lunes, 16 de octubre de 2017

Etapa 38 (395) Brugge-Oostende-Bredene-Oostende


Etapa 38 (395) 21 de julio de 2013, domingo.
Brugge-(Tren)-Oostende-Bredene-Naakstrand-(Tram)-Oostende.

Amanecer en el Jeugdherberg de Brugge.
He dormido bien. Antes de bajar a desayunar, hablo con uno de los paraguayos. Él me comenta acerca de su curso y de sus estudios y yo le informo de los acontecimientos del día: fiesta nacional, coronación del nuevo rey, los fuegos artificiales previstos para la noche, etc. También le digo el lugar donde pueden encontrar la única playa nudista oficial de toda la costa belga. En el comedor, desayuno yo solo en una mesa y el japonés se coloca también solo, sin quitarse el sombrero, y de espaldas a mí. Como quiero saber su nacionalidad, para ponerlo en el diario, cuando termino el frugal desayuno me acerco a él. De esa forma me entero de que el asiático es japonés. Subo a la habitación, cargo con el equipaje y me despido de los cuatro paraguayos. Esta noche también duermen aquí, pero les ponen en una habitación para cuatro, así que estarán ellos solos. 
 
Bajo las sábanas y las pongo en el cestón de la ropa sucia. Luego, en recepción, entrego la llave y me devuelven los 5 € depositados ayer. La chica me despide en castellano. Salgo camino de la estación del ferrocarril. Voy por camino conocido, el mismo por el que vine ayer. 
 
Saliendo de la calle Baron Ruzettelaan llego a la carretera de circunvalación y mirando hacia el casco viejo de la ciudad, veo el pincho del campanario de Notre Dame. Al pasar, fotografío otro de los canales donde hay amarradas embarcaciones de recreo privadas. En el que vi ayer eran de uso público, para recorridos turísticos colectivos y mucho más grandes. 

 
Aunque ayer no lo hice, al llegar a la estación, la fotografío. El reloj marca las 6:25 y en el panel de horario de salidas veo que un tren sale hacia Oostende a las 6:29 horas en vía 6. Dos personas van hablando en la escalera mecánica y no me dejan pasar. Al fin se dan cuenta y me abren paso. Monto en el tren y enseguida arranca. Me alegra no haber tenido que esperar.

Oostende de nuevo.
Al igual que ayer, en menos de 15 minutos ya he llegado a destino. El interventor me pica el billete que ayer guardé y hoy llevaba a mano. En el trayecto, nadie se ha montado en el grupo de cuatro asientos donde he ido yo sólo, calladito, sin nadie con quien poder hablar ni contar. En los otros tres, hablan flamenco y no entiendo ni papa. Fuera de la estación, vuelvo por camino conocido hacia De Ploate, el albergue cuya entrada a la calle ya visualicé ayer.  

Paso por la pescadería, que está abierta, se llama Vistrap y a estas horas tiene muy pocos clientes. Hay poco pescado, la mayoría “soles”, lenguados, y unas quisquillas que, en pequeño, tienen cierto parecido en su forma a los langostinos murcianos. Antes de llegar a la catedral, fotografío un aparcamiento de bicicletas. Sería injusto no hacerlo, cuando tantos belgas utilizan este medio de locomoción, rápido y ecológico, a la vez que supone un ejercicio físico saludable. 
 
Llego al puerto deportivo donde están amarrados algunos yates y muchos veleros con sus mástiles libres de velamen. La proa de un barco en dique seco, me da pie para dar una nota de color a la catedral, que ya tendré tiempo para visitar en otro momento.






De momento lo que más me urge es llegar al albergue para dejar a buen recaudo mi mochila e irme a la playa, pues hace buen día y no quiero desaprovechar la única playa nudista que me ofrece Bélgica.
 

Cuando llego al albergue, donde ya tengo hecha la reserva para esta noche, me llevo el primer disgusto. Ha habido un escape de agua y está medio albergue inundado, por lo cual no puedo acceder a la habitación hasta las cinco de la tarde. Menos mal que me permiten dejar la mochila en el cuarto de los equipajes. Me organizo bien, cojo el material necesario para la playa, toalla, protector solar, agua y, por si lo de playa nudista fuera un bulo, también el bañador. El botellín de agua lo relleno en el lugar donde se desayuna en este albergue. Así ya sé dónde debo desayunar mañana.

Dirección Bredene.
Vuelvo a hacer el camino de regreso a la inversa. Pero en vez de seguir la calle, salgo al paseo marítimo. Una bici candada demuestra que cualquier lugar es bueno como aparcamiento individual, cuando no se ofrece un parking colectivo como el que he visto viniendo de la estación.





La playa acaba en el dique de bocana que permite la salida de los barcos del puerto al mar. Al final del paseo marítimo han colocado un conjunto colorista de piedras que, en menor cantidad, me recuerdan a los alineamientos de Carnac. Al fondo, el dique, y lo que ayer interpreté que pudiera ser la carpa lila de un circo. 
 
En la pescadería se han quedado ya casi sin clientes. Uno está marchando con su compra en bolsa adecuada al pescado que lleva y tres personas más están siendo atendidas en puesto más alejado. Yo dudo, pero finalmente decido no comprar las quisquillas.




En puestos próximos se ofrece comida preparada para llevar y también me intereso por el pescado puesto a secar.





Avanzando después de la plaza, entre calles, tengo una nueva visión de la catedral, que antes había visto desde la frontal del edificio con sus dos torres góticas.
 












Tras pasar el puente y la estación del ferrocarril, sigo la pista ciclo-turista. Debo pasar por encima de las vías del tren, donde unas pantallas, recias por abajo pero con filigrana que imita vidriera eclesial, permiten ven los raíles y los trenes aparcados al fondo. 
 

En este momento, no circula ningún tren por debajo. Después debo de pasar por encima de un canal y el carril bici ya me va orientando hacia la costa.
 





Como el calor empieza a apretar, en una zona con arbolado, abandono el carril bici y me meto por entre las sombras que ofrece un camino bien señalado y en paralelo.



Bredene.
Así voy llegando a Bredene. Esta pista ciclista no es la oficial puesto que aquella se mete hacia el interior, así que decido seguir por la costa. El camino es de adoquines rojizos que han colocado por en medio de la duna. Una duna que está bien consolidada por arbusto y matorral.
 

Así, canalizando a los peatones por este camino, se evita el deterioro mayor de este espacio natural. En esta zona, al menos, no han permitido construir las casas al borde del mar. Es posible observar las casas y la iglesia hundidas a nivel marino, protegidas por un dique natural que son estas dunas consolidadas. Se me empieza a hacer largo el recorrido y, cuando creo que aún me falta mucho para llegar, resulta que ya estoy en la playa, aunque todavía no en la nudista. Pregunto a un socorrista y me dice que me quedan 2 kilómetros. Calculo algo más de 20 minutos y cuando se cumplen en mi reloj estoy en playa textil con mucha gente. Pregunto a otro socorrista, me señala unas banderas, y es el lugar donde empieza. Debo pasar dos badenes de contención de arena. Y, efectivamente, sobre el segundo badén ya veo a un chico de pie y desnudo. Me alegra porque confirma que el Naakstrand de mi mapa es verdaderamente nudista. No tendré que ponerme el bañador. Le digo al chico que hace bien exponiéndose en lugar tan visible, puesto que sirve de información y de atractivo turístico. La playa nudista es corta, menos de 300 metros, y cubre el espacio de tres badenes. Parece que en dirección Oostende hay mucho control para que no pasen personas desnudas al lado de las textiles, pero menos hacia De Haan, al nordeste. Es un espacio nudista muy corto para toda Bélgica pero, si los belgas no se quejan, será que la práctica del nudismo no es grande en Bélgica. A mí me parece un espacio irrisorio pero, más que invitarme a reír, me dan ganas de llorar.

Naakstrand. La playa nudista de Bélgica.
No seré yo quien me queje, pues para mí hay sitio de sobra. Me coloco en el primer tramo de entre badenes. Predominan las parejas, más que los chicos o las chicas solas. Acaba de llegar un padre con dos niños, que comen y beben en la propia arena. Después llega un chico que se coloca estratégicamente, ocultando su miembro con una bolsa. Se lo manipula, pero sin éxito. No parece que consiga la erección deseada. No sé en qué fija su atención que le excita tan poco. Me doy un baño nada más llegar y compruebo que está subiendo la marea. Una ola está a punto de llegar a un hombre que ni se entera de la subida y le aviso. Se retrasa un poco pero, es tan mínimo que pronto deberá hacerlo de nuevo. Estamos tan juntos, que parecemos sardinas en lata. Menos mal que la marea ya no va a subir mucho más y, con la bajamar, el espacio se ampliará. Los socorristas llevan una bandera roja y una especie de cono que suena como una bocina. La hacen sonar para que los bañistas próximos a los badenes que salen hacia el mar se alejen de ellos para que las olas no les tiren contra ellos.

El goce del primitivo.
Una vez sentado sobre mi toalla, me fijo en un joven negro que camina como un primate. Me da envidia, pues está disfrutando como un enano, dejándose zarandear y arrastrar por las olas, revolcándose en la arena. Diría que es una muestra perfecta de australopitecus.

 
Para poderlo apreciar, no basta una foto, sería necesaria una cámara que ofreciera imágenes en movimiento pero, teniendo en cuenta que no la tengo, saco dos fotos donde tenéis que echarle un poco de imaginación para creer en lo que os digo. Tengo gran cuidado en sacar dos fotos discretas, en las que el miembro viril de este hombre de ébano no aparezca. Luego se irá, y por la tarde ya no le veré. Después de darme varios baños y de tomar el sol, decido ir a buscar comida, así que me visto a las 13:30, y me dirijo hacia una caseta donde parece que podré comer algo. Como el chiringuito está en el linde entre la textil y la nudista allí no podré estar desnudo. Trataré de estar allí el tiempo más breve posible.

Strand-Bredene.
Salgo hacia las dunas, donde el merodeo homosexual es mínimo, más si lo comparamos con el que había en Berck-sur-Mer. Llego al chiringuito de las comidas y el sistema es: pedir lo que quieres, pagar y esperar. Nada de lo que ofrecen me atrae, pero acabo pidiendo una hamburguesa y una cerveza. Puesto que estoy en Bélgica, será una Grimberger Bruin, y pago 7,40 € por todo. Mientras espero la comida, me voy bebiendo la cerveza. Cuando llega, es una hamburguesa malísima, no peor de lo que esperaba, con sus consabidos pepinillos, el consabido kétchup y alguna mierdecilla más. Menos mal que hoy lo importante no es la comida, sino la playa, el baño, y poder estar desnudo. Por lo menos he metido algo al estómago. Me siento junto a mesa a la estrecha sombra de una sombrilla plegada y observo lo suficiente para el poco tiempo que estoy. Un hombre ayuda a fregar dentro y otro recoge fuera los vasos y las copas que lava el de dentro. También limpia las mesas. Da la sensación de que la higiene es precaria, con agua que escasea. Cuando ya está todo recogido y limpio, el ayudante coge una bolsa, que había dejado junto a una mesa, y se va. Luego me lo encontraré en la segunda parte de la playa, a donde decido ir tras la comida para no repetir el lugar en que he estado esta mañana.

Naakstrand por la duna.
Para llegar a la segunda zona de la playa nudista, hacia el este, la más alejada de Oostende, voy por la parte de atrás entre la duna. Así voy comprobando lo bien que está anunciado el nudismo en los carteles y hago dos lecturas. Por un lado, no va a haber ningún nudista que no se entere pero, por otro, es una forma de delimitar espacios que implican prohibición.
 

Creo que todas las playas debieran permitir las opciones de cada cual. Todas las playas del mundo debieran ser mixtas. Sería un síntoma de que el mundo asume el principio de libertad. En esta duna, los carteles ofrecen cuatro idiomas. En primer lugar, para la mayoría belga, en flamenco (Naakstrand) y en francés (Plage naturiste), en tercer lugar FKK Strand, para los alemanes, y finalmente, Nudist Beach, para los ingleses.


Los que no somos ni alemanes, ni belgas, ni franceses, ni ingleses, debemos esforzarnos un mínimo si queremos entender, al menos cuando nos conviene. No he fotografiado los primeros carteles, desde el chiringuito donde he comido, pero se puede ver que el cartel indica que son 200 metros, que van en disminución, 50 después, hasta llegar al límite (Fin y sus variantes). A mí me habría bastado con uno de ellos, y no puedo presumir de políglota. De todos ellos, el que más me gusta es el alemán FKK (Free Korp Kultur), la cultura del cuerpo libre. Para que el cuerpo se exprese libremente, debe estar acompañado de una mente libre, pero cada vez estamos más llenos de prejuicios y tontería, y la sociedad de consumo es una enfermedad difícil, si no imposible, de curar.


Si todos fuéramos nudistas, daríamos poca importancia a la vestimenta y la utilizaríamos sólo como un medio de protección del frío. ¿Cómo iban a medrar las industrias del prêt-à-porter y de alta costura? A media altura de la duna se ha trazado un camino ancho y lo han delimitado con barrotes y alambrada por la parte más alejada de la playa para que los usuarios no se metan por esa zona de la duna. Pero esa delimitación es parcial, ya que en las zonas siguientes el acceso a la duna es libre. Volvamos a los carteles. Si me decanto claramente por la expresión FKK y el concepto de libertad que conlleva, las otras tres formas no son equivalentes. El flamenco “naak”, y el inglés “nudist”, se refieren al cuerpo desnudo, sin embargo, en francés, no ponen “nudiste”, sino “naturiste”, un eufemismo creado para no llamar a las cosas por su nombre. Un nudista puede ser calificado de cochino (cochon), por el hecho de estar desnudo, un naturista lo es porque ama estar en comunión con la naturaleza. 
 
Pero naturista es también aquel que se alimenta de productos naturales. Si yo fuera naturista, no habría podido comer la mierda de comida que me han servido en el chiringuito. El no ser naturista, en ese sentido, me permite mayor libertad. Además, por convicción, no soy naturista. Soy partidario de comer de casi todo, reduciendo grasas y haciendo caso de la pirámide de la alimentación pero, cuando vengo a una playa de estas características, lo hago porque disfruto estando desnudo en la naturaleza. Por tanto, no soy naturista, sino nudista. El término naturista debiera desaparecer en todas las playas del mundo. Eso no implica que los naturistas no puedan, si quieren, desnudarse en una playa nudista. Después de esta reflexión, ofrezco las fotos que saco desde mi atalaya. Acabada la delimitación, veo que el resto de la duna, de la parte de playa que ha dejado de ser nudista, ya no se protege y puede andar por ella todo bicho viviente. No entiendo por qué la parte de duna de la zona nudista se protege y no ocurre lo mismo con el resto de dunas. No se me ocurre otra explicación que la de evitar así que los ligues que se produzcan en la playa usen la duna como refugio (de pecadores). Ora pro nobis.

Naakstrand por la tarde.
Una vez paseado por todo el recorrido intermedio de la duna, bajo de nuevo a la playa por el extremo más oriental. Cuando llego, veo al ayudante del chiringuito tomando el sol desnudo. En esta zona se ve menos ambiente familiar y de parejas mistas y más parejitas de chicos y chicas y chicos solos. Algunos chicos se hacen carantoñas. Los dos que están a mi lado están con bañador. No me molesta porque es su opción y pienso “¡ellos se lo pierden!”. Mutuamente se hacen cosquillitas en los brazos. Para ser adultos, me parecen unos chiquillos y me recuerdan a mis hijas, que se las hacían una a otra cuando eran niñas. Estos chicos me parecen muy simplotes. A veces uno se abalanza sobre el otro, y acaban haciendo mi tarde algo entretenida.

Regreso a Oostende.
El primer baño de la tarde me lo doy con la marea todavía alta, pero para el siguiente ya tengo que caminar un rato por arena húmeda para alcanzar la orilla. Después del primer baño, me doy protector solar y estoy desnudo  tomando el sol desde las dos y media hasta las cinco y media. No tengo otra cosa que hacer y estoy muy a gusto. Tras los últimos baños, y sin nada más que destacar en esta tarde playera, me visto y emprendo mi regreso a la gran ciudad, a donde debo volver para recuperar mi equipaje y tomar posesión de la cama reservada. Ya se ha ido mucha gente, pero siguen llegando remesas nuevas. Vuelvo por el camino de la duna. Me sirve para comprobar que algunos regresan por allí por senderos que les llevan hacia la carretera.

Como por la mañana, hay gente que sigue tomando el sol en el camino ancho y en los huecos protegidos por mimbres secos y otros arbustos propios de la duna. Vuelvo a leer los carteles y también el de a 300 metros playa nudista. Así llego al lugar donde he comido. En el edificio de madera se ofrece, en gran cartel, el mismo texto que antes he comentado en los carteles menores. Son pocos los metros de playa nudista belga, pero nadie puede quejarse de que no esté bien señalizada. Decido salir a la carretera directamente desde esta playa y acierto. Según se va acabando el camino veo que llega un Tram que pone De Panne y corro para cogerlo. No tengo ningún inconveniente en volver a Oostende en medio de locomoción público, puesto que el recorrido inverso ya lo he hecho por la mañana caminando. Un hombre pica varias veces su billete. No sé cuántas, pues tampoco sé cuántos son los familiares que viajan con él, puesto que ya se han sentado todos sus acompañantes. No pregunto nada, ni tampoco pago. Me voy fijando en las paradas. Así sé que me he montado en la tercera de Bredene. No sé cuál va a ser la siguiente y, la mujer que va detrás me dice que será la de la estación del ferrocarril. Decido que esa parada me va bien y bajo allí.

Iglesia de los santos Pedro y Pablo.
Una vez bajado del Tram en la estación, camino de nuevo por lugares conocidos. Paso por la iglesia gótica y entro en la pescadería. Pruebo las quisquillas que ofrecen en la pescadería. Las que me da para probar están peladas. Supongo que tendrán un sistema para que la cáscara se desprenda de la carne pues pelarlas de una en una sería trabajo de chinos mal pagados. Las pruebo, y están ricas.

 
Prometo comprarlas luego, cuando haga el “cheking” en el albergue. En el albergue, el recepcionista no está en su sitio. Uno, que trabaja en la cocina, lo busca en vano. Si tarda más de cinco minutos en aparecer, volveré a la cocina. Es lo que estaba pensando cuando aparece el recepcionista que ya me atendió ayer y esta mañana me ha contado el problema. Ya lo han resuelto y me da la habitación nº 16 y pago con Visa 21,50 €. La tarjeta va bien. Me da la clave de entrada por si por la noche salgo a ver los fuegos artificiales conmemorativos de la fiesta nacional y la coronación del nuevo rey. En la habitación, alguien ya ha ocupado la única cama solitaria. Sin conocerle, no me animo a coger la otra paralela pero con litera encima. Me voy al otro lado donde hay cuatro camas, las de abajo con litera encima. Elijo la más alejada, pero me doy cuenta que la escalera para subir está en medio y me perjudicaría a mí para entrar y salir. Elijo la otra en que la escalera no molesta, pues está en la cabecera, y hasta me puede servir de apoyo para entrar y salir por la noche a orinar. Después de ducharme, me vuelvo a poner la misma ropa y me voy. Compro las quisquillas, por las que pago 2,50 € y me siento a comerlas por detrás de la iglesia catedral de san Pedro y san Pablo. Las quisquillas que he comprado hay que pelarlas. Como tengo para tres días con ellas, decido buscar un sitio para cenar. Saco dos fotos del exterior de esta iglesia catedral.

T’Mespuntje.
Encuentro un bar cerca, el t’Mespuntje, que está en la calle san Pablo y ofrece menú por 16 €. Pido potaje, un “potage” que consiste en una sopa de queso y tomate, y dos gallitos con ensalada y patatas fritas, que no podré terminar. Mientras me sacan la comida, sigo picoteando quisquillas. Pero, aunque me había hecho el propósito de no cenar con cerveza, pensando en que luego iré a ver los fuegos, creo que la iré eliminando antes de acostarme, y pido una. Me sirven la cena y todavía me quedarán quisquillas para terminar comiéndomelas en los fuegos. La sopa está comible y los dos pequeños gallos muy sabrosos. Pero lo que más a gusto como es la ensalada. La señora, al cobrarme, no me quiere coger la Visa, pero hago como que sólo llevo encima diez euros y que el resto del dinero lo he dejado en el albergue. La cuenta es de 19 € pero, al acceder a cogerme la tarjeta, la bendita mujer añade 50 céntimos que, ya hace menos interesante el pago. Con todo, esa comisión supondría poco más del 2,5%, frente al 4% que me cobra el banco por sacar mi dinero. Pago pues, con Visa, 19,50 €. La señora se queda las cáscaras de las quisquillas para tirarlas a la basura.


De nuevo en el jeugdherberge.
Después vuelvo al albergue juvenil para coger el jersey pues, al anochecer, ha refrescado. De camino, fotografío otra iglesia que está en la misma calle conde voy a pernoctar y que finaliza en el edificio del Kursaal. El vecino ya está en la cama, pero se hace el dormido, hace como que no me ha oído entrar. Orino, y veo que también está ocupada la otra cama baja que he dudado antes en coger yo. Como no hay mesa, bajo al salón para escribir el diario. En la sala dos familias ven un programa de dibujos animados, que ofrece unas figuras con un gigantón y unos gatos. Los adultos lo siguen con más atención que los niños, que están más entretenidos jugando con una maquinita. Escribo hasta las 10:30 y me voy para ver los fuegos. El recepcionista me ha dicho que el mejor sitio para verlos es el Kursaal.

Fuegos artificiales desde el Kursaal.
Allí voy comiendo las quisquillas hasta terminarlas. En la propia calle Langestrand, ya se ofrece buen ambiente nocturno, con pubs en penumbra y música fuerte. 
 
Pareciera que ahorran energía lumínica para derrocharla en producir decibelios. También hay gentío en la explanada del Kursaal, donde no apagarán las luces en el transcurso de los fuegos. Un largo banco que apoya en el lateral del edificio está lleno de gente sentada. Hubiera podido hacerme un hueco pero decido que, por un rato más de pie, no me va a pasar nada. Así que me acerco a la barandilla, desde donde creo que veré mejor si hacen fuegos en el mar o en cascada.






Y con mis quisquillas, parece que estoy en Semana Grande en la barandilla de La Contxa. Desde el Kursaal donostiarra los habría visto mucho peor. Con el primer cohete dejo de comer y presto atención al espectáculo gratuito. Con el primer cohete, una pareja ya se tiene que llevar, llorando, a uno de sus pequeños. 

Los que están a mi lado, durante la traca, protegen los oídos de su bebé mientras otro, de 2-3 años, permanecerá dormido durante todo el tiempo del fogueo. Nunca había estado yo tan cerca del lugar de lanzamiento. Más cerca aún que yo, los que están en la playa, se sitúan próximos al lugar de donde manan las luminarias. La colección que ilumina el cielo y lo ahúma, está bastante bien. Por mi posición, algunos fuegos me obligan a encorvar el cuello para verlos mejor. Algunos, parece que son lanzados contra los espectadores de la derecha, pero no parece que ninguno salga con quemaduras. Se acaban los fuegos. Los que han gustado más son algunos que acaban con espirales ascendentes blancas, al unísono con bombas japonesas. Saco tres fotos que ofrecen una muestra de lo que he visto. Para ser más completa, faltaría el sonido. Termino las quisquillas y, los restos, los deposito en papelera repleta.

No hay fuegos sin helado.
Para que mi experiencia sea completa, como en Donostia-San Sebastián, me decido a comprar un helado. Lo que encuentro es un Magnum de 2,50 € que compró en un establecimiento pakistaní. Voy de camino hacia De Ploate, lentamente, para terminar el bombón helado antes de entrar. A la vez que yo, llega una mujer con sus niños, ¡qué bien!, así no tengo que buscar la clave para entrar. Es ella la que lo hace. Para evitar reticencias, le muestro la llave de mi habitación. Entro en ella y no hay nadie. El que se hacía el dormido ha resucitado para vivir la noche. Llega un inglés, que tampoco corresponde al que tenía antes la cama hecha. Coge la última cama que queda de las de abajo que, con el que queda por venir, y al que no he visto aún, quedan completas todas las bajeras, a excepción de la paralela a la del que llegó el primero. Durante la noche, sólo me levanto una vez a orinar. Duermo muy bien, soñando con los angelitos.

Balance de un día belga con tren y Tram.
Tras mi rápida marcha de Brujas en el tren que no me hace esperar, el equipaje en el albergue, mi camino a la playa nudista, donde se ha desarrollado lo más grato del día, con sol y varios baños y los dos nudistas que me han ofrecido sus actuaciones más divertidas, ya no me queda más que regresar al albergue para tomar posesión de mi cama. Comida mala y cena algo más que regular, tienen por colofón los fuegos de artificio por ser la fiesta nacional y la coronación del nuevo rey.


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