Etapa
13 (370). 26 de junio de 2013, miércoles.
Biville-Vauville-Beaumont
Hague-Auderville-Cap de la Hague-St. Germain des Vaux-Port
Racine-Omonville la Rogue-Eculleville-Gréville Hague-Unville
Nacqueville-Querqueville-Equeurdreville Hainneville-Cherbourg
Octeville.
Hoy
va a ser mi 79 etapa por Francia occidental.
Amanecer
en el colegio Thomas Hélye.
Después
de orinar a las seis, me vuelvo a dormir. Aguanto en la cama hasta
las siete. Meo de nuevo, me afeito y limpio el lavabo con el
detergente. Coloco todo como estaba al llegar y, para las 7:30 ya
estoy saliendo del colegio, habiendo dejado la llave colocada en la
puerta de la habitación. La de la calle se queda abierta, como me
dijo la recepcionista. Llevo la basura para tirarla en algún
contenedor de la calle.
En el primer contenedor de basuras echo mis
restos. Pregunto a un chico que sale de la tienda en que compré ayer
la cena y me dice que coja la primera carretera hacia la izquierda.
Indica 7 Km. a Beaumont y me congratulo de que para las nueve ya
podré estar allí desayunando. Ayer ya fotografié la iglesia, así
que hoy plasmo con mi cámara la mairie que aquí es más acorde con
el tamaño del pueblo que la epatante iglesia. Es un edificio bajo,
sólo alberga planta baja y ondea nada más que la bandera tricolor
francesa. La normanda prolifera aquí mucho menos que la bretona en
Bretaña.
Vauville.
De
momento camino en dirección Vauville. Estoy contento. Voy cantando
la canción: “Cuantas veces yo pensé en volver…”, en versión
de Roberto Carlos, y rememorando imágenes de la película
Confidencias, de Visconti. Aquel Burt Lancaster que ya no espera nada
de la vida, ni del mundo, que le sorprenda, a quien se entremete la
familia comandada por Silvana Mangano…, el atractivo de la
juventud, con los jóvenes hijos…y la aparición del galán del
momento… algo andrógino. Un peliculón.
Voy llaneando y bajando
por carretera estrecha hacia Vauville. Va con muy poca circulación.
Vauville me parece muy bonito, con su castillo y su jardín botánico,
que a estas horas está cerrado. En el mar, al fondo, la Nez de
Jobourg, que no me parece para nada una nariz, ni vista de frente, ni
en el dibujo de mi mapa. Se ve mejor en la primera foto, aunque el
mar le hace parecer algo brumosa.
La carretera sigue bajando y es así
como llego al castillo, que ya han anunciado al entrar. Las puertas
de madera no me dejan asomarme al espacio interior. En la puerta del
castillo hay un indicador de que la venta de las plantas y útiles de
jardinería se realiza en la plaza, quizás cerca de la playa.
Una
pared irregular, trapezoide, con una ventana estrecha eclesial, no
demasiado alejada del castillo, me permite obtener una foto de las
dos instituciones que acaparaban el mando, el poder, político y
almático.
Controlaban al hombre en cuerpo y alma. De este pueblo hay
también obra civil que me llama la atención.
Sobre el río, que va
muy controlado, veo un puente de piedra que se compone de tres
bloques. El menor, que lo sujeta al lecho del río, creo que menor
aunque no veo el fondo, y los dos bloques que van del centro a cada
costado o a las dos veras del río. Termino el reportaje fotográfico
de Vauville con la casa número 4 de una de sus calles. Me llama la
atención no por ser una casa de piedra, que lo es, sino por la forma
de colocación de las piedras de la fachada que da a la carretera.
Están colocadas como si de un tejado de lajas de pizarra se tratara.
Las de arriba montan sobre las de abajo. Aunque la montura sea
mínima, se podría predecir que, de esta forma, la posibilidad de
penetración del agua filtrando por las ranuras será menor. Al menos
esa es mi opinión. No vivo allí y desconozco el resultado. Es así
como me voy alejando de Vauville, con la sensación de haber visitado
un pueblo bien cuidado y con algo interesante que mostrar. Menos mal
que no he llegado buscando café para desayunar pues, en ese caso, me
habría marchado defraudado. Cuando he salido de Biville he visto en
el acantilado la Termonuclear. Como ahora no la veo, fantaseo con
que, a lo mejor, me escapo de ella.
De
Vauville a Beaumont-Hague.
Ahora,
todo lo que he bajado para llegar a Vauville, lo tengo que subir para
llegar a Beaumont-Hague. Sacando foto hacia la costa, paso por un
prado donde pastan, de forma bien diferenciada, para que no se
mezclen, caballos y vacas, más vacas que caballos. Los rayos solares
filtran y no me dejan que la foto salga con nitidez. Y yo no llevo
filtro solar para mi cámara convencional. Ya veo por arriba la
auto-ruta con vehículos que pasan a toda velocidad. Espero que no
tenga que cogerla.
Esta media hora que me falta para llegar a
Beaumont-Hague se me va a hacer larga por carretera y eso que apenas
hay circulación. Menos mal que, a mitad de camino, me encuentro con
una bonita fuente que, aunque sólo mana un hilillo de agua, y no me
refresca, al menos me alegra la vista y me entretiene para
fotografiarla. Veo desviación hacia Herqueville y pienso que si
quiero ir luego hacia el Cap de la Hague deberé volver hacia este
indicador. Como había previsto, para antes de las nueve estoy
entrando en la ciudad.
Beaumont-Hague.
Boulangerie y Bar des Sports.
Saco
foto de la iglesia que no hará mucho tiempo que ha sido restaurada,
al menos, en su fachada. La calle principal de la población está en
obras. Una zanja en la que han puesto una nueva tubería y que ya
están cubriendo de nuevo. Una máquina saca polvo cerca del
ayuntamiento y Correos, las fotos de la Mairie y de La Poste salen
algo polvorientas. Menos mal que un obrero regará con una manguera de
agua el pavimento. La Oficina de Turismo está cerrada.
Quiero entrar
a comprar en panadería próxima a Tabac, pero está cerrada. Menos
mal que enfrente hay otra abierta. Compro caracol de pasas y pastel
de manzana por 2 € y en el Bar de los Deportes me sirven café con
leche con la leche en jarrita, por 2,30 €. Una camarera muy
simpática me explica que Le Manche Libre, no es un panfleto, sino el
nombre del periódico local. Desayuno, limpio la mesa y recojo los
restos y los dejo en la barra mostrador. Luego cago. Al salir,
pregunto a la chica si hay algún restaurante en la franja norte,
hacia Cherbourg, pues ahora quiero acercarme al Cap de la Hague. Ella
me manda donde un señor mayor y otro más joven, quienes me aseguran
que en todos los pueblos de la costa Norte encontraré algún
restaurante. Iré confiado y espero acertar con el mejor en calidad y
precio. Escribo hasta las 9:40. Recojo, agradezco y en marcha hacia
el cabo. No tengo ningún interés en llegar a la Nez de Jobourg.
La
Central Termonuclear Areva N.C.
Salgo
por la calle en obras. Los obreros no me ponen pegas para seguir por
ella. La manguera ha dejado sin polvo el espacio que al llegar estaba
polvoriento. Salgo a carretera, pero no voy a ir por la dirección
Herqueville que he visto al venir. Ahora mi dirección es hacia Cap
de la Hague pero, antes de media hora ya veo que estoy entrando en el
espacio protegido de la Central Nuclear, quizás sea Termonuclear.
(Cuando estoy escribiendo esto debo cambiar de bolígrafo por que el
anterior, el de color verde regalado por Kutxa, la caja de Ahorros de
Gipuzkoa, se acaba y deja de escribir. Ahora empiezo el azul y
blanco, otro de los tres últimos cursos de Aulas Kutxa. Anulé la
cuenta antes de salir de viaje, ahora el convertido en Kutxabank se
venga dejándome a medias con el diario. Pero ha tenido remedio).
Confío en que las fotos me ayuden a ordenar la jornada. Estoy
escribiendo antes de desayunar en Cherbourg. Creo que hoy está
siendo la jornada en que más kilómetros estoy haciendo desde que
salí de Saint-Brieuc. También en la que los caminos están siendo
más variados. Estoy ya bien metido en mi camino, pero cuando surgen
los albergues me hipotecan el viaje. A veces me lo facilitan. Hoy
tengo albergue en Cherbourg y voy a tratar de llegar. La carretera en
la que entro al salir de Beaumont-Hague, empieza a tener mucha
circulación. Por una parte, muchos vehículos van hacia el cabo de
la Hague, que por su ubicación, tiene un atractivo especial. No en
vano salen barcos de Cherbourg hacia Southampton y otros puertos
ingleses. El Cap de la Hague es el punto más próximo a Gran Bretaña
desde Normandía, aunque cuando llegue a Pas de Calais, la proximidad
será mayor. Allí van hacia el puerto ingles de Dover. Por otra
parte, la central nuclear también recibe otro tipo de vehículos. Lo
bueno de esta carretera es que tiene buen arcén. Mi próxima
referencia va a ser Jobourg.
Al pasar una curva ya estoy viendo las
chimeneas de la central y un indicador que ofrece la central por el
carril de la derecha y Jobourg y Herqueville a la izquierda.
Herqueville lo voy a pasar de lado y ahora me centro en la central.
La voy dejando a la derecha, pero no acaba nunca la verja
delimitatoria imposible de pasar. Tampoco siento un deseo
irrefrenable de contaminarme. La entrada a la N.C. Areva, se va
quedando a la derecha y yo continúo por la izquierda de la
carretera. Como una forma de escape de la central, saco una foto de
los campos que están entre la carretera y la costa. Ver el horizonte
marino parece que produce un respiro antinuclear. Todavía parece que
perviven los efluvios de cuando peleábamos los vascos contra la
central nuclear de Lemoniz. “Lemoiz gelditu” era el grito que
logró que se parara. No sólo el grito, sino la confluencia de otros
intereses políticos y económicos, lograron que se parara.
Pero
parar la central nuclear de Lemoiz tuvo mucho coste social. Bueno,
parece que mirando al mar no me contamino y así voy llegando al
lugar en que a ésta la tengo a la par. Por el interior, hasta
circulan autobuses. ¿Harán visitas guiadas? Poco después, la valla
dobla a la derecha, coincidiendo con la carretera que da una curva en
el mismo sentido. Me parece un momento oportuno para poder comprobar
la distancia que hay entre la valla exterior, la más persuasiva, y
la que está más al interior, que no ofrece tanto inconveniente por
la parte alta. Con esta última imagen de Areva N.C. ya estoy
llegando al pueblo siguiente anunciado.
Jobourg.
He
terminado la central, con toda su parafernalia de controles de
entrada y de salida. En diez minutos estoy en Jobourg. Este pueblo
está a la par de Nez (naríz) de Jobourg, el cabo que ya he podido
ver a primera hora de la mañana. Enseguida llego a la iglesia que es
del tipo de las que más me agradan, sin un pináculo epatante como
torre campanario. El cementerio está más a la izquierda, detrás de
una tapia. Esta iglesia, y su torre, es más medida y equilibrada.
Por la carretera paso por un restaurante, pero esta es una hora muy
temprana para comer. La Bruyère, traducible por El Brezo, habría sido un
nombre atractivo para mí. Poco más adelante se ve una alta torre
que supongo servirá para la captación de ondas.
Esto es todo lo que
voy a ver de Jobourg. Más adelante, mirando hacia el mar, se ve una
isla hermosa. No puedo asegurar que no sea una de las islas
Anglo-Normandas, la de Aurigny o Alderney.
La fotografío dos veces,
una con los prados que separan la carretera con la costa y otra que
es muy parecida pero con un gran rebaño de vacas. Estos prados están
todavía sin salir del área de Jobourg.
El
faro de Cap de la Hague.
Ha
tenido que pasar casi media hora desde que he salido de lo urbanizado
de Jobourg, para que, al llegar a una curva de la carretera, pueda
ver a lo lejos el Cabo de la Hague.
Todavía está lejos, pero al
verlo, por lo menos tengo la sensación de que no tardaré mucho en
llegar a él. Pero, como vamos a ver, va a ser tarea más que
imposible. Aunque estoy todavía lejos, empiezo a sospechar que este
faro está en el mar. Como no coja una barca, allí se va a quedar
sin ver. Trataré de fotografiarlo lo más cercano que pueda. Por de
pronto, tendré que llegar a Auderville.
Nada
más llegar, saco foto de la iglesia. La fachada que corresponde al
altar con sus tres vanos que dan la luz al interior y sus vidrieras
sencillas. Aunque se ven las dos campanas del también sencillo
campanario, la foto está afeada por la tapia que oculta el
cementerio parcialmente. Luego sacaré otra foto más ilustrativa de
esta iglesia de Auderville.
Sigo hacia el Ayuntamiento. Un edificio
recio, de dos plantas con cinco ventanas en cada una. Cuelgan de
ellas pequeñas jardineras, quizás habría que decir tiestos
floridos. Un edificio bajo lateral, ofrece servicios auxiliares. Tres
altos mástiles con tres banderas que, al no hacer viento, no se
despliegan: francesa, europea y normanda. Echo en falta la bandera
local.
Después del ayuntamiento, me encuentro con el cementerio y
aprovecho para sacar otra instantánea con las tumbas y la nueva
visión de la iglesia.
Entro en el interior y lo primero que me llama
la atención es una piedra labrada, de una sola pieza, que no sé si
es un aguabenditero o un baptisterio.
Aunque algo incómodo, pues
está adosado a un ángulo de la pared, podría cumplir la función
de bautizar a los nuevos pequeños que entran a formar parte de la
Santa Madre Iglesia Católica. Otra foto hacia el altar mayor, donde
se aprecian mejor sus tres fuentes de luz diurna, indica también
cómo la iglesia es de una sola nave. Los tres barcos con sus velas
extendidas, indican la cercanía del mar y la vocación marinera de
Auderville.
Antes de salir del recinto eclesial, saco una foto a
Saint Gilles, que es testigo de una vidriera ardiente, casi
flamígera. Esa es la sensación de llama que da el sol al penetrar
por ella. Con
esta última, salgo de la iglesia.
El
faro de Cap de la Hague.
Ya
en la calle, intento buscar un lugar desde donde poder ver el faro.
Quiero que alguien me saque foto con él al fondo. Sé que está
metido en el mar y que no lo voy a poder visitar. Quizás en bajamar
se pueda llegar andando hasta su base, pero no voy a esperar a que la
marea baje. Entro por un arco que da acceso al aparcamiento de un
hotel que tiene también restaurante. Veo el faro al fondo y pienso
que puedo sacar de allí la foto más cercana.
La linterna parece que
está iluminada, pero a esta hora del día no le veo sentido y, más
bien, pienso que puede ser consecuencia de los rayos solares que lo
iluminan. Me acerco al pretil y saco la foto definitiva del faro de
la Hague. El cabo ha desaparecido para todos los efectos, oculto bajo
las olas del mar. Se ve la base aferrada a roca emergente y un
trocito de la playa, que parece ser de arena. Podría haberme
acercado hasta ella, pero me es suficiente con las dos fotos últimas
que he sacado. Aunque estoy en un lugar en el que ofrecen comida,
son las 11:30 y no pienso quedarme aquí hasta que llegue la hora de
comer.
Así que me voy de Auderville. Me encamino hacia
Sant-Germain-des-Vaux.
Saint-Germain-des-Vaux.
En
poco más de un cuarto de hora, siguiendo por la carretera, llego a
Saint-Germain y saco foto de la iglesia. Parece que estuviera
inacabada. También pienso que la terminaron, pero el atrio que
protegía y cubría la entrada principal, ha desaparecido. Quedan vestigios de las dos
marcas verticales. Ni me preocupo de ver si está
cerrada o abierta, pues lo que me interesa es llegar a algún lugar
en que sirvan comidas. Llego a un cruce que propone desviación,
pues hay una carretera cortada.
Es indicación para los vehículos,
pero también es un dato que informa al viandante. En este pueblo
encuentro un restaurante, pero estaba vaticinado que aquí no iba a
comer, puesto que cierra los miércoles, y hoy ¿qué día de la
semana es…? Desde el cruce vuelvo a sacar foto de la iglesia que ya
he pasado.
Sin salir del pueblo, veo una tapia de la que cuelgan unas
bonitas flores. No puedo resistirme a fotografiar este ramillete de
flores que normalmente son rastreras pero que aquí cuelgan del
muro.
Después llego a un pozo. Me gusta. Se ve que en un tiempo tuvo
uso y probablemente todo el pueblo recibiría agua de allí, antes de
que se construyera su sistema de alcantarillado.
Pero es de
agradecidos recuperar, al menos en su forma externa, el pozo que
permitió el suministro de agua a toda la población. “¡Gracias
Señor por esta agua bendita!”, diría más de un creyente. Para
terminar mi paso por Sant-Germain-des-Vaux, paso por una torre. Está
sobre una loma y en terreno segado de hierba. No sé si en tiempos
pasados este edificio pudo ser un molino pero, si las tuvo, sus aspas
se han perdido. Puesto que tiene ventanillas, no podría asegurar que
fuera un palomar, y menos un silo. Con esta última imagen, me
dispongo a descender hacia la costa y playa siguientes.
No
sé si este puerto tiene algo que ver con el escritor. De momento la
carretera baja del acantilado hacia la costa. Voy en dirección a
Omonville, que ofrece dos versiones, una hacia el interior:
Omonville-la-Petite,y otra en la costa: Omonville-la-Rogue. Hace
curvas de 180º. Si ahora voy hacia el Sur, enderezo y voy hacia el
Norte. Bajando hacia el puerto, pregunto a una mujer y me responde:
“yo no sé de todo”. Me deja perplejo con su respuesta.
Yo
tampoco soy un sabio, pero algunas cosas sé y me pasta con responder
a lo que se me pregunta, si puedo responder. El que esta mujer, que
debe saber mucho pero no responder a la pregunta que le he hecho, no
me de una respuesta, no significa que le esté exigiendo todas las
respuestas a mis preguntas. Sólo quiero que me responda a ésta.
Bajando hacia Port Racine, paso por una casa que está en plataforma
intermedia entre la carretera y el acantilado. Me gusta en su
conjunto y el recorte en el mar.
Ofrece una torre cilíndrica que,
por sus pequeñas ventanas, da la impresión de que dentro haya una
escalera de caracol. Cuando llego abajo, casi a la playa, fotografío
esa casa y las otras que han quedado atrás y, en la parte baja, el
puerto con sus malecones. Es un puerto muy pequeño, pero suficiente
para las necesidades de la escasa población de la zona. Compruebo
que la playa no es de arena sino de “caillou”.
A pesar de ser de
piedras, llego sofocado y a gusto me habría dado un baño en esta
playa, pero la prioridad de la hora de la comida, pues van a dar las
12:30, hace que continúe en mi búsqueda de restaurante. Dejo a un
lado Omonville-la-Petite. Encuentro a un joven tirado en el suelo,
con la cabeza apoyada en la mochila. Hablo con él. Me dice que está
esperando a su novia, pues van a Biville con unos amigos y está
esperando a que lleguen. Le digo que he dormido allí esta noche.
Este joven está cansado antes de salir y, encima, le van a llevar en
coche. Se acerca un hombre joven que pienso es su padre. A ambos les
maravilla que vaya con intención de llegar andando hasta Alemania.
Antes de llegar a Omonville-la-Rogue, un chico me explica cómo
llegar bien al restaurante del puerto. Otro más me dará la última
orientación.
6
kilómetros por hora.
Cuando
he bajado el pequeño puerto, la carretera se horizontaliza.
Finalizando la recta, hay un letrero luminoso que va indicando a los
vehículos la velocidad que llevan, y se la marca. Han visto antes
una reducción de velocidad recomendada o que prohíbe ir a más de 50
o 60 Km/hora. Casualmente durante el tramo en que yo aparezco, no
surge ningún coche, ni en una dirección, ni en otra. Por tanto, el
medidor de velocidad se encapricha con el caminante y, cuando estoy
llegando, veo que marca la velocidad a la que camino: 6 Km/h.
Me hace
mucha ilusión ver iluminada mi velocidad. Ya sé que no llego a los
seis kilómetros pero, por mi deseo de llegar a tiempo a comer,
probablemente en el último tramo venía acelerando y el aparato
redondea a partir de cinco kilómetros y medio. Entre 5,7 o 5,9 la
medición habría sido más exacta. Me encuentro en un cruce con este
espejo que facilita la visión en curva a los conductores. Plasmo mi
imagen para que tengáis certeza de que lo que cuento no es cuento
chino, sino que lo estoy viviendo de verdad.
A pesar de que voy algo
pillado de tiempo, como para llegar a hora prudencial a comer y que
no me digan “la cocina está cerrada”, si veo algo que me agrada
lo plasmo en foto. Como en esta ocasión en que esta casa cuidada y
con bonitos detalles me obliga a parar. La fachada de piedra limpia,
los muretes, el jardín lleno de grandes margaritas…, y los
detalles algo infantiles como el patito en lo alto y el muñeco
elemental de piedras pegadas, lo soslayo. Ahí se quedan y no voy a
utilizar el fotoshop para eliminarlos.
Ya estoy de nuevo cerca del
mar. Me sorprende un campo de cereal tan próximo a la costa. En la
presqu’île del fondo se ven dos hermosas mansiones, quizás tres,
estratégicamente situadas sobre el paisaje marino. Esta península
parece que ofrece fácil acceso al continente.
Antes de que dé la
una y cuarto paso por esta casa que, con sus dos ventanas en la
buhardilla, parece que me mira, que me está vigilando con sus ojos
achinados. Por delante, un seto de boj o aligustre, cumple las veces
de una mujer árabe velada. No puedo ver ni la nariz, ni la boca de
la casa musulmana. Pero esa mirada lánguida me parece más erótica
que una mujer que hubiera aparecido por el jardín desnuda.
Omonville-la-Rogue.
Restaurant du Port. Tarraconenses.
Llegando
al restaurante recomendado, veo de lejos a Jaume que habla por el
móvil. Cuando paso por su lado, oigo que habla en castellano. Sin
dejar de hablar responde a mi pregunta. Me dice que es de Tarragona,
y sigue hablando. Ya estoy en el restaurante y veo a una mujer y su
hijo de 12-13 años, crecidito para su edad, que esperan. Adivino que
son la mujer y el hijo de Jaume. Entro al restaurante du Port. El
comedor está lleno de gente y pregunto a un chico que tiene ademanes
de homosexual. Me dice que pregunte en la barra. La chica de la barra
le dice que me busque un sitio en el comedor. Él va a la cocina y
acaba llevándome a un comedor menos elegante y me coloca en una mesa
redonda grande, sólo para mí. Me da la impresión de que el
camarero estaba a deseo de que no admitieran a ningún comensal más.
Son las 13:30 horas cuando esto ocurre y ya está llegando la hora
fatídica en que te pueden responder “la cuisine est fermée”, no
dejándote entrar porque ya ha cerrado la cocina. Entran al comedor
la mujer y el hijo y yo les digo: “vosotros sois los de Tarragona”.
Alucinan, “¿cómo lo sabes?”. “Me lo ha dicho vuestro padre y
marido, mientras hablaba por el móvil”. Les propongo sentarme a
comer con ellos y le digo a ella que me cambie de sitio por mi oído
bueno. No tiene ningún inconveniente. A mí me apetece comer con
ellos y para los catalanes también supone una novedad en su rutina
familiar. Luego cada uno va a pagar lo que ha comido, sin crear
ningún problema en caja. Yo me decido por el menú caro, el de 25,50
euros, y ellos también. Como ensalada de gambas en gabardina de
tempura. Hay que saber que lo que para nosotros son gambas, para los
franceses son langostinos. O quizás una especie variante de los
mismos. De segundo pido una especie de bacalao, pero con poco sabor.
Todo está rico pero no tiene fuste alimenticio. Lo compensaré en la
cena. El postre es degustación pastelera, pero es más la apariencia
que la realidad: una cremita catalana, para asombro de los catalanes,
chocolate, manzana con helado y un cuarto trozo de algo que no
recuerdo. La esposa y madre se llama Eugenia y el niño Didac que
equivale en castellano a Diego. Lo sé porque es el nombre del hijo
menor de mis amigos de Gironella. Su otro hermano se llama Lleí, que
es traducible por Licerio. El chaval, Didac, está muy alto para la
edad que tiene y disfruta con los “bulots”, las caracolas, y con
la “huitres”, las ostras. No es habitual que gusten las ostras a
un niño que no sea francés. Vinieron de Tarragona hace cuatro días
y pernoctan en un camping que no está demasiado alejado de este
lugar. Han venido a este restaurante porque lo han visto recomendado
en alguna guía. No les aburro con mi viaje, ni les hablo de mi paso
por su tierra, la playa del Torn, la de Waikiki, ni les doy mi blog.
Todavía me queda por hacer reparaciones en el viaje del Levante,
valenciano y catalán. La llamada al móvil que ha tenido Jaume ha
sido debida a que alguna máquina, que él conoce bien, se ha
estropeado y alguien le ha pedido ayuda desde el trabajo. Parece ser
que él es responsable de mantenimiento. Es la ventaja y el
inconveniente del móvil. Ventaja para la empresa, inconveniente para
quien intentan olvidar el trabajo en sus vacaciones. Puede ser un
inconveniente pasajero si el jefe aprecia la ayuda y la recompensa
cuando haya una necesidad a la recíproca. También si se agradece
cuando la máquina marche bien de nuevo.
Viven en pueblo cercano al
Vendrell y a su perro lo han dejado con amigos de allí porque no se
porta bien y puede ser un inconveniente en el camping. Una vez que lo
llevaron a uno, no dejó dormir a los campistas vecinos. Después de
pagadas nuestras respectivas cuentas, la mía asciende a 28 €, pues
al precio del menú ha habido que añadir la pression (2,50). Nos
despedimos.
Saco
foto de la Base Nautique, que me hace pensar en el equivalente a un
Club Náutico. Probablemente sea municipal o lo mantengan los socios.
Vuelvo atrás hasta dar con la carretera que está en obras. Ahora
están asfaltando la acera y ofrecen a los coches una desviación.
Hay un camión enorme con la cartola inclinada regurgitando la mezcla
de grava y brea. Paso por delante del ayuntamiento, que está cerrado
tras una verja blanca bien mantenida. La bandera tricolor ondea, así
como la europea. No hay ni rastro de la normanda.
El camino va ahora
ascendente y hacia el interior.
Digulleville.
Paso
por un estadio de fútbol. En una de las desviaciones, el camino me
lleva a una estela que hace mención a algún acontecimiento de la
última gran guerra. Quiero entender que fueron un teniente y cuatro
sargentos los que cayeron aquí en 1944. Descansen en paz. Sus
nombres grabados en la piedra y las flores vivas que lo adornan,
permiten pensar que hay alguien que no les olvida. Mientras esto
ocurra, no están totalmente muertos. Igual que nunca morirá Homero,
Tolstoi o Cervantes, mientras sigamos leyendo sus obras. Un camino
ancho me anima a cogerlo y avanzar por él, pero va a ser un
recorrido de ida y vuelta, poco más de un kilómetro pues, al llegar
al final me encuentro con fincas sembradas privadas con el nº 17.
Regreso y me meto por una carretera estrecha con poca circulación.
Así llego a Diguleville.
Eculleville.
Cuando
llego a este pueblo, lo que más me sorprende es un edificio circular
con una puerta, sin ventanas, es bajo y con tejado cónico, donde sí
aparecen algunos vanos, que acaba en una filigrana, como un alfil de
ajedrez torneado, pero que probablemente sea de cerámica o metálico.
No me subo al tejado para verlo, ni tocarlo.
El tejado cónico es de
lajas de pizarra o material similar. Me parece más un horno de pan.
Para ser un molino que haya perdido sus aspas, tiene muy poca altura.
Pero esa puertita de acceso me engaña y me hace percibir menor altura de la que realmente tiene. Luego, al marchar, veré que hay otra puerta más abajo. Por otra puerta de madera, que está abierta, se pasa a un portón de piedra y
penetro en una gran plaza que tiene trazas de castillo o de una
enorme granja. En la puerta principal de uno de los edificios se lee
el título de una exposición: La conquista del Oeste.
Pero no se
trata del rodeo americano. Es un recinto muy especial que pertenece a
la Commune, donde se ubica también la Mediateca. En el ángulo hay
un bonito árbol que ahora no recuerdo bien si era un roble o una
encina. Me suena que hubiera restos de bellotas en la sombra. Subo al
primer piso, donde está una de las exposiciones, que se refiere a
los primeros baños en el mar que se pusieron de moda en la costa del
Oeste normando en los inicios del siglo pasado. Parece que se
consideró una conquista. Hubo que romper muchos tabúes. Hay también
proyección de vídeos relacionados con ese acontecimiento.
Mi visión
de la exposición es rápida, no me entretengo en leer tanto texto en
francés. No me entusiasma la Belle Epoque, donde se destapaba muy
poco. Tan poco, que había que echar mano de la imaginación para
poder ver algo de carne… y de mundo. Tiene dos accesos y uno de
ellos es una escalera de caracol que combina piedra con baranda de
cuerda. No es una escalera pensada para los mayores, ni para los poco
temerarios.
No visito todas las dependencias, entre otras cosas,
porque algunas están cerradas y al salir del edificio de las
exposiciones, me doy cuenta que junto a la puerta y arco de entrada
al recinto, hay una pequeña capilla, que me ha pasado desapercibida
al llegar. Ahora la visito.
A los lados de la vidriera enana hay dos
imágenes femeninas y en el suelo un ángel o un arcángel,
probablemente sea san Miguel, o san Gabriel anunciando. Sobre el
sencillo altar hay una pantalla que emite imágenes que dan
continuidad a la exposición ya vista pero que no me aportan ningún
interés.
Paso por el portón y me encuentro con un estanque con agua
pero que casi la cubren algas y líquenes. Visto desde aquí el
edificio primero que he dicho que podría ser un horno de pan, ahora
ha crecido y ya no sé qué pudo ser y qué función cumplió en este
interesante conjunto. Todo él es armonioso, tanto los edificios como
los espacios del patio.
Cuando voy a salir, una chica me dice que
puedo continuar por “sentier douanier”, así que no lo dudo y
continúo por él. Paso por un riachuelo de agua cantarina.
Según
voy avanzando me voy preocupando pues, en la medida que voy
descendiendo, el sendero es más umbrío y empieza a aflorar barro
negruzco que me hace temer que me tenga que dar la vuelta.
Consigo
llegar hasta fin del descenso y empieza a secarse según voy
ascendiendo de nuevo. Pero el camino que prometía continuidad, me
saca a la carretera, recomendada para bicicletas, pista cyclable, e
indica 20 Km a Unville-Nacqueville. Me sorprende tanta distancia para
llegar a unos pueblos que en mi mapa están muy cercanos.
Probablemente estén mencionando un circuito.
Tengo claro que, haya
los kilómetros que haya, debo seguir adelante. Enseguida entro en
otro pueblo, pero resulta que es el mismo al que ya pertenecía el
recinto de la exposición, Eculleville. Cuando estoy llegando a una
bifurcación a la derecha y con la iglesia al frente, me sale un
perro ladrando. Saco foto de la iglesia arriba al fondo desde la
distancia y me acerco al portón de acceso al conjunto de casas.
Parece que todos los edificios forman parte de una misma familia. Un
solo buzón en la entrada me puede dar la pista. Y el perro continúa
ladrando.
Sigo hacia Gréville-Hague. La carretera, primero sube y
luego desciende, es estrecha, no tiene circulación, es muy agradable
pues, a ambos lados de ella hay bosque con profusión de árboles de
especies variadas. Un bonito paseo.
Cuando ya estoy abajo, en un
precioso valle, veo la iglesia a la que no me he acercado hace
escasos minutos y la fotografío en lo alto de la montaña. Bueno, la
iglesia, las casas colindantes y el arbolado. Creo que el conjunto da
idea de lo bonito que es este recorrido. Este valle confirma que por
la iglesia de Eculleville no se podía continuar. Comienza el ascenso
hacia el otro lado.
Quiero dejar la carretera pero no va a ser
posible hasta que llegue al siguiente pueblo. Treinta minutos más
tarde llego a Gréville-Hague.
Gréville-Hague.
Lo
primero que fotografío al llegar es la iglesia. Saco la foto de
conjunto, con la torre.
En el tejado de la torre hay una cruz con un
gallo de veleta, pero vuelvo a sacar otra foto de la fachada de la
iglesia, porque está primera ha sido tapada parcialmente por la
tapia que protege el conjunto. Aunque la sencilla fachada queda
truncada en sus laterales, lo que quiero destacar es la imagen sobre
el arco de la puerta, que no tiene hornacina y está expuesta a las
inclemencias del tiempo, y el conjunto de tiestos que cuelgan
formando un segundo arco floral, a imitación del pétreo.
Entro en
la iglesia y me sorprende el baptisterio. Me gusta su pie de piedra,
pero el resto me parece algo impropio y demasiado estrecho.
La nave
central, más alta que las dos laterales, ofrece en el centro una
imagen que lo mismo puede ser del Salvador que de la Asunción de
Nuestra Señora.
Lo que más me agrada de esta iglesia es un tosco
Santo Sepulcro que era de una sola pieza y que ahora, resquebrajada,
se muestra partido en dos. No creo que fuera a consecuencia de que
algún endemoniado dijera: ¡Que le parta un rayo! Las figuras que
rodean a Jesús yaciente, conservan algo de su policromía original.
Abandono la iglesia y me encuentro con el Ayuntamiento que, por cómo
viene anunciado, podría pensarse que es el atelier de algún artista
de la pintura al óleo. En una paleta de pintor se esparcen los
colores de la bandera francesa en el orden correcto: azul, blanco y
rojo y se lee Mairie de …ville-Hague. El Gré, que es lo que le
diferencia de tantos “ville” se ha perdido.
Continúo por la
carretera hacia Urville-Necqueville y cuando estoy lejos de llegar,
me cruzo con un grupo de ciclistas que, sonrientes, me saludan al
pasar. Podréis comprobar en la foto el magnífico arcén que ofrece
esta carretera. Menos mal que la circulación de vehículos es
escasa. Cojo ahora la carretera más directa hacia el siguiente
pueblo pues, de haber seguido la pista ciclista, me habría obligado
a hacer muchos kilómetros de propina.
Urville-Necqueville.
Pronto
voy a ver, desde la altura, las casas y la playa de
Urville-Necqueville. Saco foto desde arriba y decido bajar en cuanto
pueda a la playa.
Llevo los pies que ya no sé dónde meterlos. Los
metería en las orejas si fuese capaz de caminar sin ellos. Por eso
pienso que ir un rato descalzo me aliviará algo. Llego a la playa y
empieza mal, está llena de piedras, así que no me descalzo hasta
llegar a la arena. Pero la arena es de las que el mar, al descender
la marea, va marcando pequeñas ondas bastante simétricas y que, al
estar endurecida, hace daño a mis dañadas plantas. Es difícil
pisar en una dirección en que el pie apoye bien. No obstante, al
menos es un cambio en un día de tanto asfalto.
Voy buscando
charquitos de agua y, por fin, llego a la orilla, donde la arena
sigue siendo dura pero lisa. Ahora voy caminando mejor. La playa es
larga, al fondo ofrece un muro y confío en que detrás tenga
continuación. El paisaje que me ofrece esta playa es de búnkeres o
casamatas como si fueran rocas tiradas en la arena seca. También
restos de algas verdes distribuidas irregularmente en la zona alta de
la arena húmeda, hasta donde llega la pleamar.
Resulta un paisaje
algo desangelado, pero al que voy a tener que ir acostumbrándome
pues, en un par de días voy a llegar a la zona álgida del
desembarco del día D. Un matrimonio mayor va muy agarradito, no se
sabe bien quién sostiene a quién, y un hombre joven con su niño me
dice el nombre de la playa y que, combinando arena y camino puedo
continuar hasta Cherbourg.
La foto de la playa, hacia el Este, ofrece
al fondo el muro del que he hablado antes y las primeras casas de lo
que creo será ya Querqueville. Sigo pisando arena húmeda y lisa. Me
encuentro con un pequeño tractor enganchado a un armazón con ruedas
que permite cargar y descargar barcos, llevándolos de tierra al mar
y viceversa.
Más adelante, niños con neopreno salen del agua.
Acaban de terminar su entrenamiento deportivo náutico y se dan el
último chapuzón en el mar. Parece que han estado haciendo prácticas
de windsurf. Se les ve contentos. Una muralla de rocas separa de la
costa que llega a continuación.
Enseguida llego al muro del fondo.
Hasta que no lo doble, no voy a saber si voy a poder continuar por la
costa o me voy a tener que meter por el interior. Doblo el muro y
compruebo que puedo continuar, pero la arena se acabó y debo
calzarme de nuevo. Más sufrimiento. En el mar veo un barco de los
que salen de Cherbourg hacia las islas británicas.
Querqueville.
Voy
un rato con las sandalias puestas por esa playa de guijarros, pero
subo al paseo marítimo. Así voy llegando a Querqueville, y lo
fotografío. El espacio que se ofrece entre el pueblo y el agua,
resulta bastante desolador en marea baja, sobre todo para mí que
deseo seguir caminando descalzo por la arena. No sé si pasado el
pueblo la situación mejorará. También, lo que me permite esta
visión por el fondo es que me doy cuenta de que estoy muy lejos
todavía para llegar a Cherburgo. Una barquita amarilla con su
artilugio de ruedas para transportarla por tierra da la nota de
color.
Hacia
Equeurdreville-Hainneville.
La mer de La Saline.
Una
vez terminadas las casas que más se aproximan al mar de
Querqueville, compruebo que ya no me conviene ir por la orilla del
mar. Empiezo por un buen sendero que va próximo a las rocas, de las
que me separa un muro defensivo. Varios deportistas hacen su
recorrido diario de entrenamiento, sobre todo de sus piernas. Me
aseguran que el importante caserío que veo al fondo ya pertenece a
Cherbourg, pero no va a ser cierto, pues la gran capital me la tapa
este pueblo que es como si fuera sus afueras. Se trata de
Equeurdreville-Hainneville que, supongo, serían pueblos aislados que
al crecer la gran ciudad casi han sido absorbidos por ella y que en
la actualidad se habrán convertido en ciudad dormitorio. Pero todo
lo que digo, sin datos, es mucho imaginar. En cualquier caso, este
pueblo y la gran ciudad forman una enorme con-urbanización. Me va a
costar llegar a destino.
Paso por lo que llaman el Mar de la Salina.
Dos grandes malecones, cada uno en un extremo de esta bahía
artificial, y un tercero construido en el mar en sentido transversal,
como muro defensivo para cuando el mar se vuelve bravo, son los que
lo configuran. En cada extremo, construcciones que recuerdan a los
búnkeres, aunque no puedo asegurar que lo sean. Tienen todo el
aspecto de ser casamatas de defensa para hacer frente a cualquier
ataque por el mar. Al ser construido como digo, lo que se ofrecen son
dos bocanas, una a cada lado de cada malecón. La playa tampoco
ofrece atractivo pues está deteriorada con arena musgosa. Un muro
artificial de rocas superpuestas defiende el camino contra los
desmanes de la mar. Son las siete y media. ¿A qué hora llegaré al
albergue? Una chica viene en bici y con los cascos de música
puestos. Nada más verme, se los quita y me dice que por ese camino
voy bien pero que me quedan 7 kilómetros. Agradezco, pero me
desinflo. Ya estoy muerto. Este camino es bueno para correr y andar
en bici, pero veo que hace demasiadas curvas, que da demasiadas
vueltas y decido abandonarlo. Me alejo de la costa y voy por un
camino asfaltado para peatones, en paralelo con pista para ciclistas
y también con carretera de dos direcciones. Un hombre me recomienda
que coja el autobús.
Así es como voy entrando en
Equeurdreville-Hainneville. Entrando es un eufemismo, ya que los paso
de soslayo. La única foto que saco de este tramo de paseo me la
demanda una escultura que, el sol de poniente en su descenso hace
brillar. El 29 veré su foto en un periódico y leeré que estoy en
la Traversée de Jean-Bernard-Métais. Cruces y más cruces y una
nueva ciudad con indicación de Centre Ville para ir a un lugar como
Equeurdreville-Hainneville a donde no quiero ir. Decido cambiar el
camino de peatones por el de la pista cyclable y así abandono el
último centre ville y me voy acercando a Cherbourg.
A
banlieu de Cherbourg.
Lo
primero que voy a encontrar va a ser unas murallas en buen estado de
conservación y una abadía derruida. Son las afueras de Cherburgo.
La referencia que llevo para llegar al albergue es 55 rue de l’Abbaye.
Así que encontrarme con esta abadía me hace pensar en que el
albergue puede estar en esta calle, que es más bien una avenida.
Pero la realidad es que estoy todavía muy lejos de encontrar el
“auberge de jeneusse”.
Una vez pasada la abadía derruida a la
que ni me acerco, continúo por acera paralela a la carretera.
Enseguida encuentro un edificio que parece ofrecer un comedor
colectivo y que me hace pensar en que éste pueda ser el albergue,
tan próximo a la abadía está… Pero un chico me dice que todavía
me falta bastante para llegar, que siga adelante y que me fije en
algo naranja en el lado derecho. No sé a qué se refiere, pero
todavía sé distinguir los colores. Me fijaré en todo lo que vea de
color naranja.
Cherbourg-Octeville.
Ya
estoy entrando a la ciudad, en realidad llevo entrando desde hace
rato, pero al estar en las afueras los edificios que voy encontrando
están muy aislados unos de otros. Paso por un gran complejo que con
una estructura clásica, histórica, indica ser el Centre Espace René
Le Bas. Parece ser un centro de logística al servicio de los
ciudadanos y que alberga biblioteca y mediateca. Tomo nota, por si
tengo que hacer uso de Internet mañana, pero no hará falta porque
este servicio lo voy a obtener en el propio albergue. Avanzo un poco
más, y encuentro algo naranja a la derecha y con banderas. Allí
está el albergue tan buscado.
AJ.
Así
de sencillo pondrá en el recibo de Visa. AJ Cherbourg. Aquí no
aparece Octeville. Un AJ que lo mismo vale como distintivo del
Auberge de Jeneusse, como de un Albergue Juvenil. Para dar más
suspense a mi llegada ansiosa, el recepcionista bromea con que no hay
habitaciones. Esta triste realidad sólo se producirá en Calais y
allí no tendré la suerte de lo que me ocurrió en Morlaix, que ya
conté en su día, en su noche.
Cuando
pago los 21,53 €, me asigna la habitación nº 13. Menos mal que no
es martes, ni viernes (no soy anglo). A mí también me gusta bromear
con mis increencias, con mis incredulidades. Tampoco creo en las
casualidades y recibo con gusto la habitación nº 13 como colofón
de mi etapa nº 13. La habitación dispone de ducha y lavabo. Para
cagar hay que salir fuera, al pasillo, y hay dos puertas. Me da la
sábana y la tarjeta de acceso. Hago la cama y voy al retrete. Bajo
de nuevo, relajado y guapo, y me orienta hacia tres restaurantes que
hay próximo a la plaza de la República.
Le
Commerce.
Llego
a la plaza republicana. Elijo el último sin fijarme en su nombre y,
para seguir con la “chance”, se trata de Le Commerce. Hay que
rememorar que estudié Comercio (Peritaje Mercantil) primero con los
Claretianos y finalmente en la Escuela de Comercio. Si aquella
carrera impuesta no la finalicé, espero que este viaje lo termine en
Alemania o cerca de ella. Bueno, estoy en el Comercio. Dispuesto a
recuperar energías tras un día que he andado a pie más de lo que
se podría considerar conveniente. De Biville a Cherbourg no hay
mucho, si trazamos una línea recta pero, al haber ido hasta el Cap
de la Hage, la distancia se triplica o cuadruplica. Pido espaguetti
boloñesa, un entrecote nature con ensalada y un pichet de vino
tinto. La camarera se sorprende de que quiera cenar tanto. Se lo
explico. Lo entiende y me lo va trayendo. Ceno muy a gusto, lo justo
y necesario y pago con Visa 27,90 €, diez céntimos menos que la
comida. En el recibo pone Pate Bolognaise. Lo que puede cambiar una
tilde. Pate es pasta y paté es paté. En el albergue una mujer y
tres hombres me han dicho que me han visto venir caminando y ahora
coincido con ellos en el mismo restaurante. Ellos han pasado en
bicicleta por la carretera. Ahora hablo con uno muy receptivo, que no
puede terminar de comer sus moules y le ayudan sus compañeros a
acabar los que quedan en el perolo. Ellos han hecho muchas rutas en
bici. Más que yo a pie. Me despido y me voy de Le Commerce.
Regreso
al albergue juvenil.
En
el camino, pregunto a dos jóvenes por la mediateca. Ni saben, ni
tienen idea de interpretar un plano de su ciudad. Me mandan donde
cuatro hombres jóvenes que cenan en una terraza. Se maravillan de mi
viaje y me dicen que la mediateca fue trasladada a un lugar por el
que ya he pasado al venir. Cuando llego al albergue, el recepcionista
me ofrece Internet. Lo usaré mañana después del desayuno. Subo a
la habitación y espero a que den las diez para llamar a Vera. Hablo
con Mikel. Mañana será el último día de trabajo en la recepción
de la pensión. Todos están bien y le prometo que mañana me sacaré
foto con paraguas, rememorando la película Los Paraguas de
Cherburgo, de Jacques Demy. Además de Catherine Deneuve, creo que la
otra actriz era Françoise D’Orleac, su hermana que falleció muy
joven. Creo que era la actriz de Cul de Sac, de Polanski.
Como mi
habitación no da a Poniente, el recepcionista me ha dejado la llave
de la habitación nº 11 para poder fotografiar “l’accoucher du
soleil”, la puesta de sol. Saco la foto y bajo con la llave. Le doy
muestras de confianza y confía en que no voy a hacer ningún
estropicio. Le devuelvo la llave. Me acuesto. El rollo que hace de
almohada es duro como un rodillo y es incómodo. El edredón da un
calor excesivo. Me he traído del Comercio el palo en que venía
ensartado el entre-cote bleu. A las 00:20 me levanto a orinar. Lo hago
en el lavabo subido en el asiento, quito el edredón, rehago mi
almohada y el rollo y lo dejo en la litera de arriba. A las 4:20
vuelvo a orinar y continúo sin dormir bien. Después me duermo y ya
no me vuelvo a despertar hasta las siete. Hora en que me levanto a
escribir.
Balance
de un día en lo más Norte de La Mancha.
Lo
más destacado del día es lo mucho que he caminado, demasiado. Lo
más curioso, que me hayan medido la velocidad de mi andadura.
Geográficamente, haber doblado el Cap de la Hague y que el faro
estuviera en el mar. Lo más peligroso, la contaminación que he
sufrido al pasar junto a la central nuclear. Me voy a morir pronto,
según vaticinan los “nuklearik ez”, que son los mismos del “No
a la incineradora”. El encuentro con los de Tarragona en el
restaurante du Port de Omonville-la-Rogue, en cuanto a encuentros y
la actitud positiva del recepcionista del albergue juvenil. Bonitos,
Vauville, Auderville y Eculleville. Mañana compensaré caminando
poco.
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