jueves, 22 de febrero de 2018

Etapa 46 (403) Ter Heijde-Den Haag


Etapa 46 (403) 29 de julio de 2013, lunes.
Ter Heijde-Monster-Den Haag.
Amanecer lluvioso en la duna.
Hacia las cuatro de la madrugada caen cuatro gotas y saco el paraguas de la mochila, pero no lo abro, puesto que para enseguida, y lo coloco entre la almohada y la mochila de cabecera. A su pesar, duermo bastante bien. Hacia las 4:45 vuelven a caer dos gotas, pero esta vez sí que lo abro, pero sólo sirve para que se humedezca un poco y lo vuelvo a guardar en su funda. Lo pongo de nuevo en el mismo sitio para tenerlo a mano. Pero a las cinco, el agua que empieza a caer ya es más copiosa, sin llegar a los chaparrones de Renesse y Helleveetsluis, y tengo que tomar otra decisión. Arrimo la mochila al hueco seco que obtengo levantando la esterilla y así protejo la almohada con mi cuerpo. La lluvia sólo dura un cuarto de hora, pero es el tiempo suficiente para que la parte de los pies del saco chorree y, en la esterilla, se formen como dos ríos. Cuando para de llover, y veo que la nube negra sobrevuela hacia La Haya y de occidente viene azul, como tengo la certeza de que con el agua que me ha entrado y empapado no voy a poder dormir, decido recoger todo, vestirme y ponerme en marcha. Intento sacar del saco toda la arena que puedo y escurro la parte baja del saco. El agua cae a chorro. Guardo esterilla y saco en la mochila, aún sabiendo que me mojaran algo de la ropa seca de dentro. 
 
Tomo la pastilla y bebo agua y, para dar tiempo a que avance la nube, retrocedo hacia el Sudoeste, hacia el puesto de Reddingsbrigade, que está en zona deportiva. Ahora camino tranquilo, puesto que ya no hay amenaza de más lluvia.

Ter Heijde. Invernaderos.
A pesar del madrugón, creo que he descansado las horas suficientes. Superada la duna, lo primero que veo es profusión de invernaderos. Parece que estoy en Almería. Saco dos fotos. 
 
La primera sale normal y, por no ofrecer la segunda tan repetitiva, la manipularé de forma más pictórica, para que destaquen las luces de la todavía alejada ciudad de Monster. Veo dos ofertas de camino, una es para peatones, la otra para ciclistas, pero me olvido de las dos y sigo por la carretera, convencido de la poca circulación que habrá a horas tan tempraneras. 
 
Veo letrero de 10 kilómetros a Den Haag. Parece que el recorrido que voy a hacer hoy va a ser muy corto. En la primera zona de casas a la que llego, encuentro a un chico esperando en la parada de autobús y, un poquito antes de que se monte consigo preguntarle y me dice que estoy en Ter Heijde que, en realidad, es la parte marítima de Monster. Luego saco una foto de la primera iglesia que veo y que, probablemente, ya no pertenezca a ese barrio.

Monster.
En el reloj de la torre de la iglesia, se ve la hora: 6:10 y, como no tengo oportunidad de distanciarme mucho, puesto que el espacio no me lo permite, saco cinco fotos de la iglesia, sin conseguir que ninguna abarque el conjunto a mi gusto.

No sé las que finalmente incorporaré a este blog. Son las 7:10 cuando llego a una panadería abierta, con mesas y sillas en la terraza, pero la panadera me dice que no abre hasta las siete y media, así que continúo adelante. Voy dudando si me conviene o no buscar el stayokay en la enorme ciudad de Den Haag, que en mi mapa abarca casi tanto como Rotterdam, o desayunar y seguir por la costa hacia algún lugar más al norte, y acercarme al siguiente, el stayokay de Noordwijk. Pero los acontecimientos iran saliendo rodados y me dejaré llevar por ellos. 



Paso por una casa aislada que ofrece una fachada curiosa que, en su parte circular, pone Huize Helena. Este edificio me recuerda por sus formas a una ballena, que también rima con Helena. Ofreciendo unas líneas modernas, tiene detalles clásicos, como las vidrieras de los vanos acristalados. 

 


 
También las cortinillas. La puerta podría pertenecer al llamado Art Nouveau. Llego a otra iglesia más sencilla que la primera vista, y que destaca por su pincho sobre la torre. Lo que más me interesa de esta foto es que ya se puede apreciar que el cielo se ha despejado y ofrece un luminoso azul. Un obispo y una mujer, en la hornacina, me llevan a pensar en San Agustín y Santa Mónica, pero no lo puedo comprobar y no tengo mejores argumentos que mi intuición. 

 







Más tarde encuentro un edificio cilíndrico que, en menor tamaño, me vuelve a traer a la mente el panóptico de hace dos jornadas. Este me parece menos idóneo para vigilar. También en esta foto, al estar orientada hacia el Nordeste, se pueden apreciar las nubes que han descargado por la noche y que todavía no han desaparecido del todo por el Este.

Entre Monster y Den Haag.
Saliendo ya de Monster y sin haber conseguido encontrar un lugar para desayunar, enfilo ya hacia la capital administrativa de Holanda, donde está el Parlamento. Encuentro algunos tramos de la carretera que han sido cortados porque están mejorando la estructura de salida de los canales al mar. Así llego a uno de estos y lo fotografío como muestra. Permite ver que la nueva estructura es recia y la están haciendo a conciencia. También otro punto a su favor, los peatones y los ciclistas podemos pasar sin problemas, pues se han preocupado de gastar un dinero en poner un acceso muy bien hecho y que contrasta con su carácter de provisionalidad. 
 

Los vehículos deberán, por un tiempo, hacer otro recorrido. Paso por el hotel Saint Vincent. Es de ladrillo y de corte clásico, con una leyenda que no puedo interpretar sin conocer el Neerlandés. Llego a entender algo de Teodoro van der Berg. El primer término, “Ter”, me hace recordar a las casas bretonas en que ponía “Ker”, que me recordó al “enea” vasco. Podría traducirse al castellano como “casa de...” 



 
En una barriada de casas, el arbolado que se ofrece ha sido recortado en forma de seto, haciendo como una especie de pantalla que protege del sol a sus fachadas. Podrá cumplir una función útil y no sacar sus copas a la carretera, pero estéticamente me desagradan. 

 







No parecen ni siquiera árboles. La iglesia de San Bartolomé no ofrece más que dos misas por semana y, para eso, la hicieron tan llamativa, con una torre que parece una flecha que va a salir disparada hacia la estratosfera. 

 








Es así como llego a otra canalización con similar aparato restaurador que la relatada anteriormente. Aquí la zona peatonal y también carril bici, tiene material menos recio, pero es fuerte y la han alfombrado de verde. Los vehículos van por otro lado. 

 
Estas reparaciones dan cuenta del respeto que se tiene en Holanda por la circulación en bicicleta, un vehículo económico, ecológico, que no contamina de CO2 los conglomerados urbanos. Llego a una finca donde anuncian alpacas. No sé si se trata de criadero y venta de las mismas, o de algún producto derivado de ellas, de su lana, su leche… 
Un ejemplar joven y muy blanco se ve en primer término comiendo hierba y, a los adultos, detrás de una valla, que hacen lo mismo. No parece que tengan muchas opciones de escapar. Paso por un canal, con un lado agreste y por el otro urbanizado con setos bien recortados. Me surge de nuevo el temor a los ahogamientos de menores. Quizás sea un temor infundado. 

 



Otra casa, ésta con puente, me llama la atención. Principalmente por su aislamiento. No sólo le separa de la vida urbana el canal, sino que éste lo superan gracias un puente de tres ojos privado. Por si hubiera una duda de que sea privado, una puerta de reja metálica es con lo que se topará el ajeno que pretenda penetrar en el recinto. La casa es un octógono con grandes ventanales, muy luminosa, lo que le supondrá ahorro diurno en iluminación, aunque quien tiene una casa de estas caract6erísticas se supone que no pasará penurias económicas. Continúo. Ya estoy entrando en Den Haag.

Sublime decisión. El tranvía n.º 9.
No resulta fácil entrar en una ciudad grande sin un plano que indique los nombres de las calles. ¿De qué me sirve saber en qué calle está el stayokay si no la puedo buscar? Sólo me servirá si acierto en preguntar a alguien que conozca el lugar. Por tanto, empieza la parte más difícil del día. Encuentro un gran plano de la ciudad en una parada de autobús. Miro, pero ¿quién es capaz de encontrar Scheepmakerstraat? Hay dos autobuses en una parada esperando a que de la hora para arrancar. Uno de los conductores me orienta hacia el n.º 9. Como me dice que siga adelante, yo sigo obediente. Pero ninguna de las siguientes paradas lleva el n.º 9. Me quedo parado en una en que también hay plano de la ciudad. Cuando llega el autobús, le enseño las señas del albergue que busco y, tras leer la dirección, me dice que suba. Me da un billete para 60 minutos y me cobra 3 € y me deja en una parada de tranvía urbano. Enseguida encuentro el n.º 9. El conductor está atendiendo su talki-walki. Cuando acaba y se pone las gafas me dice que suba y que me avisará cuando estemos llegando al stayokay. Sin sentarme me quedo a su lado, para que me vea y no se olvide. Cuando se libra, me acomodo en el primer asiento. Voy mirando el luminoso donde van apareciendo los nombres de las paradas. Sueño con que salga mi calle, pero tal cosa no va a ocurrir. Tras ocho o diez paradas, me avisa de que me tengo que bajar en la siguiente. Para y, mientras estoy bajando, me indica con la mano la dirección en que está la calle del albergue. Cuando bajo, compruebo que estoy en ella.
Ha sido un acierto haber tomado la decisión de coger transporte colectivo y la suerte de haber encontrado conductores amables y ayudadores. Así me ha salido más económico que el taxi de Rotterdam, y no he corrido el riesgo, como allí, de morir en el intento.

Stayokay de Den Haag.
El recepcionista me atiende en castellano. Todo va bien, incluso la Visa, pero me dice que la llave no me la puede dar hasta las tres de la tarde. Para que no ande a vueltas con el equipaje, me da una llave para que lo deje en el sótano. Tengo que abrir dos puertas y saco de la mochila el bañador, pero se me olvida coger el cable del cargador del móvil, que lo tengo muerto. Lo cargaré por la tarde y poner a secar todo lo que esté mojado. Por miedo a que no se me seque, hoy me quedo sin la posibilidad de lavar la ropa que llevo puesta. Empiezo a marcar en el mapa las dos últimas etapas que, al ser por interior, no se ajusta bien a mi sistema de señalarlo como por la costa, y doblarlo de forma que mañana me sirva por el otro lado. Viendo ya la continuación de la costa por el reverso del mapa, me da la impresión de que podré llegar mañana al albergue juvenil de Norordwijk. También me parece que, al día siguiente, podría dormir en el de Haarlem. Todavía no he abandonado la posibilidad de visitar Amsterdam, haciendo Haarlem-Amsterdam-Haarlem, utilizando algún medio de transporte. Pero todo esto no son más que elucubraciones que ya se verá cuál es el resultado final. La experiencia me dice que mi viaje es impredecible, lo que no se ajusta a la programación que ahora le someto. Sólo está bien como medio de tener en cuenta las posibilidades que se me ofrecen. Cuando comento mi plan con el recepcionista, me dice que me pueden reservar habitación para mañana en Noordwijk. Les agradezco su oferta, pero no me puedo arriesgar a hacer la reserva sin tener certeza de que voy a llegar. Pago la reserva con Visa, que incluye el desayuno de mañana, 26,27 €. No intento desayunar hoy aunque, con el poco control que hay en el comedor, podría hacerlo. Una vez anotados los gastos y marcado mi mapa con el recorrido hecho hasta aquí, voy al retrete y cago copioso, aunque algo inconsistente y maloliente, pero me quedo vacío y feliz. Pido plano de la ciudad y salgo con él fijándome bien en cómo llegar al centro a partir de Scheepmarkerstraat.

Den Haag. Hacia el Centro ciudad. Hispanoamericanas.
Pero de primeras, el plano no me ayuda mucho. No me aclaro hacia dónde seguir. En tienda de todo, probablemente de pakistaníes, compro las últimas tres nectarinas que quedan en una caja, y pago por ellas 1,75 €. Están dulces y las como en un santiamén. Cuando las estoy saboreando, una mujer que está haciendo limpieza callejera y que habla castellano por ser de la República Dominicana, conversa con una ciudadana ecuatoriana que se le ha acercado. El tema es de salud y, en concreto, de ácido úrico. Enseguida se despiden. La dominicana sigue con su tarea y yo me voy con la ecuatoriana, puesto que va hacia el centro. Me dejo llevar y, hablando, me fijo poco en el recorrido, que luego me habría venido bien memorizar para hacer la vuelta. Vino de Ecuador y lleva 15 años viviendo aquí. A sus hijos no les atrae Holanda para vivir y siguen en Ecuador. Cuando han venido, en alguna ocasión, dicen que prefieren ir con su padre a Estados Unidos. 

Está desengañada de Holanda. Aquí todo está cada día más caro y les asan a impuestos para mejoras que ella nunca disfrutará, todo se lo queda el gobierno y, en noviembre, se vuelve a su tierra definitivamente. Me despido de ella en una parada de bus que debe coger para ir a trabajar. Ahora, en verano, trabaja menos horas y, en agosto, cogerá las vacaciones.

Simit Sarayi Gedempte Gracht. Desayuno.
Paso por delante de la iglesia Nieuwekerk, pero no la visito pues, tras comer la fruta, ahora quiero desayunar y entro en un tea & coffee, que no tiene croissant y casi todo es salado, pero encuentro un relámpago de crema y cubierto de chocolate y bebo el mejor café con leche, con mucha leche, que me han servido hasta ahora. Pago 4,50 € (2,00 por el café y 2,50 el pastel). La camarera pone interés en mi viaje y se lo ha contado al compañero. Me desean buen final del recorrido y que todo me vaya bien. Paso por dos cines en el que echan muchas películas. Miro los carteles por si hubiera alguna española en versión original con subtítulos, pero todo lo que veo son americanas y francesas; una de Sofía Copola que, en otra situación e idioma, habría elegido.


Paseo por la ciudad. Primera parte.
Una plaza con muchos cruces de raíles. Dos tranvías enfrentados similares al nueve que me ha servido para llegar al albergue. Un edificio en construcción detrás. Para regresar al albergue me bastará con seguir estos raíles. Los tranvías son largos. Bastan estos dos para tener una muestra de cómo son. 

Un empleado municipal hace la limpieza de suelos con un aspirador grande que recoge los residuos y los almacena directamente. Luego, cuando el contenedor se llena, basta con sacarlo, vaciarlo y restituirlo a su sitio. Lo que más me gusta es que apenas produce ruido, como ocurría en Concarneau y también fotografié al pasar. A ver si se enteran los que toman decisiones en mi municipio. Evitarán algún día los soplamierdas que lanzan la porquería al aire para que la aspiremos mejor. Www.Glutlon.com

 




Enfrente del Marqt, por donde paso y luego entraré para hacer la compra, me acerco al edificio del Parlamento holandés, no en vano La Haya es la capital administrativa, aunque Amsterdam sea la política. El edificio me gusta, acristalado y con mezcla de rectas y curvas. El gran círculo es lo que me resulta más grato. Un asiento bajo en la plaza, donde conversan sentadas algunas personas, y las palomas, dan sensación de paz. Buen lugar también para comer y echar un trago. 
 
El edificio donde en el bajo está el Marqt es de corte más clásico, aunque no sea más que del siglo pasado. De planta baja y tres superiores, destacan en los tímpanos los carneros de exagerada larga cornamenta, y la doble cenefa que recorre por las alturas el extenso edificio.

Grandes almacenes Marqt.
Decido comer en el albergue y en el escaparate de Marqt veo pan de dátil, que me hace pensar que será dulce y menos basto que el de higo, que ya conozco. Esto es lo que me anima a entrar y hacer allí toda la compra. Me animo por comprar un risotto del que no veo precio y que, calentado, podría resultar rico, también compro un paté, zumo de manzana, coeur de boeuf, un panecillo y tres bananas. Me ayuda Cris, un operario que tiene tíos en Bilbao y la próxima semana cogerá vacaciones e irá a visitarles. Me ha dicho que el pago sólo lo admiten con tarjeta y, en caja, pago 18,16 € pero, como voy a necesitar bolsa, tengo que hacer un segundo pago de 0,50 €. El pago menos de mi vida que hago con Visa. Con las compras hechas, sigo visitando la ciudad. Cris es el que me ha dicho que el edificio acristalado que está enfrente es el Parlamento Holandés.
 
Paseo por la ciudad. Segunda parte.
Con la compra hecha, me acerco a un estanque con surtidor. La presencia de gaviotas indica que el mar no está muy alejado, aunque estas se suelen proteger cuando el mar se encuentra agitado; pero hoy no es el caso.La gaviota, que al principio me mira, se hace la despistada y cambia de posición y de punto de vista. Entre calles, pero controlando, encuentro a otras dos sudamericanas, madre e hija con muletas. Son colombianas. Han venido de vacaciones a Europa y me dicen que hay aquí mucho turista hispano. 
 
Siguiendo el estanque, me encuentro en uno de sus lados la zona abanderada. No veo banderas conocidas, lo que me hace pensar que sean locales o de las regiones en que esté dividida Holanda. En el centro de la foto se encuentra un edificio acastillado que ofrece un pequeño túnel peatonal bajo él y hacia donde ahora me dirijo. 
 
 






En el escudo, bajo el túnel, puedo leer: Hollandia. Las casas adjuntas parece que pueden pertenecer a un estilo constructivo típicamente neerlandés. 
 
Tienen mucha solera y me agradan. La torre tubular, que culmina en un puntiagudo cono, y la decoración de sus tímpanos son lo más a destacar. Sigo una gran avenida, por donde iniciaré mañana mi marcha de la ciudad, es peatonal y ofrece en la parte central varias construcciones escultóricas tan grandes como poco agraciadas para mi gusto. Hoy fotografío una de ellas, es de elementos metálicos ensamblados, y mañana más y mejor. 

 


Más que por ella, lo hago por la bella fachada de iglesia con tres grandes vidrieras que no está abierta, ni se puede visitar. 

Así es como llego a otra iglesia con torre de estructura puntiaguda, cuya fachada frontal fotografío y que por dentro no puedo visitar a mis anchas porque, cuando llego, se está oficiando misa y no quiero molestar. Una foto de la nave central con el altar mayor al fondo, cuyo aguabenditero y, supongo también baptisterio, no me permite ver en su totalidad. Tiene gracia esta pila bautismal. 

  




Culmino la visita con otra foto de la nave lateral izquierda, que ofrece al fondo dos capillas con altar diferenciado. Una gran columna los divide, pero no me acerco para ver a qué santos están dedicados. Calculo que la misa habrá empezado sobre las 12:30 pues el cura se dirige hacia el lugar donde se echan los sermones. Por las calles siguen pasando tranvías de continuo. Muchos con el número 9. 


En la plaza una escultura ecuestre en honor del rey Guillermo, Gulielmus II. Lo que más me confunde es leer arriba Gulielmo primo gobernatore y, debajo, ver los dos palitos de segundo. El heladero, que está debajo, como nadie le compra helados, aprovecha el tiempo leyendo. Aplaudo su opción para no perder el tiempo, estando disponible para el trabajo encomendado. Alguien, más motivado o con más celo profesional, haría méritos para atraer clientes. No seré yo quien le distraiga de su lectura por un capricho que, sin comer, ni me apetece. 


Llego a un edificio en cuyos bajos están aparcadas muchas bicis. No pregunto a qué utilidad sirve este edificio, pero pienso que puede ser la biblioteca y la mediateca. Lo que más me sorprende son las coronas que cuelgan enganchadas de un cable que parten de su fachada. 
 





ABN-AMRO es el letrero que ofrece otro de corte más imperial, aunque parece que este edificio sea una adecuación de otro más antiguo. Parece que el tejado no casa con la estructura curvada central. 
 

Otro estanque me ofrece un conjunto de edificios de corte clásico que contrastan en sus alturas con los más modernos rascacielos del fondo. Síntoma de que esta ciudad sabe convivir con lo antiguo y la modernidad, y que los especuladores no consiguen derruir todo lo antiguo para ganar mucho dinero con las posibilidades que ofrece el terreno. Vuelvo a ver el mismo surtidor de antes, así que quiere decir que estoy en el primer estanque. Bueno, ya estoy volviendo hacia el Parlamento. Me voy a comer. La compra pesa y la debiera haber dejado para el último momento. 



Por las calles se ven muchos carteles en casas y establecimientos cerrados en los que puedo leer: “Te Huur” que interpreto como anuncios de que se alquilan o se venden.

En el stayokay.
Siguiendo el recorrido de las vías del tranvía, porque no me aclaro con el mapa de la ciudad, voy camino del albergue juvenil. Tengo suerte porque en una calle he encontrado los indicadores numéricos, que me lleva al número 29. Va a ser un buen referente para salir mañana de nuevo a la costa, hacia el 37. ¡A ver si lo logro encontrar! 


En el último tramo, recurro de nuevo a las vías del 9 y las sigo. Cuando llego a una parada, espero al siguiente y lo vuelvo a seguir.Al ir de cruce en cruce, el recorrido se me hace más largo que por la mañana con la ecuatoriana desengañada de Holanda. Cuando llego a la parada en la que he bajado antes, vuelvo a mirar el plano de la ciudad, pero no lo puedo encontrar porque queda fuera del mapa. No sé por qué no encuentro el stayokay, cuando la indicador del conductor del tranvía me la había señalado tan nítidamente. Pregunto a un chico y me indica la calle con la misma exactitud, señalándomela con el dedo índice. Si yo hubiera sido menos impaciente, también la habría localizado. Ya estoy en el stayokay. Aquí me llevo la sorpresa. En este stayokay no hay cocina ni comedor para comer ni para calentar la comida. El recepcionista, que es de Aruba, me dice que está prohibido comer dentro del edificio (no calentar, no comer, me dice), tampoco en la habitación, pero él mismo me orienta a que salga a la terraza trasera, junto al canal, y que coma allí. Tras recuperar la mochila de la sala de equipajes que, el último en salir, había dejado la puerta abierta. Devuelvo en recepción la tarjeta llave de Equipajes y con la nueva llave, subo a la habitación. 
 

Habitación en el stayokay.
Lo que más me gusta de esta habitación es artesonado policromado del techo. Ya hay una litera alta y otra baja ocupadas. Elijo una baja, la más próxima al WC, para ahorrarme paseos nocturnos. Cuando suba, después de comer, otro chico habrá ocupado otra de las bajeras. Es habitación para ocho y, a lo largo del día, se completará. Todos los elementos de aseo los tiene, sin puerta, en el hall. Lo primero que hago es sacar de la mochila el saco y la esterilla en la ducha, para que toda la arena acumulada mojada durante la noche, se vaya por el desagüe. El saco de dormir está empapado y me ha mojado la otra camiseta y el pantalón beis y los pongo sobre el edredón para que se sequen pronto. El saco ya será más difícil de secar. Me afeito y ducho pero no me cambio de ropa. 
 

Bajo a la terraza exterior, la que da al canal, y empiezo a comer. Lástima que el risotto me lo tengo que comer frío, pero no lo voy a tirar por no poderlo calentar. Como delante de una vivienda flotante. Pasa un barco góndola, más bien es una barcaza. Enfrente, flotando en el canal, hay una plataforma con casa de madera pintada en azul y con puertas y ventanas en blanco. Una de las puertas la han dejado sujeta por un taburete de poco peso, pero se levanta el viento y el empuje de la puerta lo tira, con peligro de caer al canal. Cuando veo movimiento por una de las ventanas, hago señas. Sale un hombre con coleta. No le da importancia, pero sale y vuelve a colocar la banqueta donde antes. 
 

Cuando ha abierto la ventana, he pensado que él mismo iba a tirar la banqueta al agua. No ha sido así. En mi terraza hay un vaso usado que reutilizaré para beber mi zumo de manzana, sin escrúpulos. El risotto me lo como con poco apetito, pero algo tengo que comer. No resulta grato frío. Reservo para el final las aceitunas negras, que va a resultar lo más sabroso del plato precocinado. El paté tempoco me hace gracia, pero me como la mitad de la terrina. Parece de hígado de cerdo. El pan de dátil me resulta tan seco o más que el de higo. Lo mejor de la comida va a ser la banana. Lo malo va a ser, que por la noche, más de lo mismo. Trataré de robar sal, aceite y vinagre para que el coeur de boeuf me resulte grato y, además, era más caro que los 2 € que me había dicho Cris. Un tomate valía un euro. Durante la comida pasa algún barco, como la pequeña motora de la foto. Me había despedido del recepcionista de Aruba y ahora hay una chica. No le digo nada y subo a la habitación.

Microcosmo de nacionalidades.
Llega un chico que saluda, se acuesta con su móvil, se levanta y se va. Me pongo a escribir. Hago las cuentas, ya que mi libreta diario se ha acabado y he tenido que empezar la que espero será la última del viaje de este verano. Sólo me van a quedar seis caras en blanco. Las cuentas me cuadran y el gasto que llevo hecho en lo que va de viaje asciende por ahora a 2.316,77 €, de los que 1.760,51 € he pagado con Visa y 556,26 € en efectivo. Sigo escribiendo el diario y entra Michael, el australiano. Ha venido a un macrofestival de música que ha durado cuatro noches. Luego llega el chileno, Javier. Cuando asesinaron a Allende, en el 73, aún no había nacido; tiene 30 años. Sara, mi hija, tenía uno. Escucha mi opinión sobre el tema, pero no se pronuncia. Se han ido todos y yo sigo en la habitación. Como da el sol en la ventana, he extendido el saco para ver si así se seca un poco más. Dudo de que lo consiga del todo. Le doy la vuelta, y aún suelta arena pegada a la humedad. Poco antes de las cinco entra Tsubasa, japonés, al que ya sólo le queda la opción de litera alta. Bajo a continuar escribiendo el diario a zona intermedia entre el bar y el comedor. Aparece por allí el noruego con su cerveza. Por su comportamiento se puede adivinar que ya lleva unas cuantas en el coleto. Al principio creo que es inglés, por el idioma que utiliza, pero luego sabré que es de Noruega. Me habla de Suiza y de los Alpes y no sé a qué carta quedarme: ¿ingles, noruego,suizo? Habla un inglés tan rápido que hago verdaderos esfuerzos para aparentar que sigo bien la conversación. Algo sigo de lo que me dice pero, finalmente, acabo diciéndole que no le entiendo ni papa. En vista de lo cual sale con su cerveza a la terraza y ya no me vuelve a dirigir la palabra. ¡Qué descanso! El que estaba en la habitación cuando he llegado y con el cual he intercambiado un saludo mínimo, y que presagia un chico aislado que se quiere aislar, ahora ha bajado con sus cascos y el portátil buscando zona Wi-fi. El noruego se le acerca a dar la vara, pero el otro sigue a lo suyo. Luego, cuando suba a la habitación, el canadiense se mostrará con un talante muy accesible y hablaremos. Estoy todavía escribiendo postales, cuando a la mesa de al lado tren la cena para tres personas. Termino de escribirlas y subo a la habitación y, aunque ya me han advertido que aquí no se puede comer, me preparo la cena. Cuando estoy troceando el tomate se me ocurre bajar para pedirles el salero a los de la mesa de tres. Subo y echo sal al tomate, aunque le falte aceite y vinagre, me lo como tan ricamente. Luego me preparo bocata de paté, como pan de dátil y una banana, todo ello exquisitamente regado con delicioso zumo de manzana, que acabo. Recojo los restos para tirarlos a la basura y salgo a dar mi último paseo de la jornada. En recepción entrego a la chica las postales para que mañana las echen al correo. No tengo ganas de buscar buzón.
Último paseo de la jornada.
Me dirijo hacia el otro lado del canal, me acerco a la casa-barco azul, por si encuentro al de la coleta, pero allí no veo a nadie. Encuentro a un chico que sabe francés y le cuento mi viaje. Nos hacemos compañía hasta la estación y, aunque en un principio muestra interés por mi blog, luego ni me lo anota, puesto que al estar en castellano no lo va a poder entender. Son las 20:30 horas. En la estación del ferrocarril saco una foto del edificio y nos despedimos y voy hacia Chinatawn. 

 

Primero, paso por un canal florido y saco una foto. Las flores ocultan parte del paseo, aparcamiento, barcos y agua, pero sirve para hacernos una idea del resto. 
 
 





Es así como enseguida llego al barrio chino. Un arco de triunfo, que nada tiene que ver con los romanos, con caracteres chinos, se ofrece en la entrada de la calle principal. Otra puerta similar veré al final de la gran calle. Durante el recorrido de la calle, la iluminación es de pantallas circulares aplanadas rojas. 

 
Como aún es de día, se encuentran apagadas y no sé cuánto alumbrarán. Me da la sensación que serán poco luminosas. Me paseo por el barrio y lo que más me sorprende es ver una mezquita árabe entre tanto componente asiático. En la mezquita puedo leer algo de Asia y cuando estoy sacando foto, un hombre lejano me grita “no pictures”, como los niños de Wlissingen. En el tímpano de la iglesia se ofrece el texto: Hov Mescidi Aksa Camii y, delante de la fachada principal han montado dos carpas que, a su entrada, ofrecen cos mesas con botellines. ¿Será una convención religiosa o civil? En el mundo árabe ambos aspectos están demasiado próximos para cosa buena. Supongo que no les habrá hecho ninguna gracia el que les haya sacado la foto, pero estamos en Europa y no en musulmanlandia y si no quieren fotos que se queden en su tierra. ¿Por qué considerarán que, al ser fotografiados, se les va con ello una parte de su alma? 
 
Me encuentro la segunda puerta, al final de la calle y salgo al canal. Al otro lado, se ofrece un gran edificio de fachada circular, acristalado y en rojo, donde leo Dr Anton Philps Zaal, que me da la impresión de ser auditorio para grandes espectáculos. 

 







El edificio de la derecha es el Teatro y, en posición intermedia un edifico coqueto se ofrece como el restaurante del Teatro. Como ya he cenado, ni me acerco. 

Mi recorrido de regreso es muy distinto al que he hecho antes, y ando algo perdido. Paso por una plaza donde los chorritos de agua que la refrescan ganan y reducen altura a discreción. No sé si programada o hay un sensor que acciona cuando algún niño se acerca. Cuando estoy ya cerca, recurro al plano de la ciudad, pero me cuesta situarme. Una asiática arrastra maleta con ruedas y le sigo con la esperanza de que vaya al mismo sitio que yo. Efectivamente, había intuido bien. Luego me la encontraré después de que ella ha hecho su gestión en recepción. Llamo a mi hermana Sagrario y se pone mi nieto Julen. Le digo que ya había hablado con sus hermanos y que me faltaba hablar con él. Le pregunto por cómo le ha ido el curso de buceo de verano y me pasa con mi hermana. Mi nieto no ha reconocido mi voz. Sagrario me dice que cuando estuvo en La Haya le gustó mucho, y que el cinco se va con su amiga Clemen a Cádiz. Si quiero llamarle, tendré que hacerlo al móvil.

7 de 8 camas ocupadas en el stayokay.
Vuelvo a la habitación y encuentro al de Canadá, echándose colonia. El japonés está en su litera alta enfrascado en sus artilugios electrónicos. Ni saluda. Digo al canadiense que se va a llevar de calle a todas las chicas de La Haya. Resulta ser un muchacho encantador. Es de Vancouver, al llegar le había visto tumbado en una cama de abajo. Ahora me dice que no sabe en cual va a dormir y acabará tumbándose en la litera de encima de la mía. Le cuento el encuentro que tuve en Berck-sur-Mer con Suzanne Clément y le gusta. Pero no conoce a la actriz de Quebec. El noruego dormirá solo y la litera de arriba quedará vacía. La cama en que se había acostado el canadiense, la ocupará más tarde Ernesto, un chico de Madrid, que viaja en plan económico porque su padre es ferroviario y tiene grandes descuentos y ventajas, más que el sistema de Interrail para jóvenes. Ha estado en algún albergue de los que a mí me quedan por llegar y yo en alguno de los que va a ir. No conoce el castillo de Domburg y mañana va a ir al de Rotterdam, del que le doy la clave: M-5, en el plano de la ciudad. Pero el no va a tener los problemas que tuve yo al llegar, puesto que va en tren y la estación está relativamente cerca del stayokay. Lo tiene anotado como uno de los mejores albergues, pero yo le digo que su arquitectura, vista del exterior, es preciosa, pero no ocurre lo mismo con su distribución interior. También el problema para correr cortinas en las ventanas altas. Le hablo de mi viaje y de la importancia que tiene estar a bien con uno mismo. Es la primera vez que viaja él solo y no quiere gastar en comer. A ratos, la soledad le abruma y habla con su madre por teléfono, a la que no cuenta sus dormidas en estaciones, en Bruselas y en algún otro lugar que no recuerdo. Podríamos pasar toda la noche de parloteo pero, cuando van a dar las 23:30 baja a fumar y sube enseguida. Si yo no hubiera estado desnudo en la cama, la información se la habría dado con algo de documentación. Pero no me apetece vestirme, ni buscar en la mochila la libreta-diario terminada y archivada. Tampoco echar marcha atrás a las fotos, para que viera el stayokay de Rotterdam. ¡Mejor, así será sorpresa! Cuando le he hablado de M-5 para facilitar la localización del albergue en mapa, él me ha preguntado: ¿es una carretera?, asociándolo a la M-30 de Madrid. Y le doy la explicación. Yo quiero dormir y ya no hablamos hasta mañana. Yo, en la cama, me quedo pensando en lo que me ha contado Ernesto de su viaje. Siendo el primero que hace en solitario, es normal que a veces eche en falta a alguien. Las llamadas telefónicas a su madre le dan aliento y seguridad. Le miente a ella para no preocuparle, no contándole lo mal que come pues por unos días de malcomer no se va a morir, ni cuando no duerme en cama de albergue o pensión de poco precio. No gastar tiene una razón altruista, pues ahorra para pagarse sus estudios universitarios. Eso le permite mantener cierta independencia respecto de su familia. Todo ello me parece muy interesante. Sin embargo, cuando regrese a Madrid, es conveniente que se lo cuente, pues así podrán comprobar lo que su hijo va ganando en autonomía. A pesar de lo que pienso, cuando sube a la habitación, yo quiero dormir y no se lo digo. Hago un resumen mental del elemento humano de esta habitación: Somos siete para ocho camas. Arriba, el japones no deja de atender su tablet y ordenador portátil. Estos somos los siete magníficos:
América: canadiense y chileno.
Europa: noruego, vasco y madrileño
Asia: japonés.
Oceanía: australiano.
Como he dicho, el noruego no tiene a nadie en la litera de arriba, Ernesto tiene encima al japonés, el australiano al chileno (invirtiendo el orden geográfico), y yo al canadiense. Siete nacionalidades distintas, aunque no quiero polémica política sobre el castellano y el vasco de Navarra. De hecho he comentado con Ernesto que los de habla hispana somos mayoría, “mayoría parlante”. Cuando estoy hablando con Ernesto, llega el canadiense, pero va acompañado de una chica que, justamente se asoma. Saludan y se van. Trato de dormir y no me entero ni de cuándo regresa, ni cuando llega el noruego. Sólo veo a Javier, que llega y se acuesta.
Toda la noche va a estar la ventana abierta, igual que estaba por la tarde. Aunque cuando duermo en la playa estoy al aire libre, aquí preferiría dormir con la ventana cerrada, para que los ruidos externos nocturnos no me desvelen. Ya tengo bastante con los internos. Ernesto ha fumado y pronto ha regresado y se ha acostado. Javier lo hará hacia las tres. El noruego se ha portado bien y ni me he enterado cuando ha regresado. Temía que, con tanta cerveza, nos daría la noche. A todo el mundo nos ha estado contando que había perdido o le habían robado el pasaporte.

Balance de un día en La Haya.
El inicio de la jornada, con lluvia, no ha sido nada grato, pero el final con esta especial estancia con el poutpourrí internacional, ha sido lo más interesante de la jornada. Contento con haber tomado la decisión de entrar en la gran ciudad en tranvía y de la ayuda obtenida para coger el tranvía conveniente. He estado cómodo en el recorrido por la ciudad y ha sido una pena que en el albergue no hubiera más que el comedor para los desayunos y faltara la cocina para calentar comida preelaborada o cocinar algo sencillo, y comer en mesa. Al menos, no ha vuelto a llover. Interesantes las conversaciones con el canadiense y el madrileño. El australiano no me dice si le van gustando o no los conciertos para los que ha venido a Den Haag.

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