Etapa 32 (389) 15 de
julio de 2013, lunes. Cumpleaños de mi madre.
Hardelot
Plage-Equihen plage-Outreau-Boulogne sur Mer.
Mi 98 etapa por la
costa atlántica francesa va a ser corta porque quiero aprovechar
para dormir en Auberge de Jeunesse.
Amanecer en las
dunas de Hardelot-Plage.
Tras la última
orinada, no me urge levantarme y me hago el remolón.
Nubes grises, no amenazantes, es la novedad de la jornada. Hacía días que no se veían. Me levanto hacia las seis y cuarto, asciendo un poco la duna y saco dos fotos. La primera ofrece mi cama ya desbaratada y con la mochilita fuera de la mochila grande, pues he tenido que sacar de ella la cámara y, al fondo, se ve que no cumplí a rajatabla las instrucciones del camarero, puesto que no me llegué a alejar de Hardelot los dos kilómetros recomendados.
La segunda se orienta al futuro, hacia lo que debo andar para llegar al destino programado para hoy: Boulogne-sur-Mer. Aunque lo previo será alcanzar Equihen. Para las 6:20 ya estoy en marcha y, como ya es habitual, voy caminando descalzo por la arena de la playa, que sigue estando perfecta para andar.
Al poco rato, encuentro unas redes coloristas arrastradas a la arena por el mar y que se encuentran semi-enterradas. Como no venga alguien con potente maquinaria para retirarlas, quedarán a perpetuidad como escultura del paisaje, siempre y cuando el movimiento de la arena y la duna, propiciado por el viento, no las haga desaparecer definitivamente.
En ese caso, me sentiré un privilegiado por haber visto esta performance que me ofrece la naturaleza. Luego llego a zona donde se agrupan un par de bunkers y que, en caso de que hubiese empeorado el tiempo y haber seguido adelante ayer tarde, podrían haberme servido de refugio.
Alguna finalidad positiva ofrecerían así estos edificios nazis. En un bunker, de los que pasé ayer o anteayer, en la bocana amplia para que disparara la ametralladora, ponía: Bar de la Plage. Una broma divertida, ya que lo que se servía allí era a elegir entre balas, metralla o granadas rompedoras. Ya tengo a la vista una rampa para salir de la playa, cuando paso por un conjunto de chair-à-voile, pero sin mástil y sin vela.
Está claro que la escuela, y los profesores que enseñan este deporte, tienen plena confianza en que nadie se los va a llevar y, tampoco el mar. Llevo ya tres cuartos de hora de camino por la playa, con buena temperatura pero poco propicia para darme un baño, así que decido subir la rampa y caminar por encima de la duna. Unos tejados me hacen pensar en que ya no debo estar muy lejos de Equihen y debo buscar algún sitio para desayunar. Desde lo alto de la duna, saco foto de la playa que voy dejando de lado.
Nubes grises, no amenazantes, es la novedad de la jornada. Hacía días que no se veían. Me levanto hacia las seis y cuarto, asciendo un poco la duna y saco dos fotos. La primera ofrece mi cama ya desbaratada y con la mochilita fuera de la mochila grande, pues he tenido que sacar de ella la cámara y, al fondo, se ve que no cumplí a rajatabla las instrucciones del camarero, puesto que no me llegué a alejar de Hardelot los dos kilómetros recomendados.
La segunda se orienta al futuro, hacia lo que debo andar para llegar al destino programado para hoy: Boulogne-sur-Mer. Aunque lo previo será alcanzar Equihen. Para las 6:20 ya estoy en marcha y, como ya es habitual, voy caminando descalzo por la arena de la playa, que sigue estando perfecta para andar.
Al poco rato, encuentro unas redes coloristas arrastradas a la arena por el mar y que se encuentran semi-enterradas. Como no venga alguien con potente maquinaria para retirarlas, quedarán a perpetuidad como escultura del paisaje, siempre y cuando el movimiento de la arena y la duna, propiciado por el viento, no las haga desaparecer definitivamente.
En ese caso, me sentiré un privilegiado por haber visto esta performance que me ofrece la naturaleza. Luego llego a zona donde se agrupan un par de bunkers y que, en caso de que hubiese empeorado el tiempo y haber seguido adelante ayer tarde, podrían haberme servido de refugio.
Alguna finalidad positiva ofrecerían así estos edificios nazis. En un bunker, de los que pasé ayer o anteayer, en la bocana amplia para que disparara la ametralladora, ponía: Bar de la Plage. Una broma divertida, ya que lo que se servía allí era a elegir entre balas, metralla o granadas rompedoras. Ya tengo a la vista una rampa para salir de la playa, cuando paso por un conjunto de chair-à-voile, pero sin mástil y sin vela.
Está claro que la escuela, y los profesores que enseñan este deporte, tienen plena confianza en que nadie se los va a llevar y, tampoco el mar. Llevo ya tres cuartos de hora de camino por la playa, con buena temperatura pero poco propicia para darme un baño, así que decido subir la rampa y caminar por encima de la duna. Unos tejados me hacen pensar en que ya no debo estar muy lejos de Equihen y debo buscar algún sitio para desayunar. Desde lo alto de la duna, saco foto de la playa que voy dejando de lado.
Equihen-Plage.
Una mujer que está
haciendo la limpieza de la zona, me confirma el nombre del pueblo.
Abajo hay más chair-à-voile, así que estoy en la escuela de este
deporte, todavía a las afueras de Equihen. Marro el
camino atraído por una casa rosada, encendida por los primeros rayos
del sol matutino, es lo que más me llama la atención en estos
momentos. No es todo lo bella que me hubiera gustado, ya que el
tejado no contrasta bien con el rosa de la fachada.
Con tejado de pizarra, habría sido perfecta. Debo desandar el camino y, de regreso, hablo con una señora que coge el periódico de su buzón. Deja salir a su perro a pasear solo por la calle, un perro que, cuando he pasado por allí antes camino de la casa rosada, ni se ha molestado en ladrarme. ¡Buen chucho! Digo a la mujer de dónde vengo y adónde voy y queda asombrada.
Un barco ha salido a la mar y el tractor que lo ha llevado ya ha dejado su huella de ida y vuelya en la arena. Llego al centro del pueblo. En una plaza veo una iglesia moderna, que no me ofrece ningún atractivo. Veo panadería, pero ningún bar. Junto a una rotonda, veo dos edificios de similar estilo constructivo, que albergan al ayuntamiento y a La Poste. Hoy no tengo ninguna tarjeta postal para echar en Correos. En vista del éxito, decido que desayunaré en Outreau. Son las ocho menos cuarto y, para las y cuarto, ya estaré entrando en el siguiente pueblo, que ya es de interior.
Con tejado de pizarra, habría sido perfecta. Debo desandar el camino y, de regreso, hablo con una señora que coge el periódico de su buzón. Deja salir a su perro a pasear solo por la calle, un perro que, cuando he pasado por allí antes camino de la casa rosada, ni se ha molestado en ladrarme. ¡Buen chucho! Digo a la mujer de dónde vengo y adónde voy y queda asombrada.
Un barco ha salido a la mar y el tractor que lo ha llevado ya ha dejado su huella de ida y vuelya en la arena. Llego al centro del pueblo. En una plaza veo una iglesia moderna, que no me ofrece ningún atractivo. Veo panadería, pero ningún bar. Junto a una rotonda, veo dos edificios de similar estilo constructivo, que albergan al ayuntamiento y a La Poste. Hoy no tengo ninguna tarjeta postal para echar en Correos. En vista del éxito, decido que desayunaré en Outreau. Son las ocho menos cuarto y, para las y cuarto, ya estaré entrando en el siguiente pueblo, que ya es de interior.
Outreau. Nad Jac.
Entrando en el
pueblo, la mediana de la carretera ofrece un precioso arriate de
flores silvestres. Aunque me parece tan perfecto, en su variedad y
composición, que dudo que sean flores nacidas allí espontáneamente.
Outreau ofrece dos entradas y elijo aquella en que veo la dirección
Boulogne. Después de recorrer el pueblo sin ver un bar y ya estoy
pensando en que tendré que desayunar en Boulogne, encuentro abierto
el Nad Jac, con una pastelería colindante. Allí compro el croissant
por 80 céntimos y en el bar me ponen café con una gran jarra de
leche caliente y con espumita. Me va a dar como para dos o tres cafés
con leche normales. Pago 2,50 €. Así que el desayuno me cuesta
3,30 €. La camarera que me lo sirve, me explica que el nombre
proviene de las dos hermanas que crearon el bar: Nadinne y
Jacqueline. Actualmente, sólo vive Nadinne. Comento mi viaje con la
camarera y ella lo repite a alguno de sus clientes habituales.
Desayuno muy a gusto en lugar acogedor.
De vez en cuando se acerca la camarera a mi mesa para preguntarme algo del viaje. Me pregunta si he hecho el Camino de Santiago, y yo le respondo afirmativamente. Ella conoce Saint-Etienne-de-Baigorri y le cuento mi paso por allí, tras dormir en Saint-Jean-Pied-de-Port, aunque no forma parte del Camino Francés.
Escribo hasta las 9:45, me despido de camarera tan agradable y enfilo hacia Boulogne. A las diez ya estoy pasando por la iglesia y el cementerio aledaño de Outreau. Y para las diez y cuarto ya empiezo a ver los edificios altos de tan gran ciudad de Boulogne, aunque todavía me costará entrar. El acercamiento lo hago tranquilo, pues tengo todo el día por delante para conocer la ciudad. Un conductor de moto pide orientación. Le digo que va al revés. Me agradece. Un inglés le habría respondido: “No lo sé, no soy de aquí”.
De vez en cuando se acerca la camarera a mi mesa para preguntarme algo del viaje. Me pregunta si he hecho el Camino de Santiago, y yo le respondo afirmativamente. Ella conoce Saint-Etienne-de-Baigorri y le cuento mi paso por allí, tras dormir en Saint-Jean-Pied-de-Port, aunque no forma parte del Camino Francés.
Escribo hasta las 9:45, me despido de camarera tan agradable y enfilo hacia Boulogne. A las diez ya estoy pasando por la iglesia y el cementerio aledaño de Outreau. Y para las diez y cuarto ya empiezo a ver los edificios altos de tan gran ciudad de Boulogne, aunque todavía me costará entrar. El acercamiento lo hago tranquilo, pues tengo todo el día por delante para conocer la ciudad. Un conductor de moto pide orientación. Le digo que va al revés. Me agradece. Un inglés le habría respondido: “No lo sé, no soy de aquí”.
Boulogne-sur-Mer.
Dejo de lado el
indicador Le Portel y veo que también goza de 4 flores en el ranking
de les villes fleuries. Empiezo a ver agua, pero no será de mar,
sino del río La Liane, aunque quizás ya por su anchura se podría
considerarla ría a su llegada al mar o estuario. Aunque saco el mapa
que me dieron en Berck-sur-Mer, como no sé cuál de sus puentes es
el que estoy pasando, me cuesta situarme. Pregunto a empleados
municipales y me responden que es el puente Rousseau.
¡Bendito Jean Jacques! Agradezco la información, y me alegro, ya que es el que más directamente me lleva hasta el Albergue Juvenil. De Rousseau paso a Voltaire que, aunque echar una cana al aire sea fácil, comprender su filosofía es otro cantar. Rousseau y su concepción del hombre bueno por naturaleza y que la sociedad es la que lo malea (genética y aprendizaje) es más asequible a mis entendederas.
La mediana de la carretera me ofrece un bonito ejemplo de ciudad florida, y pronto llego al Auberge de Jeneusse.
¡Bendito Jean Jacques! Agradezco la información, y me alegro, ya que es el que más directamente me lleva hasta el Albergue Juvenil. De Rousseau paso a Voltaire que, aunque echar una cana al aire sea fácil, comprender su filosofía es otro cantar. Rousseau y su concepción del hombre bueno por naturaleza y que la sociedad es la que lo malea (genética y aprendizaje) es más asequible a mis entendederas.
La mediana de la carretera me ofrece un bonito ejemplo de ciudad florida, y pronto llego al Auberge de Jeneusse.
Albergue Juvenil.
Cuando llego, la
recepcionista que me recibe me pregunta si tengo reserva. Le digo que
no y me dice que está completo, con niños de un colegio inglés.
Insisto, no desisto, y le cuento lo que me pasó en Morlaix el pasado
verano, pero no hay nada que rascar. Estoy a punto de tirar la
toalla, cuando aparece otra recepcionista que estuvo dos años en
Barcelona, para soltarse con el castellano y mejorarlo, y también un
tiempo en Granada. Me dice que han recibido una anulación que no
habían comunicado a la otra recepcionista. Todo arreglado pero surge
un nuevo problema. Mi tarjeta Visa que está funcionando bien hasta
ahora, aquí no va. Parece que el problema es de su aparato. Llama a
su banco y me instalo sin pagar. Probaremos de nuevo por la tarde
pero, como sigue sin funcionar acabaré pagando en efectivo, con
harto dolor de comisiones para el banco, 21,57 €. Me da la tarjeta
para la 309. Cuando entro, ya está ocupada una cama. La tercera se
ocupará más tarde. Lavo camiseta y calzoncillo, me limpio los pies
y me ducho con agua templada que acabará en fría. Lo hago con la
puerta abierta para que entre luz natural de la habitación, ya que
no hay electricidad porque están reparando las luces de emergencia
del pasillo. Me afeitaré luego. La chica que sabe castellano me
facilita un tendedero plegable que extiendo en el patio exterior,
junto al bar. Cuando regrese a las cinco ya está todo seco y lo
recojo. Pero eso será a las cinco.
La Ciudad
amurallada.
Siguiendo el plano
llego muy bien a la ciudad amurallada. ¡Qué gran diferente es visitar una ciudad con mochila o sin ella! Hoy, con el equipaje en el
albergue, voy mucho más relajado. En un gran prado de hierba verde,
encuentro una de las torres cantoneras de la muralla. No sé en qué
dirección seguir, pero opto por el lado en que me parece ver una
puerta de acceso a la ciudadela.
Entre arbolado y jardines que confirman lo justo de las cuatro flores obtenidas, me voy acercando al portón por el que entraré.
Me sorprende no ver paseantes por tan magnífico lugar. El acceso es del estilo de las Torres de Serrano, en Valencia, aunque ésta sea de menor tamaño. Nosotros tenemos un dicho: “quedarse a la luna de Valencia”.
Lo que significa es que la gente que llegaba del exterior a las Torres de Serrano después de la hora de cierre de sus portones, se tenía que quedar a dormir fuera, a la “belle etoile”. Por suerte, éstas están abiertas y, además, ya tengo albergue para dormir esta noche, aunque aún no lo haya pagado.
Una vez que he entrado en la ciudadela, lo primero que destaca es el edificio del Ayuntamiento. Tras él, está la Torre del Reloj, que muestra que el mediodía ya ha pasado. Quizás eso explique la falta de gente en el entorno exterior a la ciudadela. Los franceses estarán comiendo a estas horas.
Entre arbolado y jardines que confirman lo justo de las cuatro flores obtenidas, me voy acercando al portón por el que entraré.
Me sorprende no ver paseantes por tan magnífico lugar. El acceso es del estilo de las Torres de Serrano, en Valencia, aunque ésta sea de menor tamaño. Nosotros tenemos un dicho: “quedarse a la luna de Valencia”.
Lo que significa es que la gente que llegaba del exterior a las Torres de Serrano después de la hora de cierre de sus portones, se tenía que quedar a dormir fuera, a la “belle etoile”. Por suerte, éstas están abiertas y, además, ya tengo albergue para dormir esta noche, aunque aún no lo haya pagado.
Una vez que he entrado en la ciudadela, lo primero que destaca es el edificio del Ayuntamiento. Tras él, está la Torre del Reloj, que muestra que el mediodía ya ha pasado. Quizás eso explique la falta de gente en el entorno exterior a la ciudadela. Los franceses estarán comiendo a estas horas.
Paso por un Museo
que no visito, aunque ahora me surgen dudas si es el Palacio de
Justicia o el Museo el que fotografío.
Veo la Torre del Reloj que, parecía aledaña al Ayuntamiento, pero que está claramente como elemento aislado. Me empieza a gustar esta ciudad.
La parte antigua de la torre y la moderna de las dependencias actuales, ofrecen un bello contraste que trato de destacar positivamente. Me parece un acierto que no enlucieran el interior de la torre y lo dejaran con la piedra vista. Y también el ladrillo en los muros y espacio abovedado. Restos de una hornacina y un probable pozo y unas cabezas, dan idea de otros usos en otras épocas. Un agujero en lo alto con balconada de protección, daría que pensar en almacén de algo o en un aljibe.
Como voy sin guía, especular es libre. Subo la gran escalinata. En uno de los descansillos destaca un gran cuadro al óleo con motivo marinero y, al pie del mismo, unas flores conmemorativas de la fiesta de ayer, con los colores de la bandera tricolor. Quizás el más difícil de lograr en flor sea el azul intenso de la enseña patria. Conseguir rosas rosas y rosas blancas es relativamente fácil, pero yo nunca he visto rosas azules.
Entro en la Sala de Fiestas, también engalanada para la celebración pasada. Un cuadro enorme en la pared lateral derecha, las luminosas balconadas a la izquierda, alternando balcón y paño y, al fondo, los grandes lemas de la revolución: Libertad, Fraternidad e Igualdad. Enmarcan a nueve banderas tricolores. ¿Por qué nueve?, me pregunto. Y más flores. Esta sala figura con el nombre de Salle des Fétes.
En otro rellano, un nuevo gran ramillete de flores de los cuatro colores, aunque sobra el verde.
Para finalizar la visita, fotografío la escalinata de madera que me parece uno de los elementos más sobresalientes del edificio, además de la función que cumple y para la que fue construida: subir y bajar.
Tras la visita, busco un lugar para comer y lo hago en un PMU-Tabac, el Café de Le Marigny, y como algo ligero, pues es un día en que no he hecho mucho recorrido: sopa de verduras y ensalada. Lo más caro el piché de vino tinto y pago con Visa, aquí si va bien, 12,90 €. No escribo, pues tengo mucho tiempo para hacerlo y, además, no hay mucho que contar.
Veo la Torre del Reloj que, parecía aledaña al Ayuntamiento, pero que está claramente como elemento aislado. Me empieza a gustar esta ciudad.
La parte antigua de la torre y la moderna de las dependencias actuales, ofrecen un bello contraste que trato de destacar positivamente. Me parece un acierto que no enlucieran el interior de la torre y lo dejaran con la piedra vista. Y también el ladrillo en los muros y espacio abovedado. Restos de una hornacina y un probable pozo y unas cabezas, dan idea de otros usos en otras épocas. Un agujero en lo alto con balconada de protección, daría que pensar en almacén de algo o en un aljibe.
Como voy sin guía, especular es libre. Subo la gran escalinata. En uno de los descansillos destaca un gran cuadro al óleo con motivo marinero y, al pie del mismo, unas flores conmemorativas de la fiesta de ayer, con los colores de la bandera tricolor. Quizás el más difícil de lograr en flor sea el azul intenso de la enseña patria. Conseguir rosas rosas y rosas blancas es relativamente fácil, pero yo nunca he visto rosas azules.
Entro en la Sala de Fiestas, también engalanada para la celebración pasada. Un cuadro enorme en la pared lateral derecha, las luminosas balconadas a la izquierda, alternando balcón y paño y, al fondo, los grandes lemas de la revolución: Libertad, Fraternidad e Igualdad. Enmarcan a nueve banderas tricolores. ¿Por qué nueve?, me pregunto. Y más flores. Esta sala figura con el nombre de Salle des Fétes.
En otro rellano, un nuevo gran ramillete de flores de los cuatro colores, aunque sobra el verde.
Para finalizar la visita, fotografío la escalinata de madera que me parece uno de los elementos más sobresalientes del edificio, además de la función que cumple y para la que fue construida: subir y bajar.
Tras la visita, busco un lugar para comer y lo hago en un PMU-Tabac, el Café de Le Marigny, y como algo ligero, pues es un día en que no he hecho mucho recorrido: sopa de verduras y ensalada. Lo más caro el piché de vino tinto y pago con Visa, aquí si va bien, 12,90 €. No escribo, pues tengo mucho tiempo para hacerlo y, además, no hay mucho que contar.
Basílica de
Notre Dame.
Quitada de en medio
la comida, me dirijo a la catedral, basílica, enorme iglesia. Una
cúpula y un cimborrio que no me entra en el objetivo. Saco tres
fotos desde el exterior y cinco del interior.
La fachada principal es de corte neoclásico, con su tímpano en la cúspide y dos torretas gemelas. Lanzando una línea central, la fachada es simétrica, guardando un equilibrio estable. Pretendía que saliera en la foto la cúpula y su cimborrio, pero no me puedo alejar lo suficiente como para conseguirlo. Luego, desde una de las fachadas laterales, consigo que aparezca, parcialmente la cúpula, y completo el cimborrio.
Entro en la basílica y fotografío la nave central hacia el altar mayor. Es esbelta, con altas columnas acanaladas, y destaca la falta de imaginería. Un púlpito en madera oscura destaca de la claridad de columnas y muros, pero no resulta recargado, ampuloso.
Un discurso desde él, intentando hacernos temblar con todos los demonios, sería menos eficaz que, por ejemplo, en la catedral de Saint-Brieuc, de donde salí hace poco más de un mes. Allí daría muchísimo más miedo, con su oscuridad tétrica, tenebrosa. Me acerco al altar mayor. Pero me escoro hacia otro altar, en realidad no lo es, sino un lugar conmemorativo donde entronizan a Notre Dame de Boulogne, que va dentro de una barca. Pero es una imagen de virgen con niño blanca, con dorados, muy poco agraciada.
Ni sus coronas, ni su corazón palpitante, me conmueven. Un escudo en azul indica que esta imagen tiene vocación viajera y que viaja por toda Francia continental. El mapa elaborado del país es muy defectuoso, no se ajusta a las dimensiones de la costa que ya casi conozco al dedillo. Es como si lo hubiera elaborado un inexperto geógrafo. Ahora sí me acerco al altar mayor y, desde abajo, intento captar los círculos perfectos y concéntricos que forman la cúpula y el cimborrio.
La cámara y la distancia, no me permiten que salga el último y más grande de estos círculos. Luego me concentro en la imagen del altar mayor, que es muy parecida a la que he visto anteriormente, y quizás sea la misma Notre Dame de Boulogne, no en vano ocupa el lugar de preferencia de la basílica, aunque en ésta destacan más las olas del mar. Quizás esta imagen tenga menos vocación viajera que la que he descrito antes. Está de pie sobre la barca y me recuerda más a la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores. Sin embargo, esta es la patrona de la ciudad.
De todo lo que estoy viendo, lo que más me interesa es un altar en forma de ábside, que han restaurado, pero sin reconstruir sus pinturas, y que las mantienen como se las encontraron. Me gusta que hayan detenido su destrucción y que no se atrevan a repintarlo. Algunas de las figuras se mantienen nítidas, mientras que otras se han perdido, probablemente, por la humedad. Un monumento funerario ocupa el centro de este espacio, que no me atrevo a calificarlo como ábside. El celaje azul de la semi-cúpula me parece de una intensidad que me sorprende que se haya conservado tan perfecta.
Además del descrito, veo también cuatro grandes paneles de frescos para restaurar. Parece que piden dinero para contribuir a su restauración. Vista toda la iglesia, salgo al exterior, hacia las terrazas exteriores y, desde la altura, contemplo la ciudad.
Una carretera en ligero descenso conecta la parte alta de la ciudad con la baja, la ciudadela con el mar. Por detrás de la muralla alta contemplo otra visión de la basílica, entre arbolado que no me deja verla al completo, pero que me permite apreciarla en toda su dimensión. Me vuelvo a asomar por la terraza y la ciudad ya me ofrece a lo lejos el horizonte marino.
Desde un hueco entre la hojarasca arbórea, consigo ver la cúpula, el cimborrio y la parte alta de las dos torres de la fachada principal. Creo que el conjunto que ofrece permite hacerse una idea de conjunto, aunque no sea esta la finalidad de mi viaje. No pretendo dar clases de arte arquitectónico, sino mostrar mi parecer y mis impresiones del momento.
Paseo por las terrazas sobre las murallas que, para mi gusto, habría sido más grato con muros menos altos que permitieran que corriera mejor el aire. Estos días he recorrido la costa y hoy es día en un paisaje urbano donde me parece que el calor aprieta más. No puedo asegurar que no haga más calor que los días pasados. No en vano estamos a mitad de julio, Después, cuando llegue a la costa, me parecerá la temperatura más grata.
Como en junio llovió mucho, mejor habría que decir que llovió demasiado, las hojas de los árboles están sanísimas. De muestra este tilo florido que veo antes de salir de la ciudadela fortificada.
Luego saco foto de una de las entradas a la fortaleza, que no puedo asegurar ni que sea la misma por la que he entrado antes, ni que sea otra. Hay arcos y lienzos de muro parcialmente reconstruidos que forman un conjunto arquitectónico armónico y que me agrada. Éste paso ofrece un acceso exclusivamente peatonal pavimentado en piedra, lo que me hace pensar que no es el mismo portón por el que he entrado, pues aquel era una carretera asfaltada, con acceso para vehículos.
Es por esa puerta por la que vuelvo a salir a los jardines que rodean la ciudadela y fotografío sus murallas, como despedida.
La fachada principal es de corte neoclásico, con su tímpano en la cúspide y dos torretas gemelas. Lanzando una línea central, la fachada es simétrica, guardando un equilibrio estable. Pretendía que saliera en la foto la cúpula y su cimborrio, pero no me puedo alejar lo suficiente como para conseguirlo. Luego, desde una de las fachadas laterales, consigo que aparezca, parcialmente la cúpula, y completo el cimborrio.
Entro en la basílica y fotografío la nave central hacia el altar mayor. Es esbelta, con altas columnas acanaladas, y destaca la falta de imaginería. Un púlpito en madera oscura destaca de la claridad de columnas y muros, pero no resulta recargado, ampuloso.
Un discurso desde él, intentando hacernos temblar con todos los demonios, sería menos eficaz que, por ejemplo, en la catedral de Saint-Brieuc, de donde salí hace poco más de un mes. Allí daría muchísimo más miedo, con su oscuridad tétrica, tenebrosa. Me acerco al altar mayor. Pero me escoro hacia otro altar, en realidad no lo es, sino un lugar conmemorativo donde entronizan a Notre Dame de Boulogne, que va dentro de una barca. Pero es una imagen de virgen con niño blanca, con dorados, muy poco agraciada.
Ni sus coronas, ni su corazón palpitante, me conmueven. Un escudo en azul indica que esta imagen tiene vocación viajera y que viaja por toda Francia continental. El mapa elaborado del país es muy defectuoso, no se ajusta a las dimensiones de la costa que ya casi conozco al dedillo. Es como si lo hubiera elaborado un inexperto geógrafo. Ahora sí me acerco al altar mayor y, desde abajo, intento captar los círculos perfectos y concéntricos que forman la cúpula y el cimborrio.
La cámara y la distancia, no me permiten que salga el último y más grande de estos círculos. Luego me concentro en la imagen del altar mayor, que es muy parecida a la que he visto anteriormente, y quizás sea la misma Notre Dame de Boulogne, no en vano ocupa el lugar de preferencia de la basílica, aunque en ésta destacan más las olas del mar. Quizás esta imagen tenga menos vocación viajera que la que he descrito antes. Está de pie sobre la barca y me recuerda más a la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores. Sin embargo, esta es la patrona de la ciudad.
De todo lo que estoy viendo, lo que más me interesa es un altar en forma de ábside, que han restaurado, pero sin reconstruir sus pinturas, y que las mantienen como se las encontraron. Me gusta que hayan detenido su destrucción y que no se atrevan a repintarlo. Algunas de las figuras se mantienen nítidas, mientras que otras se han perdido, probablemente, por la humedad. Un monumento funerario ocupa el centro de este espacio, que no me atrevo a calificarlo como ábside. El celaje azul de la semi-cúpula me parece de una intensidad que me sorprende que se haya conservado tan perfecta.
Además del descrito, veo también cuatro grandes paneles de frescos para restaurar. Parece que piden dinero para contribuir a su restauración. Vista toda la iglesia, salgo al exterior, hacia las terrazas exteriores y, desde la altura, contemplo la ciudad.
Una carretera en ligero descenso conecta la parte alta de la ciudad con la baja, la ciudadela con el mar. Por detrás de la muralla alta contemplo otra visión de la basílica, entre arbolado que no me deja verla al completo, pero que me permite apreciarla en toda su dimensión. Me vuelvo a asomar por la terraza y la ciudad ya me ofrece a lo lejos el horizonte marino.
Desde un hueco entre la hojarasca arbórea, consigo ver la cúpula, el cimborrio y la parte alta de las dos torres de la fachada principal. Creo que el conjunto que ofrece permite hacerse una idea de conjunto, aunque no sea esta la finalidad de mi viaje. No pretendo dar clases de arte arquitectónico, sino mostrar mi parecer y mis impresiones del momento.
Paseo por las terrazas sobre las murallas que, para mi gusto, habría sido más grato con muros menos altos que permitieran que corriera mejor el aire. Estos días he recorrido la costa y hoy es día en un paisaje urbano donde me parece que el calor aprieta más. No puedo asegurar que no haga más calor que los días pasados. No en vano estamos a mitad de julio, Después, cuando llegue a la costa, me parecerá la temperatura más grata.
Como en junio llovió mucho, mejor habría que decir que llovió demasiado, las hojas de los árboles están sanísimas. De muestra este tilo florido que veo antes de salir de la ciudadela fortificada.
Luego saco foto de una de las entradas a la fortaleza, que no puedo asegurar ni que sea la misma por la que he entrado antes, ni que sea otra. Hay arcos y lienzos de muro parcialmente reconstruidos que forman un conjunto arquitectónico armónico y que me agrada. Éste paso ofrece un acceso exclusivamente peatonal pavimentado en piedra, lo que me hace pensar que no es el mismo portón por el que he entrado, pues aquel era una carretera asfaltada, con acceso para vehículos.
Es por esa puerta por la que vuelvo a salir a los jardines que rodean la ciudadela y fotografío sus murallas, como despedida.
Ahora salgo
extramuros y me voy acercando, entre calles, a otra iglesia. Me
parece atractiva ya desde que la veo parcialmente. Luego la puedo ver
en toda su dimensión, pero no la visito.
No es tan enorme que la Basílica, pero me parece muy proporcionada al entorno donde la han ubicado, en un espacio central.
No es tan enorme que la Basílica, pero me parece muy proporcionada al entorno donde la han ubicado, en un espacio central.
Multicines Les
Stars: Marius.
Bajo a la calle
Víctor Hugo. Ya sabéis que me conmovió su magnífica obra “Los
Miserables”. De niño, recuerdo que leí “Los trabajadores del
mar”, pero es una memoria olvidadiza de una época en que lo pasé
muy mal y creo que no la pude asimilar. Sería buen momento para
retomar su lectura. Ahora me acerco a los multi-cines y, de todo lo
que programan, decido que lo que más me puede interesar es “Marius”,
realizada e interpretada en el papel del padre de Marius, por Daniel
Auteil. En Les Stars está programada para las cuatro, así que
dejando de lado intentar el pago del albergue a las cinco, como había
acordado, para ver si ya se ha solucionado el problema Visa del
lector del tarjetero, decido entrar. Faltan 5 minutos para que
comience la sesión. El precio en taquilla es de 8 € y, sin
preguntarme nada, digo “à la retraite” y, sin pedirme el carnet,
me cobran 6 €.
Marius se debate entre su amor a Fanny y su pasión por el mar. Es su forma de escapar de la realidad que le ofrece la vida cotidiana en su pueblo, y la atracción de una vida marina con la que sueña. Al final acaba marchándose, cumpliendo su sueño. Está realizada de una forma muy dramática y exagerada, probablemente ajustada al libreto original de la novela de Pagnol. Según me dicen, es casi un clásico de la narrativa gala. Creo que del siglo pasado. El papel de Panisse, otro hombre enamorado de Fanny, lo interpreta Jean Pierre Darroussin, que ya es mi amigo y al que amo en sus papeles de “Le Havre”, de Aki Kaurismaki, de la que ya hablé al pasar por la ciudad con gran puerto en la desembocadura del Sena, y de “Las nieves del Kilimanjaro”, que programamos y proyectamos en nuestro cine-club Cinema Paradiso, de Irun. Un actor que ya he visto en otras películas entrañables. Otro aliciente para que me haya animado a ver este film. La actriz que interpreta a Fanny es muy arrebatada y me recuerda en su físico a Audrey Tatoo. Al inicio doy alguna cabezada. ¿Cansancio acumulado? He estado solo en la sala. Finalizando, veo pasar a un chico por el pasillo, pero es el que va a abrir la puerta para salir de la sala al exterior. Finalizando la película ya vemos cómo Marius zarpa en el barco hacia alta mar, suena la música de “La Mer” de Jacques Brel.
Olvido quedarme a ver los títulos de crédito, a pesar de que deseo saber dónde están rodados los exteriores costeros, por si era algún lugar por donde he pasado. No lo he reconocido y, a lo mejor, está rodado en el Mediterráneo o quizás en Nord o lo que me queda por recorrer de Pas-de-Calais. Sn ser una película brillante, me alegro de haberla visto. Salgo por Víctor Hugo, saco una foto de la fachada de los cines con sus películas programadas y de la entrada principal, sigo la calle hasta el final, y me dirijo hacia el mar.
Marius se debate entre su amor a Fanny y su pasión por el mar. Es su forma de escapar de la realidad que le ofrece la vida cotidiana en su pueblo, y la atracción de una vida marina con la que sueña. Al final acaba marchándose, cumpliendo su sueño. Está realizada de una forma muy dramática y exagerada, probablemente ajustada al libreto original de la novela de Pagnol. Según me dicen, es casi un clásico de la narrativa gala. Creo que del siglo pasado. El papel de Panisse, otro hombre enamorado de Fanny, lo interpreta Jean Pierre Darroussin, que ya es mi amigo y al que amo en sus papeles de “Le Havre”, de Aki Kaurismaki, de la que ya hablé al pasar por la ciudad con gran puerto en la desembocadura del Sena, y de “Las nieves del Kilimanjaro”, que programamos y proyectamos en nuestro cine-club Cinema Paradiso, de Irun. Un actor que ya he visto en otras películas entrañables. Otro aliciente para que me haya animado a ver este film. La actriz que interpreta a Fanny es muy arrebatada y me recuerda en su físico a Audrey Tatoo. Al inicio doy alguna cabezada. ¿Cansancio acumulado? He estado solo en la sala. Finalizando, veo pasar a un chico por el pasillo, pero es el que va a abrir la puerta para salir de la sala al exterior. Finalizando la película ya vemos cómo Marius zarpa en el barco hacia alta mar, suena la música de “La Mer” de Jacques Brel.
Olvido quedarme a ver los títulos de crédito, a pesar de que deseo saber dónde están rodados los exteriores costeros, por si era algún lugar por donde he pasado. No lo he reconocido y, a lo mejor, está rodado en el Mediterráneo o quizás en Nord o lo que me queda por recorrer de Pas-de-Calais. Sn ser una película brillante, me alegro de haberla visto. Salgo por Víctor Hugo, saco una foto de la fachada de los cines con sus películas programadas y de la entrada principal, sigo la calle hasta el final, y me dirijo hacia el mar.
La costa de
Boulogne-sur-Mer.
El General San Martín.
El General San Martín.
Llego a Nausicaá,
que es el acuario. El mismo edificio alberga la oficina de Turismo.
Paso de largo y me encamino hacia la playa. Está animada. Por aquí
corre una brisa más agradable. En la ciudad hace más calor. En la
arena hay castillos hinchables para diversión de los niños. Hacia
la orilla se aprecia la marca que ha dejado el mar en la pleamar y
más cerca, una zona de arena más oscura que da la sensación de
suciedad, aunque quizás sea una apreciación errónea y sea que han
regado la arena.
Al fondo el dique de salida de La Liane y el puerto al mar. Camino por el paseo marítimo. Paso por delante de los jardines donde impera la estatua del General San Martín, el libertador. A sus pies, Francia le ofrece la corona de laurel destinada a los héroes. En la siguiente zona de playa un grupo de chair-à-voile, espera para ser utilizados. Supongo que los aprendizajes se efectuarán a horas más tempraneras, por la mañana, o al atardecer, y con marea más baja. El paseo marítimo da una curva y no veo posibilidades de darme un baño desnudo, así que regreso. Allí hay un urinario, donde meo, pero está a la vista de todo el mundo. Me sorprendo por ello, teniendo en cuenta las muestras de pudor que ofrece esta Francia tan pacata para el ejercicio de nudismo. No se puede enseñar el culo, pero no importa que a los hombres les vean el pito. Aunque a mí no me importa, opino que podrían poner algún parapeto alrededor. Al volver a pasar por la estatua del libertador. Pienso que, al abandonar el poder en América, se pudo refugiar en Boulogne y de ahí el reconocimiento de la ciudad. ¿Moriría aquí? Un bolognés al que comento, me asegura que algunos edificios de esta zona son propiedad de Argentina.
También de regreso, entro en la Oficina de Turismo. La chica de recepción me dice que tiene mapa de la costa de Pas-de-Calais. Me alegra, puesto que supongo estará más detallado que el que llevo pero, cuando me lo enseña es igual que el mío y abarca las dos provincias que quedan. Pas-de-Calais y Nord.
Regreso por el río La Liane, que es también el puerto. Al otro lado, un islote contiene instalaciones de la marinería. Quizás sea también embarcadero.
A éste, le han construido cuatro edificios mamotreto, que me recuerdan a los de Interlimen, junto a la playa de Hodarribia. ¿Cómo han dejado hacer tal barbaridad? La especulación del suelo no tiene límites, ni freno en la administración municipal. Bajo los edificios hay puestos blancos como de feria. Voy caminando hacia allí y, cuando llego al primer grupo de barcos, los fotografío.
El Galaxie tiene matrícula BL y quiero pensar que es la abreviatura de BuLogne. En los tenderetes, los días pasados, se celebró la feria del Mar. Veo venta de pescados muertos, y aragnée y tourteaux vivos. Pregunto si los tienen también cocidos. Me dicen que los pueden cocer. ¡No sé con qué herramienta! Pero cuando veo en otro puesto tourteaux cocidos, me lo pienso mejor y sabiendo el tiempo que me llevaría comer uno, desisto y me inclino por comprarme media docena de langostinos. Es L’Ecaller y pago 1,34 €. Aunque Spar es un establecimiento que considero caro, entro a comprar fruta que, si es buena, no me parece tan cara y pago 6,64 €. Para acabar las compras del día, pago por una cerveza fría 1 €.
Al fondo el dique de salida de La Liane y el puerto al mar. Camino por el paseo marítimo. Paso por delante de los jardines donde impera la estatua del General San Martín, el libertador. A sus pies, Francia le ofrece la corona de laurel destinada a los héroes. En la siguiente zona de playa un grupo de chair-à-voile, espera para ser utilizados. Supongo que los aprendizajes se efectuarán a horas más tempraneras, por la mañana, o al atardecer, y con marea más baja. El paseo marítimo da una curva y no veo posibilidades de darme un baño desnudo, así que regreso. Allí hay un urinario, donde meo, pero está a la vista de todo el mundo. Me sorprendo por ello, teniendo en cuenta las muestras de pudor que ofrece esta Francia tan pacata para el ejercicio de nudismo. No se puede enseñar el culo, pero no importa que a los hombres les vean el pito. Aunque a mí no me importa, opino que podrían poner algún parapeto alrededor. Al volver a pasar por la estatua del libertador. Pienso que, al abandonar el poder en América, se pudo refugiar en Boulogne y de ahí el reconocimiento de la ciudad. ¿Moriría aquí? Un bolognés al que comento, me asegura que algunos edificios de esta zona son propiedad de Argentina.
También de regreso, entro en la Oficina de Turismo. La chica de recepción me dice que tiene mapa de la costa de Pas-de-Calais. Me alegra, puesto que supongo estará más detallado que el que llevo pero, cuando me lo enseña es igual que el mío y abarca las dos provincias que quedan. Pas-de-Calais y Nord.
Regreso por el río La Liane, que es también el puerto. Al otro lado, un islote contiene instalaciones de la marinería. Quizás sea también embarcadero.
A éste, le han construido cuatro edificios mamotreto, que me recuerdan a los de Interlimen, junto a la playa de Hodarribia. ¿Cómo han dejado hacer tal barbaridad? La especulación del suelo no tiene límites, ni freno en la administración municipal. Bajo los edificios hay puestos blancos como de feria. Voy caminando hacia allí y, cuando llego al primer grupo de barcos, los fotografío.
El Galaxie tiene matrícula BL y quiero pensar que es la abreviatura de BuLogne. En los tenderetes, los días pasados, se celebró la feria del Mar. Veo venta de pescados muertos, y aragnée y tourteaux vivos. Pregunto si los tienen también cocidos. Me dicen que los pueden cocer. ¡No sé con qué herramienta! Pero cuando veo en otro puesto tourteaux cocidos, me lo pienso mejor y sabiendo el tiempo que me llevaría comer uno, desisto y me inclino por comprarme media docena de langostinos. Es L’Ecaller y pago 1,34 €. Aunque Spar es un establecimiento que considero caro, entro a comprar fruta que, si es buena, no me parece tan cara y pago 6,64 €. Para acabar las compras del día, pago por una cerveza fría 1 €.
Regreso al
Albergue Juvenil. Inglesitos y dibujo.
Antes de las seis y
media, ya estoy de nuevo en el albergue. Está en el distrito postal
62200, en la Place Rouger de Lisle. Lo primero que hago es meter todo
en el frigorífico hasta la hora en que decida cenar. Los ingleses
cenan a las siete, así que yo lo haré a las ocho. Voy a recepción
y pago la habitación en metálico, ya que el aparato de Visa sigue
sin funcionar. Pago los 21,57 € previstos. 21,20 por la cama y la
Taxe de séjour. Me hace factura de la Fuaj, la Federación Unida de
Albergues Juveniles. Ahora está de recepcionista un negrito que ama
Barcelona, de donde no hace mucho que ha vuelto. Chavales y chavalas
ingleses merodean por los pasillos y, como en la habitación no hay
mesa, bajo al bar para escribir el diario. Pero en el bar, al jaleo
de tanta chavalería, se añade la música machacona nada grata.
Arriba, en el 3º piso sólo hay chicas. Los chicos están en el 2º
y también en el 4º, según me ha dicho una chica que vive entre
Plymouth y Londres. Hago las cuentas y no sé dónde habré escondido
algunos billetes que me faltan o algún error por pago anotado como
Visa y que lo haya hecho en metálico. Finalmente encontraré el
error. Como he acabado la 2ª libreta, hago las sumas. Pagos en
metálico 289,41 €, con Visa 1.314,19. Pagos totales: 1603,60 €.
En un mes, ya me he comido mi pensión. Antes de bajar, he organizado
mi mochila con la ropa seca y ya tenerla lista para partir mañana.
Bajo los elementos de dibujo, por si me animo a hacer alguno. Cuando he salido por Voltaire a Comte, he pasado por la estación y he visto dos cabinas telefónicas. Iré al anochecer para llamar a Sagrario. Termino de escribir el diario sobre las siete y la chavalería se va a cenar. Un rato de tranquilidad. Llega un autobús rojo de dos pisos, del que baja un grupo de chicas y chicos con sus monitores. Habían dividido el grupo y hoy había tocado a estos ir de excursión. Me meto en el patio, donde el seto-rosal ya cubre, junto con los tejados, al sol.
Me pongo en la mesa de madera que me permite , con algo de voluntad por mi parte, dibujar la barbacoa y hacer un refrito con los rosales, blancos y rojos. Me sale un dibujo menos malo de lo que me temía. Aparecen, tras el aseo, las niñas de 12-13 años que acaban de volver de la excursión y que cenarán a las ocho, después que acaben las del turno de las siete. Mañana, el otro grupo, irá a París. Una profesora de Francés y Español se interesa por mi viaje, algunas niñas también se acercan. Ella me pregunta y traslada preguntas de las niñas: “fulanita dice que le gustan tus dibujos, menganita pregunta cuántos kilómetros por día, dónde duermes, cuánto pesa tu equipaje…” y va trasladando-traduciendo mis respuestas. Se van cuando les llega la hora de cenar. Termino mi dibujo, y yo también me voy a cenar.
Bajo los elementos de dibujo, por si me animo a hacer alguno. Cuando he salido por Voltaire a Comte, he pasado por la estación y he visto dos cabinas telefónicas. Iré al anochecer para llamar a Sagrario. Termino de escribir el diario sobre las siete y la chavalería se va a cenar. Un rato de tranquilidad. Llega un autobús rojo de dos pisos, del que baja un grupo de chicas y chicos con sus monitores. Habían dividido el grupo y hoy había tocado a estos ir de excursión. Me meto en el patio, donde el seto-rosal ya cubre, junto con los tejados, al sol.
Me pongo en la mesa de madera que me permite , con algo de voluntad por mi parte, dibujar la barbacoa y hacer un refrito con los rosales, blancos y rojos. Me sale un dibujo menos malo de lo que me temía. Aparecen, tras el aseo, las niñas de 12-13 años que acaban de volver de la excursión y que cenarán a las ocho, después que acaben las del turno de las siete. Mañana, el otro grupo, irá a París. Una profesora de Francés y Español se interesa por mi viaje, algunas niñas también se acercan. Ella me pregunta y traslada preguntas de las niñas: “fulanita dice que le gustan tus dibujos, menganita pregunta cuántos kilómetros por día, dónde duermes, cuánto pesa tu equipaje…” y va trasladando-traduciendo mis respuestas. Se van cuando les llega la hora de cenar. Termino mi dibujo, y yo también me voy a cenar.
Cena en el
albergue.
Entro en el comedor
y elijo lugar para tener a mi derecha a otros dos comensales. El que
prepara la cena, sabe ruso y chino entre otros idiomas más
corrientes. Como podréis comprender, no voy a poner a prueba sus
saberes idiomáticos. Me dice que han sido ellos los que han
renunciado a la cama, renuncia que me ha permitido tenerla para esta
noche. Todavía no conozco a los otros dos compañeros de habitación.
Ceno los seis langostinos con cerveza corsa. Será un anticipo de
todas las que beberé el próximo verano en Córcega. Y de fruta,
como plátano, melón, albaricoques, melón, plátano, albaricoques,
melón, plátano y acabo la cerveza. Los otros dos comen huevas de
salmón con mantequilla, me ofrecen vino rosado que no acepto,
sardinas en sartén al horno, con mantequilla… Las han hecho
demasiado, para mi gusto. Se ve que tienen una relación de
complicidad con el negrito zumbón, y se ríen con él cuando les
cuento el nudismo homosexual de Berck-sur-Mer. No sé cuánto
componente homosexual puede haber en la relación entre ellos. El
negrito les regala un plato con trocitos de pastel, que ha sobrado de
la celebración de algún cumpleaños. He oído cómo cantaban los
ingleses. Acabada la cena, voy a la “gare” para llamar a
Sagrario. Está en Etxalar. Ibiza ya se acabó y planes para Cádiz y
Canarias con mi otra hermana, Luchy. Se ve que las dos han perdido el
miedo a volar. ¡Albricias! ¡Mejor para ellas! Está desconocida.
Hasta reconoce Calais, a donde creo que llegaré mañana. En la
tarjeta telefónica, aún me quedan 12 €.
A dormir que
mañana será otro día.
Acabada la llamada,
subo a la habitación, pero la tarjeta no funciona y no puedo abrir
la puerta. Bajo y me la reactualiza el negrito. Cuando entro, ya
están mis compañeros de cuarto. El último que ha llegado ya está
dentro de la piltra. Es hijo de español republicano exilado durante
la guerra fratricida española: Gil Franco, artista pintor. Era muy
mayor cuando huyó a Francia y no tuvo muchas oportunidades de
enseñar español a su hijo, que apenas lo habla. El otro es
austriaco y ya está haciendo planes de regreso. A lo mejor mañana
me lo encuentro en Calais. Es una mole enorme, con una tripa que casi
le cubre todo el calzoncillo. Cuando llego, se dispone a meterse en
la ducha y lo dejará todo empapado. Él se adueña de la ventana y
la deja abierta durante toda la noche. La luz matutina irá entrando
por ella. Me desnudo y duermo con la sabanita. Muy bien. Tres veces
me levanto a orinar, para retornar al desagüe la fruta y todo el
líquido que he ido metiendo a lo largo del día.
Balance de
jornada corta con mucho tiempo en Boulogne-sur-Mer.
El día ha sido
productivo, hasta con cine. Bonito encuentro en Nad-Jac con la
camarera. En el ayuntamiento, restos del día después de la fiesta
nacional. Dibujo. Niñas inglesas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario