jueves, 8 de noviembre de 2018

Etapa 52 (409) De Slufter-VLIELAND-Oost Vliueland/Dorp




Etapa 52 (409) 04 de agosto de 2013, domingo.
De Slufter-De Cocksdorp- (barco) – ISLAS FRISIAS – Vlieland- (bus anfibio) – Kroon’s Polders-Oost Vlieland/Dorp.

Hoy entraré en las islas Frisias, que discurren por el Norte de Holanda, continúan por el Norte de Alemania y suben hasta la base continental de Dinamarca. Siempre en el Mar del Norte. Cuando llegue al Báltico, será otro cantar y otro contar.

Pero, aunque mi narración hasta el Báltico va a desarrollarse con visos de continuidad, la realidad no va a ir pareja. Como este viaje ha supuesto la finalización de la costa francesa occidental, planteo para 2014 recorrer la Francia mediterránea. Así que el próximo verano recorreré la costa corsa en 29 días. Pensaba ir a Ventimiglia, en la frontera italiana, pero acabé tan harto de Córcega que, sin llegar a caminar un mes, decidí que ya estaba bien por este año. No fue premeditado, pero así quedará Collioure como lugar para finalizar mi recorrido por el Mediterráneo que, en 2018, comenzaré en las islas griegas del Dodecaneso. Así se va configurando mi vuelta a Europa como un homenaje a Antonio Machado, lo mismo que allí culminó mi vuelta a la península.

En 2015 retomaré las Frisias y terminaré en la frontera polaco-alemana, en la ciudad de Swinagouscie. En 2016, rodearé por la costa sarda, de donde no traeré fotos, lo mismo que en verano de 2017, que hice un recorrido por el Báltico (salvo mi desplazamiento a Vilnius) y que finalicé en Lihula (Estonia) sin haber podido cumplir mi objetivo de llegar a Narva, en la frontera con Rusia. Recorrí la costa polaca, la lituana, la letona y la primera parte de la estona.





Pero volvamos al presente verano.

Playa De Slufter. Complicaciones.
Me despierto a las seis. Me levanto con parsimonia y observo a un conejo sentado a unos cuatro metros de mí y que me mira con las orejas tiesas. Tengo la cámara en la mochilita, dentro de la mochila y sé que, en cuanto me mueva para cogerla, el gazapo se va a largar, como así ocurre, sale disparado a toda velocidad, y escapa entre las hierbas.  Quito toda la arena que puedo que está pegada en el saco por el relente de la noche que lo ha humedecido. Saco una foto de mi dormitorio con el sol asomando y sale oscura, pero es lo que hay.


Un poco más tarde, una vez recogido todo en las mochilas, saco otra foto de las hierbas de la duna, para que se aprecien las gotitas del rocío mañanero. 

Saco foto también de un cartel que intuyo trata de proteger la duna de los vándalos. Para las seis y media ya estoy caminando por la arena. En mi mapa, donde aparece el nombre de De Slufter, figuran dos lagunas a las que no dan salida al mar, así que me desplazo hacia la orilla y voy caminando pisando suelo húmedo y firme. Todavía el sol no ha superado la duna, así que la playa está en sombra.

Camino muy a gusto. La espuma que empuja el mar a la orilla es blanquecina con ciertos ribetes marroncitos, que no quiero agobiarme pensando mal, y me creo lo que me decían que viene derivado de la salinidad excesiva de estas aguas y del batir de las olas.



Pronto llego a la primera salida al mar del primer lago y observo que desagua con fuerza. Una señal de peligro en la orilla lo advierte.  Intento cruzar al otro lado pero me crea dificultad y me echo para atrás. La marea está subiendo y es muy probable que con la marea baja hubiera pasado sin dificultad. Empiezo a seguir el brazo hacia el interior, pero tampoco mejora y no soy capaz de adivinar lo que cubre para pasar al otro lado. Entro al brazo y empieza a cubrir algo impredecible. Me armo de paciencia y decido rodearlo. Como es temprano no me agobio. Pero un brazo me lleva a otro y acabo dando una gran circunvalación. La extensión es enorme.


Un nuevo brazo, otro y otro y no sé cuándo se acaba. Decido retroceder a la orilla, al punto de partida. Me desnudo y me meto dentro de la salida. Debo pisar con firmeza, ya que el fondo es inestable. El agua me llega a las tetillas. Paso la pequeña mochila y luego la grande. Pero el último escalón es más alto y tras varios traspiés, consigo mantener el equilibrio sin caerme con la mochila en alto, y ya estoy al otro lado.


Prueba superada. Ha sido más corta que las bocanas del Ter y del Fluviá, donde me cansé más, sobre todo en la última. Pero no he avanzado nada pues, poco más tarde, encuentro otra salida al mar más difícil y me vuelvo a meter por las diversas volutas de este Slaufter tan complicado.



Parece que tenga dos fuentes de alimentación. Por fin, después de este baño involuntario, ya estoy encaminándome de nuevo hacia la orilla. Mi duda sigue sin despejarse ya que, el último ramal que veo, aún lejano, me hace temer que sea una salida similar a la de antes y por la que no me he atrevido a pasar. Temo que tenga que deshacer lo hecho.
 

Sin embargo, cuando llego, todas mis dudas se esclarecen puesto que el agua queda retenida antes de llegar al mar por un dique de arena en forma de rampa. No parece natural. Saco una foto del lado del mar donde debiera desembocar y otra del interior, donde queda retenida. Es como si fuera una intervención del hombre.


Han hecho una rampa que enlaza la orilla con la altura de la duna. Ya me he liberado de estos lagos De Slufter. Los holandeses tienen sobrada experiencia en construcción de diques complicados, así que éste, menor, no me debe sorprender. Lo único que requiere es mantenimiento y que el mar no se lo lleve.




Hacia Cocksdorp.
Ya estoy al otro lado. Se acabaron los problemas para continuar por la arena. Saco una foto hacia atrás, ya liberado de las dificultades y otra hacia delante, esperando que no haya ningún laguito más.


Ya no me visto y llevo mi ropa en la mochila. La playa, que ya es suficientemente ancha, irá ensanchándose más. Es así como llego a un cartel que indica playa nudista. Lo pone en los cuatro idiomas ya habituales. Aquí no hay eufemismos de naturista.


Me parece bien que llamen pan al pan. Aunque no lo pusiera, este tipo de playas están especialmente preparadas para que sean nudistas. 





Cuando llego al mayor ensanchamiento, estando cerca el faro del Norte de Texel, que me sirve muy bien como referente de dirección, ya voy mucho más tranquilo. No está lejos.
 


Me encuentro con el cartel de fin de zona nudista, pero hago caso omiso. Pasa un chico corriendo. Iba por la orilla de mar y se pasa a la orilla interior. Esto ocurre cuando se forma una balsa intermedia. ¿Habrá cambiado de lado para no saludar? Yo sí le saludo. Luego pasa una pareja con perros. Él saluda “morgen”




Eierlandsche Duinen. Tai-chi-chuan.
Llego a la curva. Una mujer hace ejercicios de tai-chi o similares. Voy con el pantalón en la mano, que es lo único que no me cabe en la mochilita. La orilla me regala unas gafas oscuras de alguien que tiene más cabeza que yo. A mí me están muy grandes, pero las llevo en la misma mano que va mi pantalón.
 

Cuando me vista, no sabré dónde ponerlas. Y las acabo metiendo en la parte baja de la funda, donde me forma una bolsa. ¿Acabarán rompiéndose? Está más cerca el faro y distingo algunas casas. Observo a la gimnasta. Alguno de los ejercicios que hace ya lo sé hacer, pero sólo en la teoría, ya que no los tengo interiorizados.



Estará un rato largo y, cuando decido marcharme, ella continúa en posición de meditación. El sol está sobre el faro, tras una nube, que da la sensación de ser un sol enorme.





Así llego a un dique de piedras aglomeradas con asfalto que está casi enterrado de forma que está casi al ras de la arena. Hay zonas que están muy deterioradas por el mar y, a veces, casi destrozadas.  Sobre todo en las zonas más próximas a la orilla, en esta marea baja de hoy. Cuando estoy haciendo ese camino, la mujer del tai-chi reinicia nuevos ejercicios.


Saco foto de un chiringuito con el faro detrás.Veo un acceso a camino que acabará llevándome a un aparcamiento. Ya más cerca del faro, busco un sitio para desayunar.

Cocksdorp. Restaurant De Toren.
Llego a un restaurante. Una chica limpia el exterior. Pregunto y entro dentro. Pido un café verkeerd sin leer la “chuleta” pero, para asegurarme de que no me den otra cosa, se lo doy a leer a ella.
 

No tienen croissant, pero me ofrecen alguna tarta. Pido una porción de tarta de manzana que es muy similar a la de ayer. Pero la de aquí no está en oferta y será el doble de cara. Como me atienden enseguida, no me voy a quejar. No es raro, ya que soy el único cliente. Las mujeres que limpian, lo hacen a conciencia. La que pasa el aspirador y la mopa, se interesa por mi viaje.
 
Me dice que, hacia las once, empezará a llegar la gente y se pondrá a tope. Pago en efectivo 5,20 €. Después de desayunar a gusto, me pongo a escribir el diario. Todavía estoy narrando el final de la etapa de ayer.  Acabo y empiezo con el inicio de la de hoy. Una pareja de orientales no se cansa de hacer preguntas y más preguntas a mi amiga la limpiadora, que ahora luce un delantal largo de camarera. Son las 10:15 cuando voy al servicio. Hago una deposición normal, lo que me hace pensar que la diarrea de ayer me la produjo la botella de agua mineral que me regalaron. Tendría exceso de pureza. Pido dos bocadillos, uno de queso y otro de jamón, por los que pago con Visa 8,50 €. Ando con muy poca moneda y me temo que Vlieland no sea más que una isla desierta. El mapa ofrece mucho amarillo, un café en el medio, y un faro con un pequeño núcleo de población en el Nordeste.  Temo que no pueda sacar dinero allí. Durante todo este tiempo he estado sentado frente al faro de Texel. Por un problema de claves, no puedo recobrar el dinero pagado por el desayuno y que me cobren todo por Visa. Pero lo he intentado.


Billete a Vlieland.
No me doy prisa, puesto que no sé a qué hora sale el barco. Si pierdo el de las once, no pasa nada. Llego al camping. En el bar, un chico me dice que tengo fácil para llegar al punto de venta de billetes, basta con seguir carretera adelante. Veo que llega gente con pinta de haber bajado de un barco. Llego a un sitio donde hay monitores y más gente. Pero no esperan ningún barco, sino que están para hacer algún curso. Uno de los monitores me dice dónde se sacan los billetes.
 

Me acerco al punto de arranque del barco. Compro billete para Vlieland, pero la mujer que lo vende me dice que el barco no partirá hasta las 17:15 horas. ¿Tan tarde? Parece que las horas de salida y llegada van variando en función de la evolución de las mareas. Me cobran en metálico 15,50 € pero me surge la duda de si no le he dado 5 € de más. Cuando haga el arqueo, pondré 17 €. Le di 20 y me devolvió tres monedas de un euro: 15,50 + 1,50 de tasas. Hago el paso por la pasarela, para saber cómo es y ejercitarme para luego, y saco foto desde la plataforma de embarque, primero hacia la playa y el faro y, después, hacia el lado contrario de la playa y un artilugio que no sé para qué es. Camino por el dique hacia el Sudeste y compruebo cómo es este lado del mar interior con marea baja: un lodazal lleno de fango. Recupero las imágenes de Mont Saint Michel en bajamar.


Tras acercarme a una duna que, con marea alta no estaría mal y sería una buena zona para hacer nudismo, decido regresar. Ciclistas y coches circulan por el dique, al igual que yo como peatón.  Me gusta más la playa de esta mañana, a pesar de la gran distancia que hay entre las dunas y la orilla del mar, y decido volver allí. Dejo de lado el faro y me voy a despelotar a las dunas.


Nudismo en dunas.
Ayer por la mañana, mientras caminaba entre dunas, queriendo escribir dunar y rechazármelo el sistema google, asociándolo a lunar, me viene a mi mente Miguel Hernández y su poema Andaluces de Jaén. “Jaén levántate brava, sal de tus tierras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares.”
 

Me emociono, pero no dejo de cantar. Y cada vez en voz más alta. Cuando pasan algunos extranjeros, para mí lo son todos, me miran porque sigo cantando. “No los levantó la nada, ni el trabajo, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor, unidos al agua pura, a los planetas unidos, ellos dieron la hermosura a los troncos retorcidos.”
 

Es bellísima esta poesía y es un canto a los andaluces jienenses, aceituneros altivos… La emoción me lleva hasta el sollozo. ¡Qué feliz soy! En la duna, extiendo todo para que se seque la humedad del rocío de la mañana. Estoy muy cerca del dique semienterrado y frágil. Aquí comeré dos medios bocadillos y los terminaré para cenar en Noort Vlieland, también llamado Dorp. Estaré un buen rato y me doy un par de baños, sin preocuparme por caminar tanto trecho desnudo. El lugar está bien protegido. Tiene hierba alta y me da el aire. Lo veis en la foto que saco.


El primer baño me lo doy antes de comer los medios bocadillos, que me saben riquísimos. El segundo baño  me lo doy por la tarde.






Me he protegido con crema solar, ya que voy a estar mucho rato a la intemperie. También hago un dibujo.





Barco a Vlieland.
Con tiempo de sobra, decido acercarme al bar. Allí lleno el botellín de agua. Son las 16:30. Cuando llego al embarcadero, ya hay un barco esperando, pero no lleva el nombre que me habían indicado. Por tanto, me siento a escribir. La gobernanta del barco, una mujer fornida de mediana edad, grita a los niños conminándolos a que se bajen de la pasarela. Le pregunto y me dice que es este el barco que nos va a llevar. Aunque puedo esperar en la pasarela o entrar en el barco, prefiero seguir escribiendo en la mesa sin sufrir el balanceo y que luego el diario me ofrezca una letra ilegible. Empiezan a llegar pasajeros con sus bicicletas. A una mujer se le cae la botella al agua y se la pescan unos nadadores. Ha tenido suerte de que se le haya caído aquí. Dejo de escribir a las cinco y subo al barco. Me pongo en un lugar pero luego pienso que debía haberme puesto en sitio más alejado, pues siguen llegando más ciclistas y hay que acomodar las bicis en los pasillos. Ellos ya se lo saben, pues ya hicieron viaje de venida, pero yo soy un neófito. Los laterales ya están colapsados. La gobernanta amarra bien las bicis a la barandilla del barco. Hace nudos marineros eficaces. Trabaja como un hombre, o mejor. Presenta unas hermosas tetas y está atenta a lo que tiene que estar y siempre dispuesta a hacerlo bien. Cuando me ha pedido el ticket no se lo he querido dar, por la no coincidencia del nombre del barco pero, finalmente, me he tenido que fiar, para no quedarme en tierra, esperando a un barco que nunca vendrá. El exceso de purismo podría ser mi mayor enemigo. Acabo sentado sobre cubierta y, cuando tengo ocasión, me pongo de pie entre las bicicletas. Voy muy incómodo sentado y apoyando la espalda en mi mochila. Poco a poco nos vamos acomodando todos de la forma que nos va pareciendo mejor. Hay parejas y familias con niños y adolescentes. El barco arranca algo retrasado pero ya estamos en marcha hacia Vlieland.
FRISIAS HOLANDESAS.


En barco a Vlieland.
Voy muy incómodo sentado en cubierta apoyando la espalda en mi mochila así que, de vez en cuando, me pongo de pie entre las bicicletas y saco fotos de la salida de la isla. El retraso ha sido mínimo, el imprescindible para que la mujer forzuda organice y coloque las bicicletas de forma que molesten lo menos posible pues, prácticamente, ocupan casi tanto como los ciclistas y el peatón. Fotografío al pasar el faro y las dunas en que he estado en bolas por la mañana y así voy despidiéndome de Texel, isla que debe quedar bien claro que no pertenece a las Frisias, ya que se la considera como un desgajamiento de la costa del continente que, en algún tiempo, debió estar unida a Den Helder, pues no puedo pensar que sea un canal artificial hecho por el hombre para dar salida hacia el Mar del Norte del mar interior llamado Waddenzee aunque, después de ver los potentes diques, cosas tan difíciles o más han sido capaces de hacer los holandeses.

Poco a poco voy entendiendo el coste del viaje que, en un principio, me había parecido tan caro. No es lo mismo hacer un trayecto en ferry, donde vamos muchísimas personas y, en la panza del mismo, gran cantidad de vehículos, pesados y ligeros que, con el dinero conjunto que cobren por cada pasaje, resultará rentable para la naviera, que el gasto que pueda tener este pequeño barco, y más con todo lo que me falta por ver. 

Entre otras cosas el tinglado de madera, que nos va a permitir caminar por encima de la arena, sujeto a los vaivenes de las mareas, y que exigirá mucho gasto de mantenimiento, hasta poder llegar al camión oruga que nos llevará, desde esta arena instable, a tierra firme. Pero no adelantemos acontecimientos. 

En el podio más alto de la cubierta, toma asiento una pareja con la que entraré en relación dentro de dos días cuando coja el ferry a Terschelling. Se trata de Elvera y Fred.






 
Hablaremos durante el viaje y nos despediremos en Harlingen. Va a resultar una pareja bastante más que curiosa. 


Cerca de mí está, con sus hijos, una mujer de Zurich. Son tres chicos y el marido no sé por dónde anda. Luego me dirá que es uno que está de pie sobre cubierta y sacando fotos. Se muestra muy habilidoso y consigue mantener perfectamente el equilibrio en una nave tan inestable como la que nos lleva. Se trata de un barbitas con cierto atractivo y que me trae la imagen del barbirrojo Boris Becker, aunque su fisonomía puede cambiar si, en algún momento, se quita las gafas oscuras. 




Ella se interesa por el viaje que estoy haciendo y esgrime un castellano bastante inteligible con toques de italiano.
 

Les resume algo de lo que habla conmigo a sus hijos y, alguno de ellos hace preguntas. Yo les invito a que las hagan, pues alguna de las percepciones de los niños sorprenden por lo frescas, ingenuas e ingeniosas. Yo les invito a que pregunten. Para completar la conversación, les enseño los pocos dibujos que he hecho este año y, poco a poco, vamos llegando a la primera isla Frisia de Vlieland, que suena “fliland”.

La encargada ofrece refrescos y chupitos. Veo servir alguno de Tía María. Con el micro ha ido explicando, dando normas y ha tenido el detalle de informar que, con el grupo de ciclistas, también viene un caminante español andando desde Bretaña. Ha sido una forma de darme acogida que agradezco.
 
Además de otros muchos, en el barco también va una familia holandesa, con cierta vinculación con el castellano y que, aunque en el barco no se manifiesta, dentro de un rato y mañana, tendrá mucha significación en mi viaje por esta isla. Con esta otra familia, después de cinco años, seguimos manteniendo comunicación escrita.


V L I E L A N D











Tinglado de recepción en Vlieland.
El barco atraca junto a un muelle de madera. Una plataforma en la que tenemos que caber todos los que venimos y las bicicletas.



No podemos avanzar hacia la elevada pasarela que conduce a la arena, porque está ocupada por los que vienen con sus bicis a montar en el mismo barco camino de Texel.

 

Así el viaje de ida se complementa con el de regreso y permitirá beneficios al naviero. En caso contrario, nadie haría este servicio para perder dinero. Cuando las bicicletas ya han sido cargadas en el barco y subidos a él los nuevos pasajeros, nosotros ya tenemos el camino expedito para arriesgarnos a pasar por esta pasarela que da tanta sensación de inseguridad.



Aunque al pasar por ella, vamos todos en fila india, el tinglado de madera se tambalea. No es de extrañar, pues los pasajeros pesamos y también los equipajes y las bicis.







Desde la pasarela se puede ver todavía el faro, “vuurtoren” de Texel. Me dedico a sacar foto de nuestras sombras ahogándolas en el mar. Lo de ahogarlas es un decir, puesto que cubre poco y, además, las sombras saben nadar.


Vlieland. 
Traslado hasta la cafetería.
Pasado el peligro, vamos acomodándonos en el camión-oruga, donde las bicis van ocupando la zona central y nosotros los bordes.









Luego veré cómo esta especie de autobús va dejando una huella escrita sobre la arena que, sin entender el holandés, es una forma barata de hacer propaganda de este servicio.





Hacia la mitad de la isla, se ve dibujada en mi mapa una taza de café. Hasta este lugar todo el camino va a ser de arena sometida a las subidas y bajadas de las mareas, razón por la cual los horarios de los barcos van cambiando en función de las mismas.

Cuando llegamos a la cafetería, bicis y pasajeros bajamos y dejamos libre el autobús. Al salir, lo fotografío para que veáis las características exteriores del vehículo.




Luego, estando en la playa, lo veré pasar dejando su huella con escritura en neerlandés sobre la arena. La mayoría de los viajeros va hacia la cafetería y otros, abordan la ruta hacia el Nordeste en sus bicis.
 

Ese es el camino que debo seguir y veo en el suelo, en una especie de setas, direcciones a los diversos sitios de la isla, pero ninguna es la que yo busco. Mi mapa ha ofrecido datos de lugares que ya hemos pasado, como es el caso de la zona militar, también el nombre de un lugar al que llegaré, en el que hay como dos lagos y, en zona con faro y en la que se ve que está la capital y concentrada la población, el nombre de Oost-Vlieland, que es el lugar a donde yo me quiero dirigir. Pero, en los indicadores de dirección, no aparece este nombre. Una mujer, a la que pregunto y a la que mañana volveré a ver cuando desayune en su casa, me dice que, si voy a Oost-Vlieland, debo seguir la señal de Dorp. Con este dato, todo va a ser muy fácil.

Hacia la capital de la isla: Dorp.
Ya sabiendo que Oost-Vlieland es Dorp, hacia allí me encamino. Estoy con poco dinero en efectivo y uno de los objetivos es sacar en Dorp dinero del banco pero, me pregunto, en una isla tan pequeña y, aparentemente, con tan poca población, ¿habrá banco? La pista para bicis que estoy siguiendo me da seguridad y pronto llego a unos refugios de madera preparados para avistar aves sin que las molestemos.

Cuando asciendo el montículo y entro en uno de ellos, veo cómo un pajarillo es el “avistador” de sus congéneres. Me resulta divertido ver cómo un ave suplanta la experiencia que debieran cumplir los humanos.




La marea baja ha dejado a descubierto la marisma. Dos chicas comen sentadas en un banco con vistas al mar. Ni se enteran cuando paso por detrás.
 

Más adelante veré caballos y también lo bien que conviven las gaviotas con los equinos.







Descubro que, a unas plantas desconocidas que hace tiempo voy viendo por los caminos de Holanda, les están fructificando sus hojas malvas y ahora ofrecen una especie de tomatitos rojos, que pienso sería interesante que alguien hiciera análisis químicos y que demostraran que son comestibles.





Tendrán que pasar dos veranos más para saber que Aase, en Dinamarca, hace una riquísima mermelada con dichos frutos, que probaré, y me dirá que también los utilizan para hacer cremas, para el cutis, en cosmética. Paso junto a ella, y la fotografío, cuando veo una tórtola anillada.
 
Es una forma adecuada y no muy agresiva para controlar cómo se produce la migración de las aves. No estaría mal que este sistema se utilizase para dejar libertad de movimiento a los humanos. Sería como un documento de identificación visible. Quizás esta tórtola sea oriunda de Holanda pero, ¿quién sabe si al acercarse el invierno no migrará hacia África? Con la anilla, lo sabremos.

El mar interior que menos me gusta.
Estoy viendo, en casi todo mi recorrido holandés, muchas vallas con alambradas de seguridad que bordean recintos y en las que se lee Heras, un nombre que bien podría corresponder a un apellido español, una empresa que, en esta época de tanto temor a los robos, puede ser un negocio floreciente.

En un tramo posterior de la pista, los suizos me adelantan. Están llegando a su camping y ella me invita a que entre para tomar un café. Agradezco el gesto pero deniego el ofrecimiento ya que estoy deseando llegar a Dorp para resolver las dudas sobre el ferry a Terschelling y el dinero que necesito sacar del banco, si es que encuentro alguno.
 

De la charla con la suiza, me entero de que en Suiza el curso escolar en el colegio empieza el 20 de agosto. Las chicas que comían sentadas en el banco por donde antes he pasado, ahora me adelantan con sus bicicletas. Saludan.



Una vez que cogen la curva, ya veo en el mar algunos veleros que no parecen de recreo sino de pesca.
 
Pero no tengo argumentos para asegurarlo, salvo lo rústico del casco que me ofrece la visión de su eslora. Este primer velero antiguo que veo está varado.









Al dar la curva, ya veo Dorp, la capital, al fondo de esta bahía de mar interior.
 





Más adelante, veo más barcas, veleros, caballos y gaviotas. Cuando avisto otro velero antiguo, ya estoy a punto de entrar en Dorp.


No creo que ninguno de estos veleros participara en la regata de Raúl en Hellevoetsluis. La pista para bicis me está llevando por el mar interior que menos me gusta, tanto en el continente, como en las islas. Y no me agrada porque no hay playas de arena y el borde del mar y la vegetación, así como el fango propio de la marisma, son poco propicios para darme un baño. Aún me falta por conocer el otro lado de la isla, la vertiente que da al océano abierto del Mar del Norte. Intuyo que será muy similar y tan grato como el de Texel. Las dos chicas se meten por un camino hacia la izquierda, donde leo fet y lo asocio a camino para peatones (fet, similar a pie), pero yo sigo por la pista de bicis. Luego veo cómo las dos vuelven a salir en el siguiente cruce por delante de mí.

Dorp: Oost Vlieland.
Así voy entrando en la capital. He gritado a las dos chicas cuando han salido por delante después de haber caminado mucho más que yo, pues en bici se adelanta mucho más, me llevaban gran ventaja y ahora casi estoy a su altura. No sé si mi grito lo asocian con la persona a la que antes han saludado o si ni se percatan de ello. Llego al dique que protege la capital por este lado de mar interior. Por el otro, está suficientemente protegida por una altísima duna. Una vez ascendido el dique, veo los nombres que diferencian el camino para bicicletas del de peatones. Me doy cuenta de que estaba equivocado en mi apreciación inicial pero, como no lo anoto, ahora no recuerdo como lo escriben. No sé si me acordaré en la siguiente encrucijada. Una pareja que viene caminando por encima del dique me aclara cual es cada una. Ya estoy viendo la isla próxima de Richel, que no ofrece más que un arenal y que supongo será parecida a la playa del Sudoeste de esta isla en la que estoy. Al pasar hacia el lugar del puerto desde donde se cogen los ferry, veo que hay un expendedor de billetes automático, pero yo quiero información antes de sacarlo con mi Visa, así que no me arriesgo. Enfrente está V.v.v., pero cerrado, algo que no me sorprende que ocurra a estas horas tardías. 
 
Lo único que saco en claro es el pronóstico del tiempo para los próximos días, lunes, martes y miércoles. Auguran sol y nubes y, si todas las nubes son como las de hoy, sean bienvenidas. Bajando el dique y pensando en comer los dos medios bocadillos que he reservado de la comida de esta mañana, oigo acordes de prueba de sonido de altavoces, micrófonos y bafles. Un cantante actúa sobre un contenedor adaptado. Estará bien cenar con música gratis. Pero primero voy a hacer las gestiones que más me interesan. Pregunto a un señor información sobre horario de barco a Terschelling y me dice que a las 11:25 horas y con un precio aproximado de 15 €. ¡Genial! Había temido que, por ser la distancia entre Vlieland y Terschelling mayor que la de esta tarde, sería más caro. Al final no serán más que 8,75€, pero no podré sacar billete hasta mañana, que es cuando me enteraré de que los lunes no hay ferry. Así que estaré otro día más en esta isla. Con buen tiempo, tampoco me va a importar.

Cena musical.
Todavía sin saber que mañana no tengo ferry, voy haciendo planes para cuando llegue a la siguiente isla ir al stayokay, pues ya no puedo demorar más la ducha y el lavado de camiseta, calzoncillo y el pantalón beige, que está indecente. En el peldaño de una casa, como el resto de los bocadillos y dosifico el agua con el fin de que me dure para la noche e iniciar la mañana. Mientras, escucho los primeros acordes de un grupo con una canción melodiosa. La segunda voz, que es de una chica, me parece magnífica. Una joven, con una corona que me recuerda a la de la reina de Alicia en el País de las Maravillas, es la encargada de presentar al cantante, que hace florituras con su voz. Unas veces le sale bien, y otras, no tanto. En las canciones más movidas, me levanto y trato de seguir el ritmo sin quitarme de encima las mochilas. Soy foco de atención de algunos, pero yo voy a lo mío. De cuando en cuando, mi vecina me arrea un caderazo. Quizás sea para que me pare quieto, pero yo lo interpreto como invitador a que siga moviéndome y una forma de demostrarme confianza. Otra mujer se va a la orilla del mar para bailar unos acordes de rock. Parece más discreta que yo, pero todos le observamos cómo se contonea. Tras dos o tres melodiosas y dos o tres con ritmo más ligero, en la siguiente, en que predomina la melodía, decido irme. No sé hacia donde está la playa, y mi vecina me dice que vaya hacia el puerto donde están los barcos.

Información abierta a las 20:30.
Pero al pasar por el V.v.v., siendo ya las 20:30, veo que ahora sí está abierto, así que entro a preguntar, pensando que estará el personal de limpieza. Pero no, es la encargada la que está para informar. El primer disgusto lo recibo al decirme que mañana no hay barco. Es el único día de la semana en que no lo hay. El martes sí que lo tendré. El barco del lunes sólo me permite ir al continente, a Harlingen. Este viaje me costaría unos 40 € y no me llega con el dinero que dispongo en metálico. La buena noticia es que hay un Rabobank, y que podré sacar dinero. Voy hacia el banco, no con intención de sacar, puesto que hoy ya no lo necesito y prefiero dormir en la playa menos vulnerable, sino para saber dónde está y hacerlo mañana. Pero no lo encuentro, así que desisto. Mañana lo buscaré.
 
Buscando playa para dormir.
En vez de seguir hacia la playa por donde están los barcos, como me había dicho la bailarina, me acerco a zona de juegos y deportes con mucha chavalería. Desde la duna veo zona de camping próxima a la deportiva. El campamento repleto de tiendas de campaña está en una vaguada bien protegida del mar por dunas y loma con arbolado. No se ven coches, lo que me hace pensar en un campamento juvenil. 
 
Bajo la duna por el otro lado y compruebo que la playa es de arena, con unas buenas condiciones para mi dormida. Ya buscaré el lugar que considere más adecuado. Se está acercando la hora del ocaso. Hay gente que se queda todavía en la playa con intención de ver la puesta de sol, pero las nubes no nos lo van a permitir, al menos, con un mínimo de nitidez.

 
También los últimos surfistas ya se están retirando. Sigo buscando sitio pero, al estar a este lado de la playa, no veo las casas que pudieran haber al otro lado de la duna. Me gustaría dormir en zona alejada de las mismas, pero si no paso al otro lado, difícilmente lo podré saber.
 
Llego a un lugar menos poblado, donde sólo quedamos los que nos empeñamos en sacar la mejor foto posible del momento en que el sol se va a ocultar. Las nubes grises del fondo, hacen que sobresalga el rojizo sol que se está yendo por hoy. Veo un chiringuito cerrado soportado por ruedas, junto a paravientos semicirculares y hamacas bien apiladas, algunas amarradas, pero están al pie de un ancho camino de paso, que no me agrada para quedarme.

 

Me acerco, pero para lo único que me serviría es para meterme bajo el carromato en caso de lluvia pero, aunque por el Sudoeste viene más nuboso, no creo que vaya a llover. Cuando ya se ha despejado el panorama y no queda gente en la playa, asciendo al paseo intermedio de la duna, que aquí no es ventoso, pues el aire viene más del Norte o del Nordeste que del Noroeste. A pesar de ello, tomo la precaución de protegerme con la vegetación de la duna, una vez que ya he elegido el lugar para dormir. Para mañana, tengo un pequeño sendero que baja al strand, esto es, a la playa. Así tengo el camino expedito si por la mañana me apetece darme un baño. 
 
Esta noche va a ser la más placentera de todo el verano. Como no he bebido cerveza con los bocadillos, pues aún no sé si mañana podré sacar dinero en el Rabobank y debo hacer economías, esta noche sólo me levanto una vez para orinar de madrugada. Aunque me despierto para las seis, me mantengo dentro del saco haciendo tiempo, pues probablemente no encuentre un sitio para desayunar a hora tan temprana.
 

Aguanto hasta las 7:15 horas. Esta espera resulta favorable, pues pronto se me va a resolver el tema del desayuno. Al estar tan cerca de la ciudad, la contaminación lumínica es muy alta y sólo he podido ver una estrella en toda la noche. Por otro lado, he creído que llovía, y no era otra cosa que pequeñas explosiones en mi nariz, como si una telilla se rompiera. Me daba la impresión de que eran gotas que rompían al caer suaves sobre el plástico de mi mochila. Asomo dos veces la cabeza de dentro del saco y compruebo que no cae lluvia alguna. Esta mañana, en la playa de Texel, he hecho una revisión concienzuda de los 50€ que me faltaban, mas necesarios ahora que me hacen más falta, pero mis pesquisas han sido en vano. También, el dibujo que he hecho del faro, me resulta grato, aunque las hierbas de la duna me parecen bastante irreales. Mañana os contaré quienes son Jan, Geertje, y sus hijos.

Balance de la jornada.
Algo disgustado por tener que esperar hasta la tarde para coger el barco de Cocksdorp, en Texel y, una vez resuelto el tema del precio y de la comida, todo se disipa con la bonita experiencia del barco y el sistema completo de traslado a la isla de Vlieland y hasta en centro de la misma. Ya me voy acostumbrando a cómo es el sistema de orientación de la isla, que me va a servir para las siguientes. Aclarado lo del barco para Terschelling, su precio, y la existencia de un banco donde poder sacar dinero mañana, hacen que en esta isla, ya libre de preocupaciones, descanse a pierna suelta. Estoy felizmente atrapado en Vlieland.

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