataforma es nudista y se llama Adam & Eva y que, el otro es el Pool (?) 69, ambos nombres muy significativos. 

También hay un tercero. Al estar cercana la población, la plataforma permite quitar a los nudistas de la vista de paseantes curiosos. Me parece un error, ya que yo preferiría menos ocultamiento y mayor invitación a textiles reprimidos que se desnudarían de mil amores con sólo un empujoncito. Supongo que los enemigos del nudismo aprobarían esta plataforma. No así los mirones que, de una forma u otra, mirarán igual. Una hamaca que está del revés, la pongo bien y, sobre ella coloco mis mochilas y la ropa que me voy quitando. Desnudo, me voy al agua.
El baño es corto porque noto que el exceso de corriente en el mar me empuja hacia el Norte y no quiero que la resaca me lleve lejos de mis pertenencias y a zona prohibida. Con cuatro brazadas hacia el sur, consigo salir del agua y me paseo por la orilla. Hay mujeres que pasan y miran hacia otro lado, pero hay parejas que saludan. Probablemente sean nudistas que avanzan hacia zona menos limítrofe. Tras varios paseos por la orilla, compruebo que ya me he secado lo suficiente. Se acerca un hombre que viene de Adam & Eva se asoma y antes de que venga y quiera cobrarme la hamaca, me visto y me doy cuenta de que no tengo las sandalias, que me las he dejado sin recoger después de sacar alguna de las fotos. Como no quiero quedarme sin ellas, pues todavía están en buen estado de uso, no tengo ninguna pereza en comenzar el retroceso. La intuición de que las voy a encontrar es la que vale.

Retroceso por la playa hacia el Sur.
Sabiendo cómo es la gente de aquí, respetuosa con lo ajeno, voy con el convencimiento de que las voy a encontrar, ¿pero en qué lugar?, ¿enseguida, en medio, o en el inicio? Lo único que sé es que las llevaba cuando he bajado a la playa. Antes de marcharme del lugar, subo a la plataforma para sacar una foto de la zona de Adán y Eva, donde no están desnudos ni nuestros primeros padres. La foto no sale nítida pero ilustra mi contada. 
 
Voy deshaciendo el recorrido por la orilla y con el temor de que si las he dejado cerca de donde rompe la ola, es muy probable que se las haya tragado el mar, por lo que también me voy fijando en la superficie marina, por si las veo flotando o semienterradas, pues ya ha comenzado a descender la marea. Es así como enterrado, rescato un pantalón corto que me parece de caballero, de marca Everlist, Lo pongo en la arena seca a la vista, y sigo adelante, es decir, sigo hacia atrás. Enseguida encuentro una camiseta de mujer con dos hebillas de hueso en los tirantes. 
 
Ya sólo me falta encontrar el cuerpo de su dueña o dueño, pues el pantalón también podía ser un atuendo femenino. Pero a Hadewijck (que suena Jadevij, no muy lejana a la contracción de este blog: viajedejavi) la encontraré más tarde. Con las dos prendas, me acerco a la duna, donde la arena seca es mucho más fina y con el convencimiento que las secará en poco tiempo. Saco foto de las dos prendas halladas, rescatadas del mar y ahora cercanas a la duna. La playa se me ofrece de nuevo larga hacia el Sur, con la bruma al fondo. A dos chicas rubias y altas, paseantes de orilla, que vienen de frente, les pregunto si han visto unas sandalias en el camino. Al principio se ríen, pero luego se contristan solidarias con mi pena. También pregunto a un hombre solo y a alguna pareja. Nadie ha visto nada. Algunas me dicen sorry, y me orientan hacia Noordwijk para que me compre otras. Una pareja me escucha y ella se ríe con risa sana, y yo también me río con ella, a pesar de lo que la pérdida supone para mi viaje. Lo cierto es que ésta era una buena ocasión para ponerme las que el pasado año me recuperó gratis el zapatero de Parentis. Pero la base está ya muy agrietada y necesitan plantillas para que no me hagan daño en la planta del pie. Además temo que me hagan nuevas rozaduras y estaba tan contento con lo bien que me iban estas, las mejores de todos los modelos probados en Decathlon. .. Mis pies, en este momento, están mejor que al inicio del camino en Bretaña.

Último tramo de la playa 
y encuentro las sandalias.
Pasan dos policías y también les pregunto. ¿De qué color son las sandalias?, me devuelven la pregunta y no sé qué responder. ¡Rojo y negro!, de trecking. No me pueden ayudar mucho más. Estoy llegando a la zona de las pinturas. El pintor pinta con auriculares. Está en el centro de sus círculos pictóricos explicando a un matrimonio con hijo. Pero mi intención al entrar en el círculo, nada tiene que ver con el arte, ni con la intriga del significado e intención de la obra representada, sino que lo hago con intención de indagar sobre la posibilidad de que me haya dejado allí, en el centro de la virtud, mis sandalias. Pregunto, pero el artista no ha visto allí sandalia alguna. Los socorristas no están en su puesto, así que no les puedo preguntar, pero una mujer cercana que está con otra gente, y próxima a un cubo de basura, me dice que vaya mirando en los cubos amarillos, pues la gente suele dejar sobre la tapa los objetos que encuentra. 
Miramos dentro del cercano, y ahí no hay nada. Pero ella me insiste en que mire sobre las tapas. A mi no se me ha ocurrido mirar en los que he ido dejando atrás, así que me queda tarea para después. De momento, me voy fijando en los que quedan hacia el camino que sube a la duna, por donde ya me hago a la idea que volveré hacia el albergue y, por la hora que es, será buen momento para comer. 
 
Total, mañana perdida. ¿Realmente debo considerar perdida esta mañana? No hay nada en el siguiente cubo. Pero en el que viene a continuación, veo algo que, según me estoy acercando, se va materializando en lo que busco. ¿Será fruto del deseo?, ¿un espejismo? No, señor. Son mis sandalias que, una vez vistas, lo primero que hago es fotografiarlas en el sitio en que me ha dicho la señora que buscara. No estamos lejos de la torreta de la foto de esta mañana, pero sí algo más al norte que cuando la he fotografiado. Saco otra foto más próxima para que veáis en qué buen estado se encuentran mis sandalias y si verdaderamente se justifica mi caminata en su búsqueda.
Mayores en la playa.
Con las sandalias recuperadas veo pasar, en dirección al norte de la playa, una plataforma empujada por un tractor, donde van personas disfrutando de un paseo por la orilla del mar. Parece gente mayor a la que creo no hacen ningún favor, puesto que sería más saludable para ellas caminar descalzos por la orilla. También van dos mujeres más jóvenes y la última saluda al caminante con un gesto de su mano izquierda levantada. Veo la sonrisa en su boca, pero la de sus ojos me la ocultan sus enormes gafas oscuras. Los del vehículo van contentos y yo también muy alegre por haber encontrado las sandalias y con hambre canina, después de tanto caminar.

Pescador acaparador.
Unos pasos más adelante veo un espacio de la playa ocupado por parafernalia pesquera. Dentro del agua faena con su caña un pescador, que es el que se ha apropiado de terreno común y de una papelera guarda basura, de uso público, que ha tumbado para que proteja del viento sus pertenencias personales. 
 
Veo otra caña enclavada en la arena y que pesca hacia el mar con la parte alta, la más fina, curvada hacia el anzuelo y el cebo y, una tercera que no pesca pues está orientada hacia la arena. A lo mejor acaba de llegar y todavía no le ha dado tiempo a ponerla en acción. Tras el cubo amarillo de la basura, están las fundas de las cañas y la caja con los artilugios de pesca, la mochila y el cubo que pretende llenar con los productos que atrape del mar. El carretillo explica cómo ha podido arrastrar hasta aquí todo este conjunto que se me antoja necesario para la pesca por un aficionado con ínfulas de profesional. Mi intención al verle es la de preguntarle si ha sido él quien ha encontrado mis sandalias y el que las ha puesto a buen recaudo en el siguiente cubo de basura, pero está tan inmerso entre las olas, tan trabajador con su caña entre las manos, que tengo que dejar mi pregunta para otra ocasión.

¡Y, de repente, Hadewijck!
Muy pronto, estoy junto a la rampa de arena que supera la duna. Ya no tengo duda de que es buena hora para ir a comer al mismo lugar en que cené ayer. Cercanos a la orilla hay una pareja que permanece vestida. Ambos sentados, él sobre la toalla en la arena y ella en una sillita de campaña. Otra pareja está al pie del camino, junto a la duna. Hago de tripas corazón y comienzo la empinada ascensión. Resulta dificultosa más por ser de arena floja y por el peso añadido a mi cuerpo por mis mochilas que por su inclinación. Y, cuando llego arriba, en la segunda curva, ¡oh, sorpresa! Una mujer me aguarda sentada al borde del camino y que me pregunta por algún sitio para tomar un café. “Sé de uno”, le respondo, y le propongo acompañarle e invitarle al café. En principio acepta y vamos juntos hacia el restaurante. Voy charlando con Hadewijck. Pero no es lo mismo hacer un camino que te lleva a la playa y otro hacerlo de regreso, con otras encrucijadas antes no advertidas, y me surge una duda en un cruce. Nos encontramos con otra pareja que no saben responder a nuestra duda pero que no lo quieren reconocer, así que nos mandan hacia lugar que no es el que yo deseo ir. Hadewijck habla con ellos en neerlandés y dudo de si mi reciente nueva a miga va a acabar quedándose con ellos, y tener así una oportunidad de decirme adiós y librarse de mí. Por suerte, pasan en bici un padre y su hijo, y ellos me reafirman en la dirección en que yo intuía podría estar el stayokay. Pasamos junto al bosque por el que el camino mandaba a las caballerizas y, ya estando en el camino hacia el albergue, nos dirigimos al restaurante. Le voy contando el suceso de las sandalias y la alegría que me he llevado cuando han aparecido.

Langs Berg en Dal. II parte.
En el restaurante en que cené ayer, nos sentamos en una mesa de la terraza. Nos atiende una jovencita que luego sabré hace sus pinitos en castellano pero, como de momento no lo sé, aprovecho que estoy con una holandesa, que habla francés, para que me explique en qué consisten algunos de los platos ofrecidos. Especialmente, de las carnes, pues hace tiempo que no me como un filete y creo que ya me lo merezco. El turnedó de la carta lo ofrecen carísimo, pero siento atracción por las costillas de vacuno, que ella me dice que se llaman en holandés algo así como sparerivs. A Hadevijck le parece una carta carísima y se va a limitar al café, pero le ofrezco la posibilidad de pedir una ensalada para comérnosla a medias. También pide una crepe dulce y acepta que la invite. Sigo exultante después de la aparición de las sandalias. Ella dice que es la primera vez que como algo dulce a la vez que picotea de mi ensalada, pero no le parece mal el contraste de dulce con salado. Las sobras de la ensalada me las comeré yo después de las costillas. Ella dice que no prueba ni la carne ni el alcohol, pero yo bebo dos cervezas. Estoy confiado con la tarjeta Visa, pues si ayer funcionó, espero que hoy también vaya bien. La cuenta asciende a 46,35 € y la pago con gusto. Ella se ha quedado ojeando mi diario. Al no saber castellano, poco va a sacar en claro. Pero le sirve para tener una idea complementaria de cómo soy. También puede sacar conclusiones con los dibujos del pasado año y los de éste. Ayer sólo cogí algún caramelo de los ofrecidos al pagar, pero hoy cojo todos y dos chupa-chus de multifrutas. Uno me lo comeré por la playa, tras despedirme de Hadevijck y el otro mientras escribo, por la noche. Ella tampoco come caramelos. Mientras pago, hablo con la camarera y, antes de salir a la terraza, entro en el retrete. Cuando estoy saliendo, Hadevijck, preocupada, se acerca a la barra temiendo que no me esté yendo bien la Visa. Me devuelve el diario con los dibujos y me dice que le han gustado. Nos vamos.

Despedida de la efímera amiga.
Vamos caminando por camino conocido hacia la playa. Le voy contando cómo fue mi encuentro con Annick en La Vandee y, después en su casa en Bretaña y cómo, este año, inicié en su casa mi andadura. También le narro lo de la comunión de los caballos que, como es lógico, desconocía.
Hadevijck tiene 50 años, pero no aparenta sino 35-40, probablemente por el cuidado que pone en una alimentación saludable. Al menos ella lo achaca a lo que come y al yoga que practica. De despedida saco foto al pasar por el stayokay, con los toldos blanquecinos del restaurante perdidos entre el arbolado. Ella no quiere fotos, ni yo se lo propongo. Está en una fase difícil de su vida. Hace poco que enviudó. Su marido atrapó una enfermedad incurable y los últimos años han sido horrorosos. Él era diez años mayor que ella, pero todavía una persona joven, y ella está buscando dar sentido a su vida. Está en un hotelito que, por tres días, ha pagado 150 €, razón por la cual el stayokay le parece caro, y no le falta razón. Sobre todo sabiendo que comparto habitación y los servicios son comunes. Me ha alegrado coincidir con ella. Según le he entendido, vive en Haarlem. Le he dicho que este encuentro lo contaré en mi blog, pero en castellano. No le importa, y tampoco pone ningún interés en que le dé la referencia para visualizarlo. 
 
Me recomienda como muy bonita la costa que sigue al Norte de Zaandvort, pero yo ya la cogeré muy avanzada. Todavía le quedan dos de esos tres días. Me dice que mañana y pasado vamos a tener buen tiempo. Ya hemos llegado a la playa y nos despedimos con los tres besos de rigor en las mejillas. La siguiente foto ya será en la playa, con ella alejándose hacia el sur, a Noordwijk mientras yo vuelvo a tomar, ahora por tercera vez en el día, la dirección norte hacia Zandvoort. 
 
Por la misma playa. 
Pescador y minusválidos.
Las últimas informaciones de la holandesa me hacen concebir un plan que está condicionado al mapa, pues el que tengo ya se me acaba, pero teniendo en cuenta los horarios de los VVV, temo que llegaré tarde al de Zandvoort, como así va a ocurrir. Esta circunstancia de no-mapa, me va a obligar a ir hacia Haarlem, que ya estaba a punto de dejar de lado, pues también había descartado ir a Ámsterdam y Van Gogh. El camino de vuelta a Zandvoort lo hago ya despreocupado. Paso por las cañas de pesca y coincido con el pescador, ahora fuera del agua. Se ha puesto ropa abrigada por encima del traje de neopreno. 

Aprovecha para enseñarme el magnífico pez que ha obtenido. El hombre está eufórico y feliz. Le pido foto y él pone empeño. Agarrando al pez de las agallas, estira su aleta dorsal, dando un aspecto más feroz al pobre animal capturado, y todavía ensangrentado, fuera de su hábitat, el líquido elemento marino. Yo diría que es una lubina, pero no lo puedo asegurar. Me despido. Al preguntarle sobre las sandalias, me dice que él no las ha recogido, puesto que ha llegado a las once y no ha visto nada por la orilla. Pasa el transporte turístico por la orilla de la playa, esta vez lleva a personas con minusvalía. Las más jóvenes los llevan muy bien abrigados. En las cartolas del vehículo se invita a más usuarios y se pide personal voluntario.

Otra vez el pintor musical.
O que, al menos, la música le inspira para realizar su obra de un mar inquieto plasmado en lienzos estáticos. Visito los cuadros en el momento en que llega el artista. 

 





Se pone los cascos y coge brocha y rodillos. La brocha la impregna en pintura azul y la va distribuyendo por la parte baja de un lienzo en blanco. Primero se ha alejado de él y le hace unas marcas. Ahora se ha acercado. 

Desconozco qué música le inspira, puesto que yo no la oigo. Todos los cuadros se conectan, unos con otros. Da más brochazos, se aleja, rectifica, vuelve para sacar nuevos matices al mismo azul, mediante el uso de un rodillo y un trapo, con el que quita los chorretones de pintura. 

 







  
Disfruto con su técnica. Me gusta. Es muy pacienzuda y consigue que tenga sentido en cada cuadro individual y en su conjunto. Cuando le digo que me he encontrado las sandalias, me da la enhorabuena. Y me despido de él, después de sacar cuatro fotos de su obra.

De nuevo hacia Zandvoort.
Pensando en que me las había dejado frente al poste alto de la duna, pienso en que no las ha podido rescatar Kumari, pues ella las habría puesto en el cubo amarillo siguiente. No habría retrocedido.
 
Lo más probable habrá sido que alguien que paseaba por la orilla y que venía hacia Zandvoort. Creo que dejarlas así a la vista, sin meterlas dentro con la demás basura, facilita el recuperarlas y también la reutilización por parte de otras personas del mismo pie. Una hora después, sin nada que destacar, llego al lugar de la duna donde había puesto las dos prendas encontradas, camiseta y pantalón. Si llego un poco más tarde, me habría encontrado con que se las habría tragado la tierra, bueno, la arena. Ahí se van a quedar. A mí no me conviene cargarme con peso extra. Las desentierro y las dejo a la vista, hasta que el viento…

 








El 69 y Adam & Eva.
Una foto hacia el sur y el tiempo transcurrido, me hacen pensar en unos doce kilómetros entre las dos ciudades. 
 
Ya estoy llegando a las plataformas de los chiringuitos nudistas. Las plataformas empiezan antes que el 69 que, ahora, fotografiaré al pasar. 

 






También el de Adán y Eva, procurando que ahora la foto salga bien. 

No me parece mal la idea, ya que ambos han dispuesto de pantallas acristaladas para proteger a los nudistas los días que hace viento y, cuando no, tienen espacio suficiente como para colocar las hamacas en la parte delantera. Como el tiempo no acompaña, ahora tampoco hay nadie desnudo. Pero el estar sobre la plataforma me sirve para comprobar que los paseantes de orilla no pueden ver a los nudistas, cuando los haya. Por el fondo del mar, hacia el oeste se vislumbra una fina franja de azul, que presagia el buen tiempo anunciado para mañana. Pero esa perspectiva no me va a evitar que llueva camino de Haarlem.
 

Al final de la plataforma encuentro al tractor que faenaba esta mañana. Compruebo con sorpresa que pretenden consolidar la plataforma, colocando baldosas sobre la superficie. Ya tienen preparados los palés con ellas encima y alguna de tamaño mayor. Me supongo que si hace el viento de hoy, estas baldosas serán pronto engullidas por la arena. Ellos sabrán lo que hacen. 

 
Llego al final de la zona nudista y vuelvo a fotografiarlo, de forma que así sabré cuanto he tardado en recorrer este camino triplicado y de propina en el retroceso y la vuelta al lugar. De 11:04 a 17:16. Más de seis horas, con el tiempo de comida, el acompañamiento y los encuentros. No está mal. Saco una foto hacia Zandvoort, que ya lo tengo a tiro de piedra. Estaré allí en un cuarto de hora. Con muchas ganas, después de tantas horas descalzo, salgo de la playa.


Zandvoort.
Consigo llegar a la oficina de turismo antes de las cinco y media, pero ya han cerrado a las cinco.




Desde la duna, saco la última foto de la playa de Zandvoort, la última playa que voy a ver hoy.





 Paso por el restaurante ¿Qué pasa? Que, si no hubiera ocurrido el percance de las sandalias, habría sido un lugar perfecto para comer. Aunque Turismo estaba cerrado, una señora me orienta hacia una librería papelería, Bruna, pero no la entiendo bien.

Entro en un gran almacén que acaba en UNA. La cajera no entiende nada de lo que le pregunto, pero la otra me lo escribe en un papel. Pero allí no tienen el mapa que necesito. Tienen el mismo que llevo, y el general de Holanda, pero no la continuación. Así que salgo sin comprar nada. Llego a una iglesia de alta torre campanario, pero el edificio de la nave principal me parece como si fuera de juguete, con una triple entrada que parecen las casitas de los enanitos de Blanca Nieves. Encuentro el número 79 y voy hacia el 77 y, cuando enfilo el 37, ya supero el doblez del mapa y puedo abordar el último tramo.

Un tramo muy complicado.
Voy pasando por unos miradores. Al primero no subo, pero sí al segundo, donde hay una mujer.






Para lo único que me sirve este promontorio es para comprobar cómo me voy alejando de la ciudad de Zandvoort hacia el interior. 





Empieza a llover. La visera se me moja con goterones gordos, pero la lluvia no irá a más.



Encuentro también una atalaya en el camino, pero no veo su finalidad, ni encuentro forma de acceder a la plataforma de arriba. 
















Al pasar por un lugar que se llama Kraani… y algo más, veo el tronco de un árbol, que ha perdido todas sus ramas y hojas y que a pasado a ser como una escultura más de un paisaje natural. La verdad es que mucha gracia no tiene, pero a falta de cosa mejor, lo fotografío.
 

Ya estoy muy cansado y lo que te rondaré, morena. Paso por una gran mansión en entorno boscoso en cuyo prado delantero han segado la hierba y la han puesto a secar, probablemente para que la coma un ganado que no consigo ver. Voy bien hasta que llego al nº 36 y estoy buscando el 21. Así es como voy llegando a las afueras de Haarlem. 

 

Haarlem. Un matrimonio encantador.
Una pareja me dice que el stayokay no está donde me lo han señalado en el albergue de Noorwijk. Me indican mucho más lejos. Al otro lado de un canal veo una gran iglesia y la fotografío de lejos. El dilema que se me plantea ahora es si debo cruzar al otro lado del canal por el paso de la derecha o por el de la izquierda y, después, hacia dónde tirar. De momento, sigo el camino. Un chico que corre, muy amable, intenta responderme, pero no sabe. En ese momento ha aparcado un coche y un hombre sale raudo y se mete en su casa. Me acerco y cuando está a punto de cerrar la puerta, le grito. No estoy en condiciones de perder esta oportunidad. El hombre bajo el dintel, ante mi pregunta, ¿Stayokay? Y me dice que sí, que está OK. No me río de milagro, pero me hace pasar. Parece que será su mujer la que me podrá informar mejor. A él se le ve cansado del trabajo del día y que tiene ganas de descansar en su casita. Le pregunto si tiene un plano de la ciudad, donde se pueda situar el Albergue juvenil. Cuando aparece su mujer, coge un plano y me sitúa el albergue en el sitio exacto. 
 
Y me hace el itinerario. El mejor para que pueda llegar pronto allí. Debo retroceder a la carretera, cruzar por la iglesia, ir a la siguiente calle, que me escribe bien: ZIJLWEG, pues yo lo estaba diciendo mal. Ella se sehace en elogios de España, donde suelen disfrutar de vacaciones. Me quieren dar agua y galletas… Se asoma una hija. Me despido agradecido.

Reorientado por Haarlem.
Al salir de la casa, donde han sido tan amables, la fotografío para el recuerdo, con la puerta que me han franqueado. Luego fotografío también la iglesia, que también es colegio.
 

Ésta va a ser la última foto del día. No tengo ninguna gana de hacer más fotos. Lo que quiero es llegar cuanto antes al albergue. Cuando llego a la calle señalada, no veo el nombre de Zijlweg por ninguna parte. Una camarera, que lleva dos mojitos en su bandeja, me lo confirma. Llego al cruce con la avenida principal y lo abordo, pero me encuentro con la mala fortuna de que el carril bici que me iba a llevar a destino, está en esta zona en obras. Desconozco la alternativa y me lanzo a una especie de autovía, que va en paralelo. Los coches me pitan, pero no puedo escapar por que el muro que separa del carril bici es muy alto., aunque desde arriba ya he visto por dónde va la continuación, por donde deberé seguir después, cuando salga del atolladero. De lejos, veo alguna bici o moto, y corro para escapar por encima del quitamiedos. ¡Por fin, se acabó el peligro! Ya estoy de nuevo en el carril que estaban reparando antes. Orino en un árbol y sigo por él. En la primera rotonda, paso al otro lado, que es donde encontraré el albergue. Hay mucha circulación y, cuando estoy en el otro lado de la rotonda, un señor que espera con su bici a que su semáforo se ponga en verde, me dice que no sabe dónde está el stayokay, pero sí que la calle donde se encuentra es la Jan Gijzenpad. Así que debo seguir en paralelo a la autovía de mis temores pasados. Voy leyendo el nombre de todos los cruces y, cuando llego a otro ancho, una mujer que, desde su coche, me ve dudoso, me dice que el stayokay está más adelante. Más tarde, sale de la carretera y la encuentro a mi lado. Para para completarme la información. Algo innecesario pues se trata de seguir adelante nada más. Antes de medio kilómetro ya estoy delante del albergue.

El Albergue de Haarlen está en Santpoort Zuid.
Después de visto, todo el mundo es listo pero, si hubiese seguido la playa adelante habría tardado mucho menos en llegar al stayokay. ¡Lo que perjudica una mala información! Cuando entro en el lugar, compruebo que hay mucho chiquillo que, para variar, corren, gritan y golpean puertas. El recepcionista me pide un porrón de pasta en habitación compartida de cuatro. Hay dos camas ya ocupadas y le digo que es el stayokay más caro de todos los que voy pasando. Y, encima, está en el culo del mundo. Me pregunta si lo quiero o lo dejo. ¡Claro que lo quiero! ¿Qué otra opción me ofrece? Me da un plano para que mañana coja el tren que me devolverá a Zandvoort. Me añade que debo pasar por el paso subterráneo al otro lado de la autopista. Me da llave de la habitación nº 3. Hoy me va a tocar dormir en litera de arriba. Organizo la cama, el equipaje, orino y me ducho. Aquí se puede regular bien la temperatura del agua, ya que hay dos grifos que uno puede dosificar.

Elise.
Cuando ya me he vestido, entra Elise. Es suiza y habla francés. Un respiro para mí, pues así podremos entendernos mejor. Es de Ginebra. Imposible que conozca a mi amigo Aurel, de Lausanne. Además, esta joven tiene la facultad de reírse mucho. Cuando le cuento, le encanta mi viaje. Ella pasa aquí unos días y va en bici a la playa. No sé si es propia o de alquiler, pero me dice que ha venido en bici desde Suiza. A ella le ha salido la cama más cara que a mí, pues no tiene el carnet de alberguista. Elise se va y yo me quedo escribiendo en la habitación. Me ha dado una galleta de miel, holandesa, muy rica, y una banana, que no he rechazado. Luego le compensaré con un caramelo y dos dátiles. Para completar la cena, como una barrita energética y un dátil. Sigo escribiendo hasta que a las 23:15 vuelve Elise y yo también tengo necesidad de dormir. Ya seguiré mañana. Aunque he cerrado la ventana, por la mañana me la encontraré abierta. ¿Habrá sido la otra veterana, compañera de habitación? Ha llegado a la 1:30 de la madrugada. Poco discreta, ha encendido la luz de la entrada. He cogido el programa Week 27 que se celebra del 11 al 17 de julio en Haarlem, se trata de doce pelis seleccionadas, entre ellas está Blancanieves, la última de Malik, y Before midnight, junto a la del hijo de Kurosawa y, para revisar, Jour de fête, de Tati. No sé por qué le presto tanta atención, pues estamos a 31 y este festival mínimo ya se celebró. ¿Será por Blancanieves? Felices sueños con los enanitos auténticos, a falta de angelitos.

Balance de una jornada de avance y retroceso.
La pérdida de las sandalias me ha propiciado un final de julio bastante curioso. Me ha permitido ver cosas por duplicado, conocer a Hadewijck. Un día en que una información incorrecta me ha hecho llegar muy tarde al albergue. Pero, con todo, no ha sido un mal día. Elise me lo ha terminado de arreglar.

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