viernes, 7 de abril de 2017

Etapa 20 (377) Merville/franceville-La Croix Sonnet



Etapa 20 (377). 03 de julio de 2013, miércoles.
Merville/Franceville-Le Hôme (Varaville)-Cabourg-Houlgate-Villers sur Mer- Beonville sur Mer-Mont Canisy-Benerville sur Mer-Deauville-Trouville sur Mer-La Croix Sonnet.


Hoy será mi etapa 86 por las costas atlánticas francesas.

Amanece en Le Vauban.
Me levanto a las 7:30 horas, orino y me afeito. Ayer debí extender el saco para que perdiera la humedad de la noche pasada en Ver-sur-Mer. No lo hice, así que lo hago ahora. Cambio de posición la mesa y me pongo a escribir recibiendo luz natural. Señalo en el mapa de Calvados el punto de llegada de la jornada de ayer. Parece que el recorrido ha sido más corto que el del día anterior, pero esa sensación es algo engañosa ya que, entre Grandcamp-Maisy y Ver-sur-Mer, la costa no presentaba dificultades en su linealidad, pero ayer tuve que descender hasta Pegasus Bridge, al sur, y remontar de nuevo hacia la costa, al norte. Puesto en línea, el recorrido sería muy similar al del día anterior. Hoy he dormido de tirón, salvo la única vez que me he levantado a orinar, y he soñado con unos alemanes que me perseguían, todo muy difuso y difícil de concretar. A las 8:30 horas bajo a desayunar. El saco extendido y todo sin recoger. Tanto la batería de la cámara como la del móvil, quedan cargándose de electricidad.

Desayuno en el hotel.
No me he puesto el jersey y en el comedor siento algo de frío. No veo a la propietaria y me siento en una mesa de dos cubiertos, donde otro cliente ya ha desayunado antes y se ha ido. Cuando llega un cliente a recepción, aparece la dueña y me acerco a saludar. Luego viene para decirme cual es el recipiente de la leche caliente. Bebo dos zumos de manzana y dos cafés con leche y como: una terrina de frutas, dos panecillos con mantequilla y mermelada, un trozo de bizcocho y un croissant. Una niña se asoma. Es su hija, que pronto cumplirá cinco años. Ando algo despistado y le he echado unos tres. Leo en la prensa: Un porcentaje elevadísimo de menores de 25 años desempleados en España (Comento para mí: “Juventud con poco futuro”). Por debajo de Grecia, por encima de Italia. En Francia, la mitad que en España. Holanda ha destituido a la ministra de Ecología. Fromme a 3” y Contador a 9”. Ferrer y Verdasco siguen adelante en Wimbledom. No me entero qué pasó con Nadal. Una francesa pasa a semifinales. El formato del periódico es incómodo, demasiado grande. Terminado el reposo a las nueve, tras el desayuno y las noticias, retorno a la habitación. Un ligero sirimiri cae cuando subo las escaleras exteriores. Desenchufo los aparatos ya cargados, recojo el saco de dormir, ya seco, y recompongo mi mochila. Hago una deposición ligera pero no preocupante. Hoy tampoco tendré albergue juvenil.

Merville-Franceville-plage.
Para las 9:20 horas ya estoy en marcha hacia la playa. Es el mismo recorrido que hice ayer para buscar la cena. Ya no llueve. Cuando llego a la costa, el día sigue inseguro y no me animo a retroceder hacia la desembocadura del Orne, donde supongo estará la zona nudista que anoté en mi mapa.
 
Saco una foto hacia el Este, que es a donde me dirijo. Un tractor maniobra por la arena. Saludo al camarero que me cogió la nota de la cena y me desea feliz continuación. Es una frase que también emplean para desear que, el segundo plato o el postre, guste al cliente tanto o más que el primero. Me despido de él.
 

No bajo a la playa y voy caminando por el paseo marítimo. Lo que se ofrece hacia el Este no tiene perspectivas de mejora. La marea está baja. El paseo marítimo es corto y se acaba pronto. Salgo a carretera. Voy por la acera, hasta que ésta se acaba, y enseguida surge la pista para los ciclistas que va paralela a la carretera. También se termina la pista cyclable y me toca ir por el borde de la carretera sin arcén, aunque con muy poca circulación.

Le Hôme.
La ruta me ha sacado de la costa y me ha metido hacia el interior. Llego a Le Hôme. Pertenece a la comuna de Varaville. Saco foto de la iglesia, que es pequeña y me parece que tiene alguna gracia. Casi corto el gallo de veleta. 
Está cerrada y no la puedo visitar por dentro. Una Jota mayúscula, encastrada en una S, me hace pensar en los Jesuitas, pero no dispongo de conocimiento, ni tengo ningún argumento más para asegurarlo. Al rato llego al ayuntamiento de Varaville y temo haberme escorado demasiado hacia el sur pero, un hombre con dificultades del habla se esfuerza para hacerme entender que llevo buena dirección hacia Cabourg. Cuando estoy llegando, veo el indicador de playa.


Cabourg.
Voy hacia la playa. Por el camino, caen algunas gotas, pero ni abro el paraguas. La carretera me lleva hasta la misma playa. Un cartel indica que está prohibido bañarse en el canal. Todavía no he llegado a él. Algunos bañistas tempraneros ya salen de la playa tras darse el baño matinal.
 

Unos obreros están al inicio del paseo. Están echando asfalto rojizo y está reciente. Desde arriba veo que puedo continuar caminando por el asfalto gris de la pista para bicis. Sigo paseando por zona urbana. Paso por una gran mansión de poca altura y que me gusta porque guarda el estilo de las casas normandas. Es así como llego a la zona donde el asfalto está más reciente.
 
Una apisonadora le está dando su aplastamiento final. Al fondo, la maquinaria y los obreros necesarios para distribuir sin desnivelar la brea por el suelo. Por detrás está el camión con la brea rojiza, que los obreros descargan con carretillas.

 

También arreglan el ajardinado. Luego, ya en la playa, veo que han instalado una gran carpa que, por los elementos exteriores de juegos infantiles, me hace pensar en que sea algo destinado para niños. Una niña se atasca con su patinete en la arena, y se lo llevo hasta donde está su abuelo. Más adelante, está el Casino de Cabourg. El sol ya calienta cuando llamo a Vera. Todos están bien, pero sin sol.

 
Gari está en su segunda semana de vacaciones y le pide que le lea un montón de cuentos. Mi nieto tiene cinco años. Paso por puestos de socorro y, cuando estoy llegando al nº 4, empieza a llover con ganas. Me refugio. Hablo con los cuatro socorristas, que alucinan con mi viaje. Cuando me voy a marchar, puesto que ya ha escampado, llega la quinta, en uno de esos vehículos de cuatro ruedas que les permite una rápida intervención en caso de emergencia.
 

Hay que tener en cuenta que ésta es una larguísima playa. En realidad, entre las desembocaduras del Orne y del Dives, a la que todavía no he llegado, se puede decir que toda la costa es una gran playa, aunque parte de ella no he visitado. Esta socorrista es la única que sabe castellano pero, para cuando ella ha llegado, ya había respondido a todas las preguntas que me habían hecho sus compañeros y no es cuestión de volver a empezar. Me desean buena continuación. Me informan que para llegar a Houlgate tendré que cruzar una pasarela. Y como parece que va de “cuatro”: puesto nº 4, 4 socorristas, vehículo de 4 ruedas, ahora me toca encontrarme con 4 mujeres.

Annette, Edith, Brigitte y Guillaine.
Van a ser mis acompañantes entre Cabourg y Houlgate. Ellas van por delante de mí en el paseo. Llevan buena marcha pero, como van entretenidas con la charla, las alcanzo enseguida.  Las que más se interesan en mi viaje son Annette y Guillaine, mientras que las otras dos siguen con sus cuitas y hacen grupo aparte. Finalmente la más interesada, y con la que más hablo, es con Guillaine. También es la que más errores me corrige de mi precario francés y se lo agradezco.
 
También es la que me insiste que para ir a comer a Villers-sur-Mer, lo haga por la playa. Cruzamos la pasarela que me habían anunciado los socorristas del puesto nº 4 y seguimos un poco más, pero Guillaine se encuentra con un matrimonio se para a hablar con la pareja. Él me despide “chus”, se ve que la amiga ya le ha contado que voy con intención de llegar a Alemania. Saco foto de recuerdo a estas cuatro francesas, pero este bonito encuentro con estas cuatro mujeres no acabará aquí.

Por el dique a Houlgate.
Ellos dicen “la digue”. Por ese dique, llego a Houlgate. Eso me hace pensar que es aquí donde desemboca el río Dives. La curva del río, antes de su salida al mar, no me crea problema alguno. Será después cuando deberé bajar a la playa para hacer el recorrido recomendado por Guillaine. Es así como llego a Houlgate.
 


Paso por la iglesia y su fino y puntiagudo pincho. Después encuentro a tres jóvenes comiendo en un improvisado comedor.




Se trata de una furgoneta vaciada por dentro y que también puede servir para dormitorio. Me invitan a picar algo. Agradezco, pero les digo que voy con tiempo justo como para poder comer en Villers-sur-Mer, y me despido de ellos. Que tenga buen viaje. Sigo caminando por arriba hasta que se acaba el dique protector y ya no tengo posibilidad de continuar.


 
Casetas de playa por encima del dique, delante de viviendas señoriales, que denotan poderío económico, al menos en época pretérita.





Bajo a la playa. Allí hablo con una pareja que pasa un par de días de visita. Su madre tenía una casa aquí. Ella vivió su niñez en este lugar y ha venido con su marido añorando recuerdos. Me despido de ellos y comienzo la larga caminata por la playa.

De Houlgate a Villers-sur-Mer. 
Playa y Falaise d’Auberville.
Por la orilla hay muchas medusas muertas una vez que han quedado fuera de su líquido elemento.


También me dedico a dar saltitos soslayando, para no pisar, unas manchas grisáceas que ensombrecen la arena dorada y húmeda. Pienso que pueden ser restos de combustible de barcos que han lanzado al mar. Cuando pregunto a dos chicas, no saben darme una explicación del fenómeno. “¿Podrá ser una secuela del problema de las algas verdes?”, pienso. Luego me despreocuparé al saber que es debido a la tierra arcillosa que proviene del precioso acantilado de Auberville, que se desmorona hacia el mar.
 

Es como si me fuera dando lodos de arcilla para rejuvenecer mis baqueteados pies. Me lo dirán por la tarde Annette y Edith, cuando me las encuentre. ¡Y cuánto empeño había puesto yo para evitar esas manchas! La playa mirando hacia mi destino se ofrece lisa, sin accidentes, pero esa monotonía dejará de ser verdadera debido a la “falaise” y también a unas rocas que, más adelante, afloran en la orilla durante la bajamar. Cuando paso al par del acantilado me doy cuenta de que desaparecerá con los años.
 
La acción de la lluvia y el viento van consiguiendo que sus partículas se desperdiguen por la playa. Hay camino por las piedras que probablemente habría usado en la marea alta. Saco una foto de las montañitas, que se están deshaciendo en un continuo desde que se crearon y que produce una sensación de finitud, aunque sea una finitud menos finita que la duración de una y de muchas vidas humanas.

 

También fotografío una pequeña medusa y las manchas de arcilla sobre la arena, de las que vengo hablando y viendo desde hace rato. Así voy llegando a la zona de rocas en la orilla. Muchas gaviotas y cormoranes. Aves que miran atentas al mar.
 

Probablemente esperen la llegada de un banco de peces que les permita saciar el hambre. Saco fotos de las aves sobre los promontorios. Pasadas las rocas, pronto voy a iniciar mi visión de Villers. Ya se vislumbra Le Havre, a lo lejos.



Villers-sur-Mer.
Hasta aquí, he llegado por la arena, y ahora subo al paseo marítimo que va paralelo a la playa.





Un murete delimita el paseo con las casas que están algo más altas. Me fijo especialmente en una.

 

La fotografío antes de pasar y después de haberlo hecho. Su fachada tiene elementos propios de Normandía, que también aparecían en Bretaña y no son ajenos a los del País Vasco y Navarra. Todavía no son las dos, pero empiezo a preocuparme por la comida ya que, no encuentro restaurantes. Un chico me dice que hay muchos, pero no sabe recomendarme ninguno. Me meto hacia el interior. Por fin llego a uno que me interesa: La Gogaille.


La Gogaille.
Me voy a quedar satisfecho. Me ponen unas aceitunas para la espera y, en dos ocasiones, me las quieren quitar. Según van llegando los platos pedidos. Pero yo las retengo y las terminaré de comer mientras estoy con el segundo. Me sirven para cambiar de sabores. Tengo un matrimonio a mi derecha. Él de Murcia y ella de Salamanca. En realidad ellos son franceses, pero sus antepasados eran españoles de los citados sitios. El padre de él se mudó durante la República. Ellos terminan de comer y se despiden, pero no les puedo dar la mano ya que la tengo llena de grasa de los mejillones. No les han echado ni cebolla, ni perejil pero, al vino blanco, le han añadido algo de nata. Son muy pequeños y están buenos. Me sacan un filete en su punto. Churruscado por fuera y crudo, rojo y caliente por fuera. Va acompañada de “echalotes”, una clase de cebollita que nosotros llamamos chalota, y de patatas fritas. Por probar otro tipo de cerveza, he pedido Mónaco y así es como me entero que es “pression”, cerveza a granel, a la que añaden un chorrito de Granadina. Me resulta demasiado dulce para acompañar la comida. De postre había pedido queso blanco que, según me dice el camarero, habría sido como un yogur espeso. El camarero, de la República Dominicana, me recomienda por tres trozos de queso: Camembert, Brie y  otro algo más fuerte pero de la misma familia, con una costra al exterior, pero cremoso por dentro. La camarera se lleva el cuenco de las aceitunas y se ríe ahora que lo ve vacío. Pago con Visa 20,90 €. Me pongo a escribir. Cuando vuelve a pasar el matrimonio con ascendientes salmantino-murcianos, los dos me saludan. Me he quedado solo en la terraza y a las tres ya se disponen a cerrar. Así que, antes de que me echen, me voy. El camarero dominicano ya se ha cambiado y marchado hace un rato. Me ha preguntado y le he informado sobre Cadaqués. Por lo visto tiene alguna oferta para ir a trabajar allí, pero le han informado que las casas son pequeñas. Antes de marchar, el otro camarero joven me llena de agua mi botellín. Orino y me voy por el paseo marítimo.

Despedida de Villers-sur-Mer. Office de Tourisme.
Paso por el Ayuntamiento. Se trata de un edificio aislado, en blanco y ladrillo y muy florido, con verdes, y flores rojas y blancas. En la balconada principal ondean las banderas. Normanda, la primera, francesa, la central y, por último, la europea. Cuando voy regresando a la costa, veo la Oficina de Turismo. Antes de entrar en ella saco fotos de la zona ajardinada, donde destaca un dinosaurio vegetal.
 
El joven que me atiende me proporciona un mapa de Seine Maritime y me deja tijeras para que recorte la parte de la costa que me interesa. Ya tengo mapa hasta Eu, donde está mi siguiente Albergue juvenil. Ya puedo guardar definitivamente el que traje con toda Normandía al completo. Lo llevaba por si se daba el caso de no encontrar mejores, pero en las oficinas de turismo he ido consiguiendo mejores mapas de las costas de Manche, Calvados y Seine Maritime.
 

Al salir y cuando estoy más cerca del dinosaurio, lo vuelvo a fotografiar. Paso de nuevo al paseo marítimo. En ese momento, una mujer, Joceline, se incorpora al mismo. Le parece fantástico el camino que estoy haciendo. Ella conoce muchas zonas de España y este tema pasa a ser el principal en nuestra conversación. Le comento los excesos de memoria histórica en lo que llevo de Normandía. Sin haber visto apenas nada, ya me siento cansado. Y eso que estoy de acuerdo en que la memoria de la historia no debe caer en el olvido. Ella se sorprende de que no entre en los museos y le digo que, en mi viaje, lo importante son los encuentros. 
 
Además mi nivel de francés no es suficientemente alto como para poder leer y entender toda la información que dan estos museos y el viaje se me haría interminable. Ella también aprecia como interesante el encuentro que mantenemos, lo agradece y, cuando llega a su lugar de destino, nos despedimos con un beso. Ya se ha acabado Villers y entro en Blonville.


Blonville-sur-Mer.
Me recibe con un ancla de estructura recia. Las casas tienen sabor normando. Podrían ser modelo para las casitas de caramelo o de chocolate. Me entretengo viendo una alta, con una escalera exterior para acceder a la puerta.
 
 

También me gusta el Hotel de la Mer que, si fuera de chocolate o de caramelo, sería de lamer. Se ofrece también como bar, pero ahora, ya bien comido, no necesito nada más.


 
Me voy acercando al edificio de La Poste, que comparte edificio con el “Hôtel de Ville”, el ayuntamiento.

 




 Tras este paseo por el interior, me dirijo de nuevo hacia la costa. La marea está baja todavía, aunque ya va caminando hacia la pleamar.



En el paseo marítimo, sobre la playa, se ven las casetas. Son blancas y muy sosas. Están haciendo transvase de arenas en la orilla. Una pala la recoge y echa en los camiones, que son los que realizan el trasiego y la trasladan a la zona alta, la más próxima al paseo.


Camino por el paseo y pronto llego, ya saliendo del pueblo, a una casa que recuerda a un castillo, con dos torres. Saco una foto para el recuerdo.

Benerville-sur-Mer.
Voy a pasar previamente por una zona de costa que pertenece a Tourgeville y también por la carretera hasta un indicador de Mont Canisy. Parece que lo que tenga de interés está en lo alto, así que no subiré. Y lo que ofrece son baterías defensivas.
 
Desde abajo, no veo nada. Así voy llegando a Benerville-sur-Mer. En este trayecto, pero no puedo asegurar en qué momento, pasa un coche y saluda. Para un poco más adelante y bajan Edith, que conduce, y Annette. Ésta sale del coche, y levanta el asiento para que entre y me siente atrás. Les insisto en que mi viaje es a pie, pero agradezco la intención. Van a Trouville-sur-Mer. Annette tiene el pelo rubio y más rizado que esta mañana, al menos que la imagen de la mañana que conservaba yo de ella. Ella dice que lo lleva igual. Hablamos y me cuentan lo de las arcillas en la playa de las Falaises de Auberville. Como no subo a su coche, nos despedimos y cada cual seguimos nuestro camino. Al pasar por la iglesia de Benerville, saco una foto. Es de una estructura muy sencilla, de recios muros y con refuerzos.


Deauville. Festival de Cine.
Durante un rato no voy a tener mucho entretenimiento. Voy pensando en por qué razón me suena el nombre de esta ciudad a la que me dispongo a entrar. “Deauville, Deauville”, voy repitiendo para mis adentros. Paso por una casa en la que se ofrecen servicios de notaría. Me gusta y saco foto. Me viene a la memoria: Deauville y su Festival de Cine. Luego recordaré que sólo se proyecta cine USA.

 
Paso por un cine con fachada en curva. Tiene cuatro salas. En dos de ellas, me dicen, se proyectan sesiones del festival, que complementan las proyecciones del Casino. Un chico me da la información de cuáles son los dos cines. Hoy, además de cine USA, también exhiben cine francés. Camino hacia el Casino, que me va acercando a la playa. El edificio de dos plantas, me parece hecho con poca gracia.

 

Mejora cuando llego a la fachada principal, frontal al mar. Se lee: Casino Barrière de Deauville. La planta de arriba ofrece terraza ajardinada.




Para ir a la de abajo, hay que descender unas escaleras. Entro en el hall.




 

Como no voy a jugar, pido permiso y saco una foto de la escalinata principal que ahora permite el acceso a la sala de juego. Es lo que me permiten ver los vigilantes que están en la entrada.
 

Como las películas que se proyectan en este festival son todas USA, yo me había creído que Deauville estaba en Estados Unidos. Durante el Festival, aquí sólo funcionan tres salas. Abandono el Casino y paso a la playa.

 
Mirando hacia el Nordeste, Le Havre ya se ve más cercano. No sé la sensación que me habría producido la playa y sus sombrillas, si hubiera habido bañistas y los parasoles estuvieran abiertos, pero cerradas, tal como las encuentro al llegar, me ha agradado mucho su conjunto colorista.
 

Probablemente, estando abiertas, el volumen de color sea mayor aún. Ahora las sombrillas parecen encorbatadas. Saco foto, en la que se puede ver al fondo Le Havre, que mañana visitaré. Me dirijo hacia el puerto, no sin antes fotografiar nombres de actrices que tienen algún significado en mi vida. Leslie Caron, y el recuerdo de Papá piernas largas, y Krinstin Scott Thomas que, sin ser joven, me ha ofrecido en los últimos años films de interés.

Acabado el paseo entre nombres de actrices y actores, enseguida llego al puerto. Aunque sigo en Deauville, el otro lado, el que fotografío, ya pertenece a Trouville-sur-Mer, pero tardaré en pasar. Por el tipo de embarcaciones que se ve, está claro que es un puerto deportivo, de recreo. Aquí no hay barcos de pesca. Como no puedo seguir por el puerto, salgo a la carretera. Se ve que Trouville se va encaramando a la montaña.

 
Llego de nuevo a otro puerto que, en realidad, es la desembocadura del río Touques. Paso una esclusa y, al fondo, aparece el Casino de la siguiente ciudad, junto con otros edificios y el BAC, que se encarga del paso de Trouville a Deauville.


Como si dijéramos desde Córdoba a Sevilla… Me acerco al borde y veo que hay un paso peatonal pero que sólo esta expedito en horas de la bajamar.







Para usarlo, hay que pagar medio euro por persona. No hay precio para las bicis, pero es que están prohibidas. 

Truville-sur-Mer
Aún tendré que ir algo más hacia el interior, alejándome de la costa, hasta encontrar un puente que me permita cruzar a Trouville.


 


De momento sigo sacando fotos de esta otra ciudad que podría ser una sola si no la dividiera la desembocadura del Touques. Aunque la Agencia de la propiedad lo indica, la casa de enfrente no es el Castillo de Normandía, pero tiene prestancia y podría serlo. Un barco de Caen está atracado en el puerto.



 
En la casa de una planta, que muy bien pudiera ser lonja de pescado, se lee: El lobo de mar. Sigo adelante y saco nueva foto del otro lado. Hasta que, por fin, llega el deseado puente. Una vez que lo pase, todo será subir y subir. Para salir a la costa, un chico me dice que “remonte” la carretera de enfrente y luego tire hacia la izquierda. Así lo hago, y llego a la D-74, pero la que yo quiero coger es la 513 y no hay forma.


 

Bruscamente, cuando voy a llegar a la rotonda que me va a permitir desviarme hacia ella e ir hacia Villerville, decido quedarme y buscar cama por la zona.

La Croix Sonnet.
Entro en un bar Tabac. Allí hay gente apalancada que bebe cerveza tras cerveza. Pregunto al barman y, aunque no tiene seguridad, me dice que, un poco más adelante, se alquilan habitaciones. Agradezco la información y me voy sin tomar nada.

Cuatro Caminos.
Como estoy cerca, enseguida llego al Auberge des quatre chemins. Me recibe la dueña y me pide 60 € por dormir. Es un precio muy elevado y me parece que no me va a permitir negociar. Decido continuar camino, pero ella me retiene. Me pregunta cuánto estoy dispuesto a pagar y le digo que no más de 30 €. Ella dice que no y me suelta una retahíla en francés que apenas comprendo. No hay que ser adivino para intuir de qué va el tema. Además no puedo pagar con Visa. Apalabramos dicho precio sin incluir desayuno. Así me podré marchar cuando quiera, sin esperar. Me enseña la habitación y pago los 30 €. Lavo la camiseta y el calzoncillo, las tiendo en perchas, me ducho con su gel, me seco y me visto. Me va a dar de cenar. Una cena improvisada. He quedado con ella a las siete. Antes he estado con ella en la cocina y ya he sabido lo que comeré. Lo contaré en su momento. Me enseña unas hojas de Capucine, que ella suele comer. Son hojas silvestres que recoge en el campo. Tienen rabo y me llevan a pensar que pueden ser equivalentes a las hojas de espinaca. No voy descaminado. “Si tú las comes y vives, yo tampoco me moriré”, le comento. Ella insiste en que es una mujer especial y que esas hojas sólo las come ella. Me pongo a escribir. Un día intenso y con mucho que contar. Confío en que las fotos me irán ayudando a ordenar la narración de la jornada. Dejo mi diario a las siete en punto y me acerco al comedor.

Una cena con Martine colgada al móvil.
Cuando llego está hablando por teléfono. Me va trayendo la cena sin dejar la conversación con el ausente. Enlaza una llamada con otra. Así tendré poca oportunidad de hablar con ella. Para un día que iba a tener la oportunidad de cenar en compañía, las tecnologías se interfieren entre Martine y yo. Lo que va viniendo de la cocina es: dos lonchas de jamón, una ensalada de remolacha rociada con rico aceite. Sopa de pescado envasada en botella y que no desmerece y me gusta más que las que me ofrecen en los restaurantes por 6, 7 u 8 €. Con la ventaja que ésta no lleva los ingredientes externos (queso, salsa picante) que detesto. Lo único que echo en falta son los panes fritos o los torreznos que suelen ser acompañamiento habitual. No dejo nada en el plato. Una perola de arroz que, por suerte, no está al dente, y las capuchinas rehogadas con ajillo y cebolla picados. El curry apenas se nota. ¡Menos mal! Está todo rico, pero no puedo con todo el arroz y dejo una tercera parte. Martine sigue hablando con su móvil. Llega un coche. Un hombre, con el capó abierto, saluda con la mano. Creo que está con su mujer en la habitación contigua a la mía. Me voy. No veo a Martine para despedirme. Le pagaré luego la cena.

Agradeciendo en Tabac de La-Croix-Sonnet.
Salgo de Les 4 Chemins por el portón que permite la entrada y salida de los coches. Será por el mismo sitio en que saldré mañana. Voy hacia el bar para agradecer la información y decirles que ya me he instalado, cenado y donde dormiré. Pregunto por Pommeu, un licor de manzana que ofrecen, y pido una copa de Calvados. Es distinto del que probé ayer, más suave, menos interesante. El barman me cobra 2,50 € (el de ayer me costó 4,10 €). En la diferencia de precio se puede apreciar la de calidad. Con el tema de mi viaje, entablo enseguida relación con el resto de clientes. Con alguno va a ser difícil, ya que llevan mucho tiempo ingiriendo cervezas. El más asequible y más sobrio, me responde “La Conquete”, cuando he preguntado por el nombre del cabo más occidental del continente francés. Al decir “continente” evito la isla de Ouessant y los de otras islas. Les hablo del cabo de Corsen y les cuento que el que más me gustó fue el de la Pointe de Saint Mathieu. Disfruto siendo el punto de atención, la novedad en la monotonía del lugar. Un “bigotes”, que desbarra y al que no entiendo nada, me da un abrazo. También lo hará a la hora de la despedida. Y un par de besos. Casi todos acaban sus bebidas y el barman les vuelve a servir. Van a acabar como mirlos borrachos. Si es que los mirlos se han emborrachado alguna vez. El barman me habla medio en italiano. Los bebedores atienden y desatienden. El más sobrio me escucha atento lo que le cuento de la comunión de los caballos en Saint Gildas. El de bigote me habla como artista y le enseño los dibujos que hice el año pasado. En éste, aún no he hecho ninguno. Hoy he pensado hacer uno, pero tampoco. Me despido y vuelvo a mi albergue entrando por el portón por el que he salido.

Negociando el precio de la cena con Martine.
Me acerco a Martine que no sabe cuánto cobrarme por la cena. Le ofrezco 10 €, aunque pienso que ahí podría haber conseguido una rebaja, pero es una forma de compensar la sensación que ha recibido cuando hemos negociado el precio de la habitación. Entonces me ha dicho que regateo muy bien, que soy un experto. No sabe lo poco que me gusta regatear. Creo que diez euros ha sido un precio razonable. La cena que me ha servido, y lo a gusto que la he comido, me habría costado más en cualquier restaurante. También creo que ella ha salido ganando. Le agradezco tanto lo que he cenado, como la oportunidad que me ha ofrecido de conocer algo que nunca había probado, como son las hojas de la capuchina. Me dice que las flores también se comen, aunque son algo picantes. ¿Probaré algún día las que crecen a la entrada del Archivo Municipal de Irun? En su Tablet me ha enseñado fotos de la planta, hojas y flores, y que son comestibles desde tiempos de Luis XIV. También me deja un atlas, en el que compruebo los 20 días transcurridos desde Saint-Brieuc hasta aquí. Esto me hace pensar que, en menos de 20 días ya estaré en Bélgica.

Durmiendo en cama de princesa.
Vuelvo a mi cuarto y escribo hasta las 21:20 horas. Bebo agua para compensar y rebajar el Calvados. Lo malo es que me va a obligar a levantarme más veces por la noche para orinar. Antes de acostarme, me doy aloe-vera. Como veis en la foto, la cama donde voy a dormir es apropiada para una princesa de cuento de hadas, con su dosel de tul blanco, como de velo de novia. Dormiré como un príncipe, aunque me levanto tres veces a orinar.

Balance de la última jornada completa en Calvados.
Quizás lo más interesante de la jornada hayan sido los encuentros con mujeres. Las cuatro amigas que me han acompañado entre Cabourg y Houlgate. El ratito entre Villers-sur-Mer y Blonville-sur-Mer con Joceline y, como colofón de la jornada, con Martine y la negociación del precio de habitación y cena. El encuentro en el último Tabac habría sido más interesante con hombres con menos alcohol en el cuerpo. También los encuentros con los dos matrimonios, uno antes de comer, con las añoranzas de un pasado que ya no se repetirá y, el otro, durante la comida, con hijos de progenitores de Murcia y Salamanca. Interesante desde el punto de vista paisajístico, el tramo entre las falaises de Auberville, con arcilla en la arena, medusas, gaviotas y cormoranes. En cuanto a botánica: El conocimiento de la Capuchina, como alimento de supervivencia y como placer culinario.

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