lunes, 9 de octubre de 2017

Etapa 37 (394) Westende-Brugge


Etapa 37 (394) 20 de julio de 2013, sábado.
Westende-Middelkerke-Raversijde-Mariakerke-Oostende-(tren)-Brugge.

Amanecer en Westende.
Durante la noche, tengo que quitar tres piedrecillas que me están molestando bajo la colchoneta. Me despierto a las 5:30, con el trinar de los pájaros, pero me hago el remolón hasta las 6:15 y hago el ritual de rigor. El habitual. La novedad, es que hace fresquillo y me pongo el jersey mientras recojo, tras orinar calzado en un rincón algo alejado. Durante la noche he orinado descalzo en una planta más cercana. Cuando estoy recogiendo frena un coche que para junto a la valla. ¡A ver si me van a descubrir en el último momento!, pero no, pues arranca enseguida y hace una nueva parada en lugar cercano. Parece que es un coche de reparto de algo que no alcanzo a ver. Al poco, retorna por donde ha venido. 
 
Con todo recogido y cargado sobre mis hombros, salgo por donde entré ayer. Así como el otro día y ayer estaba el día gris por la niebla, hoy lo está por las nubes. Me temo que hoy no me voy a librar de la lluvia.

Westende: Ayuntamiento, Biblioteca, Iglesia y Taberna.
Me encamino hacia la iglesia, pues ayer la vi en el momento en que me introducía en mi refugio. A estas horas tan tempranas no hay apenas tráfico y menos hoy, que es sábado. 

Voy pasando por los edificios más emblemáticos del lugar: El ayuntamiento. Ondean tres banderas: la del lugar, la belga y otra que está tan embarullada que no logro discernir. 
Probablemente sea la bandera flamenca, si es que tal bandera existe, o la regional. Me acerco a la biblioteca. No sé a qué hora abrirán, ni siquiera sé si la abren en sábado. Tampoco tengo necesidad de entrar en Internet, mientras me pueda seguir comunicando con mi móvil que recargué ayer. Habrá momentos en que necesitaré más hacer uso de mi correo electrónico. Hoy no va a ser el caso. Por fin llego a la iglesia, que no estaba demasiado lejos. La torre ya ha sido restaurada y está libre de elementos que no la dejen ver. Tiene una fachada tan nueva que le resta autenticidad, como si fuera una torre falsa o recién construida. Sin embargo, el resto de las fachadas laterales de la iglesia aún está en proceso de restauración. Podemos ver los andamios arrimados a las paredes. 

 



A las seis y media, ya se empiezan a ver claros azules entre las nubes. Antes de retornar hacia la costa, paso por una taberna De Lanteirne. Parece un nombre en francés y la “i” podría ser un faro, o linterna. Como en la foto aparece un equipo de no sé qué deporte, cuyos componentes van todos vestidos de blanco. ¿Podría ser una broma?, ¿Un mal equipo, de los que siempre van los últimos en la clasificación? En ese caso, ¿esa “i” significaría que son el “farolillo rojo”? No seré yo quien vuelva a Westende para aclararlo. 
Probablemente, fuera aquí el lugar de donde provenía la música lejana que ayer oí al anochecer. Tras hacer este pequeño avance hacia atrás, retorno al punto de partida. Es ahora cuando saco foto de la casa donde he dormido y de las vallas protectoras que trataban de que tal cosa no ocurriera. Quizás la grúa móvil que está junto a la valla sea un indicador de que la obra no está tan parada como ayer yo daba a entender.


En marcha hacia Middelkerke.
En principio, cojo el carril bici, pero antes de salir al mar, sigo por la carretera paralela al tranvía. Creo que yendo por aquí encontraré más oportunidades para mi desayuno que si lo hago por el paseo marítimo. Hago el cálculo de que los bares más próximos al paseo marítimo y a la playa los abrirán más tarde. No tengo certezas, sino pura intuición.
 
Va a ser mi primer desayuno en Bélgica, y aquí no sé si va a funcionar la opción Tabac, que es la que tanto me gustaba en Francia. Ya veremos si hay alguna otra opción equivalente. Un chico con barbita perfilada y muy finita, me saluda al pasar y, poco más adelante, se detiene en la parada del tranvía. Me habrá saludado pensando en que yo también voy con intención de cogerlo, o sólo lo habrá hecho por cortesía. Durante este tramo no veo que pase ningún tranvía en ninguna de las dos direcciones y no veré el primero hasta que ya estoy a punto de encontrar el lugar del desayuno. Quizás sea que hoy es sábado y hay menos servicio, pero le habrá tocado esperar un buen rato al muchacho. La carretera es amplia y de dos direcciones, una a cada lado de las vías del tranvía. Tiene amplio arcén y además la pista para los ciclistas. Cuando van a dar las siete, encuentro una panadería abierta. Pregunto a una señora que sale de comprar y me acompaña al otro lado, metiéndome por entre calles. Paso cerca de la iglesia y fotografío su fachada lateral.

Westende-Bad. Café Croissy.
Pensaba que ya había llegado a Middelkerke, pero resulta que aún estoy en la zona playera de Westende. Allí, dos hombres me dicen que continúe hasta la plaza. Cuando llego, como es muy pronto, todavía no está abierto el café, aunque hay una señora del establecimiento que está preparándolo para abrir, aunque no sé a qué hora lo hará. El caso es que veo a dos mujeres jóvenes con tres niños que están en otro sitio, que también es panadería, pero con mesas en la terraza. Pregunto, y me dicen que también sirven café. Pido uno con leche y croissant. Me cobran 2,95 €. Un precio dentro de lo razonable. Leo en la fachada y veo que se llama Croissy, Gastronomie de France. Así que mi desayuno no acaba de perder el enlace francés después de tantos días con ellos y tan buenas y bonitas experiencias en mis 36 etapas galas. Aquí me empieza a resultar difícil convivir con el nuevo idioma. No sé si es valón o flamenco, pero está claro que no entiendo nada. No me encuentro cómodo ni siquiera para saludar, con lo educado y expresivo que me gusta ser. Estoy empezando a pensar que me conviene saludar con expresiones de casa: Egun on, arratzalde on, gabón. Al café con leche le acompañan 10 gramos de Koffieroom Crème à café, adecuado al lugar que se tilda de gastronomía francesa. No conlleva galletita, no bomboncito, pero está bien en relación calidad-precio.
 
He llegado poco después de las siete, pero son las 8:20 y todavía sigo escribiendo. Entro y pregunto por la toilette y, aunque no tienen, me dejan pasar a su retrete privado. Cago y salgo como nuevo. Me voy agradecido.

Middelkerke.
Si antes he sacado foto de la fachada lateral de la iglesia, ahora fotografío su portada central. Leo y entiendo “open” y “kerk”. Su rosetón es como una flor de tres pétalos, y no deja de ser curioso ese pórtico de tres vanos. Al menos, cuando llueve, los feligreses, y probablemente también los que no creen en Dios o los que creen en Alá, pueden guarecerse bajo él.
 

Aunque ya sé que estoy en Middelkerke, como en la parada del tranvía aparece el nombre de Westende-Bad, es el nombre que registro como el correspondiente al Coissy. Es muy probable que todo el pueblo se llame Middelkerke y que Lombardsijde, Westende y Mariakerke sean los nombres de los barrios aunque, barrios tan importantes como para tener ayuntamiento propio. Por eso saco foto de la parada con la iglesia cercana.
 

Voy pensando en que me conviene ir acercándome a Oostende por Mariakerke, puesto que así me encontraré más cerca del albergue juvenil. Poco después de la iglesia paso cerca de una casa que me gusta, más quizás por el contraste con los feos edificios de la costa y a pesar de que el ladrillo de su fachada lo hayan pintado de blanco. El jardín también lo tienen bien arreglado y la valla de ladrillo, ésta en su color natural, delimita pero no muestra desconfianza en sus moradores. Lejos está de algunos baluartes con cristales rotos de defensa en sus cúspides.

 


Una rotonda florida tiene una imitación de árbol en el centro y el tiesto que sustenta, está en la misma gama de colores que los de la base. Es como si en la copa florecieran las mismas flores. El tallo es metálico y creo que no pretende engañar a nadie.








En estas calles hay sitio para todos, para los que van en tranvía, para los que circulan en coche, con tope máximo a 50 km/hora, para los ciclistas, para los que aparcan y para los peatones.
 
Saco una foto con lo que cuento, y otra con parada de tranvía, que lo complica poco. En esta segunda podemos ver la diferencia entre los edificios de pocas plantas de estos lugares pero que, en la medida en que nos vamos acercando a la costa, sorprenden negativamente los mamotretos de los que me vengo quejando desde ayer en que vi los primeros, nada más entrar en Bélgica. A la derecha, al otro lado de las vías, se puede ver la torre del agua.


Un paseo marítimo variado.
Pronto llego a un edificio singular. Pienso que puede ser el Kursaal, que lo quiero localizar pues sé que está próximo al albergue, pero estoy todavía muy lejos de llegar allí. A falta del otro, lo fotografío, pues me recuerda al Coliseo romano. Ya sé que está lejos de parecerse, pero su forma circular me lo trae a la mente. Ya estoy en el paseo marítimo. 


Dos grandes altavoces, como los de “La voz de su amo” sacan su música hacia las sirenas del mar. Es como si en la duna estuviera un pincha- discos gigante. Menos mal que es una escultura en el paisaje y está silenciosa.




Ya se nota que es todavía hora temprana pues a las nueve de la mañana todavía no se ve a nadie en la playa, ni paseando por la arena húmeda de la bajamar, ni en la zona de arena seca. 

Diques bajos delimitan la playa por tramos que se meten en el mar y que cumplen función contenedora de arena. Antes de comenzar los altos edificios, saco esta foto como un indicador de lo que en esta costa debe azotar el viento. Las escaleras de acceso a la playa casi quedan ocultas por la arena rampante empujada por el vendaval. Creo que no merece la pena ni de que la barran para que vean bien los peldaños los usuarios de la playa. No voy nada cómodo por este paseo, pero no lo abandono.

El viento me trae arena fina poco grata, que me azota las piernas como si necesitaran ser pulidas con chorro de granalla.
 

Con todo, lo que más temo es que me entre por los ojos. En el inicio del paseo, en una pequeña rotonda entrante hacia la playa, podemos ver esta filigrana de camión-grúa-oruga -pala, hecho de trozos metálicos y sin otra función que la puramente ornamental. No sé si porque me recuerda a un tanque de la guerra, pero que también me trae a la mente un paso de semana santa sevillano, me parece un artilugio en el que pudiera muy bien ir bendiciendo a sus feligreses una imagen de la Virgen de las Angustias. 
Mercadillo de objetos de segunda mano.
Hoy toca día de mercadillo y a lo largo del paseo veré infinidad de vendedores de trastos inútiles, sobre todo inútiles para mí que, si me los regalan, me harían un flaco favor obligándome a llevarlos hasta Alemania, el objetivo final de mi viaje. Casi todos son objetos de segunda mano.
 
En el paseo, siguen apareciendo figuras desconocidas para mí, pero que tienen la apariencia de ser personajes de comic. Así veo a un gordo policía, que tiene su gracia en su apariencia bonachona y despistada. Después veo a Cedric, otro personajillo, éste más propio de público infantil que, sentado encima de unas pilas de libros, lee uno, como invitando a los niños a que le imiten.












Es saludable este tipo de incitaciones en una época en que los jóvenes y los adolescentes, con tanta tecnología, cada vez leen menos y escriben peor. Saco una foto de un tenderete en el que se venden infinidad de coches en miniatura. 
 
Pienso en mi nieto Gari, el más amante de estos cochecitos, y en lo que disfrutaría pudiendo jugar con ellos. Pero ni en este caso me siento tentado a cargar ni siquiera con uno. Quizás algún día vea esta foto y se acuerde del recuerdo de su abuelo. En otro tenderete venden maletas, cestos, cajas de herramientas, y carretillas para trasportarlos, pero a mí lo que me llama la atención son los retratos de los anteriores reyes Balduino y Fabiola. Me viene el recuerdo de la época en que se casaron, sobre todo por la tabarra que nos dieron los telediarios y la prensa del corazón, al ser española la elegida por el corazón del monarca, Fabiola de Mora y Aragón. Al ser ya una mujer veterana, no pudieron tener descendencia, y la corona pasó a manos de su hermano Alberto. Sé que Balduino falleció en Motril, en la urbanización Nueva Granada, por donde ya pasé en 2008, en este largo viaje por las costas europeas, pero hacía tiempo que no oía nada de la ex reina Fabiola. Me entero de que todavía vive. Pronto sabré que los reyes Alberto y Paola han abdicado en su hijo Filip y que mañana, día de la fiesta nacional belga, será la coronación del nuevo rey, Filip I. Nosotros les ganaremos pronto, 6 contra 1, con nuestro Felipe VI. También será sexto el de Marruecos, donde, en Rabat, ya visité las tumbas de Mohamed V y Hassan II, pero en otro viaje más convencional que ya es otra historia.
 

Como ve que me intereso por las fotos de los monarcas, el vendedor de antiguallas, cuando le digo que son demasiado grandes para llevarlas en mi mochila, me ofrece otras fotografías en pequeño y me enseña otras fotos de la boda. Acabando el paseo, llego al Casino.
 
Lo fotografío en vista lateral desde el paseo marítimo y, después, en vista frontal. Menos mal que lo pone en letras grandes, más grandes que las del restaurante, pues si no, podríamos pensar que es un circo, pues así lo denominan y con unas letras mucho más coloristas, Il Circo, lo que hace pensar que sea un restaurante italiano.




Como es muy pronto para comer, ni me preocupo de mirar la carta. Las casas que miran al mar siguen siendo del mismo corte de las que vengo echando pestes, pero llego el hotel Continental y a la taberna y, al menos, son de una factura más antigua. Sin llegar a ser una maravilla, me resultan más gratas a la vista. La villa Cocels, que es donde está ubicado el restaurante, en la planta intermedia, era más baja que el hotel, pero posteriormente creció y le sobrepasó por mucho. Pero lo hicieron con cierta discreción, con un retranqueado. Ahora es igual de alta que los demás edificios más recientes.

Exposición del Comic.
Creía que el paseo marítimo ya había terminado con el casino, pero continúa por el otro lado. Allí han instalado una carpa donde se ofrece una exposición sobre comics. Lo que me hace pensar en que las esculturas que he visto antes puedan no ser fijas y ser una muestra más de la exposición. No lo puedo asegurar, pero parecían estar colocadas con intención de perennidad.
 


En esta zona, el tranvía va pegadito al paseo marítimo. En el exterior de la carpa, se ofrece una muestra de personajes de comic pintados para la ocasión. Se completa la exposición con otro pabellón adosada al primero, en blanco con plexiglás translúcido para que los visitantes puedan leer los comics que les interesen.
  

Cuando entro en este segundo pabellón, escasean los usuarios, pero se puede apreciar que las condiciones de lo que se ofrece, mesas, sillas y asientos más confortables, invitan a pasar un rato agradable leyendo. Aún no son las diez cuando, después de una visita rápida, salgo de esta exposición del Comic.




En la playa veo una construcción que va desde el interior hacia la orilla del mar. Al principio creo que puede ser un túnel de vertido; si no de aguas fecales, pudiera ser de aguas pluviales. No me lo puedo creer. Pero luego pienso, y alguien me lo confirma, que es uno de esos diques que permiten contener la arena en la playa y que no se la lleve al mar. 
 
Habría sido imperdonable poner un vertedero en la playa. El viento continúa. La arena se acumula en el paseo que, ahora, está a poca altura sobre el nivel de la playa. Parece que lo limpian para mantener la apariencia, pero ¿cómo van a poder quitar la arena acumulada que en algunos tramos cubre la vía del tranvía? Supongo que periódicamente harán alguna extracción con medios mecánicos. ¿Cabría la posibilidad de que pudiera descarrilar al trenecillo?

Parque Raversijde. 
Odas y cañones.
Acabado Middelkerke, y su paseo marítimo con construcciones altas, llego a otro espacio más grato a la vista, donde las dunas ocupan la parte interior. Lo que hace pensar que en toda la costa existían esas dunas y no han tenido el menor remilgo en cargárselas para construir casas.
 

Las vías del tranvía continúan próximas al paseo, que ya no tiene muro ni baranda que lo separe de la playa. El acceso a la misma por aquí es más fácil, pues hay una rampa suave pero, a las diez de la mañana, todavía no se ve ni un usuario que camine por la arena. Quizás no les resulte agradable tener que superar los diques por arriba y tampoco se los quieran mojar yendo por la orilla de la ola rompedora. En cualquier caso, ahora, los que quieran pasear por el paseo marítimo, ya no les queda otra opción que la convivencia con los usuarios de los vehículos de dos ruedas. No es problema, ya que hay sitio más que suficiente para todos. Todavía me falta recibir otra sorpresa en este paseo marítimo que me está resultando tan variado. He visto objetos que yo nunca compraría, otros que me han podido gustar no me conviene llevarlos ni regalados, pues añadirían mucho peso a mi mochila, me río del interés que ha puesto el vendedor que quería que me llevara a la realeza, me hace más gracia que los comics que he visto y que las esculturas alegóricas. ¡Cuántos me darían dinero por llevarme a los cinco componentes reales de la familia real! Pero todavía me falta la última sorpresa. Escrita y labrada en piedra, con caracteres flamencos, veo la Oda Marítima de Pessoa. 
 
En 2007, en el promontorio de Santa Luzia, en Viana do Castelo, pude leer otra poesía de Fernando Pessoa dedicada al mar. Se titulaba Mar Portugués; estaba en ese idioma y dedicada al Atlántico. “O mar salgado…” comenzaba. En ésta de hoy también el poeta canta al mismo mar océano, aunque allí era en mar abierto y aquí ya estamos en el Mar del Norte.
 

Más adelante, y al otro lado de las vías, se ofrece una muestra de bunkers de la segunda guerra mundial. Eran búnkeres de defensa construidos por el ejército alemán de ocupación, como en Francia. Estamos en el parque Raversijde. Como muestra saco fotos de dos de ellos con el cañón de la ametralladora apuntando al mar.
 
El primero ha sido protegido por un translúcido de metacrilato y tiene su gracia, ya que ha sido necesario horadarlo para que medio cañón sobresalga al exterior. No hay motivos, pero me resulta una imagen pornográfica. Creo que no será necesario explicarlo. El otro bunker con su cañón es más convencional y lo que es más evidente. Su radio de acción es enorme. Será uno de los bunkers mejor conservado de todos los que vi en Normandía.
 

Quizás esté esperando a ser usado en la Tercera Guerra Mundial. Al paso que vamos, no habrá mucho que esperar. Por detrás está el aeropuerto por el que parten y llegan los viajeros que vienen a Oostende y Brugge (Ostende y Brujas). De nuevo veo la Oda al Mar del Fernando Pessoa. Todavía sacaré una tercera foto de otros dos más de estos artilugios de la estrategia militar, pero no me pidáis explicaciones de para qué sirven. Un cartel en flamenco parece que lo explica.



Mariakerke. Iglesias.
Mariakerke está ya en el mismo espacio en que se aglomera Oostende, pero así se denomina la primera parte. Un cartel en la carretera, que ahora lleva las dos direcciones al otro lado de las vías del tranvía, ya pone que entramos en la población de Oostende.

En poco espacio, lo veo en mi mapa, se acumulan ocho iglesias, pero eso no será nada para la cantidad de ellas que veré más tarde en Brujas. Pero no nos adelantemos. Las construcciones del paseo marítimo que se avecinan, repiten el mismo esquema que ya va siendo habitual.





También la playa, apenas difiere de lo que estoy viendo esta mañana, aunque, a medida que transcurre la jornada, se irá viendo más gente en ella. A esta hora, todavía los usuarios son pocos. No veo ni una veintena. Me acerco a una de las iglesias y saco una foto de la fachada lateral con su torre campanario. Hacia la torre, se ubica un pequeño cementerio con pocas tumbas. Algunas son individuales y otras colectivas. Lo creo al ver su tamaño.
 

Aunque el motivo de acercarme a esta iglesia es ver si encuentro diferencias con las francesas, también me interesa por contrastar las altas construcciones de los edificios de la costa, con las más bajas, de una o dos plantas, de las casas del interior. Estas se acomodan más a la medida del bienestar humano. ¿No podrían haberlo hecho al revés?
 
¿No podrían haber respetado la duna? La especulación les exime de racionalidad. Por lo menos, los grandes edificios de la costa, les quitarán una parte del fuerte viento reinante y, si entrase el mar como un tsunami, también algo les frenará del impacto. Entro por primera vez en una iglesia belga y saco cinco fotos de las que, la que más me atrae es la del suelo embaldosado. Invito a descubrir uno o dos fallos. La iglesia es de dos naves en paralelo. Al fondo de la de la derecha está el altar con la Eucaristía.
 

Los cuadros están colocados como si de un tríptico se tratara. En el del centro, la Resurrección. En los laterales escenas de la Crucifixión y Muerte del Señor. Pareciera que este es el altar principal. Sin embargo, ¿qué es lo que ofrece el otro? Una pequeña imagen de una virgen con niño y con una hornacina dorada muy recargada, así como los objetos que se disponen a sus pies. Delante, infinidad de velas, la mayoría encendidas. Me da la impresión que en este altar está el objeto de veneración que define a esta iglesia, que es la Virgen María.
 
Me hace pensar que es la que da nombre a la zona y que puede ser la patrona del lugar. En otras partes la más velada suele ser Santa Rita, patrona de los imposibles, a la que piden la intemerata. Parece ser que sea una santa que consigue mucho de lo que se le pide, a juzgar por las veles que le siguen poniendo. En un altar lateral, contrasta la factura clásica de Juan bautizando a su primo Jesús, con el Santo Sepulcro, que está debajo, con un Cristo yacente de una factura mucho más moderna.




Cuando voy hacia la puerta de salida, aunque los rayos del sol impiden verlo como merece, destaca el trabajo de ebanistería, aunque sólo sea al servicio de la institución de la confesión y de la penitencia. ¿Cómo sufrí el terror de aquellas confesiones individuales? Eran tan repetitivas, tan aburridas… ¡Si por lo menos hubiera tenido algo grave que confesar! Un amigo mío canta en una de sus canciones: “Antes de llegar a viejo, arrepentido, de todos los pecados que no he cometido…”
 
Sorprende ver un reloj sobre el dintel de la puerta de salida. Antaño, en las misas, el celebrante daba la espalda a los feligreses. Ahora el cura podrá mirar el reloj y sabrá así si se está pasando de la hora con su homilía. Los feligreses teníamos prohibido mirar hacia atrás. Pero no parece que ese reloj se haya instalado allí en época reciente. Para finalizar, saco una foto del suelo. Tal como están dispuestas las baldosas, da la sensación de que, si queremos salir a la calle, deberemos trepar por los cubos apilados.
 

Encuentro dos fallos en unos grises que debieran ser negros. Este solar me parece grato y original y me permito dedicarle parte de mi tiempo. Vuelvo de nuevo al paseo marítimo de Mariakerke, en el momento en que un socorrista coloca el disco indicativo que a partir de este momento el baño está vigilado por ellos. Vigilan de 10:30 a 18:30 horas.

Encuentro con mochileros.
Ya en el paseo, después de haber dejado pasar el tranvía y a la vez que veo a los vigilantes de playa, a los socorristas, poner el nuevo cartel, me encuentro con dos mochileros que, cuando inicio la conversación, me parece que van a dar poco juego. Se trata de Doreen y Régis. Acaban de salir para iniciar una caminata hasta Boulogne-sur-Mer. Les comento que estuve hace unos días en el albergue juvenil, aunque no sé si ellos van a hacer uso de ese tipo de albergue o van de camping. El caso es que, al hablarles de mi viaje, me dicen que, en setiembre, tienen intención de hacer un tramo del Camino portugués a Santiago de Compostela y que pretenden salir de Porto. Les digo que no dejen de pasar y dormir en el albergue de San Pedro de Rates y, parece que ya lo contemplaban en su plan. Les hablo del carimbo, el sello, a dos colores (rojo y negro). Aprovecho para hacerles algún comentario del recorrido en los tramos de Tuy, Redondela, Pontevedra y Padrón, en cuyos albergues pernocté, siendo los más bonitos el del antiguo ayuntamiento de Redondela y el de peregrinos de Tuy. Se les ve encantados con el encuentro. Les recomiendo los castros de la Citadella, próxima a San Pedro de Rates. 


Les doy noticia de mi blog y cómo entrar en él, y cómo informarse bien de las etapas, distancias y albergues. Anoto sus nombres en el diario. Se van agradecidos y yo también, contento.

Oostende. Buscando el Kursaal.
Entro por la promenade Albert I. En mi afán de dar con él, todos los edificios singulares que veo me hacen pensar en que puede ser el del Kursaal. Pregunto a un señor y me dice que para llegar al Kursaal aún me faltan 3 o 4 kilómetros. ¡Paciencia! Por el paseo, un chavalillo con un ojo parcheado, ¿por alguna herida, para que trabaje su ojo vago?, descansa después del esfuerzo. 
 
Cuando le he visto pedaleando, sin parar de mover sus piernas, llevaba cara de velocidad. Ahora repone fuerzas para continuar batiendo records. Llego a uno de los edificios singulares que comentaba, al menos, rompen la monotonía de los de hormigón y cristal. Después a otro que fue balneario de postín en tiempos remotos, quizás no tan remotos, pero que ahora tiene uso público.
 

Intento sacar foto de las piscinas que veo en su interior, pero el cristal me rebota la imagen y sólo saca el reflejo que me ofrece el exterior.







 Otro edificio bajo que me permite también ver cómo son las casetas de la playa.



Aunque fotografío estos edificios, ya no voy preocupado pues, antes de media hora no llegaré al Kursaal. Paso por unos arcos que sustentan un paseo elevado y donde han construido una estatua conmemorativa a Leopoldo I. Personajes femeninos y masculinos, a sus pies, muestran el agradecimiento de la ciudad de Ostende, con una sola “O”. Leopoldo, ecuestre, se muestra regio, como el rey poderoso que fue.

 
Observo que muchos de estos edificios bajos del paseo marítimo, ofrecen espacios a cubierto. Esto debiera ocurrir en todas las ciudades donde la lluvia hace acto de presencia en muchas ocasiones. En uno con arcos, se exponen grandes fotografías de personas. Un guitarrista ha estado tocando su instrumento y finalmente ha posado para que le sacaran una foto. Ahora lo recoge y guarda en su estuche.
 

Yo sigo adelante, no quiero perder tiempo para instalarme pronto en el albergue y poder disfrutar de la ciudad y, si es posible, de un baño en la playa nudista no muy lejana. Por fin, en el tiempo previsto, llego al Kursaal. Aunque en la parte superior del edificio indican el nombre del restaurante Ostend Queen (La reina de Ostende), no veré que es el Kursaal hasta que me meta por la calle que me va a llevar hacia el albergue.

 
Mañana por la noche, desde esta terraza, veré los fuegos artificiales que lanzarán en conmemoración de la fiesta nacional (una semana después que en Francia) y de la coronación de Filip I. Como decía, al dar la vuelta al edificio veo el nombre Casino-Kursaal. También se llamaba así el de Donostia-San Sebastián, junto a la playa de la Zurriola, en el barrio de Gros, antes de que lo derribaran y construyeran los cubos de Moneo. En un gran cartel anuncian la representación del musical Cats. Lo anuncian para final de mes y durará hasta mediados de agosto. No lo podré ver pero, aunque pudiera, no es el tipo de espectáculo que más me atrae.

Albergue juvenil. Jeugdherberg De Ploate.
Desde el Kursaal, la calle empieza con números bajos. No veo ninguna señal que anuncie la ubicación del albergue en la calle. Menos mal que tengo el número, y así llego al anagrama de Hostelling y al nombre del albergue que busco. En el mostrador, el recepcionista me dice que no hay plazas libres, que hoy está todo completo. Me ofrece plaza para mañana. Le respondo que mañana no sé dónde estaré. Me completa la información diciendo que todos los albergues de la costa belga están llenos. Entonces me replanteo el proyecto de visitar Brujas. Se lo pregunto al recepcionista y me dice que cree que el de Brujas también está completo, pero se ofrece a llamar. Hay una plaza y me hace la reserva para esta noche. Al mismo tiempo, hago la reserva en este albergue de Oostende para la noche de mañana y, en un pequeño mapa de la ciudad, me marca el itinerario que debo recorrer para llegar a la estación del ferrocarril, que está apenas a 15 minutos, muy cerquita del Tram (Parecido en distancia a la que hay entre el Topo de vía estrecha y la estación de la SNCF en Hendaye). En pocos minutos ha cambiado mi programa de viaje, ya que pensaba visitar Oostende antes que Brugge. Lo que conozco como albergue juvenil, albergo de juventude y auverge de jeneusse, ahora recibe el nombre de jaugdherberg, es muy distinto al staiokay holandés y al danhostel danés, pero muy parecido al jugendherberge alemán. Pero me estoy adelantando a decir nombres que todavía desconozco.

Hacia la estación del ferrocarril belga.
Me voy del albergue, pero vuelvo para que el recepcionista me sitúe, en el mapa que he obtenido de la ciudad de Brugge, el lugar donde se ubica el Jeugderberg Europa, a donde voy. Siguiendo la calle del albergue, salgo al puerto. Carricoches tirados por caballos y una gran carpa que parece de circo, aunque con colores de semana santa, me espera al finalizar este primer recorrido hacia el canal.

Visualizo la entrada a la calle por la que he salido con el fin de guardar en mi retina la imagen, puesto que mañana volveré al albergue entrando por ella. A la entrada, o saliendo de ella, veo un carromato movido por pedaleadores solidarios que, haciendo un recorrido con poco esfuerzo, lo ofrecen para obtener recursos para alguna causa humanitaria.

 

En menos de cinco minutos ya he recorrido el puerto, donde también sale un ferry aunque no sé con qué destino, y debo pasar uno de los canales para acceder al edificio de la estación de trenes. Nada más pasarlo, el puente levadizo ya está en lo alto para dejar paso a las embarcaciones que salen a navegar. Pero ni me quedo a ver el barco que va a pasar primero.
 
He tenido suerte y me he evitado la espera. Antes de las doce y cuarto ya estoy en la estación del ferrocarril de Oostende. El cálculo del recepcionista ha sido exacto, ajustado a la realidad. La estación es una mole recia con dos edificios de cuatro plantas que parecen dos torreones, y que culminan en una cubierta de pizarra en forma pirámide truncada. La conexión entre ambos edificios es circular, le da cierta gracia al conjunto, y permite el acceso a los trenes. Ya dentro de la estación, me acerco en primer lugar a información, donde me dicen que puedo coger billete de ida y vuelta, que puedo regresar mañana con él y que tengo un descuento del 50 % por ser pensionista. En taquilla pago 5 € por el billete. En el billete aparecen las dos fechas: 20/07/2013 y 21/07/2013. Quiero entender que Tot significa regreso. Todo me va saliendo perfectamente. Entro en la estación propiamente dicha, y ninguno de los trenes veo que ponga que van a Brujas. Vuelvo a entrar a la sala de espera, y allí tampoco aparece la palabra Brugge en el panel de salidas. Pregunto a una mujer y me dice que es la primera parada de todos los trenes, aunque vayan a lugares más alejados. Subo al tren y me coloco en asiento que mira hacia delante. Tiene una mesita y aprovecho para escribir, pero me va a dar tiempo a poco. En el trayecto, el interventor me lo pica a la vez que vuelve a grabar la fecha: 200713. La intervención de mañana ya no será tan legible pero puedo suponer el número 210713. Un chico que va de espaldas a mí me confirma que ya debo bajar. Recojo todo rápidamente y ya estoy en la plataforma para bajar cuando para en Brujas.


Brugge. Buscando el albergue.
Antes de salir de la estación, compro un bocadillo que me cuesta 2,90 €, salgo de la estación por escaleras mecánicas descendentes y me dirijo hacia el urinario, que resulta que está en el extremo contrario al que debo salir. Salgo del edificio de la estación, pregunto mal, me orientan bien pero, como soy un cabezón, insisto y camino sin saber a dónde voy y sin encontrar referentes, de lo que veo y leo, en mi mapa. Pregunto a otro y me dice que debo volver a la estación y salir por la puerta contraria. Es exactamente lo que ya me había dicho el primero. Ahora, ya con más certezas, enmiendo la plana y voy localizando nombres en mi mapa que me van llevando hacia la calle que busco, Baron Ruzettelaan. Para mí lo más importante en este momento es que, en un santiamén, he dejado de ser caminante para convertirme en turista. ¿Será por eso que me encuentro algo atolondrado? Quizá sería más correcto decir que he pasado de caminante a ser viajero curioso y que, aunque he utilizado transporte público, sigo pateando esta ciudad tan bien valorada por otros pero que a mí me va a producir sensaciones encontradas. El haber cogido un tren para venir aquí, no empaña mi viaje a pie por la costa por dos razones. Una, porque Brujas está en el interior. Dos, porque mañana estaré en Ostende, en el punto de partida de hoy, para seguir caminando al borde del mar. En todo caso, sería un lapsus que, después de haber visto esta imponente ciudad, debiera haber evitado. Pero, en ese caso, hubiera perdido una experiencia que considero interesante.


Paso sobre uno de los canales y, poco después, sobre otro. El Mayflower, una embarcación preparada para turistas que recorre los canales, está esperando en el embarcadero, al igual que otras naves similares. Cuando avisto en las alturas una torre con vocación de iglesia, a juzgar por la pequeña torreta que le crece lateral, y que está al otro lado del canal, ya sé que debo doblar a la derecha por la primera calle que encuentre. No tengo pérdida pues, siguiéndola, llegaré al albergue.

Jeugdherberg Europa.
Llego a una explanada con una terraza, donde hay algunas personas. Pregunto, y me orientan hacia recepción. La chica que me atiende no tiene problemas, pues llevo la reserva. Me anota en sus registros y me asigna la cama y la habitación. La Visa va bien y pago 19 €. Me informa de que mañana es la Fiesta Nacional belga y que, además, abdica el rey Alberto en favor de su hijo Felipe. Será Felipe I. Pasados unos años nosotros les ganaremos con nuestro Felipe VI. Habrá fuegos artificiales también aquí, pero los veré en Ostende. La recepcionista me dice que debo dejar 5 € en depósito y que me los devolverá cuando entregue mañana la llave. Me ofrece la posibilidad de dejar el carné de identidad, pero prefiero ir documentado. Me dice que coja las sábanas y la funda de la almohada, pero que no me podrá dar la llave hasta las 13:30 horas. No es mucha espera, así que aprovecho para contarle algo de mi viaje mientras tanto. Y ella de los fuegos de artificio. Interrumpimos la conversación cuando llega una inglesa joven y, después más gente. Después me da la llave y yo le doy los 5 €. Cuando subo a la habitación, una cama ya está hecha. Hay otra libre a su misma altura, pero prefiero distancia y me coloco en otra, aunque sobre ella haya otra cama litera. Tal como me han pintado el panorama en Ostende, intuyo que se completarán las seis camas. Estos abriendo mi equipaje, en el momento en que llega un asiático, que mañana irá a París. Me afeito y lavo la ropa en la habitación, donde disponemos de dos lavabos. En un hueco, la tiendo colgándola con perchas. Luego me ducho pero, en la ducha elegida, el agua sale de la cebolleta con poca presión y muy caliente. No la consigo regular. Oigo cómo alguien que se duchaba ya se ha marchado, así que tras enjabonarme paso a la ocuparla yo. En ésta ya sale el agua con más fuerza y templada. El sistema no permite regular la temperatura. Me habría gustado acabar con temperatura más natural sin llegar a fría. Después de vestirme y antes de salir, escurro el agua de la ropa tendida, la que se va acumulando en los bordes inferiores de la camiseta. Al volver de Brujas leo entre las instrucciones que no se debe lavar ropa en las habitaciones. ¡Demasiado tarde! 


Dejo mi cama ya hecha para que nadie se apodere de ella. El asiático me ha saludado y dicho su nombre, pero no le he entendido. El recepcionista de Ostende me ha dicho que se espera para mañana una buena temperatura de 30 grados, así que confío en que será un buen día para ir a la playa. Hoy me conformo con que no llueva. Aunque no hace un día brillante, dejo el paraguas y el jersey. Antes de marcharme del albergue, saco una foto del mismo.

El casco histórico de Brugge. 
Iglesia de Nuestra Señora y 
Museo Sint Jan.
Según mi mapa, no tengo más que seguir la calle donde está el albergue. Ese será el camino que haré tanto a la ida como a la vuelta. El primer tramo es repetición del que me ha traído al venir y es así como llego a la curva. Casi toda la ciudad está rodeada por un ancho canal, que se ramifica en otros más estrechos y que le dan el aspecto de las venas y arterias de un gran corazón. Casi todas las conexiones del ancho canal llevan el sufijo “poort”, que significa puerta. Así leo los nombres de las puertas de: Ezel, Smeden, Gante, Kruis, Dam. Paso el puente y la primera puerta que paso es la de Katelijnepoort. Fotografío el canal, con el edificio-torre que he comentado al venir, que se sitúa próximo a la puerta de Gante, la que se considera la puerta principal de la ciudadela y que es por donde va el carril-bici.


Sin embargo yo no voy por allí, pues creo más conveniente el recorrido más recto. Del agua surge un entramado de madera, muy deteriorado, que desconozco la finalidad para la que fue construido y que, tal como está ahora y culminando sus extremos superiores en unas chapas, parecen la maqueta de cinco edificios con techado. A falta de mejor información, es cuestión de echarle imaginación. El edificio que más me llama la atención en este tramo es un edificio oficial, con banderas belgas y que según leo se trata de la Academie. 
 
Poco después paso por uno de sus canales más estrechos, donde veo a gente sentada esperando a que les permitan entrar en una embarcación que les ofrecerá una panorámica de la ciudad desde el agua.









En el momento en que lo fotografío, comienzan a subir los primeros de la cola a la barca que ofrece pocos asientos, aunque parece que serán suficientes ya que no son tantos los que esperan. La verdad es que no llego a ver el final de la cola. Así llego a la iglesia de Nuestra Señora: Onze-Lieve-Vrouwekerke.







Entro en ella. En una nave con suelo de mármol y vacía de bancos y reclinatorios, lo que más destaca es el órgano y el abigarrado púlpito, que es lo que fotografío.












En otra zona con bancos coincido con dos parejitas de españoles que han venido a pasar el día. Retorno a la calle.
 
Enseguida esta ciudad me empieza apabullar con el contraste entre calles estrechas y la gran altura de sus edificios eclesiásticos. Tengo la sensación de que esas moles me aplastan contra el empedrado de los pavimentos. Así llego al antiguo hospital de San Juan, que ahora es museo Sint-Janshospitaal. Fotografío la puerta de entrada.

Los dos San Juan.
Lo que anuncian como más destacable son cuadros de Hans Memling, aunque no sé si corresponden a la exposición habitual o si se trata de una itinerante. Luego sabré que se trata de una exposición estable: Memling in Sint-Jan Hospitaalmuseum. A pesar de lo que acabo de decir sobre las iglesias, la exposición de la pintura flamenca de Memling, siendo también de temática religiosa, me atrae. Entro, pago la entrada 6 €, que ya está rebajada por mayor de 65 años, la entrada general cuesta 11 €, y me dispongo a disfrutar de lo que este museo ofrece. La señora que vende las entradas ni se ha molestado en comprobar mi edad en el carné que le he enseñado. Se ve que ya represento la edad de 65 años, que cumplí hace tres. No me puedo fiar de los piropos que me echan algunos amigos cuando dicen que parezco más joven que la edad que tengo. Pero entremos dentro del museo. Junto a utensilios, muebles y retratos de monjas que formaban parte del séquito que atendía este hospital, algunos son anónimos y de otros autores, veo las pinturas de Memling. No me voy a detener más que ante el tríptico principal, el que justifica que esté en el Hospital de San Juan. En él se muestra a una virgen María con niño, junto a dos personajes jóvenes que le ofrecen música y lectura, conversando con las santas Catalina y Susana (?). La virgen está sentada en gran sillón con un respaldo alto profusamente decorado, y las santas parece que se sientan en el suelo o en algún taburete o cojín que sus ropajes encubren. Pero lo que da sentido a que este cuadro esté aquí ubicado son los dos personajes que se encuentran de pie. Uno es San Juan Bautista y el otro San Juan Evangelista. El bautista tiene un cordero a sus pies. El evangelista tiene en su mano izquierda un copón que, se supone, contiene la sangre del Cordero Divino (di-vino). Este es el panel central del tríptico. En uno de los laterales aparece cómo están poniendo la cabeza del bautista en el plato, tras ser sacrificado y decapitado, y que me lleva a pensar en que para mí mejor sería que hubiese una suculenta cabeza de cordero asado. Quizás me venga este pensamiento por haber comido sólo un bocadillo en la estación. En el otro lateral del tríptico, el otro San Juan está recibiendo la revelación para que escriba su evangelio.

Otras obras del Sint Jan Hospital Museum.
Veo una escultura de un santo. Tiene un pollito y pienso que es obra de algún bromista que lo ha colocado allí, pero el guarda me dice que es algo que define alguna proeza del santo, cuyo nombre no he retenido, y que supone un elemento de atracción para los niños y que redime su aburrimiento. Agradezco la explicación y continúo la visita. Veo muchos temas repetitivos, como adoraciones de los Reyes Magos, huidas a Egipto, Calvarios, y otros, pero estoy a gusto y subo a la siguiente planta que ofrece un techado interesante con un entramado de sujeción curioso. 
 
Al fondo de esta sala está la reconstrucción del tímpano de la entrada principal. No me atrae lo suficiente como para interesarme en conocer quiénes son los personajes ni las escenas representadas, pero la idea me parece útil para el estudioso, acercando al espectador un elemento constructivo del edificio difícil para poderlo apreciar “in situ”. Este es el único espacio del interior, en que permiten hacer fotos, según me dice la encargada de la sala, siempre que lo haga sin flash, y lo hago de la réplica del tímpano de la portada, aunque el resultado es poco nítido. Podéis comprobar que el fuerte de mi precaria cámara no son los interiores sin flash. Antes de salir, ya en la tienda, entre libros y objetos que ofrecen, me limito a comprar una postal de la escena central del tríptico de Memling, que me sirve para el recuerdo, y que me cuesta 1 €.

La Farmacia: Apotheek.
Sin salir del entorno, y pasando por el patio trasero, me encuentro con una exposición Picasso. Intento colarme, pero no cuela y el encargado me reconduce al lugar donde se sacan las entradas. No me apetece pagar para ver a Picasso en Brujas, después de haber visto su museo en Barcelona, el Gernika en Madrid, y lo poco que ofrece de él la ciudad de Málaga.












Lo que sí veo es la farmacia, donde si saco foto con flash del mostrador, las estanterías y los frascos con los nombres, la mayoría en latín, de las boticas que contienen.
 

Cristal y maderas nobles trabajadas por eficientes ebanistas dan sosiego y paz, y colaboran para espantar a las temibles enfermedades de la época. En otra sala destacan cuadros de personajes, probablemente insignes boticarios que, mezclando productos químicos que experimentaban con sus pacientes, eran la avanzadilla de la medicina para combatir las enfermedades del momento. También los muebles bajos de esta sala ofrecen una talla de gran valor artístico. Se ve que eran de calidad los artesanos que los hicieron.
 
Veo desde dentro de esta sala un jardín que no se puede visitar, así que lo fotografío a través de las vidrieras de un gran ventanal. Se trata de un patio con pozo central rodeado de hierba bien recortada, setos de boj y otros arbustos, junto a un ciprés, todavía enano, todo ello al pie de unos edificios con nobles ventanucos pero con estructura menos noble, de ladrillos, algo ya habitual y visto en los edificios que llevo visitados. Configuran un espacio de tranquilidad que, vacío de gente, contrasta con el bullicio turístico que ofrece la ciudad. Pienso que ese contraste también se produciría en la época e intuyo, en aquella Brujas de entonces, una ciudad también bulliciosa. Al igual que el grupito de españoles con los que he coincidido en la iglesia, a lo largo de la jornada veré a muchos otros de Madrid, Cataluña, Asturias, Badajoz y Málaga. Con todos ellos fuerzo la conversación para contarles lo que estoy recorriendo a pie, aunque precisamente la venida a Brujas haya sido una excepción en mi viaje de caminante. Así me voy enterando de sus procedencias y comprobando que yo también no dejo de ser un turista más que, como la mayoría, no le queda otra alternativa que recorrer esta ciudad pateando. También oigo castellano de allende los mares, con distintos acentos hispanoamericanos.


Al salir, entre el museo donde se expone la obra de Picasso y la Botica, veo una escultura. Se trata del abrazo entre dos monjes. Unas figuras realistas en las que los pliegues de los hábitos y capuchones son elementales y también sus manos y sus cabezas. Es un abrazo respetuoso al que le falta calor. Un abrazo de amigo requiere otra forma de expresión. Me acuerdo de la “Besarkada” de Chillida, el homenaje a su amigo Ruiz Balerdi, que se ofrece en la confluencia de las playas de Ondarreta y La Kontxa, en Donostia-San Sebastián, al pie del Palacio Miramar, en un lugar de incomparable belleza. Siendo aquella una escultura mucho más hierática y de líneas tan elementales, se aprecia mucho más el abrazo entre amigos y me emociona mucho más que ésta. Según estoy escribiendo en mi ordenador, tengo a mi derecha la foto que me sacaron en la quinta etapa de este viaje que inicié en 2006 (y ya estoy en la nº 394), donde el caminante se abraza al abrazo entre los amigos, como envidioso de esa amistad y con el deseo de formar un trío amigable.
 

En ella, las cabezas de los protagonistas, sustituyen al castillete de Igeldo que es emblema donostiarra y que hace reconocible la ciudad. Un lugar perfecto para tener una visión de conjunto de la capital de Gipuzkoa. Antes de abandonar el lugar, saco foto del otro edificio de ladrillo que, aunque no lo he visitado, alberga la exposición de la obra parcial, necesariamente parcial, de Pablo Ruiz Picasso.
 
¿Será este Ruiz, o el abrazo en sí, quien me ha traído al recuerdo a Balerdi? Y otra de el espacio que ofrece otro edificio y, al fondo, la torre campanario de la iglesia de San Salvador, que veré desde muchas vertientes y a la que dentro de un rato me acercaré.

 




Más iglesias: San Salvador y otras. Y Zara.
La sensación de aplastamiento con tantas y tan altísimas iglesias va “in crescendo”. También el barullo, con tanto turista. Paso junto a otra iglesia que tiene algo de castillo y también de arquitectura florentina o pisana. Es a lo que me recuerdan sus arquillos y columnillas de la fachada de torres cilíndricas.








La torre de Notre Dame y todo el edificio entremezcla poca piedra y mucho ladrillo pero, aunque lo intenta, no llega al cielo. Sus vanos vidriados apuntan al gótico. Todo tiende hacia el deseo de llegar a Dios.









En cualquiera de las calles el visitante se encuentra con edificios nobles, aunque aquí la nobleza no parece tanta por la cantidad de ladrillo empleado. Destaca la ausencia del granito y el mármol, incluso faltan edificios de arenisca que, de las piedras, es una de las más vulnerables, tan vulnerable como yo en mi viaje.
 
De tantas iglesias como hay y haciendo el recorrido que hago, ya no sé si las nuevas que veo son o no las mismas que he visto antes desde otro lado. Así veo otra iglesia con grandes vidrieras que cierran espacios góticos, con terrazas y torreta central que, al fondo, ofrece de nuevo la torre de San Salvador, que ya había visto antes desde el patio entre museo y botica.
 












Ya que estoy aquí, me acerco a ella. Aunque sin dejar el ladrillo, ésta ya tiene más estructura pétrea. Saliendo de entre callejuelas, ahora ya se ofrece San Salvador desde una gran plaza y con mejor perspectiva visual. En la medida en que estos espacios permiten el alejamiento del espectador, la sensación de agobio se reduce. También colabora el alto arbolado que, de alguna manera, permite un descanso intermedio entre las alturas. Pero la catedral de San Salvador está en obras y no se puede visitar.
 
También esta plaza y las calles colindantes están muy concurridas, no en vano estamos en el centro del casco histórico de la ciudad. Encuentro allí a dos chicas y dos chicos que están haciendo un trabajo de colaboración con una granja ecológica. Han aprendido a ordeñar cabras, a trabajar la tierra. Son de Madrid. Llevan cuatro días y la espalda ya la notan resentida. Me piden que les saque foto con su cámara y yo no lo hago con la mía. También se me olvida darles mi blog, que me habían pedido.







Saliendo de la plaza de la catedral, veo por una de las calles, a lo lejos, la torre de la iglesia de la Magdalena y hacia allí me dirijo. De camino veo otra gran plaza y otro gran pincho de iglesia gótica que pudiera ser de nuevo Nuestra Señora. ¡Qué mareo con tanta iglesia!
 








Paso por un edificio de colores rojizos que no desentona con el tono teja del ladrillo de los otros edificios y que es la sede que ha elegido la multinacional Zara para vender sus productos. Una muestra tardía de dominio español, no solo en los Países Bajos sino también en el mundo. Se puede decir que el magnate hispano puso una pica en Flandes. Con todo, este edificio resulta muy

recargado por su decoración plena de dorados. 
Sin saber flamenco, yo diría que Tweede Afprijzing quiere decir que estamos en época de rebajas de verano. Así llego a la plaza Mayor, también llamada plaza del Mercado. Al fondo el campanario de la torre cívica que, mirando el mapa he confundido con la iglesia de la Magdalena y ahora corrijo mi error.

Plaza del Ayuntamiento (Stadhuis): concierto.
Llego a la plaza del ayuntamiento con un bello conjunto de casas que la conforman. Está montado un tinglado y un grupo con cantante solista ensaya para ajustar el sonido.






El concierto está previsto para el atardecer de hoy y me gustaría ver, al menos, el comienzo. No me conviene trasnochar si mañana quiero ir a la playa. Hacia el medio de la plaza han levantado un andamio desde donde controlan la luminotecnia y el sonido.
 

Hace feo en un conjunto tan bien equilibrado y bonito, pero habrá que perdonarlo por su carácter de provisionalidad. En zona central hay un monumento con base cilíndrica con dos figuras humanas y banderas que no sé qué acontecimiento conmemora. Si hubiera estado en Francia, habría pensado en Juana de Arco, pero estamos en Bélgica, así que lo descarto. El personal aprovecha sus gradas para reunirse y tomar asiento. Más cómodo aquí que en el suelo. Estoy un rato deambulando por esta plaza tan variopinta, llena de gentes tan diversas y escuchando los sones musicales, hasta que decido continuar pateando la ciudad. Encuentro una pastelería. La lleva un chico que está hablando con un cliente. Me ofrece y pruebo un trocito de pasta que, aunque está muy buena, me atrae más un pastel que compro por 3 €. El pastel se llama “miserable” y está rico, aunque peca de exceso de mantequilla en su interior. Aunque lo intenta, no llega a ser un pastel ruso. En la plaza encuentro un restaurante que ofrece conejo y lo ficho para la hora de cenar. Después de tantos días buscando “lapin” en Francia y va y lo encuentro en esta ciudad belga.
 
Busco una terraza tranquila para tomar algo corto, que no sea cerveza que me obligue a levantar esta noche demasiadas veces de la cama, pero no lo encuentro. Mi idea era la de estar sentado y con amplio espacio de visión como para poder dibujar algo interesante. No encuentro ese espacio deseado y sigo pateando la ciudad.

Teatro y Papageno. Jan Van Eyck.
Es así como llego al edificio del teatro. No hay nada programado para hoy sábado. En los paneles se ofrece ya los espectáculos de teatro, ópera, conciertos y otros varios para la próxima temporada. Ante los tres grandes ventanales, ondean tres banderas, la central es la belga y alguna de las otras dos supongo que será la de la ciudad de Brugge, ¿y la tercera?

Acorde con el lugar, delante del teatro hay una escultura que representa a Papageno, el duendecillo de la Flauta encantada. ¿O es del Sueño de una noche de verano, de Shakespeare? (Habrá que comprobar). Saco foto de conjunto y continúo por la calle de la Academia, donde me llaman la atención dos edificios. En uno de ellos, que también es de ladrillos, la piedra se reserva sólo para algunos elementos arquitectónicos seleccionados, un mirador, sujeciones de las ventanas y las esquinas, tanto la que colinda con la iglesia a la izquierda, como la otra en que cuelga en su hornacina una virgen con niño bajo un floreado baldaquino.






También una iglesia, ésta ya de piedra en toda su fachada, que se sabe que es un edificio religioso por la pequeña cruz que se erige en la cima de su tejado a dos aguas. Destaca su balconcillo lateral soportado por una fina columna y yo diría que no tiene actualmente uso religioso puesto que, junto a la bandera belga y la de la ciudad, ondea también la europea.

 
Según mi mapa podría coincidir con la Logia de los Burgueses, pero es algo que no puedo asegurar. Es así como llego al punto final de uno de los canales, donde está la estatua de Jan van Eyck. Allí me encuentro con una parejita de badajocenses y a una malagueña a los que fotografío. Vemos al pintor con su cuaderno de dibujo en una mano y el lápiz en la otra, cogiendo apuntes de edificios y personajes de la ciudad que luego plasmaría en sus óleos.










Los de Badajoz no conocen su playa en Portugal, Praia Meco. Les hablo de Mérida, Fuentes del Trampal, Zafra y Almendralejo. Antes de despedirme de los compatriotas, me asomo al canal, donde ya a estas horas no circula ninguna embarcación.



Regreso a la plaza del Mercado. Amor.
De regreso, paso por otra iglesia. Otra más. Tiene un alto y estrecho campanario y ofrece muchas figuras, ¿de santos? En su fachada exterior. Lo mismo en la principal como en las laterales. Imposible saber a quienes se representa en esta iconografía. Mi interés no es tan grande y tanto lo que no puedo informar, como lo que diga erróneamente, está sujeto a ser corregido por quienes conozcan bien las fotos que ofrezco, pues estas si son verdaderas, no inventadas.

 

Por otra de las calles veo pasar carromatos rodados arrastrados por caballos conducidos por cocheros y que producen un ruido no muy grato al rozar sus ruedas con el empedrado. Es un precio a pagar de servidumbre por aquellos que no los usamos y que sólo sirve a los que trabajan en ello y a aquellos usuarios que desean dar un paseo por la ciudad en medio más exótico.
 
Es así como llego a una escultura en bronce donde, al pie, figura la palabra “amor” en muchos idiomas. No lo encuentro ni en castellano, ni en euskera. Llego de nuevo a la plaza. En el ayuntamiento siguen ondeando las banderas. El ensayo de los músicos sigue.
 
Saco foto de nuevo del ayuntamiento, esta vez algo más centrado. También de uno de los ángulos interiores, con edificios más bajos pero a cual más bonito. El que sean menores de tamaño no quiere decir que lo sean menos en calidad artística, aunque muchos siguen siendo de ladrillo. No así el que está haciendo ángulo, que es de piedra. Lo único que lo estropea un poco son sus figuras doradas. ¿Será para producir señal de riqueza?
 
¿No saben que no es oro todo lo que reluce? Como todavía es pronto para cenar y me han dicho que el concierto empezará a las ocho, me entretengo allí un rato escuchando el ensayo y observando el espectáculo de los que pululan alrededor del mismo. Me alejo un poco para sacar una foto de conjunto. Se ha acercado un grupo de jovencitas. Se ve que están disfrutando. Una de ellas menos, puesto que tiene dos muletas y no puede moverse al ritmo que a ella le gustaría. El cantante solista del grupo les invita a que se acerquen.

 
Se les ve que están felices. Pero llega la monitora amargada y les obliga a retroceder y quedarse con el resto del grupo. Las jovencitas obedecen y regresan a su sitio con cara de circunstancias. Han dejado de ser protagonistas y de que un chico majo les considere y les haga caso. Mientras estaban pegadas al escenario, ha llegado un grupo de jóvenes mujeres que traen a una compañera vestida con una mezcla entre tu-tú y vestido de can-can. Parece que se trata de alguna despedida de soltera.

 
Con su boa de plumas, le sacan unas fotos con el solista. Una vez que todos los componentes del grupo han ajustado sus micrófonos a la potencia deseada, dejan de ensayar y yo me voy a cenar. Me conviene hacerlo antes del concierto. Así estaré libre de marcharme del mismo cuando me dé la gana.

Cena en Tom Pouce.
Como he dicho antes, el restaurante que he elegido está en la misma plaza. Son las 18:30 cuando elijo la mesa para cenar. Los camareros todavía están retirando utensilios de las mesas, de los clientes usuarios de la tarde.


Se ve que no tienen ningún deseo de empezar con las cenas a hora tan temprana y tardan en atenderme. A mí no me importa mucho que no me atiendan enseguida, puesto que tengo mucho diario para escribir. Por fin vienen a tomarme el pedido y anotan: media de mejillones (sin patatas fritas) y conejo guisado a la flamenca. Pero el vino que ofrecen es botella, ½ litro o copa. Yo quiero un cuartillo pero no me lo pueden dar porque el sistema informático no ofrece el precio del mismo. En vista de lo cual, pido una garrafa de agua. Pero aquí no estamos en Francia, donde te la sacan casi sin pedirla, aquí el agua es de botella y se paga. No es tanto el precio, como el placer de acompañar el “lapin” con un poco de vino. Me compensa el gusto de comer gazapo después de tantos días en Francia sin poderlo probar. Es plato de invierno, me decían. Se ve que en Bélgica, algo más al norte, el invierno está más cercano. Tarda en venir el primero y yo sigo escribiendo. Pero cuando llega, el camarero casi me pone los mejillones encima de mi diario. ¿Qué culpa tengo yo de que esté enfadado? Y le pongo cara de desagrado. El segundo plato me lo pone con más cuidado sobre la mesa. Yo también estoy más atento. Es, junto con el que comí en Barcelona en el Velódromo recién reinaugurado, en 2009, invitado por Carmen e Ignasi, uno de los mejores conejos en salsa que he comido en mi vida. Dejo aparte los riquísimos que, con salsa de caza, hacía mi madre. La caza era su especialidad. Finalmente, sin comer postre, pago 38 € con Visa y digo al camarero que felicite al cocinero por el riquísimo lapin a la flamenca.

Regreso al hogar: Europa
Han dado ya las ocho cuando me quiero acercar a la zona del concierto, pero ahora está vallada, hay que pagar un euro y el concierto no empezará hasta después de las 20:30. Como ya les he oído antes, y como creo que se me va a hacer demasiado tarde para llegar al Jeugderberg a una hora prudencial, decido iniciar el regreso. Paso por una bombonería y para que no se diga que no los he probado en tierra de los Leónidas y comparsa, compro tres y me los voy comiendo por el camino. Pago 1,80 € por ellos. Para las ocho y media ya estoy pasando por un edificio con más banderolas, por unas calles ya casi desérticas, en la medida en que me voy alejando del centro, aunque no ocurre lo mismo con las terrazas donde sirven las cenas. Me he desviado un poco para ver ese edificio y luego retomo el camino más recto. Un poco antes de las nueve y con la jornada aún de día, entro en el albergue juvenil. 
 
Saco foto del portón de entrada. El Europa es mi hogar. La costa europea mi camino. En recepción compro 30 postales a 20 céntimos: 6 €. Cuando entro en la habitación, ya están todas las camas ocupadas, pero nadie en la habitación. A las diez llamo a Vera. Se lo han pasado muy bien en la playa de Zumaia, que les ha gustado su flissh y que Gari ha disfrutado cogiendo olas. Me dice que cuando le escriba a Gari que lo haga con mayúsculas, para que así se acostumbre a leer reconociéndolas. Le cuento lo de los albergues, el calor previsto para mañana y la fiesta nacional y la coronación del nuevo rey. También los fuegos artificiales previstos para mañana por la noche. Han sido cinco minutos y para las diez y diez ya vuelvo para acostarme. Para cuando llego a la habitación, el japonés ya se ha acostado (me dirá que es de Japón, mañana en el desayuno). Los otros cuatro van llegando paulatinamente. Mañana también sabré que son paraguayos y que están haciendo un curso en Francia de Banca y Finanzas. Una vez que vienen del continente americano, quieren ver todo lo que pueden de Europa. Según llegan, yo me hago el dormido. Se tumban vestidos sobre la cama y sin molestarse en poner las sábanas. Pero durante la noche irán apareciendo y de madrugada ya todos estarán cubiertos. Sólo me levanto una vez a orinar. Para las siete ya estoy levantado, afeitado y bajando a desayunar.

Balance de un día brujo.
No sé quién tradujo Brugge por Brujas, puesto que significa canal o, al menos, algo relacionado con agua. Después de mi desayuno en Westende, del paseo por el borde del mar en el paseo marítimo entrando en Oostende, y de no tener sitio en el albergue juvenil, lo más destacado del día ha sido la buena atención del recepcionista que me ha permitido invertir el orden de la visita a Brujas. También he sido bien atendido en el otro albergue, he visitado la ciudad tan valorada, pero que a mí me ha agobiado bastante con sus aplastantes torres de iglesia. He disfrutado con el ensayo del concierto que no he podido oír finalmente y con el riquísimo conejo a la flamenca, aunque el servicio del Tom Pouce no se ha portado nada bien conmigo. Esta experiencia de gran ciudad ha de servirme para cuando decida visitar otras ciudades en este mi camino tan pedestre.

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