RETORNO
A CASA
Por
la tarde, 07.08.2013, miércoles
Harlingen-Leeuwarden.
Montado en el pequeño tren voy sacando fotos de despedida de la ciudad de Harlingen que, como decía, será punto de partida para mi viaje de 2015, aunque como no encontraré albergue para dormir, deberé retroceder hacia el Sudoeste a un pueblo situado a unos cuatro kilómetros, y en donde se me ofrecerá una habitación en lo alto con una intrincada y casi vertical escalera.
De momento me limito a decir adiós a esta ciudad bella, pero que no apreciaré hasta dentro de dos años. Me acomodo en el tren y voy comprobando que el trenecillo va paralelo a un canal que también hubiera sido otra opción para llegar a Leeuwarden. Puedo ver que hay viviendas flotantes en el canal.
Una forma de añadir espacio habitable a un país escaso de terreno, tan acuático. Fotografío también el tren. De forma que se pude comprobar que estoy bastante sólo en este tren, una vez se ha bajado la mujer que me ha ayudado a coger el billete. Menos mal que Leeuwarden es su última parada y no tendré ningún problema para apearme allí.
Harlingen-Leeuwarden.
Montado en el pequeño tren voy sacando fotos de despedida de la ciudad de Harlingen que, como decía, será punto de partida para mi viaje de 2015, aunque como no encontraré albergue para dormir, deberé retroceder hacia el Sudoeste a un pueblo situado a unos cuatro kilómetros, y en donde se me ofrecerá una habitación en lo alto con una intrincada y casi vertical escalera.
De momento me limito a decir adiós a esta ciudad bella, pero que no apreciaré hasta dentro de dos años. Me acomodo en el tren y voy comprobando que el trenecillo va paralelo a un canal que también hubiera sido otra opción para llegar a Leeuwarden. Puedo ver que hay viviendas flotantes en el canal.
Una forma de añadir espacio habitable a un país escaso de terreno, tan acuático. Fotografío también el tren. De forma que se pude comprobar que estoy bastante sólo en este tren, una vez se ha bajado la mujer que me ha ayudado a coger el billete. Menos mal que Leeuwarden es su última parada y no tendré ningún problema para apearme allí.
Leeuwarden.
Esta
ciudad que será Capital Europea de la Cultura, como Donostia San
Sebastián lo será en 2016, tiene una estación preciosa, donde
predomina la madera. Lo primero que hago es tratar de sacar el
billete para Hendaia. Una mujer muy agradable me dice que ella sólo
me puede vender billete a Rotterdam o Ámsterdam y que desde
cualquiera de ellas podré sacar los billetes restantes. Si hubiese
disfrutado de la ciudad de Rotterdam al venir, hubiera ido ahora a
Ámsterdam, pero es una magnífica oportunidad de conocer mejor la
ciudad de Erasmo y de volver al stayokay ya conocido, si consigo
plaza. La taquillera no me podía tan siquiera vender el billete
hasta París. Así que será Rotterdam el lugar desde donde mandaré
las postales, a pesar del carísimo precio que tienen los sellos para
el extranjero, en las que pueda contar mi final de viaje. Lo
considero un gasto necesario, del que no puedo ni quiero prescindir.
La primera opción que me da la buena mujer es con un transbordo en
una estación. Es la fórmula más rápida ya que el tren llegará a
esta estación en unos minutos. No me gusta lo del transbordo y me
ofrece otro tren que va directo y para el que debo esperar algo menos
de una hora. Es la opción que elijo. Compro el billete
Leeuwarden-Rotterdam y pago en metálico 24,80€. Voy al retrete y
resulta ser de monedas. De momento, aguanto las ganas. Salgo, saco
una foto al Rabobank y orino en un seto próximo a la estación.
Después, en un Vending, compro una ensalada con queso a la que echo
su vinagreta preparada y me la voy comiendo con los dedos.
Cuando
retorno a la estación que, como he dicho, es muy bella y construida
con madera noble muy bien conservada, el tren ya me está esperando
en vía 3. Subo con parsimonia. Una chica, a la que no entiendo una
palabra de lo que me dice y a la que no hago ningún esfuerzo por
entender, me da la impresión de que me pide dinero. Parece de las
clásicas personas a las que siempre les falta algún euro para
completar el billete de tren para ir a "Nosedonde".
Tren
Leeuwarden-Rotterdam.
Dentro
del vagón, me pongo en espacio para cuatro viajeros, en el que ya
está un matrimonio mayor y otra persona. Les cuento algo de cómo me
ha ido el camino este verano y se lo cuentan a la "pica",
cuando viene a intervenir mi billete. La cual me desea un buen final
de viaje. Son las cinco y el tren tiene prevista la llegada a
Rotterdam a las 19:25. Hago cábalas para aprovechar la llegada a la
estación para comprar el billete para Hendaia. No sé si tendré
suficiente tiempo para todo lo que quiero hacer si lo cojo para el
viernes. Tampoco sé si podré hacer el viaje en el día. El
matrimonio mayor no da mucho juego. Al que más me cuesta entender es
al hombre, quien me pregunta varias veces "¿por qué no voy en
avión?". Dos veces le debo responder: "¿Qué pinto yo en
Madrid, Barcelona o Bilbao, teniendo un tren que me deja al lado de
casa?" Cualquiera de esas tres ciudades me obligaría a buscar
luego otro medio de transporte para llegar a Irun. El tren llega
puntual a destino, y eso teniendo en cuenta que en Goulda ha tenido
que hacer un cambio de dirección. Así que el último tramo lo he
hecho de espaldas. Cuando he pasado por Utrecht me he acordado de mi
visitante de las dunas de Terschelling. Como prevención, antes de
llegar a la estación he ido a orinar al retrete del tren y he vuelto
justamente en el momento en que la gente ya empezaba a salir de sus
compartimentos. Cojo las mochilas y doy la mano al matrimonio. La
otra mujer, la que se ha mostrado más receptiva a mi viaje, ha
tenido que dar explicación a la pareja de por qué voy al stayokay.
Tras lo del avión, me resultaba difícil hacerme entender, teniendo
en cuenta su mentalidad. Creo que si ella hubiese vivido en
Rotterdam, me hubiera ofrecido la posibilidad de llevarme a dormir a
su casa. Algo de eso han dejado traslucir sus palabras. Pero se ha
bajado en alguna estación anterior.
Estación
de trenes de Rotterdam.
Bajo
del tren y cojo escaleras mecánicas descendentes. No veo más que
establecimientos comerciales, así que debo preguntar a un empleado
quien me dice que la venta de billetes está al final. Cuando trato
de coger número, no me sale el papel. Un hombre me ayuda y me sale
una V900 y no veo esa numeración, ni parecida, en el panel luminoso.
Unos jovencitos, que viajan también en tren, hablan mientras
esperan. Él da muestras de amaneramiento y tienen su centro en un
hotel de Ámsterdam. Él me saca otro número, que no usaré, pues el
que tenía de antes va a aparecer primero en la pantalla. La señora
que me toca en suerte es menos amable que la de billetería de
Leeuwarden. Quizás lo sea por lo mal que me explico y porque le
exige gran esfuerzo mental para entender lo que quiero. No tengo el
conocimiento suficiente del idioma inglés como para decirle que
quiero hacer el viaje en el día. No tengo ni idea de cuánto tiempo
tarda el tren desde Rótterdam a París. Primero me mira el tramo
París-Hendaye y me ofrece uno que sale de París a las 17:25 horas.
En principio, me parece un poco tarde pero, cuando me confirma que
llega a Hendaya a las 23:11 me parece bien, puesto que estoy a unos
pasos de casa y llegar a esa hora a lugar conocido no me crea ningún
problema. Es una hora similar a la que llegué el verano pasado
saliendo de Bretaña. Así que acepto la oferta. Después mira el
tramo Rotterdam-París Nord y le pido que sea después de las nueve
de la mañana. Me ofrece uno a las 11:58 que llega a París a las
14:35. Aunque no tengo mucho tiempo para ir caminando entre la
estación del Norte y la de Montparnasse, creo que me arreglaré. Si
no, cogeré Metro. Casi son tres horas. Los dos billetes me resultan
muy caros pero es lo que tiene no poder hacer una previsión de la
fecha de regreso, ni desde dónde voy a regresar. El billete cuesta
235,50€ pero, por pagar con Visa, me incrementan 2,50€, algo más
del 1%, y en total pago 238€. Cuando ya está todo decidido, y los
billetes en marcha, se le atasca la máquina, lo que me ha creado
cierta inquietud añadida por cómo me pueda ir la tarjeta Visa.
Finalmente, los billetes se los saca su compañera desde su terminal.
Y la Visa va bien. Respiro. Ya está resuelto mi regreso a casa. Me
voy agradecido, aunque el viaje va a ser mucho más caro que el del
año pasado. Es normal que así sea. También vengo de mucho más
lejos. No sé si será porque los precios se ajustan pero, aparte
unos pequeños gastos, el precio de cada billete es de 114€. Visto
desde esta perspectiva, no es tan caro, ya que el pasado verano el
viaje de regreso ya me costó algo más de cien euros y fue más
incómodo, en cuatro tramos, desde Saint Brieuc. Así que salgo
contento de la estación.
Centraal Station
Más fotos del Stayokay.
Otra fuente, ésta elevada del suelo, cumple una función similar. También los niños son los que la aprovechan.
Rotterdam.
Hacia el Stayokay en taxi.
Aunque
ahora ya sé dónde está el albergue, pues dormí en él a la
venida, se ve que me he aficionado a llegar a él en taxi, así que
cojo uno. Al menos el conductor no se me va durmiendo por el trayecto
como el de la otra vez. Pero este conductor iraquí no sabe dónde
está el albergue. Manos mal que los GPS son muy listos y se las
saben todas. Cuando le hablo de unas habitaciones en forma de rombos,
me dice que ya sabe de qué edificio se trata. Le digo que nunca
estuve en Iraq, y que lo más cerca que estuve de allí, fue en la
Capadocia turca. Pero aquel fue en un viaje convencional preparado
por agencia. Nada que ver con los de verano que hago ahora caminando
y con pocas previsiones. Le digo que el último stayokay de
Terschelling estaba completo y que dormí en la playa. Muestra
sorpresa. Cuando llego, el contador asciende a 8,90 y pago 9€.
Stayokay.
Subo
y, en recepción, me dicen que tengo alojamiento para dos noches. Me
parece correcto y pago con Visa 51,40€ Todo va bien. Subo a la
habitación, donde un chico duerme y otro, checo, se afeita. Se va a
Barcelona en bici, para continuar por Valencia, Granada, Córdoba,
Cáceres, Coímbra, Porto, Santiago y regreso a Barcelona. Me enseña
botas con patines que se ve usa en las paradas y en los descansos de
la bici. Hago la cama. No me queda otra que coger la litera alta,
espero que mañana pueda cambiar a otrs de abajo. Google no me deja
entrar en mi correo.
Cena
en el Kade-4.
El
restaurante que elijo está en el entorno de la plaza que está
debajo del albergue juvenil. Como ya no tengo que meter los hidratos
de carbono que aporta la pasta, me animo a pedir gambas al ajillo y
también una carne guisada muy rica, con guarnición de vainas
redondas, coliflor y patatas asadas. Acompaño la cena con una
cerveza Westmalle trappist Dubbel bruin. Una cena muy rica que me
sirve para festejar el fin de viaje por este verano. Salgo a la calle
para llamar a Vera y todos los teléfonos que marco me dicen que
están desconectados. Lo que me hace pensar que me he comido todo el
saldo que me quedaba y que tengo el móvil disponible sólo para
recibir llamadas. Creo que esta vez voy a dejar que la tarjeta se
muera del todo y ya se verá qué me ofertan para el año próximo.
Dormida
placentera en stayokay.
Cuando
subo a la habitación, ya no duerme el que dormía. Se ve que algunos
duermen de día y despiertan de noche. El checo no viaja en bici,
como yo le había entendido, sino que todo el viaje, y los 300
kilómetros que ha hecho ya, los está haciendo con los patines de
bota. Ahora está acostado, pero se levanta en camiseta con los
pelendengues colgando, para apagar su luz y encender la del
americano. Pienso que está aquí con él, pero no será cierto.
También el americano se queda en bolas pero puede que sólo sea para
lavar el calzoncillo, pues se pone el pantalón inmediatamente cuando
va a ducharse. Mañana le veré más púdico, vistiéndose con toda
suerte de parafernalia ocultista. El inglés llega más tarde y sin
ponerse otra ropa, duerme en calzoncillos. Durante la noche el
norteamericano retira el edredón. Yo ya estaba sudando sólo de
verle con él encima. Alguien duerme en cama baja, junto a la del
gordo. Tiene melena, pero no sé si es hombre o mujer. Mañana por la
mañana desaparecerán algunos, además del checo, y yo me apropio de
la cama baja del gordo. Parece que me ha tocado la lotería.
Trasladaré mis sábanas, la funda del edredón y la almohada.
Durante la noche se han ido llenando todas las camas, hasta completar
las siete plazas, pero nunca será con gente tan variopinta como la
noche de Den Haag.
Segunda
jornada en Rotterdam. 08.08.2013, jueves.
Despertar
en el stayokay.
Antes
de las cinco de la mañana, la luz ya empieza a entrar por las
ventanas cenitales del dormitorio. ¡Qué sistema tan poco práctico
tienen! Es imposible conseguir la oscuridad. A mí me importa poco,
pero a los noctámbulos que duermen durante el día supongo que les
hará poca gracia. Menos mal que el hombre es un animal adaptativo…
Foto de las ventanas. Aguanto en la cama hasta las siete. A esa hora
me levanto y me ducho. Se regula bastante bien la temperatura y gasto
lo que queda de la primera pastilla de jabón. Quizás fuera la
segunda; no lo recuerdo muy bien. Tiro el papel protector de la que
estreno. Como el lavabo, el espejo y el enchufe están dentro de la
habitación, no me rasuro para no molestar con el ruido de la máquina
de afeitar. Todos duermen o, al menos, yo los veo que están con los
ojos cerrados.
Desayuno
en el albergue juvenil.
Cuando
bajo a desayunar, todavía no han abierto el comedor. Aún no es la
hora y me toca esperar. Voy a ser el primero. Desayuno yo solo en una
mesa: bebo dos zumos de naranja, que es la única opción; como dos
peras Conferencia, tres lonchas de embutido, una de queso, que coloco
entre medias, y una rebanada de pan de molde. Un huevo duro, al que
pongo sal. Un vasito de yogur. En un cuenquito de papel, pongo
mermelada de albaricoque, con el que embadurno el pan. A los dos
capuchinos les añado seis tubitos de azúcar. Ayer, al pagar, me
pareció cara la estancia, pero hoy con este desayuno justifico el
precio con creces. Ha bajado el checo y se pone en otra mesa. Aunque
casi ya he terminado, le invito a que se ponga en mi mesa y acepta.
Me quedo un rato con él viéndole comer. También baja el
norteamericano.
Organizando
el día.
Arquitectura interesante.
Cuando
vuelvo al dormitorio, sólo quedan dos en las literas altas, que
siguen durmiendo, y el inglés, que es un delgaducho. A esta hora, ya
no tengo inconveniente alguno para afeitarme. Una vez preparado,
salgo sólo con mi mochilita, ligero de equipaje, para dar un paseo
por Rotterdam. Lo primero que hago es sacar un par de fotos desde la
plaza interior donde está la terraza del restaurante donde cené
ayer, en las que se aprecia el edificio tan singular que es este
stayokay.
Una de las fotos es con mástiles de veleros que hay en uno
de los canales más próximos. La segunda, también con veleros y más
distante de las ventanas-colmena, permite apreciar otro edificio
próximo también interesante. Aunque parece que son varios los
edificios en marrón oscuro, no es más que uno edificado a distintas
alturas. Sacaré más fotos de otros edificios singulares, de los
muchos que hay en esta hermosa ciudad. También esculturas
significativas.
Pretendo hacer el recorrido más directo hasta la
estación del ferrocarril, para así tener calculado el tiempo que
pueda tardar mañana para coger el tren, pero son tantos los
distractores, que me va a ser imposible. Al menos, me sirve para
aprenderme el itinerario que debo seguir guiándome del mapa. Veo de
lejos un puente que sobrevuela otro de los canales y que ya pude ver
en mi trayecto de venida, cuando trataba de salir de Rotterdam
paralelo a todo el ramal que permite a los barcos salir del puerto
hacia la bocana del Mar del Norte. Es un puente de línea sencilla,
sujetado a dos torres por tirantes de acero muy tensados. Parece que
los tirantes no lo van a poder aguantar, pero vaya que sí lo
sostienen.
Me acerco a la catedral, que la tengo a tiro de piedra del
albergue pero, al igual que a la venida, hoy también permanece
cerrada. Hoy no toca mercadillo, como lo vi preparando la vez
anterior. En vista del éxito, sigo por paseos peatonales hasta la
Estación Central.
Vuelvo a sacar foto de la catedral desde el
ábside, aunque también permite ver la parte trasera de la torre
campanario, donde ondea la bandera y la torrecilla de la veleta. En
zona peatonal, veo unas galerías comerciales con buenos voladizos
protectores para evitar la lluvia a los compradores y con otras zonas
subterráneas, además de las plantas altas que se aprecian en la
foto que ofrezco. La protección de los árboles se hace con un
entramado metálico que podría ser considerado como una más de las
muchas esculturas de la ciudad.
Salgo de la zona comercial,
escorándome hacia la izquierda, y me adentro por una gran avenida
con un falso canal al que le ha verdecido la superficie del agua con
plantas acuáticas. De niño, hubiera dicho que es moco de rana. Una
de las esculturas es la del “Hombre que camina”, de Rodin. Más
tarde la fotografiaré de más cerca, ahora lo que me interesa más
es el conjunto, aunque menos las otras esculturas, de las que
desconozco su autoría. Ya estoy en el barrio de Plaat.
Paulus
Kerk.
Es
así como, siguiendo el mismo canal, llego a la Iglesia de San Pablo.
Nadie diría que es una iglesia, si no fuera porque lo escriben en
letras bien grandes: Pauluskerk. Cuando entro, tampoco sería capaz
de creer que entro en una iglesia. En realidad el uso que le voy a
dar yo es el propio de una Mediateca.
Por la cantidad de gente de
color que veo dentro, pienso que esta sección de San Pablo funciona
como centro de acogida. La mayoría parece del Sur del Sahara.
Tampoco puedo asegurar que no sean de alguna de las colonias
holandesas. Como una mujer que está en el mostrador está ocupada
atendiendo las demandas de otras personas, asciendo las escaleras sin
preguntar a nadie. Estoy buscando retrete y lo encuentro. Tras hacer
uso del urinario, pregunto a un negro cómo puedo entrar en Internet.
Nos acercamos a uno de los ordenadores y me lo pone a punto en la
página de Google. Cuando estoy en mi correo de KZgunea, y ya he
borrado alguno de los que no me interesa ni leer ni guardar y cuando
estoy leyendo uno, se me termina la conexión. Pregunto, y nadie me
responde, nadie me da una explicación, ni lo que debo hacer para
subsanarlo. Hay unos jóvenes que están sirviendo café y alguna
cosa más a quien se lo pide. Una chica me dice que pregunte abajo,
en recepción. Bajo de nuevo al mostrador. Sin dar muchas
explicaciones, la chica del mostrador sube conmigo las escaleras
pero, sin llegar arriba, le dice al mismo negro que me ha ayudado
antes, que me lo ponga en marcha. El problema era que yo no me había
inscrito en el registro. Ahora tengo un tiempo limitado de media
hora. Ahora, ya apuntado en la lista, vuelvo a entrar en mi correo.
Mando un correo a mi familia para que sepan dónde estoy y cuándo
llego a Irun. Les digo a mis hijas, yernos y nietos, que me gustaría
verles el próximo sábado. ¡A ver si es posible! ¡Qué ganas
tengo! Apuro la media hora y agradezco a la del mostrador. Aunque en
mi correo habitual sigo sin poder entrar, como me pasa todos los
años, al menos he podido mandar el mensaje desde éste, que uso sólo
cuando el otro me falla. Salgo del edificio y sigo hacia la estación.
Centraal Station
Ya
estoy cerca de la estación del ferrocarril. La zona sigue estando en
obras. La mujer que me vendió ayer los billetes está hoy, ella
sola, en una garita de información. Se acuerda de mí y parece que
hoy está para bromas. Le pregunto si arreglaron la máquina
expendedora de billetes, que ayer no funcionaba, y me dice que sí. Y
se ríe. Me informa, además, de que el tren suele salir normalmente
de la vía 3, pero que me fije bien en los paneles indicadores antes
de cogerlo. Me indica la pantalla donde lo podré mirar. Pantalla
luminosa que ya estoy viendo. Agradezco y me voy. Toda esta parte de
Rotterdam está en proceso de reformas importantes. Tampoco la propia
estación está terminada del todo, aunque el edificio parece moderno
y totalmente acabado. Muchas zonas con raíles viarios están
levantadas y hay muchos trabajadores empleados para que la obra no se
demore. También hay otras zonas con construcciones nuevas y cercanas
a la catedral y al stayokay que, como ya fotografié a la venida, hoy
ni me molesto en volverlo a hacer.
Tourist
Information.
Llego
a un edificio acristalado y aislado, que no ofrece las siglas v.v.v.,
a las que ya me estoy acostumbrando, pero que lo indica en lo alto
con letras bien grandes, y subo la escalinata exterior. En el
stayokay las postales que ofrecen son muy caras. No encuentro la
oferta tan magnífica que pude comprar en Brujas, donde las ofrecían
a 25 céntimos y daban una de regalo. Pues aquí tampoco encuentro
precios bajos. Me costará, pero por fin encontraré unas a 50
céntimos y me gastaré 50€. ¡Un pastón! Menos mal que el gasto
de sellos ya estaba hecho de antemano.
Pregunto también si esta
tarde-noche hay algún espectáculo interesante, algo de música
clásica, por ejemplo. Me dicen que hoy no hay nada. ¡Mejor! Así
dedicaré la tarde a escribir todas las postales que me faltan por
mandar, aunque ya fui adelantando unas cuantas.
Más fotos del Stayokay.
Regreso
al albergue. Antes de llegar a él y con las colmenas a la vista,
paso por el edificio que simula un planetario con un edificio que
parece la punta de un lapicero gordote con muescas para que no
resbalen los dedos.
Luego saco fotos del interior del stayokay hacia
el cielo y la zona en donde encuentro un ajedrez gigante. Salvo los
días de cielo azul limpio, sin nubes, el resto serán siempre fotos
cambiantes, aunque el edificio sea siempre el mismo.
La verdad es que
el arquitecto se lució con su original diseño. Lo malo es que los
muebles de todos los albergues juveniles son exactamente iguales y,
el interior de este edificio requeriría un amueblamiento singular,
adaptado a los huecos, recovecos y espacios diversos que es la mayor
belleza de este edificio.
Así pasa que es imposible que las cortinas
puedan ser colocadas debidamente y, cuando las hay, son imposibles de
manejar desde el suelo. Ni tan siquiera desde la altura de las
literas. En fin. Que es un magnífico edificio pero muy
desaprovechado.
La
Catedral. Laurenskerk.
San
Lorenzo es el patrón de la ciudad. Esta Catedral casi no funciona
como iglesia para el culto, sino que es un museo. La iglesia, de
estilo gótico florido, fue bombardeada en mayo de 1940 y sufrió
graves daños. Cuando llego, ya está abierta. La entrada cuesta 1€.
La señora que las vende está hablando con un joven que habla
francés y le entiendo que le está diciendo que ha ido a Pauluskerk
y ha tenido dificultades para que le atiendan.
Como yo he estado allí
hace un rato y he podido hacer uso de Internet sin ningún problema,
digo al muchacho que me espere un poco, que eche un vistazo al museo
y que después me brindo a acompañarle a San Pablo. La señora me lo
agradece y me dice que las visitas guidas son en neerlandés. Saco
algunas fotografías del interior de la catedral, una de la nave
principal con el crucero, con el altar mayor al fondo. Y otra con el
órgano y el coro. Pero el objeto que más me llama la atención,
quizás debido a su pequeñez bajo tanta grandiosidad gótica, es una
pequeña cruz hecha con tres clavos. Los clavos, que son la parte más
cruenta de una crucifixión, convertidos en cruz.
Antes de salir, me
fijo en una puerta bien forjada que supongo no pertenece al gótico,
sino a la época posterior del barroco.
Con figuras de poco valor
artístico, colocadas en los muros de un rincón, se ven varias
figuras de santos conocidos. Veo a Santa Catalina, con su corona y su
palma, y su rueda de cuchillos y navajas. También a San Jorge, santo
ficticio, con su dragón a juego con la ficción, San Miguel
Arcángel, San Sebastián, o San Hostia, de donde proviene Don Ostia.
Otra santa con tenazas, tenaz en su martirio, pudo ser aquella a la
que cortaron los pechos como si fueran dos medias naranjas o dos
quesos gallegos de tetilla. Aquello sí que era maltrato a la mujer y
nadie protestaba. Como premio recibían la santidad. Así termino la
visita, pues me está esperando el muchacho para acompañarle a
Pauluskerk. Él salía cuando yo entraba, pero dudo de que hubiera
pagado un euro por visitar la iglesia, sobre todo después de oír la
historia que me cuenta.
Alexandru
Vasilie.
No
sé cómo contar este encuentro, tan significativo, en mi colofón
del viaje de este verano. No tengo certeza, por eso no lo escribo
como título del parágrafo, del apellido que me dice. Creo recordar
que fue Kovacs, quizás Novac. Me añade que ayer no le admitieron en
Pauluskerk y es lo que más me sorprende. A la salida, la señora de
las entradas le dice que primero vaya a un edificio que está en la
misma plaza de la catedral. Luego fotografiaré la entrada. Yo le
acompaño, pero no sabemos a qué piso debemos subir. Tenemos suerte,
pues llega una mujer de raza negra que habla algo de castellano
puesto que estuvo trabajando en Madrid. Vamos al mismo piso que va
ella. Nos dice que ella subirá primero, que lo comentará y que
luego subamos en el ascensor al 2º piso. Cuando subimos, la mujer
nos está esperando. Como los que atienden la oficina hablan
neerlandés y algo de español, pero nada de francés, yo hago de
traductor de los deseos de Alexandru. La mujer negra nos dice que
pidamos cita. Él lleva sólo cuatro días en Holanda y ya desespera.
No le va a quedar otra que lo devuelvan a Lyon que es donde ha dejado
a su mujer con una criatura pequeña, de pocos meses. Seguro que allí
les están atendiendo los Servicios Sociales, pero parece que él
quiere más. Se queja de lo mucho que tiene que pagar de renta para
poder tener un piso. Me pide que firme una solicitud y que dé un
donativo. Le digo que necesidades no me faltan en mi país y en mi
propia familia, aunque sin llegar al extremo en que se encuentra él.
Pero le digo que la comida de hoy ya la tiene asegurada. Le llevaré
a comer conmigo. La oficina es como la de una ONG, pero la mujer de
color que nos atiende nos dice que no depende ni del ayuntamiento, ni
del gobierno, que es una organización privada, sin ánimo de lucro.
Para que puedan atender a Alexandru, nos da las señas de un lugar
que está a 3 kilómetros. Él dice que no va a ir hasta allí
andando y menos sin tener la seguridad de que allí lo vayan a
atender en sus demandas. Entiendo que con el mal calzado que lleva y
según el desorden y la poca comida que vaya metiendo, su espíritu
flaquee y su cuerpo también. Nos da otras direcciones, pero no
logramos encontrarlas en el mapa. Al final nos da otras en otro
edificio no muy alejado de la catedral. Nos orientamos mal y
retrocedemos. Llegamos por fin al nº 158, que son otras oficinas de
Servicios Sociales. Allí nos dicen que le atenderán mañana y le
dan cita para las 11:30. Lo malo es que mañana, a esa hora, ya no
tendrá intérprete. Confiemos que haya alguien que sepa francés, o
rumano. El señor negro de la ventanilla le dice que no llegue tarde
a la cita y menos tan tarde como hoy. Alexandru Vasilie es de
Rumanía. Resumo algo de lo que me cuenta: Como ya he dicho, está
casado y tienen un bebé. Tiene otras dos hijas que viven y van a la
escuela en Zumárraga, donde trabaja el abuelo, que es pintor de
interiores y le pagan bien por pintar apartamentos y pisos. Alexandru
se define como pintor artístico. Estudió hasta 8º de Básica, pero
no sabe inglés y menos neerlandés. Nosotros nos entendemos en el
poco francés que yo sé. De momento lo que busca es un lugar donde
poder darse una ducha y, si le dan de comer, mejor que mejor. Una vez
conseguida la cita para mañana, buscamos un sitio para comer. Alex
me dice que comer en restaurante es caro y que prefiere comer de
bocadillo. Yo prefería que comiera algún plato caliente, pero no
quiero contrariarle. Yo también me adapto al bocata. Entramos en un
vietnamita y él como un bocata de pollo y yo uno de vaca con
acompañamiento vegetal. Él no quiere hierbas. Le digo que, para lo
sucesivo, se acostumbre a lo verde y crudo, pues tiene vitaminas
necesarias. Yo bebo agua, pero él prefiere Coca-Cola. Como le doy
20€ al cocinero, y no anoto el coste real, no sé lo que nos ha
costado, ya que las vueltas del billete se las doy a él. Si en vez
de Coca-Cola hubiera bebido agua, eso más que se habría llevado. No
contento con ello, me pide más dinero para su mujer y su hija y yo
no se lo doy. Confío en que estarán bien atendidos en Francia, con
la buena fama que tienen los Servicios sociales franceses. Con lo que
le he dado tiene para bocata de mañana y pasado. Comemos el bocata
sentados en un doble bordillo de la calle, pues da el sol y los
bancos están en sombra y no hace nada de calor. Terminado el bocata,
me despido dándole un abrazo y me llama papa. Es entonces cuando me
pide dinero para su mujer. Le paso la mano por la cara y un nuevo
abrazo. No sé cómo despedirme de él. Por fin se separa y allí se
queda, en su desamparo. ¡Qué dolor! Se me quitan las ganas de comer
un postre. Finalmente comeré una pasta de almendra de 1,40€.
Leónidas
y otros regalos.
Es
ahora cuando dedico un rato para buscar y rebuscar postales. A uno
que las vende a 99 céntimos, le pregunto a cuánto me rebajaría si
le compro 50. Me dice que no me rebajaría nada. Con su pan se las
coma. En un nuevo recorrido por los bajos comerciales, veo Leónidas
y pienso que mis hijas recibirán con gusto un regalo de bombones.
Están mucho más baratos que en Donostia y eso que no es marca
holandesa, sino que se importan, como aquí, de Bélgica. Pero la
chica de dentro me dice que está cerrado.
Fotografío la fachada del majestuoso Ayuntamiento de la ciudad. Se está celebrando una boda civil y no me dejan ni asomarme. Encuentro una tienda que
exhibe en su escaparate trenes eléctricos, pero no me arriesgo a
comprar algún elemento que luego no se adapte al modelo de los que
tienen mis nietos, pero veo casitas de fachadas para montar por
9,99 € cada una. Compro cuatro por 39,96 €. La tienda se llama
Meijer & Blessing y mañana pasaré para comprar la 5ª para
Erika. Luego, entro en parada de tren y salgo de nuevo al subterráneo
comercial.
Después veo un edificio que ha sido restaurado de una manera muy peculiar. Han hecho una estructura férrea para saber el espacio que ocupaba, pero no lo han reconstruido, cosa que me parece original y admirable. Para muestra de mi opinión, que puede no ser compartida, aquí os presento la foto. En una plaza salen del suelo unos chorritos de agua muy pulverizada, que hace las delicias de algunos niños que se divierten refrescándose.
Una gran pantalla, en la que quien se acerca a ella se refleja, permite al viajero dejar su imagen con el texto de Recuerdo de Rotterdam. Yo, como un turista cualquiera, aprovecho la oferta. La foto dura hasta que llegue el siguiente cliente y es gratuita. Entro en Leónidas. Una chica compra un cuarto de kilo de
bombones y le cuestan seis y pico euros. Calculo que medio kilo serán
12 o 13 euros, la mitad que en Donostia. Me sorprende que sean tan
baratos teniendo en cuenta lo cara que está la vida en Holanda.
También compro tabletas de chocolate con sabores variados, pero sólo
le quedan cuatro de naranja que son las que más me apetecen. Pago
con Visa 38,15 € y con las compras hechas, vuelvo al stayokay.
De camino encuentro una manifestación de personas vestidas de blanco. Pienso que es una reivindicación de sanitarios. Vociferan pero no parece que tengan intención de desmadrarse. La policía, atenta a los acontecimientos, vigila a distancia.
De
nuevo en el stayokay. Postales.
Allí
tienen postales. La chica no entiende ni papa de la rebaja que le
pido, pero el recepcionista sí.
No me hace la oferta que me hicieron
en el albergue de Brujas de, por cada cuatro una de propina, pero sí
consigo una rebaja del 5%, así que, en vez de 50, pago 45 € y
puedo hacerlo con Visa. Subo a la habitación para dejar regalos y
postales y me encuentro que hoy tendremos mujer a dormir. Es una
pareja de alemanes, ella, Marlies (como María) dormirá en litera de
arriba y él, Peter, abajo, junto a mi cama. Cuando entraba, salían
dos italianos, Fabrizzio y Luiggi que, junto al inglés y al
americano, que continúan, completaremos todas las camas y literas
disponibles. Cuanto a grandes rasgos mi viaje a los alemanes. Les
dejo, pues tengo mucho trabajo por delante con las postales, de las
que sólo mandaré 49. Bajo al salón y en una mesa me dedico a poner
las señas y empiezo a escribirlas. Estoy hasta las ocho de la tarde
y, aunque todavía me quedan muchas por escribir, decido parar y
bajar a cenar.
Nicaragüenses.
Mientras
escribía postales, han llegado madre e hija nicaragüenses. La madre
pertenece a una ONG de inmigrantes y la hija estudiante de
Arquitectura. Se interesan en mi viaje. Les cuento mi encuentro con
Alexandru y lo que me dijo la colombiana en Den Haag, que en
noviembre vuelve a su país y allí montará un negocio, para no
mantener con sus impuestos al gobierno holandés. A la hija, como
futura arquitecta, le gustaría ver las habitaciones poliédricas por
dentro, las que ya ha visto por fuera al contemplar la fachada. Yo
hago de intermediario en recepción, pero dejándole hablar a ella
que se expresa perfectamente en inglés. Pero no va a ser mi
habitación la que vea, sino que el recepcionista le va a enseñar la
303, con una distribución más racional. Entramos los tres y ella se
dedica a sacar muchas fotos. A pesar de ello no tardan mucho. No
vayan a pensar que lo que querían era ducharse gratis. Después se
enrollan con él como posibles usarías de hospedaje. Yo sé que
ellas están viviendo en Bélgica y no van a venir a dormir aquí en
mucho tiempo. Ellas se van y yo he seguido con las postales.
Kade-4
de nuevo.
El
Kade-4 es el mismo restaurante de ayer, pero hoy no está el
camarero. Todas son camareras. Pido sopa de tomate que presentan con
pequeñas albóndigas de carne y que como a gusto. Después pido
filete y me pregunta si quiero la carne roja. Mi respuesta afirmativa
se cumple y me traen un pedazo muy tostado por fuera pero rebanado en
cinco trozos que, por dentro, están rojos, y poco hechos. Es
distinta de la de ayer, pero está muy rica, acompaña algo de vainas
y coliflor con salsita marrón. Bebo la misma cerveza de la víspera
y me cuesta algo más barato, 24,60 €, que pago también con Visa.
Esta noche en Rotterdam no había ni un concierto ni un teatro de
mimo. Menos mal, pues no me queda tiempo para tanto.
Más
postales y a dormir.
Subo
a la sala del albergue y escribo alguna postal más, hasta que
termino las que había bajado al restaurante. Hay muy poca luz y
estoy escribiendo muy incómodo. Allí está el americano, que no
deja de mirar su portátil; así lleva toda la tarde. ¿Está en
viaje de vacaciones o de trabajo? Tanta dedicación a Internet me
hace pensar que de vacaciones nada. Subo a la habitación y, como no
hay nadie, me acuesto. Irán llegando mis compañeros. Primero llega
el inglés que se mete en su cama en calzoncillos y se pone a leer
con su luz. Luego llega el americano que, con su sombrero, parece un
cuáquero. Después de tantas horas de ordenador, no le queda otra
que darse un masajeo muy completo de manos y de pies. En cuanto al
resto de preparativos para dormir, sigue el mismo ceremonial de ayer.
Es el único que se muestra desnudo sin ningún pudor y así va a la
ducha. Cuando está duchándose, llegan Melies y Peter, que también
tardan mucho con el aseo de dientes y demás parafernalia. Todo el
rato con el neceser a vueltas. Pienso en la manifestación que he
visto de jóvenes vestidos de blanco. La policía estaba preparada
pero no parecía dispuesta a intervenir. Sigo desconociendo lo que
reivindicaban. Adormilándome, los que no puedo decir a qué hora
llegan serán los italianos. El primero en llegar es Luiggi, porque
cuando me levanto a orinar veo que ya está en su cama, pero ni me
entero de cuándo llega Fabrizzio. Acabada la hora tope para bajar a
desayunar, aún no se habrán levantado y ya andan por los pasillos
las de la limpieza. Pero esto ya es cosa de mañana.
Tercera
jornada en Rotterdam 09.08.2013
Última
jornada y viaje de regreso. Desayuno y más postales.
Me
levanto a las siete y bajo a seguir escribiendo hasta la hora de
desayunar. Hago un desayuno similar al de ayer, pero sin queso y como
sólo una pera. Mientras estoy escribiendo, pasa un chico con una
cara de español que no la puede disimular. Es de Barcelona y, a las
diez, tiene una entrevista de trabajo. Vino aquí a estudiar y ya ha
obtenido una gran experiencia en hostelería. Le cuento algo de mi
viaje y le recomiendo que, si sigue algún tiempo viviendo en
Holanda, no deje de visitar las islas Frisias. Él hace un desayuno
más frugal que el mío y sube a su habitación a ponerse guapo para
la entrevista. Al despedirse, “¿De verdad que se nota tanto mi
nacionalidad?”, me pregunta preocupado. Baja a desayunar la pareja
alemana. Cuando subo a la habitación, el inglés sale de la ducha
con la toalla sujeta a la cintura en forma de falda y, de forma
pudorosa, se pone el calzoncillo por debajo de ella.
Me afeito sin
preocuparme por el ruido. Es ya hora de que se levanten los
italianos, si no quieren perder el desayuno que tienen incluido en
el coste total. Pero se ve que no les importa pues, cuando me voy,
aún continúan en la cama. Bajo al salón para seguir escribiendo
postales. Ya sólo me quedan 15 cuando paro y me dispongo a iniciar
mi caminata hasta la Estación del Ferrocarril.
Salgo
con parsimonia y paso por la catedral, que está cerrada.
Previamente, saco foto al edificio de los Servicios Sociales, donde
todavía no está Alexandru Vasili. Me asomo y tampoco lo veo en su
interior. ¿Lo estarán atendiendo dentro, o no habrá acudido? ¿Lo
estarán valorando?, ¿lo deportarán a Lyon? Pero, siendo de un país
comunitario, quizás se limiten a ponerse en contacto con los
servicios sociales lyoneses, y obrar en consecuencia.
Saco foto a
Erasmus, pero con la puerta de entrada a la ONG privada en la que
estuvimos ayer, haciendo yo de traductor e intérprete. Paso un
puente sobre un pequeño canal y sigo, y sigo, y me despisto.
Debo
preguntar por la Estación Central, y me reorientan. Paso por el
canal y frente a Pauluskerk, donde está la escultura que más me
gustó ayer, la primera.
Es “Hombre caminando” de Rodin. No sé
cómo no lo descubrí ayer, siendo algo tan significativo en mi
viaje. Las otras esculturas siguen sin interesarme, aunque sí otra en reflejo móvil, ya que es un texto (largo) escrito en el fondo y que lo reaviva
el movimiento constante de la superficie del agua del propio estanque.
El
texto, en grandes letras mayúsculas, surge en la medida en que las
burbujas brotan a la superficie. La idea me ha parecido muy original
y lo que más siento es no entender el contenido del escrito. Dejadas
atrás las esculturas y Pauluskerke, previo paso por grandes avenidas arboladas y ajardinadas, llego a la Estación Central con
tiempo más que de sobra.
También paso por delante de la productora y distribuidora de cinematografía Pathé. Para un aficionado al cine como yo, su anagrama le resulta familiar y fotografío el edificio con su anagrama amarillo bien visible..
Estación
Central. Ovetenses.
Como
me dijo la empleada que me vendió los billetes, ya está anunciado
el tren en la vía nº 3. Pero aún tienen que pasar dos trenes antes
de que llegue el mío. De uno de ellos bajan tres chicos de Oviedo,
que viajan con interrail. Les dieron mal los billetes y, cuando se
dieron cuenta, no les quedó otro remedio que viajar a París vía
Bruselas. Su tren va a llegar en tres minutos, antes que el mío, por
vía 4, así que nos despedimos para que se centren en buscar la
mejor posición. Nos ha dado tiempo a charlar un poco acerca de
Torimbia y de las playas próximas y de la de interior, Guilpiyuri.
Llega su tren y se va. Yo me posiciono y casi acierto el lugar donde
se detiene el coche 16, que a mí me corresponde. Lo hace casi en el
centro y debo andar sólo unos metros.
Rotterdam-París
Norte.
Una
chica ocupa mi sitio, pero como viene con sus padres, que están al
otro lado, y lleva un gran maletón que interfiere el paso por el
pasillo, me quedo con el asiento de la ventana. Lo peor es que todo
el trayecto hasta París, lo voy a hacer sentado de espalda a la
dirección de la marcha del tren. Ella apenas habla conmigo, pues
casi todo el rato lo hace con sus progenitores, como es natural. Como
no tengo espacio para poner mi mochila en la repisa sobre mi cabeza
pido, a un joven que va detrás, que me la ponga en el portamaletas
de enfrente. Se lo agradezco, pero han quedado colgando algunos de
los cinchos. Cuando llega el interventor y dice a mi vecina que su
maleta no puede estar interfiriendo en el pasillo, y ella se levanta
a trasladarla al lugar de los grandes equipajes, aprovecho para
levantarme y poner bien los cinchos que cuelgan de mi mochila. La
primera parada la hacemos en Antwerper y creo que la segunda ya en
Bruselas. A París llegamos con más de un cuarto de hora de retraso.
Hemos ganado 5 minutos pues, a la venida, la demora fue de 20. Vamos
mejorando.
París
Norte-París Montparnasse.
Me
acerco a un puesto de información para obtener mapa de París. Me
dicen que es sólo para información de trenes y me remiten a otro
lugar cercano a la salida de la estación del Norte. En el otro
punto, una mujer me da un amplio mapa de la ciudad y me marca el
itinerario más interesante para llegar a Montparnasse, pasando por
Notre Dame. Algo enfadada, la mujer me calcula unos cuatro kilómetros
entre estaciones. Agradezco, pero ya no tengo las tres horas que
había previsto para ir caminando. Pero todavía creo que voy con
margen suficiente. Compro un bocadillo de bonito con mayonesa y
tomate y me lo como al lado de una señora sentada con mesita y dos o
tres sillas libres. Pago con Visa 4,80 €. La señora me invita a
que ocupe una. Habla algo de castellano que, desde hace un mes, ha
empezado a estudiar. Me dice que su hermano trabaja en Cabra
(Córdoba). Opina que he hecho una mala compra y que los bombones se
me van a derretir con el calor de París. Confío en que no se
derritan tan fácilmente. Me despido de ella y echo un trago del agua
que he rellenado del grifo en el stayokay. Cuando salgo de la
estación, trato de buscar bien el punto en que estoy en el mapa e
iniciar adecuadamente el itinerario desde el principio. Algunas dudas
me surgen al ver algunas calles por las que paso, pero que no figuran
en el mapa. Pero, las principales, sí las voy encontrando. Hasta
llegar al primer cruce no me queda otra alternativa que ir por el sol
pero, por evitar el calor y para que no se derritan los bombones, en
cuanto puedo, paso al lado de la sombra. Mujeres asiáticas, una con
sombrilla, en el atardecer de la calle, se ofrecen al mejor postor.
Son las cuatro y, a esta hora, París es mucho París. Luego pasa una
manifestación de personas de raza negra que, con una gran pancarta,
cantan sus reivindicaciones. La música es la de La Marsellesa.
Intuyo que pelean contra la exclusión social que sufren y solicitan
el apoyo de los parisienses. No me parece que haya sido demasiado
sagaz para sacar esa conclusión. Tampoco sé lo que pensaré cuando
relea la parte de la pancarta que he podido fotografiar. Paso por un
arco de triunfo y por la torre de Saint Jaques. Santiago, algo tiene
que ver con mi camino, aunque no fuera más que el inicio en 2006.
Estoy bajando por todo el boulevard de Sebastopol. En Notre Dame han
puesto un graderío delante de las tres puertas de la fachada
principal. Estas gradas dificultan para una bella foto frontal, salvo
que me suba a ellas. Para no perder tiempo, me limito a sacarla desde
un lateral y veo grandes colas curvilíneas de visitantes esperando
para entrar en tan majestuoso templo. Aunque hay más, paso por dos
de los puentes que conectan con Île de France y ya estoy posicionado
en el boulevard Saint Michel, y lo voy siguiendo hasta que me
encuentro con una pareja de Donostia, que viven en Burgos y que están
buscando la boca del Metro. Fueron a vivir a la capital castellana
con la crisis de hace 15 años y todavía están activos en el
trabajo. Freno la marcha para ir a su paso pero, llegando al
boulevard Montparnasse, me despido y acelero. Voy bien de tiempo,
pero no veo las torres que me servían de referencia en junio, mi
viaje de ida hacia Plougrescant. Se ve que vengo de otro lado, no de
la parte del cementerio. En momento oportuno, he preguntado a una
chica, y ella me reorienta. Cuando estoy llegando, vuelvo a preguntar
y, otra chica, me quiere hacer retroceder, y ya sólo queda un cuarto
de hora para la salida del tren. Me pongo algo nervioso. Pregunto a
gente que parece sean conductores y no me entienden o no me quieren
entender, ni siquiera la palabra “gare”, ¿tan mal la
pronunciaré? Avanzo otro tramo, y enseguida veo las siglas de SNCF.
¡Menos mal que a tiempo! Entro en la estación y ya está anunciado
mi tren en el panel. Busco antes de subir los retretes, pero piden 25
céntimos por orinar y me olvido. Ya mearé en el tren. Voy hacia la
vía donde sube el personal y cancelo el billete. La chica que está
a la entrada, me dice que son dos trenes en uno y que vaya hacia
adelante, pues desengancharán la parte de atrás. Quizás en Burdeos
dividan la primera parte hacia Hendaya y la otra hacia Marsella.
Cuando creo que del vagón 11 voy a pasar al 10, veo que aparece el
uno, que es el mío, subo y veo que, en la ventanilla, pone los
números 21 y 23 pero, en el departamento de cuatro asientos no veo
números y una chica me dice dónde están puestos. Así localizo el
17, subo la mochila, recojo los cinchos y me siento. Me he merecido
este descanso. Acomodado, veo cómo otros viajeros se van sentando.
El vagón se completa, a excepción de un asiento que está a mi
espalda, al otro lado.
París-Hendaia.
En el grupo de cuatro, yo de nuevo de
espalda, en la dirección contraria a la marcha del tren, vamos dos
chicas, a mi lado y enfrente, y otro chico. Todos bebemos agua de
marcas diversas. La de en frente, Evian; el chico, Volvic; la de mi
lado, Cristaline Elene; y yo, Solan de Cabras de grifo de Rotterdam.
El chico pone en marcha su portátil y se ríe. ¿Estará viendo una
película divertida? La chica de en frente, pelirroja con pequitas,
lee un libro de formato pequeño. La de mi lado alterna móvil
(portable) y revistas. También bebe zumo de manzana. Él come un
plátano y bebe cuatro botellas de agua. Saliendo de París, llamo a
Arantza, pero no me oye y cuelga. Vuelvo a insistir y me da
comunicando. A lo mejor queda algo de saldo y, de más cerca, puedo
hablar con ella más adelante. Son las 20:45 horas cuando llegamos a
Bordeaux y baja la pelirroja. Cuando he pasado por encima de La
Gironde, me han venido algunas imágenes de mi estancia aquí del
verano pasado. El baile, el barrio árabe, donde compré fruta. En el
departamento de al lado, los pasajeros se han renovado, aunque
continúa el chico de la guitarra. Un matrimonio con hija habla por
móvil con alguien en euskera. Él come bocata, ella mira y la hija
lee una revista. Lo que más sorpresa me causa al llegar al Sur de
Francia es comprobar que el ocaso se produce mucho antes que en
Holanda y, para las 22:00 horas ya está prácticamente de noche.
Poco antes de las diez, llegamos a Dax. Los dos chicos se bajan.
Ninguno se despide de los compañeros de viaje que quedamos en el
tren. El primero se va con la guitarra, o quizás sea un instrumento
similar de tamaño algo menor. Un negro sube al tren y pregunta si es
el que va a Pau. Le decimos que no, que va a Hendaye. Ojeo el
periódico Sud Ouest y leo que la Virgen María preside la bahía de
la Concha. Espero que no se entere el Sagrado Corazón que los
franceses le han cambiado de sexo. Al pedir el periódico, y al
comentarlo, son las únicas palabras que hablo en todo el viaje. Me
sorprendo a mí mismo. ¡Con las ganas que tenía yo de poder volver
a hablar en francés! A las 22:40 horas, llegamos a Baiona, donde
baja la familia de tres. Voy al retrete a orinar y, cuando regreso,
se inicia la desbandada. Me quedo solo en todo el departamento.
Supongo que las tres mujeres que quedaban, bajarán en Biarritz. El
diario se me está acabando, le quedan seis páginas. Si hubiese
caminado algún día más por Holanda, habría tenido que comenzar el
bonito diario que me regalaron en la oficina de turismo de Yport, con
la carátula “I love NormandY” en grafías I Corazón NY donde
emulando New York, entre la N y la Y aparecía “ormand” en letras
de tono muy desvaído y de pequeño tamaño. Empezaré dicho diario
en 2014, en mi vuelta a la isla francesa de Córcega. 29 días y mi
peor viaje. Una vez llegado a Hendaia, doy por finalizado mi viaje
por este verano de 2013.