Etapa
45 (402) 28 de julio de 2013, domingo.
Rotterdam-Schiedam-Vlaardingen-Maassluis-Hoek
van Holland-Ter Heijde.
Amanecer
en el stayokay. Rotterdam.
Me
despierto poco después de las seis. Pero no tengo prisa, puesto que
entre semana es antes pero, los fines de semana, retrasan el desayuno
media hora y lo dan entre las 8:00 y las 10:00. Me levanto, lavo,
visto y, para poco después de las siete, salgo del dormitorio. En
vista de que tengo que esperar, bajo a recepción para escribir el
diario, puesto que en la habitación, con los durmientes y sin mesa
adecuada, no tengo condiciones para hacerlo. Pero abajo, veo los
ordenadores libres y me dispongo a leer el correo y borrar lo que no
necesito guardar. No puedo acceder a Internet, puesto que hace falta
una clave para entrar. El guarda de noche me dice que a él no le
diga nada, que ya ha terminado su servicio, y que se lo comente a la
entrante. Ella me dice que el servicio es de pago. Le digo que,
siendo de la misma organización que el de Domburg, el de allí era
gratuito. Cuando, por fin, acaba entendiendo lo que le estoy
diciendo, me responde: “distinto manager”. Me retiro a mesa mejor
iluminada, pero con balcón abierto, por el que entra demasiado aire fresco.
Para colmo, el aire acondicionado aporta aún más frío.
Desayuno
y despedida.
Escribo
mucho del día de ayer, pero abandono al dar las ocho y abrir el
comedor. Soy de los primeros en entrar al comedor y bebo tres zumos
de naranja con los que consigo que pasen por mi garganta, el bocata
de embutido que me ha preparado y el huevo duro. Una pera, un yogur
natural al que hecho bien de azúcar. El otro panecillo redondo lo
embadurno de mantequilla y mermelada de albaricoque, a la que añado
un poco de otra de fresa, que venía a granel y que he cogido en un
platillo. Un café créme al que, sin acabar, añado un capuchino
que, casi, me rebosa la taza. Padre e hijo desayunan a la vez que yo.
Enfrente desayuna un joven que, al subir a la habitación, sabré que
es el motorista que llegó de noche. Salgo satisfecho, tras haber
hecho un desayuno que me parece ha sido muy completo. Ahora, una vez
sabido el coste de este albergue, puedo hacer cálculo de lo que me
costó la cena de Domburg: sería 16,40 € que, siendo sólo una
pechuga de pollo, pero habiendo podido añadir todo lo que añadí de
ensalada, pasta rellena y verdura, puedo decir que no resultó tan
mal. Todo ello en el supuesto de que el coste de la cama fuera el
mismo. Lo peor de Domburg fue que no marchara bien la Visa y que la
recepcionista no hiciera ningún intento de teclear los números de
mi tarjeta en su teclado. ¡Lástima! El chico de la cocina y el bar
merellena mi botellín de agua. Voy a recepción y pido un plano de
la ciudad. Como nadie me atiende, cojo uno del panel y luego lo
miraré. Subo a la habitación y el inglés, el asiático, y el
australiano, continúan acostados. Tomo mi pastilla contra la
hipertensión y la empujo con el agua recién obtenida. Hago el
equipaje. El chico de la moto ha deshecho su cama y el atillo con los
tres elementos de ropa sucia lo mete debajo de la cama. Le pregunto
si ese es el lugar donde hay que dejarlo, y rectifica y lo pone sobre
el colchón. Yo hago lo propio. El austriaco observa cómo hago el
equipaje y se asombra de que sea todo mi equipo para dos meses. Como
tengo las mochilas puestas, me despido dándole la mano, pero
acabamos abrazados y con un par de besos. A veces se muestra así la
admiración que alguien produce a otro, aunque sea un desconocido. Es
una pena no poder conversar más pero, con lo que hablamos ayer, creo
que ya quedo casi todo dicho. Salgo en dirección a la catedral.
Rotterdam.
Visita de despedida relámpago.
El
cielo está cubierto, pero el sol se está abriendo paso entre nubes
y la muestra la tengo nada más salir del stayokay, cuando el sol se
refleja en el acristalado de un edificio que parece estar construido
con la superposición de contenedores enormes. Por delante, están
construyendo otro y las gruas, paradas por ser domingo, están para
ayudar a poner la bóveda circular partiendo de las dos bases ya
construidas sobre las que se sustentará. Hoy va a ser una jornada en
que la arquitectura moderna va a ser protagonista.
También la
antigua. En primer término un edificio más bajo, que lo mismo
podría ser una estación de Metro, de autobuses, o algún palacio de
telecomunicaciones. Parece que tuviera un rádar en forma de platillo
volante aplanado. Abajo, hay también muchísimas bicicletas
aparcadas. Pero, antes de continuar hacia la catedral, estoy buscando
en el edificio donde he dormido, alguna visión curiosa del mismo. Y
la logro en la forma en que os presento la siguiente. Es mi granito
de arena para contribuir a un día de tan floreciente filigrana
arquitectónica.
Por el patio de terrazas me asomo al canal próximo
y fotografío a lo lejos un edificio que llaman Westermeijer y que,
cuando fue construido en 1898, fue considerado el rascacielos más
alto de Europa, el Witte Huis. Salgo del entorno del stayokay y,
ahora sí, voy hacia la catedral. Es lo único que tengo intención
de visitar. No tengo pérdida, pero para muestra de la buena
señalización de la ciudad, muestro este poste que ayuda al
visitante, sea turista o caminante. Informa mucho y bien. No tengo
más que seguir la flecha hacia la Biblioteca y a Lawrens… que es
la catedral de San Lorenzo.
Desde esta posición, tengo oportunidad
de conseguir dos instantáneas del stayokay.
Una con los cubos
colocados en posición disforme y curiosa, con ángulo como base y
techo. Una base que, como comentaba ayer, no se ajusta a las literas
adosadas, que requeriría un proyecto rompedor, y que no se ajusta al
deseo de uniformación con el resto de stayokays.
La otra foto es más
lineal, sin exabruptos, aunque mantiene el mismo esquema que recuerda
a las colmenas. Los colores gris y amarillo ayudan a esa asociación,
aunque más lo harían el amarillo y el negro.
Catedral
y Erasmus de Rotterdam.
Enseguida
llego a la plaza de la catedral. En la torre ondea un bandera de
barra blanca entre azules, aunque quizás sea un azul verdoso, si
bien no me recuerda para nada ni al Betis, ni a Andalucía. Son las
9:10 horas en el reloj de la torre y, en la plaza posterior del
ábside, están montando el entramado como para un mercadillo
dominical, aunque me parece que lo ponen muy tarde para ser para todo
el día.
Como es domingo, tengo la certeza de que la catedral
celebrará misas y podré disfrutar de acceso sin tener que pagar
entrada alguna. Pero mi gozo en un pozo. Funciona como museo y no
está dedicada al culto.
No sé si la abrirán más tarde, pero no me
voy a quedar a esperar a que lo hagan. Pasado el tingladillo
mercadillero, saco foto desde el ábside y luego, después de
comprobar que está cerrada, fotografío una placa informativa de
cuándo fue construida, derruida durante la 2ª Guerra Mundial,
reconstruida la torre, reconstruida la catedral y colocado el órgano
más importante de toda Holanda.
Saco también foto de las puertas de
bronce, que son de construcción moderna y que representan la paz y
la guerra. Me alejo hacia el centro de la plaza y ya puedo
fotografiar la torre en la fachada principal, al completo.
Estoy
junto a la estatua erigida en memoria de Desiderio Erasmo. Humanista
nacido en 1468. La placa está escrita en latín y en ella se le
reseña como S.P.Q. Roterodamus. Mi hija Vera estuvo en Atenas con
una beca Erasmus, así que me siento en la buena disposición de
persona agradecida.
Bien es cierto que aquella beca fue irrisoria,
así que mi agradecimiento no pasa de ser simbólico. Tras
fotografiar la escultura de bronce más antigua de Holanda, la de
Erasmo de Rotterdam, me acerco a la Biblioteca, que está muy próxima
a la catedral.
En la foto que saco de ella, por la derecha, aparece
el edificio de colmenas del stayokay, con lo que se puede apreciar el
reducido espacio en el que me estoy moviendo. Con esta visita a la
catedral, se puede decir que doy por terminada mi visita a la ciudad
de Rotterdam. No es justo dedicarle tan poco tiempo, pero ese error
lo corregiré cuando finalice el recorrido costero de este verano,
pues aquí pasaré un par de días de relajo. Ahora todavía veré
parte de la ciudad. Al marchar de Erasmus me llega mi momento de
nostalgia. Ayer hablé con Vera. Mi mente me lleva a los momentos
difíciles de mi separación. Ella estaba ajena a todo, en Atenas, y
no era una noticia para dar ni por correo, ni por teléfono. Se
enteró al regreso, cuando nuestro matrimonio ya se había roto
legalmente. Lloro con desconsuelo. Fue lo más terrible de aquel
momento, la separación de mis hijas que, siendo ya mayores de edad,
no entraban en el régimen de compartir domicilio con su madre y
conmigo. Además las condiciones de calidad de vivienda en la casa
materna, en relación a lo que yo pude acceder y podía ofrecer, se
decantaba por que se quedaran en la de ella. Época horrible que me
lleva hasta emitir algún hipo además de las lágrimas. Estoy solo,
intentando salir de esta gran ciudad, y me lo puedo permitir.
La
preocupación de seguir el mapa y coger bien la dirección que me
lleve a Vlaardingen, me ayuda a olvidarme del doloroso tema. Voy
viendo todo lo que me pilla de paso en mi marcha en búsqueda de la
costa, a lo largo del puerto y bocana de salida, y entrada del mismo,
al mar. Esta ciudad ha construido muchos puentes modernos, por esa
razón me llama la atención el primer puente antiguo que veo. La
marea está alta, pero no llega a cubrir los tres ojos del puente
que, ahora, se me ofrecen orientales, siendo el más rasgado el ojo
central. Un faro antiguo, rojo y blanco se presenta al otro lado del
puente.
Un
árbol con calcetín.
Más
adelante veo un arbolito que me trae al recuerdo al de
Helleveetsluis. Aunque estamos en verano, a éste ya le han protegido
con un doble calcetín, preparándolo para el próximo invierno.
Gente precavida esta holandesa. De esta forma, a un tronco recto,
anodino y vulgar, le han conseguido poner una nota de color que hace
que el caminante se fije en él. La ventaja de esta fórmula, sobre
la del Bosque de Homa vizcaíno, es que aquí se puede deshacer sin
alterar el tronco intervenido. Curiosamente el bosque de Homa, con el
paso del tiempo, y algunos amantes de la naturaleza al natural y poco
amigos de la intervención artística, que no justifican, se había
conseguido que la pintura casi desapareciera. Pero desde los amigos
del arte, que consideran artística la intervención, la pintura se
restauró. Así sigue abierta la polémica entre arte y naturaleza.
¿Qué perdemos con el encalcetinado de este arbolito? Que hemos
perdido el Norte, y el resto de puntos cardinales, que suele ser
perceptible en la corteza.
Periferia
de Rotterdam.
Poco
después abandono la zona urbana y salgo al puerto. El Nehalennia
está amarrado. Parece que no cumple una función marinera, sino que
sirve como bar, quizás restaurante, con terraza. Es lo que me da a
entender la disposición de las mesas y sillas ordenadas de la
cubierta. Como todavía no hemos salido de la parte más urbana del
puerto, puedo ver uno de los puentes modernos que antes comentaba.
Al
otro lado de este puente, está amarrado un gran crucero
transatlántico que cumple su función de hotel ambulante cuando
llega a un puerto importante, donde se organizan las visitas a la
ciudad de turno, que es lo que caracteriza a la forma de viajar en
crucero. Antes de llegar al puente, encuentro un monumento abstracto
que rememora otra época terrible para la paz mundial. Se recuerda
con él aquél período entre 1940 y 1945 en que se desarrolló la
Segunda Guerra Mundial. No es casual que me fije en él, ya que yo
nací aquel año en que finalizó la guerra, poco antes de las bombas
atómicas en Japón.
Más adelante me encuentro con un edificio
eclesiástico, con tejadillos verdes y cúpula dorada, que me
recuerda a construcciones ortodoxas y que no sé en qué información
me basé para considerarla sinagoga. Hay muchísimos cables
intermedios, que intento evitar pero que, por hacerlo, corto la parte
alta del edificio. Después, sin preocuparme de evitar los cables, la
fotografío con la parte alta que me faltaba.
Avanzo hacia
Vlaardingen y llego a un edificio antiguo y enorme que me resulta
imposible fotografiar en su totalidad, por lo que lo hago en dos
instantáneas. Hubiera podido pensar que en otro momento pudiera
haber sido un cuartel militar de época imperial o, en la belle
epoque, reconvertido en hotel.
En la actualidad, parece un hotel,
aunque no todo el edificio esté destinado a dicha finalidad
hostelera. El edificio es de cuatro plantas y semisótano, siendo la
última retranqueada y aprovechada parcialmente. La fachada combina
tonos rojizos y blancos. Una arboleda en espacio con hierba adorna la
zona curva del edificio.
En una avenida más abierta, pasa un tranvía
y lo fotografío. Entonces me doy cuenta de que en el edificio que
está detrás pone la palabra KUNSTHAL (con la L invertida, como si
fuera media T, lo mismo que ocurre con la A).
Esto trae a mi mente la
ciudad en que vivo. Allí tenemos una escuela de diseño que lleva
este nombre y, por tanto, relaciono el edificio que veo con algo que
tenga que ver con el arte. Pero a estas horas estoy menos para ver
algo artístico y más con deseos de llegar a buena hora a la costa y
poder darme un buen baño en el mar. No obstante, una vez que ha
pasado el tranvía, fotografío el edificio que me ha llamado la
atención, aunque arquitectónicamente no tenga nada especial para
destacar.
Tendré ocasión de ver otros muy curiosos más adelante.
En un cartel leo las palabras Rotterdam, lo que me asegura de que aún
no he salido de la ciudad, y “verbouwt”, que no sé lo que quiere
decir.
Pronto veo un edificio muy largo del que no tengo oportunidad
de sacar en una sola foto y si paso al otro lado de la carretera, que
tiene mucha circulación, los setos me la ocultarían casi en la
totalidad. La saco en dos cachos. Se trata de una iglesia nórdica.
No sé en qué se diferenciarán sus ritos de la ortodoxa, de la
protestante, o de la católica. Casi todas las iglesias han hecho
mucho más por agrandar la distancia que las separa, eludiendo los
esfuerzos por poner el énfasis en lo que tienen en común, que
debiera ser el amor al ser humano.
Esta iglesia nórdica va quedando
atrás, cuando en un gran espacio abierto, donde veo una torre del
tipo de telecomunicaciones, un palillo en el que han pinchado una
aceituna y un guisante, veo a un grupo de jóvenes arriesgados por
profesión. Unos cables unen la torre con la base en que se asientan
ellos. También tienen grampones. Llego en un momento de descanso y
no puedo ofrecer fotos de descenso ni de escalada, que es lo que
entiendo que hacen de todo lo que me cuentan. Leo en sus camisetas HS
y la palabra International, pero no acabo de saber qué empresa les
contrata. Pareciera que se se estuvieran preparando para ser útiles
en protección civil, haciendo labores de bomberos, en incendios,
inundaciones y rescates.
Se ve que son jóvenes en un perfecto estado
de salud y buena preparación física que culmina en una bella
estructura corporal. Uno de ellos me dice que es de Vlaardingen, y
que no tendré problema para llegar allí si sigo bien recto. Antes
de marcharme les cuento el viaje que estoy haciendo, y los días que
llevo caminando, se asombran y me desean suerte sonrientes. Les pido
que me dejen sacar una foto informal, pero alguno se coloca. Me
desean buen camino. Sin abandonar el lugar, saco foto de la torre de
la que se cuelgan y descuelgan y, como contraste, un pequeño
templete, tipo pagoda enana japonesa o china.
Me despido de los
deportista que emplean su saber en trabajo con futuro, y lo que sí
sé que es japones será el restaurante por donde paso a
continuación. Sigo por el canal, pero me dejará por poco tiempo.
Unos gazapos retozan en la hierba, sin dar muestra de miedo al
humano. Después del que comí en Brujas, ya no tengo instinto
asesino y me limito a contemplarlos con incredulidad, al verlos tan
mansos y adaptados al ambiente de la ciudad.
¿Serán conejos acróbatas del
circo que voy a ver más adelante? Es así como llego a la carpa que
tiene montada en una explanada el circo Herman Renz. A esta hora no
hay ni alma por los alrededores, pero supongo que al atardecer la
cosa cambie. No soy amigo de circos y en mi plan de viaje no encaja
esta actividad artística. Tampoco estoy dispuesto a esperar a la
hora de actuación y ni me molesto en informarme del horario.
Schiedam.
Molinos y mercadillo.
Empeñado
en llegar a Vlaardingen, que es el primer nombre que señala mi mapa
siguiendo el puerto, no me doy cuenta de que, por encima de la doblez
que he hecho para hacer mi mapa más manejable, aparece Schiedam, que
va a ser lo primero con que me voy a encontrar.
En el propio mapa,
aparece destacada la grafía de cinco molinos, como una de las
características más sobresalientes del lugar. A mi derecha hay un
canal que, cuando llegue a uno de los molinos, veré cómo se bifurca
en dos direcciones paralelas hacia el interior. Yates y veleros se
encuentran amarrados enfrente del mismo. Lo fotografío antes de
llegar y lo vuelvo a hacer estando ya frente a sus aspas. El molino
está en el extremo más próximo a mí del dique separador. Si
estuviera frente a un mar abierto, sería un lugar más apropiado
para un faro que para un molino pero, supongo, cuando lo construyeron
aquí, alguna función más adecuada cumpliría.
Al margen de ello, ofrece
una estampa muy bella y con eso me conformo. Avanzo para salir al
puerto de nuevo, y encuentro una rotonda curiosa, nada floral y
demasiado frutícola. Se trata de unos paneles, colocados en círculo,
que representan fotos. El primero, el de mayor circunferencia, ofrece
agua en movimiento o, al menos es lo que yo interpreto. No es
realista y el motivo reducido se repite hasta la saciedad. El
siguiente, que es el mediano en tamaño, ofrece muchas naranjas, no
sé si valencianas, italianas, argelinas o marroquíes. El último,
el más alto y el menor, ofrece bananas. Estoy tentado de escribir
plátanos de Canarias pero, estando en Holanda, me inclino a pensar
que sean bananas de sus colonias.
Así vuelvo a salir al puerto,
donde veo grandes barcos, cargueros y las grúas que se encargan de
carga y descarga. No en vano estoy en el puerto con más movimiento
comercial de Europa. Encuentro un coche con una imagen de mujer
aunque con gesto poco femenino, que anuncia Axidus.com. Se trata de
una organización de empleo temporal que trata de adecuar oferta y
demanda laboral.
Es probable que su labor sea eficaz, pero la imagen
impresa en la carrocería me desagrada. Es la razón por la que la
fotografío. Si la imagen me disgusta, más todavía la combinación
de colores elegida. Sobre el morado poco tengo que decir, pero el
verde encajaría mejor con la gama de los azules, pero para gustos se
hacen los colores.
Poco después, perdido entre pabellones
industriales, veo otro molino, que volveré a ver con la base al
completo antes de pasar el puente sobre el canal. Al fondo se ve una
torre de iglesia de forma curiosa. Me recuerda a un supositorio y
después de acercaré a ella.
De momento, me acerco al canal y sus
barcazas, que antes quedaba oculto. Visto desde aquí es un bonito
molino. Pasado el puente, ya puedo acercarme a la iglesia. Compruebo
que todos los accesos están interceptados para que no puedan acceder
ocupas y pordioseros. Va avanzando la jornada.
El reloj de la torre
supositorio señala las once y media. Hoy es día de mercadillo. Aquí
se vende de todo.
Algunos disponen de un puesto formal, con mesa y
toldo, pero otros se colocan sobre la hierba, ofreciendo sus
productos con cierta informalidad. El éxito de la jornada dependerá
de la oferta y la demanda.
Hablo con una pareja de Rotterdam, que se
maravilla de la originalidad de mi viaje. Pronto volveré al gran
canal. Donde voy a coincidir con un enorme carguero de nombre
Geopotes. No voy a poder continuar mucho por él, ya que hay zonas
industriales que me obligan a hacer otro recorrido.
Es así como
llego a un edificio que me da la imagen del imperio y que, con una
altísima grúa, seguramente servirá para cargar y descargar y luego
almacenar la mercancía de los barcos.
Pronto voy a saber el lugar
donde me encuentro, pues veo el punto 9 que indica la dirección
Pernis.
Este es el lugar en que dudé al venir ayer y decidí
continuar por el lado sur. Ya estoy llegando a Vlaardingen. Una
barrera levantada, con gran aparato físico, controla el paso de
trenes. Está preparada para cerrar el paso a dos bandas, una a los
peatones y, la otra, a los ciclistas.
Vlaardingen.
Me
voy acercando a unas casas con canal. No sé si se trata de villas
adosadas con tres alturas, o si solamente tienen acceso al canal los
propietarios de la primera planta pero, en cualquier caso, siento la
misma sensación de peligro, sobre todo para los menores que no saben
nadar, que recibí ayer al pasar por Zuidland. Aquí también las
zonas ajardinadas y las plantas son muy bonitas y la superficie del
agua ofrece un verde vegetal que, cuando yo era pequeño, llamábamos
moco de rana.
Lo habitual en lugares similares era escuchar el croar
de algún batracio. En este canal, en contra de lo que ocurría en
Zuidland, no se ve ninguna barca que lo recorra. Ya, dentro de la
ciudad, llego a un canal más ancho con embarcadero. Aquí se ven
embarcaciones deportivas, algún velero y una barcaza para
transportar materiales. Poco más adelante, el puerto se ensanchará
más.
Café
Rotterdam 1928.
Cuatro
personas hablan y una mujer me dice que, pasando el puente,
encontraré más de un restaurante. Pero todo lo que encuentro está
cerrado y, lo único que veo abierto es el Café Rotterdam. Aunque ya
se ve que no es restaurante, entro y pregunto. La mujer me confirma
que no lo es. Al preguntarle si, más adelante, encontraré alguno
abierto, la señora se apiada y me pregunta qué quiero comer. Le
digo una ensalada, y si es de pasta mejor. Me dice que me servirá lo
que tiene preparado y que me cobrará 5 €. Le respondo que estoy de
acuerdo. Se ve que esta mujer sabe que, hoy domingo, no encontraré
otra cosa en el camino mejor que lo que ella me ofrece. Le pido una
cerveza, y me siento a escribir. Enseguida me sirve la cerveza
Jupiler que le he pedido y, no he escrito ni una línea, cuando me
trae un plato de arroz, con patata, pimiento, zanahoria (lo que menos
me gusta por estar confitada), y algún trozo de pechuga. Tendría
que decir que, para mi gusto, no está nada apetitoso, pero como no
tengo demasiada hambre después del amplio desayuno que he hecho,
acabo haciendo de tripas corazón y me lo como todo. Para poderlo
pasar, tengo que añadir una segunda cerveza y pago en efectivo. La
suma total será de 8,90 € (1,95 cada cerveza). Me pongo a escribir
y, cuando estoy en ello, la buena mujer me regala una tapa de jamón
York con mayonesa y otra de algo con curry, que me disgusta, lo como
a regañadientes y a palo seco, ya que no me parece bien pedir una
tercera cerveza. Son las dos cuando voy al servicio y lleno de agua
el botellín. Agradezco, me despido y continúo mi marcha. En el
tiempo en que he estado allí, entra una pareja, con marido
enganchado a las maquinas tragaperras, él se ha gastado sus monedas,
y se van. Vuelven a entrar con más monedas. ¡Qué enfermedad!,
menos mal que no es contagiosa. Al jugador se le acaban las monedas
de nuevo y no tiene éxito; la máquina no regurgita sus monedas
almacenadas. Se ve que las reserva para otro que le caiga mejor. Se
marchan otra vez. Mi estómago está a deseo de echar unos cuantos
pedos pero, por no hacerlo en lugar cerrado mi voluntad, como la
tragaperras, los retiene. También, en una mesa, hay varios jugadores
de cartas que, sin acabar la consumición anterior, ya están
pidiendo la siguiente, y van tres. Me despido de todos, y pronto
vuelvo al camino próximo al puerto.
Saliendo
de Vlaardingen por la tarde.
Salgo
del Rotterdam, y doy rienda suelta a mi pedorrera, de la que me voy
liberando poco a poco. Me arrimo al borde pues hay un buen carril
peatonal, que también es usado por ciclistas y alguna motocicleta.
Así mismo veo pescadores de caña. Aquí el puerto se ha ensanchado
y los barcos que veo a lo lejos, ya son pesados cargueros que se
sitúan cerca de potentes grúas que son las que facilitan la carga y
descarga de los productos que transportan. Me costará salir de
Vlaardingen.
Al propio puerto desagua una gran boca de agua coloreada
de ocres y que me produce una impresión de poca salubridad. No
quiero criticar sin saber de donde provienen estas aguas, que llegan
con fuerza. Además, Holanda parece que es una nación que cuida la
calidad de los residuos con conciencia ecológica, por tanto pienso
que las que aquí desaguan son aguas pluviales del alcantarillado
urbano. Decido no dar más vueltas al tema y sigo adelante. Como
contraste, me entretengo con la flora.
Encuentro una planta que tiene
larga historia en mi vida, ya que la conozco desde niño y la asocio
a otra menor que da frutos también más pequeños. Es la planta
pinchosa que ofrezco, que ofrece unos pequeños pétalos morados. Con
la especie de frutos menores, jugábamos de niños a lanzarlas a los
jerseis que, si eran de lana, quedaban enganchados firmemente a las
fibras. Lo peor era cuando se enredaban en los pelos de las melenas
largas de las chicas. Ellas pasaban mucho tiempo tratando de
desenredarlos. Entonces los chicos no llevábamos melena y los
peluqueros nos cortaban el pelo a “lo garçon”. En mi recorrido,
ahora debo enlazar el número 75 de mi mapa con el 42. Parece que no
será difícil, pues basta con seguir el borde del canal portuario.
Lo mismo parece que va a ocurrir con el tramo 42-40.
El paso del día
se va notando en mi cuerpo, que va mostrando cansancio. Encuentro a
una pareja mayor. Están sentados en un banco, descansando, pero no
son caminantes. Ella, porque no puede deambular, se desplaza en silla
de tres ruedas a motor. Él, es más autónomo, y le acompaña en
bicicleta. Es la apreciación que hago en base a lo que intuyo y veo.
Quizás me ayude la posición de los dos medios de transporte. Digo
que ese vehículo a motor será mi medio de transporte del futuro.
Les saludo, pido permiso para hacer la foto, agradezco, y sigo mi
camino hacia Maassluis. Me marcho sin saber lo que significa el
cartel grandote con el número 1016. En el recorrido apenas aparecen
pequeños espacios con arena de playa pues, la mayoría del terreno
del canal es de rocas. Son piedras grandotas que van en paralelo a la
pista.
Maassluis
Hoy
el recorrido no me está produciendo sorpresas. Sólo encuentro un
poste indicador, contra el que alguien se ha chocado y lo ha torcido,
que me ofrece dudas. Una pareja ciclista comprende mis dudas y me ayuda a
solventarlas. En una recta de la pista ciclista, donde al fondo veo
dos grandes mamotretos, el acceso a la duna-dique está interceptado por una valla
y no deja pasar. Los edificios me hacen pensar que ya estoy cerca de
Maassluis y no me equivoco. Este final “luis”, que ya vi ayer en
Helleveetsluis, me hace pensar que sea un elemento que ayuda a
completar la palabra unicial y que tiene algo que ver con el mar.
Pero pregunto al traductor de Google y me ofrece sólo el significado
de piojo y “sluis” me lo traduce como bloqueo. Me quedo con esta
segunda opción y la asocio a dique, que bloquea, y a puerto, que
defienden los barcos del impètuoso mar. Pronto llego a un canal
urbano, en la propia ciudad. También en él encuentro una gran
barcaza, que parece hacer más funciones laborales que de trasiego de
turistas en vacaciones. Paso al otro lado del canal y, siguiendo
adelante, encuentro la iglesia a la que no me apetece retroceder ni
deshacer camino para visitarla.
Los barcos que veo en esta parte del
canal tienen ya más aspecto de ser de turistas individuales o para
hacer turismo grupal. Una vez pasado el canal y esta zona urbana, la
ciudad de Maassluis, siguiendo la pista para bicis, me va llevando
hacia la zona más industrial y que llaman Steendijk polder. Dos
edificios grandotes me atraen la curiosidad. También veo que sobre
el dique va un camino para peatones, pero yo voy muy a gusto por la
pista ciclista, más próxima al agua.
El primer edificio, es una
mole, cuya única cosa curiosa la veo en la fachada que mira al
canal. La mitad de arriba es perpendicular y, la mitad de abajo,
inclinada. El color marrón oscuro no es que sea muy atractivo, pero
el conjunto me gusta. Quizás me parezca más original el segundo
edificio, por los nichos escalonados que ofrece, aunque no acabo de
ver su finalidad.
No sé si los espacios exteriores son aprovechables
por los propietarios colindantes o si están dedicados a espacios
comunes. En cualquier caso, el escalonamiento me agrada y le da
cierta agilidad a un inmueble que, de otra forma, sería un
mamotreto. Un gran carguero pasa por el canal de camino a la bocana,
buscando su salida al Mar del Norte. Este trasiego de barcos con
transporte comercial será una constante en la tarde de hoy.
Del
37 al 22.
Maassluis-Hoek van Holland.
De
momento, mi objetivo para la tarde de hoy es salir a la playa en Hoek
van Holland y, una vez allí, ya pensaré lo que haré después.
Ciclistas en grupos van pasando por su carril y, cuando esto ocurre
yo me escoro al dique inclinado que va a ser una constante en
diversos tramos del recorrido. A lo lejos, al otro lado del canal de
enlace portuario, se empiezan a ver los altos molinos para la
obtención de energía eólica.
Es otra forma de obtener
un buen aprovechamiento del viento en una zona fabril, que anteayer tuve el
buen acierto de soslayar. También, durante un gran tramo de este
recorrido, encontraré en el canal, junto a las rocas aledañas al
dique inclinado, gran cantidad de palmípedas, como cuando iba camino
de Helleveetsluis, pero en esta ocasión se trata de cisnes blancos.
Una gran familia. No los puedo contar, pero calculo que habrá más
de trescientos. Por el canal pasa un transatlántico. Más tarde se
cruzará con otro británico que viene, el Stena Line, al que veré
llegar a puerto. De momento, llego a la zona en que al otro lado del
canal giran sus aspas los ventiladores captadores eólicos. La zona
de cisnes en manada ya ha finalizado, pero áun se pueden ver algunas
parejas. Serán las menos sociables. La pista para ciclistas ahora es
a compartir con los peatones. Ya no hay otra alternativa peatonal.
Llego a una zona en que el canal se bifurca. Un ciclista ha dejado su
bici aparcada de pie sobre el muelle empedrado y observa con el torso
descubierto, ofreciéndolo a los beneficiosos rayos solares. Al otro
lado, un pescador observa su caña. Al fondo, un tinglado que me hace
pensar en Calatrava, el arquitecto, pero que parece que sea un
soporte que mantiene en lo alto alguna tubería que cumple alguna
función industrial, como de carga y descarga de líquidos o de
gramíneas y similares a granel, transportados por los barcos.
La
pista ciclista se bifurca. Una sigue hacia Hoek, la otra retorna a
Rotterdam y ofrece otros recorridos.
Transalánticos
y cruceros.
Pasa
un enorme cruce, el MSC, que va en dirección a la bocana. Es el que
luego se cruzará con el Stena Line.
Cuando le saco de lejos, por
primera vez, el gran transatlántico no deja de emitir cantidad de
bocinazos sordos que, en espacio tan abierto y siendo tan lejanos, no
molestan, aunque no sean nada gratos a las personas que estén cerca
del lugar de la emisión sonora. Junto a la pista, encuentro una gran
letra K, que tampoco sé su significado.
Durante este tramo me
entretengo en fotografiar el encuentro entre los grandes barcos. Voy
tranquilo, con la confianza en que ninguno de los dos se va a chocar.
Me vería obligado a intervenir en el rescate de pasajeros emulando
las azañas de algunos tripulantes del Titanic y, la verdad es que no
tengo muchas ganas de trabajar.
Como no vi la película, tampoco
sabría qué hacer. Quizás perjudicara más que ayudar. En el otro
lado del canal, las torres captadoras eólicas van desapareciendo y,
a lo lejos, se ve un gran chorro de agua, cuya utilidad no voy a
conocer. El choque no se produce y voy a ver en breve al Stena Line,
Stena Britannic, amarrado al puerto.
Los cables unidos al Stena
Transporter, lo aferran bien al puerto, donde un tren de mercancias
está a la espera. En realidad, no es un tren, sino un conjunto de
contenedores depositados en línea. Cuando llego a la altura del gran
barco, pasa un tranvía que une la costa de Hoek van Holland con
Rotterdam. Algunos dirán: si tenías un tranvía, ¿por qué vienes
andando? Me hago el mudo.
Va
de animales.
He
dejado atrás el crucero británico y ahora me encuentro en zona
agropecuaria poco antes de llegar a Hoek van Holland. Un carnero
joven, al que ya se le está poniendo cara de malos amigos, me mira a
través de la alambrada, que le protege de los ladrones y también a
mí de su embestida.
Enseguida veo a uno de sus descendientes que,
con su lana marrón y rizada, tan empeñado está en arrancar la
hierba con su lengua prensora, que ni me ve, ni saluda al caminante
que ha llegado desde el País Vasco para verle. ¡Qué “esavorio”!
Tras fotografiarlos, llego a la señal número 22, que me da dos
opciones. La que habría seguido si tantas ganas tengo de llegar a la
playa, la número 94 y la opción Centro, que es la que cojo pues, ya
que estoy aquí, voy a tratar de ver algo del pueblo. Un ciclista con
el que me he cruzado varias veces, para su bici y me pregunta qué
estoy haciendo. Se lo cuento a grandes rasgos. ¡Asombroso!
Hoek
van Holland.
La
dirección Centro, me lleva a la iglesia. Su torre me recuerda a la
que he visto esta mañana y que me ha recordado a un supositorio.
Ahora me recuerda más a una bala, embalada, hacia el cielo. Su
significado no es diferente de lo que intentan las torres de las
catedrales góticas; poco a poco, llegar a Dios. Saco foto de la
iglesia. Veo la carta oferta de un restaurante italiano, donde hago
planes de cenar más tarde. Busco un bar para beber mi tercera
cerveza, que será no Jupiler, sino Heineken. Pago por ella 2,20 €.
La chica que atiende la barra se bandea bien con los clientes, muchos
de los cuales van bien servidos de alcohol pero siguen bebiendo. Ella
no para. Nada más llegar yo, me coge el mapa y no sé lo que me
cuenta. Otro que está en la barra es un camionero inglés, al que le
faltan cuatro años para jubilarse. A todos les veo mayores que yo.
¿Será por el exceso de alcohol. A lo mejor es porque yo no me veo
la cara y no puedo compararla con la de ellos. Pero es con el inglés
con el que más hablo. Le cuento a grandes rasgos mis recorridos de
verano entre 2006 y 2013. Me informa de un hecho luctuoso. El
miércoles hubo u accidente de trenes en Galicia en un tren que iba a
Santiago de Compostela, con resultado de 80 muertos. Alguien más
interviene para ampliar la información. Tras beber la cerveza y
despedirme, rechazando la cerveza a que me invitan, me acerco al
italiano.
Roma
Antica.
Lo
primero que pregunto es si tienen ensalada de pasta. Su respuesta es
negativa y sale el cocinero, que parece ser también dueño. Éste me
confirma que no la hacen. Pido ensalada de tomate con cebolla y
agradezco las vinagreras a la vista con su rico aceite de oliva. Al
aliñarla corro el riesgo de echarle demasiada sal, pero de aceite
sólo le echo cuatro gotas porque ya tiene suficiente. Enfrente hay
una parejita, un chaval con su novia. Se han enterado de mi viaje. Se
ríe por lo que me podría haber pasado si no me doy cuenta de que el
tapón de la sal estaba suelto. No sería la primera vez en que me
tuvieran que hacer una nueva ensalada. Bebo cerveza y la cuenta
asciende a 16 € que pago con la Visa. Aunque la tarjeta la han
metido en la ranura con menos energía que lo suelo hacer yo, la
conexión va bien. ¡Qué contento estoy! Escribo en el diario
mientras voy terminando la cerveza. Son las 19:45 y, antes de
encaminarme hacia la playa, paso por el retrete. Al pasar, al que
hace las pizzas le pregunto si es el “padrone” y me responde
afirmativamente. Mientras él trabaja la masa y pone los
ingredientes, le cuento algo de mi viaje y del que hice en autobús
por su tierra italiana, pero el hombre está a lo suyo y no le quiero
descentrar de su trabajo, así que me despido y me voy.
La
playa de Hoek van Holland.
Salgo
de Roma Antica y paso por delante del bar donde antes he tomado la
cerveza pero, en la penumbra, no veo a la eficaz moza que trabaja
fuera y dentro de la barra, tampoco a ninguno de los que he visto
antes y con los que he estado hablando, por lo que sigo adelante.
Unos chavales salen de un camino asfaltado y yo también me animo a
seguir por allí. Me da la impresión de que, en lugar de llevarme a
la gran playa lo va a hacer a una zona más al Norte de la misma,
pero acabo saliendo a la carretera y dos chicas me dicen que para ir
a la “strand”, siga por la principal.
Sigo por el camino de bicis
que, en un momento determinado, se bifurca. Pero no tiene
consecuencias nefastas, pus acaba sacándome a espacios próximos a
la playa. Un lugar en donde se vende de todo. Después de dos días
sin ver mar abierto, me hace ilusión volver al Mar del Norte en esta
playa de Hoek van Holland.
Por una plataforma de grandes cuadros de
cemento, me voy acercando a la arena y pronto estoy descalzo en la
orilla. Desde la arena seca saco foto de playa, y donde se aprecia al
fondo, hacia el Sur, la zona industrial del otro lado de la bocana de
salida al mar del puerto de Rotterdam, que ya abandono con ganas.
Otra foto, hacia el Norte ya me abre la perspectiva del camino
playero que me espera hasta finalizar la jornada. Paseo muy
satisfecho descalzo por la orilla confiando en que, con el roce del
agua y la arena, se me termine de caer la uña del dedo que cuelga.
Poco a poco la anchísima playa se empieza a estrechar, pero tengo
suerte porque la marea alta comienza su descenso. Aunque de forma
irregular, el piso de arena se presenta con bastante firmeza. En el
primer espacio de playa, cerca de la duna, se ofrecen algunos
chiringuitos de playa y también algunas casetas.
La diferencia de
esta playa, con respecto a las de más al sur, es que aquí no
aparecen las barreras dobles que van desde la arena seca hacia el mar
y que cumplen función de retener la arena. Aquellas eran más
vulnerables que ésta. Sin esas barreras camino mejor por la orilla y
creo que así podré llegar mañana sin problemas hasta Den Haag, la
que siempre estudiamos con La Haya, capital administrativa de
Holanda. El camionero inglés del bar, me ha asegurado que la capital
es Amsterdam.
Me encuentro con una reata de cinco caballos montados
por mujeres. Uno de los que lleva jineta y un hombre desmontado
agarra del bocado, no consigue que el caballo se digne mojar sus
cascos. Da unos pasos hacia atrás cada vez que se acerca una ola. Se
ve que al caballo le asusta pisar agua en movimiento y se niega a
hacerlo. No va a tener otro remedio que llevarlo por la arena entre
húmeda y seca. Se va quedando atrás, muy lejano, el complejo
industrial que me evité ayer al venir por Rotterdam. En la arena han
quedado bien remarcadas las pisadas de los cascos del caballo que
temía a las olas del mar.
El esquema que me va ofreciendo la playa
es el mismo, casetas y algunos chiringuitos. Probablemente estos ya
pertenecen a Gravenzande, un pueblo que queda más hacia el interior.
Más a delante, en el mar, veo un barco que draga la arena y la
expande en chorro. Esto es, saca arena del mar y la devuelve al mar.
Me sorprende que esto ocurra en mar abierto, pero ya se sabe que el
movimiento marino desajusta los espacios necesarios idóneos para la
navegación. Avanzando un poco más y entretenido en la contemplación
de esta dragadora de fondos marinos, compruebo que, lo que yo creía
un chorro al inicio, ahora se bifurca en dos.
Con tan buena fortuna
de que, en ese momento, pasa un avión. Me parece que va muy bajo
para aterrizar en Den Haag, pero parece que así va a ser. El cielo
permanece bastante despejado y el sol ya va bajando hacia el ocaso.
Hoy podré ver cómo se acuesta.
Anochecer
cerca de Monster.
Paso
el último chiringuito y las últimas casetas de playa y llego a un
puesto de socorro, en el que leo Post Arendsduin, que mañana
escribiré para localizar la playa en donde duermo. En el puesto
aparece el nombre de Haaglanden, que pertenece a ‘s-Gravenzande y
del que me voy alejando más al Norte. Creo que la duna en
que finalmente duermo, está más cerca de Ter Heijde, por lo que
sitúo allí mi final de etapa.
Ter Heijde pertenece a Monster. Cada
vez que leo la palabra Reddingsbrigade (socorristas) recuerdo la
balada de la cárcel de Reading y lo trafulco todo diciendo que los
socorristas serían la brigada que controla a los presos. Una más de
mis pajas mentales. A estas horas ya quedan pocos paseantes de playa.
Me retiro al fondo, hacia la duna. Leo un cartel que dice: Verboden
Toegang, que intuyo como una prohibición de entrar en la duna. Como
si la barrera alambrada no fuera suficiente indicador. Al entrar en
Bélgica ya vi un nombre igual o similar que prohibía patinar con
“skates”. La foto que saco presenta la sombra del caminante que,
en el ocaso, empieza a ser alargada y se proyecta en la duna, a la
que me abstendré de entrar.
Ocaso
en Ter Heijde.
Busco
un lugar horizontal cerca del poste 48 y pronto lo encuentro. Este es
el primer lugar en Holanda en el que leo un cartel con el que tratan
de proteger la duna. Las de este país, la mayoría, son muy bajitas.
Una vez alisada la arena para que quede lo más horizontal posible,
coloco la esterilla encima y extiendo el saco de dormir. Me siento a
esperar a la puesta de sol, que no se produce hasta las 21:30. Se
puede apreciar sobre la arena seca el impacto de las gotas de esta
noche o de la pasada. También he visto charcos a lo largo del
camino, aunque no lo haya comentado. También aquí hay zonas en
forma de estratos que aparece endurecida por la lluvia. Mientras
espero, quito la arena de mis pies y me doy masaje de aloe-vera. Ya
se me está acabando el tubo. Saco dos fotos. La primera con el sol
sobre el horizonte y su reflejo en la orilla.
En la segunda, el sol
ya no se refleja en el mar, aunque ya está a punto de empezar a
desaparecer por hoy. Hago coincidir el momento con la llegada de un
hombre paseando a su perro. La foto desordena la importancia de los
componentes: primero el perro, luego el sol y, por fin el hombre.
Aunque ni hombre ni perro podrían sobrevivir en ausencia del astro
rey. El cielo está precioso, sin nubes, lo que me permite acostarme
con cierta tranquilidad. La media luna no la veré hasta que me
levanto por primera vez a orinar de madrugada. Poco después me
mearán las nubes. No consigo ver la Osa Mayor. Duermo bastante bien.
Balance
de jornada de interior con final en playa.
Así
como la jornada de ayer comenzó en playa y acabó en interior, hoy
ocurre a la inversa; pero ni ayer ni hoy he podido disfrutar de un
rico baño. Ayer, porque la hora era tempranera y hoy porque ya se me
ha hecho tarde y no me apetece. Lo que deseo es dormir y descansar.
El día de hoy no me ha aportado cosas de mucho interés. Aunque no
ha sido óbice para que me haya entretenido con Erasmo, edificios,
barcos y fauna. También agradezco la comida improvisada del
Rotterdam y el interés de la señora, así como la cena en el Roma y
la charla del bar de Hoek y con los jóvenes que trabajan con riesgo.
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