viernes, 7 de abril de 2017

Etapa 18 (375) Grand Camp Maisy-Ver sur Mer



Etapa 18 (375) 01.07.2013, lunes.
Grand Camp Maisy-St.Pierre du Mont-Vierville sur Mer-Omaha Beach-Culleville sur Mer-Sainte Honorine des Pertes-Port en Bessin/Huppain-Commes-Arremanchez les Bains-Asnelles-Gold Beach-Ver sur Mer.
 
 
Esta es la etapa 84 de mi recorrido por las costas francesas.


Amanecer en la puerta de la biblioteca.
Me levanto para las seis, pero no correré delante de los toros pues, aunque ya cercanos, aún no han llegado los sanfermines. Saco foto para que quede constancia del lugar en el que he dormido. Recojo todo rápido y para las 6:10 horas ya estoy en marcha. Voy mirando por el pueblo para no perder la oportunidad de desayunar. En un bar veo a una mujer que se está poniendo guantes, lista para comenzar las tareas de limpieza. Se asoma a la puerta para decirme que no abren el bar hasta las 8:30. En vista de lo cual continúo carretera adelante.
 


Saco foto de la iglesia y después de una escultura de acero inoxidable que contiene una paloma de la paz.

 
Aunque lo había olvidado, un anuncio en la carretera me recuerda que quería pasar por la Pointe du Hoc, así que tomo esa dirección.











Unos trigales que se van dorando me hacen recordar que el buen tiempo va avanzando y se acerca la época de la siega.
 
 
Al fondo un edificio cilíndrico me hace pensar que pudo ser molino, pero también granero para almacenaje del cereal.

La Pointe du Hoc.
Cuando llego, compruebo que está bien organizado para las visitas. Hay mucho espacio para aparcamiento y un edificio, aún no terminado,  que está financiado por la Comunidad Europea.



Junto a un hoyo producido por la caída de un obús,  hay un gran panel horizontal con mucha ilustración y explicaciones en huecograbado. Hay más hoyos similares.





Subo a una casamata y desde allí puedo ver hacia abajo el cabo, un islote que parece se va desprendiendo de él, y parte de la playa. Tras sacar una foto más cercana del panel explicativo de la efemérides que aquí se narra,
 


regreso por el mismo lugar por el que he llegado y vuelvo a salir a la carretera. Continúo por ella hasta que veo, aún lejana, la torre de la iglesia de Saint Pierre du Mont. Pero antes debo pasar por unos edificios amurallados que, en su parte más próxima a la carretera ofrecen un palomar.



Las palomas alternan su estancia entre el espacio a cubierto y las alambres del tendido eléctrico.

 



Un gran arco sin puerta, junto a la torre palomar, da acceso a una gran mansión, a la que no voy a entrar.
  


Saint Pierre du Mont.
Mi intención es la de desayunar en Vierville-sur-Mer que, en Grandcamp he visto anunciado a 8 kilómetros. Port-en-Bessin-Huppain lo indicaban a 22 y sería buen lugar para comer.

 

Al pasar fotografío la iglesia de Saint Pierre, al fondo de un gran campo de cereal. Es lo más cerca que voy a pasar de ella.

 

Vierville-sur-Mer.
Camino de mi desayuno, paso por unos edificios que conmemoran alguna gesta heroica, pero que desde mi perspectiva de caminante con deseo de romper el ayuno, lo único que me llama la atención es ese anuncio de bocadillos, bebidas, etcétera. Sobra decir que también está cerrado, así que continúo hacia Vierville.
 

Ya ha corrido una hora desde que pasé por Saint Pierre y pronto llego a un cruce en el que dudo si dirigirme al pueblo o al mar. Ya se anuncia la playa de Omaha. Encuentro a un hombre que me informa de que allí no hay café. Pero, yendo hacia la costa, encontraré a otro que me dice que hay un hotel donde podré desayunar. Es de París y está de vacaciones, así que me acompaña casi hasta la puerta del hotel. Pasamos previamente por un puente de campaña que construyeron los americanos y que queda aquí como un vestigio más de la guerra para que no se olviden los franceses de la gran deuda que tienen con las fuerzas aliadas. Este puente inútil, se quedará aquí para siempre, ocupando un espacio que muchos especuladores del espacio público querrían para hacer negocios de construcción.

Hotel du Casino.
No hay forma de entrar en el hotel si no tienes la clave. Una mujer me la da y así puedo acceder al comedor. Cuando entro, se lo agradezco. Hay una camarera que me informa de que el precio del desayuno es de 10 € y doy mi conformidad. Zumo de pomelo, un panecillo con queso y embutido, un huevo duro, bollo suizo con mantequilla y mermelada, un trozo de bizcocho de chocolate y otro con algo que no soy capaz de adivinar. El café con leche es escaso de leche y el líquido lo va absorbiendo el suizo y el bizcocho. 


Me pongo a escribir el diario y poco a poco va desapareciendo el resto de comensales, así que a las 10:15 dejo de escribir. Cago y olvido coger agua. Desde el comedor saco foto de la parte de playa de Omaha que se ve por el ventanal. Creo que con lo que me sobró de ayer podré aguantar hasta la hora de la comida. Al salir, un hombre que limpia los cristales, se sorprende al verme salir del hotel con mochila. Le digo que he desayunado y le cuento algo de mi viaje a pie. Me desea buen viaje.


La playa de Omaha. Omaha Beach.
Voy descendiendo hacia la playa y desde el muro de contención que interrumpe el espacio entre la arena y la carretera, vuelvo a fotografiarla con una perspectiva de mayor alcance. Probablemente la parte final corresponda ya a Port-en-Bessin-Huppain.
 

Pronto bajo a la arena y me voy encontrando con tractores que van realizando el trabajo de meter y sacar barcos de la mar. Esta playa, Omaha Beach, pertenece a tres municipios: Vierville-sur-Mer, Saint-Laurent-sur-Mer y Colleville-sur-Mer. Supongo que tanto “sur-Mer” se deberá a que hay en Francia otros Vierville y Colleville, puesto que por Saint-Laurent, próximo a Yves,



ya pasé el año pasado el día en que la selección española de futbol jugaba contra la francesa y las vicisitudes que pasé para poder ver sólo el final del partido, con los dos goles de Xabi Alonso, que dieron la victoria a los nuestros por 2-0.

El pescador del bogavante
Poco más adelante, encuentro a un pescador que ya ha terminado su deporte por hoy y retorna a casa. Ha cogido un pez que me parece pudiera ser un “bar” (lubina) pero me invita a que vea lo más atractivo de su pesca. Se trata de un bogavante. Se le ve satisfecho y le pido que lo coja para fotografiarle con él en la mano. Ahí lo tenéis con su sonrisa de felicidad.



Carga y descarga.
Enseguida llega otro pescador conduciendo otro tractor y que hace su maniobra para recular hacia las olas de la orilla y depositar allí su motora.

 

En dos minutos ya lo veo arrancar y oigo el motor de la embarcación dirigiéndose hacia alta mar. El tractor queda en la orilla, lo que me hace suponer que todavía quedarán unas horas de bajamar y que no hay peligro de que la subida de la marea se lo lleve.



Baño en la duna.
Continuando por la playa, llego a un lugar en que asoma de la superficie de la arena los restos de un naufragio. Lo que veo son restos de la panza de un barco. Por mi desconocimiento en la materia, no tengo argumentos para saber si se trata de algún pesquero que sufrió los estragos de una mar tormentosa, o se trata de un vestigio del desembarco de Normandía, del Día D, en la última Guerra Mundial. Ni lo sé, ni tengo a nadie a mano a quien poder preguntar. Es así como, antes de llegar a Colleville, encuentro una duna y, abandonando la arena húmeda, hacia ella me dirijo. Me parece un buen lugar para darme un baño. Me desnudo y, antes de acercarme al agua, hago un hoyo y descargo mi intestino. Ahora voy más ligero de equipaje, por dentro y por fuera. Aún no hace mucho calor y el baño es breve. Me voy secando al aire y veo a lo lejos un hombre sentado que contempla el paisaje. Llega otro, con dos perros, y se dirige hacia la orilla.
 


Paseo por el entorno de la duna para terminar de secarme. Por la parte de atrás de la duna no hay nadie, pero veo un sendero que me podría acercar a Colleville. Sin embargo opto por continuar un rato más por la playa.




Colleville-sur-Mer. Cimetière.
Aun cuando mi decisión ha sido continuar por la arena, pronto me meto hacia el interior por la siguiente duna, puesto que veo a un chico que camina por allí y un camino que me parece bueno para llegar al pueblo. Un grupo baja de una batería de defensa instalada en una casamata. En el prado por el que paso, camino del pueblo, veo un semicírculo cuyo significado desconozco. Una pareja que va por la carretera me recomienda Port-en-Bessin-Huppain para comer.

 

En mi mapa hay una indicación de que en este lugar hay un cementerio USA. Hago caso omiso de ello, y cuando ya estoy saliendo de Colleville, veo el lugar para acceder a él. Como debo retroceder y no siento especial atractivo por los cementerios, puesto que me agrada más hablar con los vivos que con los difuntos, decido no visitarlo. En el murete de acceso se puede leer: Normandy American Cemetery y Memorial.
 
El cementerio se va quedando atrás y llego al museo donde se explica la operación Overlord. Tampoco este museo me llama tanto el interés como para visitarlo. Más adelante encuentro un edificio en el que se muestran fotografías que recuerdan la II Guerra Mundial. Se puede leer: “Los verdaderos héroes no mueren”, frase que me parece un eufemismo, puesto que si son considerados héroes fue porque murieron en la contienda, y porque perdieron su vida por defender a Francia del ataque del invasor.
 


Quizás sean estas frases tan rimbombantes, y vacías de contenido, las que hacen que muestre tan poco interés en visitar los museos.



 
Tras pasar cerca de la iglesia, donde también se muestran fotos en la fachada exterior de los efectos causados por la guerra en la torre de la iglesia, que tuvo que ser reconstruida en su pináculo, y de fijarme bien en la decoración de sus dos portadas que, según parece, no sufrieron daño alguno, ya voy abandonando Colleville,



de cuyo paso no voy a guardar mejor recuerdo que el del rico baño que me he dado.

Sainte-Honorine-des-Pertes.
Poco después, saliendo de Colleville, encuentro una hospedería agraria, que ofrece habitaciones, Ferme du Loucel. Como la hora no es apropiada para quedarme a dormir, ni me tomo la molestia de preguntar precio y condiciones.  
 

En menos de media hora ya estoy entrando en Santa Honorina. Un arriate de florecillas bicolor me entretiene la vista. Unas son rojas, otras blancas y otras rojiblancas. Unos abejorros se encargan de polinizarlas.
 




Un cartel indica que me estoy acercando a Bayeux.  Cuando veo la torre de la iglesia, saco una foto entre agraria y urbana. Se ve que este pueblecito no ofrece guerra y lo paso sin pena ni gloria.


  
Port-en-Bessin-Huppain.
Una desviación hacia Russy y Étréham me sirve para saber en qué punto estoy de la carretera. Es así como, en menos de media hora, ya me estoy acercando al lugar recomendado como adecuado para comer.

 

Paso por unos campos de golf, donde no hay jugadores. Se supone que a esta hora, todos estarán comiendo. El camino va paralelo a la carretera. Pronto veo la torre de la iglesia y paso junto a un colegio. Los alumnos están en el recreo. Dos chicas adolescentes se acercan a la valla para saludar al caminante.




 Cuando me encuentro en el primer cruce, me oriento hacia el centro de la ciudad.
La Rotonde.
Me va a costar todavía un rato para llegar al puerto y, en La Rotonde, decido parar a comer. Pido ensalada mixta de primero, que no lleva más que lechuga hoja de roble, tomate, un huevo duro y el aliño correspondiente, con un vinagre demasiado fuerte, como es habitual en las ensaladas francesas y que es difícil eludir. Y, de segundo, “steak” con patatas fritas. Es una hamburguesa que, como la he pedido “bleu” (poco hecha), resulta fácil de trocear y masticar. De postre una “creppe sucree” (crepe azucarada) y todo regado con un pichet de vino tinto. La cuenta asciende a 15,20 € que pago con Visa. Me quedo escribiendo el diario hasta las tres, mientras voy acabando de beber el vino.
 


Después de orinar y llenar mi garrafa de agua, me dirijo a la oficina de Turismo, que estoy viendo desde el restaurante. Después subiré hacia la iglesia, cuya torre he visto al llegar, mientras hablaba con las alumnas adolescentes. Luego saldré hacia Bayeux con intención de dormir en el albergue anunciado.

 
Buscando la Oficina de Turismo.
Algo que parecía tan obvio y fácil de llegar, se me empieza a resistir. Cuando llego al lugar en que pone Turismo, un chico me informa de que estaba allí, pero que la están arreglando y la provisional está más arriba. Paseo por el puerto.
 

Es pesquero y con esclusa. Asciendo hacia el lugar en que he entendido que podría estar instalada la oficina provisional de Turismo. Es una torreta muy bonita, situada en un lugar estratégico con bonitas vistas, pero que supone ascender una cuesta poco apta para personas mayores. Yo no me encuentro entre ellas, y subo. Cuando llego, allí no hay visos de que informen de nada y, efectivamente, así ocurre. El castillete está vacío.

 
Rodeo la torreta circular y saco desde la altura una vista aérea del puerto deportivo y su salida al mar. Cuando estoy bajando, una chica se ofrece a bajar conmigo para preguntar. Le agradezco, pero lo evito diciéndole que ya preguntaré yo. Y bajando más, veo el indicador de Turismo, pero se me adelanta un hombre con niño, que desea una entrada para asistir a algo donde no permiten la entrada a menores, así que sólo encarga una entrada para él. La chica que me atiende me da un buen mapa de Calvados aunque, para lo que me queda de la jornada, usaré el que llevaba y que me han dado en el hotel en que he desayunado. Este mapa era suficiente para el tramo de hoy y más tarde lo tiraré. Con el nuevo mapa y la información que la chica me da, empiezo a tener algo más claro lo que me conviene hacer. De primeras me informa que el A.J. de Bayeux ya no existe, así que no tengo necesidad de caminar hacia el interior. Por otro lado, tampoco tengo necesidad de viajar hasta Caen, puesto que la carretera de la costa me llevará hasta la desembocadura del río Orne, el río que viene de Caen.
 

Esta decisión hará que también me olvide del Albergue Juvenil de Caen. Ya no tendré otro albergue hasta llegar a Eu, en Seine Maritime, finalizando Normandía. Como alternativa al de Bayeux, me ofrece uno cercano y barato en Commes, a dos kilómetros. Me indica por dónde llegar. Agradezco la información y me voy, aunque mi recorrido no se va a ajustar a sus indicaciones, puesto que no me quiero marchar de este pueblo sin visitar su iglesia.
 
No puedo entrar en ella, por estar cerrada, y me limito a sacar una foto de conjunto, fachada principal y campanario. Y así voy abandonando Port-en-Bessin-Huppain.

Commes.
Salgo a zona agraria. Campos de cereal y algunos muy amarillentos que me hacen pensar en colza.


La carretera, con poca circulación, permite ir con tranquilidad a los ciclistas. Enseguida llego al letrero indicador de Commes. Mucha oferta de chambres de Hôte, pero ninguna ofrece lo que yo busco. Saco foto de una iglesia. Entro en una casa que están reconstruyendo interiormente, y un chico me dice que lo que busco lo encontraré subiendo la cuesta.

Nórdicos de Canarias.
Cuando estoy en ello, en la primera curva, para un coche con pareja y tres niños, los tres chicos. Creo entenderles que son finlandeses o islandeses, pero que llevan muchos años afincados en España, han vivido en Madrid y en algún otro lugar pero que, actualmente, habitan en Tenerife. Los niños sólo hablan español. Han estado intentando salir a la costa un poco más al Este, por Longues, y han desistido.
 
Uno de los niños está muy interesado en mi viaje y me hace varias preguntas relacionadas con mi forma de viajar: -¿Cuántas horas camino, cuántos kilómetros recorro al día? Le respondo sin enrollarme demasiado: -es imposible saber. Se van, pues aparcados en la curva, eran un peligro para los pocos coches en circulación por esta carretera.



Un lagar para albergue.
Entro a una zona en que hay otro grupo de viviendas y una señora me dice el significado de “pressoir”, lagar, lugar donde se aplastaba la uva y exprimía el zumo para hacer el mosto que luego daría lugar al vino. Ella sabe el lugar exacto dónde está el albergue que busco: Le Clos de l’Ancien Pressoir. Me dice que cobran 18 € por la cama y 5 € por el desayuno. Abandono la carretera y cojo otra menos hacia la derecha. En lugar cercano al albergue, acaba de aparcar un autobús del que empiezan a bajar adolescentes. Acelero la marcha para llegar antes que ellos pero, cuando llego, ya se me han adelantado algunas monitoras jóvenes. Solo consigo que la señora encargada me diga que el albergue estará completo por varias noches, el tiempo de estancia de este grupo de ingleses. No me da opción a negociar ni siquiera un hueco a resguardo. De haber llegado ayer, probablemente no habría tenido ningún problema para pernoctar, pero esta es una de las constantes en un viaje de estas características.

Hacia Arromanches-les-Bains. 
Un camino variopinto.
En vista del éxito obtenido, después de que me las veía felices en este albergue inesperado, sigo carretera adelante tratando de llegar al mar en la costa correspondiente a Longues-sur-Mer. Hacia ese lugar que los nórdicos han desistido de buscar. Sería mucha casualidad que ellos llegaran al mismo lugar por otro camino, aunque me gustaría verlos de nuevo, pues la conversación que teníamos en la carretera, truncada por el tráfico, ha dejado muchos temas simplemente esbozados. Estaría genial que nos pudiéramos reencontrar en Tenerife. ¿Estarán en el sur de la isla canaria? Me encantaría poder ir allí en el próximo viaje del Imserso, ya que a Puerto de la Cruz ya he ido varias veces y no me apetece repetir. De Canarias lo que busco es el sol, los baños y la buena temperatura durante el invierno. Dejando de lado a los tinerfeños, voy en busca del mar. Un indicador señala la dirección en que se encuentra el semáforo y, como ya sé lo que eso significa, hacia él me dirijo. Llego a un campo, que me parece puede ser de colza. Nunca había visto de tan cerca estas flores amarillas, que parecen margaritas, y cuyas formas me hacen dudar de que estas flores den el fruto de la gramínea. Es probable que estas margaritas de pétalos amarillos nada tengan que ver con la colza. 
 
Ya al fondo veo el edificio blanco del semáforo anunciado. Sin acercarme a él, me dirijo hacia el acantilado. No veo ningún camino que descienda a la playa que voy a ver enseguida. El cabo se va quedando atrás. La playa no me resulta apetecible en mi primera visión de ella pero, según voy avanzando hacia el Este, todavía me apetece menos.
 

En la arena se observa desde arriba profusión de piedras que se han ido desprendiendo del acantilado.

Olvidándome del mar por unos momentos, paso por otro gran campo de cereal, al fondo del cual, mirando hacia el interior, se ven unos cuantos búnkeres. 
 
Alguno con visitantes. Me encuentro con una pareja y me recomiendan que los visite. No me interesan nada estos edificios guerreros, y tampoco tengo ganas de atravesar el campo de gramíneas, pisoteando sus espigas que ya empiezan a madurar.
 

Lo que si me atraerá más tarde es la cantidad de amapolas que lo bordean. No me resistiré a fotografiarlas. Hay un camino que no es el oficial, pero que lleva hacia el mar. Aunque no tiene continuidad, me acerco por él a la costa. Más no puedo ver el mar y debo retroceder al punto interior de partida. Los búnkeres ya se van quedando algo alejados y me olvido de ellos. Los últimos son los mejor conservados.


Gramíneas y habas.
Antes de salir de nuevo a la costa, paso por un sembrado de habas en flor. Las flores permiten hacer el pronóstico de una abundante cosecha. De nuevo el acantilado me ofrece playas inaccesibles, con un acantilado muy frágil a juzgar por los muchos tramos desprendidos. En algunos lugares los desprendimientos pueden constituir un auténtico peligro.


 

Sin embargo aquí no se ve ninguna señal de “interdit”, aunque es evidente que el caminante debe estar atento para no correr riesgos innecesarios. Aquí y siempre. A pesar de lo que digo, el sendero que me va llevando hacia Arromanches está limpio y en inmejorables condiciones.



En el mar, pero no muy alejados de la costa, empiezan a verse unas construcciones que tienen más de defensivas que para la obtención de algún producto del mar. Si la marea hubiera estado más alta y las hubiera cubierto, quizás me habrían llevado a pensar en otra variedad de mejilloneras.

 
No es el caso y, estando en Normandía, no voy a pensar en otra cosa que en algo preparado para guerrear. Me encuentro con una pareja. Él va en bicicleta y ella a pie. Me dicen que me quedan 5 kilómetros para llegar a la ciudad. El acantilado se está volviendo más abrupto y, poco a poco, voy viendo cómo me voy acercando al importante pueblo al que me dirijo.

 

Pero todavía será necesario ascender un poco más y entrar a Arromanches por el interior pues, por la falla marina es imposible el acceso. Me encuentro con una pareja de jóvenes deportistas. Me dicen que el GR está interrumpido. Él me indica que debo subir a lo más alto y ella corrobora lo que él dice.

 
Es el momento en que llego a mayor altura y el sendero, que continúa magnífico, comienza a descender a la vista de la urbe. En unos minutos estaré en el paseo marítimo.











Algunas grietas en el camino son indicativas de que en breve lapso de tiempo (entre 50 o 100 años), se desmoronará. No seré yo quien lo vea. Antes he pasado cerca de un bloque que se ha precipitado al mar.
 
Un hombre, con perro que chupa y lame con su lengua mis sandalias y lo dedos de los pies, que deben de estar sabrosísimos para él, se maravilla del viaje que estoy haciendo. Desde lo más alto, he visto que después de pasar el pueblo hay una playa larguísima que, probablemente, será el lugar donde pernoctaré gratuitamente. De lejos, parece desierta.


Arromanches-les-Bains. 
6 de junio de 1944. Día D.
El paseo marítimo no tiene mucho interés salvo que, al ir por el borde del mar, la visión del horizonte siempre resulta grata. Salvo en días tempestuosos. Pocos paseantes en el tramo peatonal. Como la marea está alta, no puedo saber si ante el paseo se forma o no una playa. En este primer tramo, al menos, no hay ningún acceso para bajar a ella.
 

A borde del mar, está el Museo del Desembarco (Musée du Débarquement). Por primera vez leo la fecha en grandes letras de molde. El día D fue el 6 de junio de 1944. En lo que parece es el acceso a un puerto provisional, veo de nuevo un puente de los que se construyen por los soldados zapadores de ingeniería, muy similar al que he visto hoy en Vierville-sur-Mer, pero éste lo construyeron los militares británicos.
 
Éste es más corto y de un solo tramo. Como todavía es temprano y no me apetece cenar a esta hora, decido comprar un bocadillo para comerlo más tarde en la playa. Quizás en el lugar donde vaya a dormir. En L’en Cas compro uno y una cerveza y pago 6,50 €. La marea ya ha empezado a descender. Se ven algunos bañistas. Pocos. Continúo por el paseo marítimo hasta el final y desciendo a la playa por la rampa. Lo peor es que no es de arena, sino de piedras. Menos mal que algunas son grandes y están fijas. Voy pisando por ellas ya que, al ser grises, se diferencian bien de las sueltas. Se camina bien por ellas. Según va bajando la marea, a ratos, voy por la arena húmeda próxima a la orilla. Finalmente llego a playa de arena. Arriba hay auto-caravanas y veo cómo un hombre asoma su cabeza.
 

A esta hora ya no me apetece darme un baño, pero sí tomar el sol en bolas mientras como el bocata y bebo la cerveza. Veo pasar algunas parejas por la orilla pues, tanto los diques de maderos enclavados verticalmente, como los de piedras, dejan suficiente margen entre su final y las suaves olitas que irrumpen en la orilla. Si alguien pasa por zona más próxima a donde yo estoy, me echo el calzoncillo por encima, sin ponérmelo. El sol va perdiendo fuerza. Sobre las ocho y media recojo todo y me voy caminando para buscar lugar adecuado para dormir. Así me voy acercando a Asnelles.

Gold-Beach.
Es en esta playa, entre Asnelles y Ver-sur-Mer donde encontraré mi acomodo nocturno. Al pasar por la playa, por la zona más próxima a Asnelles, saco foto de dos bellos edificios. El primero con una balconada y rebordes que recuerdan a los tapetes recargados que se ponen sobre los muebles de aquellas casas donde alguna mujer es aficionada al ganchillo, o al encaje de bolillos. La segunda, más recia, que parece más un castillo con torres y pináculos, que mansión de veraneo. Aquí hay unas dunas muy majas para dormir protegido por ellas, y me he acercado al núcleo de población para tomar una copa de Calvados, pero a las nueve de la tarde, todo está ya cerrado a cal y canto. Otra vez será así que, olvidándome de las dunas, sigo adelante. Asnelles se va quedando atrás y no tengo interés en avanzar mucho más.


La duna ya no es de arena, sino que todo es piedras. Pregunto a tres mujeres por qué llaman así a la playa. Me dicen que es el nombre que pusieron los ingleses y así se quedó, aunque estemos en Francia, y que no busque oro, que no lo encontraré. Por esta parte de la playa se camina bien descalzo. Ya no encontraré a nadie más. Más adelante empiezo a ver recintos de maderas enclavadas en vertical.
 
Parece que su función no es tanto de para-vientos, como de retención de arena, para evitar que se la lleve el viento. Elijo uno de estos espacios protegidos, calculando que no llegará el agua, aunque por allí andará la pleamar. Descargo mis mochilas y empiezo a escribir. Como no tengo buen apoyo para una escritura cómoda, y la temperatura y la humedad ya han bajado considerablemente, empiezo a temblar de frío y no tengo más remedio que abandonar.

Atardecer dorado en playa de Oro.
Dos jóvenes que vienen de Ver-sur-Mer, pasan por la orilla y no me ven. Cuando regresan, los abordo y me confirman el nombre del lugar. Cuando les digo que voy a dormir aquí, uno me dice que hay mucha humedad y que es mejor que duerma en el coche. Para que sepan que no tengo coche, les hago un resumen de cómo se desarrolla mi viaje a pie. A las diez el sol todavía no ha desaparecido por el horizonte. Saco una foto con el sol bajando y será la última del día.
 

Cuando estoy haciendo la cama, veo que la estoy haciendo en un lugar en el que afloran las pulgas de mar. Confío en que no me den la lata por la noche. Sólo una se meterá por mi pescuezo y otra saltará por mi cabeza. Se oye un golpe seco cuando saltan y pegan en el plástico de mi mochila o en el gorro del saco. Me acuesto a las 22:30 horas. El celaje se ofrece espléndido. Las nubes parecen plumas que hayan escrito un jeroglífico ininteligible en el firmamento. Como hay mucha claridad, las estrellas tardarán en ser visibles para mí. No veo más que un avión que deja su estela en el azul al sobrevolar la zona en donde estoy. Será de madrugada, cuando me levante a orinar, cuando veré las estrellas del mango del carro de la Osa Mayor. La segunda vez, no conseguiré verla completa hacia el Noroeste. Duermo con jersey pero no consigo librarme del frío. La mochila la he colocado en el rincón, entre las rocas y mi cabeza. La luna es casi ya un filetito menguante. Cuando me he levantado a orinar por segunda vez, hacia las cinco y media, he decidido no volverme a acostar. No hay forma de entrar en calor y prefiero ponerme en marcha.

Balance del primer día completo en Calvados.
No ha sido una jornada especialmente brillante. También ha sido de poco gasto, aunque el desayuno haya sido de 10 euros. Aunque me ha costado encontrar la oficina de turismo, puedo decir que ha sido productiva, por el mapa y la información sobre los albergues. Lástima que el de Commes no haya resultado como esperaba. Al menos ha servido para saber que ni el de Bayeux, ni el de Caen eran albergues que me interesaran. El itinerario más bonito ha sido el que he encontrado después de decir adiós a los de Tenerife y antes de llegar a Arromanches-les-Bains.

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