jueves, 8 de noviembre de 2018

Etapa 55 (412) West aan Zee-Harlingen


Etapa 55 (412) 07 de agosto de 2013, miércoles.
West aan Zee-West Terschelling-(ferry)-Harlingen-(tren)-Leeuwarden-(tren)-Rotterdam.
En realidad, mi viaje a pie se termina en el momento en que subo al ferry en Terschelling, aunque luego camine por Harlingen buscando el trenecillo que me lleve a la capital de Frisland, Leeuwarden, y haga lo mismo por los alrededores de la preciosa estación del ferrocarril de esta ciudad, elegida como capital de la Cultura, como lo fuera Donostia-San Sebastián en 2016. Cuando llegue a Rotterdam, será ya tarde, no tendré ya tiempo ni ganas para caminar. Por otro lado, recuerdo que hoy es el cumpleaños de mi prima Lourdes que, ahora, me lleva un año.

Aunque mi intención era la de llegar hasta la frontera de Holanda con Alemania, el hecho de que me digan que lo que me queda es un dique que, aunque cercano al mar, ofrece pocas posibilidades de playas, y también que el día está desapacible y al llegar a Harlingen está lloviendo, han hecho que cambie los planes y decida terminar aquí el viaje por este verano. Además, no me parece mal esta ciudad para recomenzar mi andadura holandesa el próximo año. Había pensado visitar Ámsterdam a mi regreso, pero como mi paso por Rotterdam fue tan frugal, creo que acabar allí mi estancia, durmiendo en el stayokay y con tiempo para escribir las últimas postales, será un buen colofón. La capital de Holanda, servirá para el año que retome el atlántico Mar del Norte.

Hecho este preámbulo, vayamos con el último día del viaje, mi última mañana de caminante.

Amanecer en West aan Zee.
Aunque me he despertado a las seis, como no tengo ninguna prisa y estoy cerca de la capital de la isla, no me levanto hasta las siete. Creo que estaré a la altura de dos de los pueblecitos que visité ayer por la tarde, entre Landerum y Baaiduinen.
 

Traslado todo el equipo desde la zona en sombra, donde he dormido, a la que a estas horas empieza a calentar ya el sol. No es exactamente el sitio donde he pasado la noche, pero da idea clara del lugar. No hace frío como para ponerme el jersey, pero tampoco me apetece bajar a la playa para darme un baño en bolas. Subo a la cima de la duna y saco las dos primeras fotos de la mañana. La segunda la oriento hacia el Oeste, pero es imposible que se aprecie West-Terschelling en ella, ya que está en el otro mar, el interior.
 
Me visto y, con el equipaje ya preparado, me pongo en marcha. Entre dunas, cojo un sendero y consigo salir al camino ancho que, supongo, será el mismo que trajo donde mí al joven amigo de Utrecht.

Caminando hacia el ferry. Bosques.
El camino me lleva hacia un edificio destacado pero desconocido para mí en su función. La zona está urbanizada pero de forma muy elemental, con casas aisladas y grandes espacios de naturaleza virgen, como respetando la duna consolidada, que es el terreno sobre la que se asientan. Uno de los edificios es un hotel y de él sale una mujer hacia la playa y me saluda. 
 
Las dunas separan este terreno del mar, pero el terreno bajo es de marisma, con zonas lacustres que no sé si son de agua dulce o muestran el nivel freático en la subida de las mareas. En cualquier caso, un espacio excelente para el anidamiento de aves, una zona que debiera estar más aislada de población humana.


Empiezo a entrar en un bosque, que me hace situar en el mapa. Más o menos puede adivinar dónde estoy. Es un bosque de coníferas, donde predomina el pino. Están plantados con bastante uniformidad y dejan entre medias un ancho camino, apropiado para peatones, bicicletas y hasta para algún eventual vehículo a motor. Fotografío también un espacio en el que un panel indica la fauna y flora característica del lugar.
 
Aprovecho para sacar en la foto una seta con indicaciones de dirección y distancia, de las que tanto voy hablando a lo largo de este reportaje. La seta me indica 5,5 km a West-Terschelling. A veces debo tener cuidado al seguir las direcciones ya que, como se plantean en circuitos que animan a la gente a hacer senderismo o para desarrollar el deporte de la bici, y otras que se alargan en exceso. Aunque hoy no tengo prisa, tampoco puedo descuidarme y llegar tarde al ferry. 

Me pasa uno que corre y dos ciclistas en dirección contraria. Llegando a la ciudad, la circulación se incrementará. Vuelvo a meterme en otro de estos bosques, uno de los cuales ya no es exclusivo de los pinos, sino que aparecen también robles y otras especies de árboles. Viene a mi recuerdo el mote cerrado de Alsasua, pero echo en falta las preciosas hayas que tenemos allí.
 

También el matorral es cambiante. Pero sigue predominando el pinar. Así voy entrando por los aledaños de la capital. Una planta en jardinera me llama la atención. Su flor es una campánula rojiza, pero no forma una campana perfecta, sino que es bastante irregular, y no se cierra en su totalidad, como la mayoría de las campanillas que conozco. No me agrada especialmente, pero sí me resulta curiosa.
 
Quien la plantó, mantiene su etiqueta para satisfacer a curiosos, pero yo no siento la suficiente curiosidad como para leer un texto en neerlandés, del que me voy a enterar poco o nada. Como mucho, podría leer el nombre en latín.







Así llego al edificio de la policía. Enfrente hay tres coches dispuestos en solucionar entuertos.



No lejos de la policía encuentro una planta como de amapolas sin pétalos, cuya cápsula me hace pensar en la adormidera. ¿Serán cráteras de mariguana? No soy experto en la materia y no me atrevo a asegurarlo, pero ahí las muestro por si alguien las puede aprovechar y, si alucina, me lo agradezca.







Es así como llego de nuevo al faro, ésta vez sin música y, por la hora quizá, también cerrado.

Desayuno en bakerie y 
Het Wakend Oog.
Entro en la panadería y no sirven cafés, así que, para evitar lo de ayer, compro un pastel que me apetece y pago por él 1,95€ y busco cafetería. Me lo voy comiendo por el camino. Así llego al Het Wakend Oog y, en el bar, pido un coffe werkeed por 2,00€. Al que me lo ha preparado, no le hace gracia que lo tome dentro y me ponga a escribir en una de sus mesas pero, al decirle que en la terraza hace frío para estar mucho rato quieto escribiendo, accede y me deja estar a buen recaudo. 

Otra de las razones es que fuera hay tres hombres con los cuales estoy seguro que me voy a enrollar y, entonces, no escribiré. Y tengo mucho que contar y que no quiero que se me olvide. Además, debo cargar la batería de la cámara que, ya saliendo de la playa, me ha empezado a mandar señales de agotamiento. Menos mal que me avisa y me deja margen para unas cuantas fotos más. El café con leche lo bebo rápido y mientras estoy escribiendo, quiero poner el nombre del bar y salgo al exterior y los hombres de al terraza se enrollan conmigo. Ninguno sabe castellano, aunque me dicen que uno de ellos sí lo entiende. Me da la sensación de que me están vacilando. A las 10:30 dejo de escribir, retiro el enchufe de la cámara y espero que se habrá cargado lo suficiente para las fotos que pueda sacar en esta jornada.






Me voy con el saludo “dank u wel” que, acabando mi viaje ya lo estoy interiorizando y me sale con cierta espontaneidad. Ninguno de los hombres, que estaban, está ya en la terraza. Cuando voy por una calle que va en dirección hacia el Oeste, en la que veo dos casas con una curiosa fachada, que me dispongo a fotografiar, me llaman Fred y Elvera. Esperan a que saque la foto y me incorporo al plan de la pareja de amigos.










Fred y Elvera de nuevo.
Como van a coger el mismo barco que yo, pasaré el rato con ellos. Les pregunto si van a comer antes, en, o después del ferry y me dicen que me invitan a compartir lo que ellos llevan. Acepto y nos vamos a dar una vuelta.
 
Primero vamos por la parte de playa que está más a poniente y que todavía no he visto. Hasta pienso en darme un baño, pero el día no está como para baños. Está todo el cielo cubierto de nubes y subimos a una loma, desde donde se aprecia muy bien la playa que acabamos de pisar y una buena parte de la ciudad. Luego nos acercamos a un bunker, desde donde la visión de la ciudad es más concluyente. Desde la altura vemos las casas que antes quedaban ocultas por la propia loma, en la hondonada. En ambas fotos destaca el faro, siempre omnipresente. Otra foto donde el protagonista es el bunker, con sus entradas tapiadas y los clásicos grafiti. En la parte superior dispone de un mirador-atalaya.

Una vez sacadas las cuatro fotos, descendemos por escaleras hacia el faro, pero hoy también continúa cerrado. Está claro que no vamos a poder realizar la mejor vista de la capital. Entramos en una coqueta cafetería, Lust, donde ellos toman café y yo un zumo de manzana. Zumo que no logramos saber dónde está hecho. Yo bromeo: “Made in China”. Pago 5,40€ y luego se pagan ellos su segundo café. Hablamos del binomio café-tabaco y de las mujeres con maridos poco colaboradores y las que no quieren perder las riendas del hogar y acaban estresadas tomando café, para estar activas, y fumando para tranquilizarse. Les cuento cómo mi padre me invitaba a fumar siendo yo muy joven y que, al no tragar nunca el humo, no me envicié. Ahora soy feliz sin fumar. Les hablo de Rajoy, los socialistas y la situación laboral en España. También de mis hijas y mis nietos.








Ferry a Harlingen.
Aunque aún es muy temprano, nos vamos acercando al barco. Pero mi percepción del tiempo ha sufrido un revés y creyendo que faltaba una hora para la salida, resulta que llegamos justamente diez minutos antes de la hora. Hubiera sido terrible perderlo. Ellos desbloquean sus bicis que, con todo su equipaje, las habían dejado al aire libre durante todo el tiempo, y subimos al ferry. Previamente nos hacen el control de los billetes, y subimos hasta lo más alto. Desde allí vemos la salida por la bocana y cómo nos vamos alejando del muelle de embarque y de la ciudad de West-Terschelling.
 

Saliendo por la bocana, fotografío el estrecho e intricado dique, casi a ras de mar, donde ayer saludaban los abuelos a su nieta que llegaba. Parece mentira que sea un carril bici transitable. Supongo que más de uno habrá caído al agua. Como pronto empieza a llover y estamos a la intemperie, nos guarecemos. Fred saca su pan de higos y almendras, fabricado en Valencia, y canto la canción del mismo nombre, en la versión guarreta: “Valencia… Come mierda con paciencia y verás que bien te sienta…” Le digo que lo dejo para el postre. Saca pan moreno y corta dos rebanadas, una para él y otra para mí. Con dos tiras de queso, ya tenemos el tentempié.
 
Culminamos la comida con un triangulito del pan de higo. Bebo un traguito de mi agua y ellos beben de la suya. ¡Un vasito de vino no habría estado de más! Como ha cambiado la dirección del viento, ellos se quedan y yo bajo para protegerme bajo techado. Elvera se queda bien enfundada en su chaquetón con capucha. Lee a Lulu Wang en un título que hemos traducido como La fiesta blanca. Se refiere a la guerra entre China y Japón. Dice que está bien y me la apunto, por si sirve para nuestro libro-fórum. Fred se ha echado por los hombros su jersey gordote y así los he dejado, bajando para que no me dé un espasmo. Me acerco al self-service, que me parece no tiene unos precios exorbitados, y lo que más me atrae es una crema de espárragos para hacerme entrar en calor y entonar el estómago. Pago por ella 3,75€ que pago en efectivo. Calentita me sabe riquísima. Ofrecían unas albóndigas por menos precio pero, al no saber si el precio era por el cuenco o por cada albóndiga, no me he atrevido a cogerlas. Para observar, dejo pasar a una mujer, que ha pedido sopa de tomate, a la que ha añadido un cucharón de la crema de espárragos. Da lo mismo, porque ambas sopas tienen el mismo precio. Cuando la mujer va a coger el café, me pregunta: “¿Es usted español?”. Y le cuento los días que llevo caminando y poco más. Al pagar he cogido la cuchara, comido la crema y me pongo a escribir. Ha bajado Elvera pero no me ha visto. Tampoco cuando ha vuelto. A la tercera hago que se fije en mí, pero continúa su paseo. Ella se ha alimentado peor que nosotros. ¿Estará haciendo régimen para mantener su silueta?
Aunque ella es costurera, no se ha hecho la falda, que le hace una figura muy bonita al caminar. Voy al urinario y vuelvo a mi sitio. Pongo a cargar mi móvil, enchufándolo sobre un chaval que no me ofrece la posibilidad de intercambiar el sitio. Saco el otro cable fuera para que, cuando tenga que guardarlo, me dé cuenta de que tengo que recoger el móvil con el suyo. Lo he puesto demasiado tarde, pero se me carga lo suficiente como para poder hacer alguna llamada en cuanto llegue al continente. Busco a la pareja por todas partes, pero no hay forma de encontrarles.











Harlingen
Llegando a Harlingen, subo a cubierta para sacar otra foto de la llegada pero no sé si son gotas de las olas las que me mojan o si es que llueve. No lo podré comprobar hasta que baje a tierra. Veo una falda con las mismas motitas blancas sobre rojo y creo que es la de Elvera, pero se trata de una madre más delgadita y su falda no tiene volante.

 

Por fin les encuentro y bajamos juntos donde están sus bicis. Allí comentamos mi plan para continuar el viaje y que primero quiero visitar el V.v.v. para conseguir mapa del resto de Holanda. El mapa que tengo me puede servir todavía para las dos islas que me faltan: Ameland y Schiermonnikoog y, por el continente, hasta casi el puerto en que deberé coger el ferry para Ameland. Hago una pregunta, que me va a determinar mi futuro: “Así como en las islas la costa aparece en amarillo, ¿por qué en el continente no?” La respuesta que me dan los nuevos amigos es: “Porque en las islas hay playas al Norte, pero en el continente es todo un dique hasta Alemania”. Esa es la puntilla que, junto a la lluvia, que empieza a ser persistente, me lleva a tomar la determinación de que mi viaje se acabó por este año. Tras los seis besos de despedida a Elvera y Fred, me voy a la oficina de información.

El V.v.v.
Ya sin dudas de lo que voy a hacer, saco fotos de la estación naviera de desembarque. El ferry que nos ha traído está atracado al fondo. Se nota que llueve porque los que lo tienen abren sus paraguas. Otros se guarecen bajo la marquesina de la estación marítima.


Y camino de la Oficina de Turismo, saco la tercera de esta ciudad que no tiene mala pinta. Parece que me podría gustar, pero no con lluvia. En el v.v.v. me confirman lo del dique hasta la frontera con Alemania y me informan de los trenecillos a Leeuwarden y de dónde está la estación. No es una parada en toda regla, ya que sólo es un ramal de acercamiento para los que bajan o vienen a coger el ferry. Tengo suerte, y una mujer me ayuda para sacar el billete.



La máquina no admite tarjeta Visa, ni monedas. Le doy un billete de cinco euros y ella me da las vueltas. Me daba 10 céntimos de más y se los devuelvo. Ella me saca el billete con su tarjeta y pago 3,10€. Después de cuatro paradas, el tren muere en Leeuwarden. Aunque muera allí, voy atento para bajarme cuanto antes y ganar tiempo.


Final de etapa y de viaje por este verano.
A partir de esta hora inicio el regreso a casa y os lo cuento con las paradas que voy haciendo. El viaje a pie ha finalizado y, aunque caminaré un poco en las siguientes dos ciudades holandesas, ya no lo considero parte de mi periplo de caminante, aunque sí complementario y necesario. Adelantando un poco, en verano de 2015 volveré a esta ciudad de Harlingen que ahora abandono.

No hay comentarios:

Publicar un comentario