jueves, 4 de enero de 2018

Etapa 41 (398) Groot Valkenisse-Kastel Westhove

Etapa 41 (398) 24 de julio de 2013, miércoles.
Groot Valkenisse-Zoutelande-Westkapelle-Domburg-Kasteel Westhove-Oostkapelle-Kasteel Westhove.


Amanecer en la playa.
Me despierto a las seis, aunque hace ya un rato que el viento me está obligando a cambiar de posición y me hago el remolón. Agachado, saco todo fuera de los bajos de la caseta. Salgo y me visto de pie. Tieso estoy más a gusto. Hacia las seis y media, con parsimonia, empiezo a caminar.




Vuelvo la vista atrás y fotografío el grupo de casetas, para que quede constancia de que he dormido bajo la penúltima, la de puertas gris azuladas próxima a la de azul más intenso. Así me voy acercando hacia donde están los edificios de otros servicios de la playa, el bar y cafetería, todavía cerrados a estas horas, y los servicios de vigilancia, entre otros. 

Llego a la gran escalinata que supera la duna. Sin dañarla y que sirve para acceder y salir de la playa. Allí compruebo que estoy en la playa de Groot Valkenisse. Eso me confirma que he dormido en dicha playa.

 

Pero no va a ser esa escalera por la que yo vaya a subir, ya que todavía puedo continuar otro trecho más por la pasarela de tablones que sigue hasta otro grupo de casetas grandes con más servicios, donde lo que destaca es su cafetería con terraza más próxima a la orilla y, también, más cercana a Zoutelande.


Zoutelande.
La escalera, casi vertical, me lleva a un camino que continúa sobre la duna. Desde arriba, a lo lejos, ya puedo ver el próximo pueblo de Zoutelande, que sale hacia el mar, pero bien protegido del embate de las olas por un dique artificial con apariencia de duna verde.

 

Como por allí, la posibilidad de que se forme playa, ni siquiera en marea baja, es inexistente, la playa de Zoutelande se configura antes de llegar. La veo desde el paseo, sobre la duna natural, y sigue la misma estructura de las playas anteriores, con su hilera de casetas multicolores pero en tonalidades apagadas, donde proliferan los grises, y con los diques que van hacia el mar y que protegen para que el movimiento de las olas no se lleve la arena.

Cuando estoy llegando al pueblo, en el reloj de la iglesia están dando las siete campanadas matutinas. Todavía es temprano y no hay cafeterías abiertas para desayunar. Llego a una panadería, en la que no sé si sirven cafés o no, pregunto y me dicen que abren a las siete y media. Antes de marcharme para hacer tiempo, saco una foto de la joven que me ha respondido y que está subida en una escalera. Volveré aunque sin saber si recibiré el café con leche deseado. Al pasar por la iglesia, la fotografío junto a un arriate florido de geranios trepadores en cuya cima ha crecido una señal de prohibido el paso.
 

Como no tengo seguro el desayuno allí, decido saltarme la señal de prohibición y me voy marchando de Zoutelande. Sin llegar a salir, al otro lado del pueblo, observo desde la duna-dique, cómo en la rampa de ascenso se piensa en los mayores. A distintas alturas, han colocado bancos, que les permitirá ascender con parsimonia y propicios a la tertulia. Me está gustando Holanda.

El camino continúa a media altura del dique-duna. La playa vuelve a retomar las mismas características de la que traía esta mañana, los mismos elementos de fijación de la arena, similares casetas de baño, edificios de bar y restauración, así como puestos de vigilancia y seguridad. Ya saliendo del pueblo, llego a un astillero donde están construyendo una nave.


Se puede apreciar la proa y la popa, pero babor y estribor quedan más bajos y no los puedo ver, ni aun saltando. Por su forma, me recuerda a las carabelas con las que descubrieron América. Poco más adelante encuentro un campo segado y bien delimitado por troncos de árboles.


Lo que más me gusta es el conjunto de flores silvestres que hay delante que, junto a florecillas blancas, azules y de otros colores, destaca el rojo de las amapolas. Así continúo el camino hasta llegar a un puente donde dudo qué camino me conviene coger y opto por la carretera, que es la que me indica ya que Westkapelle está cerca.

 

Desde ayer, la cámara me está diciendo que necesito cargar la batería.

Westkapelle.
El puente sobre un entrante de mar, lago, río o canal, podría ser el lugar delimitador de las dos poblaciones. En la carretera veo un desvío a Domburg a 12 kilómetros, pero yendo por interior. Por la costa va a ser algo más largo. Creo que Domburg será buen sitio para comer, cenar y dormir. Poco después, veo un indicador de Westkapelle a 3 y Domburg a 9 kilómetros. Ya de lejos empiezo a ver un edificio, como una torre de iglesia, pero con la linterna del faro en lo alto. 
 
No acabo de entender la razón de semejante construcción, aunque justificaría el nombre de Capilla del Oeste, que es la traducción que me sugiere el nombre del lugar. Por mi posición, cuando llego, la torre me parece que está algo inclinada, como empujada por los vientos del mar del Norte, Noordsee. De cerca tiene estructura de torre campanario de iglesia. Como está cerrada y lo que quiero ahora es desayunar, la dejo para verla más detenidamente cuando abandone el lugar.

Me acerco a la plaza, donde veo otra iglesia menor y más acorde con la pequeña población.

Rabobank.
Con este nombre me entero de quién patrocina el equipo ciclista pues, aunque no sea aficionado al ciclismo, todos los veranos coincide mi viaje de verano con el Tour de France y me suelo interesar por la marcha de los ciclistas patrios en la prueba, en especial por Alberto Contador y Aimar Zubeldia. Entro con cierto temor en el banco, pues no sé qué me va a preguntar y ofrecer el cajero automático, aunque siendo miércoles, si tuviera alguna dificultad lo podría solventar preguntando a alguno de los empleados que trabajan dentro. Pero en ese momento llega un hombre y me inicia en el juego con la máquina. La ayuda del señor es mínima, pero la justa y necesaria: -mete la tarjeta- me dice. Por suerte, tengo opción de hacer toda la operación en castellano y, como ya es habitual, después de pedirle los 200 €, no me informa de la comisión que me va a cobrar mi banco por la operación. No me importa porque ya la sé, será el 4%. Ocho euracos que me duelen. ¡Ocho, por sacar mi dinero! Si estamos en Europa deberíamos estar para todo, lo bueno y lo malo, pero los bancos, los poderosos, no tienen entrañas de madre. El dinero ansía dinero y se muestran insaciables. Ya con monis en mi bolsillo, puedo atreverme hasta a hacer un desayuno pantagruélico. Anoto como gasto de la operación, en mis cuentas, los 8 €.

Carpe Diem.
La Bakkerij Carpe Diem está abierta. Es una panadería en la que sirven cafés. Sólo tiene una mesa redonda dentro, de la que me apodero hasta las 9:15 horas, ya que nadie vendrá a desayunar en el rato en que esté yo. Tampoco en la panadería se forma tan larga cola como la que se formó ayer. Continuamente están entrando clientes, pero se dosifican. Parece como si cada cual tuviera su hora cogida. Desayuno un caracol y un pastel de manzana, que compensa de alguna manera mi frugal cena de ayer. Junto con un café con leche normal y sin azúcar, pago 4,65 € en efectivo. La señora se ríe por mi saludo “carpe diem”, “haz lo que quieras”, aunque en mi caso es más: “haz lo que puedas”. Es una confirmación del espíritu que ilumina mi camino. Me acuerdo de poner a cargar la batería de mi cámara. Es algo temprano para llamar a mi hermana Lucía, y espero acordarme cuando llegue a Domburg. En la de ayer había, pero en esta pastelería no hay toilette. Confío en poder aguantar hasta llegar a Domburg. Escribo mi diario mientras doy tiempo a que se cargue la batería de la cámara.


Torre eclesial y faro.
Cuando dejo de escribir, retorno a la torre de la iglesia con intención de subir hasta la linterna, pero la torre permanece cerrada a cal y canto, así que no podré ver las posibles maravillas visuales que ella ofrece. Quedarán para otros. La foto de ahora, comparando con la que he sacado al llegar, se diferencia en que ésta es ya con sol. Pero, al estar a contraluz, se aprecia con menor nitidez. En vista de que subir a las alturas no es posible, me entretengo con lo que se me ofrece a ras de tierra.







Un pequeño y sencillo cementerio aledaño a la torre, con lápidas enclavadas en vertical, es lo que se me ofrece y me agrada. Las tumbas están protegidas del sol por copas frondosas de árboles. Hay un seto separador, pero desconozco la razón por la que se separa a los muertos. 

 
¿Razones de creencias? Las religiones han buscado más en lo que les separa que en lo que las une. ¡Así les luce el pelo! Después del éxito obtenido, decido volver a la plaza.

De Tijd y el mercadillo.
Paso por un callejón para regresar de nuevo a la plaza donde he desayunado. Ahora la terraza de De Tijd ya está en funcionamiento, con muchas más mesas para elegir, ahora que ya no las necesito.
 

Veo unas aspas de un molino, que ya tengo anunciado en mi mapa, pero por muchas vueltas que doy no acabo de ver cómo acercarme a él. Como ya no tengo nada que hacer en esta plaza, me voy acercando a la costa con intención de superar el dique y, si fuera posible, darme un baño en el mar. Según voy saliendo, veo cómo se van colocando las mesas y toldos para preparar el mercadillo del miércoles.
 
Lo que ofrecen son objetos, nada de ropa, nada de fruta. Llego a otra plaza. A un tinglado de madera, donde también hay escaleras que ascienden hacia el dique, le llaman el puente de la libertad (Liberty Bridge).





Voy a pasar por debajo. Allí, al lado, hay una especie de barco anfibio, no me atrevería a llamarle submarino, con la compuerta abierta, como si ofreciera sus fauces para algo jocoso.
 
¿Quizás un juego de Criquet? Unas mazas de madera me dan esa posible pista. Paso por debajo del puente, asciendo las escaleras, me acerco a la embarcación que está ahora en dique seco, fuera de su entorno natural, y veo las dimensiones y lo que soporta encima. Mis conocimientos de náutica no son tan fuertes como para aventurarme a decir qué tipo de embarcación fue en su época dorada marina.



Asciendo el último tramo de escalera y, en la cima, un tanque ametrallador apunta pero no dispara. ¡Menos mal! Si se girara, me tendría a huevo.





Cuando llego a la cima de la duna, veo que el mar pega al dique y que no se ofrece ni pizca de playa.
 

¿Será por la marea alta? Desde arriba saco una foto de despedida de Westkapelle, con la iglesia de la plaza, la torre-faro, el molino, las casas, y el barco anfibio. Así despido este lugar donde lo más importante que he hecho ha sido: desayunar y cargar la batería de la cámara. Un tiempo bien aprovechado.

De Westkapelle a Domburg.
Saliendo hacia Domburg, encuentro un faro y saco foto. Lo que más me sorprende del mismo es que lo coloquen en el interior detrás del dique y, aunque la linterna sobresale del mismo en altura, creo que lo podrían haber colocado más visible, en la parte alta.
 

Pero aprovecho para mostrar también cómo va el trazado de los sistemas de circulación. En la parte alta del dique va, con suelo rojo, el camino peatonal. Hacia el lado del mar, las bajadas a la playa. Habrá arena o no en función de la altura de la marea. Hacia el lado del interior, está el carril-bici. 

Y más adentro, la carretera para los vehículos. Así todos contentos y sin estorbarnos los unos a los otros. Un poco más adelante, veo edificios propios de costa, pero que no sé qué función cumplen. Pueden ser bares o de vigilancia. Lo más curioso es que el dique inclinado también también hace de carretera.


Al fondo veo otro faro, éste ya en lugar más conveniente, al que me voy acercando cuando empiezan a caer algunas gotas de agua. Se va animando y me tengo que cobijar en un templete con asientos hacia los cuatro puntos cardinales. No es mala idea esta construcción protectora, ya que dependiendo de la dirección del viento, unos espacios protegen y otros no. Me cobijo aquí para escapar de la lluvia. Tengo gana de orinar. No puedo aguantar más y decido hacerlo allí. No hay gente paseando y, como mucho, de algún coche me podrán ver la pilila. ¡Seguro que esta noche no duermo de temor!
 
Hacia el interior se ven tramos de agua canalizada y marisma. En el lado del mar las aves revolotean, mientras que en la marisma están apaciguadas. Sigo adelante y en la playa ya se empiezan a ver los diques que preservan la arena del embate de las olas, lo que me hace pensar que estamos en marea alta.


Ahora se mantienen los caminos, pero la carretera se ofrece ya en dos posiciones, siendo la de arriba compatible para vehículos y bicicletas. En un espacio propicio para el reposo, aunque los asientos no sean especialmente cómodos, ofrecen dos esculturas de estructura tubular, que representan dos vacas holandesas que, en su esquematismo, juegan con la estética pero no ocultan el paisaje. Son transparentes.
 
La marea empieza a bajar y ya se puede ver la playa. También veo algún edificio alto de Domburg en la lejanía. Empiezan a aparecer de nuevo casetas de playa pero, quizás por los diques que van al mar, estas playas no me acaban de gustar, me parecen muy artificiales.
 

Un gran grupo de ciclistas se ha metido por el camino para peatones, aunque pronto podrán pasar a su carril, una vez terminen de bajar de la parte más alta de la duna.  



También me topo con el carril de arena suelta dedicado a los jinetes y sus caballos. En la medida en que ya me estoy acercando a Domburg, lo que quiero es saber dónde está el stayokay, si está antes o después de la ciudad. No conseguiré enterarme hasta estar ya dentro de Domburg, pero resultará que el albergue anunciado está en terreno de Oostkapelle, lo que traduzco como la capilla del Oeste. Pero de momento no lo sé. Tras varias preguntas infructuosas, voy entrando en Domburg.


Domburg.
Después de pasar el golf, retrocedo, puesto que hay unos edificios que muy bien pudieran albergar el stayokay, pero allí no consigo hacerme entender y casi seguro que aquello no puede ser el albergue juvenil esperado. Llego a una pequeña iglesia, no mayor que una ermita. Son las 11:15 en el reloj de la torre, lo que me confirma que mi desfase con el reloj de la cámara (11:30) es de un cuarto de hora. Esto está siendo una constante en mi viaje de este año, que deberé corregir para los sucesivos. Pasada la iglesia, y ya de lleno en la urbe, empiezo a buscar la oficina de turismo, pero tampoco encuentro indicación de las tres V. Siguiendo la calle, encuentro una flecha indicadora: stayokay Domburg. Ya estoy encaminado y sigo la flecha, camino y camino, pero no la vuelvo a ver. Por fin veo una señal con el nombre de la calle donde sé que está el albergue: Duinvlietweg, pero la flecha está tan confusamente colocada que no sé si debo ir hacia la derecha o hacia la izquierda.
 

Decido coger la derecha, porque allí hay una casa. Entro al patio y pregunto a un hombre que está leyendo el periódico y que me dice que la dirección correcta es la otra. Fotografío una mansión en un entorno arbolado magnífico. Pronto llego a un edificio. Se trata del Museo Terra Maris. Allí me dice una chica que el Hosteling es el siguiente edificio.
 
Nada más verlo, intuyo que voy a tener sitio para pernoctar, aunque no sé por qué, puesto que veo mucha gente pululando por el entorno. El edificio es precioso. Se trata de un castillo acondicionado como albergue. Lo fotografío. Es una buena idea ésta de construir un stayokay rehabilitando para uso público un edificio noble. También el entorno es admirable, puesto que está rodeado de bosquedal y de ríos que comunican con estanques en los que flotan nenúfares floridos. Todo muy bucólico. Parece como si el príncipe y la princesa del castillo fueran a salir a recibir al caminante que llega a Flandes desde la, en otros tiempos, opresora Hispania. El lugar es idílico, muy apropiado para pasear y regodearse en días de vacaciones pero, en la dinámica de mi viaje, me falta ese tiempo del que otros, más contemplativos, disponen. Para ello tendría que pasar dos o tres días al menos y mi plan es el de avanzar, aunque mi objetivo no sea llegar a un lugar concreto.

Stayokay Domburg.
Como he podido comprobar, el albergue-castillo, aunque lleva el nombre de la ciudad precedente, está en terreno de Oostkapelle, el siguiente pueblo que se configura urbanísticamente más hacia el interior, aunque bien conectado con Domburg. Nada más entrar, la chica que me atiende en recepción me dice que tengo cama en habitación a compartir para seis personas. Le doy mi conformidad. Le pregunto si también puedo comer y me dice que no, pero sí cenar. El desayuno está incluido y la factura asciende a 42,10 €. Me parece algo caro, pero estoy de acuerdo. Intentaré saber el precio desglosado. Me apetece cenar allí, porque así no tengo que andar pensando qué comer. Espero que no me pregunten mucho durante la cena y me dedicaré a observar lo que comen otros de lo que ofrezcan. Una vez hecha la cuenta, saco la Visa. Pero la Visa no va. La recepcionista se impacienta. A regañadientes la chica lo intenta por tercera vez, pero resulta infructuoso. No está dispuesta a marcar todos los números de la tarjeta, como me hicieron en el primer restaurante de Bélgica, y no me queda más remedio que utilizar el primer billete de 50 € de los sacados del cajero del Rabobank. Le entrego uno de los cuatro billetes con harto dolor. Es como si mi cuenta se incrementara en casi 2 € más. Pero lo peor de esta situación es la inseguridad que me crea. Sólo llevo dos jornadas en este país y todavía me queda mucha Holanda por recorrer antes de entrar en Alemania. ¿Volveré a tener problemas con la tarjeta? Trato de no preocuparme innecesariamente, puesto que en el cajero me ha ido bien, es probable que fuera un problema propio del Stayokay, de falta de cobertura de Internet, o de exclusión de algunas tarjetas por su sistema operativo, pues el anterior que ha pagado con tarjeta, no ha tenido ningún problema.
 

Como todavía están limpiando, no me puede dar la llave de la habitación. Me la prometen para las 15:00 horas, pero puedo dejar la mochila en recepción.

Un paseo hacia la costa.
Salgo del castillo y me entretengo fotografiando el entorno. Saco tres fotos. Una de conjunto desde la entrada principal, donde se puede apreciar la variedad de personas que acoje. Solitarios, parejas, familias y niños seremos los castellanos esta jornada, aunque uno de los más castellanos de idioma, aún no disponga de la llave de su castillo. ¿Cómo será la habitacíón? ¿Cómo sus acompañantes?


También me acerco, retrocediendo, al museo Terra Maris, que ofrece terraza pero no entro. No me acerco, ni sé de qué va, qué ofrece, es demasiado temprano para comer y me meto por la espesura. Todo este espacio pertenece también a Oostakapelle. Cojo dudoso un sendero marcado en rojo y blanco que no sé si me va a acercar o alejar de la costa.


Una costa que, por otro lado, no tengo interés en seguir ahora, puesto que será mi camino de mañana. El camino va entre árboles frondosos, gratos a esta hora en que parece que el día ha empezado a dejar de amenazar lluvia, aunque continúe encapotado hasta la tarde. Veo más estanques con nenúfares. El camino me lleva hacia la pista de bicis y me acaba sacando al mismo lugar por donde he entrado, a la zona del museo y del hosteling. Ahora decido acercarme, retrocediendo, a la ciudad.

Ristorante Verdi y un helado.
Veo ofertas de comida preparada para comer en la calle. No es lo que más me apetece. Entro en un restaurante italiano. Creo que voy a terminar odiando los espagueti boloñesa y, además, no cogen tarjeta Visa, pero entro a hacer una comida frugal, para cambiar otro billete de 50 €, y tener monedas y billetes pequeños. Para no arruinarme, pido la cerveza más barata, una Amstel, y pago 12,75 €. Salgo y dejo todas mis monedas en una heladería donde me venden un helado de ron con pasas que me cuesta 1,50 €.



Paseo por el dique de Domburg.
Lo voy saboreando hacia la costa, por cuyo dique voy paseando. Una casa señorial, de distintas alturas, muy equilibrada, con muchos ventanales y que también es restaurante, es el edificio que más me llama la atención y que me sorprende por superar la altura del dique, algo que en Westkapelle no ocurría. 
 
Más adelante ocurrirá lo mismo con otra casa, esta menos llamativa, aunque en blanco, y con un nombre de mujer en castellano. Sería la mujer de algún gerifalte español destacado en Flandes.
 

Sigo caminando para saber qué recorrido deberé hacer mañana para salir hacia mi siguiente etapa, continuando por la duna. Pido que me hagan una foto con un molino de viento típico holandés. Me llama la atención un edificio que se me ofrece en la cima de la duna. No sé si el exterior es el andamiaje o es así como quedará después de la construcción.



Es de forma cilíndrica. Llego a un lugar en donde, hacia la derecha, parte un camino que, intuyo, me va a llevar hacia el stayokay. Pregunto a una pareja de edad que está sentada en un banco, pero no saben responder a mi pregunta. En ese momento, por el camino llega una mujer con una gruesa rama de árbol y que lleva amarrado a un perro. Ella me confirma que ese camino me lleva al museo y ya me animo a seguir hablando con ella y a bajar a la playa.

La dama del perrito.
Hace quince años estuvo durante uno viviendo en Madrid, donde aprendió bastante castellano pero que ha olvidado mucho por no usarlo. Con todo, su nivel nos permite seguir bien o, al menos, hacer inteligible nuestra conversación. Ella quiere ir por la orilla, pues lo que le gusta a su perro es que le lance al agua el palo que lleva en la mano. Por algo lo lleva. Pero el perro no cumple las expectativas y, como la ola le echa para atrás, él no se anima a ir por la rama hasta que la siguiente ola se la acerca de nuevo a la orilla. Como están ambos metidos de lleno en el juego y ya le he contado a grandes rasgos mi historia con Annick, en Bretaña, me despido de ella agradecido por las informaciones que me ha dado. Subo por otra escalera distinta de por la que hemos bajado a la playa y llego por el dique al punto donde estaba el camino que ella me ha dicho que me llevaría al albergue.


Paseo por el bosque y, de nuevo, en el albergue.
Pero al salir a la pista de bicis, me doy cuenta que voy equivocado. Me entran dudas y sigo. Después comprobaré que iba bien. Y por el bosque llego al albergue, puesto que van a dar las tres.




Como la recepcionista está ocupada, bajo al sótano, donde hay un retrete y hago una deposición normal. Vuelvo a subir pero la chica, además de cobrar, atiende el bar. Me da la tarjeta de la 14, recojo la mochila, y voy a la habitación. Saco foto del foso que rodea el castillo, desde la ventana con lavabo. En la habitación estoy solo.
 

Hago la cama, lavo la ropa, la tiendo en la ventana, donde pega un sol de rigor, que me hace pensar que para mañana estará seca. En la propia ventana, la voy cambiando de posición para facilitar el secado. Como durante el desayuno no había conseguido que la batería de la cámara se cargara del todo, ahora la enchufo de nuevo para completarla. Pensando en ir a la playa, me entretengo escribiendo el diario, pero no sé a qué hora es la cena y tengo que ir a preguntar. Quizá baje a dibujar, o a escribir postales. A las 17:15 horas, llegan un padre con su hijo ciclista. Vienen de Bélgica y se cojen las otras dos camas de abajo. Si viene alguno más tendrá que coger litera alta. El hijo prepara la cama y va a dormir con edredón. ¡Con el calor que hace! Escribo tres postales y pongo señas a las restantes, que iré escribiendo poco a poco.

Cena a las siete.
Son las 19:00 horas cuando bajo a cenar. La cena no es nada brillante, pero trato de hacerla brillar. Aunque para conseguirlo, sin una copita de vino, lo voy a tener complicado. Me siento en una mesa en que está terminando de cenar una pareja. Probablemente los hijos ya han volado, puesto que el lugar se presta a que los padres se despreocupen de ellos. Con esta pareja no voy a tener oportunidad de establecer diálogo. Me hago un revuelto de verdura con algo que está previsto como acompañamiento de un filete, que no sé si es de pollo o de pescado. Es un producto tan seco que no consigo sacarle el sabor. Menos mal que lo acompaña una salsa que me parece rica. La mezcla que me hago es de vainas redondas, alguna otra verdura que no recuerdo y pimientos rojos, verdes y amarillos. Finalmente me hago una ensalada de las que tienen de todo, aunque no canónigos: lechuga, hoja de roble, rúcula y tres aceitunas gordas verdes sin hueso, que saboreo. La ensalada no resulta tan vinagrosa como la de los franceses. Se me acerca un chico para decirme que mi nombre no figura en la lista de comensales. Yo mismo me localizo en la lista. Estoy el primero. He iniciado la cena con una sopa de verdura, que me apetecía más que la de tomate. Parecía que la sopa tenía cebolla, pero debe ser otra verdura que no consigo aclarar de qué clase es. Me como lo que pudiera ser pechuga y la acompaño con lazos de pasta italiana rellenos de algo con salsa de tomate. La salsa que acompaña al seco filete está rica pero es de mantequilla y me acaba empalagando.


Una mujer en mi habitación.
Tras la cena y recoger lo usado de la misma forma que veo hacer a los demás, subo a la habitación. Meto la tarjeta y encuentro a una mujer. Temo que me he equivocado, pero mi tarjeta 14 no habría podido abrir otra puerta. La mujer, ante mi sorpresa, dice: “no problem”. Parece ciclista y luego la veré con su pareja. 
 
Bajo de nuevo a recepción con intención de seguir escribiendo postales. Me acuerdo de que hay Internet y puedo intentar entrar en mi correo. Pero un chaval está jugando y después se lo apropiará una negrita gorda que está con una amiguita, por lo que decido darme una vuelta por el entorno del castillo.

Kasteel Westhove. 
Un castillo rodeado por un foso.
Rodeándolo, saco cinco fotos.


Pongo mi intención en los muros y el agua. Veo en espacio interior una torre que pudiera muy bien ser palomar. Pero no encuentro la forma de acceder a él. Quizás se acceda desde alguna de las dependencias del castillo. En caso contrario no sería inexpugnable. Tiene escalera de acceso y es muy probable que se acceda a él desde el Museo Terra Maris.




Sigo sintiendo este entorno como algo mágico. A pesar de ser un lugar tranquilo no me siento motivado como para hacer un dibujo de él.










 

Tras mi intento infructuoso, acabo llegando al punto de partida, y entro de nuevo en el castillo. Vuelvo al lugar donde los niños siguen con sus juegos de ordenador. Sigo escribiendo hasta once postales y me quedan 19 por escribir cuando se libra el ordenador. Borro correo de KZgunea, respondo alguno y entro en Hotmail, donde hago más de lo mismo. A las 22:15 subo a la habitación.

Dormir en el castillo 
y soñar con los angelitos.
Cuando entro, padre e hijo ya están acostados. El padre, en calzoncillos, pudoroso, se tapa con la sábana. Pasará un rato antes de que entre la pareja. Ella se subirá a sun litera sobre la cama del padre belga y él sobre la del hijo. He retirado de la ventana todas mis pertenencias, prácticamente secas y las he colocado en un rebujo sobre mi mochila, entre los pies de mi cama y el lavabo común. Me quito el calzoncillo y me meto desnudo en la cama y para cuando me tenga que levantar por la noche para ir a orinar, coloco el bañador junto a mi almohada. Sólo ocurrirá una vez en toda la noche. Hoy ha sido un día de poca bebida. Con la cena, sólo un vaso de agua.

Balance de un día con final castellano.
Toda la jornada de hoy ha transcurrido en Holanda; mi primer día completo, pues ayer por la mañana todavía estaba en Bélgica. Día sin baño en el mar y sin hacer nudismo. Disgusto porque no me ha ido bien la Visa en el stayokay. Salvo el pago mínimo que hice en el barco, llevo tres días pagando todo en efectivo y lo que menos me agrada es pagar la comisión bancaria por sacar mi dinero. Menos mal que mañana haré un pago con Visa y la tarjeta marchará bien. El día que empezó gris, siguió lluvioso, finaliza despejado.

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