Etapa 33 (390) 16 de
julio de 2017, martes.
Boulogne sur
Mer-Wimereux-Pointe aux Oies-Ambleteuse-Autreselles-Cap Gris
Nez-Wissaut-Escalles-Cap Blanc Nez-Bleriot Plage-Calais.
Etapa 99 por las costas francesas delAtlántico.
Amanecer en el
A.J. de Boulogne-sur-Mer.
La última vez que
me levanto a orinar, son las cinco y media. Cada vez que se da la
vuelta en la cama el austriaco parece como que necesitaría una grúa
para conseguirlo. Su estómago parece un tonel. Los tres ya estamos
despiertos, pero nos hacemos los remolones. Nadie se levanta. El
descendiente de Gil Franco ya me dijo que no tenía ninguna prisa,
así que seré yo el primero en levantarme. Me afeito e intento cagar
con poco éxito. Mis esfuerzos serán en vano. Luego se levanta el
austriaco y yo completo, cierro la mochila y tomo la pastilla contra
la hipertensión.
Bajo, porque he oído movimiento en los pasillos y ya está el bus antes de las 7:30 preparado en la calle para partir hacia París. El Marchants rojo, larguísimo autobús, se va llenando de adolescentes viajeros. Aunque aún no son las 7:15 horas, me dicen que ya puedo desayunar. La excursión ha hecho que se adelante la hora habitual de los desayunos. Una chica llena dos jarras de zumo, una de naranja y la otra de multi-frutas. Bebo dos vasos de multi-frutas y preparo el café con leche. Sale medido de la máquina. Cuando baja el austriaco, se coloca en el extremo opuesto. No hago nada por atraerlo a mi mesa. No hubiera ocurrido lo mismo de haber sido el descendiente de españoles.
Tras devolver la tarjeta a la recepcionista, salgo a la calle, antes de que arranque el autobús hacia la capital del Sena. Antes de que yo llegue al pie del autobús, desde el segundo piso, me saludan algunas del grupo de adolescentes inglesas como despedida y recordatorio de la conversación que mantuvimos ayer por la tarde. El autobús, con puntualidad inglesa, ha arrancado antes de que yo llegara, pero el semáforo en rojo colabora, me permite acercarme y sacar otra foto más cercana con las chiquitas inglesas que saludan. “Bon jour”, les digo moviendo la boca de forma exagerada, para que puedan ejercitar la labio-lectura.
El autobús toma la dirección del puente Rousseau. Pero yo ya llegué ayer por allí, y debo tomar la dirección contraria. Antes de marcharme, saco foto del albergue, en cuya fachada pone todo lo que debe poner: Auberge de Jeneusse, Fuaj, Hostelling International, Youth hostel.
Casi desde el mismo sitio, saco foto de la Gare de Boulogne. Curiosamente, acabaré la jornada muy cerca de la estación SNCF de Calais. Alguien podría pensar que mi camino de hoy ha sido de hierro, en lugar de hacerlo a pie. Las casi noventa fotos de la jornada creo que serán argumento suficiente como para desmentirlo. Ayer anduve poco, pero hoy me espera una larga jornada.
Bajo, porque he oído movimiento en los pasillos y ya está el bus antes de las 7:30 preparado en la calle para partir hacia París. El Marchants rojo, larguísimo autobús, se va llenando de adolescentes viajeros. Aunque aún no son las 7:15 horas, me dicen que ya puedo desayunar. La excursión ha hecho que se adelante la hora habitual de los desayunos. Una chica llena dos jarras de zumo, una de naranja y la otra de multi-frutas. Bebo dos vasos de multi-frutas y preparo el café con leche. Sale medido de la máquina. Cuando baja el austriaco, se coloca en el extremo opuesto. No hago nada por atraerlo a mi mesa. No hubiera ocurrido lo mismo de haber sido el descendiente de españoles.
Tras devolver la tarjeta a la recepcionista, salgo a la calle, antes de que arranque el autobús hacia la capital del Sena. Antes de que yo llegue al pie del autobús, desde el segundo piso, me saludan algunas del grupo de adolescentes inglesas como despedida y recordatorio de la conversación que mantuvimos ayer por la tarde. El autobús, con puntualidad inglesa, ha arrancado antes de que yo llegara, pero el semáforo en rojo colabora, me permite acercarme y sacar otra foto más cercana con las chiquitas inglesas que saludan. “Bon jour”, les digo moviendo la boca de forma exagerada, para que puedan ejercitar la labio-lectura.
El autobús toma la dirección del puente Rousseau. Pero yo ya llegué ayer por allí, y debo tomar la dirección contraria. Antes de marcharme, saco foto del albergue, en cuya fachada pone todo lo que debe poner: Auberge de Jeneusse, Fuaj, Hostelling International, Youth hostel.
Casi desde el mismo sitio, saco foto de la Gare de Boulogne. Curiosamente, acabaré la jornada muy cerca de la estación SNCF de Calais. Alguien podría pensar que mi camino de hoy ha sido de hierro, en lugar de hacerlo a pie. Las casi noventa fotos de la jornada creo que serán argumento suficiente como para desmentirlo. Ayer anduve poco, pero hoy me espera una larga jornada.
Saliendo de
Boulogne-sur-Mer.
Voy pasando de
Voltaire a Nacional, de Nacional a Víctor Hugo. Tengo compañía. Un
hombre va en la misma dirección que yo y hablamos. Empiezo por
Víctor Hugo y Los Miserables, continúo con Marius, y nos despedimos
poco antes de la estatua del libertador de América, el General San
Martín.
Está claro que la interpretación que hice yo de que, después de su revolución americana, se vino a Francia a descansar, resulta sumamente errónea. Por lo que este hombre me cuenta, San Martín ayudó a Francia para liberar Boulogne. Es la razón por la que una buena parte de esta costa, bunkers incluidos, pertenece a Argentina. Fue entregada como compensación y agradecimiento por la ayuda prestada. Todo tiene su precio en el mercado.
La historia contada por mi acompañante, coincide con poca variación con la que me narra otro francés al pie de la estatua del general. Hoy saco foto de las casetas de baño adosadas en perfecta alineación. Dos diques abren paso a la bocana, por donde deben pasar los barcos portuarios, pero luego veré que el primero no conecta con tierra en la marea alta, aunque probablemente no ocurra lo mismo en la bajamar. No me quedaré para comprobarlo. Hoy tengo mucho que recorrer. Pero lo que no fotografié ayer, aunque critiqué, lo hago esta mañana, podéis ver el urinario a la vista, perfectamente visible desde el paseo marítimo.
La flecha y el nombre invitan a dirigir la picha y la mirada hacia el lugar señalado. Hoy también orino antes de seguir adelante. Eso sí, todo está muy limpio. El primer tramo lo hago por acera paralela a la carretera pero pronto me lleva por el acantilado. Se agradece la invitación y voy a ir recuperando sensaciones que en Seine-Maritime no pude experimentar. Pero antes de alejarme del mar, veo el dique truncado que antes comentaba.
Efectivamente, aunque cumpla su tarea de contención de la arena y el embate de las olas, no conecta con el continente. Lo iremos viendo mejor según vaya pasando por encima del acantilado. Una mujer me dice que el camino está muy bien indicado, con buena señalización y que podré pasar por los tres cabos más importantes: la Pointe de la Crèche, la de deux Oies y el Cap-Gris-Nez.
Cuando llego a la primera altura, veo que por allí continúa la señal roja y blanca del GR-120 y, junto a ella, un cartel indicador que advierte del peligro, pero no veo señal de Interdit, como ocurría en los infaustos días de Étretat, Yport, Fécamp, Veulettes, Varengeville… Se limitan a recomendar no pasar del límite. Un espacio con auto-caravanas, ocupa un espacio envidiable con vistas al mar y a la ciudad. Enseguida veo cómo algunas hacen caso omiso de la recomendación.
Será que no son galas, que no saben leer, o que les gusta correr riesgos y exponerse a alguna multa por la infracción. Una pareja de chicas ha instalado su tienda en el lugar más bello y con mejores vistas de toda esta costa. Una está ocupada con el aislante impermeable, pero no sé si han pasado aquí la noche y están iniciando la recogida de la tienda de campaña, o lo que están haciendo es terminar de instalarla. La otra contempla su laboriosidad.
Sigo adelante y voy sacando fotos desde la cima del acantilado, del dique aislado que ya he comentado. De las tres que saco, la primera parece que el dique ya fuera construido aislado, sin conexión con tierra, como si su finalidad fuera únicamente la de contener la arena de la playa para que no se la lleve el mar. Según voy avanzando, por la estructura que veo bajo el acantilado, parece que tiene visos de que no fue así, y que ya había algo construido y que se ha deteriorado.
En la tercera se ve a gente que estudia el terreno in situ, quizás con curiosidad mayor que la mía. Me recuerda a un punto de Jaizkibel, en Hondarribia, que los romanos usaban como puerto para carga de piedra de arenisca y llevarla a Oiasso, la Irun romana. Tendría gracia que aquí ocurriera algo similar, que desbarataría todas las tonterías que he ido diciendo. Un puerto romano, con los galos Asterix y Obelix.
Está claro que la interpretación que hice yo de que, después de su revolución americana, se vino a Francia a descansar, resulta sumamente errónea. Por lo que este hombre me cuenta, San Martín ayudó a Francia para liberar Boulogne. Es la razón por la que una buena parte de esta costa, bunkers incluidos, pertenece a Argentina. Fue entregada como compensación y agradecimiento por la ayuda prestada. Todo tiene su precio en el mercado.
La historia contada por mi acompañante, coincide con poca variación con la que me narra otro francés al pie de la estatua del general. Hoy saco foto de las casetas de baño adosadas en perfecta alineación. Dos diques abren paso a la bocana, por donde deben pasar los barcos portuarios, pero luego veré que el primero no conecta con tierra en la marea alta, aunque probablemente no ocurra lo mismo en la bajamar. No me quedaré para comprobarlo. Hoy tengo mucho que recorrer. Pero lo que no fotografié ayer, aunque critiqué, lo hago esta mañana, podéis ver el urinario a la vista, perfectamente visible desde el paseo marítimo.
La flecha y el nombre invitan a dirigir la picha y la mirada hacia el lugar señalado. Hoy también orino antes de seguir adelante. Eso sí, todo está muy limpio. El primer tramo lo hago por acera paralela a la carretera pero pronto me lleva por el acantilado. Se agradece la invitación y voy a ir recuperando sensaciones que en Seine-Maritime no pude experimentar. Pero antes de alejarme del mar, veo el dique truncado que antes comentaba.
Efectivamente, aunque cumpla su tarea de contención de la arena y el embate de las olas, no conecta con el continente. Lo iremos viendo mejor según vaya pasando por encima del acantilado. Una mujer me dice que el camino está muy bien indicado, con buena señalización y que podré pasar por los tres cabos más importantes: la Pointe de la Crèche, la de deux Oies y el Cap-Gris-Nez.
Cuando llego a la primera altura, veo que por allí continúa la señal roja y blanca del GR-120 y, junto a ella, un cartel indicador que advierte del peligro, pero no veo señal de Interdit, como ocurría en los infaustos días de Étretat, Yport, Fécamp, Veulettes, Varengeville… Se limitan a recomendar no pasar del límite. Un espacio con auto-caravanas, ocupa un espacio envidiable con vistas al mar y a la ciudad. Enseguida veo cómo algunas hacen caso omiso de la recomendación.
Será que no son galas, que no saben leer, o que les gusta correr riesgos y exponerse a alguna multa por la infracción. Una pareja de chicas ha instalado su tienda en el lugar más bello y con mejores vistas de toda esta costa. Una está ocupada con el aislante impermeable, pero no sé si han pasado aquí la noche y están iniciando la recogida de la tienda de campaña, o lo que están haciendo es terminar de instalarla. La otra contempla su laboriosidad.
Sigo adelante y voy sacando fotos desde la cima del acantilado, del dique aislado que ya he comentado. De las tres que saco, la primera parece que el dique ya fuera construido aislado, sin conexión con tierra, como si su finalidad fuera únicamente la de contener la arena de la playa para que no se la lleve el mar. Según voy avanzando, por la estructura que veo bajo el acantilado, parece que tiene visos de que no fue así, y que ya había algo construido y que se ha deteriorado.
En la tercera se ve a gente que estudia el terreno in situ, quizás con curiosidad mayor que la mía. Me recuerda a un punto de Jaizkibel, en Hondarribia, que los romanos usaban como puerto para carga de piedra de arenisca y llevarla a Oiasso, la Irun romana. Tendría gracia que aquí ocurriera algo similar, que desbarataría todas las tonterías que he ido diciendo. Un puerto romano, con los galos Asterix y Obelix.
Pasado el dique,
considero que ya se acabó Boulogne y voy a seguir disfrutando de
este acantilado, menos espectacular que el del final de Normandía y
el del inicio de la Côte Picarde, pero mejor preparado para
disfrutar por los senderistas. En la primera asomada, ya veo a lo
lejos Wimereux y la costa que seguirá a continuación y que sigue
todavía vertical hacia el Norte.
Hasta que no llegue a Cap-Nez-Gris, no cogerá dirección Nordeste, hacia Calais. Hacia la derecha veo en un terreno un indicador. El lugar se llama Saint Martín-Boulogne. Esto confirmaría lo que mi acompañante, y el hombre a pie de estatua, me han dicho sobre los terrenos pertenecientes a Argentina. Los de la moto que al salir de Outreau había equivocado el camino y yo les ayudé a rectificar, querían venir a Wimereux.
Pronto llego a una depresión natural del terreno, que permite bajar al mar sin demasiado riesgo, pero la costa es de piedras y no me apetece descender. Voy muy a gusto por este sendero magnífico. Ya con Wimereux a tiro de piedra, se comprueba la calidad del camino, mezcla de tierra y hierba, y a la vez lo vulnerable que lo hace el estar tan próximo a la falla marina. Se agrietará, se demolerá algo, habrá desprendimientos, pero el camino tiene vida para siglos.
Hasta que no llegue a Cap-Nez-Gris, no cogerá dirección Nordeste, hacia Calais. Hacia la derecha veo en un terreno un indicador. El lugar se llama Saint Martín-Boulogne. Esto confirmaría lo que mi acompañante, y el hombre a pie de estatua, me han dicho sobre los terrenos pertenecientes a Argentina. Los de la moto que al salir de Outreau había equivocado el camino y yo les ayudé a rectificar, querían venir a Wimereux.
Pronto llego a una depresión natural del terreno, que permite bajar al mar sin demasiado riesgo, pero la costa es de piedras y no me apetece descender. Voy muy a gusto por este sendero magnífico. Ya con Wimereux a tiro de piedra, se comprueba la calidad del camino, mezcla de tierra y hierba, y a la vez lo vulnerable que lo hace el estar tan próximo a la falla marina. Se agrietará, se demolerá algo, habrá desprendimientos, pero el camino tiene vida para siglos.
Wimereux.
Poco después de las
nueve, ya estoy entrando en este pueblo. Un bunker me recibe. Tiene
un túnel que me atrae y por el que se ve parte de los edificios
urbanos. Lo fotografío pero el contraste de luz y sombra es tan
brutal, que el contenido que quería sacar al fondo del túnel se
quema y desaparece. Os tenéis que fiar de mí si os digo que al
fondo había casas.
Poco más adelante, un joven con su Kubota está segando hierba. Él está manejando el vehículo y sentado con comodidad, mientras que otra joven, se dedica a volver la hierba cortada para que se vaya secando y la seca la va metiendo en un gran cubo. Trabajo técnico y cómodo para el varón, trabajo de pie y menos técnico para ella.
¿Cobrarán el mismo sueldo por la tarea? Llego a la playa. En el paseo marítimo veo un gran pedrusco, probablemente lo enclavó aquí Obelix, conmemorativo de los mensajes primeros que intercambiaron Branly y Marconi, a través del Canal de La Mancha.
Homenaje a la Telegrafía sin Hilos. La placa se refiere a una fecha: 29 de abril de 1899. Ciento diez años después de la Revolución, y esto también supuso una revolución en los medios de comunicación.
Un cartel pintado en el suelo advierte a los perros que está prohibido su acceso a la playa. “¿A todas las horas?”, me pregunto. Está bien que lo pongan en el pavimento, pues así los perros, que llevan los ojos muy próximos al suelo, lo pueden leer con más facilidad. “¡Son tan listos!”, suelen decir sus dueños.
Pero cuando me encuentro una mierda en la calle, suelo decir: “¡Cagones!” y no me refiero a los perros, que tengo la certeza de que no me entenderían, sino a sus dueños. Ya en el paseo marítimo urbano, veo que han construido un dique circular de piedras, que permite la acumulación de agua como si fuera una piscina que supongo será poco profunda, y que en la marea baja permite tener agua sin tener necesidad de andar mucho hasta la orilla. Supongo que los niños serán los que más utilicen, pero también algún adulto.
Con los cambios de marea, el agua se va renovando naturalmente cada día. Me parece una buena idea, para este tipo de playas. No la trasladaría a ninguna de las tres playas de Donostia-San Sebastián, por ejemplo. Siguiendo el paseo marítimo, compruebo que las casas aledañas son de buena factura, recias pero sin estridencias, y las casetas de baño no están en la arena, sino que las instalan en el propio paseo, a defensa de cualquier embate del mar.
El río Wimereux busca su salida al mar. Saco foto del mismo con el casco urbano y la iglesia. Cerca de la desembocadura, se le ve poco caudaloso en verano y forma meandros de cantos rodados, que acabarán llegando a la playa.
La salida del río parte la playa y es un terreno propicio para las gaviotas carroñeras, ladronas y que, si se dejan, también se tragan algún pez de vez en cuando. En menos de media hora, incluyendo las paradas, he atravesado la costa de Wimereux, no profundizo en el pueblo, y me encamino hacia la Pointe aux Oies. Puede que no lo haga porque ya vengo desayunado y todavía es muy pronto para comer.
Poco más adelante, un joven con su Kubota está segando hierba. Él está manejando el vehículo y sentado con comodidad, mientras que otra joven, se dedica a volver la hierba cortada para que se vaya secando y la seca la va metiendo en un gran cubo. Trabajo técnico y cómodo para el varón, trabajo de pie y menos técnico para ella.
¿Cobrarán el mismo sueldo por la tarea? Llego a la playa. En el paseo marítimo veo un gran pedrusco, probablemente lo enclavó aquí Obelix, conmemorativo de los mensajes primeros que intercambiaron Branly y Marconi, a través del Canal de La Mancha.
Homenaje a la Telegrafía sin Hilos. La placa se refiere a una fecha: 29 de abril de 1899. Ciento diez años después de la Revolución, y esto también supuso una revolución en los medios de comunicación.
Un cartel pintado en el suelo advierte a los perros que está prohibido su acceso a la playa. “¿A todas las horas?”, me pregunto. Está bien que lo pongan en el pavimento, pues así los perros, que llevan los ojos muy próximos al suelo, lo pueden leer con más facilidad. “¡Son tan listos!”, suelen decir sus dueños.
Pero cuando me encuentro una mierda en la calle, suelo decir: “¡Cagones!” y no me refiero a los perros, que tengo la certeza de que no me entenderían, sino a sus dueños. Ya en el paseo marítimo urbano, veo que han construido un dique circular de piedras, que permite la acumulación de agua como si fuera una piscina que supongo será poco profunda, y que en la marea baja permite tener agua sin tener necesidad de andar mucho hasta la orilla. Supongo que los niños serán los que más utilicen, pero también algún adulto.
Con los cambios de marea, el agua se va renovando naturalmente cada día. Me parece una buena idea, para este tipo de playas. No la trasladaría a ninguna de las tres playas de Donostia-San Sebastián, por ejemplo. Siguiendo el paseo marítimo, compruebo que las casas aledañas son de buena factura, recias pero sin estridencias, y las casetas de baño no están en la arena, sino que las instalan en el propio paseo, a defensa de cualquier embate del mar.
El río Wimereux busca su salida al mar. Saco foto del mismo con el casco urbano y la iglesia. Cerca de la desembocadura, se le ve poco caudaloso en verano y forma meandros de cantos rodados, que acabarán llegando a la playa.
La salida del río parte la playa y es un terreno propicio para las gaviotas carroñeras, ladronas y que, si se dejan, también se tragan algún pez de vez en cuando. En menos de media hora, incluyendo las paradas, he atravesado la costa de Wimereux, no profundizo en el pueblo, y me encamino hacia la Pointe aux Oies. Puede que no lo haga porque ya vengo desayunado y todavía es muy pronto para comer.
Pointe-aux-Oies,
Ambleteuse,
el río Slack.
el río Slack.
Hasta la
Pointe-aux-Oies el camino sigue siendo igual de bueno. Enseguida que
me asomo por la falla al mar, veo al fondo el siguiente pueblo de
Ambleteuse. Parece que voy a llegar enseguida pero, en la parte final
se complica y me cuesta llegar al otro lado de otro río, el Slack.
Por delante veo el cabo de las Oies, de las Ocas, que, al acercarme, no ofrece ninguna espectacularidad, solo gaviotas y dos mariscadores, pero que con el otro extremo en Ambleteuse, acoge una suave bahía. Una vez pasado el cabo de las Ocas, desde arriba, veo la playa amplia siguiente y que parece una línea de costa que continúa después del pueblo.
Así que bajo a la playa. Unas magníficas dunas son un bello
fondo que enmarca tan larga playa. Son contadas las personas que
caminamos por ella. La marea está tan baja, que no me apetece andar
tanto hacia la orilla para darme un baño. Confío en encontrar un
lugar más apetecible.
Al final de la playa se ofrece un edificio singular, una especie de castillete redondeado, pero me alarma ver un dique de piedras, que podría ser la señal de desembocadura de otro río. Efectivamente, será el Slack. Cuando me doy cuenta de ello, me escoro a la derecha y llego a otro espacio de cantos rodados que me van a obligar a calzarme.
Pensado a posteriori, creo que si hubiera seguido por la orilla del mar me hubiera evitado tanta zozobra para pasar al otro lado del Slack. El río forma una especie de lago que con el castillete, que parece vivienda remozada y retejada, y sus reflejos, ofrece la posibilidad de sacar bellas fotos. Al menos a mí me gustan. La tranquilidad de esas aguas amansadas, ofrecen un espejo perfecto y me hubiera estando horas sacando fotos del lugar.
Después de pasar el río descalzo, que lleva cierta corriente y tiene piedras poco gratas para ser pisadas con los pies desnudos, ya estoy en el otro lado. Me vuelvo a calzar. El pueblo va quedando a mi derecha y tampoco lo visito y la casa-castillo-torre, también va quedando atrás.
Tractores en la playa de rocas planas y no mucha gente, para esta época de verano. Para los que nos gusta caminar por la arena, esta costa apetece poco.
Por delante veo el cabo de las Oies, de las Ocas, que, al acercarme, no ofrece ninguna espectacularidad, solo gaviotas y dos mariscadores, pero que con el otro extremo en Ambleteuse, acoge una suave bahía. Una vez pasado el cabo de las Ocas, desde arriba, veo la playa amplia siguiente y que parece una línea de costa que continúa después del pueblo.
Al final de la playa se ofrece un edificio singular, una especie de castillete redondeado, pero me alarma ver un dique de piedras, que podría ser la señal de desembocadura de otro río. Efectivamente, será el Slack. Cuando me doy cuenta de ello, me escoro a la derecha y llego a otro espacio de cantos rodados que me van a obligar a calzarme.
Pensado a posteriori, creo que si hubiera seguido por la orilla del mar me hubiera evitado tanta zozobra para pasar al otro lado del Slack. El río forma una especie de lago que con el castillete, que parece vivienda remozada y retejada, y sus reflejos, ofrece la posibilidad de sacar bellas fotos. Al menos a mí me gustan. La tranquilidad de esas aguas amansadas, ofrecen un espejo perfecto y me hubiera estando horas sacando fotos del lugar.
Después de pasar el río descalzo, que lleva cierta corriente y tiene piedras poco gratas para ser pisadas con los pies desnudos, ya estoy en el otro lado. Me vuelvo a calzar. El pueblo va quedando a mi derecha y tampoco lo visito y la casa-castillo-torre, también va quedando atrás.
Tractores en la playa de rocas planas y no mucha gente, para esta época de verano. Para los que nos gusta caminar por la arena, esta costa apetece poco.
La Loute. La Alta
Sociedad.
Cuando estoy
escribiendo esta parte de mi camino, casi cuatro años después de
ocurridos los hechos, ya se estrenó en Donostia-San Sebastián la
película que da título a este parágrafo. La Loute la vi el 29 de
abril de 2017 en el Trueba, en versión original con subtítulos. Fue
traducida en España como La Alta Sociedad. Según veía la película
los lugares costeros se me iban haciendo familiares y cuando me quedé
a ver los títulos de crédito no pude enterarme bien del lugar de
rodaje, pero pondría la mano en el fuego que pudo ser aquí, en
Ambleteuse. ¿Alguien me lo podría confirmar?
A pesar del intento de hacer una película jocosa, y de la interpretación de Fabrice Lucchini, me parece una película fallida. Y me gusta el cine francés. El policía gordo y las mujeres voladoras me parecen un esperpento, una “boutade”. Se ve que se lo pasaron bien en el rodaje.
A pesar del intento de hacer una película jocosa, y de la interpretación de Fabrice Lucchini, me parece una película fallida. Y me gusta el cine francés. El policía gordo y las mujeres voladoras me parecen un esperpento, una “boutade”. Se ve que se lo pasaron bien en el rodaje.
Autreselles.
Saliendo de
Ambleteuse hacia Autreselles, voy calzado, primero por la carretera y
luego por el pedregal que pretende ser playa. Me encuentro con un
chico solitario, acompañado por su perro.
Hablo con él, con el chico no con el perro, y le digo: “Tú solo, con tu amigo el “chien”, él acepta mi dicho. Le digo que voy a Bélgica y él me dice que de allí viene con su perro, pero sus respuestas monosilábicas apenas dan juego comunicativo, así que sigo adelante. Poco después una chica que, a través de su portable, nuestro móvil, tiene cuerda para rato. No para de darle a la sin hueso.
Me gusta el asiento que ha improvisado. Supongo que no llevará dentro de su mochila nada que se pueda aplastar. Me imagino toda su ropa impregnada de crema solar, sea protectora o bronceadora.
Hablo con él, con el chico no con el perro, y le digo: “Tú solo, con tu amigo el “chien”, él acepta mi dicho. Le digo que voy a Bélgica y él me dice que de allí viene con su perro, pero sus respuestas monosilábicas apenas dan juego comunicativo, así que sigo adelante. Poco después una chica que, a través de su portable, nuestro móvil, tiene cuerda para rato. No para de darle a la sin hueso.
Me gusta el asiento que ha improvisado. Supongo que no llevará dentro de su mochila nada que se pueda aplastar. Me imagino toda su ropa impregnada de crema solar, sea protectora o bronceadora.
Autreselles va a ser
otro pueblecito que no voy a ver y lo único que fotografío va a ser
un arriate de flores construido con carácter de provisionalidad. Al
menos a mí, así me lo parece. Del conjunto de seis indicadores de
interés local, el primero se pierde entre las hojas de los árboles
de detrás. Ahora mi siguiente destino será el cabo Gris-Nez.
Brigada de
mantenimiento del GR.
Nada más volver a
la costa, localizo el GR-120 por encima de un acantilado algo más
bajo que el anterior. Una pareja a montado su tienda de campaña en
la hierba pero próxima a las piedras de la playa. Una pareja en la
arena. Él tumbado sobre su toalla y ella, en la orilla, dándose un
baño. ¡Viva las mujeres valientes!
Enseguida me encuentro con una brigada de mantenimiento del GR. Están segando las hierbas del camino. Está lleno de las espigas que usábamos de pequeños como juego, las arrancábamos de su fino tallo y las lanzábamos a mis hermanas, primos y amigos con finalidad de flecharlos y que se quedarán adheridas a los jerséis de punto. Imitábamos a los martirizadores del santo Sebastián.
Aquí, también las quitan, aunque poniendo gran cuidado en no desmochar las buenas espigas del cereal sembrado que, si por el agricultor fuera, lo llevaría hasta el borde de la falla. Las sembradas dan harina y pan, las otras no. Me acuerdo del dicho: “Pídeme pan, pero dame trigo”. Ahora que lo escribo leyendo del diario, no sé si es así, exactamente. Creo que el sentido era que, si quieres comer, tienes que hacer algo para merecerlo. En otro sentido podría significar: Si quieres que rinda en el trabajo, págame y trátame bien. Les voy dando las gracias al pasar a cada uno de los trabajadores, por limpiar y hacerme grato mi camino. Salvo uno, paran el motor de su desbrozadora, y me saludan. Salvo uno, todos llevan cascos, para no sufrir el ruido, y evitar la contaminación auditiva. Como no se quitan los cascos, nunca sabré qué oyen de lo que les digo. Cuando acabo de pasar a la brigada, veo al técnico que estudia dos hundimientos de la “falaise”. No dañan el camino y pasarán muchos años hasta que puedan crear algún peligro para el GR-120 y los caminantes. Hablo con él, le agradezco el trabajo y me explayo a gusto con mis argumentos, la obligación que tienen los estados, los gobiernos, de mantener los caminos ancestrales, mantenerlos y hacer otros nuevos. Que Francia también debe mantener los caminos que conectan con Europa, como hacemos nosotros, aunque también tenemos mucho que criticar, y que favorece un tipo de turismo menor pero interesante de mantener. Me enrollo con el dicho: “África comienza en los Pirineos” que sirvió durante el franquismo pero que, ahora, en algunos aspectos, podemos dar lecciones a Francia, que vive del cuento de la revolución de 1789. No me quejo de la Fraternidad, pero sí de la Liberté y la Egalité. Le hablo de las descuidadas bellas fallas y acantilados de Seine-Maritime. Me acaba dando la razón, y me dice que cada departamento tiene una política diferente para el mantenimiento de los caminos. Ya veo que ellos observan la política correcta, la adecuada para que gente como yo podamos disfrutar de bellos caminos. Me despido agradecido y sigo mi camino.
Luego me encuentro con otra brigada, pero este segundo grupo a las 11:30 ya está recogiendo la herramienta para trasladarse a su lugar y poder comer a las doce.
Enseguida me encuentro con una brigada de mantenimiento del GR. Están segando las hierbas del camino. Está lleno de las espigas que usábamos de pequeños como juego, las arrancábamos de su fino tallo y las lanzábamos a mis hermanas, primos y amigos con finalidad de flecharlos y que se quedarán adheridas a los jerséis de punto. Imitábamos a los martirizadores del santo Sebastián.
Aquí, también las quitan, aunque poniendo gran cuidado en no desmochar las buenas espigas del cereal sembrado que, si por el agricultor fuera, lo llevaría hasta el borde de la falla. Las sembradas dan harina y pan, las otras no. Me acuerdo del dicho: “Pídeme pan, pero dame trigo”. Ahora que lo escribo leyendo del diario, no sé si es así, exactamente. Creo que el sentido era que, si quieres comer, tienes que hacer algo para merecerlo. En otro sentido podría significar: Si quieres que rinda en el trabajo, págame y trátame bien. Les voy dando las gracias al pasar a cada uno de los trabajadores, por limpiar y hacerme grato mi camino. Salvo uno, paran el motor de su desbrozadora, y me saludan. Salvo uno, todos llevan cascos, para no sufrir el ruido, y evitar la contaminación auditiva. Como no se quitan los cascos, nunca sabré qué oyen de lo que les digo. Cuando acabo de pasar a la brigada, veo al técnico que estudia dos hundimientos de la “falaise”. No dañan el camino y pasarán muchos años hasta que puedan crear algún peligro para el GR-120 y los caminantes. Hablo con él, le agradezco el trabajo y me explayo a gusto con mis argumentos, la obligación que tienen los estados, los gobiernos, de mantener los caminos ancestrales, mantenerlos y hacer otros nuevos. Que Francia también debe mantener los caminos que conectan con Europa, como hacemos nosotros, aunque también tenemos mucho que criticar, y que favorece un tipo de turismo menor pero interesante de mantener. Me enrollo con el dicho: “África comienza en los Pirineos” que sirvió durante el franquismo pero que, ahora, en algunos aspectos, podemos dar lecciones a Francia, que vive del cuento de la revolución de 1789. No me quejo de la Fraternidad, pero sí de la Liberté y la Egalité. Le hablo de las descuidadas bellas fallas y acantilados de Seine-Maritime. Me acaba dando la razón, y me dice que cada departamento tiene una política diferente para el mantenimiento de los caminos. Ya veo que ellos observan la política correcta, la adecuada para que gente como yo podamos disfrutar de bellos caminos. Me despido agradecido y sigo mi camino.
Luego me encuentro con otra brigada, pero este segundo grupo a las 11:30 ya está recogiendo la herramienta para trasladarse a su lugar y poder comer a las doce.
El Cap-Gris-Nez.
Faro.
Por el camino voy
viendo letreros rústicos con los nombres de los distintos espacios.
Así leo Cran-aux-oeufs y Cran Poulet, un cran es como un agujero,
una sima, en este buen GR-120, y me voy acercando al Cap-Gris-Nez.
El acantilado sigue siendo de rocas y guijarros, así que, aunque en Cran Poulet me permita una salida al mar, rehusaré acercarme a la orilla. Cran Poulet podría ser el agujero del pollo o, quizás, el culo del pollo. Encaja mejor este nombre que la traducción del otro cran que sería el agujero de los huevos. Si fuera el agujero que está junto a los huevos, estaríamos de nuevo en el culo, esta vez podría ser hasta un culo humano.
El camino, bien cuidado, sigue la misma tónica y desde Cran Poulet empieza a ascender de nuevo. El camino sigue estando perfecto y llego a un bunker, que ha sido tomado por una pareja. Confío en que no sean alemanes intentando recuperar territorio.
En un recodo del camino aparece, todavía lejano el faro de Cap-Gris-Nez. Empiezo a ver a paseantes que vienen de allí. Más ancho cada vez el camino me va llevando hacia la explanada donde, subiendo un poco más se encuentra el faro. Ahora ya empieza a parecer que vamos en procesión. Mucha gente caminando que viene y va.
Me agrada ver a tantos amigos de este noble deporte, pero luego me llevo un chasco al saber que muy cerca del faro hay una carretera y un aparcamiento. Estos son caminantes de poco recorrido. En cinco minutos ya estoy en el faro y saco una foto mirando hacia atrás sin ira y disfrutando del recorrido que acabo de hacer.
En el mirador hay un matrimonio de Burdeos con otra pareja amiga. Les digo que es injusto que ellos vengan en coche y yo andando desde Boulogne y les cuento los viajes, el del pasado año y el de este.
Enseguida llego a la carretera y voy haciéndome a la idea de comer en el pueblo más cercano, Tardinghen, que está algo hacia el interior. Me vuelvo para sacar foto del faro por el que acabo de pasar, para que se vea que ya va quedando lejano y otra hacia la costa, donde se empiezan a ver nuevas mejilloneras.
Un hombre me dice que el pueblo que se ve al fondo es Wissant, así que me olvido del que había pensado, y decido ir allí a comer. Debo tener que es la una menos cuarto y que debo acelerar para que no me digan: “la cuisine est fermé”.
El acantilado sigue siendo de rocas y guijarros, así que, aunque en Cran Poulet me permita una salida al mar, rehusaré acercarme a la orilla. Cran Poulet podría ser el agujero del pollo o, quizás, el culo del pollo. Encaja mejor este nombre que la traducción del otro cran que sería el agujero de los huevos. Si fuera el agujero que está junto a los huevos, estaríamos de nuevo en el culo, esta vez podría ser hasta un culo humano.
El camino, bien cuidado, sigue la misma tónica y desde Cran Poulet empieza a ascender de nuevo. El camino sigue estando perfecto y llego a un bunker, que ha sido tomado por una pareja. Confío en que no sean alemanes intentando recuperar territorio.
En un recodo del camino aparece, todavía lejano el faro de Cap-Gris-Nez. Empiezo a ver a paseantes que vienen de allí. Más ancho cada vez el camino me va llevando hacia la explanada donde, subiendo un poco más se encuentra el faro. Ahora ya empieza a parecer que vamos en procesión. Mucha gente caminando que viene y va.
Me agrada ver a tantos amigos de este noble deporte, pero luego me llevo un chasco al saber que muy cerca del faro hay una carretera y un aparcamiento. Estos son caminantes de poco recorrido. En cinco minutos ya estoy en el faro y saco una foto mirando hacia atrás sin ira y disfrutando del recorrido que acabo de hacer.
En el mirador hay un matrimonio de Burdeos con otra pareja amiga. Les digo que es injusto que ellos vengan en coche y yo andando desde Boulogne y les cuento los viajes, el del pasado año y el de este.
Enseguida llego a la carretera y voy haciéndome a la idea de comer en el pueblo más cercano, Tardinghen, que está algo hacia el interior. Me vuelvo para sacar foto del faro por el que acabo de pasar, para que se vea que ya va quedando lejano y otra hacia la costa, donde se empiezan a ver nuevas mejilloneras.
Un hombre me dice que el pueblo que se ve al fondo es Wissant, así que me olvido del que había pensado, y decido ir allí a comer. Debo tener que es la una menos cuarto y que debo acelerar para que no me digan: “la cuisine est fermé”.
Bajo a la playa,
saco foto de las mejilloneras, donde hay gente mirando o, quizás,
cogiendo. La distancia no me permite distinguir bien lo que hacen.
Otras gentes, pescan a caña metidos en el mar, en el lugar donde
rompen las olas.
Veo una roca en medio de la playa y me hago la idea de darme allí el baño desnudo, pero según me voy acercando, veo que allí ya hay gente, que la roca está ocupada. Así que me paro antes, en tierra de nadie, descargo el equipaje, me desnudo, me doy un baño, obligatoriamente rápido si quiero llegar a buena hora a comer, me seco paseando por la orilla y me vuelvo a vestir antes de que se acerque más una pareja que viene caminando a borde de mar. Cuando paso por la roca musgosa que había visto de lejos, la fotografío.
Hay una familia con niños, así que he hecho bien bañándome antes. Otra pareja pasea por la orilla y ya veo las dunas y, al final de ellas, el pueblo de Wissant.
Veo una roca en medio de la playa y me hago la idea de darme allí el baño desnudo, pero según me voy acercando, veo que allí ya hay gente, que la roca está ocupada. Así que me paro antes, en tierra de nadie, descargo el equipaje, me desnudo, me doy un baño, obligatoriamente rápido si quiero llegar a buena hora a comer, me seco paseando por la orilla y me vuelvo a vestir antes de que se acerque más una pareja que viene caminando a borde de mar. Cuando paso por la roca musgosa que había visto de lejos, la fotografío.
Hay una familia con niños, así que he hecho bien bañándome antes. Otra pareja pasea por la orilla y ya veo las dunas y, al final de ellas, el pueblo de Wissant.
Voy acercándome al
pueblo y, para andar más rápido, dejo la arena y subo al paseo
marítimo.
Un hombre me recomienda Chez Edwige, como restaurante de mejor relación calidad-precio, Quiero llegar antes de que den las dos. En la playa han empezado a aparecer de nuevo los diques separadores que no sé muy bien que función cumplen. ¿Sujetan realmente la arena de los embates del viento y del mar?
Entro a Wissant por el paseo marítimo que, en realidad, no es más que una carretera con poca delimitación, ni una acera, ni un muro. Pasadas las dos, llego a la iglesia, a la que me limito a fotografiar desde el exterior.
Enseguida entro en Chez Edwige y no hay problemas, ni por sitio ni por la hora. A la señora que parece lo dirige, le comento cómo me lo han recomendado. Pido plato del día y filete con patatas fritas y un cuartillo de tinto. Pagaré por ello con Visa 20,50 €. Como junto a una señora algo sorda que está con su familia y, como no le gusta la playa, aprovecha este rato para alejarse de los suyos. Escribo lo que me quedó pendiente de ayer y lo de hoy lo escribiré donde ceno, en Calais. Ya para entonces sabré que no tengo plaza en el albergue de la gran ciudad, que está completo.
Un hombre me recomienda Chez Edwige, como restaurante de mejor relación calidad-precio, Quiero llegar antes de que den las dos. En la playa han empezado a aparecer de nuevo los diques separadores que no sé muy bien que función cumplen. ¿Sujetan realmente la arena de los embates del viento y del mar?
Entro a Wissant por el paseo marítimo que, en realidad, no es más que una carretera con poca delimitación, ni una acera, ni un muro. Pasadas las dos, llego a la iglesia, a la que me limito a fotografiar desde el exterior.
Enseguida entro en Chez Edwige y no hay problemas, ni por sitio ni por la hora. A la señora que parece lo dirige, le comento cómo me lo han recomendado. Pido plato del día y filete con patatas fritas y un cuartillo de tinto. Pagaré por ello con Visa 20,50 €. Como junto a una señora algo sorda que está con su familia y, como no le gusta la playa, aprovecha este rato para alejarse de los suyos. Escribo lo que me quedó pendiente de ayer y lo de hoy lo escribiré donde ceno, en Calais. Ya para entonces sabré que no tengo plaza en el albergue de la gran ciudad, que está completo.
Cap-Blanc-Nez.
Vengo del gris y voy
hacia el blanco. Salgo de Wissant por la playa y camino descalzo por
la arena hacia el nuevo cabo Nez. No me parece mal que llamen nariz a
estos dos cabos. Son como narices del continente que penetran para
oler mejor el mar. Camino satisfecho después de haber comido bien; y
el tinto anima.
Pronto la playa me acerca a un bunker. Alguien ha acampado cerca, la tienda de campaña, los bártulos y la presencia humana lo delatan. A lo mejor en Francia se puede acampar en la playa impunemente. Es imposible vigilar playas tan extensas. El campamento lo han montado al pie de la duna y la marea nunca podrá subir tan alto. Creo que han elegido muy bien el lugar y, además, está suficientemente alejado de la población, pero a mí ni por la hora, ni por los kilómetros recorridos me interesa parar tan pronto.
Pronto llego a la punta final que vengo viendo desde hace rato y pienso que ya puede ser el Cap-Blanc-Nez pero, cuando doy la curva, me doy cuenta de que el acantilado, que ahora se presenta como una gran duna cortada en forma de falla, continúa y por detrás, aparece el faro, que me da la pista de cuál es el verdadero cabo.
Una vez visto, parece que lo que queda es menos, pero no dejará de ser un espejismo. Aunque poco antes de llegar a la mole, el acantilado hace una vaguada, una buena depresión, no sé cómo lo voy a poder ascender. Quizás el acceso lo tenga por el otro lado, el que no está a mi vista. Llegando a la zona, compruebo que hay muchos bañistas y eso me hace pensar que por algún lugar han bajado a la playa.
Es cuando veo una rampa de acceso y, abandonando la playa, hacia allí me dirijo. Es así como llego al camino, creyendo que vuelvo a retomar el GR-120, pero me equivoco. Aparecen nuevas señales con distintos colores y, en el camino peatonal no aparece señal de faro, aunque parece que el sendero hacia él se dirige. No sé lo que es Sangatte y no me doy cuenta porque no lo leo en mi mapa, aunque está, que es la dirección que me hubiera interesado coger.
Un fallo que me llevará por carretera y que me va a dejar sin ver el faro. Además me obligará a retroceder y así llegaré a Escalles. Mi primera intuición es la de cogerlo, incluso hasta avanzo un poco por él. Me encuentro a una pareja con niña y les digo que por aquí se sube al faro. Luego deshago el sendero y cometo el error de no ascender hacia él.
La alternativa que cojo, como ya he dicho, me lleva a Escalles, que atravieso sin pena ni gloria. Pasado el pueblo, la misma carretera me va llevando en paralelo al camino que he rehusado y me doy cuenta del error cometido. Ya no tiene remedio y me voy a quedar sin ver el faro, aunque abrigo la esperanza de que haya algún sendero alternativo.
Son las cinco de la tarde cuando lo encuentro. Un autobús estacionado cerca de su arranque me da la pista, pero ahora tampoco me apetece retroceder, pues ya he visto el faro en las diversas posiciones: desde la playa, desde el inicio del otro camino y, ahora, desde el lado contrario.
Un grupo excursionista espera al pie del bus y el resto del grupo está volviendo tras ver el faro. Así voy abandonado Cap-Blanc-Nez.
Pronto la playa me acerca a un bunker. Alguien ha acampado cerca, la tienda de campaña, los bártulos y la presencia humana lo delatan. A lo mejor en Francia se puede acampar en la playa impunemente. Es imposible vigilar playas tan extensas. El campamento lo han montado al pie de la duna y la marea nunca podrá subir tan alto. Creo que han elegido muy bien el lugar y, además, está suficientemente alejado de la población, pero a mí ni por la hora, ni por los kilómetros recorridos me interesa parar tan pronto.
Pronto llego a la punta final que vengo viendo desde hace rato y pienso que ya puede ser el Cap-Blanc-Nez pero, cuando doy la curva, me doy cuenta de que el acantilado, que ahora se presenta como una gran duna cortada en forma de falla, continúa y por detrás, aparece el faro, que me da la pista de cuál es el verdadero cabo.
Una vez visto, parece que lo que queda es menos, pero no dejará de ser un espejismo. Aunque poco antes de llegar a la mole, el acantilado hace una vaguada, una buena depresión, no sé cómo lo voy a poder ascender. Quizás el acceso lo tenga por el otro lado, el que no está a mi vista. Llegando a la zona, compruebo que hay muchos bañistas y eso me hace pensar que por algún lugar han bajado a la playa.
Es cuando veo una rampa de acceso y, abandonando la playa, hacia allí me dirijo. Es así como llego al camino, creyendo que vuelvo a retomar el GR-120, pero me equivoco. Aparecen nuevas señales con distintos colores y, en el camino peatonal no aparece señal de faro, aunque parece que el sendero hacia él se dirige. No sé lo que es Sangatte y no me doy cuenta porque no lo leo en mi mapa, aunque está, que es la dirección que me hubiera interesado coger.
Un fallo que me llevará por carretera y que me va a dejar sin ver el faro. Además me obligará a retroceder y así llegaré a Escalles. Mi primera intuición es la de cogerlo, incluso hasta avanzo un poco por él. Me encuentro a una pareja con niña y les digo que por aquí se sube al faro. Luego deshago el sendero y cometo el error de no ascender hacia él.
La alternativa que cojo, como ya he dicho, me lleva a Escalles, que atravieso sin pena ni gloria. Pasado el pueblo, la misma carretera me va llevando en paralelo al camino que he rehusado y me doy cuenta del error cometido. Ya no tiene remedio y me voy a quedar sin ver el faro, aunque abrigo la esperanza de que haya algún sendero alternativo.
Son las cinco de la tarde cuando lo encuentro. Un autobús estacionado cerca de su arranque me da la pista, pero ahora tampoco me apetece retroceder, pues ya he visto el faro en las diversas posiciones: desde la playa, desde el inicio del otro camino y, ahora, desde el lado contrario.
Un grupo excursionista espera al pie del bus y el resto del grupo está volviendo tras ver el faro. Así voy abandonado Cap-Blanc-Nez.
Sangatte y
acercamiento a Calais.
La carretera empieza
a descender hacia el mar, así que me parece una buena dirección a
la costa.
Lo único en que he marrado ha sido que, en lugar de por asfalto, hubiera ido por buen sendero. Un monumento se me ofrece al lado izquierdo, en la primera loma. Me va a interesar poco. Está dedicado a Hubert Lathem, héroe que cruzó en avioneta de Londres a París.
Para las 17:30 horas ya tengo a la vista Sangatte y, ya en el pueblo, veo nuevas señales. El GR-120 se convierte en GR-145 y se ofrece otra posibilidad, seguir la Via Francigena, que no sé a dónde va. Parece que su recorrido es corto. Eso quiere decir que no abandono el Gr-120.
Del pueblo, sólo fotografío la fachada de la iglesia y vuelvo a la costa hacia Bleriot-Plage. Pronto me dicen que lo que veo a lo lejos es ya Calais, pero se me va a hacer una hora eterna, puesto que antes debo pasar por Bleriot. Paro para preguntar a un chico que corre con cascos. Es muy atento. Me dice: “toute droite” y que está muy bien indicado.
He sacado la conclusión que, por su forma de decirlo, es homosexual con pluma, algo que no aporta nada a lo que me ha dicho. Dudo, pero me decido a ir por el paseo marítimo de la playa de Calais. Luego, el mismo “korrikalari” me vuelve a pasar y me dice que me meta por la primera calle. Le hago caso y me lío, hasta que otro joven me reorienta.
Lo único en que he marrado ha sido que, en lugar de por asfalto, hubiera ido por buen sendero. Un monumento se me ofrece al lado izquierdo, en la primera loma. Me va a interesar poco. Está dedicado a Hubert Lathem, héroe que cruzó en avioneta de Londres a París.
Para las 17:30 horas ya tengo a la vista Sangatte y, ya en el pueblo, veo nuevas señales. El GR-120 se convierte en GR-145 y se ofrece otra posibilidad, seguir la Via Francigena, que no sé a dónde va. Parece que su recorrido es corto. Eso quiere decir que no abandono el Gr-120.
Del pueblo, sólo fotografío la fachada de la iglesia y vuelvo a la costa hacia Bleriot-Plage. Pronto me dicen que lo que veo a lo lejos es ya Calais, pero se me va a hacer una hora eterna, puesto que antes debo pasar por Bleriot. Paro para preguntar a un chico que corre con cascos. Es muy atento. Me dice: “toute droite” y que está muy bien indicado.
He sacado la conclusión que, por su forma de decirlo, es homosexual con pluma, algo que no aporta nada a lo que me ha dicho. Dudo, pero me decido a ir por el paseo marítimo de la playa de Calais. Luego, el mismo “korrikalari” me vuelve a pasar y me dice que me meta por la primera calle. Le hago caso y me lío, hasta que otro joven me reorienta.
Calais.
Lo primero
interesante que veo es la Tour de l’eau. Una torre del agua muy
decorada y con una corona de lámparas para iluminarla por la noche.
El pie no es el habitual y, además del poste central, el depósito
elevado está también sujeto por columnillas.
El personaje, y la avioneta que lo decoran, me hacen pensar en Hubert, el “aviateur”, pero no puedo asegurarlo. Luego paso cerca de una iglesia con una fachada muy moderna. Pronto llego al albergue juvenil.
El personaje, y la avioneta que lo decoran, me hacen pensar en Hubert, el “aviateur”, pero no puedo asegurarlo. Luego paso cerca de una iglesia con una fachada muy moderna. Pronto llego al albergue juvenil.
Auberge de la
Jeneusse. Centre Europeen de Sejours.
Cuando entro, el
albergue está muy concurrido. Se ve que es grande y que alberga a
mucha gente. 162 camas, ofrece la propaganda. Como hasta ahora nunca
me ha fallado voy confiado, pero nada más ver la cara y la forma de
decirme el recepcionista que está completo, comprendo que esta va a
ser la primera vez que me quedo sin plaza. Me enfado con él, no sólo
por la forma en que me lo dice, sino porque no me facilita ninguna
alternativa. Tendré que recurrir a personas ajenas al servicio del
albergue, para que me den alguna posibilidad de dormir que no sea
demasiado cara. He intentado que me atendiera la chica, pero está
ocupada con un matrimonio, y no me ha quedado otro remedio que ser
atendido por el “cara perro”. Me termina con un “desolé” no
sentido, que más parece un “te jodes” y haberlo reservado con
tiempo. No me da opción a decirle que he llegado a Calais andando
desde el País Vasco, así que resulta imposible ablandarlo con mis
argumentos de siempre. En vista de lo visto, abandono con pesar este
albergue que, además de juvenil, es Centro Europeo de Estancias.
Toda mi zozobra y mi mal humor van a perder todo sentido cuando mañana pase por el medio del campo de refugiados de Europa central, prácticamente de rumanos, que quieren pasar desde Calais al Reino Unido y que tienen allí retenidos en condiciones infrahumanas.
Toda mi zozobra y mi mal humor van a perder todo sentido cuando mañana pase por el medio del campo de refugiados de Europa central, prácticamente de rumanos, que quieren pasar desde Calais al Reino Unido y que tienen allí retenidos en condiciones infrahumanas.
Cena en Calais.
L‘Alexandra.
Me acerco a la
playa. Fotografío casetas de baño. Algunas tienen el techo muy
deteriorado y, en su conjunto están poco cuidadas. Se ve que aquí
no importa tanto la estética como la función. Unos bañistas hacen
uso de sus cabinas, aunque a esta hora ya hay poca gente en la playa.
Dos grandes transatlánticos navegan, entrecortando el horizonte
marino.
Dicen que desde aquí se ve Dover pero, quizás sea porque el horizonte se muestra brumoso, pero desde aquí no consigo ver nada de la costa de Gran Bretaña. Enseguida veo un escenario, todo un tinglado preparado para esta noche de verano. Unos adolescentes me dicen que el concierto empezará a las 21:00 horas. Si hubiese encontrado habitación en el albergue, es muy probable que hubiera venido a oler, ver, escuchar y bailar un rato, no creo que tuviera también opción a tocar, con un baile al “agarrao”.
No pregunto quién va a ser el, la, o los artistas que van a aportar la música. Después, en el puerto, algunos ferry y otros grandes barcos están amarrados preparándose para emprender el siguiente viaje. Estoy buscando sitio para cenar y, al tercer intento, recalo en L’Alexandra aunque, cuando pague, en el recibo de Visa pondrá SARL Stur. O que como es un potage du jour que, en realidad es una crema de verduras y que parece más una bechamel y un escalope que pido “bleu” pero que es tan fino que hacerlo poco es imposible. Es el filete peor de los que he comido en Francia. Pago 18,50 € con el piché de 25 cl de tinto que he bebido. Al menos me he puesto al día con la escritura, puesto que no sé si voy a encontrar lugar para dormir. La camarera me orienta hacia la estación del ferrocarril SNCF y me dice que enfrente hay un Premier Clase, que suele ofrecer habitaciones más económicas. Olvido coger agua. Cuento mi viaje a una chica que está fuera de la barra, que parece ajena al negocio, pero que les ayuda como si fuera de la casa. También habla con los clientes, y le parece mucho el recorrido que he hecho hoy; calcula unos cincuenta kilómetros. He andado unas nueve horas, pero no creo que haya llegado a la cincuentena. La camarera sale para decirme la dirección que debo coger hacia la estación y el hotel recomendado.
Dicen que desde aquí se ve Dover pero, quizás sea porque el horizonte se muestra brumoso, pero desde aquí no consigo ver nada de la costa de Gran Bretaña. Enseguida veo un escenario, todo un tinglado preparado para esta noche de verano. Unos adolescentes me dicen que el concierto empezará a las 21:00 horas. Si hubiese encontrado habitación en el albergue, es muy probable que hubiera venido a oler, ver, escuchar y bailar un rato, no creo que tuviera también opción a tocar, con un baile al “agarrao”.
No pregunto quién va a ser el, la, o los artistas que van a aportar la música. Después, en el puerto, algunos ferry y otros grandes barcos están amarrados preparándose para emprender el siguiente viaje. Estoy buscando sitio para cenar y, al tercer intento, recalo en L’Alexandra aunque, cuando pague, en el recibo de Visa pondrá SARL Stur. O que como es un potage du jour que, en realidad es una crema de verduras y que parece más una bechamel y un escalope que pido “bleu” pero que es tan fino que hacerlo poco es imposible. Es el filete peor de los que he comido en Francia. Pago 18,50 € con el piché de 25 cl de tinto que he bebido. Al menos me he puesto al día con la escritura, puesto que no sé si voy a encontrar lugar para dormir. La camarera me orienta hacia la estación del ferrocarril SNCF y me dice que enfrente hay un Premier Clase, que suele ofrecer habitaciones más económicas. Olvido coger agua. Cuento mi viaje a una chica que está fuera de la barra, que parece ajena al negocio, pero que les ayuda como si fuera de la casa. También habla con los clientes, y le parece mucho el recorrido que he hecho hoy; calcula unos cincuenta kilómetros. He andado unas nueve horas, pero no creo que haya llegado a la cincuentena. La camarera sale para decirme la dirección que debo coger hacia la estación y el hotel recomendado.
De nuevo en el
albergue juvenil.
Pero en vez de coger
la ruta orientada, prefiero pasar por el albergue para hacer una
nueva intentona. Entro y en recepción está la chica y, cuando estoy
acercándome al mostrador, el mismo gilipollas de antes me ve y viene
a por mí.
Al menos en esta ocasión no me dice “desolé” con cara de alegrarse de que me haya quedado sin cama. Le digo que en el ínterin, y aunque no lo deseo, se podría haber muerto un cliente, o pudiera haber anulado su reserva, le digo. Pero ni me escucha y me echa de forma poco elegante. Al salir, para que quede constancia, saco fotografía del primer Albergue Juvenil que no me acogerá en Francia.
Al menos en esta ocasión no me dice “desolé” con cara de alegrarse de que me haya quedado sin cama. Le digo que en el ínterin, y aunque no lo deseo, se podría haber muerto un cliente, o pudiera haber anulado su reserva, le digo. Pero ni me escucha y me echa de forma poco elegante. Al salir, para que quede constancia, saco fotografía del primer Albergue Juvenil que no me acogerá en Francia.
Buscando Premiere
Classe.
Retorno al camino
indicado por la camarera de L’Alexandra y que me va metiendo hacia
el interior de la ciudad y alejándome de la costa. No será tanto el
alejamiento, cuanto que sigo viendo el faro. Luego pasaré muy cerca
de él. Entre casas, sigo viendo el horizonte marino.
Más adelante y, sin perder de vista el faro, veo a lo lejos dos torres de iglesia, que son otros de los referentes para la localización de la Gare de Calais de la SNCF. Después comprobaré que una de las torres, aunque pudo formar en algún tiempo parte de una iglesia, ahora no lo es.
Llego a una dársena que parece dedicada a puerto deportivo, aunque alberga algunos veleros y poco más. Sigo viendo la iglesia y el faro. Mientras los vea, voy bien. Paso por encima de un puente asfaltado y practicable. Esto es, que puede abrirse por la mitad cuando uno de los barcos deportivos quiera salir al mar.
Aquí ya hay muchos más barcos, lo que me hace pensar en que la otra dársena sólo era de paso. Un edificio hace de puente por encima de la carretera. Al fondo está el faro y, a partir de ahora, ya no me va a servir de referencia. Justo al lado del edificio-puente está el Holiday Inn.
Ni me voy a molestar en entrar y preguntar precios en este hotel. Voy caminando un rato con una pareja belga en vacaciones. Les maravilla que venga desde Bretaña a pie y entre, dentro de nada, en un par de días, en su país, Bélgica. Me desean buena continuación y que tenga éxito encontrando habitación para esta noche.
Empiezan a aparecer las flechas indicativas de Gare. Ya no tengo que hacer otra cosa que seguir la dirección. En un hotel ofrecen habitación por 52 € y, aunque sería un precio asumible, ni me molesto en entrar a preguntar si está alguna libre por ese precio. Paso por la torre que ya había visto de lejos y creído que era una iglesia, y ahora la fotografío de más cerca. Probablemente fuera parte de una iglesia, ahora derruida y de la que sólo queda este vestigio. No sé si mantienen el campanario abierto, ni si recibe visitas. Si es el caso, a esta hora ya no lo puedo comprobar, pues está cerrada.
Cuando voy a pasar un canal, probablemente el Canal de Calais, ya veo al fondo la preciosa torre del ayuntamiento y, al otro lado también, pero en primer término, el hotel que busco. ¡A ver si tengo suerte y hay sitio! Cruzado el puente, ya veo al otro lado la estación del ferrocarril. Paso al otro lado, donde está el hotel, y entro en recepción. Debo esperar a la cola, pues acaba de llegar un matrimonio. Cuando me llega el turno, pregunto si les queda habitación por 42 €, pero la más barata que me ofrecen cuesta 49,25 con el impuesto incluido. Debido a la hora, el lugar en donde estoy, y el cielo gris amenazante, decido aceptar. Me hacen la factura, pago con Visa los 49,25 €, me dan la tarjeta y ya estoy en la habitación: Chambre nº 3.
Es amplia, con dos camas, en el baño no hay ni plato de ducha, lo que hace que parezca más amplio. Lo peor y más incomprensible es que no tiene ni un enchufe para poder afeitarme. ¡Un fallo! Abro la ventana del baño. Tres jóvenes toman algo en la terraza del bar. Al fondo, sobre los árboles, asoma el ayuntamiento y su torre que, más de cerca me resulta algo recargada con sus dorados.
Descargo mi equipaje y con mi cámara me acerco a la estación, en donde ya he visto cabinas telefónicas, tanto dentro como fuera. Entro para llamar a Vera.
Ya están en casa sanos y salvos de vuelta del pueblo y mis nietos menores, Gari y Jokin, empezaron el curso de natación. El primer día parece que Gari rechazaba la piscina, ya que algo le había pasado el año anterior. Sara tuvo que intervenir para convencerlo y que no lo dejara. El segundo día ya fue mejor y ahora van los dos contentos a la piscina. Les digo que estoy bien, en Calais, a dos jornadas de Bélgica. ¡Todo va bien!
Más adelante y, sin perder de vista el faro, veo a lo lejos dos torres de iglesia, que son otros de los referentes para la localización de la Gare de Calais de la SNCF. Después comprobaré que una de las torres, aunque pudo formar en algún tiempo parte de una iglesia, ahora no lo es.
Llego a una dársena que parece dedicada a puerto deportivo, aunque alberga algunos veleros y poco más. Sigo viendo la iglesia y el faro. Mientras los vea, voy bien. Paso por encima de un puente asfaltado y practicable. Esto es, que puede abrirse por la mitad cuando uno de los barcos deportivos quiera salir al mar.
Aquí ya hay muchos más barcos, lo que me hace pensar en que la otra dársena sólo era de paso. Un edificio hace de puente por encima de la carretera. Al fondo está el faro y, a partir de ahora, ya no me va a servir de referencia. Justo al lado del edificio-puente está el Holiday Inn.
Ni me voy a molestar en entrar y preguntar precios en este hotel. Voy caminando un rato con una pareja belga en vacaciones. Les maravilla que venga desde Bretaña a pie y entre, dentro de nada, en un par de días, en su país, Bélgica. Me desean buena continuación y que tenga éxito encontrando habitación para esta noche.
Empiezan a aparecer las flechas indicativas de Gare. Ya no tengo que hacer otra cosa que seguir la dirección. En un hotel ofrecen habitación por 52 € y, aunque sería un precio asumible, ni me molesto en entrar a preguntar si está alguna libre por ese precio. Paso por la torre que ya había visto de lejos y creído que era una iglesia, y ahora la fotografío de más cerca. Probablemente fuera parte de una iglesia, ahora derruida y de la que sólo queda este vestigio. No sé si mantienen el campanario abierto, ni si recibe visitas. Si es el caso, a esta hora ya no lo puedo comprobar, pues está cerrada.
Cuando voy a pasar un canal, probablemente el Canal de Calais, ya veo al fondo la preciosa torre del ayuntamiento y, al otro lado también, pero en primer término, el hotel que busco. ¡A ver si tengo suerte y hay sitio! Cruzado el puente, ya veo al otro lado la estación del ferrocarril. Paso al otro lado, donde está el hotel, y entro en recepción. Debo esperar a la cola, pues acaba de llegar un matrimonio. Cuando me llega el turno, pregunto si les queda habitación por 42 €, pero la más barata que me ofrecen cuesta 49,25 con el impuesto incluido. Debido a la hora, el lugar en donde estoy, y el cielo gris amenazante, decido aceptar. Me hacen la factura, pago con Visa los 49,25 €, me dan la tarjeta y ya estoy en la habitación: Chambre nº 3.
Es amplia, con dos camas, en el baño no hay ni plato de ducha, lo que hace que parezca más amplio. Lo peor y más incomprensible es que no tiene ni un enchufe para poder afeitarme. ¡Un fallo! Abro la ventana del baño. Tres jóvenes toman algo en la terraza del bar. Al fondo, sobre los árboles, asoma el ayuntamiento y su torre que, más de cerca me resulta algo recargada con sus dorados.
Descargo mi equipaje y con mi cámara me acerco a la estación, en donde ya he visto cabinas telefónicas, tanto dentro como fuera. Entro para llamar a Vera.
Ya están en casa sanos y salvos de vuelta del pueblo y mis nietos menores, Gari y Jokin, empezaron el curso de natación. El primer día parece que Gari rechazaba la piscina, ya que algo le había pasado el año anterior. Sara tuvo que intervenir para convencerlo y que no lo dejara. El segundo día ya fue mejor y ahora van los dos contentos a la piscina. Les digo que estoy bien, en Calais, a dos jornadas de Bélgica. ¡Todo va bien!
Hôtel de Ville
de Calais.
En vez de volver al
hotel, me acerco a la “mairie”, donde saco las dos últimas fotos
de la jornada. Cuando estoy en ello, pregunto a un joven que camino
debo coger para ir mañana por la costa hacia Dunkerque. Debo
adelantar esta información para salir por ahí. O no me entiende o
no me sabe explicar y recurre a otro hombre que anda por los jardines
y que está a punto de cruzar el paso de cebra.
Este hombre es de Morlaix y conoce bien Saint-Brieuc. Le hablo de Île de Batz, de Roscof, de Saint-Paul-de-Leon, de lo ocurrido en el albergue de Morlaix en contraposición con lo del de aquí. También hablamos de la prehistoria de Barnenez. Me quejo, como esta mañana con los de mantenimiento de caminos, y acepta de buena manera mis críticas. Le acompaño un rato pues, ya resuelto el problema de la cama y haber cenado, ya no tengo ninguna prisa. También he puesto al día el diario. Me despido de él unos cuatrocientos metros más allá de donde nos hemos encontrado.
Este hombre es de Morlaix y conoce bien Saint-Brieuc. Le hablo de Île de Batz, de Roscof, de Saint-Paul-de-Leon, de lo ocurrido en el albergue de Morlaix en contraposición con lo del de aquí. También hablamos de la prehistoria de Barnenez. Me quejo, como esta mañana con los de mantenimiento de caminos, y acepta de buena manera mis críticas. Le acompaño un rato pues, ya resuelto el problema de la cama y haber cenado, ya no tengo ninguna prisa. También he puesto al día el diario. Me despido de él unos cuatrocientos metros más allá de donde nos hemos encontrado.
Regreso al
Premiere Classe.
Al volver, encuentro
a dos jóvenes alemanes, con dos mochilas enormes, que hoy han
comenzado a viajar. Buscan camping, pero yo no tengo ni idea de hacia
dónde orientarles. Hoy no he visto ninguno. Les dejo preguntando en
un bar. Ya ante la fachada del hotel, coincido con una mujer que
lleva una maleta con ruedas que no ruedan, o que ruedan muy mal, y
que va con otra mayor que casi no puede andar y que, por la forma de
hacerlo, se ve que lleva los pies muy doloridos. Me brindo a
ofrecerle mi brazo para que la joven se adelante a hacer el papeleo
en recepción. Pero no se adelanta. Parece que no se fía de lo que
pueda hacer yo con la mujer mayor. Ella le dice que siga, que soy
gente de confianza. La señora mayor habla algo de castellano y eso
ayuda a entendernos, pero hablamos poco. Bastante tiene con el
esfuerzo que debe hacer para llevar su cuerpo. Como ya sé dónde
está recepción, vamos los tres derechos hacia el lugar. Llega
primero la joven de la maleta y, en cuanto llegamos nosotros, la
deja, se despide de la señora y se va. Es entonces cuando entiendo
lo que pasa. La joven es otra alma caritativa que al ver a la mujer
mayor tan maltrecha, se ha ofrecido a ayudarla. Dejo apoyada a la
señora, meto dentro como puedo la maleta, que ahora veo mejor y es
una bolsa con ruedas y la acompaño a un asiento. La recepcionista
está fuera del mostrador hablando con dos seguratas, que se muestran
poco receptivos a mi conversación, y ella se acerca a donde he
sentado a la señora. Una vez que ya está siendo atendida, me
desentiendo del tema. La señora ya está a buen recaudo y ha quedado
claro mi papel en el tema y el motivo de mi intervención. Ya en la
habitación, pongo a cargar mi móvil y no puedo hacer lo mismo con
la batería de la cámara, puesto que no encuentro más que un
enchufe. Como ya he dicho, en el baño no lo hay. Mañana me afeitaré
sin espejo, al buen tuntún o, mejor dicho, a tanteo. Tengo ganas,
pero no consigo cagar. Me ducho, me acuesto y enredo en la
televisión. Nada de mi interés, aunque tienen dos canales que me
pudieran interesar: Canal+ y Arte. Una voz de hombre, en la terraza,
parla italiano. Para las once ya estoy dormido. Me levanto tres veces
a orinar durante la noche.
Balance de la
jornada que me quedo sin albergue juvenil.
Creo que ha sido lo
más significativo del día. Porque ha sido la primera vez, ahora que
estoy a punto de finalizar la costa francesa, y porque me supone un
sobrecosto que debo asumir. Aunque en Le Vauban de Merville, ya tuve
que pagar más que aquí, pero allí el desayuno estaba incluido y
aquí no. Al final, el precio es parecido. El camino ha sido bueno y
mucho por playa. Bien el bañito antes de llegar a Wissant. Quizás
lo más bonito ha sido el paraje de Ambleteuse con la llegada al mar
del río Slack. Interesante el encuentro con la brigada de
mantenimiento del GR-120 y la conversación con el técnico
responsable. Bien mi llegada al Cap-Gris-Nez y mal, porque he
cometido un error, el Cap-Blanc-Nez, al que no he llegado. Lo peor
del día ha sido la actitud del recepcionista del albergue juvenil de
Calais, menos mal que me ayuda la camarera de L’Alexandra.
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