lunes, 12 de junio de 2017

Etapa 36 (393) Dunkerque-BÉLGICA-Westende


Etapa 36 (393) 19 de julio de 2013, viernes.
Dunkerque-Bray dunes-BÉLGICA-De Panne-Sint Idesbald-Koksijde Bad-Schippatsduinen-Oostduin-Lirke Bad-Nieuwpoort Bad-Nieuwpoort-Lombardsijde-Westende.



Hoy termino mi recorrido de la costa francesa atlántica en mi etapa 102.

Amanecer en L’Escale.
Aunque no tengo prisa para levantarme, pues los desayunos empiezan a las siete, por la fuerza de la costumbre de cuando duermo en la playa, me despierto a las seis. Aguanto en la cama, pero me levanto a las seis y media. Me afeito, lavo, cago, recojo la ropa ya seca y el saco de dormir también deshumedecido, cierro la mochila, y me pongo a escribir hasta las siete, hora en que bajo a desayunar.

Las sábanas y toallas, en un rebujo, las dejo sobre la cama; también la toalla sin usar. Me siento junto a un negro que me ha saludado al entrar y se completará la mesa con otro blanco, que es empleado del establecimiento, y con otro negro con el que he coincidido en el ascensor en el primer piso. He salido creyendo que era el bajo, me ha esperado, he vuelto a montar, y hemos bajado juntos al comedor. Saludo a la recepcionista que me recibió ayer y que está con otra joven, ambas de muy buen talante. Bebo un zumo de naranja y como un yogur y dos croissant con mantequilla y mermelada, que unto en el café con leche y que, prácticamente, son los que se lo beben. Mi viaje les parece increíble a mis compañeros de mesa. Veo cómo recogen y donde dejan el menaje y yo repito lo mismo que hacen ellos. Pido ayuda para acertar a echar en la “poubelle” lo que es desperdicio y lo que es reciclable. Las chicas me dicen que ponga las sábanas donde las he dejado. Subo a la habitación, cargo con las mochilas y bajo a recepción.


Agradezco a las recepcionistas su buena acogida, después de que me habían asegurado de que el albergue estaba completo y les cuento el “desolé” no sentido de Calais. Que estuviera completo no era discutible, pero sí que no me proporcionaran una alternativa. Recojo el carné  de alberguista y me dan la factura prometida. Para las 7:40 horas ya estoy en marcha.

Despedida de Dunkerque. Malo-les-Bains. Un inspector de calidad.
Desde la montañita de la escalera, saco una foto del albergue juvenil L’Escale y veo como en la parcela aledaña se están liando a construir como posesos.
 

Me acerco a LAAC y fotografío alguna muestra de su arte. En este caso tres grandes pedruscos que parecen tener vocación de figuras humanas. Me gusta su tosquedad. Paso el puente, voy al paseo marítimo, por la primera parte que llaman Digue des Alliés (dique de los Aliados) y continúo por el de Malo-les-Bains. Es la primera vez que este larguísimo paseo marítimo lo tomo desde el principio.

 
Todo el recorrido siguiente lo hago por terreno conocido. Llego al contenedor rosa, que ayer tenía programación y no la hubo hoy, que no tiene nada programado, menos actividad tendrá.





Lo que más me interesa mostrar es la acción del viento nocturno, que ha conseguido formar unas ondas caprichosas en la arena, aunque distorsionadas por el paso de un tractor que ha desvirtuado su naturalidad.
 

Confío en que el resto de actos programados por la Capitalidad Regional se celebren. A veces parezco el gafe, el que va buscando los fallos que agudizan mi espíritu crítico. Con estas dos fotos, abandono el contenedor de cultura. Al igual que ayer en Petit-Fort-Philippe, aquí también encuentro a otro buscador de tesoros.
 


Tantas ondas en la arena indican que ésta es de grano muy fino. A lo largo de este recorrido y el siguiente, voy coincidiendo con un coche que para, coge muestras del agua, vuelve al paseo, continúa y así va completando la mañana. Las letras de la matrícula no me encienden palabra alguna y, salvo la D, que no está, las otras cuatro son las primeras letras del abecedario. Me paro a hablar con él. 
 
Es un empleado del Instituto Pasteur de Lille, que hace prospecciones para informar sobre la salubridad de las aguas marinas. Esta es la tercera vez que coincido con él. El análisis lo hace in situ y me informa de que, aunque el agua está oscura por el fuerte movimiento del mar, la calidad de aguas es excelente. Cuando le cuento lo que estoy haciendo, me desea buena continuación.

 
Ya de lejos, veo cómo finaliza el paseo marítimo de manera brusca y se presenta la duna que no permite continuar por él.

Por la playa hasta Bélgica.
Mi intención es parar en Zuydcoote, para resolver la recarga de mi tarjeta telefónica, pues sé a dónde hay que acudir en Francia, pero no sé cómo habrá que hacerlo en Bélgica ni en Holanda. Si la llevo recargada desde aquí, mejor. El paseo marítimo de Malo-les-Bains finaliza y bajo a la arena por la suave rampa inclinada del dique. Me descalzo en la arena y voy caminando “a pie nudo” por la orilla. Me acuerdo de mi amigo suizo Aurel, que hizo de esta manera el Camino de Santiago un año después de 2006, el verano en que nos conocimos en Asturias haciendo el de la costa. La marea todavía baja, está en fase ascendente. 
 
Nada más bajar a la playa ya veo, aún lejano, el siguiente pueblo, Zuydcoote. Parece que este nombre ya es de otra nacionalidad. Allí quiero resolver lo del teléfono en un Tabac. Sólo basta con hacer ingreso de 5 € dando el número de mi móvil. Paso por una zona de la playa en que afloran piedras y, en las dunas, lo que florecen son restos de bunkers. En poco espacio, ya veo cuatro.

La altura de la marea me va obligando a combinar paseo marítimo con proximidad a las olas, con otros recorridos rodeando los charcos de agua nueva que va entrando del mar y que me obliga a acercarme más a las dunas. Llego a otra zona con más bunkers. Estos parece que los ha tirado la duna y que han caído a la playa.
 
Ya veo el pueblo a lo lejos, en penumbra, debido a la bruma proveniente del mar, que hoy le toca estar agitado. En este tramo no puedo ir por donde rompe la ola, pues algunas charcas empiezan a ser profundas y no me apetece tener que retroceder si no puedo continuar.
 


Una boya puesta adrede para que me tropiece, me tienta para sacar una foto ya cercana de lo que yo creo Zuydcoote, pero resulta que yendo por la playa, ni me he enterado que lo he pasado sin ver, probablemente por estar algo metido hacia el interior.




Bray-Dunes. Recarga en Tabac.
A pesar de que tenía toda la playa para mí, no me he dado ni un baño. Cuando subo al paseo marítimo de este pueblo que creo es Zuydcoote, me dicen que el único Tabac que hay está hacia el final de la primera calle, la paralela al paseo marítimo.
 
Saco foto de un cruce que indica Centre ville, en el momento en que pasa un grupito de infantes excursionistas con sus monitores. Me traen al recuerdo a mis dos nietos menores, de 5 y 4 años. Es precioso ver a estos emparejados de la mano, y cruzando el paso de cebra bajo la vigilancia de sus ángeles guardeses.
 

Cuando llego, una chica que vende prensa me hace la operación, me cobra, me sale una enorme tira de la máquina con todos los datos para la recarga y le pido ayuda para que me lo meta en el móvil. Ella no lo ha hecho nunca, esta es su primera vez, y le resulta complicado. ¡Imaginaos lo que me cuesta a mí que soy un patoso en materia de artilugios electrónicos! Tras hacer ella tres intentonas, aparece el mensaje. Ya tengo casi diez euros para gastar en Bélgica y Holanda. Luego le pregunto por cabina telefónica, y me manda casi al final del pueblo. Esta chica se preguntará: ¿Para qué carga el móvil si luego va a llamar por cabina? Llego a La Poste, donde hay dos cabinas gemelas. En la primera el sonido es deficiente y la segunda no funciona, así que vuelvo a la primera. Hablo con Sara. A punto de entra en Bélgica. Todo va bien. Se pone Jokin, mi nieto de 4 años, que me quiere contar que le han comprado una camiseta y un txampero. La camiseta es para que no se roce el cuerpo con la arena. Está feliz. A las 11:30 va a natación con mi otro nieto, Gari, de 5 años. Mi nieto mayor, Julen, está en curso de buceo y el segundo, Lander, la semana próxima se va de Colonias. Termino de hablar y vuelvo al paseo marítimo. En una jardinera veo unas plantas que contienen unas cápsulas-capullos que, aunque no soy experto, me parece que pueden ser de marihuana. En el paseo, un salvavidas me dice que reconoceré el paso entre Francia y Bélgica, porque lo delimita el último camping francés.


Para bajar a la playa hay escaleras, pero el dique tiene una inclinación tan suave, que se puede bajar por cualquier sitio. Acabado Bray-Dunes, bajo de nuevo a la arena y voy caminando hacia la frontera. Muchos paseantes de orilla descalzos y yo soy uno más en este trasiego internacional de personas. Como en Bélgica no hay más que una playa nudista oficial, y está una vez pasado Ostende, decido darme el último baño en bolas de hoy en territorio francés. Paro en una duna sin gente, me desnudo y, cuando veo despejada la orilla de caminantes, me doy un baño y vuelvo a mi sitio para tomar el sol.


Hoy no me aventuro a secarme al aire caminando por la orilla. La gente sigue paseando, mientras yo disfruto del solete y protegido del aire por la duna. Estoy media hora tumbado y me visto para llegar a la Oficina de Turismo antes de que sean las doce del mediodía. Pasado el último camping francés, ya estoy en Bélgica.



B É L G I C A






Se acabó Francia, tras 102 días caminando por la costa atlántica, desde Irun (País Vasco-Egoalde) hasta De Panne (Bélgica-flamenca). Unos kite-surfistas saltan sobre las olas con sus parapentes voladores. Ya se ve, todavía alejado el primer pueblo belga. Últimos días del reinado de Alberto y Paola. El domingo, fiesta nacional de Bélgica, será coronado nuevo rey Filippe I. Uno más a mantener, además de a los dos reyes cesantes y a la anciana ex-reina Fabiola.

Paso por una zona de dunas bajas que no parecen naturales y que ofrecen una forma de delimitar espacios para broncearse al sol. Son parapetos como de mimbres secas que se mezclan con plantas propias de las dunas. Dependiendo de la orientación del viento, son eficaces o no.
De Panne.
Antes de llegar a De Panne, pregunto a una pareja que pasea por la orilla. Son de ese pueblo, así que me pueden informar. Me dicen que la Oficina de Turismo está hacia la mitad del paseo marítimo, pero que no suba a él al inicio, porque los primeros edificios pertenecen a una zona residencial.

El iluso se cree que sabe flamenco.
Llego al paseo marítimo. Cuando entras en un nuevo país, y las claves que te han venido funcionando y sirviendo hasta entonces para relacionarte con el medio cambian, uno se encuentra algo perdido. Yo entro confiado en Bélgica. Sé que aquí tienen dos idiomas y creo que el francés, con el que cada día me encuentro más cómodo, me servirá. Ignoro algo que no tardaré en constatar. En primer lugar, que el bilingüismo no se reparte de forma uniforme y que, por tanto, hay zonas más galas y zonas más flamencas. No sólo eso. En la corta costa, donde acabo de llegar, que se encuentra en el noroeste de la nación, no sólo se habla más en flamenco, también se escribe en ese idioma, los nombres de las calles también cambian y, además ciertas personas, cada día más radicalizadas, rechazan el francés y, aunque lo sepan, prefieren dar un giro hacia el inglés cuando les hago alguna pregunta. Como mi inglés es macarrónico, me cuesta entender la respuesta, si se da el caso en que la consiga entender. Pronto voy a recibir las primeras experiencias en este sentido. Como decía, subo al para nada elegante paseo marítimo. Salvo excepciones, los bloques de cemento de los edificios son funcionales y sin ninguna gracia. El muro que, a modo de dique protector, defiende paseo y edificios, es inclinado y, a esta hora, la altura de la marea lo lame, bañando con agua salada el borde más próximo a la arena. Esta circunstancia obliga a que los asiduos, a quienes gusta tomar el sol, tengan que hacerlo arriba, en el hueco que han dejado sin asfaltar. Es lo poco que han dejado libre a las dunas. Pero se ve que no he seguido bien las instrucciones y he subido demasiado pronto al paseo. Sigo a la gente y el itinerario que hago, me obliga a rodear los edificios privados que debía haber evitado. De esta forma, desemboco en una gran plaza. Es una plaza con graderío. En lo alto hay una gran puerta que parece como un arco de triunfo en pequeño. Sobre su dintel elevado se lee una inscripción que yo, con mi miopía y a pesar de las gafas, ni me molesto en intentar descifrar. Ni tan siquiera puedo saber el idioma en que está escrito. Pero abajo, en las primeras gradas y en letra bien grande, leo: VERBODEN TE SKATEN. No sólo puedo leer, sino que puedo saber lo que leo, y todo gracias al contexto. Ese mismo mensaje, aislado, jamás hubiera podido interpretarlo pero, estando en ese lugar, sé lo que significa, sé lo que prohíbe. Y no está dirigido a todo el mundo, sino sólo a los amantes del “skate”, una palabra inglesa que se nos ha introducido en muchos países y que define un modo concreto de patinar en patín con tabla que se dirige con los pies. En España hubo algún tiempo en que tuvimos que distinguir los patines del patinete. Quizás hubiera sido más pertinente un esfuerzo para dar nombre castellano a este artilugio, pero parece que es más cómodo imitar palabras foráneas. Aquí, en esta plaza, se ve que se cumple la prohibición. Al menos, en este momento no veo a ningún deportista sobre ruedas. Las gradas se emplean para improvisar un almuerzo familiar. 
 
Total que, con este anuncio que prohíbe, en un viaje en que adoro la libertad, recibo la sensación de que entiendo algo de flamenco. Nada más lejano a la realidad. Paso por una iglesia, a la que no hago mención de entrar. No vaya ser que, por hacerlo, me cierren la oficina de información.

Oficina de Turismo. 
El mejor mapa.
De la plaza, salgo al segundo tramo de paseo marítimo. Éste ya está mejor urbanizado, pero los bloques de edificios no mejoran su arquitectura en su aspecto estético. Además, la sombra que proyectan en el paseo me produce sensación de frío y busco el sol. Hacia la mitad del paseo pregunto por la oficina de información y es cuando me remiten hacia el interior. Pero el informante titubea con otra opción, así que me acerco a los socorristas de la playa, quienes me orientan en la buena dirección. Al llegar a otra plaza, y una vez pasada ésta, otro ya me señala perfecto hacia el lugar. La chica que me atiende me da un mapa de la costa. Es quizá el mejor mapa que voy a tener de la costa completa de una nación; el único que no voy a tener necesidad de recortar. Es algo inexacto en cuanto que, para hacerlo más manejable, no se aprecia la inclinación ascendente de la costa en dirección sur-nordeste, pues nos la presentan en horizontal. Para corregirlo, deberé inclinar el mapa, pero no es eso lo más importante. Otra característica de este mapa es que en la parte alta se ve la costa desde la frontera francesa (De Panne) hasta Ostende y, en la baja, desde Ostende hasta la frontera holandesa (Knokke-Heist), de tal forma que, doblándolo por la mitad y después en acordeón, voy a poder seguir con precisión todo el itinerario costero sin necesidad de hacer ninguna floritura. Además está muy bien marcado el recorrido ciclo-turístico del litoral, algo que me suele venir bien y no siempre consigo encontrar. No entra en este mapa Brujas, que es un lugar que deseo visitar, ¿qué mejor ocasión que ésta? pero, como no está en la costa y lo haré con algún medio de locomoción, no me importa. Ya buscaré la forma de llegar. Mi vuelta a Europa es por la costa, así que llegar a Ostende, no ir a pie a Brujas, para volver por igual medio a Ostende, no me crea ningún problema de conciencia. Ya lo hice en Portugal con mi visita a Mafra y en Málaga con las presas del Guadalhorce. Bueno, total que salgo muy satisfecho de la visita a la oficina de turismo de De Panne. A pesar de que la costa belga es corta, yo creía que era aún menor, así que cuando la joven me dice que me quedan 35 kilómetros para llegar a Oostende (utilizando la grafía de mi nuevo mapa), la noticia, como inesperada que es, me cae mal. Por otro lado, me completa la información dándome un plano de la ciudad de Oostende, donde puedo localizar la calle en que está el albergue juvenil. También me da un plano de Brugge, donde la dificultad para localizarlo va a ser mayor. El albergue está casi fuera del mapa, por abajo. También me da un pequeño plano que me permite tener una visión más amplia, ya que incluye el norte del interior belga, pues no sé cómo voy a entrar en Holanda y por si fuera necesario hacerlo llegando a Antwerpen. Así que el resto lo elimino. Jamás he empezado un itinerario con una información tan completa. En este tramo belga, mi capacidad de improvisación va a ser menor. También parece que van a ser menores las sorpresas. Pero eso nunca se sabe. Para finalizar le pido que me recomiende algún restaurante y, aunque es algo que no les suele gustar pues supone discriminar a otros, acaba dándome dos nombres. No encuentro el primero, pero aún menos el segundo, de nombre Zonneke. Así que doy una segunda vuelta y encuentro el recomendado en primer lugar.

Aan Zee.
De lo que me ofrecen, decido hacer una comida diferente a las que he hecho hasta ahora. Pido sopa de cebolla con pan, a la que añado otra rebanada. Me recuerda a las sopas de ajo de las mañanitas toledanas, después de alguna juerga nocturna. La como a gusto y la lasaña también está riquísima. Con la sopa me habían puesto naranja, así que la como de postre. Acompaño la comida con una cerveza bruin Panneschum. Por su nombre, puedo pensar que es fabricación local. Como ya no lo necesito, abandono el plano de De Panne en el restaurante. Cuando voy a pagar los 19 €, la Visa no va.
 

Con buena voluntad se consiguen muchas cosas y la mujer, en lugar de decirme que pague en efectivo, se molesta en marcar todos los números de mi tarjeta en su teclado numérico y así va sin problemas. Agradezco su buen hacer y me alegra haberlo visto porque, si en otra ocasión ocurre lo mismo, puedo pedir que actúen de igual manera. Escribo el diario mientras finalizo la cerveza, hasta que me dan las 14:30 horas, agradezco y me voy.

Escapando del cemento. Buscando el mar.
Regreso por la misma calle principal. Paso por otra plaza, también con gradas. Ésta, por sus curvas e inclinaciones sinuosas, si parecería más apropiada a una pista para patines. 
 
Sin embargo, por la falta de lisura de la combinación de piedra y ladrillo, no sería tan adecuada para tal deporte. Sirve en cambio como un camino de obstáculos para peatones. Confío en que no lo intenten los ancianitos con bastón. En la misma plaza también hay una fuente que recicla el agua y, en su circuito cerrado, refresca el ambiente. Aunque los bloques de piedra centrales ofrecen huecos intermedios, en conjunto, resulta algo que podríamos calificar de mamotreto. Compro un merengue seco, por el que pago 1,50 €. Me lo voy comiendo de camino.

De nuevo en la playa.
Por el paseo marítimo llego de nuevo a la playa. Desde la orilla saco una foto de conjunto para que apreciéis lo acertado de mi opinión, cuando digo que los edificios del paseo marítimo no tienen ninguna gracia. O para que discrepéis si no estáis de acuerdo. Este paisaje va a ser común al resto de ciudades y pueblos costeros por los que voy a ir pasando a lo largo de los cuatro días en que voy a tardar en recorrerlos. Se ve que, como los belgas tienen poca costa, tratan de sacar rentabilidad a sus escasos metros cuadrados con vistas al mar. Priman aquí la especulación sobre la estética, pero es evidente que se pueden realizar proyectos bellos sin tener por ello que perder rentabilidad.


Aquí veo falta de imaginación. A esta hora, la marea está baja y la gente se dispersa entre la zona de arena seca, con sus chiringuitos, cabinas, toldos, sombrillas y paravientos; y la zona húmeda, con los paseantes de orilla, los recolectores de moluscos y los niños con sus balsas y castillos de arena. Se ve una playa dinámica, con entretenimiento para todos los gustos. Sin moverme del lugar, saco otra foto hacia el nordeste. Se aprecia que, entre pueblo y pueblo apenas hay distancia. Unas veces hay un espacio arbolado que delimita, otras serán algunas dunas y, en ocasiones, la distancia entre ellas no existe, ya que se unen urbanísticamente. Así ocurre con De Panne y su continuación Sint-Idesbald, y con Koksijde, que en la costa se llama Koksijde-Bad. En ambos lugares se repite el mismo esquema. Lo comento con una mujer que camina en oblicuo de la arena húmeda a la seca, y le doy pocas opciones para negar la realidad. Reconoce que los edificios tienen poca o ninguna personalidad. Pero es lo que hay. La mejor solución es no mirarlos y dirigir la vista hacia el horizonte marino.


Esta mujer, conoce España y se asombra con el viaje que estoy haciendo. A pesar de la densidad constructiva, se sigue viendo grúas que trabajan en puntos más al interior. La visión de estos primeros pueblos belgas me trae la imagen de Benidorm. En mi opinión, con lo poco que me gusta aquel lugar, me parece que sus rascacielos son más bonitos que la monotonía de estos edificios. Más desde que lo vi de lejos subido a la montaña, en la Serra Gelada, recortada por abruptos acantilados que va hacia Alfaz del Pi, de donde parecía un pequeño Nueva York.


Koksijde-Bad. Un bonito ejercicio. 
Cuando llego a la playa de Koksijde, veo a un grupo de jóvenes con sus monitores organizando un ejercicio-juego, que consiste en que distintos equipos deben hacer una carrera. Han colocado unos pivotes amarillos a modo de límite, que debe rodear, cada uno de los componentes del equipo, y retornar al punto de partida, para que haga lo mismo el siguiente, así hasta que finaliza el último.


Se supone que cada equipo tiene igual número de jóvenes y que ganará el equipo que finalice primero y, por tanto, el más veloz, el que lo hace en el menor tiempo. No sé si deberán batir algún récord o sólo tiene un resultado puntual. Supongo que para récord sería necesario afinar demasiado, ajustar muy bien las distancias, controlar el viento, etcétera. Enseguida de empezar el juego, ya se empieza a vislumbrar qué equipos tienen más opción a la victoria, aunque nunca se sabrá la eficacia de la estrategia de orden de salida de los corredores en cada grupo hasta el final. Como podréis suponer, mi interés no es tan grande como para quedarme a ver qué equipo queda vencedor. Tras las primeras carreras, continúo adelante.

Schipgatduinen. Las dunas.
Entre este pueblo y el siguiente, paso por una zona que da solaz a la vista. Se trata de unas dunas, a las que llaman Schipgatduinen. Quizás se podrían considerar estas dunas como lo más bonito de estas costas. Al menos son naturales y las han respetado; algo digno de agradecer.
Ya en las dunas, observo que hay gente con paravientos tomando el sol. Observo que por entre las dunas hay senderos y que la gente camina por ellos. Me sorprende que, teniendo tan pocas dunas, no las protejan más. No se aprecia trasiego homosexual por entre ellas o, al menos, yo no lo percibo en el espacio a mi alcance. La gente pasea entre playas por la orilla. Al estar la marea tan baja, no resulta propicia la hora para darme un baño desnudo, pero estas dunas serían interesantes para intentarlo con marea alta. Ya me han informado que la única playa nudista de Bélgica está al este de Oostende, después de Bredene, donde en mi mapa ya aparece escrito como Naaktstrand. Ese Naakt me suena al “naked” inglés.
 
No obstante, con estas dunas protectoras y colocando mis mochilas en puntos estratégicos, me desnudo y tomo un rato el sol. ¡Una lástima que esté tan lejos el agua! Una mujer que cercana tomaba el sol en topless, al cabo de un rato se va y me quedo más tranquilo. Estoy allí una hora. Durante ese rato, pasa un hombre conduciendo un todoterreno y arrastrando el carrito de los helados. Lleva dos grandes arcones y una bandera alargada con el nombre de Olá. Se para a tramos ofreciendo su mercancía y tentando a los que toman el sol. Cuando dan las cinco, me visto y me voy camino de Oostduinkerke. Sin saber el significado de las palabras en este idioma, tan nuevo para mí, esta palabra podría estar formada por los mismos elementos que Dunkerque, no en vano, estamos muy cercanos a esta ciudad francesa y viceversa. Ambos lugares pueden estar contaminados por los mismos elementos lingüísticos, que pueden ser topónimos de lugar, del paisaje. No parece descabellado interpretar el “ker” bretón, como “lugar de” y, sabiendo que “bad” es playa, decir que estamos en la playa al este de las dunas. O al oeste de las dunas siguientes, las de Zeebermduinen. A lo mejor soy un osado, divago, y estoy metiéndome donde no me llaman. Dejémoslo correr. Es mi viaje y me tomo las libertades que quiero. Tenéis libertad para discrepar.

Oostduinkerke-Bad. 
Mi amiga Mari Luz.
Continúo por la playa. Pregunto a la socorrista si la playa en que ella está, con el nombre de St. André pertenece ya a Oostduinkerke y me dice que sí. Así que salgo de la playa y entro en un barrio de casas pequeñas, de una o dos plantas. Alguna hasta tres. Una rotonda con un elemento amarillo que me resulta difícil saber su significado. Quizás sea un simulacro de boya marina. Mi amiga Mari Luz, que vive en Barcelona, se casó con un belga, enviudó, y suele visitar a su familia política, que vive aquí. Como me ha dicho que ella no estaría aquí, en este pueblo, no le he pedido las señas cuando he hablado con ella, pues sería difícil comunicarme con su familia. Pero, ahora que estoy aquí, el cuerpo me pide recordar a la amiga y, a un hombre que pasa por mi lado, me atrevo a preguntarle por ella, por si salta la liebre. 
 
Como es natural, el hombre me responde en un idioma ininteligible y me quedo “in albis”. Lo único que saco en claro de lo que dice, es que no habla francés. Después de la tonta pregunta, no le veo sentido continuar preguntando y saco una foto del barrio hacia la rotonda.
 

Si algún día se la enseño a Mari Luz a lo mejor resulta que estuve cerca del lugar. Salgo a la carretera principal, por donde pasan tranvías. En un edificio leo PENICHE, y me trae buenos recuerdos de Portugal. Fue allí donde recibí con alegría la buena nueva: mi hija Vera iba a ser madre.
 
Ya estaba en camino mi nieto Gari. En la carretera principal, paralela a vías por las que circulan tranvías que van de De Panne al extremo opuesto de la costa, Knokke-Heist.


Me llama la atención una casa en construcción, no tanto por la casa, sino por la forma en que disponen las tejas.


 



Están apiladas por grupos uniformes de una forma cómoda para el que las coloca. Por un lado veo las tejas preparadas y, por el otro, casi todas las tejas ya colocadas en un amplio tramo, y las que quedan por colocar.







Todavía no son las seis de la tarde, pero tengo claro que hoy no voy a poder llegar a Oostende y debo pensar en qué sitio cenar y dónde dormir. Sin salir de Oosduinkerke-Bad, y aún en la carretera, encuentro una iglesia, a la que ni intento entrar. No es porque no sienta curiosidad, pero es que además está cerrada. Yo voy por el carril-bici y a los ciclistas que vienen de frente parece que no les hace ninguna gracia que yo vaya por ahí. Yo lo hago así para controlar mejor las matrículas de los coches belgas. Parece que las más recientes están por 1-FGH, pero luego veré una 1-FMM. Pero tendré que investigar más antes de tener esa certeza.



Pasa un tranvía repleto de spots publicitarios que me parece una forma interesante de evitar grafitis. Es como si los llevase y, a la hora de la verdad, casi me gustan más algunos grafitis artísticos que he visto que el efecto que me produce este tranvía tan poco estético. Todavía caminaré un rato más por este pueblo que me ha traído el recuerdo de mi amiga catalana y pasaré por un descampado que, en la costa corresponde a un parque de dunas. Pronto llegaré al siguiente pueblo, Nieuwpoort.


Nieuwpoort-Bad.
Al llegar a Nieuwpoort, veo que la parte más próxima al mar recibe el añadido de Bad, es decir, la playa de Nieuwpoort. Aquí, el esquema se repite. Las mismas construcciones desangeladas, el paseo, las dunas consolidadas con mucha vegetación, la playa de arena, y el mar océano. Sin embargo hay una novedad.


 

Al pasar por una plaza, donde veo la
iglesia y fotografiarla, me doy cuenta de que algunas casas antiguas se han conservado, se han salvado de la vorágine constructiva con intereses de rentabilidad y ha primado la conservación del patrimonio más bello, más estético.
 

No lejos de allí, otro edificio de piedra, ladrillo y madera, destaca sobre el conjunto. Pienso, ¿serían como éste los edificios que había aquí en otra época? No voy a tener oportunidad de preguntarlo. No sabría cómo hacerlo. Sigo por el paseo marítimo y veo en la playa zonas de diversión para niños, aunque las camas elásticas ya están recogidas y ningún niño salta en ellas.

 
La gente se ha ido marchando de la playa y quedan los últimos, los rezagados. Más gente en las terrazas de los bares que en el agua. El mapa me lo indica bien. Pronto me voy a encontrar con el puerto que da nombre al pueblo y que se podría traducir como el puerto nuevo.
 
A pesar de que sé que debo escorarme hacia el interior, continúo por el paseo marítimo hasta el final. En la foto se aprecia el dique por donde se da salida al río Ijzer y al canal (kanaal) que viene de Veurne. Según parece ese canal viene desde Dunkerque. Antes de acabar el paseo marítimo, paso por otro edificio señorial que muy bien pudiera ser el casino o un antiguo balneario, quizás todavía cumpliendo dicha función. Tampoco podré asegurarlo. La zona baja del edificio se emplea para negocios privados. Un alquiler de vehículos que circulan por el paseo y terrazas de bares.
 

Antes de meterme hacia el centro de la ciudad, paso por una rotonda con un faro que, quizás, fuera útil en otro tiempo, pero que hoy ha quedado obsoleto. En una esquina, han tenido el acierto de dejar la casa original. En realidad no se puede decir que sea esquina, puesto que está redondeada.









Por fin llego al canal de salida del Ijzer al mar. Tres veleros se dirigen hacia la bocana.

Nieuwpoort.
El canal está bien delimitado, de tal forma que los navegantes saben bien por dónde no se deben meter. Al fondo, al otro lado, se puede ver ya el faro, el que ahora es operativo. Ahora voy caminando hacia el centro de la ciudad por paseo paralelo al canal.


Veo lejano todavía un edificio que sale hacia el canal.Es como una especie de pagoda baja, puesto que sólo tiene dos alturas. Dos chavalillos ciclistas se adelantan a sus adultos, dejan sus bicis en el semi-puente de acceso, que se asienta sobre el limo, suben al piso alto y allí se esconden. Cuando pasan los mayores, también montados en sus bicicletas, ni se enteran del juego que pretenden hacer los más jóvenes. Para cuando los chavales empiezan a saludar, ya han seguido los otros de largo. El pretendido juego deja de tener sentido. Quizás los padres lo han visto y se están haciendo los despistados. Los jóvenes bajan de su atalaya, cogen sus bicis, y van pedaleando para alcanzar a sus adultos. En una frutería había comprado dos nectarinas. Al comérmelas veo en la etiqueta: Madre Tierra de Lázaro. Me hacen pensar en que son cultivadas en España. He pagado por ellas 0,83 €. Una de las pegatinas la pego en mi diario, aunque no sea la credencial del Camino de Santiago, ahora se parece a ella.


Puerto deportivo en el Ijzer.
En este lado, entre el canal y las casas, han dejado un amplio espacio verde, con la hierba muy bien recortada. Además, también han cuidado un poco más las fachadas de las casas y ofrecen un diseño más moderno y grato que las de los paseos marítimos. Se agradece.
 
Aprovecho la arboleda para orinar y compruebo que también cumple la función de cagadero, y no parece que sea de perros. En otro grupo de casas y ubicado en el espacio verde, han plantado unas filas de pequeños árboles. Hoy todavía están en período de crecimiento pero, con el tiempo, se formará aquí un pequeño bosque.



Un solaz de sombra para los días calurosos. Junto a unos bancos y mesas próximos, tras haber hecho ejercicio, un deportista se ha tumbado para descansar. Es así como llego al Puerto deportivo, donde se agrupan, ordenados por los pantalanes, numerosos veleros. Como están en reposo, tienen las velas plegadas, para que no se los lleve el viento sin patrón ni marinería. También está amarrado algún pequeño yate. Saco foto del puerto de dos posiciones diferentes.
 
En el otro lado del canal, un barco estaba cargando gente. En la segunda foto, al fondo, se puede ver un edificio en forma de velero, con las velas desplegadas al viento. Sin acabar el puerto deportivo, veo un edificio singular, como si fuera un pequeño refugio de madera, con más vanos de puertas que las necesarias.








Más que la de refugio, puede cumplir una función ornamental. En otro momento y en otro lugar, hasta podría servirme para dormir alguna noche de las que duermo a la intemperie, pero no estoy dispuesto a transportarlo para ese menester. Encontraré otra cosa “in situ”. En un punto del puerto, dudo si debo meterme o no. ¿Me llevará hacia la playa del Este o me perderé entre los vericuetos portuarios? Un hombre me ayuda a interpretar y a elegir la opción correcta. Está claro que debo seguir la señal, que es igual que la roja y blanca pero, al ir a cenar, la pierdo de nuevo. Ya se verá si después la encuentro o no.

La Marée.
Entro en un restaurante que ofrece menú por 12,50 €, pero no entienden ni papa de lo que pregunto. Así que entro en otro, La Marée. En este restaurante se ofrece un Menú Marinée (marinero). Me explican que se trata de salmón ahumado. Como no me agrada, pido la carta. Hay dos camareros jóvenes que son muy eficaces atendiendo a sus clientes. Además de atender bien, tienen la capacidad de bromear. El que me atiende a mí, a la vez que le hago el pedido, bosteza y ni se molesta en disimular. Me agrada esa naturalidad. Pido sopa y un wok vegetal. Ofrecen 4 langostinos, así que los pelo y me los como. No creo que se noten mucho en la cuenta final. De hecho, no sé siquiera si me los cobran o es obsequio de la casa. Sus cabezas me traen recuerdos de los cangrejos que cogíamos en el río de Alsasua, cuando éramos niños. La sopa tiene un sabor extraño. Pienso que tendrá alguna especia inhabitual a mi paladar, pero me la como a gusto. Además, el wok de verdura lleva también pasta, y me entra muy bien. Debo meter hidratos de carbono en el cuerpo. Acompañan con una salsa con mezcla de queso rallado y que, aunque me resulta algo empalagosa, me la trago también entera y rebaño el cuenco. Esta vez la cerveza es “blonde” (rubia) y se llama Hoegaarden. Pago con la Visa, que ahora va bien, 20,50 € y escribo el diario. Son las nueve cuando voy al servicio para orinar y, por si acaso, luego me siento en la taza. Ha dado resultado. Deposito un hermoso mocordo y así ya estoy descuidado para el lugar donde vaya a dormir que, todavía, no sé dónde será. Al marchar pido agua a la señora que está en la barra y me la da del grifo, sin problemas. Está claro que tienen agua buena, potable. No sé si en Bélgica sale el agua fresquita del grifo que está junto al de la cerveza (su presión), pero cuando le digo a la señora, parece que no le hace mucha gracia mi petición. Finalmente le digo al camarero joven de negro (el de blanco era el que bostezaba), que es el que me ha cobrado, que vengo caminando desde Bretaña. Se sorprende, pero no le doy tiempo a reaccionar, puesto que me voy.
 
Buscando acomodo para pasar la noche.
Salgo a una plaza donde ondean banderas. Por un lado, están las locales, la belga y la de Europa. Un total de cinco. Al otro las banderas del resto de países comunitarios europeos. Hacia el puerto, un edificio que tiene estructura similar a los templos griegos o romanos, pero su factura es más moderna, algo imperial.
 

Hacia la derecha está la estación del tranvía que luego fotografiaré más de cerca. Paso las vías del trenecillo. Al ver esta estación interpreto mal, pues creo que allí finaliza su recorrido. Es una estación al aire libre. Su estructura es metálica y está recubierta de lona (estoy escribiendo en Middelkerke, a la mañana siguiente, y al menos hasta allí siguen avanzando las vías del trenecillo). En mi mapa, a veces la confundo con la pista para bicis. La razón es que, en el poco espacio que permite el mapa, hay veces que ambas se solapan. Cuando llegue a Oostende, veré que las vías del tranvía enlazan con el ferrocarril. Pero volvamos a la tarde de hoy. Saco foto de la presunta estación y me animo a seguir la pista para bicis. 
 
Pero voy con muchas dudas. Paso un canal y luego otro y otro, y acabo desorientado. La pista me parece que me lleva demasiado hacia el Este y yo no me quiero alejar mucho de la costa. No quiero volver al sur del canal. Saco foto de uno de estos pasos, adornado con jardineras floridas, con campánulas que podrían ser de forsitias. No creo que sean petunias. Al fondo, algo más cercano, vuelvo a ver el templete que antes he comentado. Con tantas dudas, prefiero ir por la carretera, puesto que también ofrece carril para bicis, aunque no sea el oficial. Estos carriles bici empiezan a ser ya una constante en casi todas las carreteras. A estas horas, con tan pocas bicis en circulación, es para mí una solución ideal. Para asegurar que mi decisión es correcta, pregunto a un hombre que va con su mujer y dos hijos. Me manda en una dirección que yo interpreto que me supone volver para atrás. Me pongo pesado y acabo dándole la razón.
 

Efectivamente, el camino que él me recomienda me lleva hacia Westende que, bien por pista para bicis o por carretera, es la dirección que me va a encaminar hacia la playa o las dunas. Allí elegiré lo que más me conviene para dormir a resguarde del viento, que hoy sigue soplando con fuerza, aunque ahora, metido en población, lo noto menos. Por la carretera pasa un carromato tirado por un par de caballos blanquinegros. Parece que sus patas las han adornado con flecos, pero es su pelaje natural.
 
Olvidada la pista para bicis, cojo la carretera y llevo la referencia de Lombardsijde, que me vendrá bien cuando en el siguiente cruce me ofrezca dos alternativas hacia Westende. Una de ellas, la que finalmente no cojo, es la de Bad, la playa. Decido alejarme del viento. Ya bien orientado y parejo al tranvía, llego a Lombardsijde.

Lombardsijde y Westende.
Ya en esta nueva población, que no sé si pertenece a Nieuwpoort o a Middelkerke, me acerco a la iglesia.
 

El sol está bajando, pero todavía ilumina parte de la iglesia y su torre campanario. Falta un cuarto de hora para que den las diez y me urge encontrar acomodo. Normalmente en las iglesias que están al otro lado del tranvía trato de evitar el tendido eléctrico por donde se deslizan sus troles. A veces con problemas cuando la circulación por carretera es intensa. A estas horas, la circulación es escasa, por lo que evito los cables sin dificultad.










También saco foto, por su fachada rojiza intensa, al hotel Zeekameel. Los anuncios de los nombres de estos pueblos son tan pequeños, que a veces ni me entero dónde estoy. Es lo que me ocurre ahora, pues no sé si todavía estoy en Lombardsijde o en Westende. Ambos pueblos forman un gran conglomerado, en el que es difícil saber dónde está la línea divisoria. Lo mismo pasa entre Beasain y Ordizia, entre Cambrils y Salou. En mi mapa, la iglesia que he fotografiado figura como que está en Klein Westende, así que parece que ya estoy en el último pueblo de mi recorrido de hoy, pues aquí me voy a quedar.


Dormitorio en Westende. 
Casa en construcción.
Aunque no me haya enterado de que ya he pasado a Westende, estoy aquí. Lo veo escrito en la Biblioteca, junto al Ayuntamiento. He enlazado de nuevo con la pista ciclista que va en dirección al mar. Veía de lejos la torre de otra iglesia pero llegando, al doblar una esquina, me olvido de ella. Al pasar por una calle, veo cómo ya el sol se oculta entre arbolado y casas. Saco foto para el recuerdo, aunque no sea un bonito dormitorio del sol acunándose en el horizonte. Va a ser el último sol que vea hoy. Me acuerdo de la iglesia y la busco. Será la última foto de la jornada. Está algo alejada, pero sirve para situar mi punto de llegada en el mapa. En ese momento veo una vallas que protegen la entrada a unas casa en construcción. Da la sensación de que el exterior hace mucho tiempo que fue acabado, pero en su interior parece que está parada. Una de las claves me las da la vegetación que se ha ido consolidando al pie de los muros exteriores.
 

Como una de las vallas está quitada, no tengo obstáculos para entrar. Doy vuelta a las dos fachadas, que ofrecen espacio a cubierto, donde van los tubos que conducen el agua y los desagües. Hoy hace viento, pero aquí apenas se nota, y no amenaza lluvia, así que no me meteré dentro del edificio. En caso de que cambien las condiciones atmosféricas, siempre tendré ocasión de cambiar posición a resguardo del agua. Elijo un rincón al exterior, quito con el pie una telaraña rinconera y preparo la cama con suficiente espacio para dormir sin apreturas. Una señora baja la persiana de su garaje. Parece que nadie me ha visto entrar. Suena una música festiva, pero lejana. No consigo ver la luna, aunque la he visto cuando venía, aunque muy apagada. Cuando oscurezca, veré la Osa Mayor, casi completa, entre tejados de casas. Casi a punto de desaparecer dos estrellas del carro. Me levanto tres veces para orinar la cerveza. Me conviene evitarla en las cenas.

Balance de una jornada en Francia y Bélgica.
Aclarada la incógnita y sabiendo que mi amiga Mari Luz no está en Oostduinkerke, hecha la recarga en mi móvil para las últimas llamadas a la familia, mi entrada en Bélgica conlleva el cambio de idioma, al que debo acostumbrarme. Mis primeras comida y cena en Bélgica, no difieren mucho de las francesas. He sido bien atendido en ambos lugares. Cuando lo necesito, acabo sabiendo qué hacer. Lo mejor ha sido la documentación facilitada por la oficina de Turismo. Con estos mapas voy viajando con mucha seguridad.