Etapa 19 (376) 02 de julio de 2013, martes.
Ver sur Mer-Gold Beach-Graye sur Mer-Courseulles sur
Mer-Juno Beach-Bernières sur Mer-Saint Aubin sur Mer-Langrune sur Mer-Luc sur
Mer-Lions sur Mer-Ouistreham-Bénouville (Pegasus
Bridge)-Sallemelles-Merville/Franceville.
Esta es mi etapa 85 por la costa francesa.
Amanecer en
Gold-Beach.
Tengo frío y, después de orinar a las cinco y media, para
las 5:40 ya estoy vestido y en marcha. Prefiero caminar que aguardar tiritando.
Voy caminando por la playa con dirección Ver-sur-Mer que, como me dijeron
ayer, está muy cerca de donde he dormido.
Algunos pescadores han madrugado y veo los tractores que les han servido para acercar sus embarcaciones al mar. Están a la espera de que regresen de la pesca. Tienen que ser unos expertos de las mareas, pues cualquier descuido puede dejarles sin medio de transporte.
Algunos pescadores han madrugado y veo los tractores que les han servido para acercar sus embarcaciones al mar. Están a la espera de que regresen de la pesca. Tienen que ser unos expertos de las mareas, pues cualquier descuido puede dejarles sin medio de transporte.
Ver-sur-Mer.
Llego a una plataforma, hacia el paseo marítimo y decido
abandonar la arena para continuar el paseo con pie más firme. Hay casas que
miran al mar y un sendero que pasa por delante de ellas y que finaliza en la
carretera que me lleva a la plaza principal. Llego a un bunker, que aquí llaman
“blockhaus”. Me agrada porque le han dado utilidad, adaptándolo para guardar
material de la Escuela de Vela. A pesar de ello, no deja de ser un mamotreto
compacto que rompe con la horizontalidad del paisaje.
Continúo por el paseo marítimo y con las últimas casas, saco foto de las banderas que ondean. Aunque no veo la francesa, se pueden apreciar claramente las de Ver-sur-Mer, la normanda, la europea y, probablemente, la de Calvados. Un dique separa dos playas que, seguramente, en marea baja estarán unidas. He visto anunciado un museo, pero no lo he visto. Además de mi desinterés por verlo, ayuda la hora tempranera para que no lo visite.
Continúo por el paseo marítimo y con las últimas casas, saco foto de las banderas que ondean. Aunque no veo la francesa, se pueden apreciar claramente las de Ver-sur-Mer, la normanda, la europea y, probablemente, la de Calvados. Un dique separa dos playas que, seguramente, en marea baja estarán unidas. He visto anunciado un museo, pero no lo he visto. Además de mi desinterés por verlo, ayuda la hora tempranera para que no lo visite.
Graye-sur-Mer.
Niebla.
Saliendo de Ver hacia Graye, debo meterme hacia el
interior. Una zona de marisma y la desembocadura de un río me obligan a ello.
Paso por un prado donde, con gran esfuerzo visual, consigo ver un rebaño de
vacas perdidas entre la niebla.
Gracias a que la mayoría son blancas, reverberan luminosas en la bruma matutina. En la marisma, entre el cañaveral y el carrizo, oigo chapotear a algún animal que lo mismo puede ser piscícola como terráqueo. Una vez pasado el puente sobre el río, llego a Graye-sur-Mer.
La niebla sigue siendo muy densa y no veo más allá de mis narices, es decir, unos cien metros. Una broma, pues mi nariz ni es la de Pinocho, ni la de Cirano de Bergerac. El río hace un meandro y sirve para que las embarcaciones estén a la abrigada. Veo anuncio de batalla de desembarco y, de lejos el museo conmemorativo, pero ya estamos en otro lugar.
Gracias a que la mayoría son blancas, reverberan luminosas en la bruma matutina. En la marisma, entre el cañaveral y el carrizo, oigo chapotear a algún animal que lo mismo puede ser piscícola como terráqueo. Una vez pasado el puente sobre el río, llego a Graye-sur-Mer.
La niebla sigue siendo muy densa y no veo más allá de mis narices, es decir, unos cien metros. Una broma, pues mi nariz ni es la de Pinocho, ni la de Cirano de Bergerac. El río hace un meandro y sirve para que las embarcaciones estén a la abrigada. Veo anuncio de batalla de desembarco y, de lejos el museo conmemorativo, pero ya estamos en otro lugar.
Courseuilles-sur-Mer.
Centre Juno Beach.
Centre Juno Beach.
El museo que veía al otro lado de la ría de Graye, y que
ya se anunciaba, es el de Juno Beach, el único del desembarco dedicado a
los aliados canadienses. Después de
pasar al otro lado, voy junto al río y salgo a la playa. Lo que más me gusta es
el puesto de vigilancia que aquí no es una estancia provisional, sino que está
hecho a conciencia y permite una visión amplia de la playa para los socorristas.
Si bien esa es mi apreciación, tampoco me extrañaría que este mirador fuera un elemento propio del museo. Aunque me acerco, tampoco entraré a este museo dedicado a Canadá. Su construcción me recuerda al exterior de titanio de Bilbao, al museo Guggenheim. ¿Opináis lo mismo que yo? Si no, tampoco nos vamos a pelear por no estar de acuerdo. Cuando he ido a cruzar el puente, donde hay algunos grandes barcos, un hombre que iba con su cesta a pescar, me ha indicado el lugar donde podría encontrar sitio para desayunar. Pero antes he ido a ver el museo por fuera.
Unos conejos corren a gran velocidad, pero no van despavoridos; se ve que confían en que el caminante no les hará ningún daño. De regreso, paso por un tinglado separador que trata de diferenciar el curso del río del mar, aunque mar adentro la separación no pasa de ser un eufemismo.
No es posible pasar al otro lado y no me queda otro remedio que ir hacia el puente y las embarcaciones. Cuando estoy llegando al puente, veo cómo lo están cerrando al paso para los peatones. Tampoco tengo claro si lo debo atravesar o si estoy bien en este lado.
Si bien esa es mi apreciación, tampoco me extrañaría que este mirador fuera un elemento propio del museo. Aunque me acerco, tampoco entraré a este museo dedicado a Canadá. Su construcción me recuerda al exterior de titanio de Bilbao, al museo Guggenheim. ¿Opináis lo mismo que yo? Si no, tampoco nos vamos a pelear por no estar de acuerdo. Cuando he ido a cruzar el puente, donde hay algunos grandes barcos, un hombre que iba con su cesta a pescar, me ha indicado el lugar donde podría encontrar sitio para desayunar. Pero antes he ido a ver el museo por fuera.
Unos conejos corren a gran velocidad, pero no van despavoridos; se ve que confían en que el caminante no les hará ningún daño. De regreso, paso por un tinglado separador que trata de diferenciar el curso del río del mar, aunque mar adentro la separación no pasa de ser un eufemismo.
No es posible pasar al otro lado y no me queda otro remedio que ir hacia el puente y las embarcaciones. Cuando estoy llegando al puente, veo cómo lo están cerrando al paso para los peatones. Tampoco tengo claro si lo debo atravesar o si estoy bien en este lado.
Hotel Les Alizes.
A pesar de la recomendación, busco Tabac. Como no he
visto una panadería cercana, entro al Hotel Les Alizes, donde veo que dos
personas desayunan con croissant. Yo pido otro, pero me dicen que no hay más,
que los que tienen son para los clientes del hotel. Pero no tengo ningún
problema para hacer mi colación, ya que me ofrecen tres trozos de baguette,
tres porciones de mantequilla y un bol de mermelada de albaricoque. Pago 3,50 €
y me quedo escribiendo. Al llegar he puesto a cargar la batería del móvil pero
no va bien, no encaja bien la tapa, y no se produce la conexión. De momento,
dejo que se cargue la batería y luego ya lo miraré mejor. La señora del hotel
me da conversación, curiosa con mi viaje. En el retrete hago mi deposición, y
para las nueve ya estoy en marcha. Retorno al puente y debo esperar a que pasen
unos barcos y vuelva a estar practicable para coches y peatones. El ensamble es
perfecto.
Pescadería.
Dudo si ir al mercadillo y, finalmente, me limito a
visitar la pescadería, donde anuncian el Elevador Phenix III. La pescadería
está bien surtida paro no hay compradores. Un hermoso “turbor” (rodaballo) a 20
€ el kilo, es lo que más me atrae, pero no seré yo quien lo compre. Ni tengo
medios para asarlo a la parrilla, ni el precio me parece interesante y es
demasiado grande para un solo comensal.
El “bar” sigue recordándome a la lubina. También veo lenguados aplastados y demasiados tiburones, que me traen el recuerdo del cazón adobado que tan poco me gustó cuando lo probé en Cádiz, en Caños de Meca. Un chico los destripa, quita la piel y los trocea. Me marcho de la pescadería y voy de nuevo hacia la playa.
El “bar” sigue recordándome a la lubina. También veo lenguados aplastados y demasiados tiburones, que me traen el recuerdo del cazón adobado que tan poco me gustó cuando lo probé en Cádiz, en Caños de Meca. Un chico los destripa, quita la piel y los trocea. Me marcho de la pescadería y voy de nuevo hacia la playa.
Adiós a
Courseulles-sur-Mer.
Paso por un carrusel que, a estas horas, no está
operativo. No hay niños, es martes, y todavía están en período lectivo.
Para que no me olvide ni de la guerra, ni del desembarco, cerca de la costa se exhibe un tanque que cumple funciones decorativas. Su mejor función. Menos mal que ahora ya no sirve para nada. En otro tiempo me hubiera llenado de pavor. No pierdo mucho tiempo en su contemplación.
Ya en el paseo marítimo, fotografío la playa hacia atrás, va quedando lejos el dique separador de la playa y la ría. La arena ya ha sido cribada y me limito a constatarlo.
Un poco más adelante veo el tractor, que la va cribando, y el final de la playa con el dique que contiene la arena para que no se la lleve el mar. Sin haber salido del todo de la ciudad, paso por una barriada de casas que tienen la particularidad de que, en el diseño de su fachada, el arquitecto dio una inclinación.
Permite apreciar que el viento aquí sopla con un gran poder y, da la sensación de que las empujara hacia atrás. Esa apariencia de inestabilidad es puramente formal, ya que las casas están perfectamente bien ancladas.
Cerca de las casas está la carretera, pero al borde de la playa y el mar, vemos las pistas. Peatonal y “cyclable” que, como veis, está bien diferenciada por el anagrama del ciclista dibujado en el firme y la flecha de dirección. Un chico me dice que podan los tamarindos para que no quiten la vista del mar a los pisos primeros y a los bajos de las casas. Dudo si estas casas no pertenecen ya a Bernières-sur-Mer.
Leyendo el diario tampoco consigo aclararlo, pero leo: A la vista de Bernières distingo el “clocher” (campanario) puntiagudo de su iglesia.
Para que no me olvide ni de la guerra, ni del desembarco, cerca de la costa se exhibe un tanque que cumple funciones decorativas. Su mejor función. Menos mal que ahora ya no sirve para nada. En otro tiempo me hubiera llenado de pavor. No pierdo mucho tiempo en su contemplación.
Ya en el paseo marítimo, fotografío la playa hacia atrás, va quedando lejos el dique separador de la playa y la ría. La arena ya ha sido cribada y me limito a constatarlo.
Un poco más adelante veo el tractor, que la va cribando, y el final de la playa con el dique que contiene la arena para que no se la lleve el mar. Sin haber salido del todo de la ciudad, paso por una barriada de casas que tienen la particularidad de que, en el diseño de su fachada, el arquitecto dio una inclinación.
Permite apreciar que el viento aquí sopla con un gran poder y, da la sensación de que las empujara hacia atrás. Esa apariencia de inestabilidad es puramente formal, ya que las casas están perfectamente bien ancladas.
Cerca de las casas está la carretera, pero al borde de la playa y el mar, vemos las pistas. Peatonal y “cyclable” que, como veis, está bien diferenciada por el anagrama del ciclista dibujado en el firme y la flecha de dirección. Un chico me dice que podan los tamarindos para que no quiten la vista del mar a los pisos primeros y a los bajos de las casas. Dudo si estas casas no pertenecen ya a Bernières-sur-Mer.
Leyendo el diario tampoco consigo aclararlo, pero leo: A la vista de Bernières distingo el “clocher” (campanario) puntiagudo de su iglesia.
Saint-Aubin-sur-Mer.
Saritísima.
Ya veo a lo lejos un campanario de iglesia, pero dudo.
¿Será Bernières, será Saint-Aubin? Me inclino por esta segunda opción, ya que
parece un pueblo importante y Saint-Aubin-sur-Mer está en mi mapa con letra más
negrilla que Bernières-sur-Mer. Uno de los dos pueblos será. Entre medio, paso
por las Dunas de Platón. Un hombre camina silbando una melodía que me resulta
conocida pero que no logro identificar de primeras. Rápido me viene a la cabeza
la letra: “Como aves precursoras de primavera, en Madrid aparecen las
violeteras que, pregonando, parecen golondrinas que van piando, que van
piando…” Me sorprende oírlo de labios de un francés que no conoce, ni de oídas,
a Sara Montiel, nuestra Saritísima. Hablo con él y no sabe tampoco que sea un
cuplé. Cuando estrenaron en España “El último cuplé”, fue un escándalo para las
familias cristianas, lo calificaron como 3R (Para mayores con reparos) o 4
(Gravemente peligrosa). Esta calificación por los preservadores de la moral cristiana,
fue un añadido que dio mucha propaganda a un film mediocre, interpretado por
una actriz también mediocre, pero respaldada por un sistema mediático que
funcionó.
Fue un ejemplo de hipocresía y muchos católicos meapilas la vieron, aunque luego tuvieran que pedir perdón, en sus confesiones privadas a su Dios, con la mediación de sus ministros terrenales, los curas.
Fue un ejemplo de hipocresía y muchos católicos meapilas la vieron, aunque luego tuvieran que pedir perdón, en sus confesiones privadas a su Dios, con la mediación de sus ministros terrenales, los curas.
Niños que me traen el recuerdo de mis nietos.
Paso por una casa en la que estaba la plana mayor de las
fuerzas canadienses. En una de las terrazas se ve la bandera de Canadá con su
hoja roja y en el paseo un recuerdo floral.
Delante, en la arena, juegan tres niños de un jardín de infancia. La cuidadora me pide que no les fotografíe, pero le explico el viaje que estoy haciendo y accede a que les haga una foto de tal forma que no puedan ser identificados. Creo que obedezco escrupulosamente su deseo y para muestra la propia foto. Sus gorros blancos ocultan sus caras y, a lo sumo, se podría asegurar que la de en medio parece niña. Pronto llego a otro bunker que los canadienses han adaptado en el camino del recuerdo: Remembrance Way. Llamo a Sara y hablo con mi nieto menor, Jokin, que tiene 4 años.
Cuento a mi hija mi estancia en casa de Beatriz y Francisco en Brucheville. Beatriz es también cuidadora de niños y entiendo la reticencia de la de la playa con niños que no son suyos. Mi hija me dice que ando demasiado.
En Saint-Aubin también ondean banderas. Demasiadas banderas. Como España no intervino en la guerra, y menos mal, pues no fue por falta de ganas de apoyar a los nazis de Alemania.
En realidad, muchos republicanos que escaparon por la frontera batallaron con los aliados. Lo cierto es que nuestra bandera no figura entre las que se exhiben en este paseo marítimo. Entro en la siguiente bajada a la playa. Un grupo se encarga de la limpieza de la parte asfaltada aledaña al muro.
No sé si tiene mucho sentido barrer esta superficie, ya que sacan demasiado polvo que luego tragan los que pasean por arriba, que es el verdadero paseo marítimo, al que volveré a subir. Me encuentro con un grupo de niños en excursión de colegio.
Están con sus maestros en la playa. Los cuatro responsables van con ayudantes y organizan cuatro espacios de juegos. En el paseo se ofrece Biblioteca para todos. Una buena idea para ocupar con cultura un tiempo de ocio solar.
Delante, en la arena, juegan tres niños de un jardín de infancia. La cuidadora me pide que no les fotografíe, pero le explico el viaje que estoy haciendo y accede a que les haga una foto de tal forma que no puedan ser identificados. Creo que obedezco escrupulosamente su deseo y para muestra la propia foto. Sus gorros blancos ocultan sus caras y, a lo sumo, se podría asegurar que la de en medio parece niña. Pronto llego a otro bunker que los canadienses han adaptado en el camino del recuerdo: Remembrance Way. Llamo a Sara y hablo con mi nieto menor, Jokin, que tiene 4 años.
Cuento a mi hija mi estancia en casa de Beatriz y Francisco en Brucheville. Beatriz es también cuidadora de niños y entiendo la reticencia de la de la playa con niños que no son suyos. Mi hija me dice que ando demasiado.
En Saint-Aubin también ondean banderas. Demasiadas banderas. Como España no intervino en la guerra, y menos mal, pues no fue por falta de ganas de apoyar a los nazis de Alemania.
En realidad, muchos republicanos que escaparon por la frontera batallaron con los aliados. Lo cierto es que nuestra bandera no figura entre las que se exhiben en este paseo marítimo. Entro en la siguiente bajada a la playa. Un grupo se encarga de la limpieza de la parte asfaltada aledaña al muro.
No sé si tiene mucho sentido barrer esta superficie, ya que sacan demasiado polvo que luego tragan los que pasean por arriba, que es el verdadero paseo marítimo, al que volveré a subir. Me encuentro con un grupo de niños en excursión de colegio.
Están con sus maestros en la playa. Los cuatro responsables van con ayudantes y organizan cuatro espacios de juegos. En el paseo se ofrece Biblioteca para todos. Una buena idea para ocupar con cultura un tiempo de ocio solar.
Langrune-sur-Mer,
Luc-sur-Mer, Lion-sur-Mer.
Un chico me dice que fue corriendo desde Langrune a
Ouistreham y me calcula que tardaré dos horas en llegar. Le pido concreción, y
me dice: 10 kilómetros. No está mal calculado, pero yo lo haré en menos tiempo.
Luego resultarán más, ya que los tres pueblos los voy a pasar sin enterarme. Me voy a encontrar con Denise en Luc-sur-Mer y, entre hablar, ver y la buena compañía…
Luego resultarán más, ya que los tres pueblos los voy a pasar sin enterarme. Me voy a encontrar con Denise en Luc-sur-Mer y, entre hablar, ver y la buena compañía…
Denise.
Me va a acompañar casi hasta llegar al destino programado
para esta mañana: Ouistreham. Pasaremos por Lion-sur-Mer y será la de la
iglesia la única foto que voy a sacar de todo el recorrido con ella.
Me explica cómo desmocharon el campanario de la torre, por eso ahora no lo tiene. Fue durante la guerra. Acabado el paseo, llegamos a un acantilado y, paralelo a la carretera, vamos por camino de hierba. Como ella camina mal por la hierba cortada, cambiamos de posición y ahora voy mejor que iba con el oído bueno en el lado adecuado para conversar. Como ni me entero del paisaje, ni sé en qué lugar estoy, será Denise la responsable de lo que me pueda pasar. ¿Y qué me podría ocurrir con tan buena compañía? Dejamos la carretera y volvemos al camino.
Llegamos así a Riva-Bella y entrando en Ouistreham nos despedimos. Propongo invitarle a comer, pero ella rechaza la invitación aduciendo que lleva su comida en la mochila y, si no, se va a estropear. Ella se queda con su bocadillo y yo voy en busca de restaurante.
Me explica cómo desmocharon el campanario de la torre, por eso ahora no lo tiene. Fue durante la guerra. Acabado el paseo, llegamos a un acantilado y, paralelo a la carretera, vamos por camino de hierba. Como ella camina mal por la hierba cortada, cambiamos de posición y ahora voy mejor que iba con el oído bueno en el lado adecuado para conversar. Como ni me entero del paisaje, ni sé en qué lugar estoy, será Denise la responsable de lo que me pueda pasar. ¿Y qué me podría ocurrir con tan buena compañía? Dejamos la carretera y volvemos al camino.
Llegamos así a Riva-Bella y entrando en Ouistreham nos despedimos. Propongo invitarle a comer, pero ella rechaza la invitación aduciendo que lleva su comida en la mochila y, si no, se va a estropear. Ella se queda con su bocadillo y yo voy en busca de restaurante.
Ouistreham. El
punto conflictivo.
Sigo adelante. Un hombre, que está a la puerta de su
casa, me saluda al pasar. Le digo, -¿ya has hecho todas las tareas? El perro
ladra y no nos deja hablar y él se acerca para que oigamos lo que nos decimos,
aunque sea intranscendente. Le cuento el viaje que estoy haciendo y él me
contesta que tiene amigos en San Sebastián. Me despido y me desea buen viaje. Veo
dos restaurantes con aspecto elegante y me adentro en la ciudad por calle
peatonal. Así llego a otro.
La Rascasse.
Entro y me atiende un camarero que estudió castellano
como idioma optativo. Él acaba su jornada a las dos y se va. Es ahora otro
camarero el que me atiende. Es de La Reunión y me dice que está cerca de
Madagascar. Aunque no tiene nada que ver La Reunión con la Polinesia, lo que
tienen en común es que todas son islas, le cuento mi encuentro con la polinesia
del cine en Cherbourg. Como paté de campaña con ensalada y tostadas y un
filete, bleu, con salsa bearnesa. De postre, una torrija, que no es tan rica
como las que se comen por mi tierra. Cuando voy a pagar, veo que en la nota
figuran dos cervezas a 4,50 € cada una y yo había pedido dos de 3 €. Me dice
que no hay problema y lo corrige. Pago con Visa 24,90 €. Si no digo nada habría
pagado 3 € más de lo debido. Pido una garrafa de agua que me servirá para
rellenar mi botella para el camino. Escribo. Voy al retrete, descargo y salgo
más ligero de equipaje. Dejo de escribir a las tres y salgo hacia la
desembocadura del Orne. ¿Llegaré a dormir a Merville-Franceville?
Puerto: Ferris y
mercantes.
El día continúa igual de gris. Salgo de La Rascasse y
compro la postal para felicitar a Isabelita (0,35 €). Escribo la postal a mi
prima. Le pongo sello y pregunto dónde está La Poste. Me lo dicen donde he
comprado la postal y la echo en el buzón de correos. Espero que llegue para el
día de San Fermín. Aprovecho para tomarme una copa de Calvados en el Tabac Le
Havanne (4,10€). Me tardan en servir porque delante de mí, en el mostrador, hay
una cerveza a medias y un camarero pensaba que me la había servido el otro. Aclarado
el tema me sirve la copa que, como espirituoso que es, me la sirve a
cuentagotas. Menos que un txupito. Con el color del Coñac, me recuerda al
aguardiente gallego. Me ha gustado. Le digo al camarero que me hubiera venido
bien para entrar en calor esta noche pasada, en Gold-Beach, Ver-sur-Mer. Cuando
me voy del bar, el camarero me dice: “courage”.
Al salir dos ciclistas me recomiendan que vaya por Pegasus Bridge, que es un paseo muy bonito. En realidad me debieran haber dicho que es el único camino por donde puedo pasar al otro lado del Orne. Primero habrá que pasar el canal y luego el río. A las cuatro paso por el Casino. Me entretengo con unas florecillas de color malva, un ramillete altísimo, que se expande ocupando el asfaltado peatonal. Es así como voy llegando a un puerto donde atracan los grandes ferris. El que está varado más próximo pertenece a la Brittanic Linnes y hace el recorrido marino, atravesando el canal de La Mancha, entre Calvados e Inglaterra. Para verlo mejor y sacar una foto, subo por una loma que me ofrece mejor perspectiva.
Poco a poco voy saliendo al puerto de la marina mercante. A la vez que llego yo, también lo hace un carguero, que viene precedido por el práctico, encargado de llevarlo al lugar asignado para el atraque. Es un barco asiático con muchos contenedores apilados.
Continúo por este puerto y voy hacia el faro, pero el gran barco me persigue y veo cómo queda amarrado a este puerto. Lo fotografío mejor cuando estoy pasando al siguiente embarcadero. He perdido la segunda oportunidad de ir a Londres. La primera la tuve en Cherburgo. En Calais, tendré la tercera.
Al salir dos ciclistas me recomiendan que vaya por Pegasus Bridge, que es un paseo muy bonito. En realidad me debieran haber dicho que es el único camino por donde puedo pasar al otro lado del Orne. Primero habrá que pasar el canal y luego el río. A las cuatro paso por el Casino. Me entretengo con unas florecillas de color malva, un ramillete altísimo, que se expande ocupando el asfaltado peatonal. Es así como voy llegando a un puerto donde atracan los grandes ferris. El que está varado más próximo pertenece a la Brittanic Linnes y hace el recorrido marino, atravesando el canal de La Mancha, entre Calvados e Inglaterra. Para verlo mejor y sacar una foto, subo por una loma que me ofrece mejor perspectiva.
Poco a poco voy saliendo al puerto de la marina mercante. A la vez que llego yo, también lo hace un carguero, que viene precedido por el práctico, encargado de llevarlo al lugar asignado para el atraque. Es un barco asiático con muchos contenedores apilados.
Continúo por este puerto y voy hacia el faro, pero el gran barco me persigue y veo cómo queda amarrado a este puerto. Lo fotografío mejor cuando estoy pasando al siguiente embarcadero. He perdido la segunda oportunidad de ir a Londres. La primera la tuve en Cherburgo. En Calais, tendré la tercera.
El Orne me engaña.
Un tramo de ida y vuelta.
Un tramo de ida y vuelta.
El faro ya está cerca y también el panóptico de control
de entradas y salidas de los barcos. Por lugar inapropiado, y un puente
practicable, salgo a la carretera. Pronto quedará atrás el faro. Cruzo otro
puente, pero no me doy cuenta de que está prohibido el paso para los peatones.
La pista para los ciclistas la derivan a la parte derecha del canal.
Tampoco veo la señal de GR en rojo y blanco. Un fallo en mi apreciación visual me hace creer que puedo continuar por la playa y seguir hacia el Este. El puerto que acabo de pasar, me hace pensar que esa es la desembocadura del Orne cuando, en la realidad, no es más que un ramal que conecta con él. La verdadera salida del Orne al mar estará más adelante. Dejo el faro a un lado y camino por sendero próximo a la orilla del mar, pero no hay arena de playa, sino la típica propia de lugar de marisqueo. Ni siquiera intento darme un baño. Además que está el cartel indicador que lo prohíbe. En la foto se ve bien la zona de arena que, en marea baja no conecta con el mar, la de marisqueo y el mar que corresponde a la desembocadura del Orne. Para llegar a la costa que se ve al fondo, hacia el Este, donde los barcos que veo me hacen pensar en un puerto por el que poder pasar, pero tendré que dar todavía muchas vueltas. A pesar de las indicaciones de los ciclistas, me aventuro.
Tampoco veo la señal de GR en rojo y blanco. Un fallo en mi apreciación visual me hace creer que puedo continuar por la playa y seguir hacia el Este. El puerto que acabo de pasar, me hace pensar que esa es la desembocadura del Orne cuando, en la realidad, no es más que un ramal que conecta con él. La verdadera salida del Orne al mar estará más adelante. Dejo el faro a un lado y camino por sendero próximo a la orilla del mar, pero no hay arena de playa, sino la típica propia de lugar de marisqueo. Ni siquiera intento darme un baño. Además que está el cartel indicador que lo prohíbe. En la foto se ve bien la zona de arena que, en marea baja no conecta con el mar, la de marisqueo y el mar que corresponde a la desembocadura del Orne. Para llegar a la costa que se ve al fondo, hacia el Este, donde los barcos que veo me hacen pensar en un puerto por el que poder pasar, pero tendré que dar todavía muchas vueltas. A pesar de las indicaciones de los ciclistas, me aventuro.
Una isla sin
salida.
Caen queda hacia el sur. Ayer ya decidí no visitarlo,
olvidarme del albergue juvenil y, ahora, me parece que ya me estoy alejando de
la ciudad caminando hacia el Este. Pronto tendré que recular y dirigirme hacia
Caen, aunque cuando llegue a Pegasus Bridge volveré hacia el Norte y, de nuevo,
caminaré hacia el Este. Tres mujeres me dicen que voy mal. Una me lo demuestra
gráficamente. Lo que voy a hacer es un camino de ida y vuelta. Dice que lo
alargo innecesariamente, sin nada interesante que ver allí. El río hace un
bucle y no hay ningún puente que lo atraviese. Si me hubieran dicho: “ven con
nosotras, que te sacamos del atolladero”, me habría ido con ellas. Sigo
adelante por buen camino. Cuando estoy llegando a un bosque, comienza a llover.
Acelero porque veo una torreta, como una atalaya, o un alto avistadero de aves
y especies acuáticas. En la parte de arriba tiene techo y estaré a cubierto.
Saco una foto y acelero para no mojarme.
Además supongo que, desde esa altura, podré tener una mejor perspectiva del lugar y sabré qué hacer a continuación. Cuando llego al pie de la gran escalera, veo que hay dos jóvenes arriba. Hablo con ellos a cubierto. Ya queda claro que debo volver por el mismo camino por donde he venido. Tendré que llegar al faro y a los puentes practicables. Saco foto desde la atalaya hacia la desembocadura del Orne, donde están amarradas muchas embarcaciones, y hacia la playa de Merville-Franceville.
Ha parado de llover. Hago el camino de regreso. Cuando llego al faro, compruebo que el carguero que he visto atracar ya se ha vuelto a marchar. Ahora veo las señales que antes, en mi obcecación, no he visto y rectifico los errores. Calculo que habré perdido unos tres cuartos de hora.
En realidad, no puedo considerarlo tiempo perdido ya que, aunque los jóvenes de la atalaya no han dado mucho juego, aunque sí me han deseado feliz llegada al puente y culminación de viaje, las tres mujeres que me querían disuadir de venir por aquí, estaban asombradas con mi recorrido. Esto lo estoy escribiendo en terraza de bar, con una cerveza y frente al puente Pegaso. Se acabó la Costa de Nácar.
Además supongo que, desde esa altura, podré tener una mejor perspectiva del lugar y sabré qué hacer a continuación. Cuando llego al pie de la gran escalera, veo que hay dos jóvenes arriba. Hablo con ellos a cubierto. Ya queda claro que debo volver por el mismo camino por donde he venido. Tendré que llegar al faro y a los puentes practicables. Saco foto desde la atalaya hacia la desembocadura del Orne, donde están amarradas muchas embarcaciones, y hacia la playa de Merville-Franceville.
Ha parado de llover. Hago el camino de regreso. Cuando llego al faro, compruebo que el carguero que he visto atracar ya se ha vuelto a marchar. Ahora veo las señales que antes, en mi obcecación, no he visto y rectifico los errores. Calculo que habré perdido unos tres cuartos de hora.
En realidad, no puedo considerarlo tiempo perdido ya que, aunque los jóvenes de la atalaya no han dado mucho juego, aunque sí me han deseado feliz llegada al puente y culminación de viaje, las tres mujeres que me querían disuadir de venir por aquí, estaban asombradas con mi recorrido. Esto lo estoy escribiendo en terraza de bar, con una cerveza y frente al puente Pegaso. Se acabó la Costa de Nácar.
Pegasus Bridge.
Voy por el canal, por la parte más occidental, en
dirección Caen. También sé que antes encontraré el puente y lo cruzaré. Tendrán
que ser dos los puentes. El primero es el llamado Pegasus Bridge, que cruza el
canal. Después, el segundo, cruzará el río Orne. Camino por la pista ciclista,
que me recuerda al paseo del Bidasoa entre el puente internacional de Hendaye y
Behobie. Voy muy cerca del borde del agua. En una hora ya estoy en Pegasus
Bridge. Pertenece a Bénouville.
Hay un bar que se llama Les 3 planeurs. Pido una pression, por la que pago 2,60 € y la saco a la terraza, que tiene una cubierta de lona. Pronto empieza a caer una gran tormenta, unas gotas gruesas, como para asustar. Sólo han durado un par de minutos y ha vuelto a escampar. Al menos me han pillado a cubierto. Escribo el diario. Una mujer que está en la terraza me explica cómo los alemanes tenían tomado el puente y no sé lo que hicieron los tres aviadores que hicieron que los alemanes perdieran el control del mismo. Era un paso de gran valor estratégico. Empieza a llover de nuevo y no me muevo de donde estoy. Sólo que me desplazo un poco más al interior para que no me salpique el agua. Cuando acaba de caer la lluvia, pregunto al camarero si va a llover más. Su respuesta es la lógica a pregunta tan poco inteligente: “soy normando pero no adivino.” Lo mismo pregunto a la mujer que está con los dos niños y que antes me ha informado de los de los tres pilotos, con respuesta similar. Ahora me entero que es belga. Pensaba que era francesa, pero se ve que está bien informada. Cuando le digo que voy andando hacia la costa de Bélgica, muestra su asombro y me desea que culmine bien el viaje. Ya ha parado de llover, definitivamente. Saco foto del puente y de un tanque herrumbroso, que queda como vestigio del pasado, sin ninguna utilidad. ¡Mejor! Es el momento en que paso por el puente al otro lado del canal. Han construido un edificio para el memorial de tan gran efemérides. El pueblo que no tiene ningún vestigio que recuerde la guerra, se lo inventa. Es lo triste, por un lado, evitar el olvido y, por el otro, atraer al turismo. Yo ni me acerco al memorial.
Hay un bar que se llama Les 3 planeurs. Pido una pression, por la que pago 2,60 € y la saco a la terraza, que tiene una cubierta de lona. Pronto empieza a caer una gran tormenta, unas gotas gruesas, como para asustar. Sólo han durado un par de minutos y ha vuelto a escampar. Al menos me han pillado a cubierto. Escribo el diario. Una mujer que está en la terraza me explica cómo los alemanes tenían tomado el puente y no sé lo que hicieron los tres aviadores que hicieron que los alemanes perdieran el control del mismo. Era un paso de gran valor estratégico. Empieza a llover de nuevo y no me muevo de donde estoy. Sólo que me desplazo un poco más al interior para que no me salpique el agua. Cuando acaba de caer la lluvia, pregunto al camarero si va a llover más. Su respuesta es la lógica a pregunta tan poco inteligente: “soy normando pero no adivino.” Lo mismo pregunto a la mujer que está con los dos niños y que antes me ha informado de los de los tres pilotos, con respuesta similar. Ahora me entero que es belga. Pensaba que era francesa, pero se ve que está bien informada. Cuando le digo que voy andando hacia la costa de Bélgica, muestra su asombro y me desea que culmine bien el viaje. Ya ha parado de llover, definitivamente. Saco foto del puente y de un tanque herrumbroso, que queda como vestigio del pasado, sin ninguna utilidad. ¡Mejor! Es el momento en que paso por el puente al otro lado del canal. Han construido un edificio para el memorial de tan gran efemérides. El pueblo que no tiene ningún vestigio que recuerde la guerra, se lo inventa. Es lo triste, por un lado, evitar el olvido y, por el otro, atraer al turismo. Yo ni me acerco al memorial.
Puente sobre el
Orne y su vera Este.
Cuando estoy por mitad del Pegasus Bridge me fijo en su
complejo sistema constructivo. Pero no saco nueva foto. Para muestra basta con
la primera. Pasado el puente, hay un puesto que cierran ya y en el que venden
sandías, melones y otras frutas. Al otro lado van una mujer y un joven que, por
su aspecto, parecen de raza gitana. Podrían ser los vendedores de fruta. Saludo
y sigo adelante.
Al rato, pasando el segundo puente y mientras saco foto del Orne hacia su desembocadura, el joven gitano pasa en bici y me vuelve a saludar. Ya en el otro lado, se me ofrecen tres posibilidades: a la izquierda la pista cyclable con el indicador de a 9 kilómetros Merville, a su derecha el GR sin indicador kilométrico. La tercera opción es la carretera. Normalmente, cualquiera de las dos primeras opciones es la que hubiera elegido pero, a esta hora en que ya estoy pensando en dormir en algún sitio a cubierto, puesto que la lluvia caída no me anima a dormir a la intemperie, tomo la decisión de seguir por la carretera. Tiene algo, poquito, de arcén y no demasiada circulación.
Al rato, pasando el segundo puente y mientras saco foto del Orne hacia su desembocadura, el joven gitano pasa en bici y me vuelve a saludar. Ya en el otro lado, se me ofrecen tres posibilidades: a la izquierda la pista cyclable con el indicador de a 9 kilómetros Merville, a su derecha el GR sin indicador kilométrico. La tercera opción es la carretera. Normalmente, cualquiera de las dos primeras opciones es la que hubiera elegido pero, a esta hora en que ya estoy pensando en dormir en algún sitio a cubierto, puesto que la lluvia caída no me anima a dormir a la intemperie, tomo la decisión de seguir por la carretera. Tiene algo, poquito, de arcén y no demasiada circulación.
Buscando posada.
Llego a Sallemelles. Pregunto en un Tabac y una chica
sale para indicarme el lugar donde hay una “Git”, un albergue no oficial. Lo
pone en una puerta entre dos casas y no sé a cuál de ellas corresponde. En la
de la izquierda hay una ventana abatible semiabierta. Un joven cierra por la
parte alta y la abre de forma convencional. Me dice que el Git es la otra casa,
pero allí no responde nadie. Habla algo de castellano, ya que lo estudió en la
escuela. No conoce sitios apropiados para dormir a cubierto gratis en el
pueblo. Me habla del hotel Le Vauban y me dice que me pilla de camino hacia la
playa de Merville-Franceville. Sigo hablando con el muchacho, sin perder la
esperanza de que me hiciera un hueco en su casa. No cae esa breva.
Hotel Le Vauban.
Son 4,5 kilómetros los que me faltan para Merville, pero
se me hacen eternos. Veo otro lugar en que quizás pudiera dormir, Chez Marion,
con restaurante, pero no entro a preguntar. Aunque soy poco amigo del
constructor militar Vauban, parece que ya me he resignado a dormir en su hotel.
Ya he entrado en el tramo que pone Merville-Franceville-plage y, enseguida veo
el hotel Le Vauban. Entro en recepción y no veo a nadie, paso al comedor, a las
escaleras de acceso a las habitaciones, y tampoco. Cuando estoy regresando a
recepción, aparece la dueña. Lo que me pide me parece mucho, a lo que hay que
añadir el desayuno, que cuesta 8 €. Finalmente, me ofrece un precio rebajado,
con el desayuno incluido, y pago 55 € con la Visa. Subimos a la habitación.
Dejo todo y voy a comer algo antes de que sea demasiado tarde.
L’Escapade.
Salgo sin la protección de la mochila grande y, sin el
jersey, hace algo de frío. Menos mal que he cogido la pequeña, donde llevo el
paraguas plegable que me vendrá bien para luego, pues volverá a llover. En la
zona ya próxima a la playa, el Santa Fe está cerrado, así que no me queda más
opción que L’Escapade. Pido algo de pescado y ensalada templada. El pescado es
una terrina fría acompañada de lechuga. La ensalada lleva lechuga, tomate y
manzana y la parte templada son patatas redondas fritas y pechuga de pollo.
Cuando me sacan la terrina, me doy cuenta de que no llevo la Visa. He pagado
con ella en Le Vauban y he hecho mención de cogerla. ¿La habré perdido por el
camino? Dudo si volver al hotel, para recuperarla pero, finalmente, decido
pagar en efectivo, aún me queda un billete de 50 €. La cena me cuesta 23,20 €,
sin postre, que hoy me lo salto. Una cena cara para lo que me han dado. De
regreso voy mirando al suelo, por si la Visa se me hubiera caído al venir.
Empieza a llover. Abro el paraguas plegable.
Durmiendo en Le
Vauban.
Cuando llego al hotel, subo por la escalera exterior a la
habitación nº 11. Me ducho, enredo en la televisión. Dan lo mismo de siempre y
no encuentro nada de deporte. Duermo como un lirón. Sólo me levanto una vez a
orinar y está oscuro en el exterior. No he cerrado las cortinas gruesas con
toda intención.
Balance de una
jornada en la costa central de Calvados.
Lo más interesante del día ha sido el encuentro con
Denise. El paso de Gold Beach, Juno Beach y Sword Beach ha supuesto demasiado
nombre de playa en inglés y más de la misma guerra de cada día, con sus
memoriales y sus museos. Quizás haya sido Pegasus Bridge, y la gesta de los tres aviadores, lo
más novedoso. Un puente por el que he tenido que pasar forzosamente, y que me
ha evitado bajar a Caen. El recorrido hecho de más no ha sido en vano, pues la
atalaya me ha permitido refugiarme de la lluvia. La segunda lluvia fuerte me ha
cogido bajo techo, en la terraza frontal al puente Pegasus. La tercera, después
de cenar, sin equipaje y con paraguas.
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