Etapa 54 (411) 06 de
agosto de 2013, martes.
Vlieland-(barco)-Terschelling.
Últimas horas en
Vlieland.
Saco foto de las
hamacas con el hueco donde he dormido. El espacio angosto pero
suficiente. El techado también me ha servido, sobre todo teniendo en
cuenta que sólo llovió al inicio de la noche.
Como hace frío me pongo el jersey, dejo las hamacas más o menos ordenadas, como estaban cuando llegué. En las dos fotos, antes y después de la operación, se puede apreciar a la izquierda el carromato, que quizás fuera bar, bajo el que me habría refugiado en caso de que hubiese arreciado la lluvia.
Recojo mis mochilas y voy caminando por la orilla espumosa. La marea está muy alta, inundando la zona de arena seca con la espuma que vuela con el viento. Un hombre, que se acaba de bañar con bañador, recoge desperdicios en una bolsa, que luego deposita en un cubo de basura. Encuentro unos pilones de separación, que no sé qué delimitan, ni que función pueden cumplir.
Quizás sean elementos de sujeción de la arena para que el mar no se la lleve. Poca gente pasea hoy por la playa. No me cruzo más que con dos o tres personas a lo sumo. Camino por la playa del Nordeste en dirección Dorp y saco una foto en la que se puede apreciar la espuma volandera y el cielo encapotado. Razón por la que no me animo a bañarme. Una pareja baja de la duna, se acerca a la orilla, se desnuda y se echa al agua.
El barbas por delante, y ella por detrás pero, dentro del agua, el mar les iguala, formando una sola figura apretada de cuerpos arrejuntados en un abrazo de amor. ¡Qué envidia! Aunque sigo mi camino, les saco una foto cuando estoy ya lejos de ellos y han roto el abrazo. Aunque sé que siguiendo por la playa voy a llegar al puerto, no me apetece dar tanta vuelta, y me escoro hacia la duna para seguir el mismo camino de ayer.
En el horizonte ya se ven bogando algunos pequeños veleros que han salido del puerto a hora bien temprana. Son madrugadoras las gentes de mar. En lo que resta de playa, no encontraré ninguna huella de ayer, ni las que iba dejando el camión oruga, que también llamé anfibio, ni de las sirenas. El mar ha barrido todas las construcciones humanas en la arena.
Tampoco puedo adivinar en que hangar pueden guardar el mencionado camión. Paso de nuevo por las caballerizas. El personal que los cuida, manipula la hierba seca que les dan como forraje. Veo salir un autobús de su garaje, listo para iniciar su recorrido diario. Los caballos, con la testa baja y el hocico a ras del suelo, arramplan con las pocas briznas de paja que van encontrando sobre la arena. Es así como bajo al puerto deportivo, pasando por el restaurante De Dining, donde cené ayer.
Saco dos fotos con los veleros y algún yate que no tiene mástil y que está próximo al pantalán más cercano a mí.
Como hace frío me pongo el jersey, dejo las hamacas más o menos ordenadas, como estaban cuando llegué. En las dos fotos, antes y después de la operación, se puede apreciar a la izquierda el carromato, que quizás fuera bar, bajo el que me habría refugiado en caso de que hubiese arreciado la lluvia.
Recojo mis mochilas y voy caminando por la orilla espumosa. La marea está muy alta, inundando la zona de arena seca con la espuma que vuela con el viento. Un hombre, que se acaba de bañar con bañador, recoge desperdicios en una bolsa, que luego deposita en un cubo de basura. Encuentro unos pilones de separación, que no sé qué delimitan, ni que función pueden cumplir.
Quizás sean elementos de sujeción de la arena para que el mar no se la lleve. Poca gente pasea hoy por la playa. No me cruzo más que con dos o tres personas a lo sumo. Camino por la playa del Nordeste en dirección Dorp y saco una foto en la que se puede apreciar la espuma volandera y el cielo encapotado. Razón por la que no me animo a bañarme. Una pareja baja de la duna, se acerca a la orilla, se desnuda y se echa al agua.
El barbas por delante, y ella por detrás pero, dentro del agua, el mar les iguala, formando una sola figura apretada de cuerpos arrejuntados en un abrazo de amor. ¡Qué envidia! Aunque sigo mi camino, les saco una foto cuando estoy ya lejos de ellos y han roto el abrazo. Aunque sé que siguiendo por la playa voy a llegar al puerto, no me apetece dar tanta vuelta, y me escoro hacia la duna para seguir el mismo camino de ayer.
En el horizonte ya se ven bogando algunos pequeños veleros que han salido del puerto a hora bien temprana. Son madrugadoras las gentes de mar. En lo que resta de playa, no encontraré ninguna huella de ayer, ni las que iba dejando el camión oruga, que también llamé anfibio, ni de las sirenas. El mar ha barrido todas las construcciones humanas en la arena.
Tampoco puedo adivinar en que hangar pueden guardar el mencionado camión. Paso de nuevo por las caballerizas. El personal que los cuida, manipula la hierba seca que les dan como forraje. Veo salir un autobús de su garaje, listo para iniciar su recorrido diario. Los caballos, con la testa baja y el hocico a ras del suelo, arramplan con las pocas briznas de paja que van encontrando sobre la arena. Es así como bajo al puerto deportivo, pasando por el restaurante De Dining, donde cené ayer.
Saco dos fotos con los veleros y algún yate que no tiene mástil y que está próximo al pantalán más cercano a mí.
Desayunando a
medias.
Acabado el puerto,
que está a la abrigada, lejos del mar abierto, sigo por dique que me
va acercando a población. Pretendo llegar a un sitio próximo al de
la salida del barco que me llevará a Terschelling. Más o menos
intuyo por dónde entrará.
Un carro lleno de maletas, tirado por caballo, me adelanta. Voy por la calle principal buscando la panadería donde ayer compró Jan, aunque voy mirando alternativas por si ésta me fallara.
Por fin la encuentro, hago cola y voy eligiendo las cosas que voy a pedir y, cuando toca mi número y pido café, me dicen que a esa hora no dan cafés. Así que regreso por donde he venido. Encuentro un sitio cercano a la plaza de la música de la primera tarde. Se trata del Douwe Egberts y pido un café verkeed. Para comer ofrecen un pankake que es tan grande como una pizza y no tienen otra cosa. Aunque tengo hambre, no me apetece tanto panazo. Tras negociar, consigo dejar el café sobre la mesa y voy a comprar algo fuera. En Spar compro un croissant que me cuesta 80 céntimos y con él vuelvo al café, donde pago por el café con leche 2,25€. Lo peor es que el croissant tenía york por dentro y me lo he tenido que comer a palo seco fuera del local. Tomo el café con leche sin azúcar y escribo el diario hasta las 9:50. No quiero arriesgarme a perder el barco.
Un carro lleno de maletas, tirado por caballo, me adelanta. Voy por la calle principal buscando la panadería donde ayer compró Jan, aunque voy mirando alternativas por si ésta me fallara.
Por fin la encuentro, hago cola y voy eligiendo las cosas que voy a pedir y, cuando toca mi número y pido café, me dicen que a esa hora no dan cafés. Así que regreso por donde he venido. Encuentro un sitio cercano a la plaza de la música de la primera tarde. Se trata del Douwe Egberts y pido un café verkeed. Para comer ofrecen un pankake que es tan grande como una pizza y no tienen otra cosa. Aunque tengo hambre, no me apetece tanto panazo. Tras negociar, consigo dejar el café sobre la mesa y voy a comprar algo fuera. En Spar compro un croissant que me cuesta 80 céntimos y con él vuelvo al café, donde pago por el café con leche 2,25€. Lo peor es que el croissant tenía york por dentro y me lo he tenido que comer a palo seco fuera del local. Tomo el café con leche sin azúcar y escribo el diario hasta las 9:50. No quiero arriesgarme a perder el barco.
Barco a
Terschelling.
Hago cola donde me
corresponde, pero recuerdo que quizás estén por delante los suizos
y me adelanto para ver. Cerca de los primeros, encuentro a Elvera y
Fred. Con sus bicis, van a hacer el mismo viaje que yo. Esta pareja
es la que cogió la mejor localidad en el barco que nos trajo de
Texel a Vlieland. Desde su altura, dominaban todo el barco, a sus
pasajeros y la tripulación.
Ya los tengo en mis fotos del viaje del otro día, así que no les fotografío ahora. Les voy contando cosas de mis últimos viajes de verano, les enseño los dibujos y la anécdota del encuentro con Annick, como lo relacionado con Port Blanc, Saint Gildas y la comunión de los caballos, que es donde empezó mi viaje de este año. También les cuento dónde he dormido estas dos noches y el encuentro y el desayuno en casa de la familia De Groot.
Elvera trabaja como costurera para preparar el vestuario de obras de teatro y vive cerca de la frontera con Alemania. Vive en una rulot, de ocupa, junto a otros que viven en otras y en las mismas condiciones. Fred vive en su barco y su trabajo consiste en poner a punto otros, siendo su especialidad su mantenimiento y las reparaciones mecánicas. Viven de lo que cobran por los trabajos que hacen y cuando les hablo de vida bohemia, no me contradicen, más bien, asienten. Puesto que trabajan y cobran por lo que hacen, es una bohemia relativa. Quizás lo más parecido a los bohemios sea el no estar sujeto a un horario fijo, puesto que trabajan cuando se les solicita sus servicios, cuando hay un barco para reparar, cuando hay una obra de teatro a representar. El hecho de no tener un piso y no estar comprometidos con una hipoteca bancaria, les hace sentirse más libres. El mismo hecho, les hace mantener a raya el deseo de poseer cosas. El barco ha salido puntual y he sacado foto, a través del cristal empañado y con gotas de agua, del alejamiento de la isla de Vlieland, de la que tengo motivos para no olvidarla nunca.
Llegando a Terschelling fotografío una boya verde que parece que ordena la entrada en el puerto de West Terschelling. Pronto llegamos a un dique largo, donde me sorprende ver a los abuelos de una niña, que está en las butacas delanteras a mi asiento, a la que saludan y luego abrazarán, cuando bajemos. Me sorprende por ser un dique muy estrecho y próximo al agua. En la foto se aprecia muy malamente. También saco foto de la niña que va acompañada por sus padres. Por la ventana saluda a sus abuelos.
Ya los tengo en mis fotos del viaje del otro día, así que no les fotografío ahora. Les voy contando cosas de mis últimos viajes de verano, les enseño los dibujos y la anécdota del encuentro con Annick, como lo relacionado con Port Blanc, Saint Gildas y la comunión de los caballos, que es donde empezó mi viaje de este año. También les cuento dónde he dormido estas dos noches y el encuentro y el desayuno en casa de la familia De Groot.
Elvera trabaja como costurera para preparar el vestuario de obras de teatro y vive cerca de la frontera con Alemania. Vive en una rulot, de ocupa, junto a otros que viven en otras y en las mismas condiciones. Fred vive en su barco y su trabajo consiste en poner a punto otros, siendo su especialidad su mantenimiento y las reparaciones mecánicas. Viven de lo que cobran por los trabajos que hacen y cuando les hablo de vida bohemia, no me contradicen, más bien, asienten. Puesto que trabajan y cobran por lo que hacen, es una bohemia relativa. Quizás lo más parecido a los bohemios sea el no estar sujeto a un horario fijo, puesto que trabajan cuando se les solicita sus servicios, cuando hay un barco para reparar, cuando hay una obra de teatro a representar. El hecho de no tener un piso y no estar comprometidos con una hipoteca bancaria, les hace sentirse más libres. El mismo hecho, les hace mantener a raya el deseo de poseer cosas. El barco ha salido puntual y he sacado foto, a través del cristal empañado y con gotas de agua, del alejamiento de la isla de Vlieland, de la que tengo motivos para no olvidarla nunca.
Llegando a Terschelling fotografío una boya verde que parece que ordena la entrada en el puerto de West Terschelling. Pronto llegamos a un dique largo, donde me sorprende ver a los abuelos de una niña, que está en las butacas delanteras a mi asiento, a la que saludan y luego abrazarán, cuando bajemos. Me sorprende por ser un dique muy estrecho y próximo al agua. En la foto se aprecia muy malamente. También saco foto de la niña que va acompañada por sus padres. Por la ventana saluda a sus abuelos.
La isla de
Terschelling.
Es más grande que
la Vlieland, y así como su zona más vulnerable estaba al Sudoeste,
en ésta la playa más inundable está al Nordeste. Algo similar
ocurre con la capital. Dorp estaba al Nordeste y West Terschelling
está al Sudoeste. Tal como se configura en mi mapa, parece que tengo
mucho terreno para recorrer, aunque sólo tengo intención de estar
un día y mañana ir de nuevo al continente. He bajado del barco con
la pareja y vamos caminando juntos.
El puerto y el barco van quedando atrás. Seguimos por el borde del mar. Me indican la dirección donde encontraré el stayokay y me van acompañando. Me cuentan que no son pareja, sólo buenos amigos, y no tienen ninguna intención de arriesgarse a tener hijos. He sacado foto de barcos con Elvera y su gordo jersey llevando la bicicleta. Hacia el otro lado, una parte de la ciudad con la torre-faro. Un chaval pesca con retel, al que pone cebo de jamón de york que saca de un sobre plástico recién abierto.
Intento decirle que es mejor que ponga de cebo unas quisquillas que acabo de ver tiradas en el suelo al pasar, pero me resulta más fácil retroceder para cogerlas. Me agacho, recojo una docena y se las llevo. El chaval se muestra agradecido. Parece que mi idea de mejor cebo era cierta. Seguimos los tres, pero enseguida paran, pues hemos llegado a un barco varado, en el que está un amigo común y se van a saludarle.
Como no sé lo que van a tardar, me despido de ellos y me piden el blog. Se lo escribo en un papel, en el que Elvera me había dibujado el signo de ocupa. No sabría reproducirlo, pero era algo así como un círculo partido por un rayo con flecha hacia arriba y a la derecha.
Continúo por el puerto y se acaban los grandes veleros, pasando a otra zona donde hay otros menores. Entre medias, veo unas reliquias de barcos de combate de la Segunda Guerra Mundia. Dejando atrás el faro y los dos puertos, me voy acercando al stayokay.
El puerto y el barco van quedando atrás. Seguimos por el borde del mar. Me indican la dirección donde encontraré el stayokay y me van acompañando. Me cuentan que no son pareja, sólo buenos amigos, y no tienen ninguna intención de arriesgarse a tener hijos. He sacado foto de barcos con Elvera y su gordo jersey llevando la bicicleta. Hacia el otro lado, una parte de la ciudad con la torre-faro. Un chaval pesca con retel, al que pone cebo de jamón de york que saca de un sobre plástico recién abierto.
Intento decirle que es mejor que ponga de cebo unas quisquillas que acabo de ver tiradas en el suelo al pasar, pero me resulta más fácil retroceder para cogerlas. Me agacho, recojo una docena y se las llevo. El chaval se muestra agradecido. Parece que mi idea de mejor cebo era cierta. Seguimos los tres, pero enseguida paran, pues hemos llegado a un barco varado, en el que está un amigo común y se van a saludarle.
Como no sé lo que van a tardar, me despido de ellos y me piden el blog. Se lo escribo en un papel, en el que Elvera me había dibujado el signo de ocupa. No sabría reproducirlo, pero era algo así como un círculo partido por un rayo con flecha hacia arriba y a la derecha.
Continúo por el puerto y se acaban los grandes veleros, pasando a otra zona donde hay otros menores. Entre medias, veo unas reliquias de barcos de combate de la Segunda Guerra Mundia. Dejando atrás el faro y los dos puertos, me voy acercando al stayokay.
El Stayokay de
Terschelling.
Ya lo tengo a tiro
de piedra. Muchos ciclistas por el camino y muchas bicis aparcadas en
el entorno del albergue. Ya en el interior, la recepcionista me dice
que no hay ninguna plaza vacante y que, para encontrar alojamiento,
vaya al V.v.v. Le pregunto si puedo hacer uso del ordenador para
entrar en Internet y no me pone ninguna pega. Es gratis. Mejor para
mí. Estaba dispuesto a usarlo aunque tuviera que pagar para mandar
mensaje a la familia.
Llevan muchos días sin saber nada de mí. Pero no sé qué ha pasado con mi cuenta en Holanda, que no me permite entrar en Hotmail. Intento dar todos los datos que me piden para restaurarla, pero todo resulta en vano. Me harto y abandono. Voy al retrete y me aprovisiono de agua para el camino. Le digo a la chica lo que me pasa, que no puedo entrar en mi cuenta de correo y que mi móvil me indica que no hay cobertura. Me deja hacer una llamada rápida con su teléfono. Marco el número de Vera y no me coge. Luego a Sara y me coge Jokin. Luego digo dónde estoy a Sara y me pregunta “¿cuándo vuelves?”. “No lo sé”, es mi respuesta. No haré planes de regreso hasta que vuelva al continente y consiga el mapa que me falta del Norte de Holanda. La llamada ha durado un minuto. Agradezco a la recepcionista y retorno hacia el puerto.
Llevan muchos días sin saber nada de mí. Pero no sé qué ha pasado con mi cuenta en Holanda, que no me permite entrar en Hotmail. Intento dar todos los datos que me piden para restaurarla, pero todo resulta en vano. Me harto y abandono. Voy al retrete y me aprovisiono de agua para el camino. Le digo a la chica lo que me pasa, que no puedo entrar en mi cuenta de correo y que mi móvil me indica que no hay cobertura. Me deja hacer una llamada rápida con su teléfono. Marco el número de Vera y no me coge. Luego a Sara y me coge Jokin. Luego digo dónde estoy a Sara y me pregunta “¿cuándo vuelves?”. “No lo sé”, es mi respuesta. No haré planes de regreso hasta que vuelva al continente y consiga el mapa que me falta del Norte de Holanda. La llamada ha durado un minuto. Agradezco a la recepcionista y retorno hacia el puerto.
En el camino,
observo cómo el dique que mantiene el puerto, con el agua suficiente
como para que las embarcaciones se mantengan a flote, ha formado en
el exterior una pequeña playa.
En el lado del mar menos grato para baños, puesto que es donde hay que penetrar mucho para encontrar agua que cubra lo suficiente como para poder nadar, con el agravante de que sus fondos no son de arena, sino del fango que deben horadar para que puedan pasar los barcos.
Vuelvo a pasar por el puerto deportivo y después encuentro unas boyas muy coloristas, a la espera de que surja la necesidad de que sean transportadas al lugar conveniente del mar interior, o del Mar del Norte, con el fin de que orienten la circulación naviera.
A continuación encuentro unos cañones que parecen colocados en posición defensiva contra los ataques del enemigo exterior. Creo que tendría mayor sentido si estuvieran en la costa del Norte más que en la de este mar interior, máxime si, como yo los veo, parece que nos atacan apuntándonos a nosotros mismos.
Llego al puerto donde ha atracado el barco que me ha traído de la otra isla. Allí cojo billete para mañana a las 12:30 de la mañana, en el ferry que me llevará hasta Harlingen. Me sorprendo más que ayer, ya que si pasar de Vlieland a Tershelling me costó 8,75€, el billete entre Terschelling y Harlingen me cuesta 5,50€ siendo un recorrido muchísimo mayor. En este también me hacen una reducción por ser mayor de 65 años. La cola ha ido bastante rápida, salvo un chico que tarda porque tiene algún problema complicado que resolver. Yo soy el más veloz, ya que tengo claro lo que quiero y llevo a mano el DNI, lo enseño, pido sólo ida y digo que sin bici. Todo en mi inglés macarrónico, pero suficientemente inteligible. Tardo lo que le cuesta al expendedor meter mis datos en el ordenador y la Visa no me crea ningún problema. Después paso cerca de la iglesia y, desde la verja exterior, la fotografío. No sé si por efecto del exceso de luminosidad del día, o porque mi cámara no sabe evitar este exceso con la apertura adecuada del diafragma, el caso es que el edificio desaparece y sólo se puede apreciar la parte alta de la torre, con su triangular tejado de pizarra, que da la sensación de que fuera un pequeño cohete espacial surcando los cielos en dirección a Marte o a la Luna.
La posición que he elegido para la foto, nos permite apreciar el barroco herraje de la valla que rodea el edificio anterior. Después puedo acercarme a la iglesia y la plasmo con su reloj en hora. Desde esta posición, la torre del campanario resulta menos destacada pero, al menos, la sencilla iglesia la podemos apreciar mejor, al menos no vuela hacia extramundos.
En el lado del mar menos grato para baños, puesto que es donde hay que penetrar mucho para encontrar agua que cubra lo suficiente como para poder nadar, con el agravante de que sus fondos no son de arena, sino del fango que deben horadar para que puedan pasar los barcos.
Vuelvo a pasar por el puerto deportivo y después encuentro unas boyas muy coloristas, a la espera de que surja la necesidad de que sean transportadas al lugar conveniente del mar interior, o del Mar del Norte, con el fin de que orienten la circulación naviera.
A continuación encuentro unos cañones que parecen colocados en posición defensiva contra los ataques del enemigo exterior. Creo que tendría mayor sentido si estuvieran en la costa del Norte más que en la de este mar interior, máxime si, como yo los veo, parece que nos atacan apuntándonos a nosotros mismos.
Llego al puerto donde ha atracado el barco que me ha traído de la otra isla. Allí cojo billete para mañana a las 12:30 de la mañana, en el ferry que me llevará hasta Harlingen. Me sorprendo más que ayer, ya que si pasar de Vlieland a Tershelling me costó 8,75€, el billete entre Terschelling y Harlingen me cuesta 5,50€ siendo un recorrido muchísimo mayor. En este también me hacen una reducción por ser mayor de 65 años. La cola ha ido bastante rápida, salvo un chico que tarda porque tiene algún problema complicado que resolver. Yo soy el más veloz, ya que tengo claro lo que quiero y llevo a mano el DNI, lo enseño, pido sólo ida y digo que sin bici. Todo en mi inglés macarrónico, pero suficientemente inteligible. Tardo lo que le cuesta al expendedor meter mis datos en el ordenador y la Visa no me crea ningún problema. Después paso cerca de la iglesia y, desde la verja exterior, la fotografío. No sé si por efecto del exceso de luminosidad del día, o porque mi cámara no sabe evitar este exceso con la apertura adecuada del diafragma, el caso es que el edificio desaparece y sólo se puede apreciar la parte alta de la torre, con su triangular tejado de pizarra, que da la sensación de que fuera un pequeño cohete espacial surcando los cielos en dirección a Marte o a la Luna.
La posición que he elegido para la foto, nos permite apreciar el barroco herraje de la valla que rodea el edificio anterior. Después puedo acercarme a la iglesia y la plasmo con su reloj en hora. Desde esta posición, la torre del campanario resulta menos destacada pero, al menos, la sencilla iglesia la podemos apreciar mejor, al menos no vuela hacia extramundos.
El faro y el
Restaurante Storm.
Una vez resuelto el
tema del billete de ferry, trato de subir a la torre del faro, la
vuurtoren, con idea de subir y apreciar desde lo alto la vista
panorámica de la ciudad. Pero todas las veces que pase por la base,
encontraré la puerta de acceso cerrada.
No sé si la razón es que ya son más de las doce, o porque a este faro no se sube. Al pasar, veo un restaurante que ofrece spareribs, nombre de las costillas de ganado mayor asadas y que aprendí cuando comí con Hadewijch en Nordwick. Entro en el Storm y pido las costillas y me las sacan con patatas fritas y ensalada. Las spareribs no están tan ricas como las primeras que comí, porque éstas están adobadas y tienen un adobo demasiado fuerte que quita el buen sabor de la carne pegada al hueso, pero dejo los huesos mondos y lirondos, como todas las patatas fritas y acabo con la ensalada, de la que voy reservando hasta el final la aceituna verde y las tres negras sin hueso. Como con dos cervezas Jupiler y pago con Visa 16,90€. Escribiendo el diario, termino mi segunda cerveza y a las 14:30 voy a cagar al retrete, me quedo más descansado y, por primera vez, después de lavármelas, me seco las manos con un artilugio que voy viendo repetidamente en los últimos retretes holandeses. Las manos quedan secas en breves segundos.
No sé si la razón es que ya son más de las doce, o porque a este faro no se sube. Al pasar, veo un restaurante que ofrece spareribs, nombre de las costillas de ganado mayor asadas y que aprendí cuando comí con Hadewijch en Nordwick. Entro en el Storm y pido las costillas y me las sacan con patatas fritas y ensalada. Las spareribs no están tan ricas como las primeras que comí, porque éstas están adobadas y tienen un adobo demasiado fuerte que quita el buen sabor de la carne pegada al hueso, pero dejo los huesos mondos y lirondos, como todas las patatas fritas y acabo con la ensalada, de la que voy reservando hasta el final la aceituna verde y las tres negras sin hueso. Como con dos cervezas Jupiler y pago con Visa 16,90€. Escribiendo el diario, termino mi segunda cerveza y a las 14:30 voy a cagar al retrete, me quedo más descansado y, por primera vez, después de lavármelas, me seco las manos con un artilugio que voy viendo repetidamente en los últimos retretes holandeses. Las manos quedan secas en breves segundos.
Más música del
festival.
Salgo del
restaurante y voy de nuevo hacia el faro. Ya estoy oyendo música
según me voy acercando. También hacia allí va la reineta de
Vlieland con su corona de Alicia Wonderfull. Le comento cómo ya la
había visto en la otra isla y es ella quien me informa que ésta es
otra manifestación del mismo festival. Ella forma parte del equipo
organizativo y controla cómo marcha, atenta a resolver problemas que
van surgiendo. Para que quede constancia de lo que digo, fotografío
de espalda a la moza con su coronita, camiseta a rayas, y sus
tirantes rojos.
Actúa un cantante, aunque no sé si debiera ser catalogado como tal, ya que la voz que llega a nuestros oídos es emitida por su garganta. Sus sonidos guturales cumplen la misma función que haría un instrumento musical. El escenario está lleno de cachivaches que supongo preparado para los distintos grupos que vayan a intervenir en la tarde-noche del día de hoy.
Todo ello está enmarcado por dos altas torres metálicas verticales que soportan otra horizontal, de donde cuelgan los focos que servirán para la iluminación nocturna. Desde mi posición, el músico está fuera del cuadro del enmarque, pero el sonido me llega igual que a los demás. Además de la boca, garganta y estómago, que los tiene adiestrados para emitir diversos sonidos, también se ayuda con el propio micrófono para canalizarlos y usarlo para potenciar el viento que sopla. Además tiene otros elementos en el suelo que manipula con los pies y que también acompañan su música. Para completar su programa y hacer al público más participativo, que la pasividad del oyente, nos invita a los de un lado a emitir sonidos de un tipo que él nos muestra y a los del otro lado con otro sonido diferente. Finalmente, acelerando los sonidos de uno y otro lado, se consigue un efecto que no queda del todo mal. Quizás con más ensayos se podría mejorar.
Me quedo poco rato escuchando ya que, con las últimas dos canciones, parece que su actuación termina el programa de esta primera hora de la tarde. He tenido una muy corta oportunidad de bailar. Estando indeciso para elegir el camino que voy a hacer esta tarde, paso por una casa con reloj, que marca las tres menos diez, aunque el de mi cámara marca casi veinte minutos más. Al no tener albergue para esta noche, puedo disfrutar de mayor libertad para caminar, sin tener que volver necesariamente para dormir en la capital de la isla.
Las doce y media del ferry de mañana, también me va a permitir alejarme sin miedo a que se me escape. Es así como decido ponerme en marcha hacia lo más alejado del Este habitado de la isla, Oosterend que, según mi mapa, es donde finaliza la pista. Por la configuración del terreno, toda la zona habitada está situada en el Sur, la parte más fea de la costa, protegida por el dique que la defiende de las crecidas y la marea alta del mar interior.
Sin embargo la costa Norte, que hace también un recorrido de Oeste a Este partiendo de West-Terschelling, es la que mejores playas tiene. Toda la costa Norte es una gran playa.
Actúa un cantante, aunque no sé si debiera ser catalogado como tal, ya que la voz que llega a nuestros oídos es emitida por su garganta. Sus sonidos guturales cumplen la misma función que haría un instrumento musical. El escenario está lleno de cachivaches que supongo preparado para los distintos grupos que vayan a intervenir en la tarde-noche del día de hoy.
Todo ello está enmarcado por dos altas torres metálicas verticales que soportan otra horizontal, de donde cuelgan los focos que servirán para la iluminación nocturna. Desde mi posición, el músico está fuera del cuadro del enmarque, pero el sonido me llega igual que a los demás. Además de la boca, garganta y estómago, que los tiene adiestrados para emitir diversos sonidos, también se ayuda con el propio micrófono para canalizarlos y usarlo para potenciar el viento que sopla. Además tiene otros elementos en el suelo que manipula con los pies y que también acompañan su música. Para completar su programa y hacer al público más participativo, que la pasividad del oyente, nos invita a los de un lado a emitir sonidos de un tipo que él nos muestra y a los del otro lado con otro sonido diferente. Finalmente, acelerando los sonidos de uno y otro lado, se consigue un efecto que no queda del todo mal. Quizás con más ensayos se podría mejorar.
Me quedo poco rato escuchando ya que, con las últimas dos canciones, parece que su actuación termina el programa de esta primera hora de la tarde. He tenido una muy corta oportunidad de bailar. Estando indeciso para elegir el camino que voy a hacer esta tarde, paso por una casa con reloj, que marca las tres menos diez, aunque el de mi cámara marca casi veinte minutos más. Al no tener albergue para esta noche, puedo disfrutar de mayor libertad para caminar, sin tener que volver necesariamente para dormir en la capital de la isla.
Las doce y media del ferry de mañana, también me va a permitir alejarme sin miedo a que se me escape. Es así como decido ponerme en marcha hacia lo más alejado del Este habitado de la isla, Oosterend que, según mi mapa, es donde finaliza la pista. Por la configuración del terreno, toda la zona habitada está situada en el Sur, la parte más fea de la costa, protegida por el dique que la defiende de las crecidas y la marea alta del mar interior.
Sin embargo la costa Norte, que hace también un recorrido de Oeste a Este partiendo de West-Terschelling, es la que mejores playas tiene. Toda la costa Norte es una gran playa.
Caminando hacia
Oosterend.
Deshago el camino
que he hecho por la mañana y me dirijo hacia el Este, siguiendo la
carretera y pasando muy cerca del albergue juvenil, al que fotografío
de lejos con el horizonte del mar interior.
El camino va a ser durante mucho tiempo el asfalto de la carretera. Camino hasta la primera seta, cuyos nombres me van indicando la buena dirección. Sin embargo el nombre de Oosterend, no aparece en la seta. Pregunto a una joven madre que va en bici con su familia, pero no me sabe decir. Luego veo que en la seta si aparece Midsland y algún otro lugar del recorrido, así que ya no tengo dudas de que voy bien hacia donde quiero ir.
El camino va a ser durante mucho tiempo el asfalto de la carretera. Camino hasta la primera seta, cuyos nombres me van indicando la buena dirección. Sin embargo el nombre de Oosterend, no aparece en la seta. Pregunto a una joven madre que va en bici con su familia, pero no me sabe decir. Luego veo que en la seta si aparece Midsland y algún otro lugar del recorrido, así que ya no tengo dudas de que voy bien hacia donde quiero ir.
Hee.
Sigo pasando por
pequeños pueblos que voy localizando en mi mapa de la isla. El
primero Hee, que va quedando a mi izquierda y al que no entro,
siguiendo la carretera. Son pocas las casas que lo conforman. La
carretera es amplia, de doble dirección, pero la pista para
ciclistas y peatones, también es más que suficiente. La llanada,
que es como se ofrece la mayor parte de la isla, ofrece grandes
extensiones de hierba para forraje del ganado, que apenas veré.
Baaiduinen.
Una excepción a esta horizontalidad lo ofrece Baaiduinen, con unas pequeñas lomas a
las que se aúpan hermosas casas que, probablemente, fueran antaño
de labranza y que, ahora, parece que cumplen más función de
alojamientos hosteleros.
Otra hermosa y curiosa casa es una a la que me acerca el camino. Es la nº 45 C, el año en que yo nací. ¿Será por eso por lo que me ha gustado?
Saliendo del pueblo, me sorprende un caza-mariposas gigante, que aquí cumple la función de cazador de desperdicios que los ciclistas pueden lanzar sin necesidad de apearse y así pueden cumplir su voluntad de reciclar envases, siendo muy difícil que no acierten siendo tan grande el aro del que pende la red. Los ciclistas vienen de Este a Oeste y la señal y el artilugio lo pueden ver desde bastante lejos, para que los desperdicios los puedan preparar con tiempo suficiente. Por el contenido de la red, parece que está especialmente puesto para recoger sólo botellas de plástico, pero es algo que no puedo asegurar. Quizá sea para todo tipo de envases, incluido el vidrio y que después estará listo para una segunda selección y separación de los distintos componentes: vidrio, plástico, tetra-brik y cartón.
Hay muchas bicis en las dos direcciones, pero las voy sorteando bien. Casi todo el tiempo la pista ciclista va paralela a la carretera y por el lado derecho.
Otra hermosa y curiosa casa es una a la que me acerca el camino. Es la nº 45 C, el año en que yo nací. ¿Será por eso por lo que me ha gustado?
Saliendo del pueblo, me sorprende un caza-mariposas gigante, que aquí cumple la función de cazador de desperdicios que los ciclistas pueden lanzar sin necesidad de apearse y así pueden cumplir su voluntad de reciclar envases, siendo muy difícil que no acierten siendo tan grande el aro del que pende la red. Los ciclistas vienen de Este a Oeste y la señal y el artilugio lo pueden ver desde bastante lejos, para que los desperdicios los puedan preparar con tiempo suficiente. Por el contenido de la red, parece que está especialmente puesto para recoger sólo botellas de plástico, pero es algo que no puedo asegurar. Quizá sea para todo tipo de envases, incluido el vidrio y que después estará listo para una segunda selección y separación de los distintos componentes: vidrio, plástico, tetra-brik y cartón.
Hay muchas bicis en las dos direcciones, pero las voy sorteando bien. Casi todo el tiempo la pista ciclista va paralela a la carretera y por el lado derecho.
Midsland.
Cuando llego a
Midsland, saco foto de su iglesia con su bonito campanario, algunas
casas y la arboleda.
Muy cerca hay un yacimiento arqueológico, los restos de una antigua iglesia, Stryper Kerkhof, y unas lápidas funerarias, Stryper Wyfke. De la iglesia, queda poco más que la altura de la planta, que nos permite hacer una idea del tamaño, aunque nunca podremos saber la altura que alcanzó, salvo que alguien tuviera la oportunidad de fotografiarla antes de que se cayera. Eso teniendo en cuenta que para entonces ya se hubiera inventado la fotografía. La hierba baja permite que no haya obstáculos para la visión perfecta del enclave llano en que se halla. La lápida tiene algunas letras esculpidas, lo que hace pensar que no sea mucha su antigüedad. Al menos como para tener la certeza de que no es una lápida prehistórica.
Otras de las piedras que encuentro me recuerdan y quizás cumplan función similar a la de nuestras estelas funerarias del País Vasco. Encuentro un indicador que invita a coger desviación hacia la playa del mismo nombre que, en mi mapa, figura con el nombre de Midsland aan Zee. Luego, en mi retorno, pasaré por allí. Una playa anchísima entre la orilla y las dunas. De momento, me limito a fotografiar la pista que lleva hacia el Mar del Norte. Sigo mi carril bici y me voy acercando a la siguiente zona urbanizada.
Muy cerca hay un yacimiento arqueológico, los restos de una antigua iglesia, Stryper Kerkhof, y unas lápidas funerarias, Stryper Wyfke. De la iglesia, queda poco más que la altura de la planta, que nos permite hacer una idea del tamaño, aunque nunca podremos saber la altura que alcanzó, salvo que alguien tuviera la oportunidad de fotografiarla antes de que se cayera. Eso teniendo en cuenta que para entonces ya se hubiera inventado la fotografía. La hierba baja permite que no haya obstáculos para la visión perfecta del enclave llano en que se halla. La lápida tiene algunas letras esculpidas, lo que hace pensar que no sea mucha su antigüedad. Al menos como para tener la certeza de que no es una lápida prehistórica.
Otras de las piedras que encuentro me recuerdan y quizás cumplan función similar a la de nuestras estelas funerarias del País Vasco. Encuentro un indicador que invita a coger desviación hacia la playa del mismo nombre que, en mi mapa, figura con el nombre de Midsland aan Zee. Luego, en mi retorno, pasaré por allí. Una playa anchísima entre la orilla y las dunas. De momento, me limito a fotografiar la pista que lleva hacia el Mar del Norte. Sigo mi carril bici y me voy acercando a la siguiente zona urbanizada.
Landerum.
Según mi mapa, debo
encontrar un molino. Y lo encuentro. Es un molino de viento del tipo
de los que ya llevo unos cuantos días viendo en Holanda. Y será el
último que vea por este verano. La foto que saco entrando en
Landerum, indica que también utilizan la pista peatonal y de bicis
alguna moto. Al menos la de estos dos jóvenes amigos que penetran en
mi foto sin previo aviso ni permiso. Debieran ir por la carretera,
aunque no sé si tendrán permiso las motorizadas de poca cilindrada.
El caso es que, por si acaso, los chavalillos que se acercan con el
patinete lo hacen sin subirse a él.
Fotografío una casa que me gusta, con variación de tejados y en un entorno ajardinado. Llegando al indicador de Formerum, veo de lejos el molino. En mi mapa parece que está dibujado entre Landerum y Formerum pero, por los indicadores que veo, está en terreno del primero.
Por si acaso, no me atrevo a asegurarlo tajantemente. Sea de uno o de otro pueblo, lo cierto es que es un bonito molino y que está bastante bien conservado, para deleite de nativos y turistas. En la foto, podemos ver también cómo son las ambulancias holandesas. En el molino he leído como año de construcción el de 1876.
Fotografío una casa que me gusta, con variación de tejados y en un entorno ajardinado. Llegando al indicador de Formerum, veo de lejos el molino. En mi mapa parece que está dibujado entre Landerum y Formerum pero, por los indicadores que veo, está en terreno del primero.
Por si acaso, no me atrevo a asegurarlo tajantemente. Sea de uno o de otro pueblo, lo cierto es que es un bonito molino y que está bastante bien conservado, para deleite de nativos y turistas. En la foto, podemos ver también cómo son las ambulancias holandesas. En el molino he leído como año de construcción el de 1876.
Formerum.
El cielo ofrece
nubes, pero no son amenazantes y sigo pensando en que dormiré esta
noche, por cuarta vez consecutiva, bajo las estrellas. Como suele
decirse, bajo el gratuito hotel de más estrellas. En Formerum Zuid
lo que más me llaman la atención son los caballos. Los que veo,
están pastando, comiendo hierba, en un amplio prado entre verde y
amarillento.
A uno lo tienen con una capa impermeable, posiblemente sea propenso a resfriados, y así lo protegen. En otro prado amplio y tranquilizador, entre la carretera y el dique, pasta un gran rebaño de vacas. Más al fondo, la hierba está segada, recogida y empaquetada en fardos que servirán para alimentar y para cama del ganado durante el largo invierno que les espera y que, probablemente, con nieve cubriéndolo todo, no les permitirá pastar al aire libre, como lo hacen ahora.
Antes de llegar a Lies, paso por la Escuela Agraria de Terschelling-Este. Oost en neerlandés. Un pequeño edificio de planta baja, que supongo será suficiente para albergar a los estudiantes del lugar. En lo agrario lo más importante es tener un amplio terreno para la experimentación de sembrado, plantado y cultivo de plantitas para trasplante.
A uno lo tienen con una capa impermeable, posiblemente sea propenso a resfriados, y así lo protegen. En otro prado amplio y tranquilizador, entre la carretera y el dique, pasta un gran rebaño de vacas. Más al fondo, la hierba está segada, recogida y empaquetada en fardos que servirán para alimentar y para cama del ganado durante el largo invierno que les espera y que, probablemente, con nieve cubriéndolo todo, no les permitirá pastar al aire libre, como lo hacen ahora.
Antes de llegar a Lies, paso por la Escuela Agraria de Terschelling-Este. Oost en neerlandés. Un pequeño edificio de planta baja, que supongo será suficiente para albergar a los estudiantes del lugar. En lo agrario lo más importante es tener un amplio terreno para la experimentación de sembrado, plantado y cultivo de plantitas para trasplante.
Lies.
Llegando a Lies,
encuentro un árbol con un tronco menos retorcido que los de los
olivos andaluces que conozco.
A pesar de estar maltrecho, es un árbol que me gusta y lo inmortalizo para la posteridad.
También fotografío la iglesia del lugar, aunque haya mucha ropa tendida y ligeramente zarandeada por la brisa.
Saliendo de Lies hacia Hoorn me cruzo con un carromato tirado por una reata de tres caballos. En el carro van turistas y los que más disfrutan del paseo son los niños, que así, se libran de andar, se cansan menos, pero también mueven menos el corazón, con lo que éste agradece que se le bambolee. Luego sabré hasta dónde van estos carros con caballos y de dónde vienen. Aunque el carromato lo he fotografiado parcialmente porque se me ha presentado de sopetón, luego tengo oportunidad de sacar foto a otro al completo.
Adultos y niños, a todos se les ve sonrientes. No saben lo que está caminando el caminante que se cruza con ellos en este momento. Como voy con mochila, es probable que les cause pena. Si fuese yo en la misma dirección que ellos, es muy probable que me invitarían a subir.
A pesar de estar maltrecho, es un árbol que me gusta y lo inmortalizo para la posteridad.
También fotografío la iglesia del lugar, aunque haya mucha ropa tendida y ligeramente zarandeada por la brisa.
Saliendo de Lies hacia Hoorn me cruzo con un carromato tirado por una reata de tres caballos. En el carro van turistas y los que más disfrutan del paseo son los niños, que así, se libran de andar, se cansan menos, pero también mueven menos el corazón, con lo que éste agradece que se le bambolee. Luego sabré hasta dónde van estos carros con caballos y de dónde vienen. Aunque el carromato lo he fotografiado parcialmente porque se me ha presentado de sopetón, luego tengo oportunidad de sacar foto a otro al completo.
Adultos y niños, a todos se les ve sonrientes. No saben lo que está caminando el caminante que se cruza con ellos en este momento. Como voy con mochila, es probable que les cause pena. Si fuese yo en la misma dirección que ellos, es muy probable que me invitarían a subir.
Hoorn.
Llego a Hoorn y a
una terraza de bar. Allí me doy el regalo de una cerveza Brand por
2,50€. Se trata del bar De Boschplaat ¿Se referirá a algo
relacionado con un bosque? En catalán es así como se escribe bosque
(Bosch).
En un recinto de arena, han construido una especie de barco pirata, donde los niños juegan y se divierten. Me he sentado en la terraza y descanso un rato, sin el peso del equipaje. Me ha llamado también la atención una casa, con cancela baja y con entrada bajo espeso arco de triunfo vegetal, y me supongo que los romanos no subieron hasta los fríos de tan al Norte, como para que los holandeses lo copiaran de ellos.
En el bar, lleno la botella de agua para lo que queda de la tarde, la noche y la mañana. Un grupo, que están en tres mesas, hablan entre sí. Lo mismo ocurre al fondo. Pero nadie me pregunta nada. Harán suposiciones de lo que está haciendo el caminante. Saben que siguiendo hacia el Este, no encontraré otra cosa que la pura nada, la ausencia de todo vestigio humano y, a lo sumo, algún peligro por subida de mareas que puedan sobrevenir al desapercibido. No va a ser mi caso. Lo más que voy a seguir hacia el Este, será el último pueblo, al que no me queda ya mucho para llegar: Oosterend. Acabada la cerveza, me voy caminando ya hacia el strand, la playa. Encuentro a una mujer que lleva en la mano, con sumo cuidado, un trébol de cuatro hojas. A mí me parece que es otra variedad de planta similar al trébol, no el clásico por mí conocido y que, en alguna ocasión, si pude encontrar. La mujer se para a hablar con otra y les doy una pequeña pincelada de cómo está siendo mi recorrido de este año, desde dónde vengo y a dónde tengo intención de llegar, de Bretaña a la frontera con Alemania. Mañana mi destino va a cambiar drásticamente. Les digo que voy a buscar un buen lugar para dormir esta noche en la playa.
He visto una codorniz que ha salido de un campo de hierba seca, quizás un campo de alguna gramínea segado. Ha salido al camino y la he perseguido hasta que, enseguida, se ha echado a volar y escondido sobre una rama baja.
En un recinto de arena, han construido una especie de barco pirata, donde los niños juegan y se divierten. Me he sentado en la terraza y descanso un rato, sin el peso del equipaje. Me ha llamado también la atención una casa, con cancela baja y con entrada bajo espeso arco de triunfo vegetal, y me supongo que los romanos no subieron hasta los fríos de tan al Norte, como para que los holandeses lo copiaran de ellos.
En el bar, lleno la botella de agua para lo que queda de la tarde, la noche y la mañana. Un grupo, que están en tres mesas, hablan entre sí. Lo mismo ocurre al fondo. Pero nadie me pregunta nada. Harán suposiciones de lo que está haciendo el caminante. Saben que siguiendo hacia el Este, no encontraré otra cosa que la pura nada, la ausencia de todo vestigio humano y, a lo sumo, algún peligro por subida de mareas que puedan sobrevenir al desapercibido. No va a ser mi caso. Lo más que voy a seguir hacia el Este, será el último pueblo, al que no me queda ya mucho para llegar: Oosterend. Acabada la cerveza, me voy caminando ya hacia el strand, la playa. Encuentro a una mujer que lleva en la mano, con sumo cuidado, un trébol de cuatro hojas. A mí me parece que es otra variedad de planta similar al trébol, no el clásico por mí conocido y que, en alguna ocasión, si pude encontrar. La mujer se para a hablar con otra y les doy una pequeña pincelada de cómo está siendo mi recorrido de este año, desde dónde vengo y a dónde tengo intención de llegar, de Bretaña a la frontera con Alemania. Mañana mi destino va a cambiar drásticamente. Les digo que voy a buscar un buen lugar para dormir esta noche en la playa.
He visto una codorniz que ha salido de un campo de hierba seca, quizás un campo de alguna gramínea segado. Ha salido al camino y la he perseguido hasta que, enseguida, se ha echado a volar y escondido sobre una rama baja.
Oosterend.
He llegado a
Oosterend por la carretera pero, sin entrar en el pueblo, me escoro
hacia la costa del Norte. Para llegar a la playa debo seguir la pista
para bicis, y ahora sé que también para carromatos tirados por
caballos, y superar las dunas del fondo.
Son dunas que protegen al interior de la isla del Mar del Norte cuando se encabrita. Los que también se pueden encabritar son los caballos, pero los que veo pasar por entre las dunas son seis muy mansos que llevan sobre sus lomos a seis bellas amazonas.
Van al paso y ellas atentas y recibiendo instrucciones de la jinete que las guía.
Unos dos kilómetros entre dunas me llevan, atravesando las últimas, a una ancha playa de Oosterend. En la cresta de la duna, encuentro tres pedruscos circulares que representan pictóricamente lo más característico del lugar: la primera, reproduce el mar con su oleaje; la segunda, la zona de dunas; y la tercera, un caballo montado por un jinete, que la recorre por entre ellas y por la orilla del mar.
Antes de superar la última duna, encuentro otro carromato con caballos. Veo que no usan la pista asfaltada, sino que vienen por un camino próximo a la duna, que parece estar especialmente preparado para ellos. La playa tiene su chiringuito y casas bajas. Quizá, sean cabinas pero que, como no me acerco, no seré capaz de confirmar. Voy por la orilla de la playa descalzo.
Es una lástima que el sol esté escondido tras las nubes. No me apetece darme un baño. Voy a gusto porque, al menos, no sopla el viento. De haber tenido el viento de las otras islas o del continente, no habría sido tan agradable. Pero sigo con la esperanza de que despeje por la noche y desaparezcan las nubes. Ahora voy retrocediendo hacia el Oeste.
Regreso a playa del Mar del Norte.
Son dunas que protegen al interior de la isla del Mar del Norte cuando se encabrita. Los que también se pueden encabritar son los caballos, pero los que veo pasar por entre las dunas son seis muy mansos que llevan sobre sus lomos a seis bellas amazonas.
Van al paso y ellas atentas y recibiendo instrucciones de la jinete que las guía.
Unos dos kilómetros entre dunas me llevan, atravesando las últimas, a una ancha playa de Oosterend. En la cresta de la duna, encuentro tres pedruscos circulares que representan pictóricamente lo más característico del lugar: la primera, reproduce el mar con su oleaje; la segunda, la zona de dunas; y la tercera, un caballo montado por un jinete, que la recorre por entre ellas y por la orilla del mar.
Antes de superar la última duna, encuentro otro carromato con caballos. Veo que no usan la pista asfaltada, sino que vienen por un camino próximo a la duna, que parece estar especialmente preparado para ellos. La playa tiene su chiringuito y casas bajas. Quizá, sean cabinas pero que, como no me acerco, no seré capaz de confirmar. Voy por la orilla de la playa descalzo.
Es una lástima que el sol esté escondido tras las nubes. No me apetece darme un baño. Voy a gusto porque, al menos, no sopla el viento. De haber tenido el viento de las otras islas o del continente, no habría sido tan agradable. Pero sigo con la esperanza de que despeje por la noche y desaparezcan las nubes. Ahora voy retrocediendo hacia el Oeste.
Regreso a playa del Mar del Norte.
Encuentro a un padre
con su hijo que han hecho una construcción cercana a la orilla y
ahora disfrutan viendo como la destruyen las olas del mar al inicarse
la subida de la marea.
Creo que no será mala cosa acercarme lo más que pueda al lugar en que mañana debo coger el ferry que me lleve de nuevo al continente. Por la orilla va caminando, con sus habituales pasos rápidos, a un veloz vuelvepiedras, con su pico largo que ayuda a cumplir la función encomendada, la descubrir algún gusano, algún caracolillo, o algún cangrejo, tres deliciosos bocados para su manutención natural.
Pronto, al verme, se echa a volar. Pronto vuelvo a ver otro, quizá el mismo, y vuelve a revolotear alejándose de mí. Luego encuentro una familia de trece correlimos que pasan al lado de dos gaviotas que ni se inmutan. Estos limícolas también corren escapando del caminante. Les saco una foto. No sería capaz de contar si hay o no trece.
En las playas siguientes ya no leo la palabra “lifeguard”, ni la otra palabreja “redingsbrigade”, que ya se me estaba haciendo familiar, sino que, una cruz blanca sobre fondo azul me dice “strandwacht”. ¿Todas ellas se referirán a algo relativo a los socorristas? No tengo a nadie a quien preguntar. ¿Tendrá que estar motivado por el tipo de organismo de que dependa la seguridad: Sanidad, bomberos, policía?
Creo que no será mala cosa acercarme lo más que pueda al lugar en que mañana debo coger el ferry que me lleve de nuevo al continente. Por la orilla va caminando, con sus habituales pasos rápidos, a un veloz vuelvepiedras, con su pico largo que ayuda a cumplir la función encomendada, la descubrir algún gusano, algún caracolillo, o algún cangrejo, tres deliciosos bocados para su manutención natural.
Pronto, al verme, se echa a volar. Pronto vuelvo a ver otro, quizá el mismo, y vuelve a revolotear alejándose de mí. Luego encuentro una familia de trece correlimos que pasan al lado de dos gaviotas que ni se inmutan. Estos limícolas también corren escapando del caminante. Les saco una foto. No sería capaz de contar si hay o no trece.
En las playas siguientes ya no leo la palabra “lifeguard”, ni la otra palabreja “redingsbrigade”, que ya se me estaba haciendo familiar, sino que, una cruz blanca sobre fondo azul me dice “strandwacht”. ¿Todas ellas se referirán a algo relativo a los socorristas? No tengo a nadie a quien preguntar. ¿Tendrá que estar motivado por el tipo de organismo de que dependa la seguridad: Sanidad, bomberos, policía?
Nudistas en la
playa de Hoorn.
Es por la primera
reconocible por la que paso desde que he llegado a la orilla del mar.
Un joven viene desnudo de la duna, se acerca a la orilla y, sin
apenas meterse en el agua en zona que le cubra un poco para poder
nadar a gusto, se sienta en el agua sobre la arena, se refresca como
puede y se vuelve a su duna. No sé si estará sólo o acompañado,
pero lo cierto es que ha tenido que hacer casi un kilómetro para
darse un baño de dos minutos. El cielo sigue encapotado. Un hombre
desnudo juega con las olas, mientras su mujer vigila y los dos hijos
vestidos juegan en la arena. El chiringuito de playa tiene algo
atractivo para mí, pues está sobre altos postes que me permitirían
dormir debajo y a buen recaudo de una hipotética lluvia que pudiera
caer esta noche mientras duermo. Pero me perece que aún es pronto
para quedarme aburrido aquí y ni me acerco. Un pescador me asegura
que esta noche no lloverá y que, por lo tanto, puedo dormir
tranquilo en la duna.
Efectivamente, miro al cielo y compruebo que, por el Oeste, el cielo se va volviendo azul. Aunque el sol quedará entre las nubes al llegar al ocaso, las perspectivas son excelentes.
Efectivamente, miro al cielo y compruebo que, por el Oeste, el cielo se va volviendo azul. Aunque el sol quedará entre las nubes al llegar al ocaso, las perspectivas son excelentes.
Midsland aan Zee.
En este tramo de
playa, son los pescadores los que van ocupando la orilla. Paso por
otro contenedor de socorristas, similar al que he visto antes y con
el mismo nombre. Hay jovencitos jugando con balón. Al fondo veo
chiringuito con postes altos, pero ni me acerco.
Encuentro a dos hombres. Se ve que uno es el aprendiz y el otro, experto, le enseña a cómo debe lanzar el aparejo. Cuando me estoy acercando veo cómo el aprendiz coge la caña con tal ímpetu que acaba lanzando la plomada, el anzuelo y el cebo tan cerca que me río. También el compañero se parte de la risa. Habrá que darle un margen de confianza y esperar a que la práctica le enseñe. Siguiendo la orilla, llego a la playa que corresponde al pueblo de Midsland, por el que antes he pasado. Aquí el chiringuito no ofrece las condiciones que tenía el de Hoorn.
No está soportado por postes y no es acogedor. Sin embargo tiene muchas hamacas desperdigadas. Ayer no me fue tan mal con ellas. Salgo de la playa y subo la duna para ver lo cerca o lejos que estoy de la zona urbana, de las construcciones. Veo que hay un hotel y otro edificio que no sé qué funciones puede cumplir. Entro por la duna para ver si hay algún camino y, mirando desde arriba, veo algún lugar idóneo para dormir. Como no lo logro, hago mis pesquisas desde la arena de la playa. Una mujer ocupa un banco que está casi pegado al chiringuito. Luego llegan dos chavalitas y se van las tres. Me siento allí y como la segunda torta de las que me regaló Jan. Ayer cené la primera. También como la mitad de lo que me queda del pan de dátil que compré en Den Haag. Bebo agua y dejo la suficiente como para el regreso de mañana que, en el lugar a donde ya he llegado, no puede faltar mucho para la capital. Pienso que el recorrido matutino no lo aré por la arena, sino metiéndome ya por las pistas diseñadas para los ciclistas. Junto al banco donde ceno, hay una silla de ruedas a motor, con el sistema de oruga, como el de los tanques de guerra. Me parece un buen sistema que permite al minusválido que la conduzca deambular por la arena. Un buen invento.
Unos padres que pasan con su hija que tiene una deficiencia profunda y a la que llevan con la convencional silla de ruedas de toda la vida, se paran y observan con especial atención el invento. Su hija nunca lo podrá usar, pero quizás puedan hacer una adaptación que les sirva. En los contenedores con función de WC, también veo uno adaptado para minusválidos. Tras cenar, voy por detrás del chiringuito y, en la duna, juegan a tirarse por ella tres niños. Una niña en bikini baja a toda velocidad, con seguridad, pisando con firmeza.
West aan Zee. Mi dormitorio.
Encuentro a dos hombres. Se ve que uno es el aprendiz y el otro, experto, le enseña a cómo debe lanzar el aparejo. Cuando me estoy acercando veo cómo el aprendiz coge la caña con tal ímpetu que acaba lanzando la plomada, el anzuelo y el cebo tan cerca que me río. También el compañero se parte de la risa. Habrá que darle un margen de confianza y esperar a que la práctica le enseñe. Siguiendo la orilla, llego a la playa que corresponde al pueblo de Midsland, por el que antes he pasado. Aquí el chiringuito no ofrece las condiciones que tenía el de Hoorn.
No está soportado por postes y no es acogedor. Sin embargo tiene muchas hamacas desperdigadas. Ayer no me fue tan mal con ellas. Salgo de la playa y subo la duna para ver lo cerca o lejos que estoy de la zona urbana, de las construcciones. Veo que hay un hotel y otro edificio que no sé qué funciones puede cumplir. Entro por la duna para ver si hay algún camino y, mirando desde arriba, veo algún lugar idóneo para dormir. Como no lo logro, hago mis pesquisas desde la arena de la playa. Una mujer ocupa un banco que está casi pegado al chiringuito. Luego llegan dos chavalitas y se van las tres. Me siento allí y como la segunda torta de las que me regaló Jan. Ayer cené la primera. También como la mitad de lo que me queda del pan de dátil que compré en Den Haag. Bebo agua y dejo la suficiente como para el regreso de mañana que, en el lugar a donde ya he llegado, no puede faltar mucho para la capital. Pienso que el recorrido matutino no lo aré por la arena, sino metiéndome ya por las pistas diseñadas para los ciclistas. Junto al banco donde ceno, hay una silla de ruedas a motor, con el sistema de oruga, como el de los tanques de guerra. Me parece un buen sistema que permite al minusválido que la conduzca deambular por la arena. Un buen invento.
Unos padres que pasan con su hija que tiene una deficiencia profunda y a la que llevan con la convencional silla de ruedas de toda la vida, se paran y observan con especial atención el invento. Su hija nunca lo podrá usar, pero quizás puedan hacer una adaptación que les sirva. En los contenedores con función de WC, también veo uno adaptado para minusválidos. Tras cenar, voy por detrás del chiringuito y, en la duna, juegan a tirarse por ella tres niños. Una niña en bikini baja a toda velocidad, con seguridad, pisando con firmeza.
West aan Zee. Mi dormitorio.
Sigo caminando entre
dunas altas y bajas y me agrada una depresión. Lo peor es que
quedaría demasiado a la vista. Busco algo mejor y lo encuentro,
aunque está lleno de cagarrutas de conejo. Aunque no me dan asco,
pues están secas resecas, me hacen temer la presencia nocturna de
esos animalejos. Más que por lo que me vayan a hacer, por el susto
que me pueden dar si alguno se acerca a mi nariz con su hocico mucoso
de largos bigotes. Decido ir montando el tenderete en ese lugar.
Aliso el suelo arenoso en el espacio suficiente como para que pueda
caber mi cuerpo gentil. Coloco mi esterilla por encima de una planta
que, como me molesta, acaba obligándome a trasladar el lugar que he
elegido primero.
El joven de
Utrecht.
Cuando estoy en los
preparatorios, pasa un chico que está de vacaciones y que vive en
las proximidades de Utrecht. Me saluda y continúa por la duna alta
hacia el Oeste. Cuando ya he terminado la operación acampada y estoy
dentro del saco, el muchacho vuelve a pasar. Esta vez nos ponemos a
hablar. Hablamos en francés con algún apoyo en el inglés para las
palabras que no entiende. Como me ve haciendo una vida tan primitiva,
me cuenta que tiene un amigo que vive en un pequeño pueblo de
Murcia, sin luz, y que le recuerda cuando yo le hablo de mi paso por
aquella provincia española en 2008 y 2009. Trata de entender las
razones por las que yo estoy haciendo este viaje.
Le hablo de las dormidas bajo las estrellas, de la Osa Mayor y la confianza que me da verla; cuando la veo me hago a la idea que estoy en casa, y eso que cuando estoy en Irun, jamás la veo. También de los inconvenientes, como la lluvia que me amenazó ayer, aunque tuvo poca consecuencia. La conversación resulta pintoresca, el de pie sobre la duna, yo sentado dentro de mi saco. Ni que fuéramos dos que intentan ligar y negocian las condiciones. Cuando se va a marchar, antes de que oscurezca del todo, nos despedimos dándonos la mano.
Hora de dormir.
Le hablo de las dormidas bajo las estrellas, de la Osa Mayor y la confianza que me da verla; cuando la veo me hago a la idea que estoy en casa, y eso que cuando estoy en Irun, jamás la veo. También de los inconvenientes, como la lluvia que me amenazó ayer, aunque tuvo poca consecuencia. La conversación resulta pintoresca, el de pie sobre la duna, yo sentado dentro de mi saco. Ni que fuéramos dos que intentan ligar y negocian las condiciones. Cuando se va a marchar, antes de que oscurezca del todo, nos despedimos dándonos la mano.
Hora de dormir.
De nuevo con mi
soledad, me duermo con relativa prontitud. Cuando, de madrugada, me
levanto para orinar, descubro la Osa Mayor, tan deseada. Pero no está
el cielo despejado. Hay nubes y claros. Tengo la sensación de que ha
lloviznado pero será más probable que, la humedad fría que
encuentro en el borde de mi saco, venga derivada del relente de la
noche. Me levanto una segunda vez para orinar. Por la mañana, las
finas y largas hojitas de las plantas de la duna contienen adheridas
unas mínimas gotitas de agua.
Me despierto a las seis. Esta noche tampoco he visto la luna.
Me despierto a las seis. Esta noche tampoco he visto la luna.
Balance de la
última jornada en una isla frisia.
Ha sido un día
placentero pero sin baños. ¡Qué lástima desperdiciar así mi
último día de viaje! El rato con los amigos bohemios ha sido grato,
pero se ha limitado al trayecto del ferry y ha dado poco juego en la
isla. Me siento afortunado por el ahorro que me ha supuesto que no
hubiera sitio para mí en el albergue.
El paseo por la isla no ha sido demasiado brillante, pero tampoco ingrato. Quizás lo más curioso haya sido mi encuentro con el amigo de Utrecht, a última hora del día.
El paseo por la isla no ha sido demasiado brillante, pero tampoco ingrato. Quizás lo más curioso haya sido mi encuentro con el amigo de Utrecht, a última hora del día.
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