miércoles, 14 de febrero de 2018

Etapa 45 (402) Rotterdam-Ter Heijde


Etapa 45 (402) 28 de julio de 2013, domingo.
Rotterdam-Schiedam-Vlaardingen-Maassluis-Hoek van Holland-Ter Heijde.

Amanecer en el stayokay. Rotterdam.
Me despierto poco después de las seis. Pero no tengo prisa, puesto que entre semana es antes pero, los fines de semana, retrasan el desayuno media hora y lo dan entre las 8:00 y las 10:00. Me levanto, lavo, visto y, para poco después de las siete, salgo del dormitorio. En vista de que tengo que esperar, bajo a recepción para escribir el diario, puesto que en la habitación, con los durmientes y sin mesa adecuada, no tengo condiciones para hacerlo. Pero abajo, veo los ordenadores libres y me dispongo a leer el correo y borrar lo que no necesito guardar. No puedo acceder a Internet, puesto que hace falta una clave para entrar. El guarda de noche me dice que a él no le diga nada, que ya ha terminado su servicio, y que se lo comente a la entrante. Ella me dice que el servicio es de pago. Le digo que, siendo de la misma organización que el de Domburg, el de allí era gratuito. Cuando, por fin, acaba entendiendo lo que le estoy diciendo, me responde: “distinto manager”. Me retiro a mesa mejor iluminada, pero con balcón abierto, por el que entra demasiado aire fresco. Para colmo, el aire acondicionado aporta aún más frío.

Desayuno y despedida.
Escribo mucho del día de ayer, pero abandono al dar las ocho y abrir el comedor. Soy de los primeros en entrar al comedor y bebo tres zumos de naranja con los que consigo que pasen por mi garganta, el bocata de embutido que me ha preparado y el huevo duro. Una pera, un yogur natural al que hecho bien de azúcar. El otro panecillo redondo lo embadurno de mantequilla y mermelada de albaricoque, a la que añado un poco de otra de fresa, que venía a granel y que he cogido en un platillo. Un café créme al que, sin acabar, añado un capuchino que, casi, me rebosa la taza. Padre e hijo desayunan a la vez que yo. Enfrente desayuna un joven que, al subir a la habitación, sabré que es el motorista que llegó de noche. Salgo satisfecho, tras haber hecho un desayuno que me parece ha sido muy completo. Ahora, una vez sabido el coste de este albergue, puedo hacer cálculo de lo que me costó la cena de Domburg: sería 16,40 € que, siendo sólo una pechuga de pollo, pero habiendo podido añadir todo lo que añadí de ensalada, pasta rellena y verdura, puedo decir que no resultó tan mal. Todo ello en el supuesto de que el coste de la cama fuera el mismo. Lo peor de Domburg fue que no marchara bien la Visa y que la recepcionista no hiciera ningún intento de teclear los números de mi tarjeta en su teclado. ¡Lástima! El chico de la cocina y el bar merellena mi botellín de agua. Voy a recepción y pido un plano de la ciudad. Como nadie me atiende, cojo uno del panel y luego lo miraré. Subo a la habitación y el inglés, el asiático, y el australiano, continúan acostados. Tomo mi pastilla contra la hipertensión y la empujo con el agua recién obtenida. Hago el equipaje. El chico de la moto ha deshecho su cama y el atillo con los tres elementos de ropa sucia lo mete debajo de la cama. Le pregunto si ese es el lugar donde hay que dejarlo, y rectifica y lo pone sobre el colchón. Yo hago lo propio. El austriaco observa cómo hago el equipaje y se asombra de que sea todo mi equipo para dos meses. Como tengo las mochilas puestas, me despido dándole la mano, pero acabamos abrazados y con un par de besos. A veces se muestra así la admiración que alguien produce a otro, aunque sea un desconocido. Es una pena no poder conversar más pero, con lo que hablamos ayer, creo que ya quedo casi todo dicho. Salgo en dirección a la catedral. 

Rotterdam. 
Visita de despedida relámpago.
El cielo está cubierto, pero el sol se está abriendo paso entre nubes y la muestra la tengo nada más salir del stayokay, cuando el sol se refleja en el acristalado de un edificio que parece estar construido con la superposición de contenedores enormes. Por delante, están construyendo otro y las gruas, paradas por ser domingo, están para ayudar a poner la bóveda circular partiendo de las dos bases ya construidas sobre las que se sustentará. Hoy va a ser una jornada en que la arquitectura moderna va a ser protagonista. 
 
También la antigua. En primer término un edificio más bajo, que lo mismo podría ser una estación de Metro, de autobuses, o algún palacio de telecomunicaciones. Parece que tuviera un rádar en forma de platillo volante aplanado. Abajo, hay también muchísimas bicicletas aparcadas. Pero, antes de continuar hacia la catedral, estoy buscando en el edificio donde he dormido, alguna visión curiosa del mismo. Y la logro en la forma en que os presento la siguiente. Es mi granito de arena para contribuir a un día de tan floreciente filigrana arquitectónica. 
 
Por el patio de terrazas me asomo al canal próximo y fotografío a lo lejos un edificio que llaman Westermeijer y que, cuando fue construido en 1898, fue considerado el rascacielos más alto de Europa, el Witte Huis. Salgo del entorno del stayokay y, ahora sí, voy hacia la catedral. Es lo único que tengo intención de visitar. No tengo pérdida, pero para muestra de la buena señalización de la ciudad, muestro este poste que ayuda al visitante, sea turista o caminante. Informa mucho y bien. No tengo más que seguir la flecha hacia la Biblioteca y a Lawrens… que es la catedral de San Lorenzo. 
 
Desde esta posición, tengo oportunidad de conseguir dos instantáneas del stayokay. 

 





Una con los cubos colocados en posición disforme y curiosa, con ángulo como base y techo. Una base que, como comentaba ayer, no se ajusta a las literas adosadas, que requeriría un proyecto rompedor, y que no se ajusta al deseo de uniformación con el resto de stayokays. 
 

La otra foto es más lineal, sin exabruptos, aunque mantiene el mismo esquema que recuerda a las colmenas. Los colores gris y amarillo ayudan a esa asociación, aunque más lo harían el amarillo y el negro.



Catedral y Erasmus de Rotterdam.
Enseguida llego a la plaza de la catedral. En la torre ondea un bandera de barra blanca entre azules, aunque quizás sea un azul verdoso, si bien no me recuerda para nada ni al Betis, ni a Andalucía. Son las 9:10 horas en el reloj de la torre y, en la plaza posterior del ábside, están montando el entramado como para un mercadillo dominical, aunque me parece que lo ponen muy tarde para ser para todo el día. 


Como es domingo, tengo la certeza de que la catedral celebrará misas y podré disfrutar de acceso sin tener que pagar entrada alguna. Pero mi gozo en un pozo. Funciona como museo y no está dedicada al culto. 

 




No sé si la abrirán más tarde, pero no me voy a quedar a esperar a que lo hagan. Pasado el tingladillo mercadillero, saco foto desde el ábside y luego, después de comprobar que está cerrada, fotografío una placa informativa de cuándo fue construida, derruida durante la 2ª Guerra Mundial, reconstruida la torre, reconstruida la catedral y colocado el órgano más importante de toda Holanda. 
 
Saco también foto de las puertas de bronce, que son de construcción moderna y que representan la paz y la guerra. Me alejo hacia el centro de la plaza y ya puedo fotografiar la torre en la fachada principal, al completo. 

 














 






Estoy junto a la estatua erigida en memoria de Desiderio Erasmo. Humanista nacido en 1468. La placa está escrita en latín y en ella se le reseña como S.P.Q. Roterodamus. Mi hija Vera estuvo en Atenas con una beca Erasmus, así que me siento en la buena disposición de persona agradecida. 

 
Bien es cierto que aquella beca fue irrisoria, así que mi agradecimiento no pasa de ser simbólico. Tras fotografiar la escultura de bronce más antigua de Holanda, la de Erasmo de Rotterdam, me acerco a la Biblioteca, que está muy próxima a la catedral. 
 
 











En la foto que saco de ella, por la derecha, aparece el edificio de colmenas del stayokay, con lo que se puede apreciar el reducido espacio en el que me estoy moviendo. Con esta visita a la catedral, se puede decir que doy por terminada mi visita a la ciudad de Rotterdam. No es justo dedicarle tan poco tiempo, pero ese error lo corregiré cuando finalice el recorrido costero de este verano, pues aquí pasaré un par de días de relajo. Ahora todavía veré parte de la ciudad. Al marchar de Erasmus me llega mi momento de nostalgia. Ayer hablé con Vera. Mi mente me lleva a los momentos difíciles de mi separación. Ella estaba ajena a todo, en Atenas, y no era una noticia para dar ni por correo, ni por teléfono. Se enteró al regreso, cuando nuestro matrimonio ya se había roto legalmente. Lloro con desconsuelo. Fue lo más terrible de aquel momento, la separación de mis hijas que, siendo ya mayores de edad, no entraban en el régimen de compartir domicilio con su madre y conmigo. Además las condiciones de calidad de vivienda en la casa materna, en relación a lo que yo pude acceder y podía ofrecer, se decantaba por que se quedaran en la de ella. Época horrible que me lleva hasta emitir algún hipo además de las lágrimas. Estoy solo, intentando salir de esta gran ciudad, y me lo puedo permitir. 
 
La preocupación de seguir el mapa y coger bien la dirección que me lleve a Vlaardingen, me ayuda a olvidarme del doloroso tema. Voy viendo todo lo que me pilla de paso en mi marcha en búsqueda de la costa, a lo largo del puerto y bocana de salida, y entrada del mismo, al mar. Esta ciudad ha construido muchos puentes modernos, por esa razón me llama la atención el primer puente antiguo que veo. La marea está alta, pero no llega a cubrir los tres ojos del puente que, ahora, se me ofrecen orientales, siendo el más rasgado el ojo central. Un faro antiguo, rojo y blanco se presenta al otro lado del puente.

Un árbol con calcetín.
Más adelante veo un arbolito que me trae al recuerdo al de Helleveetsluis. Aunque estamos en verano, a éste ya le han protegido con un doble calcetín, preparándolo para el próximo invierno. Gente precavida esta holandesa. De esta forma, a un tronco recto, anodino y vulgar, le han conseguido poner una nota de color que hace que el caminante se fije en él. La ventaja de esta fórmula, sobre la del Bosque de Homa vizcaíno, es que aquí se puede deshacer sin alterar el tronco intervenido. Curiosamente el bosque de Homa, con el paso del tiempo, y algunos amantes de la naturaleza al natural y poco amigos de la intervención artística, que no justifican, se había conseguido que la pintura casi desapareciera. Pero desde los amigos del arte, que consideran artística la intervención, la pintura se restauró. Así sigue abierta la polémica entre arte y naturaleza. ¿Qué perdemos con el encalcetinado de este arbolito? Que hemos perdido el Norte, y el resto de puntos cardinales, que suele ser perceptible en la corteza.

Periferia de Rotterdam.
Poco después abandono la zona urbana y salgo al puerto. El Nehalennia está amarrado. Parece que no cumple una función marinera, sino que sirve como bar, quizás restaurante, con terraza. Es lo que me da a entender la disposición de las mesas y sillas ordenadas de la cubierta. Como todavía no hemos salido de la parte más urbana del puerto, puedo ver uno de los puentes modernos que antes comentaba. 
 
Al otro lado de este puente, está amarrado un gran crucero transatlántico que cumple su función de hotel ambulante cuando llega a un puerto importante, donde se organizan las visitas a la ciudad de turno, que es lo que caracteriza a la forma de viajar en crucero. Antes de llegar al puente, encuentro un monumento abstracto que rememora otra época terrible para la paz mundial. Se recuerda con él aquél período entre 1940 y 1945 en que se desarrolló la Segunda Guerra Mundial. No es casual que me fije en él, ya que yo nací aquel año en que finalizó la guerra, poco antes de las bombas atómicas en Japón. 

 






Más adelante me encuentro con un edificio eclesiástico, con tejadillos verdes y cúpula dorada, que me recuerda a construcciones ortodoxas y que no sé en qué información me basé para considerarla sinagoga. Hay muchísimos cables intermedios, que intento evitar pero que, por hacerlo, corto la parte alta del edificio. Después, sin preocuparme de evitar los cables, la fotografío con la parte alta que me faltaba. 

 




Avanzo hacia Vlaardingen y llego a un edificio antiguo y enorme que me resulta imposible fotografiar en su totalidad, por lo que lo hago en dos instantáneas. Hubiera podido pensar que en otro momento pudiera haber sido un cuartel militar de época imperial o, en la belle epoque, reconvertido en hotel. 

 
En la actualidad, parece un hotel, aunque no todo el edificio esté destinado a dicha finalidad hostelera. El edificio es de cuatro plantas y semisótano, siendo la última retranqueada y aprovechada parcialmente. La fachada combina tonos rojizos y blancos. Una arboleda en espacio con hierba adorna la zona curva del edificio. 
 



En una avenida más abierta, pasa un tranvía y lo fotografío. Entonces me doy cuenta de que en el edificio que está detrás pone la palabra KUNSTHAL (con la L invertida, como si fuera media T, lo mismo que ocurre con la A). 
 
Esto trae a mi mente la ciudad en que vivo. Allí tenemos una escuela de diseño que lleva este nombre y, por tanto, relaciono el edificio que veo con algo que tenga que ver con el arte. Pero a estas horas estoy menos para ver algo artístico y más con deseos de llegar a buena hora a la costa y poder darme un buen baño en el mar. No obstante, una vez que ha pasado el tranvía, fotografío el edificio que me ha llamado la atención, aunque arquitectónicamente no tenga nada especial para destacar. 
 
Tendré ocasión de ver otros muy curiosos más adelante. En un cartel leo las palabras Rotterdam, lo que me asegura de que aún no he salido de la ciudad, y “verbouwt”, que no sé lo que quiere decir. 

 








Pronto veo un edificio muy largo del que no tengo oportunidad de sacar en una sola foto y si paso al otro lado de la carretera, que tiene mucha circulación, los setos me la ocultarían casi en la totalidad. La saco en dos cachos. Se trata de una iglesia nórdica. No sé en qué se diferenciarán sus ritos de la ortodoxa, de la protestante, o de la católica. Casi todas las iglesias han hecho mucho más por agrandar la distancia que las separa, eludiendo los esfuerzos por poner el énfasis en lo que tienen en común, que debiera ser el amor al ser humano. 
 
Esta iglesia nórdica va quedando atrás, cuando en un gran espacio abierto, donde veo una torre del tipo de telecomunicaciones, un palillo en el que han pinchado una aceituna y un guisante, veo a un grupo de jóvenes arriesgados por profesión. Unos cables unen la torre con la base en que se asientan ellos. También tienen grampones. Llego en un momento de descanso y no puedo ofrecer fotos de descenso ni de escalada, que es lo que entiendo que hacen de todo lo que me cuentan. Leo en sus camisetas HS y la palabra International, pero no acabo de saber qué empresa les contrata. Pareciera que se se estuvieran preparando para ser útiles en protección civil, haciendo labores de bomberos, en incendios, inundaciones y rescates. 

Se ve que son jóvenes en un perfecto estado de salud y buena preparación física que culmina en una bella estructura corporal. Uno de ellos me dice que es de Vlaardingen, y que no tendré problema para llegar allí si sigo bien recto. Antes de marcharme les cuento el viaje que estoy haciendo, y los días que llevo caminando, se asombran y me desean suerte sonrientes. Les pido que me dejen sacar una foto informal, pero alguno se coloca. Me desean buen camino. Sin abandonar el lugar, saco foto de la torre de la que se cuelgan y descuelgan y, como contraste, un pequeño templete, tipo pagoda enana japonesa o china. 

 






Me despido de los deportista que emplean su saber en trabajo con futuro, y lo que sí sé que es japones será el restaurante por donde paso a continuación. Sigo por el canal, pero me dejará por poco tiempo. Unos gazapos retozan en la hierba, sin dar muestra de miedo al humano. Después del que comí en Brujas, ya no tengo instinto asesino y me limito a contemplarlos con incredulidad, al verlos tan mansos y adaptados al ambiente de la ciudad. 
¿Serán conejos acróbatas del circo que voy a ver más adelante? Es así como llego a la carpa que tiene montada en una explanada el circo Herman Renz. A esta hora no hay ni alma por los alrededores, pero supongo que al atardecer la cosa cambie. No soy amigo de circos y en mi plan de viaje no encaja esta actividad artística. Tampoco estoy dispuesto a esperar a la hora de actuación y ni me molesto en informarme del horario.

Schiedam. Molinos y mercadillo.
Empeñado en llegar a Vlaardingen, que es el primer nombre que señala mi mapa siguiendo el puerto, no me doy cuenta de que, por encima de la doblez que he hecho para hacer mi mapa más manejable, aparece Schiedam, que va a ser lo primero con que me voy a encontrar. 

En el propio mapa, aparece destacada la grafía de cinco molinos, como una de las características más sobresalientes del lugar. A mi derecha hay un canal que, cuando llegue a uno de los molinos, veré cómo se bifurca en dos direcciones paralelas hacia el interior. Yates y veleros se encuentran amarrados enfrente del mismo. Lo fotografío antes de llegar y lo vuelvo a hacer estando ya frente a sus aspas. El molino está en el extremo más próximo a mí del dique separador. Si estuviera frente a un mar abierto, sería un lugar más apropiado para un faro que para un molino pero, supongo, cuando lo construyeron aquí, alguna función más adecuada cumpliría. 

Al margen de ello, ofrece una estampa muy bella y con eso me conformo. Avanzo para salir al puerto de nuevo, y encuentro una rotonda curiosa, nada floral y demasiado frutícola. Se trata de unos paneles, colocados en círculo, que representan fotos. El primero, el de mayor circunferencia, ofrece agua en movimiento o, al menos es lo que yo interpreto. No es realista y el motivo reducido se repite hasta la saciedad. El siguiente, que es el mediano en tamaño, ofrece muchas naranjas, no sé si valencianas, italianas, argelinas o marroquíes. El último, el más alto y el menor, ofrece bananas. Estoy tentado de escribir plátanos de Canarias pero, estando en Holanda, me inclino a pensar que sean bananas de sus colonias. 
 
Así vuelvo a salir al puerto, donde veo grandes barcos, cargueros y las grúas que se encargan de carga y descarga. No en vano estoy en el puerto con más movimiento comercial de Europa. Encuentro un coche con una imagen de mujer aunque con gesto poco femenino, que anuncia Axidus.com. Se trata de una organización de empleo temporal que trata de adecuar oferta y demanda laboral. 
 
Es probable que su labor sea eficaz, pero la imagen impresa en la carrocería me desagrada. Es la razón por la que la fotografío. Si la imagen me disgusta, más todavía la combinación de colores elegida. Sobre el morado poco tengo que decir, pero el verde encajaría mejor con la gama de los azules, pero para gustos se hacen los colores. 


 
Poco después, perdido entre pabellones industriales, veo otro molino, que volveré a ver con la base al completo antes de pasar el puente sobre el canal. Al fondo se ve una torre de iglesia de forma curiosa. Me recuerda a un supositorio y después de acercaré a ella. 


De momento, me acerco al canal y sus barcazas, que antes quedaba oculto. Visto desde aquí es un bonito molino. Pasado el puente, ya puedo acercarme a la iglesia. Compruebo que todos los accesos están interceptados para que no puedan acceder ocupas y pordioseros. Va avanzando la jornada. 

 
El reloj de la torre supositorio señala las once y media. Hoy es día de mercadillo. Aquí se vende de todo. 

 






Algunos disponen de un puesto formal, con mesa y toldo, pero otros se colocan sobre la hierba, ofreciendo sus productos con cierta informalidad. El éxito de la jornada dependerá de la oferta y la demanda. 
 
Hablo con una pareja de Rotterdam, que se maravilla de la originalidad de mi viaje. Pronto volveré al gran canal. Donde voy a coincidir con un enorme carguero de nombre Geopotes. No voy a poder continuar mucho por él, ya que hay zonas industriales que me obligan a hacer otro recorrido. 
 
Es así como llego a un edificio que me da la imagen del imperio y que, con una altísima grúa, seguramente servirá para cargar y descargar y luego almacenar la mercancía de los barcos. 

 

Pronto voy a saber el lugar donde me encuentro, pues veo el punto 9 que indica la dirección Pernis. 

 




Este es el lugar en que dudé al venir ayer y decidí continuar por el lado sur. Ya estoy llegando a Vlaardingen. Una barrera levantada, con gran aparato físico, controla el paso de trenes. Está preparada para cerrar el paso a dos bandas, una a los peatones y, la otra, a los ciclistas.










Vlaardingen.
Me voy acercando a unas casas con canal. No sé si se trata de villas adosadas con tres alturas, o si solamente tienen acceso al canal los propietarios de la primera planta pero, en cualquier caso, siento la misma sensación de peligro, sobre todo para los menores que no saben nadar, que recibí ayer al pasar por Zuidland. Aquí también las zonas ajardinadas y las plantas son muy bonitas y la superficie del agua ofrece un verde vegetal que, cuando yo era pequeño, llamábamos moco de rana. 
Lo habitual en lugares similares era escuchar el croar de algún batracio. En este canal, en contra de lo que ocurría en Zuidland, no se ve ninguna barca que lo recorra. Ya, dentro de la ciudad, llego a un canal más ancho con embarcadero. Aquí se ven embarcaciones deportivas, algún velero y una barcaza para transportar materiales. Poco más adelante, el puerto se ensanchará más.

Café Rotterdam 1928.
Cuatro personas hablan y una mujer me dice que, pasando el puente, encontraré más de un restaurante. Pero todo lo que encuentro está cerrado y, lo único que veo abierto es el Café Rotterdam. Aunque ya se ve que no es restaurante, entro y pregunto. La mujer me confirma que no lo es. Al preguntarle si, más adelante, encontraré alguno abierto, la señora se apiada y me pregunta qué quiero comer. Le digo una ensalada, y si es de pasta mejor. Me dice que me servirá lo que tiene preparado y que me cobrará 5 €. Le respondo que estoy de acuerdo. Se ve que esta mujer sabe que, hoy domingo, no encontraré otra cosa en el camino mejor que lo que ella me ofrece. Le pido una cerveza, y me siento a escribir. Enseguida me sirve la cerveza Jupiler que le he pedido y, no he escrito ni una línea, cuando me trae un plato de arroz, con patata, pimiento, zanahoria (lo que menos me gusta por estar confitada), y algún trozo de pechuga. Tendría que decir que, para mi gusto, no está nada apetitoso, pero como no tengo demasiada hambre después del amplio desayuno que he hecho, acabo haciendo de tripas corazón y me lo como todo. Para poderlo pasar, tengo que añadir una segunda cerveza y pago en efectivo. La suma total será de 8,90 € (1,95 cada cerveza). Me pongo a escribir y, cuando estoy en ello, la buena mujer me regala una tapa de jamón York con mayonesa y otra de algo con curry, que me disgusta, lo como a regañadientes y a palo seco, ya que no me parece bien pedir una tercera cerveza. Son las dos cuando voy al servicio y lleno de agua el botellín. Agradezco, me despido y continúo mi marcha. En el tiempo en que he estado allí, entra una pareja, con marido enganchado a las maquinas tragaperras, él se ha gastado sus monedas, y se van. Vuelven a entrar con más monedas. ¡Qué enfermedad!, menos mal que no es contagiosa. Al jugador se le acaban las monedas de nuevo y no tiene éxito; la máquina no regurgita sus monedas almacenadas. Se ve que las reserva para otro que le caiga mejor. Se marchan otra vez. Mi estómago está a deseo de echar unos cuantos pedos pero, por no hacerlo en lugar cerrado mi voluntad, como la tragaperras, los retiene. También, en una mesa, hay varios jugadores de cartas que, sin acabar la consumición anterior, ya están pidiendo la siguiente, y van tres. Me despido de todos, y pronto vuelvo al camino próximo al puerto.

Saliendo de Vlaardingen por la tarde.
Salgo del Rotterdam, y doy rienda suelta a mi pedorrera, de la que me voy liberando poco a poco. Me arrimo al borde pues hay un buen carril peatonal, que también es usado por ciclistas y alguna motocicleta. Así mismo veo pescadores de caña. Aquí el puerto se ha ensanchado y los barcos que veo a lo lejos, ya son pesados cargueros que se sitúan cerca de potentes grúas que son las que facilitan la carga y descarga de los productos que transportan. Me costará salir de Vlaardingen. 
Al propio puerto desagua una gran boca de agua coloreada de ocres y que me produce una impresión de poca salubridad. No quiero criticar sin saber de donde provienen estas aguas, que llegan con fuerza. Además, Holanda parece que es una nación que cuida la calidad de los residuos con conciencia ecológica, por tanto pienso que las que aquí desaguan son aguas pluviales del alcantarillado urbano. Decido no dar más vueltas al tema y sigo adelante. Como contraste, me entretengo con la flora. 


Encuentro una planta que tiene larga historia en mi vida, ya que la conozco desde niño y la asocio a otra menor que da frutos también más pequeños. Es la planta pinchosa que ofrezco, que ofrece unos pequeños pétalos morados. Con la especie de frutos menores, jugábamos de niños a lanzarlas a los jerseis que, si eran de lana, quedaban enganchados firmemente a las fibras. Lo peor era cuando se enredaban en los pelos de las melenas largas de las chicas. Ellas pasaban mucho tiempo tratando de desenredarlos. Entonces los chicos no llevábamos melena y los peluqueros nos cortaban el pelo a “lo garçon”. En mi recorrido, ahora debo enlazar el número 75 de mi mapa con el 42. Parece que no será difícil, pues basta con seguir el borde del canal portuario. Lo mismo parece que va a ocurrir con el tramo 42-40. 
 
El paso del día se va notando en mi cuerpo, que va mostrando cansancio. Encuentro a una pareja mayor. Están sentados en un banco, descansando, pero no son caminantes. Ella, porque no puede deambular, se desplaza en silla de tres ruedas a motor. Él, es más autónomo, y le acompaña en bicicleta. Es la apreciación que hago en base a lo que intuyo y veo. Quizás me ayude la posición de los dos medios de transporte. Digo que ese vehículo a motor será mi medio de transporte del futuro. Les saludo, pido permiso para hacer la foto, agradezco, y sigo mi camino hacia Maassluis. Me marcho sin saber lo que significa el cartel grandote con el número 1016. En el recorrido apenas aparecen pequeños espacios con arena de playa pues, la mayoría del terreno del canal es de rocas. Son piedras grandotas que van en paralelo a la pista.

Maassluis
Hoy el recorrido no me está produciendo sorpresas. Sólo encuentro un poste indicador, contra el que alguien se ha chocado y lo ha torcido, que me ofrece dudas. Una pareja ciclista comprende mis dudas y me ayuda a solventarlas. En una recta de la pista ciclista, donde al fondo veo dos grandes mamotretos, el acceso a la duna-dique está interceptado por una valla y no deja pasar. Los edificios me hacen pensar que ya estoy cerca de Maassluis y no me equivoco. Este final “luis”, que ya vi ayer en Helleveetsluis, me hace pensar que sea un elemento que ayuda a completar la palabra unicial y que tiene algo que ver con el mar. 
 
Pero pregunto al traductor de Google y me ofrece sólo el significado de piojo y “sluis” me lo traduce como bloqueo. Me quedo con esta segunda opción y la asocio a dique, que bloquea, y a puerto, que defienden los barcos del impètuoso mar. Pronto llego a un canal urbano, en la propia ciudad. También en él encuentro una gran barcaza, que parece hacer más funciones laborales que de trasiego de turistas en vacaciones. Paso al otro lado del canal y, siguiendo adelante, encuentro la iglesia a la que no me apetece retroceder ni deshacer camino para visitarla. 
 

Los barcos que veo en esta parte del canal tienen ya más aspecto de ser de turistas individuales o para hacer turismo grupal. Una vez pasado el canal y esta zona urbana, la ciudad de Maassluis, siguiendo la pista para bicis, me va llevando hacia la zona más industrial y que llaman Steendijk polder. Dos edificios grandotes me atraen la curiosidad. También veo que sobre el dique va un camino para peatones, pero yo voy muy a gusto por la pista ciclista, más próxima al agua. 


El primer edificio, es una mole, cuya única cosa curiosa la veo en la fachada que mira al canal. La mitad de arriba es perpendicular y, la mitad de abajo, inclinada. El color marrón oscuro no es que sea muy atractivo, pero el conjunto me gusta. Quizás me parezca más original el segundo edificio, por los nichos escalonados que ofrece, aunque no acabo de ver su finalidad. 

 
No sé si los espacios exteriores son aprovechables por los propietarios colindantes o si están dedicados a espacios comunes. En cualquier caso, el escalonamiento me agrada y le da cierta agilidad a un inmueble que, de otra forma, sería un mamotreto. Un gran carguero pasa por el canal de camino a la bocana, buscando su salida al Mar del Norte. Este trasiego de barcos con transporte comercial será una constante en la tarde de hoy.

Del 37 al 22. 
Maassluis-Hoek van Holland.
De momento, mi objetivo para la tarde de hoy es salir a la playa en Hoek van Holland y, una vez allí, ya pensaré lo que haré después. 

Ciclistas en grupos van pasando por su carril y, cuando esto ocurre yo me escoro al dique inclinado que va a ser una constante en diversos tramos del recorrido. A lo lejos, al otro lado del canal de enlace portuario, se empiezan a ver los altos molinos para la obtención de energía eólica. 


Es otra forma de obtener un buen aprovechamiento del viento en una zona fabril, que anteayer tuve el buen acierto de soslayar. También, durante un gran tramo de este recorrido, encontraré en el canal, junto a las rocas aledañas al dique inclinado, gran cantidad de palmípedas, como cuando iba camino de Helleveetsluis, pero en esta ocasión se trata de cisnes blancos. 
 
Una gran familia. No los puedo contar, pero calculo que habrá más de trescientos. Por el canal pasa un transatlántico. Más tarde se cruzará con otro británico que viene, el Stena Line, al que veré llegar a puerto. De momento, llego a la zona en que al otro lado del canal giran sus aspas los ventiladores captadores eólicos. La zona de cisnes en manada ya ha finalizado, pero áun se pueden ver algunas parejas. Serán las menos sociables. La pista para ciclistas ahora es a compartir con los peatones. Ya no hay otra alternativa peatonal. Llego a una zona en que el canal se bifurca. Un ciclista ha dejado su bici aparcada de pie sobre el muelle empedrado y observa con el torso descubierto, ofreciéndolo a los beneficiosos rayos solares. Al otro lado, un pescador observa su caña. Al fondo, un tinglado que me hace pensar en Calatrava, el arquitecto, pero que parece que sea un soporte que mantiene en lo alto alguna tubería que cumple alguna función industrial, como de carga y descarga de líquidos o de gramíneas y similares a granel, transportados por los barcos. 
 
La pista ciclista se bifurca. Una sigue hacia Hoek, la otra retorna a Rotterdam y ofrece otros recorridos.

Transalánticos y cruceros.
Pasa un enorme cruce, el MSC, que va en dirección a la bocana. Es el que luego se cruzará con el Stena Line. 
 
Cuando le saco de lejos, por primera vez, el gran transatlántico no deja de emitir cantidad de bocinazos sordos que, en espacio tan abierto y siendo tan lejanos, no molestan, aunque no sean nada gratos a las personas que estén cerca del lugar de la emisión sonora. Junto a la pista, encuentro una gran letra K, que tampoco sé su significado. 

Durante este tramo me entretengo en fotografiar el encuentro entre los grandes barcos. Voy tranquilo, con la confianza en que ninguno de los dos se va a chocar. Me vería obligado a intervenir en el rescate de pasajeros emulando las azañas de algunos tripulantes del Titanic y, la verdad es que no tengo muchas ganas de trabajar. 

Como no vi la película, tampoco sabría qué hacer. Quizás perjudicara más que ayudar. En el otro lado del canal, las torres captadoras eólicas van desapareciendo y, a lo lejos, se ve un gran chorro de agua, cuya utilidad no voy a conocer. El choque no se produce y voy a ver en breve al Stena Line, Stena Britannic, amarrado al puerto. 
 
Los cables unidos al Stena Transporter, lo aferran bien al puerto, donde un tren de mercancias está a la espera. En realidad, no es un tren, sino un conjunto de contenedores depositados en línea. Cuando llego a la altura del gran barco, pasa un tranvía que une la costa de Hoek van Holland con Rotterdam. Algunos dirán: si tenías un tranvía, ¿por qué vienes andando? Me hago el mudo.

 
Va de animales.
He dejado atrás el crucero británico y ahora me encuentro en zona agropecuaria poco antes de llegar a Hoek van Holland. Un carnero joven, al que ya se le está poniendo cara de malos amigos, me mira a través de la alambrada, que le protege de los ladrones y también a mí de su embestida. 



 
Enseguida veo a uno de sus descendientes que, con su lana marrón y rizada, tan empeñado está en arrancar la hierba con su lengua prensora, que ni me ve, ni saluda al caminante que ha llegado desde el País Vasco para verle. ¡Qué “esavorio”! Tras fotografiarlos, llego a la señal número 22, que me da dos opciones. La que habría seguido si tantas ganas tengo de llegar a la playa, la número 94 y la opción Centro, que es la que cojo pues, ya que estoy aquí, voy a tratar de ver algo del pueblo. Un ciclista con el que me he cruzado varias veces, para su bici y me pregunta qué estoy haciendo. Se lo cuento a grandes rasgos. ¡Asombroso!
Hoek van Holland.
La dirección Centro, me lleva a la iglesia. Su torre me recuerda a la que he visto esta mañana y que me ha recordado a un supositorio. Ahora me recuerda más a una bala, embalada, hacia el cielo. Su significado no es diferente de lo que intentan las torres de las catedrales góticas; poco a poco, llegar a Dios. Saco foto de la iglesia. Veo la carta oferta de un restaurante italiano, donde hago planes de cenar más tarde. Busco un bar para beber mi tercera cerveza, que será no Jupiler, sino Heineken. Pago por ella 2,20 €. La chica que atiende la barra se bandea bien con los clientes, muchos de los cuales van bien servidos de alcohol pero siguen bebiendo. Ella no para. Nada más llegar yo, me coge el mapa y no sé lo que me cuenta. Otro que está en la barra es un camionero inglés, al que le faltan cuatro años para jubilarse. A todos les veo mayores que yo. ¿Será por el exceso de alcohol. A lo mejor es porque yo no me veo la cara y no puedo compararla con la de ellos. Pero es con el inglés con el que más hablo. Le cuento a grandes rasgos mis recorridos de verano entre 2006 y 2013. Me informa de un hecho luctuoso. El miércoles hubo u accidente de trenes en Galicia en un tren que iba a Santiago de Compostela, con resultado de 80 muertos. Alguien más interviene para ampliar la información. Tras beber la cerveza y despedirme, rechazando la cerveza a que me invitan, me acerco al italiano.

Roma Antica.
Lo primero que pregunto es si tienen ensalada de pasta. Su respuesta es negativa y sale el cocinero, que parece ser también dueño. Éste me confirma que no la hacen. Pido ensalada de tomate con cebolla y agradezco las vinagreras a la vista con su rico aceite de oliva. Al aliñarla corro el riesgo de echarle demasiada sal, pero de aceite sólo le echo cuatro gotas porque ya tiene suficiente. Enfrente hay una parejita, un chaval con su novia. Se han enterado de mi viaje. Se ríe por lo que me podría haber pasado si no me doy cuenta de que el tapón de la sal estaba suelto. No sería la primera vez en que me tuvieran que hacer una nueva ensalada. Bebo cerveza y la cuenta asciende a 16 € que pago con la Visa. Aunque la tarjeta la han metido en la ranura con menos energía que lo suelo hacer yo, la conexión va bien. ¡Qué contento estoy! Escribo en el diario mientras voy terminando la cerveza. Son las 19:45 y, antes de encaminarme hacia la playa, paso por el retrete. Al pasar, al que hace las pizzas le pregunto si es el “padrone” y me responde afirmativamente. Mientras él trabaja la masa y pone los ingredientes, le cuento algo de mi viaje y del que hice en autobús por su tierra italiana, pero el hombre está a lo suyo y no le quiero descentrar de su trabajo, así que me despido y me voy. 

La playa de Hoek van Holland.
Salgo de Roma Antica y paso por delante del bar donde antes he tomado la cerveza pero, en la penumbra, no veo a la eficaz moza que trabaja fuera y dentro de la barra, tampoco a ninguno de los que he visto antes y con los que he estado hablando, por lo que sigo adelante. Unos chavales salen de un camino asfaltado y yo también me animo a seguir por allí. Me da la impresión de que, en lugar de llevarme a la gran playa lo va a hacer a una zona más al Norte de la misma, pero acabo saliendo a la carretera y dos chicas me dicen que para ir a la “strand”, siga por la principal. 
 
Sigo por el camino de bicis que, en un momento determinado, se bifurca. Pero no tiene consecuencias nefastas, pus acaba sacándome a espacios próximos a la playa. Un lugar en donde se vende de todo. Después de dos días sin ver mar abierto, me hace ilusión volver al Mar del Norte en esta playa de Hoek van Holland. 

Por una plataforma de grandes cuadros de cemento, me voy acercando a la arena y pronto estoy descalzo en la orilla. Desde la arena seca saco foto de playa, y donde se aprecia al fondo, hacia el Sur, la zona industrial del otro lado de la bocana de salida al mar del puerto de Rotterdam, que ya abandono con ganas. 
 
Otra foto, hacia el Norte ya me abre la perspectiva del camino playero que me espera hasta finalizar la jornada. Paseo muy satisfecho descalzo por la orilla confiando en que, con el roce del agua y la arena, se me termine de caer la uña del dedo que cuelga. Poco a poco la anchísima playa se empieza a estrechar, pero tengo suerte porque la marea alta comienza su descenso. Aunque de forma irregular, el piso de arena se presenta con bastante firmeza. En el primer espacio de playa, cerca de la duna, se ofrecen algunos chiringuitos de playa y también algunas casetas. 
 
La diferencia de esta playa, con respecto a las de más al sur, es que aquí no aparecen las barreras dobles que van desde la arena seca hacia el mar y que cumplen función de retener la arena. Aquellas eran más vulnerables que ésta. Sin esas barreras camino mejor por la orilla y creo que así podré llegar mañana sin problemas hasta Den Haag, la que siempre estudiamos con La Haya, capital administrativa de Holanda. El camionero inglés del bar, me ha asegurado que la capital es Amsterdam. 
 
Me encuentro con una reata de cinco caballos montados por mujeres. Uno de los que lleva jineta y un hombre desmontado agarra del bocado, no consigue que el caballo se digne mojar sus cascos. Da unos pasos hacia atrás cada vez que se acerca una ola. Se ve que al caballo le asusta pisar agua en movimiento y se niega a hacerlo. No va a tener otro remedio que llevarlo por la arena entre húmeda y seca. Se va quedando atrás, muy lejano, el complejo industrial que me evité ayer al venir por Rotterdam. En la arena han quedado bien remarcadas las pisadas de los cascos del caballo que temía a las olas del mar. 
 
El esquema que me va ofreciendo la playa es el mismo, casetas y algunos chiringuitos. Probablemente estos ya pertenecen a Gravenzande, un pueblo que queda más hacia el interior. Más a delante, en el mar, veo un barco que draga la arena y la expande en chorro. Esto es, saca arena del mar y la devuelve al mar. 
 

Me sorprende que esto ocurra en mar abierto, pero ya se sabe que el movimiento marino desajusta los espacios necesarios idóneos para la navegación. Avanzando un poco más y entretenido en la contemplación de esta dragadora de fondos marinos, compruebo que, lo que yo creía un chorro al inicio, ahora se bifurca en dos.
 

Con tan buena fortuna de que, en ese momento, pasa un avión. Me parece que va muy bajo para aterrizar en Den Haag, pero parece que así va a ser. El cielo permanece bastante despejado y el sol ya va bajando hacia el ocaso. Hoy podré ver cómo se acuesta.

Anochecer cerca de Monster.
Paso el último chiringuito y las últimas casetas de playa y llego a un puesto de socorro, en el que leo Post Arendsduin, que mañana escribiré para localizar la playa en donde duermo. En el puesto aparece el nombre de Haaglanden, que pertenece a ‘s-Gravenzande y del que me voy alejando más al Norte. Creo que la duna en que finalmente duermo, está más cerca de Ter Heijde, por lo que sitúo allí mi final de etapa. 
 
Ter Heijde pertenece a Monster. Cada vez que leo la palabra Reddingsbrigade (socorristas) recuerdo la balada de la cárcel de Reading y lo trafulco todo diciendo que los socorristas serían la brigada que controla a los presos. Una más de mis pajas mentales. A estas horas ya quedan pocos paseantes de playa. Me retiro al fondo, hacia la duna. Leo un cartel que dice: Verboden Toegang, que intuyo como una prohibición de entrar en la duna. Como si la barrera alambrada no fuera suficiente indicador. Al entrar en Bélgica ya vi un nombre igual o similar que prohibía patinar con “skates”. La foto que saco presenta la sombra del caminante que, en el ocaso, empieza a ser alargada y se proyecta en la duna, a la que me abstendré de entrar. 
 
Ocaso en Ter Heijde.
Busco un lugar horizontal cerca del poste 48 y pronto lo encuentro. Este es el primer lugar en Holanda en el que leo un cartel con el que tratan de proteger la duna. Las de este país, la mayoría, son muy bajitas. 

Una vez alisada la arena para que quede lo más horizontal posible, coloco la esterilla encima y extiendo el saco de dormir. Me siento a esperar a la puesta de sol, que no se produce hasta las 21:30. Se puede apreciar sobre la arena seca el impacto de las gotas de esta noche o de la pasada. También he visto charcos a lo largo del camino, aunque no lo haya comentado. También aquí hay zonas en forma de estratos que aparece endurecida por la lluvia. Mientras espero, quito la arena de mis pies y me doy masaje de aloe-vera. Ya se me está acabando el tubo. Saco dos fotos. La primera con el sol sobre el horizonte y su reflejo en la orilla. 
En la segunda, el sol ya no se refleja en el mar, aunque ya está a punto de empezar a desaparecer por hoy. Hago coincidir el momento con la llegada de un hombre paseando a su perro. La foto desordena la importancia de los componentes: primero el perro, luego el sol y, por fin el hombre. Aunque ni hombre ni perro podrían sobrevivir en ausencia del astro rey. El cielo está precioso, sin nubes, lo que me permite acostarme con cierta tranquilidad. La media luna no la veré hasta que me levanto por primera vez a orinar de madrugada. Poco después me mearán las nubes. No consigo ver la Osa Mayor. Duermo bastante bien.

Balance de jornada de interior con final en playa.
Así como la jornada de ayer comenzó en playa y acabó en interior, hoy ocurre a la inversa; pero ni ayer ni hoy he podido disfrutar de un rico baño. Ayer, porque la hora era tempranera y hoy porque ya se me ha hecho tarde y no me apetece. Lo que deseo es dormir y descansar. El día de hoy no me ha aportado cosas de mucho interés. Aunque no ha sido óbice para que me haya entretenido con Erasmo, edificios, barcos y fauna. También agradezco la comida improvisada del Rotterdam y el interés de la señora, así como la cena en el Roma y la charla del bar de Hoek y con los jóvenes que trabajan con riesgo.


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