miércoles, 8 de junio de 2016

Etapa 16 (373) Saint Vaast la Jougue-Brucheville



Etapa 16 (373). 29 de junio de 2013, sábado. San Pedro.
Saint Vaast la Hougue-Quettehou-Marsalines-Aumeville Lestre-Lestre-Quinquiville-Quireville-Ravenoville-Utah Beach-Brucheville.

Hoy va a ser jornada en que me meto de lleno en zona del Desembarco del Día D. En mi mapa aparece como punto clave Utah Beach, un nombre inglés para una playa francesa. Debajo del nombre pone “Plages du Débarquement”. Tras el paso por esta playa iré por interior hasta desembarcar en Brucheville, y ser acogido en casa de mis amigos Beatriz y Francisco. Si en las primeras etapas de Francia, anteriores a Bretaña, fueron Pierre y Huguette, Romeu y Jacqueline, Virginie (Encarna) y Alain… René en la etapa previa a île de Batz, luego en Bretaña, Annick, por partida doble, ahora estos nuevos amigos, que no van a ser los últimos, pues vendrán Pippa y Peter antes de que finalice territorio francés, y muchos más. Recordarlos es una muestra más de mi agradecimiento. Todos los años les recuerdo y les tengo presentes en mis aventuras.
 
Amanecer con golondrinas.
Me decían cuando era pequeño que había que respetarlas, no darles un perdigonazo, pues aliviaron a Cristo comiéndose las espinas de la corona con que le nombraron Rey de los Judíos. Si eso ocurriera en la actualidad, sería un gran deshonor. Lo de rey de los israelíes y los judíos del mundo, los que hacen judiadas, no lo de las golondrinas… Esta noche me he levantado tres veces a orinar. Lo hago desde la plataforma sin mear el material que tienen allí almacenado los trabajadores de la obra. 

Me mantengo sin levantarme hasta las 6:40 horas, pues estoy observando el ir y venir de las aves. Creo que son los dos progenitores los que van y vuelven. Ayer no, pero hoy por la mañana veo los primeros vuelos torpes de sus criaturas. Hacen poco recorrido y se lanzan a la aventura, pero sin alejarse del nido. Tiempo tendrán para volar en libertad. Yo tuve que esperar hasta mi jubilación con sesenta años y nueve meses. Ellos van a ser libres mucho antes, aunque de adultos también tendrán que alimentar a sus descendientes. 
 
Una servidumbre que las golondrinas hacen por instinto y nosotros por amor. Me visto y saco fotos que ilustran lo que estoy contando. Las cuatro fotos que he sacado del lugar bajo techo donde he dormido son: La primera el techo de la cubierta. Estoy buscando el lugar donde está el nido. La segunda, localizado el nido, viendo el ir y venir de los padres y los primeros vuelos de los hijos. La tercera muestra el suelo gris y algo duro en la vertical de caída de las cagadas de las golondrinas. 

Y la última, el rincón donde he dormido, aunque ya con la esterilla y el saco recogidos. Orino por última vez y me voy. Después, cuando me dispongo a salir al exterior de mi refugio nocturno, saco tres fotos del edificio. 

 







 

En la primera no puedo asegurar si el edificio es nuevo o está siendo rehabilitado. La construcción de piedra de las paredes, hace pensar en rehabilitación. Las lajas de pizarra del tejado parece que son nuevas. Por tanto, no sé a qué carta quedarme. Después saco una segunda del portón de entrada, tras pasar el hueco de acceso a la casa. Este es el portón de entrada al patio. A través de él es como mejor se aprecia la cubierta bajo la que he dormido, aunque las golondrinas, mi espectáculo gratuito y privado, no se pueden ver.

La última presenta casi todo el conjunto, con el gran portón vallado por donde al inicio pensaba haber entrado. La tapia baja muestra el vano por donde entré ayer y salgo ahora. Me marcho del lugar agradecido, pues ha sido un muy buen cobijo, aunque no tenga a nadie físico a mano a quien agradecer.

Boulangerie, bar-Tabac y PMU.
Salgo buscando sitio para desayunar. Trato de llegar al Tabac que me orientó ayer tarde hacia los hoteles, pero no lo encuentro. No logro llegar a la calle principal. El primer Tabac que veo lo encuentro cerrado, pero un hombre me dice que abren a las siete. También veo dos pastelerías. Ya tengo todo bajo control. Están montando el mercadillo. De momento está en marcha el puesto de la fruta y veo que llega otro carromato. Han ocupado toda la esquina de una casa. Supongo que los propietarios del local que queda casi oculto, no abrirán los sábados. Si no, es una putada lo que les hace el mercadillo. Regreso al primer Tabac, que es también PMU, y ya está en marcha. Confirmo que no ofrecen croissant y voy a la primera pastelería. Compro cruasan y caracol de pasas y pago 2,10 €. En el bar me sacan un café con leche que, aunque pido con mucha leche, me sacarán con poca. Pago 2,50 €. Me siento en un rincón para no estorbar, pero me cierran por ambos lados. Un hombre que lee varios periódicos se sienta con la pierna extendida y, cada vez que paso, la deberá encoger para que yo pueda hacerlo. Por el otro lado está el patrón de un barco. Tiene grabada una canción que me recuerda a la del inicio de la transmisión del Tour de France. Leo en letras grandes que los favoritos para este año son Froome y Contador. Se inicia en Córcega, la isla que visitaré el próximo verano. Leo también, tras ver la foto de la escultura que brillaba cuando pasé por el Mar de la Saline, hacia Equerdreville-Hainneville. Dice que está en la Traversée de Jean Bernard Métais. Un dato para completar mi álbum fotográfico. Es un periódico grande, incómodo para manejar, aunque me sirve para repasar nombres de pueblos y ciudades que ya he dejado atrás. 
 
Ferrer sigue adelante tras eliminar a otro español. Murray ha eliminado a Almagro. Son las ocho y cuarto cuando dejo de leer y escribir. La tripa llena por el desayuno se ha vaciado con la cagada. Así abandono el bar-Tabac-PMU.

Hacia Quettehou.
Como los franceses ponen letras para comérselas, oigo que a esa ciudad la llaman con el sonido “Ketú”, así se escribiría en euskera. Vuelvo a salir por la zona del mercadillo. Ya se está llenando, aunque algunos andan algo tardíos. Todavía se ven pocos clientes. Un letrero en la esquina que el mercado de los sábados se celebra de 6 a 15 horas. Una caja con pencas rojizas me hace pensar en que puedan ser tronchos de ruibarbo. 
 
Me recuerda a la plantación que vi llegando a Mont-Saint-Michel. Un joven vendedor me lo confirma. Allí lo vi de lejos, en planta, en la propia tierra. Ahora lo veo en pencas ya preparadas para la venta y el consumo directo. Un artesano hace caricaturas en madera, sacando luces y sombras con distintos tonos de marquetería. Cojo una carretera que es menos importante pero que intuyo me va a llevar al mismo punto que la principal y con menos circulación. Sin embargo, no las tengo todas conmigo. Miro al sol para orientarme, pero me parece que el sol me viene del Norte. ¡Qué lío! El sol me lía más, cuando debiera ser todo lo contrario. Llego donde un joven que poda arbustos. Él no sabe, pero me dice que su padre va a salir a la puerta y me dará una respuesta. Es un hombre muy amable, se entusiasma y asombra con mi viaje. 
 
Habría querido estar conmigo horas charlando, pero tiene que trabajar. Me dice que siguiendo por donde voy acabaré saliendo a la carretera principal, pero que tiene acera. Continúo y, ahora sí, me equivoco y me doy cuenta de que voy en dirección a Saint-Vaast. En la siguiente rotonda, rectifico, cambio de sentido y de nuevo me dirijo hacia Quettehou.

Quettehou.
Lo primero que veo al entrar es unos muñecos hechos de jirones de sábanas, representando a personas que, para mostrar su tristeza dibujan con bocas con el rictus hacia abajo. Tristes, tristes. No entiendo lo que significan los carteles que leo, pero da la impresión de que fuera una reivindicación de tipo sanitario. No hay ninguna manifestación de personal sanitario para poder preguntar qué es lo que piden. Me marcho sin saberlo. 
 
Pronto llego a la iglesia, donde tampoco me dirán nada de la cura de cuerpos, aquí se curan las almas. Es la iglesia más extraña que he visto nunca. No sabría adjudicarla a ningún siglo en particular. Tiene que ser reciente, pero me retrotrae al medievo, aunque también podría ser un garaje, donde aparcan las almas inservibles, o para su reparación, o las almas muertas. No tiene ni torre, ni campanario. 
 
Frente a la iglesia está el ayuntamiento que es un edificio mucho más potente y clásico. Este Hôtel de Ville es más normando, al menos su bandera cuelga de las ventanas superiores y en el ramillete central está junto a la tricolor y la europea. Al no leer Mairie, pienso que este ayuntamiento pertenece a una ciudad más que a un pueblo.
 
También por estar en letra negrita en mi mapa. Paso por un depósito de agua que probablemente fuera un lavadero, en tiempos, muy frecuentado, pero ahora en desuso. Tiene una potente cubierta, pero las lajas de pizarra ya se están deteriorando por uno de sus flancos. 

 



Poco después, llego a la entrada de una propiedad privada. Tiene recios postes de piedra como para soportar potentes verjas, pero la realidad es que el paso está abierto. ¿Fue privada y ahora va a ser pública? No lo creo, pues de ser así, habrían quitado el cartel. 

El camino que va hacia su interior parece invitar a pasar y seguir, pero no quiero arriesgarme y tener que hacer un camino de ida y vuelta. Ya estoy saliendo de Quettehou y llegando a Marsalines.

Marsalines.
Siendo un pueblo menor, ofrece una iglesia mucho más potente que la de Quettehou. 
 
La carretera tiene un pequeño arcén diferenciado de tierra y piedras amarillentas, pero pronto se volverá como casi todas las carreteras por las que voy pasando. Hay menos circulación frontal que trasera y pocas veces tengo que meterme en la hierba. La iglesia que anunciaban está fuera del pueblo. La veo con el intermedio de una finca de hierba.
 
Me acerco a la iglesia y compruebo que, como tantas, ésta también está rodeada de cementerio. Sobre las tumbas, en el horizonte, se ve todavía la torre Vauban, al fondo. Paso por la entrada de una casa de gente potentada que me abre las puertas de par en par. Se ve que la gente de aquí es confiada, que ve poco la televisión y que no tiene miedo que le roben. 
 
A lo mejor no son tan ricos como parecen y los ladrones no van a encontrar nada interesante que robar. Sobre la casa, en la loma, se ve una torre que puede ser la del agua aunque es de una forma muy distinta a las habituales en Francia. Sin haber entrado en el pueblo, ya estoy saliendo de él. En las afueras y antes de llegar a Aumeville-Lestre me encuentro con tres burros. Tal como los veo posicionados, me viene a la mente La Sagrada Familia Asnal, aunque para que estuviera completo el Belén, faltarían la mula y el buey. No veo flauta alguna, así que no puedo oír la música asnal.
Aumeville-Lestre.
Llego a una iglesia con cementerio que ya pertenece a Aumeville-Lestre. Esta parte está más cerca de la costa que Lestre, que quería evitar para no meterme por interior, pero las circunstancias me llevarán hacia allí. La iglesia tiene contrafuertes laterales que me hacen pensar que las paredes son panzudas, pero no ocurre tal cosa. La portada es sencilla pero bonita y la torre tosca y equilibrada. 
 
Ofrece en la cima cruz, pararrayos y gallo de veleta. De las cruces que culminan las tumbas, destaca un ángel de grandes alas de mármol o alabastro. Como es un ángel nudista nos enseña la raja del culo. Camino de Lestre, paso por una gran mansión que está integrada en un conjunto cuadrangular. Es un conjunto espacioso, con doble escalinata de acceso a la puerta principal. Lo mismo puede ser un hotel, que una residencia de ancianos, que un centro de vacaciones. Cuando paso, pocas ventanas están abiertas y sólo dos coches en el aparcamiento. Hay dos palmeras y rosales en los jardines laterales y en el central, el que conforman las dos escalinatas, se ven arbustos bien recortados, que perece que me quieren dar la clave del lugar. Parecen tres letras. Arriba una V o una U y abajo una S y quizás otra S invertida. 

Abandono el lugar sin poder preguntar y sin saber a qué se dedica, y me voy acercando a Lestre, donde anuncian chapelle y molino.

Lestre. Chapelle de Saint-Michel.
El camino me va metiendo bien en el pueblo pero luego, cuando intento encontrar los monumentos recomendados, me costará Dios y ayuda encontrarlos. De hecho, daré con la capilla, pero me quedaré sin ver el molino. 
 
Llego a un lugar que es propiedad de alguien y me informa que este es el lugar que llaman el molino, pero que no hay molino alguno. Me dicen que hay uno pero que está muy lejos. Habría que saber qué es muy lejos par el que me lo dice. Me dice también que la capilla está más arriba. La veo totalmente derribada en cuanto a techumbre, aunque mantiene algunos lienzos de pared que resisten los avatares del tiempo. Me meto por interior, llego al ábside del altar mayor y también veo alguna estatua en piedra en bastante mal estado de conservación y si no lo protegen las inclemencias del tiempo no vana mejorar la actual situación de esta vulnerable y vulnerada capilla.  

La primera foto ofrece unos arcos ojivales y una mesa explicativa del lugar. Entre las fechas que veo, ninguna es anterior a mil ochocientos, algo que me sorprende, pues me parece que esta capilla debe tener más antigüedad. Busco a los Santos Cosme y Damián, que menciona y no los veo juntos. A lo mejor se los han llevado a algún museo diocesano. Quizás alguno de ellos sea el que fotografío en la segunda. La tercera ofrece desde la nave central y el altar mayor, un altar de la nave lateral. Con estas tres fotos doy por finalizada mi visita a la Chapelle de Saint-Michel.
 
Por camino amarillo hacia la playa.
Voy por un camino de piedrecillas amarillentas, como el de Dorita en El Mago de Oz, y paso por un lugar donde hay muchas vacas. La mayoría ni se entera cuando paso y pocas me miran. En el horizonte se siguen viendo las dos torres Vauban. 

Lo mismo va a ocurrir con la que saco en la playa. Un hombre me dice que tengo dos opciones para ir a Quinquiville, que ni siquiera aparece en mi mapa. Una es por el interior y la otra por la playa. Elijo esta última. Cuando llego, miro las mareas. En Saint-Malo la alta es a las 12:15 horas e intuyo que aquí no diferirá mucho y sueño con darme un baño. Pero la realidad es muy otra. 

El mar está lejísimos de la duna y son ya las once y media. Tampoco me extrañaría que la pleamar se produzca rápidamente dada la lisura de esta playa. Como decía, las dos torres Vauban siguen apareciendo en el horizonte y da la impresión de que se podría ir andando hasta ellas. Saco otra foto hacia el sur, que es a donde me va llevando esta costa hasta que llegue a Calvados, y ya se puede apreciar que la marea está subiendo.
 
Quinquiville. Conchas de nautilos.
La superficie de la playa es de arena gruesa, pero hacia la duna es de cantos rodados. Pero durante un espacio, desde donde ya se aprecia mi acercamiento a Quinquiville, lo que creía piedras y guijarros, ahora son conchas de caracolas. 
 
No soy experto en esta materia, como no lo soy en tantas otras, pero estas caracolas me recuerdan a los nautilos que he solido ver en algún reportaje televisivo de naturaleza animal marina. Saco foto de las caracolas que se agrupan de tal forma que simulan una calzada que hubiera sido fabricada por la mano del hombre. Sin embargo es tan natural como la vida misma. Hay miles, millones de caracolas y da pena pisarlas, para no romperlas. Como del baño ya me puedo olvidar, ahora mi deseo es que se produzca al menos por la tarde.
  
Quinéville. Mémorial de la Liberté Retrouvée.
He guardado una concha de nautilos para recuerdo de mi paso por las playas del Desembarco. Tengo una del año pasado, pero aquella es bretona. Ésta es normanda. Cojo un camino que me lleva a Port de la Sinope, que es un puerto fluvial donde están amarradas pequeñas motoras. Todas descansan sobre el limo y, aunque en el centro del lecho hay agua, es poca y a estas horas no navegable. Para pasar al otro lado, debo hacerlo por un puente, que también es esclusa. 
 
El hombre de verde me asegura que la concha que he cogido es de nautilos. Había cogido dos pero con un me sobra y tiro la otra a la esclusa. Ya me estoy acercando a la primera muestra del desembarco. Se trata del Memorial de la Libertad Recobrada. Un hombre me dice que tengo restaurante a un kilómetro. Esta noticia me resulta mucho más interesante que el Memorial. Quinéville está al norte de Utha Beach. 
 
Llego al bar La Breche, pero no ofrecen comida. En el Memorial se reproduce la vida cotidiana de los franceses durante el período confuso de la ocupación. Lo leo en el cuadernillo 1944 Comprender y emocionarse. Para las doce y cuarto ya estoy delante del museo. Banderas de los países aliados que colaboraron con Francia para la expulsión de las fuerzas armadas alemanas. Veo la alemana, canadiense, inglesa, francesa, norteamericana… No entro al museo, pero una mujer me da un mapa de toda Normandía, peor que el que llevo desde Hendaye. Confío en encontrar otro mejor de Calvados. Me dice que Utha Beach la encontraré siguiendo por la playa. No encontraré cementerio hasta que llegue a Omaha, en Calvados. Me da un prospecto donde quizás, lo más interesante sea la fecha 06.06.1944 y el cabo La Pointe du Hoc en Criqueville-en-Bessin, donde se explica algo de la batalla. 
 
Me despido y me voy a comer. Son demasiados muertos, aunque no tantos como nautilus. Es una forma de banalizar tanta tragedia, ¿cómo puedo comparar seres humanos con invertebrados? Según me vaya acercando a la Baie des Beys, tendré que preguntar si se puede seguir caminando por la costa, pero todavía estoy lejos de llegar allí. ¿Llegaré hoy a Calvados? Cuando paso, la oficina de turismo está cerrada. Entraré al marchar.

Hotel de la Plage.
De lo que ofertan, elijo el menú de fin de semana. Aunque ofrecen medio tourteau. Para no eternizarme, pido seis ostras. De segundo un filete bleu con ensalada y de postre me ofrecen crema brulé (como la catalana) y algo de chocolate, así que pido helado (manzana y limón). Sin problemas, pago con la Visa 27,50 € pues está incluido un pichet de Merlot. Escribo mientras bebo lo que queda del Merlot, ojeo el prospecto de la batalla de Normandía y, mientras se acaba de cargar el móvil (ayer se cargó poco durante la cena), dejo todo a las 14:10 horas. En el desayuno he defecado copiosamente y ahora sólo sale un choricillo, una bolita y un gusanillo. Vacío el pichet de agua en mi botellín y exprimo el limón que me ha sobrado de las ostras. No comento nada de  i viaje y salgo con ganas de darme un baño.

Oficina de Turismo.
Son las doce y cuarto cuando voy a salir a la playa. En el lado derecho del acceso, veo una caseta que, de lejos, no sabía que podría ser la Oficina de Turismo. Subo a ella. Marilyn tampoco tiene plano de Calvados, pero me proporciona otro de la parte que me queda para finalizar La Mancha. Me va a venir muy bien, puesto que ilustra algo mejor que el que tengo, está algo más detallado. El punto central es la Baie des Veys.
En realidad, para llegar a Utha Beach no hay demasiado misterio, pues se trata de seguir la playa hacia el Sur. Agradezco lo que me han dado y, tras bajar las escaleras de madera, entro en la playa.

La playa de Quinéville.
Esta playa no es muy buena, pues combina arena y grava. Debo alternar, unas veces voy calzado y otras descalzo. Camino hacia el desembarco. A veces voy por el paseo que está junto a la carretera. Las casas de Quinéville se asoman al borde del mar. Paso por zonas donde han tenido que echar grandes rocas de defensa, pues alguna de las casas peligraba y se la podría haber llevado el mar que, aunque parece manso, a veces se muestra bravío y peligroso.

Playa de Gougins. 
Baño nudista rápido.
Ya ha quedado atrás la de Quinéville, y llego a la playa de les Gougins. Se han acabado las casas y en zona intermedia y antes de llegar a Ravenoville plage, hay una campa donde aparcan autocaravanas en lo alto. Me desnudo y me doy un baño. En esa zona en que el agua del mar deja de ser de color marrón. La marea ha subido mucho más tarde que mi listado de Saint-Malo y ahora ya ha empezado a bajar. A lo lejos se baña una madre con dos hijos que tienen traje de neopreno.
Por el Sur, una señora camina buscando algo en la arena. Supongo que no serán conchas de nautilos. Reanudo el camino haciendo combinaciones de playa, paseo marítimo y carretera.

Saint-Marcouf-de-l’isle. 
Église du Bon Secour.
Llego a este lugar, donde destaca la Iglesia Parroquial del Buen Socorro. Dispone de una hermosa nave, aunque no la puedo visitar por dentro, pues está cerrada. 

Me gusta su torre y el pincho del campanario, que se rodea de cuatro pináculos menores. Da una bonita imagen de conjunto. Luego paso por el cementerio y como veo una estatua, me acerco para ver a qué santo pertenece. Es un monumento construido como homenaje al Padre Elié Leroy que fue cura de la parroquia entre 1848 y 1891. Está situada fuera del cementerio, así que está claro que no es una tumba más. La parroquia se va quedando atrás.  

Bajo de nuevo a la playa. He visto cómo llegaba un tractor a la orilla, dos hombres han bajado, han metido su motora con el carro auxiliar superando las olas, han alejado un poco el tractor del oleaje y se han ido hacia alta mar. Como la marea está bajando no hay miedo de que se lo lleve el mar, pues para cuando regresen la marea continuará baja. 

Como por la arena seca voy incómodo y hoy voy a tener playa hasta hartarme, salgo a camino. Paso por una pequeña construcción en un ángulo sobre una plataforma, probablemente corresponda a una mansión que veo más al interior. He pasado sin enterarme por el Museo de Batería de Crisbecq, que está más al interior. Siguiendo una línea vertical por interior habrá otros museos, pero me despreocupo de ellos. El camino por el que continúo hacia Ravenoville, es magnífico.

Ravenoville. Casetas.
Llego a la playa de Ravenoville, preámbulo de la de Utah Beach. Lo que más destaca en el paseo marítimo es la gran cantidad de casetas de playa que se agolpan, dejando un poco de espacio entre ellas. No mantienen una constancia en anchura ni en altura y los colores son muy apagados, aunque muy diversos. Desde la playa veo que están por encima del pretil, pero no sé si hay paseo marítimo por delante o no. 
Cuando subo al pretil, veo que las casetas disponen de un espacio intermedio, privado, para tomar el sol. Bueno, privado privado no lo es, puesto que yo paso por ese espacio frontal a sus puertas. Vistas de cerca, muchas son más que casetas, y algunas, verdaderas casas. A esta hora, la fachada ya está en sombra. Una familia con bebé se arrima al muro para poder tomar el sol. La madre joven le da de comer a su niño. Visto lo que quería ver, bajo de nuevo a la playa. 

Búnkeres en la playa.
Antes de salir del ámbito de Ravenoville, ya empiezo a ver búnkeres en la playa. El primero que fotografío se muestra firmemente asentado y unido a un muro. Quizás la parte más deteriorada sea la cubierta, pero sólo puedo ver levantada una esquina. No hay muestra de grafiteros, y me desagrada más por su seriedad, como si estuviera listo para la siguiente guerra. 

El siguiente búnker también está igual de bien mantenido. Unos jóvenes están dentro, inspeccionando, mientras que una mujer pasa de guerra y se tumba en la playa vestida a tomar el sol.

Utah Beach.
Larguísima playa del desembarco. No sé donde acaba la de Ravenoville y comienza la de Utah, pero tampoco sabré donde terminará ésta, puesto que sin terminar de pasarla, me meteré hacia el interior por uno de los caminos señalados en el nuevo mapa, pero no me preguntéis por cual. 
 
En la primera foto que saco de Utah Beach ya se ve una pequeña construcción sobre la duna y, más adelante, dos banderas, la norteamericana y la francesa. Casi nadie en la playa. Poca gente va y poca gente viene del Museo del Desembarco Utah Beach. Parece que al fondo acaba la playa, pero no es más que una pequeña curva y luego continúa igual.
 

En el siguiente tramo, saco otra foto con más casamatas, éstas ya algo más derruidas. Pero no voy a sacar foto a todas. Tantas, ya aburren. Dudo si me voy a pasar Utah Beach sin enterarme. En la guía que me ha dado Marylin a los búnkeres que voy pasando los llaman baterias o casamatas. De esa guía es de donde saco la fecha del desembarco del día D 6 de junio de 1944. 
 
Cuando me encuentro con seis adultos que vienen de Utah y les pregunto si ya desembarcaron… ¿Un poco tarde, no? Fue el 6 y llegan el 29 de junio. “La guerre est finie”, les digo. Ellos me siguen la broma. Sobre todo una mujer que, según me dice, también es andarina. Me despido de ellos y se marchan asombrados de mi viaje. Me aseguran que encontraré la playa de Utah. Paso por una construcción, más búnkeres y confío en encontrar algún nudista. No será cierto. En la tercera foto se ve sobre la duna un muro, pero no subo para ver de qué se trata. A lo lejos ya se aprecia el nuevo museo del Desembarco Utah Beach. Me parece un despropósito imitar con un edificio acristalado un búnker más. Debieran haber aprovechado las casamatas existentes en la zona y haber hecho un gran recinto con ellas. 


Cuando llego al pie del museo lo que menos me apetece es subir a verlo. Si la entrada del de Quinéville costaba 6,50 €, y ya me parecía cara, la de aquí cuesta 7,50 € y no me apetece ver un hangar con aviones. Es lo que destaca en el prospecto que llevo. Por la orilla pasean dos hombres jóvenes. Uno me mira con cierta insistencia y le digo: “¿No había suficientes búnkeres y han tenido que hacer otro más?”. “Es el museo”, me responde y no lo veo nada dispuesto a compartir mi opinión. No insisto en mi idea de que una o varias casamatas hubieran sido el mejor museo. El folleto de Marylin, que dice “Comprender y Emocionarse”, cuando llego al lugar, no me produce ninguna emoción, ni me atrae verlo. Como mucho, siento piedad por tanta gente sacrificada para salvar un mundo que ya es pasto del consumismo. Siento pena porque en Normandía, lo que queda, sirve para atraer a veraneantes hacia el consumo cultural, el de la historia de los primeros años cuarenta. Otro negocio a explotar. En cualquier pueblo de los que voy pasando y pasaré, tratan de vender una gesta, un hecho heróico, y adornarlo e ilustrarlo para el consumo. Con su pan se lo coman los franceses. Quizás mi actitud venga derivada de que yo naciera tras la bomba de Hirosima, con la contienda practicamente finalizada, el 10 de mayo de 1945, y sea hijo de pa posguerra. Una vez pasado el museo por la playa, creo que no me conviene continuar por ella, pues según me ofrece mi mapa, estoy llegando a la Baie des Veys, donde desembocan varios ríos, el primero canalizado, el canal de Carentan y, ya en Calvados, también canalizado al final, la confluencia de los ríos La Vire y l’Aure, por donde mañana pasaré. Hoy no podré llegar a Calvados.

Bordeando por interior la Baie des Veys. R.N.Beauguillot.
Me voy alejando del museo y lo que se me ofrece en mi mapa son carreteritas. Elijo una que me lleve hacia Brucheville, que es la población de interior menos alejada de la bahía. Atravieso la duna por una zona donde hay gente. Probablemente hayan llegado en coche para ver el museo y la playa. Utah Beach corresponde a la Commune de Sainte-Marie-du-Mont. Voy por la carretera más próxima a la costa, pero nadie me asegura de que por allí vaya bien. Durante este trayecto, no voy a sacar ya ninguna foto. La última del día la reservo para cuando llegue a Brucheville. Un chico monta en su coche y su acompañante, otro chico, mira mi mapa y me vacila sin tener ni idea. Sigo adelante y me encuentro con tres jóvenes que tampoco tienen ni idea. Al menos, uno me dice que, si quiero ir a Vierville, encontraré en la carretera un indicador. Es carretera de mayor circulación. Pero no me gustaría tener que meterme tanto al interior. Agradezco y sigo. Prefiero seguir por ésta. Como ya voy con el cansancio acumulado de todo el día, esta pequeña carretera se me va haciendo interminable. Me encuentro con dos chicas que portan grandes mochilas y que van con intención de dormir en Utah Beach. A lo mejor duermen en una de las casamatas. Después de una hora, llego a la curva que, al menos, me sirve para situarme en mi mapa, aunque no tengo certeza de cual de las dos curvas es, como están muy próximas, no me preocupa. No hay posibilidad de que hubiera seguido a la Baie des Veys, pues todo está cerrado por seto alto y vallas, pues estamos en los que llaman La Réserve Naturelle de Beauguillot. Por fin llego a un cruce donde indican la dirección Carentan, pero me alejaría de Brucheville y, a la hora que es, me interesa más encontrar un lugar para cenar, pues creo que a Carentan no llegaría a tiempo. Pronto empiezo a ver, aunque lejana, una iglesia. También encuentro varios cruces de pequeñas carreteras que me confunden. Tampoco sé lo que Brucheville me va a ofrecer. Me olvido de la ruta de bicis y veo indicadores en otro cruce. Por un lado me ofrece Sainte-Marie-du-Mont y por el otro Le Grand Vey. De momento no quiero ninguno de ellos, pero memorizo para mañana el de Grand Vey, pues quizás me pueda interesar. Indican lugar bonito con buenas vistas, pero a estas horas no estoy para visiones. El dilema es que no tengo otra opción y debo resolver el dilema. ¿Cuál de las dos me llevará a Brucheville? Por el dibujo de la carretera en el mapa, elijo bien, la de Grand Vey, pero esa certeza la percibo después de que mi intuición ha funcionado.


Brucheville.
Cuando estoy llegando al siguiente cruce, llegan dos en bicicleta, pero no tengo necesidad de preguntar, puesto que ya veo el indicador del pueblo. Suenan las campanas de la iglesia ya cercana y parece que oigo cómo repican, más lejanas, las de Santa María, aunque estén en el monte. Brucheville se me presenta como un pueblo bastante desangelado, con interesante fachada de iglesia, pero con muy pocas casas. Aquí, pienso, no voy a encontrar ni restaurante, ni pensión. Saco foto de la iglesia y, al llegar a una esquina, veo anuncio de “gîte” y sigo la flecha. Pero enseguida no sé hacia dónde continuar. Veo un poco más adelante que, tras un murete bajo, trabaja alguien en una huerta. Me acerco a la verja.

Béatrice y François.
Me atiende Béatrice y enseguida se acerca François. Parece que, por mi forma de hablar, intuyen que soy español. Hay otras personas con ellos. Su espíritu hospitalario se enciende porque es una oportunidad de poner en práctica el poco castellano que conserva François. Es nieto de españoles, de la diáspora migratoria de los años sesenta, escapando del hambre de aquella época franquista. Además de quitar libertades, nos dejó hambrientos de pan y justicia. Les digo que estoy buscando el albergue que anuncian y me dicen hacia donde debo continuar, pero se lo piensan poco y me dicen que ellos también me pueden albergar. “Si el precio es razonable…”, les digo. Así que vamos hacia su casa que está a la vuelta de la esquina y subimos a una habitación del primer piso donde tiene el despacho Francisco, con el ordenador, y desempolvan una cama plegable que la subirán y extenderán después en el mismo lugar. Hay espacio más que suficiente. Las personas que están con ellos y que se quedan a la sombra en el patio de la casa son: la madrina de Beatriz y su marido, que se ha pasado un poco con la bebida y me cuesta entenderle pues, además, está operado de cáncer de esófago, donde le implantaron un músculo de la pierna. Muestra un gesto peculiar y raro al hablar. El matrimonio está con una nieta. También hay otro matrimonio más joven con su hija. Todos han comido juntos y aún está la mesa sin recoger. Todos están alrededor de la mesa. Subo a ducharme. Lavo la camiseta y el calzoncillo y los tiendo en una cuerda del patio exterior, al fondo. Allí hay más ropa tendida.

Los amigos e Internet.
Me incorporo al grupo y me presentan. Tomamos todos el aperitivo. Les cuento alguna anécdota del camino. Beatriz se maravilla de mi capacidad para atraer la atención de la gente. La clave está en el camino, le digo, y de mi ilusión al hacerlo, que es lo que contagia el interés. Es por el asombro que produce en otros lo desconocido. Llega la hora de la partida de los foráneos y nos despedimos. Aunque la madrina parece bastante inexperta conduciendo, decide que ella llevará el volante. Hago el chiste de que quizás sea mejor que conduzca él que, aunque borracho, les podrá llevar mejor a destino… pero parece que mi idea no cuela. Francisco se ríe de mi mala idea. Cuando todos se han marchado, cerramos el portón. Al perro ha habido que encerrarlo. Me ofrezco para ayudarles a recoger la mesa y la preparación de la cena, pero me dicen que soy su invitado y que lo harán ellos. Me ofrecen Internet y me lo dejan con Google en marcha. Borro correo y mando a la familia noticia de dónde estoy. El referente es Utah Beach, camino de Omaha Beach. Así parece que estoy en país de habla inglesa. Olvido contestar a Gurutz. Después de un rato me llaman para bajar a cenar.

Cena en compañía.
Cenamos embutido y chuleta de cerdo con pasta (con mantequilla y queso) y ensalada hoja de roble, que en francés parece que tiene la misma denominación. Termino un culín de tinto que quedaba en una botella y pruebo una especie de cava, quizás más propiamente, de champán que está bebiendo Beatriz, pero que lleva abierto de mediodía y está sin fuerza, sin vida, sin burbujas, así que no es el mejor modo de apreciarlo. Me ofrecen queso y fruta y rechazo, ya estoy lleno. Me da pena que se desperdicie la lechuga que ha sobrado, pues no servirá para nada, y me la acabo comiendo. Beatriz se emociona cuando le cuento la experiencia de los más de cien kilómetros de la playa de La Gironde: la larguísima playa, a la izquierda el mar embravecido, a derecha la duna baja y, al fondo, la bruma… Cuando agradezco lo que están haciendo por mí, ella me dice que mi visita está siendo un regalo para ellos. Francisco traduce a Beatriz hasta lo que digo en francés. Ella sigue atenta y pendiente de lo que cuento.

Los animales y la huerta.
Nos vamos a la huerta, pues hay que encerrar a los cuatro patos y a los dos pequeños gansos. Francisco los encierra y pone una tejavana protectora del frío y para evitar la entrada de algún zorro que merodee por el lugar. Ahora vamos a ver la huerta. Tienen vainas de las anchas, como las nuestras, haricots, lechugas de las dos clases, tomate y mucha patata, también remolacha y algo más propio de los franceses que yo desconozco. Volvemos a la casa. Cerramos de nuevo el portón de entrada al recinto. Francisco pone la cama plegable en su despacho, que va a ser mi dormitorio. La abrimos y yo la hago, sábanas y edredón blandito que no pesa y me dará el calorcito necesario para acoger mi cuerpo desnudo durante la noche.

Un hijo de Beatriz y su novia.
Llega un hijo de Beatriz, pues tiene dos de su primer matrimonio, que me parece que está algo bebido, quizás reforzado por su somnolencia, pero que también puede ser debido a que madruga mucho. La próxima madrugada va a ser un ejemplo de lo que digo. Lo que más me sorprende es que consideren que su estado es el normal, como si fuera habitual el balbuceo que ofrece ahora al hablar. Por lo que veo y oigo a su chica, me da la impresión de que no se la merece. Pero a pesar de lo que digo, el hijo de Beatriz me parece una bellísima persona. Un buenazo. A pesar de que se le cierran los ojillos, percibe con aprecio mi viaje. Se van las mujeres a la cocina y hablamos los tres hombres. Desayunaremos todos juntos, aunque no sé quiénes, es lo que me dice Francisco. Me insisten en que me quede a comer mañana. El hijo tiene intención de madrugar y me dice que mañana comeremos moules y bar (mejillones y lubina) pues se va a levantar temprano para ir a pescar. Ya sabe lo que va a traer del mar. Parece un pescador adivino. Les digo que, después de desayunar, continuaré camino. Me conviene avanzar. Me aseguran que tengo dos jornadas para llegar a Bayeux, donde parece que encontraré un albergue. Pero cuando le digo que suelo hacer una media de 40 kilómetros diarios, empiezan a dudar y pensar que podría llegar mañana. Pero la realidad es que me quedaré lejos de Bayeux. Está demasiado hacia el interior de Calvados, como para que me interese ir allí. Me aseguran que va a hacer buen tiempo. Si fuera así, me convendría pasar al otro lado de la Bahía de los Veys y empezar a disfrutar de playa, pero mañana casi toda la jornada será por el interior y no saldré al mar hasta última hora. Continuamos de charla hasta las once y media y nos despedimos. Hasta mañana.

Cama plegable acogedora.
En realidad los acogedores son sus propietarios. Me acuesto enseguida de subir y duermo sin correr las cortinas. Coloco mi pantalón sobre un artefacto, probablemente del ordenador, que de vez en cuando manda destellos lumínicos. Es como si estuviera al aire libre y un faro con su haz de luz me mandara a ratos los focos de su linterna, como si fuera yo un barco a la deriva. Compruebo que hemos dejado apagado tanto el ordenador como la impresora. Duermo de tirón hasta las seis y no me  levanto ni una sola vez a orinar en toda la noche. No lo puedo asegurar, pero es probable que al marcharse el pescador me haya despertado. A las 8:30 se empieza a notar movimiento y a las 8:45 bajo a la cocina. La pareja me cuenta. Se conocieron… Pero esto ya es tema del día siguiente, de mañana, no adelantemos acontecimientos.

Balance de la jornada.
Llegar a Utah Beach, tras pasar por Quinéville, dos lugares que rememoran el día D del Desembarco en Normandía, no me ha producido mucha satisfacción o, al menos, no tanta como la acogida de François y Béatrice. El bañito que me he dado ha estado bien pero podría haber sido mejor. Un día que comenzó con cagadas de golondrinas y su revoloteo, acaba de la mejor forma posible.

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