Etapa 44 (401) 27 de
julio de 2013, sábado.
Ellevoetsluis-Oudemhoorn-Zuidland-Spijkenisse-Hooggvliet-Poortugaal-Rhoon-Rotterdam.
Amanecer en
Hellecat Badstrand.
Me despierto a las
5:30 y me hago el remolón pero, a las 5:45 se oye un altavoz con el
que empiezan a hacer pruebas de sonido. Luego sabré que se está
celebrando en Helleveetluis una regata, algo similar a la de
Brecht-Douarnenez, con veleros antiguos. La de aquí son tres etapas,
como me explicará más tarde el belga Röel (Raúl). La
interpretación que yo hago de las palabras que salen de la megafonía
es: “Que salga el que está debajo del catamarán”. Y, obediente,
salgo. Traslado todas mis pertenencias a la mesa en la que cené ayer
y allí, más cómodo que bajo el catamarán, organizo mis
mochilas. Me desnudo, para sacudirme con la toalla toda la arena
acumulada durante la noche, me visto y me pongo en marcha con mi
equipaje a cuestas. Salgo por el mismo lugar en que ayer vi cómo se iban Hugo y sus amiguetes. Se trata de una pista para bicis y camino parsimoniosamente haciendo tiempo para que abran los
cafés en el lugar adonde voy. Parece que Helleveetluis no está muy lejos.
De Hellecat a
Helleveetluis.
Llego a un lugar que
antes de verlo llega a mi nariz con aromas de estiércol. Se trata de
una zona agropecuaria, donde el único animal que veo es una vaca,
confío en que sea holandesa. En lontananza, a través de la niebla
matutina, se vislumbra un sol ansioso de salir y de calentar y que
será bien recibido.
Pronto vuelvo a la costa y me encuentro con una
playa donde, por lo temprano de la hora y por la marea excesivamente
baja, no me apetece bañarme. Por lo solitario, habría sido un lugar
idóneo para hacerlo. Continúo mi periplo hacia la gran ciudad y en
el valle veo cómo se pasea, bastante patoso, un grupo de palmípedas.
No me atrevo a asegurar que sean gansos u ocas, pero sí que son de
la familia. Al fondo de esta zona pantanosa, ya se puede apreciar la
silueta, entre la niebla, de Helleveetluis. Una especie de seta
cuadrada lleva el nombre de la ciudad a la que me dirijo. Pone la
distancia que me falta para llegar: 3,5 km.
Un joven corredor,
entrenando, pasa por mi lado, regresa y me vuelve a cruzar. El
“morgen” de la primera vez,; mi risa, cuando en la segunda no
entiendo lo que me dice, ya es una doble sonrisa en este tercer
cruce. Lo que más me gusta de la imagen que recibo es el color entre
morado y lila que me ofrecen unas plantas más próximas al mar. La
manada de palmípedas va en aumento y, durante un rato, me van a ir
acompañando, como guías involuntarias. Nunca había visto tantas.
Una liebre salta rauda y me pilla desprevenido, quedándome sin su
foto. Una codorniz pasa desde el sembrado, sin prisa, sin temor, y
emprende el vuelo, alejándose. Es así como llego a un puerto
deportivo muy abrigado, dentro del ya protegido Deltageu Haringvliet.
Se trata del gran canal que separa la isla que ya quedó atrás ayer, la
de Goeree Overflakkee, y la de Voorne Putten, que es donde estaré
hasta la tarde. Tras la paliza de ayer, en la que sólo descansé el
rato de comida en el camping de Hellemeet y los cuatro baños con
Wim, hoy me encuentro más descansado.
Hellevetluis.
Canal y molino.
Llego a un canal,
que debo cruzar para entrar en la ciudad. A lo lejos ya veo un
molino, que veré luego más de cerca.
De momento un buen camino me va llevando a un puente peatonal que me va a permitir cruzar el canal.
Camino paralelo al canal y en pocos minutos me encuentro
frente al molino. Sus cuatro aspas están completas, aunque sin la
lona que le permitiría aprovechar mejor el viento. Pero, parece
claro que este molino hace tiempo que no trabaja, incumpliendo su
función demoledora para la que fue construido.
Avanzando por el
canal, que también es puerto, sigo viendo pequeñas embarcaciones,
junto a algunos yates más potentes.
Ya en el centro de la ciudad,
paso un puente que me lleva al otro lado del canal y me encuentro
junto a la iglesia.
La rodeo, pues estoy buscando un sitio para
desayunar aunque, por ser temprano, no encuentro ningún café
abierto. Saco otra foto de la iglesia por la parte de atrás.
Como no
encuentro nada tampoco por allí, decido volver al puente y
encaminarme hacia la bocana del canal. Donde se amarran veleros
antiguos con altos mástiles. Al fondo está el faro.
2013 Dutch
Classic Yacht Regatta. Röel Moens.
En pocos minutos me
voy a enterar de que aquí se celebra, cada dos años, una regata de
tres días de duración. Este año celebran la 13ª edición. Eso es
lo que pone en la camiseta, pero luego me entran dudas de si es la
13ª edición o si se trata del año 13 del siglo XXI. La gente de
los veleros se está despertando. Un matrimonio en el suyo, con ojos
somnolientos, desayuna en cubierta. Uno, todavía dormitando, asoma
su mano del interior del edredón. Otro se limpia los dientes con cepillo. Hay una
gran carpa preparada para la organización y reuniones de la
dirección y los regatistas, así como instalaciones sanitarias
desmontables, con retretes y duchas.
Me encuentro con Röel Moens, un
belga que compite con su velero en la regata. Son tres los
tripulantes: él, un inglés y un alemán. Parece que se entienden a
la perfección. Hoy hay algún problema con el viento, y la regata
está suspendida provisionalmente, mientras no mejoren las
condiciones atmosféricas. Raúl me invita a entrar en la carpa y,
después de contarle la caminata que estoy haciendo y, de decirle que
no encuentro ningún café para desayunar, hace gestiones con la
organización para que pueda desayunar con él, gratis. No hay ningún
problema. Se ve que habla flamenco y se lo agradezco. Soy un invitado
de la regata. Además me da la clave para el uso de los sanitarios,
por si me quiero duchar. Raúl sabe castellano y se ve que le gusta
ayudar. Algunos se prueban camisetas de la anterior edición, la de
2011. Se ve que tratan de vender las que les sobraron y hay
demandantes. Raúl todavía es joven, pero sueña con la jubilación
y con hacer el Camino a Compostela. También le gusta la costa, no en
vano es hombre de velero. Le doy mis señas por si quiere pasar por
Irun cuando lo haga a Santiago por la costa. El desayuno es gratis,
pero hubiera preferido pagar, ya que ayer mi cena fue frugal. Saco
foto a Raúl bajo la carpa. Al fondo están los que reparten el
desayuno.
Con el café no hay problema, puedo beber lo que quiera,
pero parece que las vacas holandesas no dan leche, o la dan a
cuentagotas. Lo que ofrecen son esos cuenquitos de leche evaporada,
preparados como para la nube de leche del té de las cinco inglés.
Menos mal que consigo hacerme con cinco de estos mínimos cuencos.
Como dos rebanadas de pan. Una con revuelto de tortilla, bastante
seca, y otra con mantequilla y mermelada. En una mesa, todavía
alguien se está inscribiendo con el n.º 64. No lo entiendo muy
bien, pues si ayer no regateó sus posibilidades de victoria son
mínimas, si no imposibles. Mientras, hablo con el amigo belga. Röel
conoce algo de Andalucía: Granada, Sevilla, Córdoba, Ronda, Vejer de
la Frontera… Sus compañeros aún no se han levantado. Su velero, durante el invierno, lo
tiene en Kargase, un estrecho paso en la isla de Noord-Bevelland, que
ya dejé más al sur, en mi etapa 42, al Este de Walcheren. Es viejo
y suele ir por él desde Bélgica en su coche. Está a 200 km de
donde vive.
Mientras yo escribo y Raúl tiene que hacer otras cosas,
se van reuniendo dentro de la carpa a todos los regatistas. La regata
acaba mañana y están tratando de no suspender la de hoy, pensando
en que a la tarde mejorará el tiempo. Uno informa al resto. Yo
escribo el diario de espaldas al que diserta y creo que no doy una
mala imagen al resto, pues soy ajeno al tema que están tratando. A
ratos alguno se ríe de alguna gracia emitida por el informador.
Algunos preguntan. También oigo alguna voz femenina. Saco foto con
la carpa animándose.
Aunque rebajado por agua, el segundo café ya
me está produciendo nervios en el estómago. Cojo agua de los WC y
sigo escribiendo. Pido explicación sobre las camisetas del pasado
año y me piden prestado un bolígrafo. Les dejo uno de Kutxa. Ahora la
carpa está casi vacía. Han puesto música y a las 10:30 dejo de
escribir para acercarme al v.v.v. para informarme y conseguir mapa.
El sol, que parecía iba a salir radiante, se ha esfumado y el día
está triste y gris. Es lo que veo cuando salgo de la carpa.
V.V.V.
No sólo está gris,
sino también sonoro, con truenos amenazantes. Desde los cañones de
defensa, fotografío los veleros amarrados con sus tripulantes y me
voy caminando hacia la bocana. Parece que ya les habían anunciado la
lluvia y la posibilidad de hacer la regata por la tarde. Busco a
Raúl, entre las tripulaciones, pero no le veo. Lo que quiero
encontrar es un velero viejo, pero no sé si es el suyo con el que
compite el trío, o si el de su propiedad se quedó en
Noord-Beveland.
Raúl se separó hace años y, a los tres, se murió
la que fuera su mujer de enfermedad pulmonar, y eso que no era
fumadora. Tiene dos hijos jóvenes, demasiado jóvenes como para que
le hagan abuelo. Como no encuentro a Röel, voy hacia la oficina de
Turismo. De camino, un árbol me llama la atención. El tronco,
ramaje y copa con hojas no tiene nada de particular, pero sorprende
una rama muerta que brota de la base del tronco. Es como si le
surgiera de su partes bajas un pene erecto que, para más jolgorio,
han enfundado en un preservativo tejido de lana, algo que ya creía
estaba pasado de moda hace años. Quiero pasar al otro lado del
canal, pero debo esperar a que el puente vuelva a su ser pues, como
lo han tenido que quitar para que pasara un barco, que ya ha volado
hacia la bocana, no me queda más remedio que dejar que terminen la
maniobra.
No se trata de un puente levadizo, sino giratorio. Una vez
que el puente queda perfectamente encajado, en un encaje
semicircular, acorde al espacio y a las escaleras, también en
semicírculo, puedo cruzar al otro lado. Como busco la oficina de
Información y no la encuentro, pregunto a dos chicos, uno con niño
en sillita, y me indican bien con el dedo. Vuelvo a cruzar el puente,
hacia la iglesia con los dorados del reloj, donde ya había estado a
primera hora de la mañana. El sol da en la veleta por detrás. ¡Qué
cambio!
Saco otra foto del canal con el molino en que he estado a
primera hora de la mañana. Cerca de la iglesia veo la flecha VVV y
enseguida encuentro la oficina de Información. Cuando llego, están
vendiendo una mesa de campaña y nadie me atiende. Las dos chicas
están ocupadas en el mismo tema. No consigo que les entusiasme mi
camino y se empeñan en venderme un plano enorme, que me va a ser
poco manejable, imposible de usar. Me dice la joven que no tienen
otra cosa. Pero luego, la mayor, me encuentra otro de similares
dimensiones, pero que me va a permitir ir por la costa hasta Haarlem
y algo más y, por el Este, aunque no me interesa, hasta Amsterdam.
Lo peor es que tengo que pagar por él 6,50 € y me resisto. Pero
veo que, caminando por interior y sin ayuda de la costa, si no llevo
este mapa lo voy a tener complicado para llegar a Rotterdam, que va a
ser el objetivo para hoy, acabo comprándolo. La buena noticia es que
lo puedo pagar con Visa y que la tarjeta vuelve a ir bien, como en el
Gallo de Firence. Empieza a llover y meten de la calle dos motos y
dos bicis que se encontraban fuera, expuestas a la lluvia. No creo
que eran vehículos privados, sino que estaban también expuestas
para la venta. Además de informar, se ve que aquí aprovechan la
oficina para vender de todo. Con el mismo personal matan dos pájaros
de un tiro. Como sigue lloviendo, me invitan a pasar a otro espacio
del interior donde hay dos mesas unidas con ocho sillones de mimbre
con antebrazos alrededor. Mientras escribo el diario, tengo la voz de
ellas como música de fondo, pues siguen atendiendo y hablando con
otros clientes. Aprovecho para doblar el enorme mapa de forma que
tenga a la vista el recorrido que haré hasta Rotterdam, y así lo
hago más manejable. Lo bueno es que en este mapa aparece la isla que
pasé ayer y que temía me iba a quedar sin mapa de ella. También
compruebo que ya no me interesa el stayokay de Dordrecht, pues queda
muy al Este y por interior, y ya me puedo olvidar de él. Como no
para de llover, empiezo a pensar que me va a convenir comer en esta
ciudad antes de ponerme en marcha. Me asomo a la segunda puerta y
sigue lloviendo. Llamo a Vera. Está sola trabajando para la próxima feria de artesanía. Sus chicos están en Los Arcos. El tiempo está desapacible, por lo que no le está dando ninguna pereza trabajar. Mañana la volveré a tener presente ante la estatua de Erasmo de Rotterdam. Escribo postales a Annick, Huguette,
Pierre Rivet, Maxi y Sagrario. Va a dar la una y sigue lloviendo.
Decido abrir el paraguas y marchar del VVV, con intención de buscar
restaurante.
Buscando
restaurante y despedida de Raúl.
El paraguas se
impregna de pequeñas gotas y enseguida deja de llover. Lo cierro, lo
sacudo y lo vuelvo a guardar donde estaba, de donde no debiera haber
salido. ¡Impaciente!, me digo a mí mismo.
Paso el puente, pues veo
al otro lado una pizzería, pero sólo abre por las tardes y tarde.
Busco la embarcación de Raúl, la número 10, y localizo al amigo.
Aún le voy a pedir otro favor. Raúl está saliendo de la cabina de
su velero Stormvogel a cuatro patas, con la calva por delante. La
verdad es que en estos habitáculos los espacios reducidos obligan a
ejercitar posturas a las que hay que adaptar la agilidad corporal.
Exigen preparación y adaptarse a ellos. Él y sus dos compañeros ya
han comido y sale para enterarse de si por fin la regata se va a
iniciar a las cuatro, o no. Me ayuda a buscar un lugar adecuado para
comer. En el primero lo único que ofrecen son las fritangas de los
frituur y pasamos al otro cercano donde, después de mirar la carta,
vemos que ofrecen ensaladas y espagueti. Me despido de Röel
agradecido por toda la ayuda que me ha prestado a lo largo de la
mañana y me siento ocupando una mesa. Cuando se acerca el camarero
me dice que las ensaladas y la pasta sólo la sirven por la tarde,
que a esta hora sólo ofrecen sándwiches. Me voy y enseguida
encuentro otro restaurante.
De Ruyterhuis.
Entro y pido sopa,
ensalada de tomate con mozzarella, y tres huevos sobre pan y jamón y
queso. Todo, incluso la mozzarella me parece bueno, pero el queso que
recubre los huevos y el jamón, hace el plato excesivamente
empalagoso. La sopa es como una ministrone con trocitos de jamón y
champiñón bailando, que como a gusto. También los tomatitos, que
son del tipo chery con variadas formas, tamaños y colores. A los
tres platos les acompaña el pan, en los primeros es negro y, el de
los huevos, blanco. Estos panes, que están en la base, los saco de
debajo y ni los pruebo. Acompaño la comida con dos cervezas de 2,75
€ cada y la cuenta asciende a 24,50 € que pago con Visa, que me
sigue dando alegrías. Me he retrasado mucho, pues el servicio ha
sido lento y, además, quiero volver al VVV para obtener plano de
Rotterdam y localizar el lugar exacto donde se encuentra el stayokay.
Pero lo único que me ofrecen es otro también de pago. Me manda a la
zona en que está todo lo de la gran ciudad, por si hubiera un plano
de la ciudad dentro de ellos, pero lo único que hago es perder
tiempo y no encontrar nada. Salgo de la ciudad por el indicador
Oudenhoorn.
De nuevo en la
costa y sin lluvia.
El día se ha ido
aclarando, pero todavía hay nubes, aunque poco amenazantes. Voy por
el borde del mar. En medio del canal, el islote Slijkplaat.
Oudenhoorn está a 6 kilómetros, pero para llegar allí, deberé
abandonar el mar.
Pronto empezaré a ver señales hacia Rotterdam.
Una fila de ánades agitan sus palmípedas patas y nadan en dirección
contraria a la mía. No me van a servir de ninguna compañía. Van dieciséis en perfecta formación, siguiendo a su "pato guía".
De momento, mi mapa me indica que debo coger la referencia 87 y
seguir hacia la 86. En este tramo encuentro un manojo de señales, a
la que me acerco por si me arrojan alguna información de ayuda, pero
son las clásicas señales que no sirven de nada y parecen más un
juego floral de juegos imposibles. ¿Para qué quiero saber por dónde
se va a Finlandia, Noruega, Portugal o Brasil? Más o menos ya tengo
claro el itinerario que debo hacer hasta la ciudad de Erasmus. Otro
referente importante que no puedo perder, de momento, es la ciudad de
Spijkenisse. Después la abandonaré, pues el puente que debo pasar
para la siguiente isla de Ijssel Monde, donde está una parte de la
ciudad de Rotterdam, se encuentra más al norte. El canal Oude Maas
separa las islas Voorne Putten y Ijssel Monde, y el puente lo pasaré
más tarde. En realidad lo que me ocurre es un fallo de
interpretación, derivado del gran tamaño de mi nuevo mapa y es que
Spijkerisse aparece en él en el sur de la población y ésta es
hermosa, más que la que acabo de dejar, Helleveetsluis.
Inevitablemente, el camino me llevará por Spijkerisse hasta el
puente. Voy a tener otro problema, pues las señales no coinciden
exactamente con el itinerario del nuevo mapa, así que tendré que
estar muy atento a las opciones y no cometer ningún error. A veces
se ha caído una señal y, lo que para otros se compensa con las
otras señales, a mí me llena de zozobra. A pesar de llevar
teóricamente un mapa magnífico, yo voy más inseguro y vulnerable
por el interior que en el resto de mi viaje, con mapas más endebles.
Pero esto va a ser una constante en el día de hoy. Reanudo la
narración entre Helleveetsluis y Oudenhoorn. El camino sigue bien
pero, en un cruce, la señal me manda a la carretera. Como un coche
que pasa me pita, retrocedo y reviso para ver si he interpretado mal
la señal, pero mi deducción había sido correcta. Llega una pareja
en bici y ella, con muy buen castellano, me dice que siga por la
carretera, que los coches deben respetar a los caminantes en este
tramo que hay que compartir y que, normalmente, lo respetan al
caminante. Me informan que coja la primera desviación a la
izquierda. Cuando llego, efectivamente, allí está la señal
correcta. Sigue el camino por carretera estrecha y sin arcén, pero por la que
apenas circulan coches. Ahora todo va bien.
Hasta veo un ave que me
hace recordar alguna polla de agua que cazó mi padre, aunque mi recuerdo más reciente me hace pensar en las fochas que suelo ver en Plaiaundi, el
humedal de Irun. Me cuestiono si polla de agua o focha no sean la
misma ave. Veo también otra gran ave, que se me vuela antes de que
pueda preparar mi cámara.
Ya, de lejos, veo la iglesia de Oudenhoorn
y sé que he llegado al pueblo cuando veo un museo de aperos de
labranza, donde aparece en letras grandes el nombre esperado. Cuando
estoy más cerca de la iglesia, pero sin entrar en el casco urbano,
saco foto del pincho de la bonita iglesia que, por la posición,
parece un gran cono. Ahora tengo que coger dos referencias, la 85 y
la 82 para llegar a Zuidland.
Zuidland.
Salgo de Oudenhoorn
sin ningún contratiempo y sigo el itinerario señalado en el mapa.
Lo más destacado de Zuidland son unas casitas a borde de un regato,
que también parece marisma. Me parece un lugar muy bucólico pero,
pensando en que puedan habitar allí niños, me parece muy peligroso
sin son pequeños y no saben nadar. Tienen su puertito, sus barquitas
y sus nenúfares.
Más adelante me encuentro con otro canal, no tan
ancho como el que pasé ayer, y más estrecho que el Oudl Maas que
pasaré más tarde. Saco foto desde el puente y con otro puente al
fondo.
Se ve que estos canales no crean problemas para la circulación
viaria. Ya, al otro lado del canal, y junto a otro mínimo regato,
aquí no falta el agua, pastan vacas de todos los colores,
alimentándose de la hierba que se convertirá en leche para mi
desayuno de mañana.
Spijkenisse.
Canal Oude Maas.
Entre los pasos 15 y
19 dudo y me tropiezo con una baldosa levantada. Retrocedo para
tratar de colocarla bien, retrocedo para colocarla, y que nadie que venga detrás se
tropiece. Pero no hay forma de conseguirlo y la coloco del otro lado.
No sé si va a ser peor el remedio que la enfermedad.
Y así es como
entro en Spijkenisse. Llego a una iglesia y la fotografío. Los
árboles del entorno me tapan gran parte de su fachada y
prácticamente su torre. En la explanada arbórea no sé si montan o
desmontan un tinglado metálico que muy bien pudiera ser la
estructura de un mercadillo, no sé si pasado o futuro, si de esta
mañana, o de la próxima tarde o para mañana.
No consigo encontrar
las señales del itinerario de mi mapa-guía, las número 23 y 04,
que serían las que me llevarían a cruzar el puente sobre el canal
Oude Maas. Paso un pequeño canal, que ofrece otro puente al fondo y
también otro molino de cuatro aspas. Encuentro a unas chicas que van
con niño en sillita. Ellas me ayudan y me reorientan hacia el
puente deseado. Ya veo el puente con recia estructura a lo lejos y fotografío
un poste de señales, en blanco y rojo, donde veo la distancia a
Rotterdam.
Todavía me faltan 14 kilómetros y, al pueblo del otro
lado del canal, Hoogvliet, sólo 2. ¡Ya falta menos! Lo importante
es que no me pierda y me retrase. Cuando llego al puente, una barcaza
va decidida a pasar por debajo. ¡Menos mal que este puente es fijo!
Así no tengo que esperar.
Por efecto óptico, parece que la barcaza
remolca a un navío de recreo. Lo cierto es que, como no veo al
completo esta segunda embarcación, no puedo asegurar si el efecto es
óptico o una realidad que la barcaza hace de arrastrero. Este canal
conecta el puerto de Rotterdam con el de Dordrecht.
También saco una
foto en esta dirección, con lo que se puede ver que en Spijkenisse,
en zona próxima al canal, han construido unos altos edificios, como
rascacielos. Unos muy concentrados y otros más aislados y de similar
factura, que me traen al recuerdo los mamotretos que se construyeron en su tiempo en el barrio de Bidebieta, en Donostia-San Sebastián. Sin embargo, del lado de Hoogvliet, los edificios altos son
escasos.
Hoogvliet,
Poortugaal y Rhoon.
Ya estoy al otro
lado del gran canal. Durante este recorrido no voy a tener claro
cuándo estoy en cada una de las tres ciudades previas a mi entrada
en Rotterdam. Tampoco sé si, cuando vuelva a encontrar la próxima
señal, ésta me orientará hacia Pernis, que es un islote dentro del
gran puerto comercial, o hacia dónde. Por fortuna, y creo que es lo
más racional, me va a llevar hacia Poortugaal y Rhoon. Con todo,
sigo confuso a pesar de tener, teóricamente, un buen mapa. ¿Qué
hubiera ocurrido si no lo tuviera?
Probablemente habría ido más
perdido, si cabe. En un bar de Hoogvliet bebo una cerveza, por la que
pago 2,35 €. Me han ofrecido de grifo, pero elijo Heinekeen, que me
parece la más barata. Un hombre se acerca y pregunta y le respondo
con mi aprendido “I come from… I go too”. Aunque voy bien
alimentado, pues he comido de sobra, estoy cansado y voy dosificando
la poca agua que me queda. Me arrepiento de no haber llenado el
botellín en el bar. En un canal, veo un ave alta que me hace
recordar a una garza, aunque mi conocimiento sobre hornitología es
mínimo.
En el delta del Ebro, cerca de la Ampolla, me enseñaron una garza real volando y lo mas que veo en el Txingudi son garcetas
blancas. Para que sea garza me parece demasiado confiada, impropia de
zona urbana. Faltando un kilómetro para Poortugaal, todavía en
Hoogvliet, me llama la atención un edificio cilíndrico con grandes
ventanas apaisadas. Me parece un enorme panóptico, diseñado para
vigilar.
Podría ser propio de instituciones carcelarias, y me viene
al recuerdo el libro “Vigilar y castigar”, o para un aeropuerto,
aunque por aquí no veo aviones. Probablemente sea un edificio de
oficinas, que augura ser muy luminoso por dentro durante el día.
Llego a Poortugaal y saco el pincho de la iglesia entre la arboleda.
Más adelante y con la torre al completo, consigo fotografiar la
fachada principal libre de elementos que la oculten. No sacaré más
fotos hasta llegar al cielo de Rotterdam.
A las puertas del
Centrum.
Después de Rhoon
debo ir por zona en obras, cuando ya en la carretera empiezo a ver
señal de Centrum, aunque no sé si se refiere a otro pueblo o a la
gran capital portuaria. Un chico me informa de que ya estoy en
Rotterdam. Pregunto en una gasolinera y no me saben decir por dónde
está el Albergue juvenil. Eso que aquí la palabra stayokay es más
fácil de entender que para los alemanes su jugendherberge, como
comprobaré en el verano de 2015. Encuentro un plano de la ciudad y
sitúo la calle Overblaak en la zona centro M-5. El lugar donde está
es próximo a uno de los anchos canales del Nieuwe Maas. Voy por un
paseo entre marítimo e industrial. Otro chico me vuelve a orientar
hacia el centro. Finalmente llego a un lugar céntrico, pero no sé
hacia dónde tirar, y no veo mapas orientativos. Llego a una
estación, parada de Metro. Pregunto a una chica que espera en parada
de bus y ella me recomienda que coja el metro y la dirección de la
izquierda. Me meto en la estación, pero no hay taquillas abiertas,
sólo máquinas expendedoras de billetes. No tengo ni idea ni de la
distancia, ni de dónde bajar, ni si me voy a acercar o alejar, así
que decido salir de nuevo.
Amabilidad del
barman y taxista durmiente.
A la chica que me ha
orientado hacia el metro ya se la ha llevado el autobús que
esperaba. Un chico aparece con un carro de basura, que viene de
haberla echado en el contenedor. Le expongo mi problema y él mismo
se encarga de pedirme un taxi desde el establecimiento en el que
trabaja. Me dice que espere en la carretera, frente al bar. Veo un
taxi que para al otro lado del Metro. Corro para preguntarle, pero a
él nadie le ha llamado y retrocedo al lugar donde estaba antes.
Mientras espero, saco una foto del cielo de Rotterdam. Todo el día
ha estado con nubes y claros y, a esta hora, es cuando está más
despejado. Bonitas nubes ponen su nota graciosa en el celaje azulino
y esta va a ser mi última instantánea de la jornada. Gracias al
amable barman, al poco tiempo aparece el taxi, conducido por un
Pakistaní, aunque nacido en Holanda. Conduce a la vez que se le
cierran los ojos. Le hablo para que no se duerma. Pareciera que el
taxi no necesitara conductor, que él sólo sabe por donde ir, y me
deja al pie del edificio. Era algo menos, pero han sido los 10 €
mejor empleados de todo el viaje. Me alegro de haber tomado la
decisión de coger el taxi, ya que normalmente me suelo resistir a
tomar decisiones de este tipo, que implican coger un vehículo cuando
puedo ir a pie al lugar deseado. Hoy no me arrepiento.
El stayokay de
Rotterdam: Una colmena.
El acceso al
edificio es complicado. Por un lado es una calle ancha y, por el
otro, es una plaza con agua al canal y amplia oferta de terrazas de
bares y restaurantes, una zona muy animada, que mañana fotografiaré.
En el laberinto de accesos, por fin veo un indicador de stayokay.
No es foto. La que os ofrezco es una postal del stayokay. Como veis el edificio es muy original
No es foto. La que os ofrezco es una postal del stayokay. Como veis el edificio es muy original
Está en el primer piso. Cuando entro en el recinto de recepción, al
que se accede por rampas y escaleras, no hay nadie en el mostrador.
Por fin aparece uno, al que enseño el carnet de alberguista y me da
cama en una habitación de siete camas. Pago 25,70 € con Visa y la
tarjeta va bien. Subo en el ascensor al 3º con un chico que me
orienta hacia el otro pasillo pero que, luego confluye con el suyo.
No veo sentido a la bifurcación. Se oyen voces por el pasillo.
Cuando entro en la habitación 316, ya hay dos camas ocupadas. Elijo
una baja, la más próxima al WC, donde están también el lavabo y
la ducha. Bebo agua pues, al dosificarla, he pasado sed. Pongo a
cargar el móvil, pero no se cargará. Lavo la ropa, hago la cama con
la bajera ajustable y, por encima, la funda del edredón, que
escondo. Me ducho con caliente, que voy bajando a templada y acabo
con fría. Consigo quitarme bastantes pellejos de la ampolla que
hace tiempo se curó del lateral del talón del pie derecho. El del
izquierdo hace tiempo que dejó de dolerme, pero no reventó. La uña
sigue muy suelta, pero aún agarrada por la aureola. No sé cuándo
se caerá. Cuando me estoy dando masaje de Aloe-vera en los pies,
entra un australiano con guitarra. Hablamos de Barcelona y
Torrevieja, lugares que conoce porque pasó unos días, algún año.
Pero se va a fumar. Llega otro que dice “sorry” y elige la otra
cama que queda sola, sin litera encima. Así que las tres camas están
ocupadas. Se va. Me quedo solo y, para las 22:15 ya estoy acostado.
Creo que estoy más cansado por la zozobra y las dudas que por los
kilómetros recorridos. Como he comido bien, no me preocupa no cenar.
Duermo con el cobertor del edredón encima. No hace falta más ropa
de cama. Hace suficiente calor. La funda del edredón es igual que en
Domburg, con rayas de colores alegres. Se ve que tienen el mismo
equipamiento en todos los albergues de la nación. El continente es
muy curioso. Parece una colmena. Pero el interior de las habitaciones
no se ajusta a él. Las literas no se adecuan al espacio y las
ventanas quedan en posiciones imposibles de manejar para conseguir la
oscuridad en el interior. Eso tiene la ventaja de invitar a madrugar
a los más perezosos noctámbulos. La litera baja la coge un
motorista. Es el casco el que me da la pista. La ocupada primera es
de un ciclista asiático, que también los sé por el casco. Las dos
literas restantes las van a ocupar padre e hijo que, por la mañana,
desayunaran a la vez que yo. Ya estamos los siete magníficos. Me
levanto dos veces a orinar, para deshacerme del agua que he bebido al
llegar. Esta noche ha llovido, como había vaticinado el taxista
pakistaní.
Balance de una
jornada curiosa por interior.
Lo mejor del día ha
sido la experiencia con Röel, el regatista. También la ayuda final
que me ha permitido conseguir el taxi del pakistaní que, si se llega
a dormir del todo, hubiera supuesto el fin de mi viaje y de mi vida.
Como curiosidad, la variedad de animales vistos durante el día,
sobre todo de la fauna avícola. Y la sorpresa del árbol empalmado
con su funda. Del albergue hablaré más al final de mi viaje, pues
lo elegiré como colofón, en el regreso.
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