lunes, 6 de junio de 2016

Etapa 15 (372) Fermanville-Saint Vaast la Hougue


Etapa 15 (372). 28 de junio de 2013, viernes.
Fermanville-Cosqueville-Vrasville-Rethoville-Neville sur Mer-Gouberville-Gatheville le Phare-Barfleur-Pointe de la Saire-Île de Tatihou-Saint Vaast la Hougue.


Atrapado en mi propia trampa.
Cuando voy a abrir la puerta para salir, veo que está atrancada por un grueso pestillo. ¡Atrapado en mi propia trampa! Se ve que el toque de puerta de ayer y mi no respuesta tubo como consecuencia que el encargado de cerrarla, la cerrara. No me pongo nervioso y empiezo a escribir el diario. Cuando un coche aparca en las inmediaciones, dudo si ponerme a gritar, pero aguanto, no me importa seguir encerrado mientras tenga diario por escribir. Sobre las 8:45 veo otro coche que aparca lejos. No me da buena espina (ni de pescado) y veo que sale un pescador que, con su caña, sigue hacia el mar. A las ocho ya he terminado de escribir el diario, cojo mi móvil, y estoy pensando en marcar el 112. Sólo me queda una línea de batería. Tengo que decidirme rápidamente si no quiero arriesgarme a quedar incomunicado. 
A las 8:03 para un coche cerca. El roce de las ruedas en la gravilla lo delata. Baja alguien. Es la hora de abrir los baños y ese alguien quita el pestillo, aunque no mira si dentro hay alguien o no. ¿No será el mismo que cerró ayer? Para salir, espero a que el motor arranque y su ruido se vaya alejando ¡Ya soy libre! Desde fuera de las toilettes, veo como sale un coche a la carretera. No abandono el lugar sin antes sacar foto de la parada de bus, de la muela de molino y de los retretes.
  
Cosqueville. Ni pan para desayunar.
Salgo hacia Saint-Pierre-Église, sabiendo que va a ser una carretera que debo abandonar. Si empecé con la Ruta de los Cabos, ahora estoy en la Route du Val de Saine. La característica de los pueblos que voy a ir pasando es que no tienen ni bar, ni tabaco, ni panadería. ¡Porca miseria! En el primer lugar que lo compruebo es en Cosqueville. Paso por unos prados donde ya se ha cortado la hierba. Se produce un bonito contraste entre el dorado de la hierba cortada y el verde del resto de las piezas. 

Como la foto la saco hacia atrás, por costa por la que no he pasado, lo más interesante es ver cómo se va quedando al Oeste el faro de Fermanville. Cuando llego a este pueblo de Cosqueville saco tres fotos, la primera del exterior de la iglesia, la segunda de las tumbas del cementerio y la tercera del interior de la iglesia. Hay hotel, pero el que lo regenta me dice que no da desayunos ni a los clientes y se ve que no está dispuesto a hacer ninguna excepción. Lo que más me gusta de la iglesia es el atrio cubierto de la entrada. Un lugar que me habría servido para dormir si se me hubiera presentado ayer. En el cementerio aledaño, hay una tumba de mármol blanco (puede ser alabastro) que destaca. 
 
Veo movimiento en ella. ¿Estará intentando escapar de allí el muerto?, pienso. Me acerco poniendo tumbas de por medio y lo veo en decúbito prono. Debe ser el albañil que está ajustando la lápida o grabando el nombre del último enterrado. No me acerco tanto como para ver exactamente la labor que realiza. Sin decirle nada, entro en la iglesia. 

 






Entra poca luz a estas horas de la mañana y el altar mayor que muestro se encuentra en penumbra. Algún cirio se tambalea. Abandono la iglesia y este pueblo y sigo una carretera que me lleva hacia el mar, pero que no continúa. Un pescador me dice que puedo continuar por la arena, pero que es mal camino. Compruebo que se trata del GR, pero es de arena y piedrillas que se me meten en la sandalia.







Hacia Vrasville.
Un tractor arrastrador de barcas y dos hombres que acaban de llegar en una y que van en su busca para arrastrar la suya a tierra. 
 
 
El mar está tranquilo, la costa también, pero es una hora todavía temprana en la que no me apetece darme un baño. Así que, sin bajar a la arena, voy caminando por camino incómodo e incierto, hacia el puesto vigía de los socorristas de esta playa. Todavía no son las nueve y cuarto de la mañana y no hay nadie vigilando. 
 

No puedo continuar por la playa, pues hay entrantes de mar y marisma, así que me dirijo hacia un pueblo de interior cuyas casas ya diviso desde la costa. El camino sigue con las pequeñas piedras molestas aunque mejor definido. 

 



Hago equilibrios para no pisar un gran caracol que interfiere mi camino. Se ve que a él no le molestan las piedras y arrastra por ellas su pie carnoso y eleva sus cuernos, que son ojos, hacia el sol. 
 
 



 




No me puedo salir del camino, pues corro el riesgo de meterme en la marisma y de perecer en el intento. Es así como llego al lugar en que se anuncia en un cartel el lugar en que ya llevo un rato caminando.
 
Les Marés de Vrasville. Alquería.
Saco foto del indicador de lugar, donde además se advierte a los bañistas de que este lugar no está vigilado. Decido no seguir por la costa. De las marismas al pueblo voy a continuar por el camino que he elegido. Enlazo con carretera estrecha. 
Llego a un conjunto de casas que pueden formar una granja, pero que a mí me hace pensar en una alquería. Rememoro a Dostoievski y su Alquería de Stepanchikovo y sus habitantes. No sé qué diferencias puede haber entre estos recintos agropecuarios, además de las arquitectónicas propias de cada lugar, entre el caserío, la masía, la granja, la alquería, la “ferme”, etcétera. Aquí, dos pabellones en ángulo con grandes portones, se completan con el correspondiente a la casa de los labradores. 
 
Los rosales proliferan, rosas amarillas y rosas rojas y adornan diversos lugares del recinto, interior y exterior. Continúo adelante y llego a ver el otro lado, quizás sea otra granja, donde tractores y un depósito, que puede ser de agua o donde se acumula la leche del ordeño de las vacas, dan idea del laboreo que se lleva a cabo en esta granja que tanto me ha impactado. 

 


Es una lástima que no la pueda visitar por dentro. Dos arcos estructurales de uno de los pabellones pueden ser los que hacen de garaje a los tractores que emplean en el transporte y en la labranza. También disponen de otros techos más convencionales y con carácter más efímero. Abandono esta granja, que se encuentra muy próxima al espacio urbano del pueblo y llego a la iglesia de Vrasville. Nadie me asegura, aunque pregunto, que ésta sea la Chapelle de Notre Dame que anunciaban, pero una virgen con niño en su hornacina de la fachada me hace pensar en que pueda ser. 

 





Sorprende la puerta interior blanca. Entro y lo que ofrece es una pequeña capilla de una sola nave, sencilla, con baptisterio y demasiadas imágenes para la poca superficie de pared de que dispone. Al fondo, tras un arco, está el altar, que queda muy oscuro. Los bancos para los feligreses son fijos y recios. Durarán toda la vida. Cuando pregunto a otros, que tampoco saben el nombre de esta pequeña iglesia pero a los que añado, ¿puede ser de Notre Dame? Me dicen que sí. No creo que lo hayan dicho por callarme, para que les deje en paz. Tras la visita a este villorrio, me dirijo hacia Réthoville. No me queda mejor opción que ir por la carretera.

Réthoville.
En el camino no encuentro nada que destacar. Paro para sacar foto de la iglesia, que tampoco tiene nada destacable y que está tras un muro en curva. La torre es tosca, recia y sin pináculo. Las campanas no las veo aunque, por las estructura de la torre, puedo pensar que también es campanario. Arriba forma una terraza cuadrada donde, junto al pararrayos, aparece una antena circular para captar imágenes y otras verticales que pueden ser captoras de ondas sonoras. Aunque no veo el cementerio, por las cruces que asoman sobre la tapia puedo adivinar que está en el recinto eclesial.


Neville-sur-Mer.
A la vez que llego yo al pueblo, unos pajarillos llegan a la torre de la iglesia. Al igual que la Réthoville, ésta también es cuadrada, pero la terraza ofrece balconcillo y está mejor cuidada. Estos pequeños pueblos pertenecen a la Commune de Saint-Pierre-Église y siguen sin ofrecerme nada para desayunar, y están cercanas las once de la mañana. No visito la iglesia, pero lo que más me retiene es la visión escalonada de los tejados de las distintas naves. El primer edificio es acorde con el tamaño de la torre, pero los siguientes a ella, van en escala descendente y ofrecen cinco alturas. Curioso. 
Enseguida llego a un edificio con un cartel colorista. Interpreto que hay un proyecto de transformar el impacto que producen los búnkeres, casamatas o block-hauses, que es como llaman los franceses a estos edificios, pintándolos. Es una aberración, un camuflaje de la historia, pero la idea permitirá romper con el paisaje tétrico que estos monumentos de la defensa alemana producen, convirtiendo el paisaje en más alegre y divertido. No me parece mal esta intención de banalizar la guerra, o que sus efectos perduren. La historia ya está bastante camuflada, ya hay demasiados héroes, más o menos anónimos. Con tantos monumentos que voy a ver y que se han convertido en turismo puro y duro, un atractivo que ayuda a la economía de los pueblos que sufrieron el asedio nazi, voy a acabar harto de la 2ª Guerra Mundial, más harto de lo que ya estaba antes de llegar aquí. En Cherbourg no quise ver Le Musée de la Libération y Saint-Pierre-Église, también es lugar destacado de la contienda. Así, con estas reflexiones, me voy marchando de Neuville-sur-Mer. ¿Se pondrán de acuerdo franceses y alemanes para hacer los graffitti? Cuando saco la foto unos faisanes me chillan.

Gouberville.
En un cuarto de hora llego a Gouberville. Para no variar, foto de otra iglesia. Cuando estoy fotografiándola, suena un disparo de escopeta y pienso que ya se ha cargado a alguno de los faisanes que antes me han cantado con su grito desgarrador. Lo más curioso de esta iglesia es la torre. No se parece en nada a las anteriores. Tiene forma de botella redondeada, más bien de biberón. Aunque la tetina es una cruz tosca y que, al pretender estar acorde para ser vista desde los cuatro puntos cardinales, ni es cruz ni es nada. Las campanas no se ven, pero las intuyo en la torre campanario. Esta iglesia, tampoco la visito. 
Por el camino, saliendo de Gouberville, encuentro infinidad de caracoles, enormes, de los que mi hermana Sagrario llama hormas y que no le agradan. Come más a gusto las caracoletas. Se ve que con la lluvia de anoche, han salido muchos a pasear. Ya en las afueras, en los terrenos sembrados del pueblos, veo que hay plantadas en hileras de a tres, unas plantas bien alineadas pero que no sé a qué especie vegetal pertenecen. 

Tal como se configura y el resultado que veo, han sido plantadas por algún sistema mecánico, como ya vi hacer el pasado verano llegando a Barnenez, después de Morlaix. Pero estas plantas son diferentes. Lo que sigo pensando es que el sistema, que exige para la maniobra de los tractores, hace que se deje mucho espacio baldío, sin plantar. Poco después veo otra plantación diferente pero con un sistema similar. Esta vez las plantas van en hilera de a cuatro. Los espantapájaros que han colocado son poco similares a la figura humana, pero más o igual de eficaces. 
La carretera me va llevando hacia Gatheville-le-Phare.

Gatheville-le-Phare.
A este pueblo entro por la entrada que me va llevando hacia el faro.

 

Un muro florido es lo que más me llama la atención entrando al pueblo. Son las once y media y aún no he encontrado ningún sitio para desayunar. Con el siguiente faro se va a acabar este norte de La Mancha, Norte que se viene configurando desde que llegué al Cap de la Hague y finaliza en éste aunque no se le parezca en casi nada. 


Como ya se está acercando la hora de comer, pregunto a un hombre que está en su jardín. Me dice que sólo voy a poder comer cuando llegue a Barfleur. Le hablo de mi camino y le cuento mi aventura de esta noche en los retretes de Fermanville, donde el último faro. Su mujer sale al jardín para hacer algo o, quizás, curiosa por ver tanto tiempo a su marido hablando con un extraño, y me desean buen viaje al marchar. Agradezco la información y sigo adelante. Llego a un canal bien delimitado pero que finaliza sin llegar al mar. Es un dique más, pero sin esclusa. 
 
Es así como llego al puerto de Gatheville-le-Phare. Parece un puerto natural donde los barquitos se encuentran a flote. Quizás no estemos en marea baja y por eso flotan. Se trata de un puerto refugio muy bien protegido. Al otro lado del puerto ya se ve bien el faro y otro menor a su lado. 
 
Como en otras ocasiones, este faro menor es militar y está entroncado, o sus funciones compartidas, con un semáforo militar para la captación de ondas. 

 

Voy caminando hacia el faro y los dos elementos van a ir paulatinamente cambiando de posición. Está claro que ellos no se mueven, que es el caminante el que lo hace, pero es una forma de animar a las cosas, de hacerlas pasar de estáticas a semovientes, aunque sólo sea con el vocabulario. Poco a poco consigo que el faro me tape la visión de los otros des elementos, la segunda torre y el semáforo.

  




Ya superado el faro y descendiendo hacia el Sur, hacia Calvados, veo una virgen metida en una especie de urna acristalada, y la fotografío con el resto de elementos más altos al fondo, aunque por la posición más próxima al objetivo de mi cámara, esta virgen parece más alta y más gorda.

Dejando de lado Tocqueville.
Paso por una playa. La parte alta es de arena, pero con esta marea que, ahora compruebo, es baja o está bajando, la parte más próxima al agua es de guijarros. Ni se me ocurre entrar a darme un baño por miedo a dañar mis pies. 

 



Son mi medio de locomoción y los debo cuidar. Al fondo, después de la siguiente dársena, ya se ve Barfleur, lugar recomendado para comer. Tras esta playa aparecen rocas y sigo caminando hacia nuevas playas de arena y roca. 
 
A derecha, hacia el interior, se ve el pueblo de Tocqueville al que no tengo intención de acercarme. Es por esta razón por la que saco una foto con zoom de falso acercamiento. Como en casi todos los pueblos lo que destaca es la iglesia y, con el teleobjetivo mínimo que me ofrece mi cámara convencional, el destaque es aún mayor. 

 



 El camino va más cercano a las rocas costeras y ya se va viendo más cercano el pueblo de Barfleur. 

Si hubiera desayunado o ido con más tiempo, me habría dado un baño en alguna de estas playas solitarias por las que voy pasando ahora. Pero el camino hacia Banfleur es variado y lo mismo va por costa, que las marismas me obligan a meterme hacia el interior. 

 


Veo de lejos un molino y me acerco. Una pasarela de cemento me permite cruzar de un camino a otro. El molino conserva sus aspas y lo fotografío. Me gusta. 

 



Pronto salgo de nuevo a la costa. Ahora es de rocas, más o menos redondeadas. A lo lejos, ya estoy viendo la iglesia y el pueblo. Un dique natural, de rocas que apenas superan la superficie marina, supone una defensa y un peligro en el que pueden acaban encallando los barcos. Supongo que será bien conocido por los lobos de mar de la zona pero, ¿y los foráneos?

Bonfleur.
Para la una menos cuarto ya estoy cerca de la iglesia. Desde detrás de un muro, saco foto de ella. Aunque el muro no me permite ver más que un crucero y no es suficiente dato como para adivinar todo un cementerio, la realidad es que en la siguiente toma se ven ya claramente las tumbas y sus cruces. Como ya es habitual también en otras ciudades, en el muro se exhibe una foto antigua de cómo era la bahía de Bonfleur hace unos años, en los inicios del siglo pasado. 
 
Fue necesario que se inventara la fotografía para que estas fotos se convirtieran en auxiliar imprescindible de los historiadores. Imágenes cada vez más necesarias en la medida en que nuestros mayores van muriendo y nos van dejando sin su testimonio. Todo el muro que va rodeando la iglesia, al menos por dos de sus lados, con una cadencia regular, dispone de estas fotografías. También un gran mapa de La Mancha y Calvados, con arranque en Bretaña (Côtes d’Armor e Ille et Vilaine). La iglesia me está tapando el puerto. Tras sacar estas dos fotos de la iglesia, me dedico a buscar lugar adecuado para comer. Para ello, me acerco al hermoso puerto, que es pesquero y de recreo.

Café de France.
Se ofrece como Brasserie y Restaurant. Elijo salade composée, plat du jour, en su versión Terre y 25 cl de Stella, que no recuerdo bien, pero pienso que era cerveza. La camarera opina que son dos platos muy potentes, pero cuando le explico que estoy sin desayunar y que vengo caminando desde Fermanville, lo entiende mejor. Espero a que me sirvan y observo a mi vecina de enfrente que lee a Zola: Terese Desqueroux. Hace un rato que ha terminado de comer su postre y, a la vez que lee, escucha música con sus auriculares. Hay una pareja a mi lado. Él come cordero y ella maquereaux frío en vinagreta. Lo come con gran fruición. Le pregunto si es caliente o frío y me responde que frío pero por la cara que pone, le debe parecer delicioso. Me viene al recuerdo el que comí el día anterior a finalizar mi viaje de verano del pasado año, tras dormir en Saint-Quay-Portrieux y que me pareció asqueroso. Pero para gustos se hicieron los sabores. Luego se meten entre pecho y espalda una copa de helado y nata a rebosar, una grasa extra que me da la impresión que no van a quemar. Tanto la ensalada como el cordero los como muy a gusto y no tengo necesidad de pedir postre, aunque no me vendría mal algo de grasa extra para quemar caminando. Cuento a mis vecinos de mesa algo de mi viaje y de la dormida de esta noche pasada. Me asguran que no voy a encontrar otro restaurante hasta que llegue a Quinerville y dudan de que pueda llegar allí a cenar esta noche. No llegaré. Escribo poco. Son las 14:40 horas cuando salgo, después de haber pagado 21,50 € con la Visa.

Puerto de Barfleur. Despedida.
Voy rodeando el puerto y en cuanto puedo voy a tratar de salir a la playa. Un gran catamarán está amarrado. Por el letrero que veo es uno de recreo e indica que dejen el paso libre: Réservé a la Débarque. Utilizan una única palabra para embarcar y para desembarcar. Esta noche cenaré en Le Débarcadère (El desembarcadero), se nota que ya voy entrando en la zona álgida del Desembarco de Normandía. 

   
El catamarán muestra una gran G y en el escudo se ve una especie de tiburón en blanco sobre fondo rojo. Su nombre es Le Millésime. 

 





Otra foto al puerto, muestra que está muy rodeado y que penetra mucho por el interior del pueblo. 
 
De nuevo en una calle de Barfleur, veo al fondo la torre del agua, su depósito de agua dulce para el consumo de la población. Es así como salgo a la playa, bajo y me voy a poder dar el primer baño de la jornada.

Baño nudista en Barfleur.
Voy combinando sentier litoral y playa. Cuando el camino se complica, bajo a la playa y llego al lugar deseado, me desnudo y me doy un buen baño. Saco foto de mi equipaje, con Barfleur muy cerca, pero también los dos faros de Gatteville-le-Phare pues, aunque hace mucho tiempo que lo he dejado atrás, no están tan distantes. Me agrada ver a las tres algo por donde he pasado a las doce. Me baño en un lugar donde hay unas rocas redondeadas, muy femeninas. 
No cubre apenas, pero aguanto un poco más de tiempo haciendo la plancha que la última vez que me bañé. Se ve que el verano avanza y que el agua se va templando. Tras unos segundos más, salgo del agua y me seco paseando por la orilla. Nadie por delante, nadie por detrás, nadie por el paseo. Estoy solo en el mundo. Pasado un rato, llega una chica que, sin quitarse nada de ropa, se tumba en su toalla y se pone a leer. Se ha afincado lejos, al Norte. Me doy un segundo baño… y un tercero. En el último, ya me animo a nadar unos metros a braza. 
 
Hay gente que pasa por la orilla y alguno por el camino que va por detrás hacia Montfarville o hacia Barfleur. Por ese camino no se me ve, pues la pequeña duna me oculta. Estoy en esta playa entre tres cuartos y una hora. Después me visto y voy caminando hacia Montfarville.

Costa de Montfarville, cabo de la Saire, 
Île de Tatihou.
Continúo caminando por la costa. En un lugar indeterminado han tenido que echar piedras en el mar, que se sujetan con troncos de madera. Parece que con esta medida los troncos sujetan a las piedras y mantienen la playa sin que el mar penetre hacia el interior. Al fondo ya se observa la Pointe de la Saire. 

Entre cinco y media y seis menos cuarto, sigo caminando por la playa y llego a otro bloque defensivo de los nazis que está en la playa. El gran portón de entrada se muestra muy a la vista. Se ve que originalmente no era así, la entrada estaría más camuflada, pero los movimientos del mar lo habrán desplazado. Los indicadores del camino no acabo de verlos muy claros. 
 
Tampoco me voy enterando de los pueblos por los que voy pasando. Eso es lo que tiene el ir caminando por la orilla. Un hombre que viene de la mar me dice que el próximo cabo es la Pointe de la Saire. Cuando la doblo, se fortalece el aire. Sigo combinando playas y rocas y ya empiezo a ver las dos torres Vauban, la de la isla de Tatihou y la que veré de más cerca, la de Saint-Vaast-la-Hougue, que va a ser donde voy a dormir. 

 

Paso la Pointe de la Saire y fotografío a surfistas en el agua con su parapente al viento. La silueta de dos personas se recorta en la parte baja, la más próxima al mar, de una loma. 

 
Avanzando contra el viento, llego a un lugar en que temo que no voy a poder continuar debido a que el suelo se va convirtiendo en fango. Las rocas suaves, las gaviotas en la zona de arena y rocas más próxima al mar, algas muertas sobre la arena y, al fondo, se pueden apreciar ahora con mayor perfección las dos torres Vauban ya mencionadas. La de la isla Tatihou es la más nítida, pues está frontal y, por tanto, más próxima. Me salgo de la playa y voy por camino tras la duna. La playa ahora ha pasado a ser de las de marisqueo. Un mariscador busca sus tesoros escondidos bajo el limo. Un barco está encallado en dique seco. Las torres Vauban han cambiado de posición, aunque la primera sigue en la isla. 
 
Me meto por un camino que me lleva a una puerta blanca con pestillo pero que no prohíbe el paso, ni pone que sea privada. La paso y llego a otra que tiene el pestillo roñoso y me pringa los dedos de óxido marrón. Da la impresión de que esta puerta no se ha abierto en mucho tiempo. Estoy en un terreno privado indefinido y acabo saliendo a carretera pasando por una puerta abierta con las dos hojas de par en par. Es así como salgo al cruce de Réville. Pero aunque Réville comienza allí mismo, ni me acerco. Ahora paso el puente sobre el Saire. 

El agua parece que baja limpia hacia el mar y la zona de marisqueo que acabo de pasar. Me supongo que ya se acabo el valle de la Saire por la que caminé ayer por la tarde y hoy casi todo el día. En media hora llego a zona similar, pero ahora lo que me ofrece el mar en la marea más baja son nuevas mejilloneras. Hacía días que no las veía. En el mar la isla Tatihou, aunque de esta posición casi queda camuflada la torre Vauban. Pero está, aunque no ya en primer término, sino más al fondo. El camino transcurre con hierba muy alta.

Saint-Vaast-la-Hougue.
Voy entrando a este pueblo por un dique, no muy alto, que viene de zona de moules, y marisqueo, playa, pasa por un muro de piedra poco inclinado y asciende a zona de hierba, que es por donde va el camino. Por debajo de este dique va la carretera. A veces bajo para que me dé menos el viento pues, a medida que avanza la tarde, la jornada va refrescando. 

Al estar ya tan cerca del pueblo, la torre Vauban apenas se distingue del resto de los edificios, cuando hace unos instantes se veía tan nítida. Debiera haber orinado antes de llegar a población. No lo he hecho y ya no viene a cuento lamentarse. Llego a unas piedras, apoyo el culo en una, me bajo pantalón y calzoncillo, y meo de forma discreta. Nadie que pase por la carretera se va a dar cuenta de lo que estoy haciendo. Como el suelo de hierba sobre el dique es tan irregular, antes de llegar al lugar donde están los barcos, ya voy de nuevo por la carretera. Sorprende ver tantas embarcaciones sobre el dique. Prohíben a los ciclistas ir montados por la acera. Supongo que les permiten ir por la carretera. Empiezo a buscar un sitio para cenar y otro para dormir. 

  
Llego a Oficina de Turismo a las 19:15 pero la han cerrado a las seis. Entro a preguntar en un Tabac, pues no me apetece dormir en la calle estando en ciudad. En Tabac me dicen que vaya al Hotel Fusias. Me piden 67 € por dormir. Me voy a otro que está próximo y me piden 69 €. Ni uno, ni otro. Al regreso, saco dos fotos de la iglesia. Es una hermosa iglesia. El reloj marca las siete y media. Esta iglesia, exteriormente, tiene ciertos aires de catedral, pero no voy a entrar a verla por dentro. Tengo otras cosas más importantes que hacer a estas horas como, por ejemplo, cenar. Pero primero veo un lugar que me puede interesar para dormir. 
 
Por detrás del restaurante donde probablemente cene, están reconstruyendo un edificio. Ofrece un gran porche a cubierto y aunque está cerrado con una reja metálica, me da la sensación de que va a ser fácil pasarla, separándola para entrar. Pronto veo otra entrada mejor y sin ningún obstáculo que salvar. Lo que me interesa es alargar la cena, dar un paseo hacia la torre Vauban y regresar al lugar cuando ya esté oscureciendo. Creo que la decisión es acertada, aunque ya se verá el resultado. Es lo que haré si no encuentro entre tanto otra alternativa mejor.

Le Débarcadére.
Entro a cenar en la brasserie Le Débarcadère. Aquí todo lo que me sirven es sin sal. La ensalada de tomate y la tortilla de champiñón. Echo un poco de sal a la tortilla pero, aún así, sigue estando sosísima. Cuánto más rica la del hongo que me encontré y me prepararon uno de los primeros días, todavía en Bretaña. He puesto a cargar el móvil tarde. Tras pedir una segunda copa de sidra, pido la cuenta, que asciende a 14,20 € y que pago con Visa. Para alargar la estancia, me pongo a escribir el diario. Pregunto por dónde puedo ir a la torre Vauban. 
También quiero comprobar cual es el camino por donde debo continuar mañana. Dependerá de la altura de la marea, pero no me gustaría tener que retroceder hasta el inicio del pueblo. ¡Ya se verá! Son las nueve cuando acabo de escribir y voy al retrete. Pido agua al camarero que está en la barra, al que he pagado la cuenta. Me despido y salgo del restaurante.

Puerto, Chapelle des Marins y Tour Vauban.
Éste va a ser mi paseo entre diurno y nocturno. Salgo por el puerto. Puesto que las barcas están a flote, pienso que la marea ya ha subido, pero es otra de mis falsas apreciaciones. Aquí también mantienen el agua por medio de esclusas. 
 
Enseguida voy a ver que la realidad es muy otra. Veo la salida del puerto hacia el mar y sólo hay un pequeño regato de agua que se abre paso por el lodazal. Los diques están mondos y lirondos, al descubierto, desangelados. Ver un muelle de un puerto sin agua es bastante descorazonador, como si faltara lo principal, lo básico para lo que fue construido. Un abrigo en la orilla para los barcos. Pero tenerlos prisioneros sin poder salir a alta mar… Ya sabemos que los barcos están más seguros en el puerto, pero no fueron construidos para eso. (Esto lo leí en Donostia-San Sebastián, en el muro de San Bartolomé). Yo también estoy más seguro en la ciudad, en este viaje soy mucho más vulnerable pero, lo que disfruto… 
 
Hacia la bocana no se ve ni un solo barco, pero en la siguiente rampa, veo otros de mayor calado que hacen equilibrios como pueden sobre su quilla y se apoyan en los recios muros del muelle. Otros están montados en sus carros transportadores, otros en los hangares a resguardo de todas las inclemencias del tiempo. Veo anuncio de capilla y subo hacia ella. Es la Capilla de los Marinos. 
 
Su estructura externa es muy sencilla, pero me gusta su portada de doble arcada bonitamente decorada y soportada la inferior por dos columnillas adosadas. Como está cerrada, algo comprensible a estas horas del atardecer, me voy sin visitarla. Pronto veo la torre Vauban (mañana me confirmarán que la de la isla de Tatihou también es de él) con no mucha distancia si se pudiera ir en línea recta, pero entre medio hay un lodazal. No me atrae tanto como para ir hasta el camino de arranque que parte de más a la derecha. 

Me limito a fotografiarla en la distancia. A las nueve y media sigo tratando de encontrar un lugar mejor para dormir. Me entretengo en un aparcamiento donde ya se han encendido las luces de las farolas. He visto anuncio de “loisir” y, no sé por qué, interpreto que puede ser reclamo de alojamiento. Veo que hay gente con sus auto-caravanas que van a pernoctar allí por la noche. No es sitio para mí. Una pareja, desde su roulot me observa. 

Desde el aparcamiento saco una última foto hacia la torre Vauban, todavía visible a pesar del cielo cubierto, y retorno a buscar el lugar que ya había elegido para dormir. Antes busco la salida mejor para mañana y creo que lo haré hacia Quettehou.

Dormir a cubierto.
Me oriento bien para volver al lugar conocido. Entro por la puerta más fácil, la que no tiene puerta y paso al patio cubierto. Parece que lo que están construyendo no es una vivienda privada, sino algo más general. El lugar que elijo para dormir es como si fuera un patio cubierto de un centro escolar, pero no lo puedo asegurar. Soporta un techo altísimo. Mañana veré las golondrinas que en él anidan. No voy al rincón del fondo, sino que prefiero el más próximo al borde, para no tenerme que desplazar mucho cuando tenga que levantarme a orinar por la noche. Además en esa posición me tapa mejor un montón de arena que hay en el patio exterior. Es el que me cubre mejor de la visión desde el espacio vallado. Sólo me pueden ver desde la puerta por donde he entrado. Pero el espacio es corto y quien pase se tiene que fijar mucho para verme. Tendría que ser que, alguien que me haya visto entrar, lo haya denunciado. Estoy sobre un suelo gris impecable y bajo una cubierta de madera muy bien construida. Lo único que desentona del conjunto es que en el centro hay un montón de cagadas de pájaros. Me servirá como referente de mañana para saber dónde están sus nidos. No sé si son golondrinas o vencejos, pero enseguida voy a ver a los padres que vienen y van, trayendo comida a sus voraces criaturas. Han anidado en el entramado del techado. Me hacen recordar Poble Nou del Ebre, donde la señora viuda que no olvidaba a su marido y me enseño su jardín. Tenía un nido de golondrinas en el quicio de la puerta de su casa. Un nido perfecto hecho de paja, barro y saliva. A la mujer no le importaba que le cagaran su inmaculado portal. Consideraba una servidumbre a favor de la pervivencia de la especie "golondrinil". Aquí, la distancia al techo es tan grande, que no puedo apreciar la calidad del nido ni, mucho menos, contemplar a las criaturas. Me contentaré con ver volar a los progenitores, que trabajan sin descanso trayendo insectos y gusanos para que engorde su prole y se independice pronto. ¡Qué lección para los humanos! En el verano de 2015 tendré en una cabaña refugio de Alemania, donde dormí, una experiencia similar a la de hoy. Llamo por teléfono a Vera. Todos están bien. Mañana primer día de desembarco. Mi hija me dice que mi amiga XX está enfadada por lo que cuento de su familia en mi blog. Cuando lo publiqué le dije que lo leyera y si algo no le gustaba que me lo dijera. No lo hizo y ahora ronda por mi periferia familiar para mostrar su desagrado. Parece ser que lo que quiere es que quite todo, como si ellos no pertenecieran a una parte de mi vida. Yo planteaba el caso de su marido como un mérito, como alguien que ha sabido construirse a sí mismo con gran esfuerzo y no sin pasar antes calamidades. Pretendía un homenaje al hombre que hace trabajos apreciados por gente de su profesión y lo que he conseguido es perder a los que creía amigos. Digo a Vera que me escriban un correo y rectificaré. Mientras yo lo volveré a leer y trataré de corregir a mi regreso si veo algo que pueda faltar al respeto. Finalmente no encontraré nada incorrecto y lo único que alteraré será un nombre de los protagonistas. A día de hoy no he vuelto a tener contestación a los últimos e-mail que les mandé. Mi exmujer me dijo que estuvieron a punto de demandarme. No sé qué podrían alegar. Tampoco creo que ningún juez tendría argumentos en contra de lo que escribí. Mi hija me dice que este año no van a ir a Altsasu para celebrar la romería a la ermita de San Pedro, que se celebra mañana. Me acuesto para las diez. Una vez acostado, se enciende una luz alta, pero no me deslumbra. Cuando abro los ojos a las doce ya está apagada.

Balance de jornada sin desayuno.
Toda la mañana sin desayunar. Muchos pueblos, muchas iglesias, orillas de mar poco aptas para baño. Bien comido en el café de Francia en Barfleur y algo peor por la falta de sal en El Desembarcadero. Poco digno de mención por el camino, aunque ya empiezan de nuevo los búnkeres. Mañana será Día D.

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