lunes, 12 de junio de 2017

Etapa 31 (388) Berck sur Mer-Hardelot Plage


Etapa 31 (388) 14 de julio de 2013, domingo. Día de la República. Fiesta nacional francesa.
Berck sur Mer-Merlimont Plage-Stella Plage-Le Touquet Paris Plage-Étaples-Sainte Cècile Plage-Hardelot Plage.


Hoy comienza mi 97 etapa por la costa atlántica francesa.

Amanecer a pie de bunker en playa nudista de Berck-sur-Mer.
Me levanto a las 15:15 y orino por tercera vez en la noche. Cada vez que lo he hecho, el aire enfría las ideas y el plástico que protege la mochila está empapado por el rocío, producido por el relente de la noche. Al amanecer ocurre lo mismo. Cuando me vuelvo a meter en el saco, recupero el calor y el culo y los muslos no se me enfrían tanto como las noches anteriores a la intemperie. He acertado eligiendo la vaguada del bunker y he dormido bien. Saco una foto ilustrativa para el recuerdo. No hay peligro de que el bunker se vaya a hundir hoy, ni que caiga sobre mi cuerpo gentil. Me habría hecho papilla y sería una víctima más del genocidio nazi. 


Parece que intuyo lo que va a ocurrir, así que me demoro dentro del saco y no me levanto hasta las seis. Preparo el cable conector para cargar el móvil donde desayune. Hoy todo lo voy recogiendo con parsimonia. Lástima que no haga más calor y no me apetezca el baño. Añoro los despertares en Andalucía, donde la buena temperatura me invitaba a bañarme.

Una aparición: Suzanne Clément.
Cuando estoy acabando de recoger y dispuesto a ponerme en marcha, aparece una mujer a media altura de la playa, dando su paseo matutino y relajando su cerebro antes de la jornada de rodaje que le espera. Como viene de Berck-sur-Mer y va en la misma dirección que voy a llevar yo, acelero para alcanzarla. Justo cuando voy a llegar a donde ella, se para con intención de regresar. La abordo y no se muestra sorprendida, aunque a horas tan tempraneras no es habitual que alguien se encuentre con un mochilero que ha dormido en la playa. Empezamos hablando en francés pero, al saber que soy español, cambiamos de idioma, ya que ella domina el castellano. Eso facilita mucho para ponernos en sintonía y conseguir una buena y fluida comunicación. Suzanne camina calzada y, aunque ya iba a dar la vuelta, al considerar que el encuentro puede ser interesante para ella, está claro que para mí lo es, decide acompañarme un rato. Le cuento anécdotas de mi viaje, de los magníficos encuentros, de los comportamientos de la gente y las acogidas al caminante. Me hace preguntas y respondo, con la posibilidad de aportar la emoción que hablar en mi idioma me permite. Suzanne es una actriz canadiense, de zona francófona de Quebec, está rodando una película en Berck-sur-Mer. Se trata, en clave de comedia dramática, de un encuentro en Francia, en Berck-sur-Mer, de tres mujeres que sufrieron el Holocausto y en 1960 se reencuentran. Las otras dos actrices son Julie Depardieu y Johanna ter Steege. Después sabré que se trata del film “À la vie”. Podría ser un canto a la vida, como el que ahora los dos, sin público, protagonizamos. En 2012 consiguió un premio de interpretación femenina, en Un Certain Regard de Cannes, por su papel protagonista en Laurence Anyway. Aunque el protagonista es un hombre que quiere cambiar de sexo, el trabajo de ella fue valorado como una buena contrarréplica. Me hubiera gustado ver la película “A la vida”, pero no se estrenó en Donostia, quizás ni siquiera en España, o no me enteré cuando la exhibieron. Ha trabajado en varias películas de Xavier Dolan y en 2014 rodarán Mommy, su mayor éxito hasta ahora, y que se llevará el Premio Especial del Jurado de Cannes. Los protagonistas son madre e hijo, y ella hace el papel de la vecina, un papel complejo que borda y que es la única película interpretada por Suzanne que veré. Es una mujer guapa pero, sobre todo, muy agradable y conversar con ella es una delicia. Por dos días no coinciden nuestros cumpleaños. Ambos los celebramos en mayo. Nació en 1969, así que es poco mayor que mi hija Sara. Le digo que no la voy a fotografiar para no perjudicar su imagen pública, y así no la meteré en mi blog. Me pide que le dé la clave para entrar en el mismo. Siente curiosidad. Se la doy de viva voz, pero lo escribo en la arena, para que vea que casi es un palíndromo: viajedejavi. Ahora siento pena de no haberla fotografiado, pues ilustraría y daría mayor credibilidad a nuestro increíble encuentro en esta larguísima playa, pero las cosas ocurrieron así. Quizás elija una foto de las muchas que ofrece Google. Le hablo de que ésta es mi hora mágica pues, al salir del lugar donde he dormido, tengo clara la dirección por donde debo arrancar, pero no sé ni adónde voy a llegar, ni dónde voy a desayunar… También le cuento mi actividad en el cine-club de Irun y le digo que me gustaría mucho que su film fuera seleccionado para el Festival de Cine Internacional de Donostia-San Sebastián, Zinemaldia, y que nos pudiéramos ver allí. Pero no ocurrirá así. Sólo llegará Mommy, pero no en el programa oficial a concurso, por lo que no vendrá nadie de su elenco. Hemos seguido caminando y hablando playa adelante, hacia el Norte, y llegamos a un tramo de agua, de esos regueros que alumbran en las playas, como consecuencia de la acumulación estanca en la bajamar, y que deben desaguar al océano. Como quiere pasar al otro lado, para seguir la charla, hace mención de soltarse los cordones y descalzarse, pero le digo que ya nos hemos contado muchas cosas, que el encuentro ha sido precioso y una bonita muestra de las sorpresas que me propicia mi magnífico viaje, así que me despido de ella. No quiero interferir más en su plan del día ni que, por mi culpa, se retrase el rodaje previsto para hoy. Aunque no sé si cuando se rueda se respetan los domingos y fiestas de guardar. Si no hubiese ido yo tan cargado con mis mochilas, la habría cogido en brazos y pasado al otro lado del reguero de agua. He perdido esa oportunidad, que habría aportado un bonito colofón a nuestro precioso encuentro. 


¡Suzanne Clément en mis brazos! Ha sido mi primer regalo de la jornada. EI regalo de la República francesa al caminante en el día de celebración de su revolución. A mí me ha revolucionado para todo el día. Nos damos dos besos, ella regresa y yo continúo adelante. Este encuentro me trae al recuerdo aquel en La Vandée con Annick, la bretona encantadora, que me llevó en Bretaña a su casa en dos años consecutivos, el pasado y éste, y que, en 2017 la traerá a Irun.


Merlimont-Plage.
La playa sigue magnífica para caminar. Mientras iba con la actriz veía en el cielo, sobre las dunas, unas preciosas nubes en forma de plumas. Quizás sea una forma de indicar que allí ha dormido alguien con pluma, pues entre el conjunto de hombres de ayer tarde que pululaban por allí en busca de sexo, probablemente alguno habría que la tuviera. Mientras hablaba con Suzanne, ya tenía suficiente distractor, así que ahora me paro para fotografiar tan precioso celaje. Enseguida va a aparecer el sol por entre las dunas.
 
Sigo disfrutando de belleza. Poco después de las siete, empiezo a vislumbrar, entre la niebla, las primeras siluetas de las casas de Merlimont. En mi paseo por esta playa tan deshabitada de humanos, hago volar grandes bandadas de gaviotas que reposan tranquilas en la arena. Según llego, Merlimont empieza a volverse más nítido para mis ojos.
 

Alisan y criban la playa, mientras las motoras esperan en dique seco la subida de la marea para zarpar. Quizás hoy también hagan honor a la fiesta si son de pescadores que las utilizan como herramienta de trabajo. Llega un tractor de fuera de la playa arrastrando otra embarcación. El que la va a utilizar camina muy cargado y me limito a saludarle. Veo un complejo hostelero y arriba de una rampa un conjunto de pequeños yates esperando sobre los carros que los transportarán al mar. Dejo las sandalias a la vista para que no las olvide.
 
Veo a una mujer en la rampa y subo para preguntarle por un sitio para desayunar. Me responde que siga por la calle principal hasta el fondo. Enfilo la calle y encuentro la primera panadería, pero no veo ni rastro de bar. Me llama la atención una casa del paseo marítimo, por su bonita conjunción de teja y ladrillo. Paseo por la calle recomendada.

 
Llegando hacia el final, un hombre me confirma el nombre de la villa y me asegura que, aunque siga más lejos, ya no hay bares. Leo el nombre del pueblo en un cartel. Paso cerca de una plaza con una pintoresca iglesia que me parece propia de algún cuento de hadas.
 

He visto pollos asándose en la calle, pero la carnicería, al pasar, todavía estaba cerrada. Justo enfrente están abriendo un local y lo empiezan a limpiar. Pregunto a qué hora empiezan a dar los desayunos y me responden que desde ya. Es la misma fórmula de Tabac-PMU, aunque no vea el letrero de Tabac. Retrocedo a la panadería y compro un caracol de pasas (1,20) y un croissant de almendras (1,20). En el bar el café con leche (2,60). Ni queriendo, 5 € exactos.
L’Imprevu: Desayuno y mucha escritura en Merlimont.
Pongo el móvil a cargar, desayuno, escribo y son las 9:40 cuando voy al servicio. Está ocupado y con lista de espera, y espero. Vuelvo a mi sitio y, cuando intento de nuevo, ya está dentro la chica que esperaba y desesperaba. Llega una pareja y quiere colarse. Me parece que ella sólo pretende ponerse el bañador. Como no controlo la terraza, no sé si se trata de clientes que consumen allí, o de alguien que acaba de llegar. Es el inconveniente y la servidumbre de las toilettes de establecimientos próximos a la playa. Finalmente entro y ellos se tendrán que esperar a que cague. Cuando salgo me despido de la jefa que, entre atenta y distraída, ha estado escuchando extractos de la narración de mi viaje.



Comenta algo de lo hablado con un cliente, y me desea buena continuación. La misma fórmula que, cuando estás comiendo y, entre plato y plato, emplean los camareros. Salgo con el móvil totalmente cargado. He llegado poco después de las siete y media y son pasadas las diez cuando me dirijo de nuevo hacia la playa.

 
Por la playa de Merlimont.
Cuando regreso, por la misma calle principal, y llego de nuevo a la playa, la bruma se ha ido despejando y el sol alumbra esplendoroso. La gente se concentra en el centro, pero a esta hora todavía no hay mucha. La marea es tan baja que los que están en la arena seca tienen que mirar con prismáticos para ver a los que están en la orilla. No veo a nadie con prismáticos, pero es una broma que hago no exenta de certeza. En la arena algunas personas vestidas y de pie están en un dique que cumple función de contención de la arena. Un adulto con un niño chapotea en un charquito formado en la marea alta y que ahora tendrá el agua templadita. Estos diques de piedras sueltas, pero bien aferradas en la arena, son una constante a lo largo de la playa. He parado en el puesto de socorro, aún sin socorristas y continúo por el paseo marítimo. A esta hora ya empiezan a aparecer en las terrazas de los chiringuitos de la playa los primeros clientes. Voy sacando fotos y bajo a la playa de nuevo.

Ahora pasaré los diques que he mencionado y que muestran claramente su función de contención. A esta hora la bajamar es extrema. La playa es inmensa, tanto a lo largo como a lo ancho. Camino a media altura, por donde la consistencia de la arena se ofrece más endurecida. Veo a un padre tirando de carrito de plástico, donde va montado su niño, y al abuelo filmando y cayéndosele la baba. “¿Me llevas?”, le digo bromeando. Cuando debo cruzar un riachuelo de agua contenida y me descalzo para pasar, llega de frente el hombre que me había dicho que no había ya ningún café más adelante en el pueblo, le saludo y me confirma que es el mismo de antes. Más adelante, con bastones de andarina, camina una chica hermosa en la misma dirección que yo. Me digo para mis adentros: “Quizás me acompañe otro rato como Suzanne”.
 
 
Pero resulta que ha llegado a su tope de kilómetros por hoy, y ha parado para comer una manzana. Cuando está en ello, llego yo y me da toda clase de explicaciones para justificar por qué se vuelve. No hace falta, ¡Eres libre! Casi todo el rato voy por el lado medio y bajante hacia el mar, pues la arena de la orilla es demasiado blanda y por aquí piso con mayor firmeza. Pero por aquí no es tan bueno como el camino de la mañana, antes de llegar a Merlimont-Plage. Sin dejar de estar en la misma playa, ya estoy llegando a la siguiente.

Stella Maris y Le Touquet. Mari-Aude.
Un nombre latino para una playa francesa: Estrella del Mar. ¿Por qué no, si en Calvados había tantas “plages beach”? Saco una foto cuando estoy llegando y, como no veo razones para entrar en la zona de casas, paso Stella Maris sin pena ni gloria. Unos chicos me habían calculado 10 kilómetros hasta Le Touquet, por eso, cuando veo la silueta del siguiente pueblo, pienso que no puede estar tan próximo. Marie-Aude, que corre en la misma dirección que yo, me lo confirma. Además de ser muy simpática, me da un montón de orientaciones que, al final equivocaré. Entretanto, todo lo que me ha dicho ha resultado correcto. Para ella ha sido un placer ayudarme y no le importa haber interrumpido por un rato su carrera. Me informa también que las construcciones del paseo no merecen la pena, pero que alguna de las casitas conserva algo del tipismo de la zona.
 
Me fijo en una de las nuevas que, aun siendo una mole, tiene disparidad de alturas. En su fachada simula olas y ofrece el color de la arena. Fotografío unas casas bajas pero singulares a la vez que, bajo el paseo marítimo, ofrecen unas cabinas de playa coloristas. Más adelante, todavía lejano, veo un edificio acristalado que, en alguna manera, me recuerda al Volcán de Playa Blanca, en Lanzarote, pero Marie-Aude me dice que es una piscina.


Cuando me acerque comprobaré que tiene toboganes. Después de acompañarme un rato, me despido muy agradecido de Mari-Aude con un par de besos. Dejo ya Le Touquet, que también recibe el nombre de Paris-Plage y voy hacia una bahía en la desembocadura de un río.

Embouchure de la Canche. Caballos. Clochard.
El río Canche desemboca un poco más al Norte y forma una bahía, mucho menor que la de ayer, la Baie d’Authie, pero que, si sigo por la orilla del mar, me va a obligar a retroceder.


Al estar la marea tan baja, va a parecer una bahía de arena, sin apenas agua. Como voy con tiempo de sobra como para llegar a Étaples a una hora prudencial para comer, bueno, eso es lo que creía yo, me tienta darme un baño. Dos jinetes, hombre y mujer, a caballo. No van a ser los únicos que vea por esta zona, pues acabaré en las caballerizas. Entre los pocos que veo por las dunas, no veo a ninguno desnudo, aunque alguno pudiera estar como le trajeron al mundo. Y está claro que hoy no hay trasiego homosexual por las dunas como el de ayer por la tarde en Berck-sur-Mer.


De momento ni me desnudo ni me baño. Voy rodeando la punta más al norte y veo un mirador con gente. Ni me acerco, y me limito a sacar, aunque no esté bien definido, el óvalo de la desembocadura hacia la Pointe de Loruel, que está en el extremo contrario.
 

Si no tuviera el mapa delante, parecería que la playa continúa hasta allí. Pero no me arriesgo, puesto que sé que hay que pasar La Canche y no tengo ni idea de lo que profundiza en la arena antes de alcanzar su destino, el mar. Llego a una pista peatonal diferente de la ciclista y que me lleva a una zona donde hay un embarcadero. Varados en tierra firme hay veleros y catamaranes. 
En la misma zona hay casas muy coquetas que parecen haber sido construidas para amantes de ese tipo de navegación marítima. Parece zona propicia, pero me cuestiono cómo harán para aprovechar al máximo rendimiento las pleamares cuando, durante tanto tiempo, el mar es todo de arena.
 

Llego a zona en que hay espacio para todos: coches, ciclistas, peatones y jinetes a caballo.




En mi camino, adelante, alguien tira de un carrito. Una casa con tejado de paja me llama la atención. ¿Cómo puede ocurrir que me sigan gustando estas casas después de haber visto tantas?
 

Siguiendo la señalización, me encuentro con un parisino de aspecto bohemio, con sombrero, mochila, una bolsa que cuelga de su mano izquierda y un carrito, de los de compra, que arrastra con la derecha. Lleva el mismo mapa que yo, pero le veo desorientado. Quiere ir a Etaples y, cuando llegamos a señal roja y blanca, le digo que es la que debe seguir. En un cruce se mete en un espacio de auto-caravanas y carricoches de caballos. Él se pasa, mientras yo estoy preguntando a un policía.
 

Al pasar, vuelvo a explicar al de París las señales. Veo que el hombre me va siguiendo pero, cuando estoy llegando a la zona en que se ve el aeropuerto, las señales desaparecen. Parece que el camino que más se parece al que llevo es el de la derecha, pero no hay ni señal confirmatoria, ni disuasoria. Me arriesgo. Acabo llegando al hipódromo.

A esta hora, no hay ni caballos ni jinetes saltando, ni trotando por el recorrido. Pretendiendo volver al buen camino, acabo metiéndome por camino de arena para caballos, paralelo a la pista de las carreras hípicas y a la pista del pequeño aeropuerto. He visto una señal de prohibición de paso, pero he interpretado que se refería a no entrar en el aeropuerto, no se si acertadamente o no. Recuerdo que Marie-Aude me ha dicho que coja la izquierda, pero no lo he hecho. Me costará un mundo salir de este laberinto.

Confío en que el “clochard” no me siga ya que, rodar su carro por esta arena floja, sería lo peor que le pudiera ocurrir. Debo dar toda la vuelta a la pista y, después, volveré a encontrarme con problemas para pasar al otro lado de las casas. Por fin llego a las caballerizas después de preguntar a los vecinos de las casas.
 

Veo cómo un avión sobrevuela la zona del aeropuerto. Dejo las caballerizas atrás, después de pasar por ellas como un caballero más y salgo a una carretera en la que nunca veo el indicador de Étaples. La razón es que el recorrido recomendado para hacer Le Touquet-Étaples, va por otro lado. Aunque para los que no lo sabemos, no estaría de más indicar la dirección Étaples desde aquí. Esta es la zona que llaman Le-Touquet-Paris-Plage. Pregunto a una camarera de un restaurante, pero no me sabe decir por qué lo llaman así. En la siguiente encrucijada pregunto a dos parejas, y me orientan bien. Pero me encuentro de nuevo con dos opciones: o aeropuerto o nada, que es retroceder a una señal en que pone: “Todas direcciones”. La otra opción que me queda es entrar en un Camping caravaning, donde veo que salen camping-cars. Un chico me dice que los siga. Están medio atascados, pero logran ir saliendo. Yo también estoy atascado, pero saldré del atolladero.

Étaples. SARL Sofish.
Por fin llego a un puente para superar la Canche, donde se encuentra un puerto deportivo fluvial, con sus pantalanes. Ya tengo a la vista la ciudad donde pensaba comer, a la que llego pasada la una y media. En realidad, como bien se sabe, un puerto ficticio donde los barcos de recreo flotan en agua estancada puesto que, con la bajamar, nunca podrán salir al estrecho manchego. Veo capitanía y un sordomudo que, en principio, rechaza mi pregunta, al ser tan expresiva, acaba respondiéndome afirmativamente. Sí, puedo comer allí. Me asomo y, efectivamente, hay comida, pero se trata de una comida familiar. La familia me manda hacia el puerto, pero está lejos y elijo otra opción enfrente, para lo cual debo saltar una valla y cruzar al otro lado de la carretera. Como no muy bien. Hago malabarismos para elegir entre lo que me ofrecen y lo que me apetece. Menos mal que el coste final lo arregla todo. Acabo haciendo una comanda pésima y otros se habrían aprovechado de mí, por haber pedido tan mal. Pido que me saquen de primero una ensalada, puesto que es el acompañamiento tanto del pescado como del filete, junto a las patatas. Equivocadamente, una de las vecinas, que han venido más tarde que yo, se come mi pescado. Cuando me lo sacan, digo que no puede ser el mío porque el que yo he pedido no lleva ensalada. Cuando me llega el mío es un buñuelo soso de pescado, pues le falta la sal. Pero está jugoso, podría ser abadejo u otro de la familia del bacalao. Ayer, en una pescadería pude comprobar que el que los franceses llaman “maqueroux”, no es el chicharro, como yo creía, sino la caballa. La carne picada la pido sin patatas y, en la cuenta, veo que me cobran sólo 3 € por ella. Pago 15,50 € con la tarjeta Visa, escribo, pido agua y, como van a cerrar, me dejan que siga escribiendo en la terraza. La camarera sabe algo de castellano, aunque nunca estuvo en España. La animo a que vaya. Me despido de ella dándole la mano, pero me olvido de pedirle el nombre.


Me estoy achicharrando fuera, en la terraza, así que a las tres y media dejo de escribir. Saliendo del puerto, veo un gran edificio aislado de base cuadrada en donde, en su parte superior, leo: Restaurante Poissonnerie. Habría sido el lugar ideal para comer buen pescado fresco.

 
Pero también habría tenido que pagar más precio por él, así que no me voy a quejar después de haber comido un menú a mi medida y con buena relación calidad-precio. Además, ¿quién me dice que la Pescadería no estaría cerrada en el día de la fiesta nacional? Todavía, sin acabar de salir del puerto, veo un barco que están reparando, en dique seco.
 

Se llama Ville de Crotoy y me trae al recuerdo a Pippa y Peter, genial pareja acogedora, pues Le Crotoy fue el primer pueblo que visité tras desayunar con ellos. Sin salir de Étaples, en la siguiente rotonda, otro nuevo barco en dique seco, cumple sólo función decorativa. Pero su nombre, Stapula, no me inspira nada.


 


Sin andar apenas dos pasos, de repente, me encuentro entre la Pampa argentina o la chilena. Una llama, rumiando, me saluda sin dejar de rumiar. Parece que es la guardiana de los catamaranes. Es un preludio de las muchas alpacas que veré en Holanda.
Camiers: 
Cementerio militar.
Salgo por carretera, pero pronto aparece la pista para los ciclistas y voy por ella. Aunque a los ciclistas los dirige hacia el lado derecho, yo voy por el izquierdo, de forma que a los de mi lado los veo venir. Eso me permite jugar con el terreno, apartándome cuando puedo molestar y sin inmutarme, cuando no es necesario.




Además, coincide con el lado más sombreado, pues hay alto arbolado. Por el lado derecho van dos chicos y una chica y, cuando veo el anuncio Camiers-Plage hacia la derecha, no me cuadra, pues el mar tiene que estar a la izquierda. Sigo adelante con la idea de que pronto veré alguna carretera que pase por debajo con dirección hacia la playa, pero lo que voy a ver me confunde más: Se trata de una vía de ferrocarril. Más adelante la fotografiaré. Pasada media hora desde que he salido de Étaples, llego al Cementerio militar de Camiers.
 
Va a ser el primero que veo de todo mi viaje y, después de no haber visto ninguno en toda Normandía, resulta que lo veo en Pas-de-Calais. Es una inmensidad de tumbas ordenadas en filas y no sé si de acuerdo o no a la graduación de los muertos. A pesar de la apabullante inmensidad, no me conmueve. Cuando paso al otro lado del edificio conmemorativo, me emociona más ver a un joven que busca un nombre entre la lista de fallecidos que se ofrece. ¿Buscará a su padre, a su abuelo, a un tío fallecido en la contienda mundial?

 

Siento el dolor, la tragedia individual, más que la ampulosidad de ardor guerrero del conjunto. Los listados están accesibles en una vitrina en el exterior del edificio. Reflexiono sobre la diferencia entre que el visitante tenga enterrado aquí a alguien que le implique emocionalmente, a la de un ajeno perteneciente a un país que quedó al margen de la contienda,
 
aunque Franco apoyara a los nazis y muchos republicanos españoles también aportaron su destreza con las armas y dieron su sangre por salvar a Francia. Pero no me molesto en ir a ver la lista para encontrar a algún muerto de mi país. Ya tengo a mi muerto predilecto enterrado en Collioure, en el Sur de Francia, a 25 kilómetros de Port Bou. Sin bajar las gradas, continúo mi camino, que va en paralelo y saco foto de la vía de entrada, que ahora es para mí de salida. Después, entre los árboles, saco mi foto cuarta, la de despedida.

Hacia Saint Gabriel y Sainte Cécile. 
Opalaventure.
Tardaré media hora hasta que llegue a un puente que pasa por encima de las vías del tren, así que ya no tengo obstáculos para dirigirme hacia a costa. Este camino de interior en día caluroso está siendo algo agobiante.

 
Todavía tardaré otra media hora más en llegar hasta Opalaventure, un lugar con mucho arbolado, donde está preparado un circuito para hacer deporte de naturaleza. Se ofrecen paseos elevados entre los pinos, trepar, colgarse, además de otras lindezas que no veo al estar prohibida la entrada a ajenos que no están dispuestos a disfrutar de la oferta. Será la delicia para los amantes del Parcour. Llego a un lugar en que se ofrecen las dos opciones: Saint Gabriel o Sainte Cécile. Después del parque temático, elijo la desviación. Saint Gabriel ofrece dunas hacia la Pointe de Toruel, las que he visto desde el otro lado de la desembocadura de La Canche, pero me parece que me conviene más continuar hacia el Norte, sin tener que retroceder.

Sainte Cécile. Playa y dunas.
El pueblo parece hecho para un turismo de medio pelo, un turismo pueblerino, con espacios y edificios que tienen poca gracia para mi gusto. Bebo una cerveza en un bar, pago 2,30 € y me llenan mi botellín de agua fresquita, que agradezco.
 

Bajo a la playa y me descalzo. La marea lleva ya un rato bajando de nuevo y se me va a hacer difícil combinar baños y sol. Sobre todo si quiero hacerlo desnudo. Pero saliendo de la zona textil, me parece ver a un hombre que va desnudo desde la orilla hacia la zona de arena seca. Yo, que iba caminando descalzo por la orilla, me acerco al presunto nudista para comprobarlo. Se confirma mi sospecha y mi deseo. Otro hombre que tiene también por allí la ropa, se está bañando. Me coloco a media distancia entre las ropas de ambos, me desnudo y me voy a bañar. Al llegar al agua, veo sólo su cabeza sobresalir del agua y me hago a la idea de que cubre, pero no será cierto, ya que el otro hombre está timbado, sentado en el fondo, o de rodillas. Me dice que los peces pican y temo que sean sabirones, que es el nombre que dábamos de pequeños a unos peces que se enterraban en la arena húmeda y que si te pinchaban con la aleta caudal te producía dolor más que urticante. Tras dar unas pocas brazadas, salgo del agua. El hombre continuará en el agua un buen rato. Cuando sale, se confirma que está desnudo y la interpretación que hago es que los peces que él me ha comentado son de otra especie y que su picoteo le resulta grato, muy grato. Serán como aquellos que utilizan en terapias curativas para regenerar la piel, puesto que se comen las pieles muertas. Entre la orilla y el paseo me voy secando y para cuando llego a mi sitio ya estoy casi totalmente seco. Se está muy bien fresquito, desnudo y al sol, algo que había temido no iba a poder hacer. El primer nudista que he visto al llegar, se entretiene mostrando su hombría y demostrando su capacidad para que se le ponga duro el miembro y su gran tamaño. Que lo disfrute. Desconozco si tiene otras pretensiones. Como le digo que yo más que sexo prefiero abrazos de amigos, me pregunta si no me gustan los hombres. Al final, saco la conclusión de que su deseo es el de exhibirse. Está casado. Cuando me doy el segundo baño, veo desde el agua que se está vistiendo y se va sin despedirse hacia Hardelot. No me importa pues, lo importante ha sido que el verle me ha servido para animarme a hacer nudismo y darme dos baños sabiendo que otros también están desnudos. El que estaba en el agua disfrutando de ictioterapia gratuita regresa a la arena seca con bañador. Le digo que le he visto desnudo cuando estaba en el mar y enseguida se quita el pantalón mojado. En el ínterin ha aparecido por la duna un hombre con pantalón y se ha sentado sin quitarse nada detrás de una planta, tras el ausente y yo. “¿Te vas a desnudar?”, le pregunto, y me responde que no. Dice algo más, pero no le entiendo. Como no le hago más caso, se va con la música a otra parte. Ya los dos nos quedamos solos. El que le picaban los peces me dice que es detector de metales. Le pregunto sobre sus hallazgos y me dice que suele encontrar joyas y monedas, que el trabajo que se toma merece la pena por el rendimiento que obtiene, y que la herramienta la tiene en el coche. Nos vestimos a la vez y vamos un rato caminando por la arena juntos hacia el Norte. En el camino encontramos zonas de arena rojiza. Él me dice algo que entiendo como hulla, pero posiblemente sean aguas ferruginosas provenientes de las rocas enterradas bajo la arena de las dunas. Charlamos hasta que llegamos a unas rocas, quizás sea un bunker casi derruido, donde tiene detrás aparcado su coche y nos despedimos. La playa está bien, pero esta zona con arenas rojizas me gusta poco para dormir y es demasiado temprano para quedarme. Prefiero avanzar un poco más. El detector de metales me dice que tengo una media hora para llegar a Hardelot, y me despido de él. Ha sido un rato ameno en su compañía, aunque la conversación ha sido muy limitada.
La playa de Hardelot-Plage. 
Les Sables.
Según voy acercándome a Hardelot, unos edificios todavía lejanos me hacen recordar las paredes de los acantilados de Seine-Maritime y de los inicios de la Côte Picarde, pero luego veo claro que son edificios significativos de la máxima especulación del terreno costero. Cuando llego al primer acceso, donde hay barcos y chair-à-voile, subo al paseo marítimo y me calzo. El paseo marítimo es discontinuo. Pregunto a una pareja por espagueti boloñesa y me dice que, al final del paseo, hay una pizzería. Pero no le entiendo bien y no veo el indicador “centre ville”, por el que me debía haber metido, así que llego al final del paseo y no encuentro nada. Dos parejas me dicen que deshaga todo el camino y me resisto. Miro la carta de una brasseríe y los precios son prohibitivos y, además, no ofrecen lo que busco, hidratos de carbono. Tras ver la carta de pie, me voy sin siquiera sentarme. Pregunto a dos señoras y un señor, que están sentados en un banco, y me dicen que para ir al centro puedo coger la calle aledaña, que está allí mismo. Veo otros restaurantes y, finalmente, llego a Les Sables, donde soy muy bien atendido por un chico francés. ¡Qué novedad! Por su acento, me había parecido inglés, y sabe castellano. Estuvo viviendo en la República Dominicana. Quizás se le quedó acento de los estadounidenses. Me dice que con la cerveza me costará unos quince euros. Le doy mi conformidad y le cuento mi viaje a grandes rasgos. La pasta la devoro, termino la cerveza y pido la cuenta. Cuando me la trae, la pago con Visa: 15,70 €. Entonces es cuando veo que esta playa pertenece a la comunidad de Neufchatel-Hardelot. El camarero me da una cerveza de regalo. Se lo agradezco en el alma pero, “si me tengo que beber ahora una cerveza”, le digo, “será más un castigo que un premio”. Le explico que voy a dormir en la playa y me obligaría a levantarme varias veces a orinar en la noche. Me recomienda que me aleje un par de kilómetros hacia el Norte. “Se oyen cosas…”, me dice. 
Dormitorio en las dunas de Hardelot-Plage.
Le hago caso y por allí empiezo a ver unas dunas magníficas. Va a ser mi tercer día seguido durmiendo en dunas. Estas se parecen tanto a las de Marquenterre, como a las de Berck-sur-Mer. Una vez elegido el lugar para montar mi cama, asciendo la duna más alta para ver el panorama hacia el interior. Desde allí veo otras dunas más amplias y libres de vegetación, pero la primera elegida me basta y me sobra y, además, está más cerca. No hace nada de viento pero, por si se levanta aire durante la noche, aliso la arena y hago la cama en la pequeña vaguada, que está más libre de hierbas y protegida del viento del oeste. Para las 9:30 horas estoy ya dentro del saco y, para menos cuarto, salgo de nuevo para sacar foto con sol de ocaso. No he alisado bien el espacio y tengo los pies algo bajos, pero consigo dormir bien. Además, no paso nada de frío, aunque ha habido relente por la noche pues, cuando me despierto, veo la funda de la mochila empapada. La luna es un filete, aunque algo más crecida que ayer. Se acerca un perro y ladra. Le llamo “¡perro!” y parece que no le gusta. Creerá que es un insulto y acierta. Además se lo digo a cara perro. Ladra más y su amo le llama. Osa mayor con contaminación lumínica hacia Hequihen-Plage, la siguiente playa. A las once se oyen las explosiones de los fuegos artificiales hacia Boulogne-sur-Mer. Sólo orino dos veces y saliendo del saco hace frío, pero no lo siento dentro de él.

Balance de la primera jornada completa en Pas-de-Calais.
El arranca de la mañana ha sido genial con Suzanne Clément. También el encuentro con la corredora Marie-Aude. La comida bien, la cena mejor y con un buen camarero francés con castellano dominicano. Playa nudista con baño, sol y conversación con el buscador de tesoros. Un día bastante completo, aunque no haya visto prácticamente más que una playa. Lo más complicado ha sido poder salir de Paris-Plage y pasar a Étaples. Desde el cementerio hasta Santa Cecilia, ha sido largo y con calor, compensado por el baño refrescante.


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