sábado, 4 de junio de 2016

Etapa 14 (371) Cherbourg-Fermanville



Etapa 14 (371). 27 de junio de 2013, jueves.
Cherbourg Octeville-Tourlaville-Bretteville en Saire-Maupertus sur Mer-Anse du Brick  -Fermanville.
 
Como ayer anduve mucho hoy andaré poco. Después de comer iré al cine y la tarde no da para mucho camino. Es mi etapa nº 80 por Francia.

Amanecer en el albergue de Cherbourg.
Me despierto a las siete y me levanto a escribir. A las ocho me afeito y lavo. Bajo a desayunar. Una mujer se encarga de que todo esté a punto. Sobre la mesa, vajilla y cobertería necesarias, y el pan, con la jarra de zumo artificial. Cojo una mantequilla y dos mermeladas. Cuando lo tengo todo listo, voy por el café y la leche calientes. Llega un niño, saluda y se prepara sus cereales. Luego baja su madre con su hermano menor y, al fin, aparece el padre. Me dicen que la escuela termina el 5 de julio. Vuelvo al dormitorio, deshago la cama y bajo toda la ropa para lavar y la echo al cesto de la ropa sucia. Pregunto al encargado y me dice que yo mismo puedo poner en marcha el ordenador. Es lo que hago, pero no encuentro icono en pantalla de Internet Explorer. Le llamo y me lo saca de la manga y me lo pone en pantalla. Ahora ya puedo empezar. Contesto dos encuestas y la larga la dejo para más adelante. Digo a los de TNS que prefiero contestar el cuadernillo en casa y que me lo manden en papel, como todos los años. Es una encuesta anual que ronda las cien páginas. Todas las encuestas de TNS me dan trabajo y les tengo que dedicar tiempo valioso, que tengo que restar de otras actividades, como este blog, pero que me compensa con regalos para mí y toda la familia. Creo que soy uno de los encuestados atípicos. Veo las fotos que me manda Jon, mi cuñado, con mi sobrino Mikel, en Nueva York. Les respondo dónde estoy, muy cerca de Inglaterra. Ellos viven en Londres con mi hermana. Sin terminar de ver todo el correo, se me bloquea y lo abandono tras intentar recuperarlo tres veces. 
 
Al salir, voy a dar las gracias al recepcionista, pero ya se ha ido y su sustituta, Sandy, me ayuda para darme información de la costa que viene a continuación y me señala las playas de arena, buenas para dormir esta noche. También me cuenta cosas de interés, que no sé si encontraré, relativas al doble desembarco. Sandy, como su compañero, también es muy amable, y le cuento algo de mi viaje, pero tenemos que terminar, porque si no no salgo nunca.

Los paraguas de Cherburgo.
Son más de las diez y media cuando pido que me saquen una foto con paraguas. No llueve, ni falta que hace que llueva, pero me apetece emular la película de Jacques Demy. Estoy delante de la puerta de recepción del Albergue Juvenil. La sombra en el asfalto es testigo de que hace sol, aunque no pretendo que mi paraguas haga de sombrilla. Además, ni soy Catherine Deneuve, ni Françoise d’Orleac, las actrices y hermanas del film de Demy.

Teatro del Arlequín.
Como sé que está cerca, voy hacia el Teatro. Me oriento mal con el mapa y debo retroceder. Un niño que va en patinete, me acompaña hasta la puerta. Cuando entro, no hay nadie por allí. Veo el escenario iuminado. Las gradas para los espectadores tienen mesas y asientos. Da la impresión de ser un café-teatro. El lugar resulta muy agradable. 
 
Saco dos fotos de interior, con el escenario iluminado en tonos rojizos. Una enfocada más a la escena y la otra, sin dejar de tener la misma orientación, ilustra mejor el lugar en que ve la obra el espectador que, probablemente, estará consumiendo alguna bebida. No creo que en cada sesión disfruten de la escena demasiados espectadores. Me parece un aforo muy limitado. 

 



Salgo al exterior y saco foto del edificio. El espectáculo anunciado pudiera traducirse por el Calentador pérfido pero, quizás sea una pérfida traducción. Al salir, una chica, que forma parte del teatro, aunque no sé el rol que desempeña, me dice que en verano lo utilizan los grupos escolares y que, el resto del año, tienen una programación estable y variada. Luego me acompaña para encaminarme hacia el puerto. Allí, me dice, han instalado una exposición de objetos marinos.

 



Mercadillo y Reciclaje de papel.
Antes de llegar al puerto, paso por un mercadillo. Predomina la ropa y prendas de interior, bragas, sujetadores, calcetines, calzoncillos, faldas, blusas, camisas, vestidos, chaquetas… Todo de moda de aquí te pillo y aquí te mato. 
 
Los probadores son la propia calle. Tiene su encanto pueblerino. Dentro del edificio acristalado, lo que se muestra es bien distinto. Se ve que con el papel y el cartón reciclados que, aunque aparentemente sea algo que parece poco resistente, se pueden construir muebles para toda la vida. Una librería de color cartón natural con los nichos en rojo y negro, una Esfinge de Gizzá, asientos, banquetas, sillones… Alguien, una mujer, diserta sobre el sentido de lo expuesto y alaba a los que tienen la idea y los que han realizado los nuevos productos. 

Da la impresión de que hoy es la inauguración. Parece que sea un trabajo escolarComo es lógico lo dicen en francés y yo no tengo nivel suficiente, ni el interés necesario como para mantenerme de pie escuchando mucho tiempo. Tras dar una vuelta por toda la exposición, salgo de ella y continúo hacia el puerto.

El Puerto de Cherbourg. La Cité de la Mer.
Éste es un puerto importante y paso del puerto deportivo al otro, al mercante y de pasajeros. 
 

Tengo que pasar un puente levadizo, pues el pabellón donde está enclavada la exposición se encuentra en el otro lado. Al fondo está el pabellón llamado La Cité de la Mer. Antes de llegar a él, paso por una serie de auto-caravanas aparcadas. Al regreso veré que una tiene matrícula española. Llego al gran pabellón y veo que la entrada está al final. 

 
En el hall de entrada, antes del lugar donde se sacan los tickets, han colocado unos artilugios que es lo único que voy a ver, pues el tema no me interesa tanto como para pagar nada por él. 
 

Lo que veo es lo que han colocado para atraer a los visitantes: Un Nautilus, un submarino, una batisfera y una serie de cápsulas submarinas a las que no sabría qué nombre dar. Lo que se expone es colorista, aunque no sean colores demasiado vivos, salvo el amarillo. Amarillo el submarino es, amarillo, es, amarillo es… 


Pero aquí el submarino es principalmente marrón rojizo, aunque la parte que emerge en primer lugar, la que está más arriba, sea amarilla. Lo marrón parece que siempre permanece sumergido en el agua. La exposición, de pago, está en el edificio colindante. Aunque no visito la exposión y me contento con lo que os ofrezco, tengo la fortuna de encontrar el restaurante que está en el mismo pabellón de la Cité de la Mer. Había ido al puerto con intención de volver a comer a Le Commerce, pero…

Le Quai des Mers.
Se me ha echado la hora de comer y me acerco a ver qué menú se ofrece en este restaurante. La fórmula de midí es atractiva y me buscan una mesa individual. Pido una ensaladilla de lechuga, arroz, algún fruto de la mar con un pequeño langostino, que rechupeteo y reservo la cola para el final. 
 
La brandada tiene más pescado que la primera que comí, es más grande y está más rica. También la acompañan con ensalada. El postre es chocolate batido, como una mousse, y helado. Saco una foto del comedor. En primer término mi mesa y lo que fotografío es todo lo que tengo a mi espalda. Pago 17,90 € con Visa y voy al retrete. Han sentado a una pareja a mi lado. Estoy en la creencia de que son españoles, pero son galos. Me voy del Quai des Mer y quiero salir del pabellón por una puerta. Un señor me dice que esa es la entrada a la Exposición, así que lo tendré que hacer por otra, por la que he entrado.
Niños en el puerto.
A la salida del pabellón, hay muchos niños con sus maestras en el pretil. Están terminando de comer. Se podría pensar que es una salida educativa y que les han traído para ver la exposición. Saco una foto de conjunto disperso. Me asomo a uno de los malecones del puerto, al más cercano a los pabellones visitados. 

Aquí hay más niños jugando. Son los que ya han acabado su comida. Sus profesoras les vigilan. También hay una pareja con dos hijos, ella saluda de una forma especial. Saliendo del espacio de juegos con pretil al agua del puerto, algunos niños se acercan a preguntarme. Les digo de dónde vengo y a dónde voy. También se interesa una de las profesoras. Seis niños me persiguen cuando inicio la marcha. Se asoman al pretil y les fotografío. Unos mástiles de veleros separan a los niños de las niñas. Los tres niños se arraciman para posar, se sienten protagonistas; de las niñas, menos motivadas, sólo una posa y las otras dos están a su bola. ¿Se estarán haciendo las interesantes? Los seis están graciosos.
Adiós a la Cité de la Mer. Pescadores.
Voy abandonando la Cité de la Mer, el edificio de la exposición, y el restaurante Le Quai des Mers, donde he comido. Me voy acercando al malecón de los pescadores. En el extremo, tres barras en ángulo, de color verde, protegen un artilugio que parece puede ser de amarre de embarcaciones, pero no puedo asegurar que esa sea su función. 
 
Estos pescadores son muy comodones, ni siquiera pescan con la caña en la mano o en un soporte. La tienen tumbada en el suelo, esperando a que los peces piquen. Supongo que estarán atentos a la punta de la caña para ver si se mueve, pero la verdad es que mirando al horizonte difícilmente podran ver la caña y menos siendo hombres, pues yo también tengo asumida la crítica femenina de que “no sabemos hacer dos cosas a la vez”. Como veo a muchos pescadores, pregunto si se trata de alguna competición de pesca, o un concurso. Me asguran que no. Pregunto a otro si hay salida a la carretera sin tener que dar toda la vuelta, deshaciendo el camino, y me dice que sí. Dejo atrás a los que pescan y me voy marchando del puerto. Paso por el aparcamiento de caravanas, donde veo un coche con caravana y matrícula española, pero no a sus propietarios. No hay nadie ni dentro, ni fuera. Una ocasión menos para perder el tiempo charlando. He salido hacia la una del comedor y son la una y veinte cuando estoy llegando a CGR Cinemas.
 
Ne quelque part.
Veo Multicines y me acerco curioso a ver la programación. La mayoría de carteles ofrece cine de acción. También alguna comedia graciosilla francesa y poco más. Sólo me quedan dos posibles. Pero la otra no la echan, sólo lo harán en las cuatro días de la Fiesta del Cine. Se acerca la Fiesta del Cine que se celebrará del 30 de junio al 03 de julio a un precio de 3,50 €. Pero hoy sólo estamos a 27 y, si quiero ver una película, la tendré que pagar a precio normal. No suelo ir al cine cuando viajo, salvo raras excepciones. En Aveiro, en Portugal, vi una del santo António (Lisboa-Padua), rodada por un director italiano, con Jordi Moya de protagonista. A pesar de su gran metraje, la vi con interés. 
 
Cuando el pasado año pasé por La Rochelle, programaban algo del Festival, pero no tenía tiempo de cenar y ver cine, así que opté por cenar. Además muchas de las películas allí programadas, ya las había visto. Como sé que en Francia no doblan las películas, me encantaría que pusieran alguna española, así me evitaría tener que leer los subtítulos. Pero no hay ninguna y observo, como en mi país, predominio del cine USA. ¡Cómo estamos de colonizados! Apabullados por el poderío yanqui. Tampoco en la programación de La Fête du Cinéma, hay ninguna película española. Como ya he decidio ver algo, elijo una francesa, ya que estamos en la Galia y me inclino por “Ne quelque part”, Nacido en cualquier parte. No renunciando a mis orígines, tampoco entiendo a los que sienten orgullo por el lugar donde han nacido. El lugar de pertenencia es consecuencia del azar y yo, aunque a muchos pregunto de dónde proceden, en realidad lo que me cuestiono es su capacidad para adaptarse a los cambios culturales. Aunque la realidad es que cada vez nos parecemos más unos a otros y las consecuencias de la globalización las padecemos tanto exógenos como autóctonos. Yo, y más en este viaje que estoy haciendo, me siento cada día más ciudadano del mundo. Por esa razón, me atrae un título que considera baladí el lugar en que alguien ha nacido.  Pago 8,50 €. Son las 13:23 cuando saco la entrada y la película empezará a las 13:45. Eso es lo que dice el programa, pero la realidad va ser muy otra. Media hora o más de anuncios. No hay nadie controlando la entrada, así que podría haber entrado sin control de entrada. Pero ya la he pagado, así que no tengo ganas de enfurecer al controlador. No me extraña que esté yo solo en la sala 8. Entro con la sala vacía y poco antes de empezar la película entra otra chica que se sienta dos filas más atrás. Había dudado en silenciar el móvil o dejarlo. Al entrar ella, lo silencio. Cuando ella entra ya llevo más de un cuarto de hora de anuncios, con la sala en penumbra. Cansado de anuncios, me vuelvo hacia la chica y me dice que es lo habitual. Pasados 25 minutos, oscurecen la sala y empieza la película. De todo lo que ocurre en ella, lo más interesante es cuando el protagonista llega a Argelia, de donde son sus progenitores. Él nació en Francia y va a Argelia para resolver un problema de la vivienda de su padre que, por consecuencia de su enfermedad, ha tenido que ir a hospitalizarse al continente. Se emociona al ver la casa de su padre, la que ahora quieren demoler. Es como un sentimiento atávico de recuperación de sus orígenes, que nunca había sentido. El actor es flojo, no da la talla que necesita el personaje y la película es torpe, y echa mano de muchos tópicos. Un pariente le roba la documentación y tiene que volver a Francia, siendo francés, como si fuera clandestino. Poco menos que en patera. A pesar de sus fallos, me ha interesado. Pregunto a la chica al salir si le ha gustado. Me dice que sí. “¿Eres argelina?” le pregunto. “No, soy de la Polinesia”, y se va a orinar. Yo también me voy del Multicines dejando atrás a Brad Pitt al encargo de que anime con su Z World War a que se llenen las salas en la próxima fiesta del cine, que a mí ya me pillará llegando a Calvados. No aprovecho la oferta de McDonalds de bebida y menú.
 
Tourlaville.
Comienzo a caminar por la pista cyclable hacia Tourlaville, pero no me meto hacia el centre ville. Veo una carretera que va más cercana al mar, pero que anuncia Caen, Rennes, Mont-Saint-Michel… da la impresión de que son direcciones que se ofrecen a los que vienen de los ferries que han atracado en el Quai procedentes del Reino Unido. Hacia las tres y media, paso por una escultura que me recuerda a un fuselaje que se hubiera deshilachado.
 
Está dentro del recinto portuario. Voy paralelo a un puente de hierro, bajo el cual pasa un río o un entrante de mar que indica que la marea está baja. 
 




Como no hay forma de que acabe el Centro Portuario, no voy feliz. Paso por un cubo de muchos colores. No se trata de un Cubo de Rubic, pero se le parece. Éste, en lugar de tres colores en cada lado, ofrece cinco. Sería mucho más complicado de manipular para poder colocarlo según marcan los cánones. No sólo por su gran tamaño. 
 
Por fin ocurre. Llego a un camino con bicis y un caminante al que pregunto. Me dice que siga el camino hasta llegar a un túnel y que, cuando lo pase, ya estaré en la costa. Esdo es lo que ocurre. Cuando llego a la costa, ya estoy retrocediendo unos cuantos años, estamos en 1890, se ve que el que acabo de pasar era el Túnel del Tiempo. Este año parece indicar que los diques que se construyeron a cada lado del puerto de Cherbourg y que ayer fotografié con el frontal al pasar por la playa de las Salinas, se construyeron en dicha fecha.

Ya ha quedado Tourlaville atrás y ahora voy a pasar a la playa de Bretteville-en-Saire. La carretera que pasaba por encima del túnel peatonal y para los ciclistas, es la que se interponía entre la que yo traía y la costa. Ahora ninguna carretera interfiere la vista al mar.

Bretteville-en-Saire.
Salgo a la playa. Poca gente en ella. Saco una foto donde, a lo lejos, se ve ya el faro de Fermanville. Ese va a ser el lugar a donde pretendo llegar. 
 
La zona de playa más próxima al agua y que está más húmeda, está genial para caminar. Entre la duna y la arena seca, hay zonas con guijarros. Como voy combinando playa y paseo con dunas, paso junto a una carpa de circo que han instalado. Esta es blanca, algo impropia para un circo que, normalmente, ofrece imágenes mucho más coloristas. No es éste el caso, al menos en la techumbre.

Pasado el circo, me encuentro con una entrada de marisma. El mar penetra hacia el interior. En el centro de una especie área lacustre, crecen plantas que soportan bien el exceso de agua. De lejos veo que se trata de un gran y frondoso arriate de calas. Su copa blanca y su pistilo amarillo de polen es lo que más destaca. 

 


Enseguida llego al puerto. No es muy ancho, ni muy largo, pero están amarradas bastantes embarcaciones pequeñas. Sin pasar al otro lado, me voy acercando a la bocana. Ya pasan de las cuatro y media. Pronto aparece señal de 6 Km. para llegar al faro de Fermanville. Paso por una salida de agua dulce que llega al mar.

Maupertus-sur-Mer.
La costa es flojita, con zona de rocas y pequeñas acumulaciones de arena intermedias, no en el acceso al agua. Ya me lo ha advertido la chica de recepción. A ratos sigo el sentier litoral, pero me canso de entrar y salir a carretera, así que dejo de lado el sendero y sigo definitivamente por la route. Como va con bastante circulación, de vez en cuando me tengo que meter en la hierba. 

 







 Así llego a Maupertus-sur-Mer donde, a continuación,  está el Anse de Brick. Primero paso por una playa que en esta marea, todavía tiene la arena muy húmeda y que con la marea alta la deja sin nada de arena. La parte más próxima al acantilado es un muro inclinado, que poco a poco se endereza y que, ya en el otro lado, se asciende de la playa por rampa. 
 
Las casas están protegidas por recios muros contra el embate del mar. Son de una o dos plantas. Llego a un lugar donde indican con cartel que estamos en el Val de Saire. La Saire es un valle formado por un río del mismo nombre y que discurre por el interior. Voy por la carretera y, tras el cartel, hay un monte rocoso que no me permite ver el mar por un rato. Al fondo se aprecia muy bien el faro de Fermanville. Hasta que no doble esta curva de la carretera no voy a poder ver el Anse de Brick, cuya playa y poblado saco desde el lado de Maupertus-sur-Mer.

Anse de Brick.
En esta playa pasa algo parecido a lo que ocurría en la anterior. La marea baja deja una playa profunda pero muy húmeda y con poca o nada de arena seca en la zona alta. Brick es el nombre del barrio que queda al otro lado. Ahí reconstruyen y agrandan una casa.
 

Este lado de Brick ya pertenece a Fermanville. Pasadas las seis ya estoy viendo el faro de Fermanville, así como piezas parceladas, donde no sé qué cultivan.





Con el faro a la vista, me hago a la idea de llegar a él y de buscar algún lugar adecuado para pasar allí la noche. No es fácil el acercamiento, que se vuelve más complicado según más me acerco a él, pues a ratos dejo de verlo y deja de ser mi guía. Todavía me queda un gran tramo para llegar a Fermanville Bourg. Sigo adelante porque así señala el indicador: Phare. Este camino me va llevando hacia las afueras del pueblo.
 

Veo un restaurante que ficho por si al regreso me conviene. Pero no va a ser eso lo que va a ocurrir. Entre las casas, descubro una brasserie y también me la anoto en el magín. Los indicadores van seleccionando: Chapelle de Lorette, Phare, Semaphore y Fort de Cap Lévi.

Chapelle de Lorette.
Veo la capilla y la fotografío por fuera. Es muy bonita y de piedra vista, pero de un estilo que no podría definir. Un ave zancuda en el campanario sin campana y un gallo de veleta disfrazado de ballena, hacen aún más extraño el conjunto. 

Visito la capilla, pero no es tal, sino que ofrece una gran exposición de bisutería y artesanía marroquí. No hay nadie dentro. Fuera hay un perro que me ladra, pero poco. Saco dos fotos del interior. Hay piezas de cerámica y vidrio muy pequeñas y que contrastan con el gran tamaño de algunas lámparas, todo de estilo árabe.  En el lado derecho hay vajilla, platos decorados, fuentes y tinajas con mucha filigrana colorista. El conjunto es bonito y atractivo, pero yo no tengo intención de comprar nada, ni de llevármelo prestado.



Algún católico podría decir que han puesto toda esta quincallería de Alá para cubrir o encubrir al profeta Jesús en la cruz. Abandono este pequeño santuario convertido en cueva de ladrones, aunque ni he visto a Alí-Babá, ni a sus cuarenta. Dejo de lado el Fuerte del cabo Lévi, que al regreso del faro fotografiaré, y continúo hacia el semáforo, un edificio torreta que contiene antenas de control militar. No me atrae nada y ni siquiera lo fotografío. Continúo hacia el faro.



Phare de Fermanville.
Un lugar de acampada de autocaravanas y con posibilidad de dormir a cubierto. El faro me gusta. Es esbelto, interesante. Lo fotografío entre dos edificios bajos, que lo hacen parecer más alto to davía. Son dos casas colocadas de forma irregular. He visto y veré otros con más simetría. La foto la hago con zoom, a cierta distancia. Son ya las siete de la tarde y aún no sé si encontraré el lugar adecuado para cenar o me quedaré sin cena. Al retroceder hacia el pueblo, fotografío de lejos lo poco que veo del Fort del Cap Lévi.
 

Dos mujeres vienen, les adelanto, mientras saco la foto, me pasan. Las vuelvo a alcanzar. Me dicen que la brasserie está bien de precio, que no es cara. Voy hacia allí. Pregunto en la boulangerie y la panadera me orienta. Pero cuando llego a la brasserie me dicen que allí sólo me prueden preparar un bocadillo, pero que a un kilómetro puedo cenar en un restaurante. Camino un rato más y lo encuentro.

Vallée des Moulins. Le Grand Moulin.
Ya he llegado al valle de los molinos y veo unos edificios a los que no sé por dónde se accede. Bajada a un patio y entro en el restaurante Le Grand Moulin. El lugar tiene muy buen aspecto, el comedor resulta muy agradable. Admiten Visa. Como sugerencias del chef: un paté con panes tostados y chalota frita, muy rico y moules al vapor, con un pichet de 25 cl. de vino blanco, pago 19,70 €. Voy al servicio a orinar y para llenar la botella de agua para la noche. Cenan pizza un padre con dos hijas de unos ocho años. Se ve al cocinero extender en sus manos la masa y levantar las tapas de los diversos ingredientes que, supongo pues no veo, va expandiendo sobre ella. Cuando pregunto a la señora si tienen camas para esta noche, me dicen que no funciona como hotel.

Buscando cama en el valle de los Molinos.
Cuando salgo, está lloviendo y mi plan de seguir al siguiente pueblo se tambalea. Me quedo mirando en la zona. Entro en un recinto donde en este momento aparca una autocaravana que se queda con alguien dentro. Veo una parada de autobús escolar que tiene suficiente espacio como para que pueda montar mi cama, pero está demasiado próxima a la carretera y, aunque a estas horas apenas hay circulación, no me apetece. Hay también una gran rueda de molino bajo tejado y que está muy a propósito.


Si no encuentro nada que me parezca mejor, volveré a ella. Luego la fotofrafiaré, será la última foto del día. Me acerco a la iglesia, pero está cerrada. Fuera no tiene ningún voladizo, ningún alero, que cubra algo de la lluvia. El cementerio aledaño tampoco me sirve. Me resulta curioso que al lado del cementerio pase un arroyo claro, fuente serena, ¿quiente ha lavado el pañuelo?, saber quisiera…Un riachuelo para que los muertos laven sus paños mortuorios, sus sudarios. Veo unas toilettes. Entro en las dos, en la de mujeres y en la de caballeros. Me perece mejor la primera, limpia y más espaciosa.

Me acerco a unos que están en su auto-caravana y me dicen que no las van a usar, pues tienen la propia incorporada. Saco foto de la piedra de molino del valle de los Molinos. Me organizo y me cierro por dentro. Me doy aloe-vera y para las nueve ya estoy tumbado. A las 22:15 aporrean la puerta. No respondo y no insisten. Sigo durmiendo, aunque lo de dormir es un decir. Finalmente el cansacio es el que me derrota y duermo despreocupado. Durante la noche, me levanto dos veces a orinar. Hacia las seis oigo un ruidito, me levanto y me visto. Pienso que puede ser la persona que viene a hacer la limpieza y no quiero que se lleve otro susto como la mujer de Barneville. Pero cuando voy a salir por la puerta a las 6:15…

Balance de jornada norteña.
Digo norteña, porque estoy lo más al Norte del mar de La Mancha. Ayer venía del Sur, mañana iré hacia el Sur. El haber pasado la mañana disfrutando en Cherbourg y haberme metido en el cine de la misma ciudad, ha supuesto muy poco avance, pero ha sido una demostración de cariño hacia el cine francés, también me gusta el cine español y cada vez menos el norteamericano USA. Incluso cuando tocan temas interesantes, casi siempre la cagan. El paseo de la tarde no ha sido muy brillante y llegar a Fermanville, a su faro, y cenar bien, no ha sido valadí. No me puedo quejar de la jornada.

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