Etapa 21 (378). 04 de julio de 2013, jueves.
La Croix Sonnet-Hennequeville-Cricqueboeuf-Pennedepie-Vasouy-Honfleur-Pont
de Normandie-SEINE MARITIME-Le Havre-Sainte Adresse-Aeropuerto-Octeville sur
Mer.
Hoy será mi jornada 87 por la costa francesa.
Amanecer en Cuatro
Caminos.
La cuarta vez que me levanto a orinar, son ya las 7:30
horas, así que me afeito y me hago un lavado de cara como los gatos. Destiendo
la ropa, que sigue mojada, y la meto entre sábanas para que pierdan algo de
humedad. Se acabarán de secar dentro de la mochila. Son las 7:50 cuando ya
estoy en marcha. Por si acaso, miro hacia la casa. Martine se asoma a la
ventana y le doy un beso de despedida. “He dormido muy bien”, le digo. Le añado
que me sorprende que me calificara ayer de buen negociante y le cuento mis
experiencias de Egipto y Marruecos.
Ella me dice que el regateo es algo distinto que la negociación. Yo no veo gran diferencia. Quizá hubo algo de comprensión por su parte al explicarle cual era la filosofía de mi viaje y ella comprobara que no tengo inconveniente alguno para dormir en la calle. Le agradezco también, el haber incorporado la capuchina a mi vida.
Me voy. Desde la ventana de mi cuarto no lo he apreciado, pero caen unas chispitas dispersas de agua pulverizada que me van a acompañar durante un trecho de mi camino matutino. Saco dos fotos, una del edificio donde están las habitaciones y otra del edificio principal donde Vive Martine y donde cené ayer.
Ella me dice que el regateo es algo distinto que la negociación. Yo no veo gran diferencia. Quizá hubo algo de comprensión por su parte al explicarle cual era la filosofía de mi viaje y ella comprobara que no tengo inconveniente alguno para dormir en la calle. Le agradezco también, el haber incorporado la capuchina a mi vida.
Me voy. Desde la ventana de mi cuarto no lo he apreciado, pero caen unas chispitas dispersas de agua pulverizada que me van a acompañar durante un trecho de mi camino matutino. Saco dos fotos, una del edificio donde están las habitaciones y otra del edificio principal donde Vive Martine y donde cené ayer.
Todo el primer tramo lo voy a hacer por carretera. Como
hay poca circulación en hora tan temprana, hasta el paseo sobre asfalto resulta
grato. Pasada la rotonda, aún no estoy en la D-513 y todavía tardaré en llegar
a ella.
Llego a una zona con edificios grandes. Se trata del Centro Hospitalario comarcal de la costa Florida. Si me hubieran sentado mal las capuchinas, habría ido a urgencias y tenido oportunidad nuevamente de conocer la sanidad pública francesa. Mejor, no, y más barato. La carretera va descendiendo hacia el mar. En la cuneta encuentro un hongo que, aunque está muy sano, está totalmente comido por los limacos.
Supongo que en el bosque habrá muchos más, pero no voy a entrar ni entretenerme en buscarlos. Al llegar a un cruce y compruebo que para ir a Villerville a desayunar, debo retroceder un kilómetro y no tengo ganas de retroceder, así que desayunaré más tarde pero siguiendo hacia nordeste.
Llego a una zona con edificios grandes. Se trata del Centro Hospitalario comarcal de la costa Florida. Si me hubieran sentado mal las capuchinas, habría ido a urgencias y tenido oportunidad nuevamente de conocer la sanidad pública francesa. Mejor, no, y más barato. La carretera va descendiendo hacia el mar. En la cuneta encuentro un hongo que, aunque está muy sano, está totalmente comido por los limacos.
Supongo que en el bosque habrá muchos más, pero no voy a entrar ni entretenerme en buscarlos. Al llegar a un cruce y compruebo que para ir a Villerville a desayunar, debo retroceder un kilómetro y no tengo ganas de retroceder, así que desayunaré más tarde pero siguiendo hacia nordeste.
Hennequeville.
Paso por una borda con tejado de paja. En el entorno hay
otras de similares características constructivas, se ve que las hicieron hace
muchos años y que resisten bien el paso del tiempo.
En la carretera hay un equipo de camineros que van desbrozando los vegetales que crecen en la cuneta, para que no entren en la carretera. Ya que no tiene tiene nada de arcén, al menos que las hierbas y los matorrales no obliguen al caminante a ir por mitad del asfalto.
Un operario por delante, regula la circulación, pero yo también debo ir más atento para que los coches que pasan por delante y por detrás, no me lleven a mí por delante.
En la carretera hay un equipo de camineros que van desbrozando los vegetales que crecen en la cuneta, para que no entren en la carretera. Ya que no tiene tiene nada de arcén, al menos que las hierbas y los matorrales no obliguen al caminante a ir por mitad del asfalto.
Un operario por delante, regula la circulación, pero yo también debo ir más atento para que los coches que pasan por delante y por detrás, no me lleven a mí por delante.
Cricqueboeuf.
Continúo por carretera y llego a Cricqueboeuf. Una casa
que sale hasta el borde de la carretera me hace pensar que se construyó antes
que hicieran la ruta. El tejado de paja es de las mismas características de los
que he visto poco antes.
Así como aquellos me han parecido bordas para ganado o para almacén de material y alimentación de ganado, este edificio me parece que puede ser habitable por personas. Un poco más delante paso por el Ayuntamiento.
Cuelga del mástil la bandera tricolor y pone Cricqueboeuf en el tímpano. Paso por un edificio que me ofrece una ventana pintada en azul. El tejado se encarama sobre ella y la protege de la lluvia. Sigue siendo de paja, como las anteriores.
Así como aquellos me han parecido bordas para ganado o para almacén de material y alimentación de ganado, este edificio me parece que puede ser habitable por personas. Un poco más delante paso por el Ayuntamiento.
Cuelga del mástil la bandera tricolor y pone Cricqueboeuf en el tímpano. Paso por un edificio que me ofrece una ventana pintada en azul. El tejado se encarama sobre ella y la protege de la lluvia. Sigue siendo de paja, como las anteriores.
Pennedepie.
Ya me voy acercando al mar. Amplios campos de labranza.
Es una lástima que, debido al espesor de la niebla, no pueda ver la costa ni el
acercamiento a Le Havre. Tendré que esperar a que el sol vaya pudiendo con
ella.
Pertenece a la comunidad de Honfleur. Fotografío la
Mairie, el ayuntamiento, que es pequeño, puramente simbólico. Con esta
miniatura del principal centro municipal, no voy a pretender encontrar aquí un
café. Cabe suponer que en Honfleur habrá Hôtel de Ville.
Poco después, tras llegar a una campa donde pastorea alguna oveja, y aunque no se ha disipado del todo la niebla, puedo ver las grandes grúas del puerto comercial de Le Havre. Es evidente que el agua que veo será entre marina y dulce, pues estoy en la desembocadura del río Sena, que viene de París y que aquí llaman Seine.
Una vez que cruce el puente de Normandía, ya estaré en la más norteña de las provincias normandas: Seine Maritime. Sin salir de Vasouy, paso por una casa con unos balcones en voladizo que me resulta atractiva. Pronto, la carretera me va a acercar al mar.
Antes de entrar en Honfleur, paso por una caseta de donde veo salir, ya preparados para hacer algún deporte de mar, a tres chicos con sus trajes de neopreno. Pienso que irán a hacer algún deporte de remo o de inmersión, pues ni hay oleaje, ni viento, para surf o windsurf.
Caminan paralelos a mi marcha, aunque ellos descalzos y por camino de arena y yo calzado y por asfalto. Al fondo, el puerto comercial y sus grúas. Parece cerca, pero allí no llegaré hasta media tarde.
Poco después, tras llegar a una campa donde pastorea alguna oveja, y aunque no se ha disipado del todo la niebla, puedo ver las grandes grúas del puerto comercial de Le Havre. Es evidente que el agua que veo será entre marina y dulce, pues estoy en la desembocadura del río Sena, que viene de París y que aquí llaman Seine.
Una vez que cruce el puente de Normandía, ya estaré en la más norteña de las provincias normandas: Seine Maritime. Sin salir de Vasouy, paso por una casa con unos balcones en voladizo que me resulta atractiva. Pronto, la carretera me va a acercar al mar.
Antes de entrar en Honfleur, paso por una caseta de donde veo salir, ya preparados para hacer algún deporte de mar, a tres chicos con sus trajes de neopreno. Pienso que irán a hacer algún deporte de remo o de inmersión, pues ni hay oleaje, ni viento, para surf o windsurf.
Caminan paralelos a mi marcha, aunque ellos descalzos y por camino de arena y yo calzado y por asfalto. Al fondo, el puerto comercial y sus grúas. Parece cerca, pero allí no llegaré hasta media tarde.
Honfleur.
Llegando a Honfleur, ya se me ofrece un carril para
bicicletas y un sendero peatonal.
Un gran caserón y una torre circular y alta que, aunque no dispone de linterna, da la sensación de que pudo ser en tiempo pretérito un faro de la bocana del Sena. Honfleur, en su entrada, está en obras. La ciudad es bonita.
Ofrece casas de dos o tres plantas con el entramado normando, del que ya me voy habituando. Son las diez de la mañana y aún estoy sin desayunar. Por fin encuentro un lugar para matar el hambre.
Un gran caserón y una torre circular y alta que, aunque no dispone de linterna, da la sensación de que pudo ser en tiempo pretérito un faro de la bocana del Sena. Honfleur, en su entrada, está en obras. La ciudad es bonita.
Ofrece casas de dos o tres plantas con el entramado normando, del que ya me voy habituando. Son las diez de la mañana y aún estoy sin desayunar. Por fin encuentro un lugar para matar el hambre.
El PMU y Tabac que encuentro es sólo para apuestas y
venta de prensa, así que entro en el Albatros. Para lo que tomo, me parece un
desayuno carísimo: 5,50 €. Un café con leche y un croissant. Escribo hasta las
10:30 horas. Yo estoy dentro. En la terraza, cercanos, unos italianos hablan
italiano y francés alternando. Voy al retrete y dejo mi deposición. Voy así más
ligero de equipaje.
El barman está comiendo quisquillas o camarones y me informa por donde debo continuar para salir del pueblo en dirección al enorme puente que me espera más adelante pero, antes de dirigirme hacia allí, quiero disfrutar de esta ciudad tan bonita, y tan cara.
Antes de marchar saco una foto del techo donde destaca una enorme bandera USA en agradecimiento a los americanos que les libraron del peligro nazi y nos trajeron un peligro mayor, el del capitalismo y la sociedad de consumo. Hay banderas menores de otros países. También la ikurriña vasca.
Puerto y alrededores.
Voy bordeando el puerto. Al lado contrario está el ayuntamiento. Voy en esa dirección. Anclado veo grandes veleros y algunos pequeños yates. Hay también una pequeña iglesia, que ha sido adaptada para Museo de la Marinería. No lo voy a visitar. Tampoco si fuera gratis.
También hay, en el otro extremo, una gran noria. No es tan grande como la de Londres, pero es hermosa. Seguro que ofrece buenas vistas desde la cima. Luego la veré de más cerca.
Una vez dada toda la vuelta al puerto deportivo, voy a otro muelle.
En él hay varado un gran barco, el princesa del Sena, que parece preparado para hacer excursiones por el gran río.
No creo que llegue navegable hasta París y no seré yo quien lo vaya a comprobar.
Ya estuve allí al venir y, de momento, no tengo intención alguna de volver. París requiere otro tipo de viaje.
Ya estoy saliendo por el puerto pesquero. De lejos, vuelvo a ver la torre-faro que he visto al llegar. Llego a la noria y la fotografío como puedo.
Os la ofrezco casi tumbada. Vosotros tendréis que poner la imaginación. Paso un puente que, en realidad, es esclusa y dos controladores me dicen que continúe adelante.
El barman está comiendo quisquillas o camarones y me informa por donde debo continuar para salir del pueblo en dirección al enorme puente que me espera más adelante pero, antes de dirigirme hacia allí, quiero disfrutar de esta ciudad tan bonita, y tan cara.
Antes de marchar saco una foto del techo donde destaca una enorme bandera USA en agradecimiento a los americanos que les libraron del peligro nazi y nos trajeron un peligro mayor, el del capitalismo y la sociedad de consumo. Hay banderas menores de otros países. También la ikurriña vasca.
Puerto y alrededores.
Voy bordeando el puerto. Al lado contrario está el ayuntamiento. Voy en esa dirección. Anclado veo grandes veleros y algunos pequeños yates. Hay también una pequeña iglesia, que ha sido adaptada para Museo de la Marinería. No lo voy a visitar. Tampoco si fuera gratis.
También hay, en el otro extremo, una gran noria. No es tan grande como la de Londres, pero es hermosa. Seguro que ofrece buenas vistas desde la cima. Luego la veré de más cerca.
Una vez dada toda la vuelta al puerto deportivo, voy a otro muelle.
En él hay varado un gran barco, el princesa del Sena, que parece preparado para hacer excursiones por el gran río.
No creo que llegue navegable hasta París y no seré yo quien lo vaya a comprobar.
Ya estuve allí al venir y, de momento, no tengo intención alguna de volver. París requiere otro tipo de viaje.
Ya estoy saliendo por el puerto pesquero. De lejos, vuelvo a ver la torre-faro que he visto al llegar. Llego a la noria y la fotografío como puedo.
Os la ofrezco casi tumbada. Vosotros tendréis que poner la imaginación. Paso un puente que, en realidad, es esclusa y dos controladores me dicen que continúe adelante.
Continúo por zona de pabellones industriales.
Ya se ven, todavía lejanos, los postes que sostienen el puente sobre el Sena, aunque en la distancia aún no se vean sus tirantes. En una explanada, unos niños juegan con un cochecito de muñecas.
Sin tener muchos elementos para el juicio, pienso que puede ser un campamento de gitanos, con buenos coches y caravanas. Entre robles y cipreses, la carretera continúa hacia adelante.
Al fondo ya se ve con inclinación ascendente la primera parte que deberé pasar del puente de Normandía. Según me voy acercando, ya se empiezan a ver más nítidos los tirantes que sujetan el puente a los dos pivotes gigantescos.
Pensaba dejar la carretera y hacer un recorrido a través, pero menos mal que ni lo he intentado pues, no sólo es zona de marisma, sino que aquí el Sena se diversifica. También se aprecian mejor los vehículos que circulan por el puente. Voy muy atento al puente y a la posibilidad de encontrar un atajo.
Es una imprudencia, ya que hay elementos rotos en el camino y podría meter el pie (la pata, que para los franceses da lo mismo) y hacerme una fechoría. No me gustaría volverme a romper el peroné por segunda vez en este viaje por las costas europeas. Los coches aún deberán dar un gran rodeo y me desespero, pues la carretera se escora hacia la derecha. Por suerte aparece una carreterita estrecha que enfila directa hacia él.
Finalmente llego a la confluencia de mi carreterita con la principal que va hacia el puente. Dudo de por dónde abordarlo, pues hay tres opciones. Por una de las posibles entradas, han echado un montón de tierra, para evitar que los coches suban por ahí. Pregunto a una pareja de ciclistas. Les digo el viaje que estoy haciendo, pero ellos no saben por cuál de los lados tienen que pasar los peatones.
Un indicador poco claro nos confunde más. Tomo una decisión, a riesgo de equivocarme, y los ciclistas me siguen. Ya en el puente, compruebo que se puede ir por ambos lados. Los ciclistas deben ir por el otro lado, en la dirección que van los coches, aunque tienen línea continua, que ni ellos, ni los coches, deben rebasar.
Entiendo que no les apetezca ir pedaleando por delante de vehículos que les vienen por detrás. Me despreocupo y finalmente no sé qué decisión tomarán. Ya voy caminando por el primer tramo. Una pareja de caminantes va por mi izquierda. Creo que, más adelante, tendrán opción para acceder a mi camino. A este lado, por el que voy yo, han anulado el carril más próximo, pues están reparando.
Me favorece, ya que así los vehículos que circulan dirección Calvados, están más alejados. Menos polución y menos peligro. Cuando paso por donde están los trabajadores, ni se inmutan y ninguno me dice nada. ¡Menos mal! No me habría hecho ninguna gracia retroceder. Paso el primer tirante que enlaza el final del puente con el primer pivote en su parte más alta.
Llego al primer pivote. Empiezo a caminar sobre el Sena. Al fondo, no muy nítidas aún, las grúas del puerto de Le Havre. La foto está orientada hacia el mar y la desembocadura. Me costará llegar. Ya estoy en la parte central. No se mueve ni un ápice el puente cuando pasan los grandes camiones con sus tráileres.
Ahora saco foto del Sena hacia París. Y también hacia el Atlántico. Es una bocana muy abierta.
Ya se ven, todavía lejanos, los postes que sostienen el puente sobre el Sena, aunque en la distancia aún no se vean sus tirantes. En una explanada, unos niños juegan con un cochecito de muñecas.
Sin tener muchos elementos para el juicio, pienso que puede ser un campamento de gitanos, con buenos coches y caravanas. Entre robles y cipreses, la carretera continúa hacia adelante.
Al fondo ya se ve con inclinación ascendente la primera parte que deberé pasar del puente de Normandía. Según me voy acercando, ya se empiezan a ver más nítidos los tirantes que sujetan el puente a los dos pivotes gigantescos.
Pensaba dejar la carretera y hacer un recorrido a través, pero menos mal que ni lo he intentado pues, no sólo es zona de marisma, sino que aquí el Sena se diversifica. También se aprecian mejor los vehículos que circulan por el puente. Voy muy atento al puente y a la posibilidad de encontrar un atajo.
Es una imprudencia, ya que hay elementos rotos en el camino y podría meter el pie (la pata, que para los franceses da lo mismo) y hacerme una fechoría. No me gustaría volverme a romper el peroné por segunda vez en este viaje por las costas europeas. Los coches aún deberán dar un gran rodeo y me desespero, pues la carretera se escora hacia la derecha. Por suerte aparece una carreterita estrecha que enfila directa hacia él.
Finalmente llego a la confluencia de mi carreterita con la principal que va hacia el puente. Dudo de por dónde abordarlo, pues hay tres opciones. Por una de las posibles entradas, han echado un montón de tierra, para evitar que los coches suban por ahí. Pregunto a una pareja de ciclistas. Les digo el viaje que estoy haciendo, pero ellos no saben por cuál de los lados tienen que pasar los peatones.
Un indicador poco claro nos confunde más. Tomo una decisión, a riesgo de equivocarme, y los ciclistas me siguen. Ya en el puente, compruebo que se puede ir por ambos lados. Los ciclistas deben ir por el otro lado, en la dirección que van los coches, aunque tienen línea continua, que ni ellos, ni los coches, deben rebasar.
Entiendo que no les apetezca ir pedaleando por delante de vehículos que les vienen por detrás. Me despreocupo y finalmente no sé qué decisión tomarán. Ya voy caminando por el primer tramo. Una pareja de caminantes va por mi izquierda. Creo que, más adelante, tendrán opción para acceder a mi camino. A este lado, por el que voy yo, han anulado el carril más próximo, pues están reparando.
Me favorece, ya que así los vehículos que circulan dirección Calvados, están más alejados. Menos polución y menos peligro. Cuando paso por donde están los trabajadores, ni se inmutan y ninguno me dice nada. ¡Menos mal! No me habría hecho ninguna gracia retroceder. Paso el primer tirante que enlaza el final del puente con el primer pivote en su parte más alta.
Llego al primer pivote. Empiezo a caminar sobre el Sena. Al fondo, no muy nítidas aún, las grúas del puerto de Le Havre. La foto está orientada hacia el mar y la desembocadura. Me costará llegar. Ya estoy en la parte central. No se mueve ni un ápice el puente cuando pasan los grandes camiones con sus tráileres.
Ahora saco foto del Sena hacia París. Y también hacia el Atlántico. Es una bocana muy abierta.
Seine-Maritime
Acabados de pasar el otro pivote y los tirantes del otro lado, empieza el descenso.
Estoy llegando al lugar donde indican, a los vehículos que van dirección Calvados, que está anulado un carril y que deben circular por el otro, el más central.
Cuando llego al lugar, compruebo que ese lado está también prohibido a los peatones. ¿Por qué razón no han puesto clara la señal similar en el otro lado? La habría visto y hubiera cambiado de lado. Es probable que haya interpretado mal la señal que había. El caso es que ya está hecho el recorrido y me alegro de haber venido por aquí y con los vehículos de frente. Una interpretación errónea me ha dado un resultado genial. He tardado un cuarto de hora en hacer el ascenso hasta la mitad del puente. El descenso me costará algo menos. En total, algo menos de media hora. Menos que lo que me costó el paso a las islas de Oleron, Re y a Saint-Nazaire.
L’Armada.
Finalizó Calvados, en mitad del puente de Normandía, y ya
estoy en la nueva provincia. Pronto llegaré hasta el punto de peaje. Encuentro
parados en una furgoneta dos jóvenes. Hablo más con el que está en la
ventanilla de mi lado, que vive en Saint Brieuc. Cuando hablo del albergue
juvenil ya sabe que me refiero al que está en Les Villages, donde ya pernocté
en dos ocasiones. La segunda, al inicio del viaje de este verano.
Como le digo que vengo del País Vasco, él me dice algo de Lourdes, pero luego, como me habla de que trabaja de transportista con camiones pesados (Lourdes) por toda Francia, pienso que le he podido entender mal. Lo mejor del breve encuentro es la información que me da. Me dice que todavía tengo 10 kilómetros para llegar a Le Havre pero que puedo comer en el próximo peaje y se come bien en la brasserie. Veo otro puente más curvo, pero no sé si lo tengo que pasar o no, pues se escora a la derecha y yo deseo ir hacia el mar, a la izquierda. Me lo plantearé cuando salga de comer. (A las 13:45 horas, cuando estoy escribiendo esto, el sol sale de entre las nubes por primera vez en toda la mañana). Dudo si bajar por la plataforma metálica o por escaleras. Decido ascender y bajar por ascensor a la primera planta, donde está el restaurante. Veo que el menú es muy caro. Voy a coger de nuevo el ascensor, ya que por la escalera está prohibido, interceptado por vallas, y el ascensor está ocupado. Una chica que sube en él y que va con una mochilita, se dirige hacia el restaurante caro, pero no comento nada con ella. Bajo en el ascensor y llego a la Brasserie recomendada, L’Armada. Ofrecen plato del día, pero me inclino por el menú, que cuesta algo más de 18 € a lo que deberé añadir el pichet de vino tinto. Me ofrecen un aperitivo de Pommeau, que me sacan con una tapa. Como es dulce, lo dejo para postre. Está rico, es algo menos espeso que el Porto y que el quinado. Lo malo es que para el postre ya no estará tan fresquito. Lo tendré en cuenta para otro día. Mi comanda es: ensalada de aguacate, que he mezclado con el pequeño langostino de la tapa. He disfrutado del plato, sin echarle más sal. La babette bleu está exquisita, igual que la de ayer. Acabo con todas las patatas fritas. También está muy jugoso el tiramisú. Dos chicos comen a mi lado. Uno de ellos es de origen español pero, aunque se sorprende con mi viaje, no se enrolla. Pago en la barra con Visa 25,80 €. Son las dos de la tarde y sigo escribiendo. Llamo a Sara y se queja de que llame todos los días. No, ayer llamé a Vera. Me dice la táctica para que sus hijos, mis nietos, coman rápido: Hacer un postre que les guste.
Me pasa con Lander, el 2º, y me pregunta si aún
me queda batería. Le digo que cargo en el hotel, el albergue o en el
restaurante. Le digo que he pasado por un puente y que he tardado media hora en
cruzar de un lado al otro del Sena. Se van mañana de vacaciones a Berdún. Me
despido de mi nieto y voy al lavabo. Orino en urinario, que me deja libre uno
que acaba de sacudírsela. El sol ha salido y me da en el cogote mientras
escribo.
Como le digo que vengo del País Vasco, él me dice algo de Lourdes, pero luego, como me habla de que trabaja de transportista con camiones pesados (Lourdes) por toda Francia, pienso que le he podido entender mal. Lo mejor del breve encuentro es la información que me da. Me dice que todavía tengo 10 kilómetros para llegar a Le Havre pero que puedo comer en el próximo peaje y se come bien en la brasserie. Veo otro puente más curvo, pero no sé si lo tengo que pasar o no, pues se escora a la derecha y yo deseo ir hacia el mar, a la izquierda. Me lo plantearé cuando salga de comer. (A las 13:45 horas, cuando estoy escribiendo esto, el sol sale de entre las nubes por primera vez en toda la mañana). Dudo si bajar por la plataforma metálica o por escaleras. Decido ascender y bajar por ascensor a la primera planta, donde está el restaurante. Veo que el menú es muy caro. Voy a coger de nuevo el ascensor, ya que por la escalera está prohibido, interceptado por vallas, y el ascensor está ocupado. Una chica que sube en él y que va con una mochilita, se dirige hacia el restaurante caro, pero no comento nada con ella. Bajo en el ascensor y llego a la Brasserie recomendada, L’Armada. Ofrecen plato del día, pero me inclino por el menú, que cuesta algo más de 18 € a lo que deberé añadir el pichet de vino tinto. Me ofrecen un aperitivo de Pommeau, que me sacan con una tapa. Como es dulce, lo dejo para postre. Está rico, es algo menos espeso que el Porto y que el quinado. Lo malo es que para el postre ya no estará tan fresquito. Lo tendré en cuenta para otro día. Mi comanda es: ensalada de aguacate, que he mezclado con el pequeño langostino de la tapa. He disfrutado del plato, sin echarle más sal. La babette bleu está exquisita, igual que la de ayer. Acabo con todas las patatas fritas. También está muy jugoso el tiramisú. Dos chicos comen a mi lado. Uno de ellos es de origen español pero, aunque se sorprende con mi viaje, no se enrolla. Pago en la barra con Visa 25,80 €. Son las dos de la tarde y sigo escribiendo. Llamo a Sara y se queja de que llame todos los días. No, ayer llamé a Vera. Me dice la táctica para que sus hijos, mis nietos, coman rápido: Hacer un postre que les guste.
Construcción del Puente de Normandía.
Dejo de escribir a las 14:10 horas. Salgo del restaurante
y me acerco a la oficina de información.
Está cerrada, y hay otra, pero sólo
informa sobre el puente, sómo fue construido y organiza visitas guiadas de la
zona.
La chica me informa que el otro puente no lo puedo cruzar ya que no es peatonal, sólo para vehículos, y que sobrevuela el puerto. Además, para ir a la costa, no me interesa. ¡Menos mal que me lo ha dicho! Me ha solucionado la duda. Me dice que tengo una buena alternativa, la pista cyclable. Agradezco y me voy. Visito los espacios explicativos de cómo se abordó la construcción del puente y saco tres fotos.
Un pivote con sus tirantes, la sala de proyecciones y la base del pivote que se incrusta en el Sena. Luego, cuando salga del recinto, veré un trozo de encofrado a lo bestia.
La chica me informa que el otro puente no lo puedo cruzar ya que no es peatonal, sólo para vehículos, y que sobrevuela el puerto. Además, para ir a la costa, no me interesa. ¡Menos mal que me lo ha dicho! Me ha solucionado la duda. Me dice que tengo una buena alternativa, la pista cyclable. Agradezco y me voy. Visito los espacios explicativos de cómo se abordó la construcción del puente y saco tres fotos.
Un pivote con sus tirantes, la sala de proyecciones y la base del pivote que se incrusta en el Sena. Luego, cuando salga del recinto, veré un trozo de encofrado a lo bestia.
Haciendo el
gilipollas.
Llevo varios días sin bañarme, sin hacer nudismo y, con
el calor que hace en zona tan alejada de la brisa marina, me dedico a hacer
alguna tontería.
Primero he pasado por un lugar con camino de tablas que se adentra en un humedal. Pero es un tema que no me interesa mucho y menos sin un guía que me explique bien, pero en castellano. No es éste el caso, así que continúo adelante. Luego voy comprobando lo que me ha dicho la de información. Efectivamente, el otro puente, se va quedando a mi derecha.
Durante un rato voy bordeando el humedal, el camino va en paralelo a la carretera y entre ésta y mi camino, que es la pista cyclable anunciada, hay un arbolado frondoso. Aprovecho para ir caminando desnudo, ya que no hay ningún otro caminante, ni ciclista alguno. Como apenas hay circulación por la carretera, me arriesgo a seguir igual por zonas sin la protección de los árboles. Voy con la mochila a la espalda y con la mochilita me cubro el lado que da a la carretera.
Es un juego tonto pero que me divierte en este camino aburrido y solitario. Al cabo de un rato, veo que por la pista cyclable viene frontal y lejano un coche, así que paro y me pongo el pantalón. Cuando llegamos a confluir, se bajan dos hombres y uno me enseña su credencial de policía. Me dice que no lo vuelva a hacer, que pueden ir niños en los coches. Le digo que es una forma de expresar mi deseo de libertad.
Y así acaba la historia. Ellos se van y yo, con el pantalón puesto, sigo adelante.
Primero he pasado por un lugar con camino de tablas que se adentra en un humedal. Pero es un tema que no me interesa mucho y menos sin un guía que me explique bien, pero en castellano. No es éste el caso, así que continúo adelante. Luego voy comprobando lo que me ha dicho la de información. Efectivamente, el otro puente, se va quedando a mi derecha.
Durante un rato voy bordeando el humedal, el camino va en paralelo a la carretera y entre ésta y mi camino, que es la pista cyclable anunciada, hay un arbolado frondoso. Aprovecho para ir caminando desnudo, ya que no hay ningún otro caminante, ni ciclista alguno. Como apenas hay circulación por la carretera, me arriesgo a seguir igual por zonas sin la protección de los árboles. Voy con la mochila a la espalda y con la mochilita me cubro el lado que da a la carretera.
Es un juego tonto pero que me divierte en este camino aburrido y solitario. Al cabo de un rato, veo que por la pista cyclable viene frontal y lejano un coche, así que paro y me pongo el pantalón. Cuando llegamos a confluir, se bajan dos hombres y uno me enseña su credencial de policía. Me dice que no lo vuelva a hacer, que pueden ir niños en los coches. Le digo que es una forma de expresar mi deseo de libertad.
Y así acaba la historia. Ellos se van y yo, con el pantalón puesto, sigo adelante.
Paseo feo hasta Le
Havre.
He sacado fotos del puente que no tenía que pasar y del parque natural, con el lugar donde he comido, al fondo.
Una vía va paralela a la carretera. Aunque no veo ningún tren de mercancías, creo que vendrá bien para reducir el excesivo número de camiones que por aquí circula. La pista para bicis ofrece una zona embarrada. Según parece algunas mareas llevan el agua del mar hasta el borde de la carretera.
Puesto que el espacio no es grande, creo que podrían hacer un pequeño muro para evitarlo, pero no seré yo quien lo reclame. Asociaciones de ciclistas hay en Francia como para que sean ellas quienes lo hagan.
Acabada la pista, cruzo la carretera para seguir por otra que va más próxima al puerto. En esa zona no hay muros de contención y parece que fuera la vera de un río.
Un hombre camina por la orilla. Lo he visto de lejos pero, cuando me acerco, ha desaparecido. No le puedo preguntar el camino más conveniente para entrar en la ciudad. Según me voy acercando, he ido sacando fotos de las grúas del puerto comercial de Le Havre.
Se ve que es un puerto muy importante y con muchas zonas de carga y descarga. Los chóferes de los camiones no se pueden quejar de las indicaciones para llevar sus mercancías a la zona exacta del puerto, lugar de los muelles y según el tonelaje.
Para mí es un lío y lo que deseo es salir pronto de este conjunto de desvíos y de la proximidad de tanto tráfico con remolques y contenedores. Ya veo la ciudad, pero todavía está muy alejada. Una cinta transportadora, en marcha, traslada restos de desperdicios del lugar de origen a otro que no puedo llegar a ver.
Sigo sin salir del ámbito portuario y no será por falta de ganas de abandonarlo. Estoy acercándome al panóptico, que tiene cierta similitud a la torre de control de cualquier aeropuerto.
Ahora tendré que cruzar varios puentes. El primero es rojo y muy recio. Es idéntico y va paralelo a otro que se encuentra más próximo a la desembocadura del Sena. La cantidad de grúas es enorme en esta zona. Aunque con neblina, ya las he empezado a ver desde las primeras horas de la mañana, antes de llegar a Honfleur. Llego a una carretera elevada y pregunto a una mujer. Me dice que vaya por debajo.
Biblioteca para empleados de una Empresa.
Llego a zona en que ya se empiezan a ver algunos edificios. En uno de ellos veo que pone biblioteque, así que me acerco por si tengo oportunidad de conectarme a Internet y ver mis correos. Me atienden dos mujeres, pero no tienen ordenadores.
Sólo libros que prestan, o pueden leer allí, los empleados de la empresa a que pertenecen. Les sorprende el paseo que estoy dando y me desean suerte, como ya es habitual.
Huyendo del puerto comercial.
Encuentro una planta que ofrece racimos de uvas, pero que no son de parra ni de viña. No seré tan imprudente que los pruebe, aunque parezcan uvas pasas.
Llego a otro tramo del puerto. Éste ya es más amplio. Cuando estoy pasando el puente, fotografío ambos lados. Mucho trasiego por los muelles y altas grúas, pero no veo ni un solo barco.
Aunque la carretera ya me va acercando a la gran ciudad y dispone de aceras, todavía estoy en zona de camiones que van y vienen de sus respectivos lugares de destino. Estoy más que harto de ellos, pues debo estar muy atento a sus entradas y salidas, pues las aceras desaparecen a cada paso.
Y, por fin, entro en los arrabales de Le Havre. Mientras pasaba por el puerto iba pensando en la última película de Aki Kaurismaki.
Le Havre.
Hay un barrio de Le Havre que entra hacia el puerto. Pienso que podría ser el lugar donde se rodó la película, las escenas del bar.
Luego me dirán que no era una recreación, sino que existe realmente. Al pasar no me aventuro a indagar. En un amplio espacio, grupos de personas, casi todos hombres, juegan a la petanca, el deporte nacional. En el muro se lee un gran letrero: BOULODROME. También hay otros con letras más artísticas de avezados pintores de paredes a las que ya nos vamos habituando a ver. Me gustan en espacios públicos, no cuando las hacen en propiedades privadas, sin permiso.
Salle d’Animation Municipal.
Pasadas las cinco, y sin saber dónde voy a dormir esta noche, llego a una sala de animación municipal. Pregunto si puedo hacer uso de Internet y, en cuanto cuento el paseo que estoy dando por la costa, todo son facilidades. Hay 6 u 8 ordenadores y sólo uno ocupado por un joven, que pudiera ser empleado del lugar. Me dedico a limpiar el correo de KZgunea, dejando para leer sólo lo que me interesa fotocopiar en Irun, al regreso. Sólo mando un mensaje a Maite, la secretaria del Foro Ciudadano Irunés, quien se encargará de transmitirlo al grupo. En Hotmail, veo la información que me manda Pedro desde Tenerife. Me incluye una ruta a Cartagena, con los lugares por los que pasé en 2008 y la vista aérea del cabo Tiñoso. También me pide que no identifique playas nudistas, puesto que en España todas lo son. Leo lo que escribí a mi paso por Castelló, que no gustó nada a mis amigos de Jaen, y no veo que deslizara ninguna inconveniencia. No han entendido mi intención de contar el recorrido de mi amigo como una hazaña meritoria y digna de que se sepa. Les pido que sea él el que me diga lo que debo rectificar, puesto que es el protagonista. Como no me contestará y entiendo, aunque sin compartir, su malestar, a mi regreso cambiaré los nombres de los personajes y eliminaré algún dato que permita identificar a las personas reales. Pasarán a ser Isabel y Fernando “el espíritu impera”.
Añadiré nuestra visita familiar a Granada, que había omitido sin quererlo. En el correo que les mando, soy consciente que, a una persona tan insegura como ella, le parecerá fatal que cuente parte de sus vidas. El ejemplo de superación del ahora llamado Fernando, es digno de ser conocido por los pocos lectores de mi blog. A las 17:30 horas debo dejar la sala. Estamos en Francia y es la hora de cierre. La hora en que en mi tierra estos lugares suelen estar más animados y no cierran hasta las ocho u ocho y media.
He mandado el correo precipitadamente. Salgo agradecido y en dirección a la playa. Aunque dudo en ir hacia el puerto. Me llama Virginie. Alain está en la huerta, dedicado a los tomates. Paso por un parque hermoso y con un bella escultura. Una iglesia circular que más podría parecer un coso taurino.
El Banco de Francia cubierto por enaguas. Y el ayuntamiento. Antes de entrar en Turismo.
Oficina de Turismo.
Le Havre de Kaurismaki.
Veo el indicador de Información y hacia allí me dirijo. A partir de aquí, la ciudad se ensancha y va adquiriendo otra dimensión, con grandes plazas, amplias avenidas, tranvías muy frecuentes que pitan para anunciar su presencia. Se ve gente acostumbrada a convivir con ellos. He dejado de ver la señal de información y pregunto a una señora que está sentada junto a una fuente.
Ella no sabe, pero hay dos chicas en otro banco y, una de ellas me dice que siga y gire a la izquierda y que está enfrente de la playa. Cuando llego, me parece que está cerrado, pues son más de las seis y cuarto, pero están atendiendo. Como ya tengo mapa de lo que viene a continuación, pues el que llevo de Calvados se va a acabar en mi destino de hoy, Octeville-sur-Mer, y el nuevo, que empezaré a usar mañana, ya lo he conseguido, pregunto sobre alojamientos.
Me da un librito, que me va a servir para localizar dos playas con camping nudista. A una, creo que podré llegar hoy, y sería un buen lugar para dormir esta noche. (Escribo en Saint-Joan-Bruneval, al día siguiente. Un camión, que acaba de partir, me quitaba la luz y el sol, que acaba de salir).
El segundo camping, no logro localizarlo. La chica que me atiende vió Le Havre y le gustó, me señala en el mapa de la ciudad la zona en que está el bar, que es protagonista en la película y que existe en la realidad.
Para ir allí tendría que retroceder una media hora y no tengo ninguna seguridad de encontrarlo. Aunque me habría encantado tener una fotografía del mismo, decido seguir por la playa adelante.
Saliendo de Le Havre.
Paso por unas pistas de skate, similares a las de la Ficoba, próxima a la frontera con Francia.
Como es habitual en estos lugares, aquí también, los grafiteros dan rienda suelta a su arte, llenando toda la superficie de colorido gráfico. Me llevo un desengaño, pues la playa no es de arena, sino de “caillou” y guijarros.
Sólo un cuadrado, amplio y artificial, para deportes de arena, donde algunos niños juegan a construir y destruir, y otros jóvenes dedican sus esfuerzos al balonvolea.
Más adelante, en un cuadrilátero sobre los guijarros, con arena y tierra más prensada, hay una plataforma para ejercitar el deporte nacional, la petanca. Dos grupos se divierten, con un único espectador de la familia de los cánidos, que no dice ni guau ante alguna jugada maestra.
Antes de abandonar la ciudad, puedo ver una casa señorial, una villa palaciega, propia de las ciudades balnearias y con buenas vistas al mar que, todavía aquí, tiene cierto sabor a Sena y a can-can del Folie Bergèes y el Moulin Rouge.
Más adelante, hay espigones que contienen, en sus extremos más próximos al agua, algunos restos de arena húmeda. Dudo cuando la carretera asciende la montaña con indicadores de Octeville y de Sainte-Adresse, pero decido continuar por el paseo marítimo. Craso error.
Como su nombre indica, “adresse” era la buena dirección. Cuando ya no puedo continuar, deberé retroceder a este punto e iniciar la ascensión a los faros del Cap de la Hève. La estructura de playa que es peculiar en esta zona, es la primera vez que veo.
La orilla no es lisa, sino que pequeños muros, que van ganando altura al llegar a la orilla, van construyendo espacios de guijarros como si fueran olas. Es incómodo para caminantes pasar de uno a otro, pero tiene ventaja para introducir embarcaciones al mar. Para muestra saco una foto de conjunto y de uno en particular, con un espectador melancólico.
Llego al final del camino y orino. Dos chicos me dicen: por el acantilado. Vuelvo hablando con ellos y, al llegar a una escalera, me despido. Como ya he dicho, retrocedo y empiezo a subir la montaña hacia Sainte-Adresse. No me resulta agradable, pues me va alejando del mar y me gustaría dormir en la playa, pero…
Cap de la Hève.
Pero la escalera termina y tengo que bajar de nuevo. La siguiente, me mete en terraza de bar y tengo que atravesarlo para salir a la carretera. Sigo dirección Octeville. En el ascenso, ya se manifiesta la torreta hacia la que me dirijo. Luego veré el faro de La Hève. Al llegar a una plataforma que sirve para aparcamiento de vehículos, hablo con un chico que está haciendo deporte y me dice que no me queda otra que subir al faro si es que quiero llegar a Octeville. Fotografío de nuevo la torreta, ahora más próxima. La estructura de la “falaise” es tal que parece una antigua fortaleza derruida, pero muy bien pudiera ser producto de la erosión. La carretera gira hacia la derecha y parece que me aleja y vuelve a bajar, pero acabo en el faro del Cap de la Hève. Desde arriba puedo sacar una buena panorámica de Le Havre, que hace rato he abandonado, aunque queda bastante oculto por la hojarasca arbórea. Al fondo la línea fluvial que va marcando la llegada del Sena.
Muchos veleros practican en el mar. Después saco foto del faro, pero doy prioridad a lo que, según me parece y nadie me lo ha dicho, a lo que creo fuera la antigua linterna y que ahora descansa como elemento escultórico del paisaje. ¡Qué mejor escultura conmemorativa que lo que orientó a tanta embarcación en el pasado!
Camino de Octeville-sur-Mer.
A mí este “sur-Mer” me lleva a pensar en algo próximo al mar y soñar en que dormiré en la playa, pero la realidad va a ser muy otra.
Tras abandonar La Hève, vuelvo a descender. Ya me voy cansando. Me encuentro con una pareja de ciclistas. Él habla algo de castellano. Me confirma que por la carretera que voy, llevo buena dirección a Octeville y que, cuando llegue al centro hospitalero, gire a la izquierda.
Con esta referencia voy seguro. Llego al lugar y luego pasaré muchos kilómetros sin ver un alma. Después pasaré por algunos edificios acristalados que no sé qué función cumplen. ¿Empresas privadas o públicas?, ¿quién lo sabe? Cuando dudo en la siguiente desviación, un joven me desaconseja dormir en el pueblo más próximo. No es nada seguro. Le hago caso, y continúo hacia el que parece que está sobre el mar. Un “sur-mer” que es más bien sobre-montaña.
Octeville-sur-Mer. Cale à Braises.
Entrando en el pueblo, veo plantaciones. Parecen lechugas verdes combinadas con la variedad hoja de roble, pero pudiera ser cualquier otra planta, remolacha roja o, a saber… Lo que me interesa destacar es la sombra del caminante al atardecer que, como ocurre con la de los cipreses, también es alargada, y no teme morir aplastada por un camión. Son las nueve y cuarto y voy con el convencimiento de que por esta noche me quedaré sin cenar.
Pero, en la primera pizzería a la que entro, veo a una pareja cenando y me dicen qué quiero comer. Pido espagueti boloñesa y un pichet de tinto. Pago con Visa 13,60 €. Ojeo la relación de albergues que me han dado en Turismo, pero en Octeville no aparece ninguno. El dueño de Cale à Braises tampoco me da información de ningún sitio a cubierto, ni siquiera apartado del pueblo. No me preocupa mucho pues la tarde ha quedado de un azul imponente. Ha mejorado desde que he salido de Internet. Pago a la señora y me desea buen camino. Así me voy de La Cala à Braises, con su saludable cena inesperada.
Un paseo por el pueblo.
Buscando un lugar para dormir, voy paseando por el pueblo. El ayuntamiento tiene ya luz de atardecer, poco antes de que anochezca. Son las diez y la iglesia ya está algo más oscura.
Sin embargo, cuando me acerco a sus muros, la luminosidad es mayor. Una vidriera desde el exterior y la particularidad de un arco peatonal, son los elementos de la fachada que más me llaman la atención. Esto es lo único que fotografío a las diez de la noche y con la urgencia de encontrar un sitio adecuado para dormir. Una calle me indica la dirección hacia Étretat, que será por donde deberé arrancar mañana.
Un buen hotel: El cementerio.
Me meto por una calle donde todas las casas tienen coche delante, que dan la sensación de que están habitadas. No se ve ni un alma para preguntar. Diez y diez, que no son veinte. Por un callejón llego a dos puertas cerradas. Por una rendija, veo que una es de casa particular y la otra es la entrada al cementerio. Hay mucho espacio libre entre la puerta y las tumbas, pero no es posible entrar. Cuando voy a abandonar la idea, observo que una red metálica ha sido abatida y me puede facilitar la entrada. Sin pensarlo dos veces, es lo que hago, y entro. Los muertos están lejos y encuentro un hueco perfecto al final del primer seto, con un espacio justo para montar allí mi cama. Aunque en el cruce anterior me han metido miedo con la gente que no es de fiar, aquí no temo que salgan a robarme los muertos de sus tumbas. Tampoco suelo temer a los vivos, y no me está yendo tan mal en mi viaje por Europa.
Me quito el pantalón y me pongo el calzoncillo. Iba sin él puesto desde el affaire con los policías antes de entrar en Le Havre. Me doy aloe-vera y para las diez y media ya estoy intentando dormir. Lo malo es que paralela al cementerio va la carretera costera que conecta Dieppe con Le Havre y, en las primeras horas, hay demasiada circulación. No dejan dormir ni a los difuntos. Durante la noche, la circulación se reduce y dormiré. Del aeropuerto y sus aviones, apenas me entero. Me levanto dos veces a orinar y la tercera ya será a las seis de la mañana. Buena hora para levantarse. En una de las levantadas veo nítidamente la Osa Mayor. El brazo de su carro se posa sobre el seto junto al que duermo. Creo verla hacia el Oeste. Más tarde, el cielo que estaba tan limpio, se cubre y hasta llovizna durante un reto breve. Ni me inmuto.
Balance del último día en Calvados y primero en Seine-Maritime.
El día ha tenido poco de espectacular aunque, bien visto, el puente de Normandía es una gran obra de ingeniería. Honfleur ha sido una grata ciudad, aunque me he limitado a pasar por el puerto. Le Havre, también, con amplios espacios, pero todo el trasiego rodado que he sufrido para llegar, han hecho que ame más la película de Aki Kaurismaki que la ciudad en sí. Y eso que he recibido buen trato en el espacio en que he entrado en Internet y en la Oficina de Turismo. Por la mañana, la despedida de la dama de las Capuchinas, ha sido otro interesante elemento humano.
Una vía va paralela a la carretera. Aunque no veo ningún tren de mercancías, creo que vendrá bien para reducir el excesivo número de camiones que por aquí circula. La pista para bicis ofrece una zona embarrada. Según parece algunas mareas llevan el agua del mar hasta el borde de la carretera.
Puesto que el espacio no es grande, creo que podrían hacer un pequeño muro para evitarlo, pero no seré yo quien lo reclame. Asociaciones de ciclistas hay en Francia como para que sean ellas quienes lo hagan.
Acabada la pista, cruzo la carretera para seguir por otra que va más próxima al puerto. En esa zona no hay muros de contención y parece que fuera la vera de un río.
Un hombre camina por la orilla. Lo he visto de lejos pero, cuando me acerco, ha desaparecido. No le puedo preguntar el camino más conveniente para entrar en la ciudad. Según me voy acercando, he ido sacando fotos de las grúas del puerto comercial de Le Havre.
Se ve que es un puerto muy importante y con muchas zonas de carga y descarga. Los chóferes de los camiones no se pueden quejar de las indicaciones para llevar sus mercancías a la zona exacta del puerto, lugar de los muelles y según el tonelaje.
Para mí es un lío y lo que deseo es salir pronto de este conjunto de desvíos y de la proximidad de tanto tráfico con remolques y contenedores. Ya veo la ciudad, pero todavía está muy alejada. Una cinta transportadora, en marcha, traslada restos de desperdicios del lugar de origen a otro que no puedo llegar a ver.
Sigo sin salir del ámbito portuario y no será por falta de ganas de abandonarlo. Estoy acercándome al panóptico, que tiene cierta similitud a la torre de control de cualquier aeropuerto.
Ahora tendré que cruzar varios puentes. El primero es rojo y muy recio. Es idéntico y va paralelo a otro que se encuentra más próximo a la desembocadura del Sena. La cantidad de grúas es enorme en esta zona. Aunque con neblina, ya las he empezado a ver desde las primeras horas de la mañana, antes de llegar a Honfleur. Llego a una carretera elevada y pregunto a una mujer. Me dice que vaya por debajo.
Biblioteca para empleados de una Empresa.
Llego a zona en que ya se empiezan a ver algunos edificios. En uno de ellos veo que pone biblioteque, así que me acerco por si tengo oportunidad de conectarme a Internet y ver mis correos. Me atienden dos mujeres, pero no tienen ordenadores.
Sólo libros que prestan, o pueden leer allí, los empleados de la empresa a que pertenecen. Les sorprende el paseo que estoy dando y me desean suerte, como ya es habitual.
Huyendo del puerto comercial.
Encuentro una planta que ofrece racimos de uvas, pero que no son de parra ni de viña. No seré tan imprudente que los pruebe, aunque parezcan uvas pasas.
Llego a otro tramo del puerto. Éste ya es más amplio. Cuando estoy pasando el puente, fotografío ambos lados. Mucho trasiego por los muelles y altas grúas, pero no veo ni un solo barco.
Aunque la carretera ya me va acercando a la gran ciudad y dispone de aceras, todavía estoy en zona de camiones que van y vienen de sus respectivos lugares de destino. Estoy más que harto de ellos, pues debo estar muy atento a sus entradas y salidas, pues las aceras desaparecen a cada paso.
Y, por fin, entro en los arrabales de Le Havre. Mientras pasaba por el puerto iba pensando en la última película de Aki Kaurismaki.
Le Havre.
Hay un barrio de Le Havre que entra hacia el puerto. Pienso que podría ser el lugar donde se rodó la película, las escenas del bar.
Luego me dirán que no era una recreación, sino que existe realmente. Al pasar no me aventuro a indagar. En un amplio espacio, grupos de personas, casi todos hombres, juegan a la petanca, el deporte nacional. En el muro se lee un gran letrero: BOULODROME. También hay otros con letras más artísticas de avezados pintores de paredes a las que ya nos vamos habituando a ver. Me gustan en espacios públicos, no cuando las hacen en propiedades privadas, sin permiso.
Salle d’Animation Municipal.
Pasadas las cinco, y sin saber dónde voy a dormir esta noche, llego a una sala de animación municipal. Pregunto si puedo hacer uso de Internet y, en cuanto cuento el paseo que estoy dando por la costa, todo son facilidades. Hay 6 u 8 ordenadores y sólo uno ocupado por un joven, que pudiera ser empleado del lugar. Me dedico a limpiar el correo de KZgunea, dejando para leer sólo lo que me interesa fotocopiar en Irun, al regreso. Sólo mando un mensaje a Maite, la secretaria del Foro Ciudadano Irunés, quien se encargará de transmitirlo al grupo. En Hotmail, veo la información que me manda Pedro desde Tenerife. Me incluye una ruta a Cartagena, con los lugares por los que pasé en 2008 y la vista aérea del cabo Tiñoso. También me pide que no identifique playas nudistas, puesto que en España todas lo son. Leo lo que escribí a mi paso por Castelló, que no gustó nada a mis amigos de Jaen, y no veo que deslizara ninguna inconveniencia. No han entendido mi intención de contar el recorrido de mi amigo como una hazaña meritoria y digna de que se sepa. Les pido que sea él el que me diga lo que debo rectificar, puesto que es el protagonista. Como no me contestará y entiendo, aunque sin compartir, su malestar, a mi regreso cambiaré los nombres de los personajes y eliminaré algún dato que permita identificar a las personas reales. Pasarán a ser Isabel y Fernando “el espíritu impera”.
Añadiré nuestra visita familiar a Granada, que había omitido sin quererlo. En el correo que les mando, soy consciente que, a una persona tan insegura como ella, le parecerá fatal que cuente parte de sus vidas. El ejemplo de superación del ahora llamado Fernando, es digno de ser conocido por los pocos lectores de mi blog. A las 17:30 horas debo dejar la sala. Estamos en Francia y es la hora de cierre. La hora en que en mi tierra estos lugares suelen estar más animados y no cierran hasta las ocho u ocho y media.
He mandado el correo precipitadamente. Salgo agradecido y en dirección a la playa. Aunque dudo en ir hacia el puerto. Me llama Virginie. Alain está en la huerta, dedicado a los tomates. Paso por un parque hermoso y con un bella escultura. Una iglesia circular que más podría parecer un coso taurino.
El Banco de Francia cubierto por enaguas. Y el ayuntamiento. Antes de entrar en Turismo.
Oficina de Turismo.
Le Havre de Kaurismaki.
Veo el indicador de Información y hacia allí me dirijo. A partir de aquí, la ciudad se ensancha y va adquiriendo otra dimensión, con grandes plazas, amplias avenidas, tranvías muy frecuentes que pitan para anunciar su presencia. Se ve gente acostumbrada a convivir con ellos. He dejado de ver la señal de información y pregunto a una señora que está sentada junto a una fuente.
Ella no sabe, pero hay dos chicas en otro banco y, una de ellas me dice que siga y gire a la izquierda y que está enfrente de la playa. Cuando llego, me parece que está cerrado, pues son más de las seis y cuarto, pero están atendiendo. Como ya tengo mapa de lo que viene a continuación, pues el que llevo de Calvados se va a acabar en mi destino de hoy, Octeville-sur-Mer, y el nuevo, que empezaré a usar mañana, ya lo he conseguido, pregunto sobre alojamientos.
Me da un librito, que me va a servir para localizar dos playas con camping nudista. A una, creo que podré llegar hoy, y sería un buen lugar para dormir esta noche. (Escribo en Saint-Joan-Bruneval, al día siguiente. Un camión, que acaba de partir, me quitaba la luz y el sol, que acaba de salir).
El segundo camping, no logro localizarlo. La chica que me atiende vió Le Havre y le gustó, me señala en el mapa de la ciudad la zona en que está el bar, que es protagonista en la película y que existe en la realidad.
Para ir allí tendría que retroceder una media hora y no tengo ninguna seguridad de encontrarlo. Aunque me habría encantado tener una fotografía del mismo, decido seguir por la playa adelante.
Saliendo de Le Havre.
Paso por unas pistas de skate, similares a las de la Ficoba, próxima a la frontera con Francia.
Como es habitual en estos lugares, aquí también, los grafiteros dan rienda suelta a su arte, llenando toda la superficie de colorido gráfico. Me llevo un desengaño, pues la playa no es de arena, sino de “caillou” y guijarros.
Sólo un cuadrado, amplio y artificial, para deportes de arena, donde algunos niños juegan a construir y destruir, y otros jóvenes dedican sus esfuerzos al balonvolea.
Más adelante, en un cuadrilátero sobre los guijarros, con arena y tierra más prensada, hay una plataforma para ejercitar el deporte nacional, la petanca. Dos grupos se divierten, con un único espectador de la familia de los cánidos, que no dice ni guau ante alguna jugada maestra.
Antes de abandonar la ciudad, puedo ver una casa señorial, una villa palaciega, propia de las ciudades balnearias y con buenas vistas al mar que, todavía aquí, tiene cierto sabor a Sena y a can-can del Folie Bergèes y el Moulin Rouge.
Más adelante, hay espigones que contienen, en sus extremos más próximos al agua, algunos restos de arena húmeda. Dudo cuando la carretera asciende la montaña con indicadores de Octeville y de Sainte-Adresse, pero decido continuar por el paseo marítimo. Craso error.
Como su nombre indica, “adresse” era la buena dirección. Cuando ya no puedo continuar, deberé retroceder a este punto e iniciar la ascensión a los faros del Cap de la Hève. La estructura de playa que es peculiar en esta zona, es la primera vez que veo.
La orilla no es lisa, sino que pequeños muros, que van ganando altura al llegar a la orilla, van construyendo espacios de guijarros como si fueran olas. Es incómodo para caminantes pasar de uno a otro, pero tiene ventaja para introducir embarcaciones al mar. Para muestra saco una foto de conjunto y de uno en particular, con un espectador melancólico.
Llego al final del camino y orino. Dos chicos me dicen: por el acantilado. Vuelvo hablando con ellos y, al llegar a una escalera, me despido. Como ya he dicho, retrocedo y empiezo a subir la montaña hacia Sainte-Adresse. No me resulta agradable, pues me va alejando del mar y me gustaría dormir en la playa, pero…
Cap de la Hève.
Pero la escalera termina y tengo que bajar de nuevo. La siguiente, me mete en terraza de bar y tengo que atravesarlo para salir a la carretera. Sigo dirección Octeville. En el ascenso, ya se manifiesta la torreta hacia la que me dirijo. Luego veré el faro de La Hève. Al llegar a una plataforma que sirve para aparcamiento de vehículos, hablo con un chico que está haciendo deporte y me dice que no me queda otra que subir al faro si es que quiero llegar a Octeville. Fotografío de nuevo la torreta, ahora más próxima. La estructura de la “falaise” es tal que parece una antigua fortaleza derruida, pero muy bien pudiera ser producto de la erosión. La carretera gira hacia la derecha y parece que me aleja y vuelve a bajar, pero acabo en el faro del Cap de la Hève. Desde arriba puedo sacar una buena panorámica de Le Havre, que hace rato he abandonado, aunque queda bastante oculto por la hojarasca arbórea. Al fondo la línea fluvial que va marcando la llegada del Sena.
Muchos veleros practican en el mar. Después saco foto del faro, pero doy prioridad a lo que, según me parece y nadie me lo ha dicho, a lo que creo fuera la antigua linterna y que ahora descansa como elemento escultórico del paisaje. ¡Qué mejor escultura conmemorativa que lo que orientó a tanta embarcación en el pasado!
Camino de Octeville-sur-Mer.
A mí este “sur-Mer” me lleva a pensar en algo próximo al mar y soñar en que dormiré en la playa, pero la realidad va a ser muy otra.
Tras abandonar La Hève, vuelvo a descender. Ya me voy cansando. Me encuentro con una pareja de ciclistas. Él habla algo de castellano. Me confirma que por la carretera que voy, llevo buena dirección a Octeville y que, cuando llegue al centro hospitalero, gire a la izquierda.
Con esta referencia voy seguro. Llego al lugar y luego pasaré muchos kilómetros sin ver un alma. Después pasaré por algunos edificios acristalados que no sé qué función cumplen. ¿Empresas privadas o públicas?, ¿quién lo sabe? Cuando dudo en la siguiente desviación, un joven me desaconseja dormir en el pueblo más próximo. No es nada seguro. Le hago caso, y continúo hacia el que parece que está sobre el mar. Un “sur-mer” que es más bien sobre-montaña.
Octeville-sur-Mer. Cale à Braises.
Entrando en el pueblo, veo plantaciones. Parecen lechugas verdes combinadas con la variedad hoja de roble, pero pudiera ser cualquier otra planta, remolacha roja o, a saber… Lo que me interesa destacar es la sombra del caminante al atardecer que, como ocurre con la de los cipreses, también es alargada, y no teme morir aplastada por un camión. Son las nueve y cuarto y voy con el convencimiento de que por esta noche me quedaré sin cenar.
Pero, en la primera pizzería a la que entro, veo a una pareja cenando y me dicen qué quiero comer. Pido espagueti boloñesa y un pichet de tinto. Pago con Visa 13,60 €. Ojeo la relación de albergues que me han dado en Turismo, pero en Octeville no aparece ninguno. El dueño de Cale à Braises tampoco me da información de ningún sitio a cubierto, ni siquiera apartado del pueblo. No me preocupa mucho pues la tarde ha quedado de un azul imponente. Ha mejorado desde que he salido de Internet. Pago a la señora y me desea buen camino. Así me voy de La Cala à Braises, con su saludable cena inesperada.
Un paseo por el pueblo.
Buscando un lugar para dormir, voy paseando por el pueblo. El ayuntamiento tiene ya luz de atardecer, poco antes de que anochezca. Son las diez y la iglesia ya está algo más oscura.
Sin embargo, cuando me acerco a sus muros, la luminosidad es mayor. Una vidriera desde el exterior y la particularidad de un arco peatonal, son los elementos de la fachada que más me llaman la atención. Esto es lo único que fotografío a las diez de la noche y con la urgencia de encontrar un sitio adecuado para dormir. Una calle me indica la dirección hacia Étretat, que será por donde deberé arrancar mañana.
Un buen hotel: El cementerio.
Me meto por una calle donde todas las casas tienen coche delante, que dan la sensación de que están habitadas. No se ve ni un alma para preguntar. Diez y diez, que no son veinte. Por un callejón llego a dos puertas cerradas. Por una rendija, veo que una es de casa particular y la otra es la entrada al cementerio. Hay mucho espacio libre entre la puerta y las tumbas, pero no es posible entrar. Cuando voy a abandonar la idea, observo que una red metálica ha sido abatida y me puede facilitar la entrada. Sin pensarlo dos veces, es lo que hago, y entro. Los muertos están lejos y encuentro un hueco perfecto al final del primer seto, con un espacio justo para montar allí mi cama. Aunque en el cruce anterior me han metido miedo con la gente que no es de fiar, aquí no temo que salgan a robarme los muertos de sus tumbas. Tampoco suelo temer a los vivos, y no me está yendo tan mal en mi viaje por Europa.
Me quito el pantalón y me pongo el calzoncillo. Iba sin él puesto desde el affaire con los policías antes de entrar en Le Havre. Me doy aloe-vera y para las diez y media ya estoy intentando dormir. Lo malo es que paralela al cementerio va la carretera costera que conecta Dieppe con Le Havre y, en las primeras horas, hay demasiada circulación. No dejan dormir ni a los difuntos. Durante la noche, la circulación se reduce y dormiré. Del aeropuerto y sus aviones, apenas me entero. Me levanto dos veces a orinar y la tercera ya será a las seis de la mañana. Buena hora para levantarse. En una de las levantadas veo nítidamente la Osa Mayor. El brazo de su carro se posa sobre el seto junto al que duermo. Creo verla hacia el Oeste. Más tarde, el cielo que estaba tan limpio, se cubre y hasta llovizna durante un reto breve. Ni me inmuto.
Balance del último día en Calvados y primero en Seine-Maritime.
El día ha tenido poco de espectacular aunque, bien visto, el puente de Normandía es una gran obra de ingeniería. Honfleur ha sido una grata ciudad, aunque me he limitado a pasar por el puerto. Le Havre, también, con amplios espacios, pero todo el trasiego rodado que he sufrido para llegar, han hecho que ame más la película de Aki Kaurismaki que la ciudad en sí. Y eso que he recibido buen trato en el espacio en que he entrado en Internet y en la Oficina de Turismo. Por la mañana, la despedida de la dama de las Capuchinas, ha sido otro interesante elemento humano.