lunes, 23 de octubre de 2017

Etapa 39 (396) Oostende-Het Zoute


Etapa 39 (396) 22 de julio de 2013, lunes.
Oostende-(Tram)-Bredene-Naakstrand-De Haan-Wenduine-Blankenberge-Zeebrugge-Heist-Dunbergen-Alberstrand-Knokke-Het Zoute.

Despertar en el albergue.
Tras dormir muy bien, me despierto a las 7:30, me levanto a cagar y cojo la máquina eléctrica y aprovechar para afeitarme, pero no hay enchufe. Voy a los servicios de abajo, y tampoco lo hay. Así que me quedo sin afeitar. Dejando las sabanas en el depósito, antes de las ocho bajo a desayunar. Desayuno junto a un adulto y su hijo que, durante el sábado y el domingo han hecho un recorrido de 200 kilómetros desde su casa en la frontera con Holanda y por el interior de Bélgica. Se interesa en lo que le cuento de mi viaje y se lo traduce al chaval que algo de francés ha estudiado. Resulta un desayuno ameno. Bebo dos zumos de cereza y café con leche. Junto a dos rebanadas de pan con mantequilla y mermelada, un yogur y una banana, hacen un completo desayuno. Bien alimentado, empiezo a caminar un nuevo día.

De nuevo hacia Naakstrand.
Me despido de los dos belgas y del recepcionista, que sigue igual de amable que los dos días anteriores y, ahora, me dice que el billete para el Tram lo puedo adquirir en la propia estación, donde lo voy a coger. 
 
No necesito repetir que ese trayecto hasta la tercera parada de Bredene ya lo recorrí ayer a pie. Inicio de nuevo por camino conocido, pero al llegar a la altura de la iglesia, veo que una de las puertas está abierta, así que lo que no pude hacer ayer, siendo domingo, lo hago hoy y la visito en su interior.

Iglesia de los santos Pedro y Pablo.
Vuelvo a sacar una foto lejana con la fachada de la iglesia que complementa las que saqué los días anteriores. Es en ese momento cuando me doy cuenta de que la puerta se encuentra abierta y me acerco. 
 






Entro en ella. La nave central se eleva a gran altura, es algo que ocurre en la mayoría de iglesias de estilo gótico, aunque no sé si esta lo es, o se trata de un neogótico. Las dos naves laterales son algo más bajas. 

 







Su altar mayor es muy luminoso con sus coloristas vidrieras, en su también alto ábside. El púlpito se ofrece como una copa, más bien, un copón. 
 








En la parte trasera de la nave de la derecha, mirando hacia el altar, se presenta como en una urna, una maqueta que es reproducción a escala del mismo edificio. Una vez cumplida la visita a la iglesia de estos dos santos, que se la reparten a partes iguales y, con su bendición y perdonados todos mis pecados, hasta los que no he cometido, ya puedo marchar tranquilo a hacer nudismo.

En Tram a Bredene.
Tal como estaba previsto, no tengo ningún problema para sacar el billete en la estación. Pago por él 1,30 € y la señorita, al entrar, me dice que no hace falta que lo cancele. Hoy, al contrario que ayer, voy tranquilo con todo el derecho por el deber cumplido. Ocupo el último asiento. Como voy atento a las paradas, bajo en la tercera de Bredene. También baja otro chico que va en la misma dirección que yo. Me limito a seguirle. Aunque ayer dudé, hoy entro por el pasadizo subterráneo.

Naakstrand. 2º día.
Hago el recorrido hasta el final y donde ayer estaba a tope de chicos, hoy prácticamente está vacía. En el primer tramo encuentro a algunas parejas, que parecen matrimonios, y alguno que anda suelto. Uno que tiene el aspecto de ser árabe, se la manosea con poco resultado. Para conseguir que se le ponga contenta, se coloca en lugar estratégico, cerca de una pareja que ya vi ayer; ella una mujerona y él algo escuchimizado. Cuando voy al agua, él le tira a ella una camiseta arrebujada, como si fuera un balón de fútbol. Ella lo recoge y le da una patada con tal fuerza que lo lanza a más de diez metros de distancia, muy alejado de donde está su hombre. Se ríen del desorientado y fuerte lanzamiento, y yo con ellos también me río. El árabe sigue igual en su fallido intento. Cuando salgo del agua, me voy secando de paseo por las dunas. 
 
Otro chico se presenta con el rabo tieso y no se corta, colocándose entre las parejas. Después se acerca a los cortavientos que ha llevado alguna gente y acaba entre los espacios de mimbres verticales que cumplen la misma función, aunque en este caso sólo filtrando el viento. Toda la parte del fondo de la playa, antes de las dunas, está lleno de estas pajas que parecen aflorar de la arena, como si de organismos vivos se tratara. Hoy la marea está baja y no hace viento. Me acerco a la orilla con la cámara y saco dos fotos desde el dique separador central y hacia los dos tramos de la playa nudista. Primero el del Este y, después el del Oeste, que irá quedando atrás. 
 
En ambas fotos se pueden apreciar los espacios que quedan entre los mimbres, muy a propósito para tomar el sol, algo más protegidos. El muchacho objeto de mi observación, se coloca parejo a una chica que se va a desnudar en la parcela aledaña. Ella lo hace y él no para hasta que se acerca para hablar con ella. Si no va, el no ya lo tiene asegurado y, al menos, lo intenta. No parece que a la chica le apetezca, así que él retorna enseguida a su sitio, se embadurna de protector solar y se tumba para captar los rayos solares. No le veo ninguna intención de acercarse a la orilla y bañarse. Otro lee varios periódicos con los cascos puestos. Intento en vano pedirle uno para ver cómo va el Tour de France, pero ni se entera de que se lo pido. O tiene los auriculares a gran potencia o, al estar haciendo dos cosas a la vez, algo para lo que los hombres estamos descalificados, bastante tiene con el esfuerzo que está haciendo. Finalmente, después de tanto traqueteo, al árabe se le empina y así, como antes la estaba ocultando, ahora la exhibe como si fuera el mejor trofeo. Creo que le parece un triunfo merecido y, tras tanto esfuerzo, seguro que lo es. Está de enhorabuena. Cosas de la naturaleza humana. 
 
Después de otro baño y de estar en esta playa casi dos horas, poco después de las once, me visto y voy por la orilla hacia De Haan. El primer tramo, en terreno de Vosseslag, es terreno propicio para que la zona nudista se pueda ampliar. Sigue teniendo dunas al fondo y hoy, quizá por ser lunes, está totalmente deshabitada.

De Haan.
La marea sigue baja, pero ya ha comenzado a subir. Se camina muy bien por la orilla. Enseguida empiezo a ver los mamotretos costeros de la siguiente ciudad, De Haan. Antes de llegar, ya se ofrece un cuadrado a pie de dunas que es una especie de zona protegida del viento pero mejor estructurada. 
 
Ya en la zona, se ve otra gente que también disfruta de playa. Tenemos bandera verde, aunque a mí me parece azul, y la vigilante de la playa, encaramada al puesto de vigía, es una joven. Como está en lo alto y al principio, ni me molesto en preguntarle pero, cuando está finalizando la zona de casas en el paseo marítimo, pregunto a otro socorrista y me informa que las siguientes construcciones que veo al fondo ya son de Wenduine. 

Estos socorristas tenían el puesto de vigilancia en la orilla pero, como la playa es muy lisa, enseguida les ha pillado el toro y tienen que retroceder mucho terreno haciendo rodar el tinglado hacia el interior. Con la arena reblandecida y el freno del agua, les está resultando muy costoso acarrear con el muerto. Todo el esfuerzo corre a cargo de la chica, mientras su compañero no acelera para ayudarla, sino que va parsimonioso a recoger la silla de plástico que ha quedado abandonada en el espacio en que estaban vigilando anteriormente.

De De Haan a Wenduine.
Me voy alejando de De Haan y haciendo el plan de comer en Wenduine. En el primer tramo se puede apreciar en la duna espacios cuadrados equidistantes, preparados para tomar el sol y algo mejor protegidos del viento. 
 
Pero no se ve a nadie dentro de ellos. ¿Por ser lunes, por estar lejos de la población? Si estamos en julio y ya llevamos un mes de verano, ¿cuándo viene aquí la gente belga a veranear? Mirando hacia Wenduine, al fondo, la imagen que me ofrece la estructura urbana de dicha ciudad es similar a la que ofrece, desde Sotogrande y la costa de Málaga, el Peñón de Gibraltar. Al menos, la imagen me lo recuerda. 
 
Cuando estoy llegando, se ve que esta zona tiene menos población, así que la playa también está más vacía. Hay que tener en cuenta la hora, puesto que ya nos estamos acercando a la una. Algunas sombrillas, más que quitar el sol, cumplen las veces de paravientos. 

 
Ya en la parte correspondiente a la zona urbana y muy próxima a la arena seca, un padre y un hijo muy laboriosos, han construido un enorme castillo de arena. Supongo que el trabajo duro, el de palear arena para construir la montaña, habrá recaído sobre el progenitor, y el niño habrá contribuido a poner los cubos de arena colocados más bajos. En cualquier caso, la estrategia del lugar ha sido la idónea puesto que en breve, cuando suba un poco más la marea, será terreno propicio para disfrutar viendo cómo todo el esfuerzo humano constructor será destruido por la naturaleza marina y su potencia arrolladora. No seré yo quien me quede a esperar que tal cosa ocurra ante mis ojos. Pero no puedo negar que no me hubiera gustado. 
Pronto subo de la orilla al paseo marítimo y, una vez calzado, me dispongo a buscar un sitio para comer. Me meto entre las calles de la ciudad y empiezo a buscar un lugar que me parezca grato y, a la vez su menú ofertado, sea accesible a mi bolsillo.

Wenduine. Bistro De Loft.
Creo que el camarero es sudamericano, pero estoy equivocado. La razón es que habla un castellano aprendido en Tenerife. Pido potaje y me sacan una especie de sopa de verduras, y pescado gratinado que está rico y, además, tiene mucho pescado. Acompaño la comida con dos cervezas y de postre un helado. Como bien pero lo peor es que no me cogen la tarjeta Visa y pago en metálico 31 €. El menú costaba 26 y la bebida ha supuesto cinco euros. Ya me estoy quedando sin euros y no me puedo descuidar. Mañana o pasado en Holanda, deberé sacar dinero de algún cajero. Después de pagar, salgo de nuevo al paseo marítimo.
 
De Wenduine a Blankenberge.
Por el paseo marítimo voy caminando hasta el final. Bajo de nuevo a la orilla. La marea ha empezado a bajar después de haber logrado llegar a la pleamar. Sigo por la orilla hasta llegar a Blankenberge. 

 
Al final de la playa se puede ver la estructura que da salida al mar al canal que lleva a los barcos del puerto interior hacia la bocana. Cuando llego al canal, veo un velero que está entrando al puerto y a otras embarcaciones menores que se disponen a partir hacia el mar. Por la estructura del puerto, se podría decir que han metido artificialmente al mar dentro de la ciudad, para lo cual han tenido que abrir la playa y la duna en canal. 

A mí me supone tener que dar un rodeo, sin ningún aliciente compensatorio. De no haberlo construido, habría seguido por la playa y habría pasado de Harendijke a Blankenberge por la arena. El inconveniente habría sido que me habría quedado sin ver su magnífico puerto deportivo... y un bello voladizo.


Blankenberge. Puerto y Le Paravang.
Avanzo por el canal y llego al puerto deportivo. 

 
La primera parte está repleta de pequeños yates y catamaranes, al fondo, hay barcos veleros. En el otro extremo, y ya fuera del agua, veo la torre del agua. Es así como voy llegando a Le Paravang, una especie de quita-vientos construido en 1908. 


De estructura metálica y recia, dispone de un tejadillo colorista que, además de proteger del viento, defiende de la lluvia. 
 



Saco foto incompleta desde uno de los laterales y otra frontal, desde uno de los extremos hasta el otro que, por su larga longitud, queda lejano y apenas se aprecia, aunque sí lo suficiente como para hacernos una idea de su gran tamaño. Después de haber recorrido Le Paravang, vuelvo por el paseo marítimo a ver la playa de Blankenberge, donde un chiringuito está urbanizado como si de la terraza de un hotel de muchas estrellas se tratara. 

Para mi forma de ver las cosas, esta estructura desentona con los servicios que debe tener una playa funcional para gente corriente. Se ven también muchas casetas y lo que fuera duna ha sido muy reforzado por bloques de piedra y roca, convirtiendo la duna en un bloque infranqueable. 
 
No pueden correr el riesgo de que el mar se lleve las casas y un puerto tan sólidamente construido. Antes de llegar al embarcadero, la playa se estructura con cuatro filas de casetas blancas. Sólo algunas, con colores diversos en su tejado, dan una nota colorista a esta monotonía de blancos.

Al final del embarcadero se nos ofrece un edificio con cúpula circular. No sé si los horarios de embarque se verán afectados por las mareas, pero me da la impresión de que así ocurre. Llego a la zona de acceso al embarcadero. Un arco da paso a los usuarios como si fuera una guirnalda que parte de dos torres colocadas en los extremos, haciendo un semicírculo, o media rotonda, como si de una pérgola amplia se tratara. 
 
Así llego a la otra parte de la playa, donde el Beach-club tiene su Zodiak de rescate. No sé si el nombre de Piraña es muy acorde con su función. Más bien pienso que no. Al fondo, entre la niebla, se pueden apreciar todo el conjunto de tinglados portuarios que corresponden a la salida del canal que viene de Brujas: grúas, torres con tres aspas de molinos de viento para captación de energía eólica, etcétera. 

La marea continúa en su vertiginoso descenso, aunque el nuevo terreno ganado al mar por unas horas, apenas es aprovechado por los paseantes. La gente playera continúa en la arena seca o próxima a ella. Yo será de los pocos que van por zona intermedia, y viendo el panorama del fondo, haciéndome cruces por lo que me espera. Finalmente será menos complicado pasar al otro lado de lo que me estaba temiendo.

Zeebrugge.
La última parte de la playa, antes de llegar al canal, recibe el nombre de Zeebrugge, algún prefijo que tiene algo que ver con el canal proveniente de la ciudad que abandoné ayer a primera hora de la mañana. Me he escorado demasiado hacia el mar, y ahora tengo que caminar mucho tramo descalzo sobre arena seca, que me calienta las plantas de los pies. 

Como además hace calor, me resulta algo penoso llegar de nuevo hasta el paseo marítimo. Entre calles, llego al Tram y ahora es sólo cuestión de continuar en paralelo a él. Llego a una iglesia de paredes blancas y tejado de tejas, muy bonita, pero a la que no logro acceder a su interior. Saco una foto y orino a su vera. Al menos he descansado vaciando mi vejiga. 

 
Después paso sobre la primera parte del canal de Brugge. Ofrece una esclusa que permite mantener el agua durante la marea baja. Ahora ya estoy en zona portuaria de carga y descarga y, curiosamente, entre los dos canales con esclusa, ha crecido una ciudad que se podría decir que casi es marítima.

Oude Vismijnsite Seafront.
Del nombre completo sólo me percato de la última palabra, de donde deduzco que lo que caracteriza a esta ciudad es que está enfrente del mar…, como todas las de la costa. ¡Vaya novedad que destacan! 
Fotografío una iglesia de este barrio portuario pero más que acercarme a ella, me interesa ir hacia el mar. Así veo lo que desde un espacio planteado como mirador se me ofrece. Y, salvo el mar, con su horizonte hacia Gran Bretaña, los indicadores de dirección que hay sobre un poste, Goteborg, Londres, Dublín y Bilbao, me interesan poco, pero los de Miami, Capetown, Bombay, Sanghai, Abu Dahbi, Singapore y Tokio, me interesan menos aún. 
 
En algunos postes similares encontrados en mi camino, las ciudades lejanas venían acompañadas de la distancia en kilómetros, pero aquí ni siquiera aportan ese dato que, al menos podría saciar alguna curiosidad. Vamos, que este poste apenas me seduce. En el siguiente dique, un ferry descarga y carga mercancía. El recorrido está resultando más sencillo que lo marcado en azul en mi mapa. 
 
Al menos me he evitado la parte final marcada en zig-zag. Para salir de este islote urbano, debo pasar el siguiente canal. Una estructura de puente de hierro, va dando paso a camiones cisterna y a tráilers con contenedores diversos, además de otros vehículos menores, pero el camino para bicis queda al margen y no crea problemas para el caminante. 
 
Al pasar junto al tinglado, fotografío hacia la costa otro ferry, similar al que he visto anteriormente, a la vez que estoy pasando por encima del segundo y último canal procedente de Brujas.


Heist y Duinbergen.
Ya estoy en la última parte de Bélgica, el punto final del recorrido de los Tranvías, Knokke-Heist. Aunque antes de llegar mañana a Holanda, aún tendré que atravesar el último parque natural belga. 

 
Lo más interesante que me ofrece este tramo del camino es un tinglado-pasarela elevado, que sirve tanto para peatones como para ciclistas y que con su diseño aerodinámico, me hace recordar al acceso de algún aeropuerto (¿el de Loiu de Calatrava?) o a algo marino, como la estructura ósea de alguna barracuda de afilados dientes. Es cuestión de echarle imaginación. 
 
Enseguida entro en el paseo marítimo de Duinbergen. Los ciclistas respetan lo marcado circulando por su carril-bici, pero un chaval musculado que viene montado en su skate, lo hace por el paseo peatonal. Como no sé las normas que rigen en esta ciudad y no hay una normativa común coincidente en todas las ciudades europeas, me abstengo de llamarle a atención. ¡No será por falta de ganas! Si se le escapa el patín, algún tobillo peligra. 
 
Entre el paseo marítimo de este pueblo y el mar, hay una buena distancia a la que habrá que añadir la producida por la marea baja. Junto al paseo están las casetas de los bañistas pero, entre estas y la playa, hay un espacio de dunas con vegetación que las consolida y que completa una distancia considerable. Tanta como para no apetecer mucho ir caminando hasta el agua. Es de suponer que los que se quedan en estas primeras casetas se quedarán aquí descalzos en la arena y, los que quieran bañarse, irán hasta el otro lado calzados y allí dejarán su ropa y demás útiles playeros. Los que vayan con niños lo tendrán crudo para llegar con ellos hasta el otro lado.

Heist-Knokke.
Heist, Duinbergen, Alberstrand, Knokke y Het-Zoute, forman el conjunto denominado Heist-Knokke, que en la línea del tranvía ya vi dicho nombre el día en que entré en Bélgica por De Panne. Al llegar a Alberstrand, veo el casino. Junto a su fachada, un coche deportivo descapotable, con la capota retirada, llama la atención de unos jóvenes que soñarán con cumplir los dieciocho, sacarse el carné de conducir y comprarse otro igual para así ser muy felices. Muchos, como ellos, piensan equivocadamente que el dinero da la felicidad. ¡Qué ilusos! 
Voy buscando oficina de turismo y me adentro por Knokke. Quiero preguntar si podré pasar por la zona señalada en verde en mi mapa, la que está justo antes de la frontera con Holanda, pero como no la encuentro, decido que dormiré en la playa más próxima a ella. Debo aprovechar el buen tiempo. Lo del último albergue belga, ya veré si me conviene. Busco un lugar para cenar, pero ninguno de los restaurantes que veo me apetece. Entro en Carolus, que está fuera del paseo marítimo, pero hace mucho calor en su comedor y en su terraza con toldos de lona. Pido Tagliatelle y Grinberger pero, al decirme que no cogen Visa, anulo el pedido y me quedo escribiendo. Sólo pago 4 € por la cerveza, pues ya la había empezado. Escribo el diario hasta las 19:20 horas y termino de beber la cerveza. Me voy después de haber cogido agua del grifo en mi botellín. Voy con intención de comprar un bocadillo. Sigo por el interior. Unos chicos tratan de ayudarme para la compra del sándwich. Preguntan a la señora de un restaurante y les dice que cierran a las 19:30 y que después de esa hora encontraré todo cerrado. ¡No se lo cree ni ella!, digo para mí.

Mi cena Frugal.
Avanzo dos pasos y encuentro un supermercado lo suficientemente grande como para poder encontrar de todo. Encuentro una ensalada apetecible con una bolsita dentro de aderezo, que será de aceite y vinagre, similar al que echan en los restaurantes. También compro una banana que la cajera me dirá que pese pero, como hago como que no entiendo, lo pesa ella misma. Pago por las dos cosas 1,87 €. 
 
Me lo voy a comer todo al paseo marítimo. En una plaza, veo la oficina de turismo pero, ya es tarde, y está cerrada. Me quedo con las dudas y sin saber si en el albergue había sitio para dormir. La suerte de dormir en la duna está echada. Cojo un banco en una zona muy animada, con muchas bicis y motocicletas.
 

Allí como la ensalada y la banana. Mientras, a mi lado, en un pub de la playa, hay gente VIP repanchingada en tumbonas que ofrecen un aspecto de despedir mucho calor, tomando sus snacks escuchando música no estridente. Yo también la oigo y como una cena tan rica como la que me pudieran haber dado en cualquier restaurante en donde hubiera pedido sólo una ensalada. Con todo, echo en falta la pasta del Carolus que no he querido pagar en euros. Seguro que también habría estado bien rica. La banana está verde y cuesta separar la piel, pero me la como. Es la segunda del día. ¡Toma potasio!

Buscando cama. 
Fin de la tarjeta de la cámara.
Una vez cenado sigo por el paseo marítimo hasta que se acaban los edificios altos. En ese momento se me termina también la tarjeta de la cámara. La debía haber cambiado en el bar mientras tomaba la cerveza, pero no me he dado cuenta.

 

Pongo la tarjeta que ya tenía prevista y comprada antes de salir de viaje y guardo la completa finalizada. Aún podré sacar unas 1300 fotos más. Por el camino, voy sacando foto de los chiringuitos y zonas aledañas de la playa. Como hay buena temperatura, las zonas de bar están muy animadas. Asi ocurre con la que está enfrente del banco en que he cenado.
 

Similar ambiente se respira en el lugar denominado Monroe Beach, supongo que el nombre estará puesto en honor de Marilyn. En un espacio dedicado a la práctica de cochecitos de carreras para niños todo el mundo se ha ido. Mejor para mí, pues así me evito el ruido.


 
Después de tanto mamotreto de apartamentos y pisos de lujo, feos por el exterior, llego a un entrante entre ellos donde, al fondo, se ofrece un edificio antiguo singular y que intuyo puede ser un hotel, que ha conseguido que no le quiten las vistas. Antes de las ocho y media, el paseo marítimo sigue ofreciendo casetas en la playa, pero las casas ya son más bajas. Es la zona final, la de Het Zoute y, al fondo, ya se empieza a ver la flora del parque natural. Ya estoy cerca del lugar donde va a finalizar mi caminada de hoy.
 
Cuando están acabándose las últimas casas de la última urbanización de Het Zoute, un hombre con perro me confirma el lugar y no me asegura que, siguiendo este carril-bici, pueda enlazar con el oficial en azul en mi mapa. Me olvido de ese carril. Se maravilla del camino que estoy haciendo y con que tenga la intención de dormir en las dunas siguientes.
 

Se acaban los edificios de la playa. El último es la escuela de surf. Se acaban también las casas y entro en el parque natural Provinciaal Natuurpark. Veo que el carril-bici continúa por él y también veo entradas a la playa por las dunas y empiezo a elegir el camino para entrar.
 
Es en ese momento en que veo que el carril-bici se bifurca. Uno va hacia la izquierda y temo que lleve hacia el entrante de mar que hace frontera y no me conviene. El otro camino es ascendente y veo que una pareja va caminando por él. Corro para alcanzarlos sin que se me alejen mucho y les alcanzo en la siguiente curva a la derecha. De allí también vienen más ciclistas. Hablo en francés con él. Da la impresión de que ella no lo entiende. Cuando le explico lo que hago y mi intención para esta noche y arrancar mañana, el hombre se asombra y me dice todo lo que puede y sabe. Lo principal es que este camino me llevará a enlazar con el carril-bici oficial y que podré entrar en Holanda por él. Y me desea feliz noche en la duna. Cuando me despido y retrocedo hacia la duna, veo el indicador de tres posibles recorridos y compruebo que el camino que me ha indicado el caminante es el más corto y el que más me conviene para llegar a Oosthoek, el punto en que debo enlazar.

Cama en la duna.
Entro por el primer camino y arriba, un chico se abre la camisa y una chica se quita el sujetador. No sé si la intención es quitarse o ponerse el atuendo de playa o la de estrechar sus cuerpos amorosamente. Yo continúo hacia la playa y caminando un trecho. En la playa hay paseantes con perro. Cuando encuentro entre las hierbas un entrante de arena, lo asciendo para ver qué me ofrece la duna. Encuentro un espacio amplio, protegido del viento, que apenas corre hoy. Son las 21:15 cuando organizo mi cama.
 

 Saco foto del sol bajando con sus reflejos en el mar, pero no esperaré al ocaso. Estoy cansado y con ganas de dormir. Me doy masaje de aloe-vera para que descansen mis pies y me tumbo apoyando mi cabeza en la mochila. Entre hierbas aún puedo ver el rojo atardecer pero al sol apenas lo vislumbro. Pierdo el sentido todavía incorporado, pero me tumbo del todo. Como aparece la luna llena, durante la noche no puedo ver la Osa Mayor ni tampoco las estrellas. Me levanto una sola vez para orinar. Mañana me daré cuenta de que esta mañana he olvidado tomarme la pastilla. En realidad me he acordado pero, al mirar el pastillero y no ver la del lunes, he pensado que me la había tomado inconscientemente, como en un momento reflejo, pero se había quedado pegada a la tapa y es lo que me ha confundido. Único día sin pastilla de las 39 etapas que llevo.

Resumen del día.
Ha sido divertida mi segunda estancia en la playa nudista, aunque los dos salidos no benefician mucho a la aceptación de los nudistas por algunos recalcitrantes que no lo son. La comida ha estado bien, aunque algo cara. Ya sabemos que el pescado no se regala. Interesante la sorpresa de los dos hombres de Het Zoute. Mañana se acaba Bélgica y a esperar lo que me vaya a ofrecer Holanda.

lunes, 16 de octubre de 2017

Etapa 38 (395) Brugge-Oostende-Bredene-Oostende


Etapa 38 (395) 21 de julio de 2013, domingo.
Brugge-(Tren)-Oostende-Bredene-Naakstrand-(Tram)-Oostende.

Amanecer en el Jeugdherberg de Brugge.
He dormido bien. Antes de bajar a desayunar, hablo con uno de los paraguayos. Él me comenta acerca de su curso y de sus estudios y yo le informo de los acontecimientos del día: fiesta nacional, coronación del nuevo rey, los fuegos artificiales previstos para la noche, etc. También le digo el lugar donde pueden encontrar la única playa nudista oficial de toda la costa belga. En el comedor, desayuno yo solo en una mesa y el japonés se coloca también solo, sin quitarse el sombrero, y de espaldas a mí. Como quiero saber su nacionalidad, para ponerlo en el diario, cuando termino el frugal desayuno me acerco a él. De esa forma me entero de que el asiático es japonés. Subo a la habitación, cargo con el equipaje y me despido de los cuatro paraguayos. Esta noche también duermen aquí, pero les ponen en una habitación para cuatro, así que estarán ellos solos. 
 
Bajo las sábanas y las pongo en el cestón de la ropa sucia. Luego, en recepción, entrego la llave y me devuelven los 5 € depositados ayer. La chica me despide en castellano. Salgo camino de la estación del ferrocarril. Voy por camino conocido, el mismo por el que vine ayer. 
 
Saliendo de la calle Baron Ruzettelaan llego a la carretera de circunvalación y mirando hacia el casco viejo de la ciudad, veo el pincho del campanario de Notre Dame. Al pasar, fotografío otro de los canales donde hay amarradas embarcaciones de recreo privadas. En el que vi ayer eran de uso público, para recorridos turísticos colectivos y mucho más grandes. 

 
Aunque ayer no lo hice, al llegar a la estación, la fotografío. El reloj marca las 6:25 y en el panel de horario de salidas veo que un tren sale hacia Oostende a las 6:29 horas en vía 6. Dos personas van hablando en la escalera mecánica y no me dejan pasar. Al fin se dan cuenta y me abren paso. Monto en el tren y enseguida arranca. Me alegra no haber tenido que esperar.

Oostende de nuevo.
Al igual que ayer, en menos de 15 minutos ya he llegado a destino. El interventor me pica el billete que ayer guardé y hoy llevaba a mano. En el trayecto, nadie se ha montado en el grupo de cuatro asientos donde he ido yo sólo, calladito, sin nadie con quien poder hablar ni contar. En los otros tres, hablan flamenco y no entiendo ni papa. Fuera de la estación, vuelvo por camino conocido hacia De Ploate, el albergue cuya entrada a la calle ya visualicé ayer.  

Paso por la pescadería, que está abierta, se llama Vistrap y a estas horas tiene muy pocos clientes. Hay poco pescado, la mayoría “soles”, lenguados, y unas quisquillas que, en pequeño, tienen cierto parecido en su forma a los langostinos murcianos. Antes de llegar a la catedral, fotografío un aparcamiento de bicicletas. Sería injusto no hacerlo, cuando tantos belgas utilizan este medio de locomoción, rápido y ecológico, a la vez que supone un ejercicio físico saludable. 
 
Llego al puerto deportivo donde están amarrados algunos yates y muchos veleros con sus mástiles libres de velamen. La proa de un barco en dique seco, me da pie para dar una nota de color a la catedral, que ya tendré tiempo para visitar en otro momento.






De momento lo que más me urge es llegar al albergue para dejar a buen recaudo mi mochila e irme a la playa, pues hace buen día y no quiero desaprovechar la única playa nudista que me ofrece Bélgica.
 

Cuando llego al albergue, donde ya tengo hecha la reserva para esta noche, me llevo el primer disgusto. Ha habido un escape de agua y está medio albergue inundado, por lo cual no puedo acceder a la habitación hasta las cinco de la tarde. Menos mal que me permiten dejar la mochila en el cuarto de los equipajes. Me organizo bien, cojo el material necesario para la playa, toalla, protector solar, agua y, por si lo de playa nudista fuera un bulo, también el bañador. El botellín de agua lo relleno en el lugar donde se desayuna en este albergue. Así ya sé dónde debo desayunar mañana.

Dirección Bredene.
Vuelvo a hacer el camino de regreso a la inversa. Pero en vez de seguir la calle, salgo al paseo marítimo. Una bici candada demuestra que cualquier lugar es bueno como aparcamiento individual, cuando no se ofrece un parking colectivo como el que he visto viniendo de la estación.





La playa acaba en el dique de bocana que permite la salida de los barcos del puerto al mar. Al final del paseo marítimo han colocado un conjunto colorista de piedras que, en menor cantidad, me recuerdan a los alineamientos de Carnac. Al fondo, el dique, y lo que ayer interpreté que pudiera ser la carpa lila de un circo. 
 
En la pescadería se han quedado ya casi sin clientes. Uno está marchando con su compra en bolsa adecuada al pescado que lleva y tres personas más están siendo atendidas en puesto más alejado. Yo dudo, pero finalmente decido no comprar las quisquillas.




En puestos próximos se ofrece comida preparada para llevar y también me intereso por el pescado puesto a secar.





Avanzando después de la plaza, entre calles, tengo una nueva visión de la catedral, que antes había visto desde la frontal del edificio con sus dos torres góticas.
 












Tras pasar el puente y la estación del ferrocarril, sigo la pista ciclo-turista. Debo pasar por encima de las vías del tren, donde unas pantallas, recias por abajo pero con filigrana que imita vidriera eclesial, permiten ven los raíles y los trenes aparcados al fondo. 
 

En este momento, no circula ningún tren por debajo. Después debo de pasar por encima de un canal y el carril bici ya me va orientando hacia la costa.
 





Como el calor empieza a apretar, en una zona con arbolado, abandono el carril bici y me meto por entre las sombras que ofrece un camino bien señalado y en paralelo.



Bredene.
Así voy llegando a Bredene. Esta pista ciclista no es la oficial puesto que aquella se mete hacia el interior, así que decido seguir por la costa. El camino es de adoquines rojizos que han colocado por en medio de la duna. Una duna que está bien consolidada por arbusto y matorral.
 

Así, canalizando a los peatones por este camino, se evita el deterioro mayor de este espacio natural. En esta zona, al menos, no han permitido construir las casas al borde del mar. Es posible observar las casas y la iglesia hundidas a nivel marino, protegidas por un dique natural que son estas dunas consolidadas. Se me empieza a hacer largo el recorrido y, cuando creo que aún me falta mucho para llegar, resulta que ya estoy en la playa, aunque todavía no en la nudista. Pregunto a un socorrista y me dice que me quedan 2 kilómetros. Calculo algo más de 20 minutos y cuando se cumplen en mi reloj estoy en playa textil con mucha gente. Pregunto a otro socorrista, me señala unas banderas, y es el lugar donde empieza. Debo pasar dos badenes de contención de arena. Y, efectivamente, sobre el segundo badén ya veo a un chico de pie y desnudo. Me alegra porque confirma que el Naakstrand de mi mapa es verdaderamente nudista. No tendré que ponerme el bañador. Le digo al chico que hace bien exponiéndose en lugar tan visible, puesto que sirve de información y de atractivo turístico. La playa nudista es corta, menos de 300 metros, y cubre el espacio de tres badenes. Parece que en dirección Oostende hay mucho control para que no pasen personas desnudas al lado de las textiles, pero menos hacia De Haan, al nordeste. Es un espacio nudista muy corto para toda Bélgica pero, si los belgas no se quejan, será que la práctica del nudismo no es grande en Bélgica. A mí me parece un espacio irrisorio pero, más que invitarme a reír, me dan ganas de llorar.

Naakstrand. La playa nudista de Bélgica.
No seré yo quien me queje, pues para mí hay sitio de sobra. Me coloco en el primer tramo de entre badenes. Predominan las parejas, más que los chicos o las chicas solas. Acaba de llegar un padre con dos niños, que comen y beben en la propia arena. Después llega un chico que se coloca estratégicamente, ocultando su miembro con una bolsa. Se lo manipula, pero sin éxito. No parece que consiga la erección deseada. No sé en qué fija su atención que le excita tan poco. Me doy un baño nada más llegar y compruebo que está subiendo la marea. Una ola está a punto de llegar a un hombre que ni se entera de la subida y le aviso. Se retrasa un poco pero, es tan mínimo que pronto deberá hacerlo de nuevo. Estamos tan juntos, que parecemos sardinas en lata. Menos mal que la marea ya no va a subir mucho más y, con la bajamar, el espacio se ampliará. Los socorristas llevan una bandera roja y una especie de cono que suena como una bocina. La hacen sonar para que los bañistas próximos a los badenes que salen hacia el mar se alejen de ellos para que las olas no les tiren contra ellos.

El goce del primitivo.
Una vez sentado sobre mi toalla, me fijo en un joven negro que camina como un primate. Me da envidia, pues está disfrutando como un enano, dejándose zarandear y arrastrar por las olas, revolcándose en la arena. Diría que es una muestra perfecta de australopitecus.

 
Para poderlo apreciar, no basta una foto, sería necesaria una cámara que ofreciera imágenes en movimiento pero, teniendo en cuenta que no la tengo, saco dos fotos donde tenéis que echarle un poco de imaginación para creer en lo que os digo. Tengo gran cuidado en sacar dos fotos discretas, en las que el miembro viril de este hombre de ébano no aparezca. Luego se irá, y por la tarde ya no le veré. Después de darme varios baños y de tomar el sol, decido ir a buscar comida, así que me visto a las 13:30, y me dirijo hacia una caseta donde parece que podré comer algo. Como el chiringuito está en el linde entre la textil y la nudista allí no podré estar desnudo. Trataré de estar allí el tiempo más breve posible.

Strand-Bredene.
Salgo hacia las dunas, donde el merodeo homosexual es mínimo, más si lo comparamos con el que había en Berck-sur-Mer. Llego al chiringuito de las comidas y el sistema es: pedir lo que quieres, pagar y esperar. Nada de lo que ofrecen me atrae, pero acabo pidiendo una hamburguesa y una cerveza. Puesto que estoy en Bélgica, será una Grimberger Bruin, y pago 7,40 € por todo. Mientras espero la comida, me voy bebiendo la cerveza. Cuando llega, es una hamburguesa malísima, no peor de lo que esperaba, con sus consabidos pepinillos, el consabido kétchup y alguna mierdecilla más. Menos mal que hoy lo importante no es la comida, sino la playa, el baño, y poder estar desnudo. Por lo menos he metido algo al estómago. Me siento junto a mesa a la estrecha sombra de una sombrilla plegada y observo lo suficiente para el poco tiempo que estoy. Un hombre ayuda a fregar dentro y otro recoge fuera los vasos y las copas que lava el de dentro. También limpia las mesas. Da la sensación de que la higiene es precaria, con agua que escasea. Cuando ya está todo recogido y limpio, el ayudante coge una bolsa, que había dejado junto a una mesa, y se va. Luego me lo encontraré en la segunda parte de la playa, a donde decido ir tras la comida para no repetir el lugar en que he estado esta mañana.

Naakstrand por la duna.
Para llegar a la segunda zona de la playa nudista, hacia el este, la más alejada de Oostende, voy por la parte de atrás entre la duna. Así voy comprobando lo bien que está anunciado el nudismo en los carteles y hago dos lecturas. Por un lado, no va a haber ningún nudista que no se entere pero, por otro, es una forma de delimitar espacios que implican prohibición.
 

Creo que todas las playas debieran permitir las opciones de cada cual. Todas las playas del mundo debieran ser mixtas. Sería un síntoma de que el mundo asume el principio de libertad. En esta duna, los carteles ofrecen cuatro idiomas. En primer lugar, para la mayoría belga, en flamenco (Naakstrand) y en francés (Plage naturiste), en tercer lugar FKK Strand, para los alemanes, y finalmente, Nudist Beach, para los ingleses.


Los que no somos ni alemanes, ni belgas, ni franceses, ni ingleses, debemos esforzarnos un mínimo si queremos entender, al menos cuando nos conviene. No he fotografiado los primeros carteles, desde el chiringuito donde he comido, pero se puede ver que el cartel indica que son 200 metros, que van en disminución, 50 después, hasta llegar al límite (Fin y sus variantes). A mí me habría bastado con uno de ellos, y no puedo presumir de políglota. De todos ellos, el que más me gusta es el alemán FKK (Free Korp Kultur), la cultura del cuerpo libre. Para que el cuerpo se exprese libremente, debe estar acompañado de una mente libre, pero cada vez estamos más llenos de prejuicios y tontería, y la sociedad de consumo es una enfermedad difícil, si no imposible, de curar.


Si todos fuéramos nudistas, daríamos poca importancia a la vestimenta y la utilizaríamos sólo como un medio de protección del frío. ¿Cómo iban a medrar las industrias del prêt-à-porter y de alta costura? A media altura de la duna se ha trazado un camino ancho y lo han delimitado con barrotes y alambrada por la parte más alejada de la playa para que los usuarios no se metan por esa zona de la duna. Pero esa delimitación es parcial, ya que en las zonas siguientes el acceso a la duna es libre. Volvamos a los carteles. Si me decanto claramente por la expresión FKK y el concepto de libertad que conlleva, las otras tres formas no son equivalentes. El flamenco “naak”, y el inglés “nudist”, se refieren al cuerpo desnudo, sin embargo, en francés, no ponen “nudiste”, sino “naturiste”, un eufemismo creado para no llamar a las cosas por su nombre. Un nudista puede ser calificado de cochino (cochon), por el hecho de estar desnudo, un naturista lo es porque ama estar en comunión con la naturaleza. 
 
Pero naturista es también aquel que se alimenta de productos naturales. Si yo fuera naturista, no habría podido comer la mierda de comida que me han servido en el chiringuito. El no ser naturista, en ese sentido, me permite mayor libertad. Además, por convicción, no soy naturista. Soy partidario de comer de casi todo, reduciendo grasas y haciendo caso de la pirámide de la alimentación pero, cuando vengo a una playa de estas características, lo hago porque disfruto estando desnudo en la naturaleza. Por tanto, no soy naturista, sino nudista. El término naturista debiera desaparecer en todas las playas del mundo. Eso no implica que los naturistas no puedan, si quieren, desnudarse en una playa nudista. Después de esta reflexión, ofrezco las fotos que saco desde mi atalaya. Acabada la delimitación, veo que el resto de la duna, de la parte de playa que ha dejado de ser nudista, ya no se protege y puede andar por ella todo bicho viviente. No entiendo por qué la parte de duna de la zona nudista se protege y no ocurre lo mismo con el resto de dunas. No se me ocurre otra explicación que la de evitar así que los ligues que se produzcan en la playa usen la duna como refugio (de pecadores). Ora pro nobis.

Naakstrand por la tarde.
Una vez paseado por todo el recorrido intermedio de la duna, bajo de nuevo a la playa por el extremo más oriental. Cuando llego, veo al ayudante del chiringuito tomando el sol desnudo. En esta zona se ve menos ambiente familiar y de parejas mistas y más parejitas de chicos y chicas y chicos solos. Algunos chicos se hacen carantoñas. Los dos que están a mi lado están con bañador. No me molesta porque es su opción y pienso “¡ellos se lo pierden!”. Mutuamente se hacen cosquillitas en los brazos. Para ser adultos, me parecen unos chiquillos y me recuerdan a mis hijas, que se las hacían una a otra cuando eran niñas. Estos chicos me parecen muy simplotes. A veces uno se abalanza sobre el otro, y acaban haciendo mi tarde algo entretenida.

Regreso a Oostende.
El primer baño de la tarde me lo doy con la marea todavía alta, pero para el siguiente ya tengo que caminar un rato por arena húmeda para alcanzar la orilla. Después del primer baño, me doy protector solar y estoy desnudo  tomando el sol desde las dos y media hasta las cinco y media. No tengo otra cosa que hacer y estoy muy a gusto. Tras los últimos baños, y sin nada más que destacar en esta tarde playera, me visto y emprendo mi regreso a la gran ciudad, a donde debo volver para recuperar mi equipaje y tomar posesión de la cama reservada. Ya se ha ido mucha gente, pero siguen llegando remesas nuevas. Vuelvo por el camino de la duna. Me sirve para comprobar que algunos regresan por allí por senderos que les llevan hacia la carretera.

Como por la mañana, hay gente que sigue tomando el sol en el camino ancho y en los huecos protegidos por mimbres secos y otros arbustos propios de la duna. Vuelvo a leer los carteles y también el de a 300 metros playa nudista. Así llego al lugar donde he comido. En el edificio de madera se ofrece, en gran cartel, el mismo texto que antes he comentado en los carteles menores. Son pocos los metros de playa nudista belga, pero nadie puede quejarse de que no esté bien señalizada. Decido salir a la carretera directamente desde esta playa y acierto. Según se va acabando el camino veo que llega un Tram que pone De Panne y corro para cogerlo. No tengo ningún inconveniente en volver a Oostende en medio de locomoción público, puesto que el recorrido inverso ya lo he hecho por la mañana caminando. Un hombre pica varias veces su billete. No sé cuántas, pues tampoco sé cuántos son los familiares que viajan con él, puesto que ya se han sentado todos sus acompañantes. No pregunto nada, ni tampoco pago. Me voy fijando en las paradas. Así sé que me he montado en la tercera de Bredene. No sé cuál va a ser la siguiente y, la mujer que va detrás me dice que será la de la estación del ferrocarril. Decido que esa parada me va bien y bajo allí.

Iglesia de los santos Pedro y Pablo.
Una vez bajado del Tram en la estación, camino de nuevo por lugares conocidos. Paso por la iglesia gótica y entro en la pescadería. Pruebo las quisquillas que ofrecen en la pescadería. Las que me da para probar están peladas. Supongo que tendrán un sistema para que la cáscara se desprenda de la carne pues pelarlas de una en una sería trabajo de chinos mal pagados. Las pruebo, y están ricas.

 
Prometo comprarlas luego, cuando haga el “cheking” en el albergue. En el albergue, el recepcionista no está en su sitio. Uno, que trabaja en la cocina, lo busca en vano. Si tarda más de cinco minutos en aparecer, volveré a la cocina. Es lo que estaba pensando cuando aparece el recepcionista que ya me atendió ayer y esta mañana me ha contado el problema. Ya lo han resuelto y me da la habitación nº 16 y pago con Visa 21,50 €. La tarjeta va bien. Me da la clave de entrada por si por la noche salgo a ver los fuegos artificiales conmemorativos de la fiesta nacional y la coronación del nuevo rey. En la habitación, alguien ya ha ocupado la única cama solitaria. Sin conocerle, no me animo a coger la otra paralela pero con litera encima. Me voy al otro lado donde hay cuatro camas, las de abajo con litera encima. Elijo la más alejada, pero me doy cuenta que la escalera para subir está en medio y me perjudicaría a mí para entrar y salir. Elijo la otra en que la escalera no molesta, pues está en la cabecera, y hasta me puede servir de apoyo para entrar y salir por la noche a orinar. Después de ducharme, me vuelvo a poner la misma ropa y me voy. Compro las quisquillas, por las que pago 2,50 € y me siento a comerlas por detrás de la iglesia catedral de san Pedro y san Pablo. Las quisquillas que he comprado hay que pelarlas. Como tengo para tres días con ellas, decido buscar un sitio para cenar. Saco dos fotos del exterior de esta iglesia catedral.

T’Mespuntje.
Encuentro un bar cerca, el t’Mespuntje, que está en la calle san Pablo y ofrece menú por 16 €. Pido potaje, un “potage” que consiste en una sopa de queso y tomate, y dos gallitos con ensalada y patatas fritas, que no podré terminar. Mientras me sacan la comida, sigo picoteando quisquillas. Pero, aunque me había hecho el propósito de no cenar con cerveza, pensando en que luego iré a ver los fuegos, creo que la iré eliminando antes de acostarme, y pido una. Me sirven la cena y todavía me quedarán quisquillas para terminar comiéndomelas en los fuegos. La sopa está comible y los dos pequeños gallos muy sabrosos. Pero lo que más a gusto como es la ensalada. La señora, al cobrarme, no me quiere coger la Visa, pero hago como que sólo llevo encima diez euros y que el resto del dinero lo he dejado en el albergue. La cuenta es de 19 € pero, al acceder a cogerme la tarjeta, la bendita mujer añade 50 céntimos que, ya hace menos interesante el pago. Con todo, esa comisión supondría poco más del 2,5%, frente al 4% que me cobra el banco por sacar mi dinero. Pago pues, con Visa, 19,50 €. La señora se queda las cáscaras de las quisquillas para tirarlas a la basura.


De nuevo en el jeugdherberge.
Después vuelvo al albergue juvenil para coger el jersey pues, al anochecer, ha refrescado. De camino, fotografío otra iglesia que está en la misma calle conde voy a pernoctar y que finaliza en el edificio del Kursaal. El vecino ya está en la cama, pero se hace el dormido, hace como que no me ha oído entrar. Orino, y veo que también está ocupada la otra cama baja que he dudado antes en coger yo. Como no hay mesa, bajo al salón para escribir el diario. En la sala dos familias ven un programa de dibujos animados, que ofrece unas figuras con un gigantón y unos gatos. Los adultos lo siguen con más atención que los niños, que están más entretenidos jugando con una maquinita. Escribo hasta las 10:30 y me voy para ver los fuegos. El recepcionista me ha dicho que el mejor sitio para verlos es el Kursaal.

Fuegos artificiales desde el Kursaal.
Allí voy comiendo las quisquillas hasta terminarlas. En la propia calle Langestrand, ya se ofrece buen ambiente nocturno, con pubs en penumbra y música fuerte. 
 
Pareciera que ahorran energía lumínica para derrocharla en producir decibelios. También hay gentío en la explanada del Kursaal, donde no apagarán las luces en el transcurso de los fuegos. Un largo banco que apoya en el lateral del edificio está lleno de gente sentada. Hubiera podido hacerme un hueco pero decido que, por un rato más de pie, no me va a pasar nada. Así que me acerco a la barandilla, desde donde creo que veré mejor si hacen fuegos en el mar o en cascada.






Y con mis quisquillas, parece que estoy en Semana Grande en la barandilla de La Contxa. Desde el Kursaal donostiarra los habría visto mucho peor. Con el primer cohete dejo de comer y presto atención al espectáculo gratuito. Con el primer cohete, una pareja ya se tiene que llevar, llorando, a uno de sus pequeños. 

Los que están a mi lado, durante la traca, protegen los oídos de su bebé mientras otro, de 2-3 años, permanecerá dormido durante todo el tiempo del fogueo. Nunca había estado yo tan cerca del lugar de lanzamiento. Más cerca aún que yo, los que están en la playa, se sitúan próximos al lugar de donde manan las luminarias. La colección que ilumina el cielo y lo ahúma, está bastante bien. Por mi posición, algunos fuegos me obligan a encorvar el cuello para verlos mejor. Algunos, parece que son lanzados contra los espectadores de la derecha, pero no parece que ninguno salga con quemaduras. Se acaban los fuegos. Los que han gustado más son algunos que acaban con espirales ascendentes blancas, al unísono con bombas japonesas. Saco tres fotos que ofrecen una muestra de lo que he visto. Para ser más completa, faltaría el sonido. Termino las quisquillas y, los restos, los deposito en papelera repleta.

No hay fuegos sin helado.
Para que mi experiencia sea completa, como en Donostia-San Sebastián, me decido a comprar un helado. Lo que encuentro es un Magnum de 2,50 € que compró en un establecimiento pakistaní. Voy de camino hacia De Ploate, lentamente, para terminar el bombón helado antes de entrar. A la vez que yo, llega una mujer con sus niños, ¡qué bien!, así no tengo que buscar la clave para entrar. Es ella la que lo hace. Para evitar reticencias, le muestro la llave de mi habitación. Entro en ella y no hay nadie. El que se hacía el dormido ha resucitado para vivir la noche. Llega un inglés, que tampoco corresponde al que tenía antes la cama hecha. Coge la última cama que queda de las de abajo que, con el que queda por venir, y al que no he visto aún, quedan completas todas las bajeras, a excepción de la paralela a la del que llegó el primero. Durante la noche, sólo me levanto una vez a orinar. Duermo muy bien, soñando con los angelitos.

Balance de un día belga con tren y Tram.
Tras mi rápida marcha de Brujas en el tren que no me hace esperar, el equipaje en el albergue, mi camino a la playa nudista, donde se ha desarrollado lo más grato del día, con sol y varios baños y los dos nudistas que me han ofrecido sus actuaciones más divertidas, ya no me queda más que regresar al albergue para tomar posesión de mi cama. Comida mala y cena algo más que regular, tienen por colofón los fuegos de artificio por ser la fiesta nacional y la coronación del nuevo rey.