Etapa 34 (391) 17 de
julio de 2013, miércoles.
Calais-Hammes
de Merck-Grand Fort Philippe-NORD-Gravelines-Petit Fort Philippe.
Hoy cumplo mi etapa
número 100 por la costa del Oeste de Francia. Pasaré de
Pas-de-Calais a Nord, la última provincia del Norte.
Amanecer en el
Premier Classe de Calais.
Me despierto a las
siete. Me hago el remolón, cago y me vuelvo a acostar. En Metheo
veo, sol en el Norte. Desenchufo el móvil, ya cargado, y cargo la cámara. He
dormido bien con la manta. Se oye movimiento por los pasillos y los
cierres de puertas. No me ducho. Escribo las tres historias de ayer
noche. Cojo agua, tomo la pastilla y, para las 8:10 ya estoy en
marcha. Como no tengo desayuno, sólo me resta devolver la llave.
Pregunto a la nueva recepcionista qué ocurrió con la señora de
ayer, si recala en el hotel o no. Como no tengo datos de ella y no
veo buena voluntad de que quiera satisfacer mi curiosidad, a pesar de
que le digo la hora en que ocurrieron los hechos, ni se molesta en
mirar las entradas de última hora de ayer. Probablemente sea una
actitud acorde con el puesto que ocupa y su obligación de mantener
el celo profesional, el anonimato de los clientes. Yo sólo quería
saber el resultado final de mi noble acción. Me voy de recepción y
salgo caminando hacia el Ayuntamiento.
Por Calais
buscando el mar.
Al pasar el puente,
sobre las vías del tren, pasa por debajo un TGV camino de la
estación. Hoy ya no fotografío el palacio municipal. Me basta con
las dos fotos de ayer. Sigo por la calle que ayer me indicaron y voy
al lado de un canal que, supongo, me llevará hacia la costa. Sigo la
calle. Una industria a la izquierda me trae recuerdos de distintos
momentos de mi vida, pero esta CAF no es ni la de Irun, ni la de
Beasain-Ordizia. Pocas embarcaciones en este canal, ni siquiera de
paso.
Cuando la calle dobla hacia el paso de Calais y dejo de lado la dirección al aeropuerto, veo una señal en amarillo y rojo, que no sé si me ayuda o me despista. No es la blanca y roja del GR-120. Una retama amarilla, muy florida, me ilumina el camino. El olor dulzón de sus flores, me despierta otros aromas conocidos. Un ciclista me reorienta. Por fin llego a una carretera, de doble dirección y varios carriles, que forma una barrera complicada de rebasar sin cometer alguna infracción. Por el carril de salida de Calais hacia el Norte, no hay apenas circulación, pero por el otro lado de la mediana es una continua procesión de camiones que van a pasar hacia el Reino Unido por el túnel del canal de La Mancha, o a descargar en el puerto sus contenedores bien cargados de mercancía.
Los tráiler llegan con la velocidad algo reducida y debo estar muy atento para cuando me decido a saltar la mediana y cruzar al otro lado. Saco una foto con un gran tráiler de muestra, donde se ve la mediana que debo superar y, al fondo, en alta mar, un barco de los que hacen el trayecto Calais-Dover. Una foto que da la imagen exacta de lo que estoy contando y, al fondo, dunas y matorral por donde debo pasar para llegar a la costa. Acabo de ver a dos personas que han pasado la mediana delante de mí, así que yo me aventuro sobre una acción ya vista, es decir, ya lo mío ha dejado de ser una aventura y ha pasado a ser una mera imitación. Pienso que los que han atravesado la carretera y la mediana son conductores que tienen por allí su camión aparcado, pero pronto sabré que son refugiados en espera de trabajo y solución a su miseria. Es así como, de golpe y porrazo, me encuentro en el infierno.
Cuando la calle dobla hacia el paso de Calais y dejo de lado la dirección al aeropuerto, veo una señal en amarillo y rojo, que no sé si me ayuda o me despista. No es la blanca y roja del GR-120. Una retama amarilla, muy florida, me ilumina el camino. El olor dulzón de sus flores, me despierta otros aromas conocidos. Un ciclista me reorienta. Por fin llego a una carretera, de doble dirección y varios carriles, que forma una barrera complicada de rebasar sin cometer alguna infracción. Por el carril de salida de Calais hacia el Norte, no hay apenas circulación, pero por el otro lado de la mediana es una continua procesión de camiones que van a pasar hacia el Reino Unido por el túnel del canal de La Mancha, o a descargar en el puerto sus contenedores bien cargados de mercancía.
Los tráiler llegan con la velocidad algo reducida y debo estar muy atento para cuando me decido a saltar la mediana y cruzar al otro lado. Saco una foto con un gran tráiler de muestra, donde se ve la mediana que debo superar y, al fondo, en alta mar, un barco de los que hacen el trayecto Calais-Dover. Una foto que da la imagen exacta de lo que estoy contando y, al fondo, dunas y matorral por donde debo pasar para llegar a la costa. Acabo de ver a dos personas que han pasado la mediana delante de mí, así que yo me aventuro sobre una acción ya vista, es decir, ya lo mío ha dejado de ser una aventura y ha pasado a ser una mera imitación. Pienso que los que han atravesado la carretera y la mediana son conductores que tienen por allí su camión aparcado, pero pronto sabré que son refugiados en espera de trabajo y solución a su miseria. Es así como, de golpe y porrazo, me encuentro en el infierno.
Campo de
refugiados.
Cruzo una explanada.
Ya estoy muy cerca del mar. El yodo y el salitre se huelen en el
ambiente. Grandes barcos de gran calado esperan en alta mar al
práctico (pilot) para entrar al puerto. Sólo me falta pasar una
pequeña colina y saltar a la playa. Pero la colina va a depararme la
sorpresa más ingrata de la jornada. Me acabo de meter en el campo de
refugiados, creo que decían que la mayoría eran rumanos, que están
allí esperando a que les autoricen desde el Reino Unido la entrada
en aquel país. Son gente que no quiere nadie, según parece, y las
están pasando canutas. Veo un sendero, pero me conduce a una maraña
de matorrales que no me deja continuar. Retrocedo y contemplo la
verdadera miseria humana. Algunos habitáculos son tienda de campaña
pero, la mayoría, pedazos de plástico formando hueco, mal unidos, y
que ni se sabe cómo se sostienen en pie. Y desparramado entre los
matorrales, restos de plásticos, tetrabriks, botellas, papeles,
etcétera.
Encuentro a dos jóvenes que, por su forma de hablar, me parecen rumanos. Cuando se separan, saludo al que pasa a mi lado, pero creo que ni me responde al saludo. Toallas rotas y desperdicios junto a una cabaña en precario, me hace pensar que ellos dos viven allí. Sigo perdido y regreso. El rumano joven mea prolongadamente y, cuando termina, le pregunto: “¿Para ir a la playa?” y me señala el camino. Al ir hacia el lugar indicado, me encuentro con el otro rumano. Es entonces cuando veo el grupo mayor de chozas. Es el drama de la emigración, de los que viven en precario.
Lo que se veía en la película Le Havre no era más que una ficción comparando con esta realidad. Allí eran árabes, cuando el protector quiere contactar con la familia del chaval protegido. Antes de salir del todo de la zona saco la segunda foto, hacia atrás, es la única forma en que puedo demostrar que he pasado por allí.
No ha pasado nada pero, ¿he corrido algún riesgo con un colectivo tan desesperado? Nunca lo sabré. Saco foto hacia la playa, una playa larga que se me ofrece como una liberación. No sin dificultad, consigo atravesar lo que queda de matorral y llego a las dunas amables. Me descalzo y voy hacia la orilla, dejando atrás el campo de refugiados. Vuelvo la cámara hacia atrás y las dunas, aunque bajas, ocultan el campamento. Ya es como si no existiesen.
Encuentro a dos jóvenes que, por su forma de hablar, me parecen rumanos. Cuando se separan, saludo al que pasa a mi lado, pero creo que ni me responde al saludo. Toallas rotas y desperdicios junto a una cabaña en precario, me hace pensar que ellos dos viven allí. Sigo perdido y regreso. El rumano joven mea prolongadamente y, cuando termina, le pregunto: “¿Para ir a la playa?” y me señala el camino. Al ir hacia el lugar indicado, me encuentro con el otro rumano. Es entonces cuando veo el grupo mayor de chozas. Es el drama de la emigración, de los que viven en precario.
Lo que se veía en la película Le Havre no era más que una ficción comparando con esta realidad. Allí eran árabes, cuando el protector quiere contactar con la familia del chaval protegido. Antes de salir del todo de la zona saco la segunda foto, hacia atrás, es la única forma en que puedo demostrar que he pasado por allí.
No ha pasado nada pero, ¿he corrido algún riesgo con un colectivo tan desesperado? Nunca lo sabré. Saco foto hacia la playa, una playa larga que se me ofrece como una liberación. No sin dificultad, consigo atravesar lo que queda de matorral y llego a las dunas amables. Me descalzo y voy hacia la orilla, dejando atrás el campo de refugiados. Vuelvo la cámara hacia atrás y las dunas, aunque bajas, ocultan el campamento. Ya es como si no existiesen.
Amenaza de
bomba.
Durante un rato
encamino mis pies dejando que las olas los acaricien. ¡Oh suaves y
gratas olas de la orilla! Además de pescadores de caña, de lejos,
veo gente en la orilla haciendo algo que no distingo bien. Cuando
llego, veo que son dos chicos que manipulan pala, martillo y
detector de metales.
Trabajan en equipo. Les digo que es la primera vez que veo buscar algo con detector en arena húmeda.
Me dicen que no buscan ni oro ni euros, sólo quieren munición de la segunda guerra mundial. Han encontrado restos de bombas y algunas las rompen con un martillo.
A mí me parecen piedras rojizas, pero me dicen que es fruto de la oxidación. Ahora han aflorado del fondo por estar la marea muy baja y aprovechan el tiempo de bajamar para realizar la tarea. Ya han conseguido encontrar una bola de munición.
No me parece que sean arqueólogos, ni geólogos, ni etnógrafos, así que al no haber una delimitación del campo, y al no filmarlo, todo rigor científico que pueda tener lo hallado se irá perdiendo y no servirá para una investigación. Pero para mí, las piedras que vea desde este momento, van a adquirir otra dimensión.
Cuando me marcho, ya empiezo a detectar metales sin llevar detector. En el mar una plataforma que no sé de qué es. ¿Sera de extracción de gas?, me pregunto. Tres hombres vienen por la orilla con dos perros que se me acercan, me parecen de raza Setter, pero el amo les llama con rigor y los dos perros se abstienen de husmearme. Creo que la llamada del amo es más para evitar que yo contamine a sus perros.
Como la playa es inmensamente larga y ya no veo a nadie que venga de frente y parece poco probable que eso ocurra, me quito el pantalón y el calzoncillo y voy con el culete al aire. Paralelo a la orilla, me acompaña una línea continua de dunas bajas.
También, pero mucho más lejos, empiezo a ver la silueta de la iglesia y la torre campanario de Hammes-de-Marck. Decido que sea el sitio al que debo ir a desayunar, pero no va a ser nada fácil, por todo lo que hay por medio.
Trabajan en equipo. Les digo que es la primera vez que veo buscar algo con detector en arena húmeda.
Me dicen que no buscan ni oro ni euros, sólo quieren munición de la segunda guerra mundial. Han encontrado restos de bombas y algunas las rompen con un martillo.
A mí me parecen piedras rojizas, pero me dicen que es fruto de la oxidación. Ahora han aflorado del fondo por estar la marea muy baja y aprovechan el tiempo de bajamar para realizar la tarea. Ya han conseguido encontrar una bola de munición.
No me parece que sean arqueólogos, ni geólogos, ni etnógrafos, así que al no haber una delimitación del campo, y al no filmarlo, todo rigor científico que pueda tener lo hallado se irá perdiendo y no servirá para una investigación. Pero para mí, las piedras que vea desde este momento, van a adquirir otra dimensión.
Cuando me marcho, ya empiezo a detectar metales sin llevar detector. En el mar una plataforma que no sé de qué es. ¿Sera de extracción de gas?, me pregunto. Tres hombres vienen por la orilla con dos perros que se me acercan, me parecen de raza Setter, pero el amo les llama con rigor y los dos perros se abstienen de husmearme. Creo que la llamada del amo es más para evitar que yo contamine a sus perros.
Como la playa es inmensamente larga y ya no veo a nadie que venga de frente y parece poco probable que eso ocurra, me quito el pantalón y el calzoncillo y voy con el culete al aire. Paralelo a la orilla, me acompaña una línea continua de dunas bajas.
También, pero mucho más lejos, empiezo a ver la silueta de la iglesia y la torre campanario de Hammes-de-Marck. Decido que sea el sitio al que debo ir a desayunar, pero no va a ser nada fácil, por todo lo que hay por medio.
Obstáculos en el
camino.
Decido salir de la
playa hacia Hammes. Encuentro la huella de unas ruedas de tractor que
ha hecho el trabajo de quitar la arena a un canal que trae agua hasta
la playa y que muere allí sin posibilitar su continuidad.
La arena negra del fondo la ha ido acumulando en el lateral, dando la sensación de que están haciendo unas dunas artificiales. Continúo el reguero, o regato artificial, y como no hay paso, no me va a quedar más remedio que cruzarlo. Pero pronto me encuentro con otro canal y tengo que retroceder hasta el inicio.
Son ríos artificiales de fango negruzco que provienen de charcas del interior. No sé si avanzo o retrocedo. Acabada esta primera parte de zanjas, me meto en un laberinto de grandes hoyos. Pudiera pensarse que son charcas para conseguir sal marina, pero mi instinto no me lleva por esos derroteros. En un lugar siguen dragando estos hoyos. Huele a cenagal.
Salgo a mejor camino pero, como los camiones que vienen de la ciénaga, van desprendiendo como bosta, llenando de mierda por donde pasan, me voy manchando de negro los pies y llevando el mal olor conmigo. Llego a otra gran charca que aún no ha sido intervenida por los dragadores.
Llego a un lugar donde hay coches aparcados que pienso que pueden ser de gente que ha venido a la playa o de los propios trabajadores que dragan. Cuando estoy pasando por el camino, se cruzan dos camiones en ambos sentidos y, cuando regresa el que ha ido a descargar la mierda, le pregunto por dónde debo salir para llegar a la villa, pues veo dos caminos que van en dirección opuesta, pero no me sabe responder.
Me voy después de muchas dudas hasta que veo coches que circulan por la carretera aún lejana. La nota más amable de este trayecto la ofrece un campo de lino que, aunque mantiene alguna de sus florecillas azules, ya empieza a amarillear. Así llego a la ruta para vehículos y veo un letrero que indica Hammes, que pertenece a la Comunidad de Marck. Pregunto a un hombre por café, está hablando con otro a la vez que poda un seto. Me responde que a 200 metros lo encontraré.
La arena negra del fondo la ha ido acumulando en el lateral, dando la sensación de que están haciendo unas dunas artificiales. Continúo el reguero, o regato artificial, y como no hay paso, no me va a quedar más remedio que cruzarlo. Pero pronto me encuentro con otro canal y tengo que retroceder hasta el inicio.
Son ríos artificiales de fango negruzco que provienen de charcas del interior. No sé si avanzo o retrocedo. Acabada esta primera parte de zanjas, me meto en un laberinto de grandes hoyos. Pudiera pensarse que son charcas para conseguir sal marina, pero mi instinto no me lleva por esos derroteros. En un lugar siguen dragando estos hoyos. Huele a cenagal.
Salgo a mejor camino pero, como los camiones que vienen de la ciénaga, van desprendiendo como bosta, llenando de mierda por donde pasan, me voy manchando de negro los pies y llevando el mal olor conmigo. Llego a otra gran charca que aún no ha sido intervenida por los dragadores.
Llego a un lugar donde hay coches aparcados que pienso que pueden ser de gente que ha venido a la playa o de los propios trabajadores que dragan. Cuando estoy pasando por el camino, se cruzan dos camiones en ambos sentidos y, cuando regresa el que ha ido a descargar la mierda, le pregunto por dónde debo salir para llegar a la villa, pues veo dos caminos que van en dirección opuesta, pero no me sabe responder.
Me voy después de muchas dudas hasta que veo coches que circulan por la carretera aún lejana. La nota más amable de este trayecto la ofrece un campo de lino que, aunque mantiene alguna de sus florecillas azules, ya empieza a amarillear. Así llego a la ruta para vehículos y veo un letrero que indica Hammes, que pertenece a la Comunidad de Marck. Pregunto a un hombre por café, está hablando con otro a la vez que poda un seto. Me responde que a 200 metros lo encontraré.
Hammes-de-Marck. Café au Colbert.
Llego sobre las
once, tras dos horas y media de camino. Como es una hora tan tardía
para desayunar, decido comer un bocadillo de jamón de Bayonne que me
cuesta 4,50 €. El café con leche 1,10 € me lo sacan con mucha
leche y me ofrecen más. Es de los más ricos que he bebido. El
bocata de jamón lleva mantequilla y, mientras lo como. Cuento a
grandes rasgos mi viaje a un barman receptivo, que lo comenta a
alguno de los clientes que van llegando. Cada cliente me da la mano y
también los que van entrando. Eso hace que me sienta muy cómodo con
ellos. Leo un periódico, en el que alertan del peligro que supone
vivir. Veo que Contador sigue 3º y Aymar Zubeldia el 42º. Entre
medias, unos diez españoles. Este domingo finaliza el Tour en los
Campos Elíseos. Ahora están en los Alpes. De lo que me alegro, pues
no me los encontraré por mi camino. Con este desayuno-comida, la
tarde se me presenta tranquila, placentera. Un matrimonio, cuya mujer
bebe cerveza Grimbergen, belga, me trae al recuerdo el matrimonio
militar, la mujer que también me la recomendó. Pido una para
probarla antes de llegar a Bélgica. Me gusta y espero que caigan
unas cuantas en el país al que me acerco. Pago 2,80 € por ella. Me
da la impresión de que esta tarde ya pasaré a Nord, la última
provincia del litoral francés. Hablo con el matrimonio y comparo
“falaises”, también hablamos de cervezas.
Veo cómo preparan en la barra del bar un “picón” y me atrae, me apetece probarlo. Es una especie de vermut con sabor a vino de oporto con naranja y algo de limón que extraen de otra botella; le echan vino blanco, que rebaja los 18 grados de la picón. Me sabe rico, pero va a ser la primera y la última vez que lo beba. Pago también 2,80 €. Luego voy a cagar y para antes de la una ya he puesto el diario al día y me voy a marchar agradecido. Ha sido este un lugar en el que me he sentido muy cómodo. Ha pasado la una, la hora oficial de cierre del local, pero los tres clientes que quedan, no acaban de levantarse de la mesa. En la televisión, dicen que en el Norte va a hacer buen tiempo hasta el domingo. No me alegra suficiente, puesto que me tendré que fiar de lo que diga Metheo de Bélgica, donde creo que estaré pasado mañana.
Va a depender de si tengo plaza o no en el último albergue juvenil francés, el de Dunkerque. Ayer, en otro reportaje, vi cómo llovía en el mercado de Cherbourgo. Entonces habría tenido sentido abrir el paraguas de verdad. Me voy definitivamente, antes de que cierren el local, y salgo bien direccionado siguiendo hacia el Este.
Veo cómo preparan en la barra del bar un “picón” y me atrae, me apetece probarlo. Es una especie de vermut con sabor a vino de oporto con naranja y algo de limón que extraen de otra botella; le echan vino blanco, que rebaja los 18 grados de la picón. Me sabe rico, pero va a ser la primera y la última vez que lo beba. Pago también 2,80 €. Luego voy a cagar y para antes de la una ya he puesto el diario al día y me voy a marchar agradecido. Ha sido este un lugar en el que me he sentido muy cómodo. Ha pasado la una, la hora oficial de cierre del local, pero los tres clientes que quedan, no acaban de levantarse de la mesa. En la televisión, dicen que en el Norte va a hacer buen tiempo hasta el domingo. No me alegra suficiente, puesto que me tendré que fiar de lo que diga Metheo de Bélgica, donde creo que estaré pasado mañana.
Va a depender de si tengo plaza o no en el último albergue juvenil francés, el de Dunkerque. Ayer, en otro reportaje, vi cómo llovía en el mercado de Cherbourgo. Entonces habría tenido sentido abrir el paraguas de verdad. Me voy definitivamente, antes de que cierren el local, y salgo bien direccionado siguiendo hacia el Este.
Despedida de
Hammer-de-Marck.
Saco foto del lugar
donde he pasado más de un par de horas, e Café au Colbert después,
la fachada de la iglesia, cuya torre me parece muy diferente a otras
vistas en la zona.
Luego paso por delante de la Maison de Filandau, que no tengo ni idea de la razón por la que la destacan con ese nombre. Todas las ventanas están defendidas de la luz y es imposible ver nada de lo que pueda haber dentro. Una escalera metálica exterior permite el acceso a la gambara. Al rato, y ya cercano a la playa, a la que estoy volviendo de nuevo, me encuentro un camping.
Ahora sí estaría en condiciones de poder responder a la pregunta que me hicieron los que buscaban uno. Lo que más me agrada de este camping es que han colocado un ancla, mejor dicho, una doble ancla ante el accueil, una forma de recibir bien a las visitas y su deseo de que no sean clientes de paso, sino que queden anclados allí por una temporada. Aunque recepción está todavía en obras, sin terminar, me parece excelente toda la tejavana que han hecho rodeando el edificio. Una rica sombra para los días calurosos.
Pregunto a una chica si tengo salida a la playa, por si acaso el camping me ha preparado una encerrona, a un callejón sin salida. Ella me confirma que por allí voy bien a la playa. En unos minutos ya un sendero de arena me encamina hacia la playa.
Luego paso por delante de la Maison de Filandau, que no tengo ni idea de la razón por la que la destacan con ese nombre. Todas las ventanas están defendidas de la luz y es imposible ver nada de lo que pueda haber dentro. Una escalera metálica exterior permite el acceso a la gambara. Al rato, y ya cercano a la playa, a la que estoy volviendo de nuevo, me encuentro un camping.
Ahora sí estaría en condiciones de poder responder a la pregunta que me hicieron los que buscaban uno. Lo que más me agrada de este camping es que han colocado un ancla, mejor dicho, una doble ancla ante el accueil, una forma de recibir bien a las visitas y su deseo de que no sean clientes de paso, sino que queden anclados allí por una temporada. Aunque recepción está todavía en obras, sin terminar, me parece excelente toda la tejavana que han hecho rodeando el edificio. Una rica sombra para los días calurosos.
Pregunto a una chica si tengo salida a la playa, por si acaso el camping me ha preparado una encerrona, a un callejón sin salida. Ella me confirma que por allí voy bien a la playa. En unos minutos ya un sendero de arena me encamina hacia la playa.
Por la arena
hacia las dunas. Monotonía.
Pronto me encuentro
con tres chavalillos que van en la misma dirección que llevo yo y me
animo a alcanzarlos. No sé si es un Hipad, o una Tablet, lo que
llevan, puede ser cualquier artilugio electrónico que no controlo.
Dos tienen bici y uno motocicleta, que dejan al entrar en la playa,
pero pronto van a ir caminando conmigo. Al principio vamos pisando
“haricots de la mer”. Les califico, puesto que no sé sus
nombres, como el mayor, el pequeño y el mediano, como “En alta
mar” de Slowomir Mrozek, el autor teatral polaco. El pequeño se
retrasa porque ha retrocedido para recoger algo que se le había
caído. Casi le alcanzo, pero él echa a correr para ir con los
suyos. Por fin, llego donde los tres y les hablo de mi viaje.
Ya se cansan sólo con oírme de dónde vengo, pero no prestan demasiado interés en lo que les cuento, aunque me hacen algunas preguntas que respondo. Luego ellos me cuentan algo y la conversación va siendo más entretenida. Cuando ellos están llegando al lugar donde familiares y amigos les esperan, se escoran hacia las dunas y nos separamos.
Buen viaje, me desean. Con playa tan larga, el recuerdo de las Landas y de la Gironda es inevitable. Aquí también la duna con materia vegetal a la derecha, un mar más tranquilo a la izquierda y, al frente, el infinito. Combino arena húmeda de la orilla con arena seca, pero siempre descalzo.
La gente que está en las dunas no está desnuda, aunque pudieran estarlo sin problemas, sin que se les viera nada. Puede que no entre dentro de su cultura, pero volveríamos de nuevo no sólo al pudor, sino también a cómo acepta cada uno la realidad de su propio cuerpo. ¡Sería fantástico que todos nos aceptáramos tal y como somos! Pronto dejo de ver gente. Voy siguiendo una rodada y, como rompedor de la monotonía del paisaje, encuentro un trozo de balaustrada, que alguien ha tenido el capricho de traer hasta aquí.
No creo que el mar haya sido capaz de depositarlo tan lejos de la orilla, en zona de arena seca, donde pienso que nunca subirá la marea ni en pleamar. Llego a zona con charca y donde también ha habido movimiento de arenas negras.
La rodada del tractor y la poca profundidad del laguito, me hacen presagiar que aún les queda mucho que horadar. Pero no podré saber la finalidad de este trabajo. Continúa la playa igual, y sin otra cosa que hacer, cualquier novedad es buena.
Ahora las rodadas de coches o de tractores, cambian por huellas de cascos de caballos. Iré con ellas durante un rato, mientras no se ve ninguna construcción, ni a derecha, ni al fondo, que me pueda informar del acercamiento a ninguna población.
Cuando empiezo a ver las primeras casas, tras las dunas bajas consolidadas, me sorprende ver cómo en la arena también crece una ligera vegetación. Es como si fuera el inicio de consolidación de otra duna que, con el paso del tiempo, irá paralela a la otra.
Paso por una zona en que han delimitado con estacas un espacio próximo a la duna, pero no sé tampoco su finalidad, quizás esos postes permitirán poner barreras de defensa para los días de mucho viento.
Ahora, con rodadas de coche y la duna inevitable y bella, empiezan a aparecer las barreras que van de la duna hacia el mar y que, a veces, me crean problema para atravesarlas con mi mochila. Esta barrera no es la primera ni la última en mi camino de hoy. Algunas son de troncos y otras de piedras verticales.
Volviendo a fijarme en la duna, en esta parte veo, además de las hierbas y vegetación propia dunar, algunos matorrales calcinados. No sé si por la sequía, o porque los hayan incendiado. La distancia entre la orilla y la duna se reduce en algunos tramos de tan larguísima playa.
Encuentro un ánfora o algo que me parece que pudiera serlo. Después de ver esta mañana la munición y las balas encontradas y que estaban rodeadas de una capa rojiza, pienso que ésta, que en origen sería de barro o terracota, ahora se ha cubierto de una capa también ferruginosa. Pero luego, al verla del otro lado y con un enganche en el extremo más estrecho, tengo que recular en mi apreciación e inclinarme por pensar que no es tal ánfora, sino que probablemente sea una boya arrancada al mar por algún fuerte oleaje.
Con las dos fotos, vosotros decidiréis, a qué carta quedaros. En otra zona, donde la distancia entre la orilla y la duna es menor, elijo una duna que no tiene camino ni acceso desde el interior, me desnudo, me voy a la orilla y me baño. Sabré pronto que estoy ya en Oye.
Ya se cansan sólo con oírme de dónde vengo, pero no prestan demasiado interés en lo que les cuento, aunque me hacen algunas preguntas que respondo. Luego ellos me cuentan algo y la conversación va siendo más entretenida. Cuando ellos están llegando al lugar donde familiares y amigos les esperan, se escoran hacia las dunas y nos separamos.
Buen viaje, me desean. Con playa tan larga, el recuerdo de las Landas y de la Gironda es inevitable. Aquí también la duna con materia vegetal a la derecha, un mar más tranquilo a la izquierda y, al frente, el infinito. Combino arena húmeda de la orilla con arena seca, pero siempre descalzo.
La gente que está en las dunas no está desnuda, aunque pudieran estarlo sin problemas, sin que se les viera nada. Puede que no entre dentro de su cultura, pero volveríamos de nuevo no sólo al pudor, sino también a cómo acepta cada uno la realidad de su propio cuerpo. ¡Sería fantástico que todos nos aceptáramos tal y como somos! Pronto dejo de ver gente. Voy siguiendo una rodada y, como rompedor de la monotonía del paisaje, encuentro un trozo de balaustrada, que alguien ha tenido el capricho de traer hasta aquí.
No creo que el mar haya sido capaz de depositarlo tan lejos de la orilla, en zona de arena seca, donde pienso que nunca subirá la marea ni en pleamar. Llego a zona con charca y donde también ha habido movimiento de arenas negras.
La rodada del tractor y la poca profundidad del laguito, me hacen presagiar que aún les queda mucho que horadar. Pero no podré saber la finalidad de este trabajo. Continúa la playa igual, y sin otra cosa que hacer, cualquier novedad es buena.
Ahora las rodadas de coches o de tractores, cambian por huellas de cascos de caballos. Iré con ellas durante un rato, mientras no se ve ninguna construcción, ni a derecha, ni al fondo, que me pueda informar del acercamiento a ninguna población.
Cuando empiezo a ver las primeras casas, tras las dunas bajas consolidadas, me sorprende ver cómo en la arena también crece una ligera vegetación. Es como si fuera el inicio de consolidación de otra duna que, con el paso del tiempo, irá paralela a la otra.
Paso por una zona en que han delimitado con estacas un espacio próximo a la duna, pero no sé tampoco su finalidad, quizás esos postes permitirán poner barreras de defensa para los días de mucho viento.
Ahora, con rodadas de coche y la duna inevitable y bella, empiezan a aparecer las barreras que van de la duna hacia el mar y que, a veces, me crean problema para atravesarlas con mi mochila. Esta barrera no es la primera ni la última en mi camino de hoy. Algunas son de troncos y otras de piedras verticales.
Volviendo a fijarme en la duna, en esta parte veo, además de las hierbas y vegetación propia dunar, algunos matorrales calcinados. No sé si por la sequía, o porque los hayan incendiado. La distancia entre la orilla y la duna se reduce en algunos tramos de tan larguísima playa.
Encuentro un ánfora o algo que me parece que pudiera serlo. Después de ver esta mañana la munición y las balas encontradas y que estaban rodeadas de una capa rojiza, pienso que ésta, que en origen sería de barro o terracota, ahora se ha cubierto de una capa también ferruginosa. Pero luego, al verla del otro lado y con un enganche en el extremo más estrecho, tengo que recular en mi apreciación e inclinarme por pensar que no es tal ánfora, sino que probablemente sea una boya arrancada al mar por algún fuerte oleaje.
Con las dos fotos, vosotros decidiréis, a qué carta quedaros. En otra zona, donde la distancia entre la orilla y la duna es menor, elijo una duna que no tiene camino ni acceso desde el interior, me desnudo, me voy a la orilla y me baño. Sabré pronto que estoy ya en Oye.
Oye-Plage.
Allí estaré un
buen rato, disfrutando de la sensación de libertad que me
proporciona el estar desnudo y refrescado por el agua del inmenso
océano, aunque por aquí, con Gran Bretaña enfrente, sea más
estrecho.
La marea sigue baja, pero el baño va a ser uno de los más placenteros de los últimos días, el mejor. Estaré allí desde poco después de las dos hasta las cinco de la tarde, casi tres horitas, pero muy bien aprovechadas. Así es cierto que mucho no voy a avanzar hoy pero, en este momento, hago lo que me pide el cuerpo. Aparece un chico por las dunas del Oeste y pasa por detrás de donde estoy yo, subiendo y bajando las dunas hacia el Este.
Cuando estoy dándome el segundo baño, le veo que baja de la duna a la playa. Salgo del agua y me hago el encontradizo. Le saludo, me saluda, pero él continúa su recorrido hasta desaparecer definitivamente. Hacia el Este veo llegar a dos parejas y un hombre se cambia con toalla blanca, ¿del hotel? Entre ocultando y enseñando medio culo. De regreso, será el único que mire hacia el nudista.
No sé si con envidia por mi inhibición, pero si no quiere estar desnudo, él se lo pierde. Llegan dos chicos con una chica. Todos beben de la misma botella y parece que vienen algo iluminados. La iluminada hace comentarios a los otros sobre el nudista, pero ellos no le siguen el rollo y ella, que se había separado algo de ellos, vuelve y parece que se reconcilia con sus compañeros. Pasa un pescador recogiendo cebo por la orilla.
Una pareja, con dos perros, pasa y repasa y yo los bandeo cuando voy al agua para no interferir en su marcha. Cuando estoy saliendo del agua en mi tercero o cuarto baño, un chico pasa corriendo por la orilla. Buena hora para el entrenamiento. Desde mi sitio en la duna y con mi mochila en primer término, y la pareja con perros en la orilla, veo en el mar dos barcos. Uno viene de Dunkerque y el otro de Calais. Fantaseo con que se van a chocar. Será un encontronazo explosivo, un espectáculo gratuito que no me puedo perder. Voy siguiendo la secuencia hasta el encuentro visual se produce, pero no pasa nada. Acaba así mi fantasiosa hipótesis que la realidad determina que era falsa. Un fallo de coordenadas. He sacado cuatro fotos y, en la última, cada barco sigue su destino, uno a Calais y el otro a Dunkerque, donde mañana llegaré. En mi ignorancia, podría ser que alguno fuera hacia Dover donde, en principio, no tengo ninguna intención de ir, y menos, cuando los ingleses decidan el Brexit, su salida de Europa.
Han sido cuatro baños deliciosos los de esta playa de Oye y lo único que siento es haber estado desnudo en solitario, sin nadie que me acompañara e imitara, y sin nadie con quien poder conversar. Me tumbo en la arena y saco una foto del cielo que completa mi paisaje. Nubes diáfanas ponen la nota blanca a un cielo, por lo demás, tan límpido y azulino. Son las cinco de la tarde, así que me visto y continúo mi camino. El siguiente destino será Grand-Fort-Philippe.
La marea sigue baja, pero el baño va a ser uno de los más placenteros de los últimos días, el mejor. Estaré allí desde poco después de las dos hasta las cinco de la tarde, casi tres horitas, pero muy bien aprovechadas. Así es cierto que mucho no voy a avanzar hoy pero, en este momento, hago lo que me pide el cuerpo. Aparece un chico por las dunas del Oeste y pasa por detrás de donde estoy yo, subiendo y bajando las dunas hacia el Este.
Cuando estoy dándome el segundo baño, le veo que baja de la duna a la playa. Salgo del agua y me hago el encontradizo. Le saludo, me saluda, pero él continúa su recorrido hasta desaparecer definitivamente. Hacia el Este veo llegar a dos parejas y un hombre se cambia con toalla blanca, ¿del hotel? Entre ocultando y enseñando medio culo. De regreso, será el único que mire hacia el nudista.
No sé si con envidia por mi inhibición, pero si no quiere estar desnudo, él se lo pierde. Llegan dos chicos con una chica. Todos beben de la misma botella y parece que vienen algo iluminados. La iluminada hace comentarios a los otros sobre el nudista, pero ellos no le siguen el rollo y ella, que se había separado algo de ellos, vuelve y parece que se reconcilia con sus compañeros. Pasa un pescador recogiendo cebo por la orilla.
Una pareja, con dos perros, pasa y repasa y yo los bandeo cuando voy al agua para no interferir en su marcha. Cuando estoy saliendo del agua en mi tercero o cuarto baño, un chico pasa corriendo por la orilla. Buena hora para el entrenamiento. Desde mi sitio en la duna y con mi mochila en primer término, y la pareja con perros en la orilla, veo en el mar dos barcos. Uno viene de Dunkerque y el otro de Calais. Fantaseo con que se van a chocar. Será un encontronazo explosivo, un espectáculo gratuito que no me puedo perder. Voy siguiendo la secuencia hasta el encuentro visual se produce, pero no pasa nada. Acaba así mi fantasiosa hipótesis que la realidad determina que era falsa. Un fallo de coordenadas. He sacado cuatro fotos y, en la última, cada barco sigue su destino, uno a Calais y el otro a Dunkerque, donde mañana llegaré. En mi ignorancia, podría ser que alguno fuera hacia Dover donde, en principio, no tengo ninguna intención de ir, y menos, cuando los ingleses decidan el Brexit, su salida de Europa.
Han sido cuatro baños deliciosos los de esta playa de Oye y lo único que siento es haber estado desnudo en solitario, sin nadie que me acompañara e imitara, y sin nadie con quien poder conversar. Me tumbo en la arena y saco una foto del cielo que completa mi paisaje. Nubes diáfanas ponen la nota blanca a un cielo, por lo demás, tan límpido y azulino. Son las cinco de la tarde, así que me visto y continúo mi camino. El siguiente destino será Grand-Fort-Philippe.
En principio, va a
ser más de lo mismo. Al rato, llego a otra de las separaciones que
yo creo que cumplen una función más que delimitación geográfica
de playas, de contención de arena, para que el oleaje en la marea
alta no se la lleve.
En esta ocasión los elementos son troncos de madera y, para pasar al otro lado, prefiero hacerlo por la parte de arena seca, ya que por la orilla, la subida de la marea ya no me deja pasar y quiero evitar dificultades con la mochila y tener que descargar y cargarla de nuevo a hombros.
Cuando estoy llegando al segundo delimitador, observo en la zona de la arena seca, la más próxima a la duna ascendente, que hay unas estacas verticales similares a las que he visto antes y que aquí, en mejor estado de conservación, veo más claramente la función que cumplen. Las frontales al mar, colocadas más juntas, hacen de paravientos. Si bien no lo frenan totalmente, es seguro que le obligan a soplar a menor velocidad, en beneficio de los que se quieren broncear al sol sin pasar frío. A continuación hay un bunker. Las siguientes barreras las pasaré descalzo por la orilla, pues por allí apenas las ha alcanzado el mar. Vuelvo a la arena seca. Alguien me ha hablado de que hay un fuerte o un castillo y ahora, cuando llego a una construcción de arena de playa, que se supone la han hecho niños, que se han entretenido en decorarla con lo que, de pequeños, llamábamos moco de ballena y que, en realidad, no son más que la materia no comestible de las jibias, especie de “polispán” para reciclaje, veo muy a lo lejos una construcción que me hace pensar en un gran castillo medieval. La realidad de lo que veo es muy otra. Luego dormiré en las dunas, a sus pies. Se trata de una central nuclear, si no me han informado mal. Puede que sea una central térmica. No seré yo quien asegure ni lo uno, ni lo contrario. En principio me dirijo hacia allí, pero pronto tendré que recular, al darme cuenta de que, entre medias, hay un canal que me va a obligar a meterme hacia el interior, si es que quiero pasar al otro lado. Tendré que ir primero a Gravelines, que ya está en Nord, y descender de nuevo hacia la costa a Petit-Fort-Philippe. Llego a ver de lejos un espigón y no lo veo nada claro.
Como no me conviene seguir por la playa, para tener que retroceder después por el espigón, me voy hacia las dunas, por donde veo que sale gente de la playa. Hago de Vicente, siguiendo el dicho: “¿Dónde va Vicente?, Donde va la gente.” Pero esta gente va por sus coches y yo acabo metiéndome en la marisma, con pequeños lagos, de donde voy saliendo como puedo. En realidad, ha sido un acierto, porque los caminos están bien delimitados y hay pequeños puentes y rejas metálicas en voladizo que permiten pasar por encima de pequeños ríos. Un niño salta sobre la reja para poner de los nervios a su madre. Me encuentro con familia joven con niños. Uno de ellos me tiende la mano y yo se la estrecho. El otro niño me hace preguntas. Les sorprende verme con mochilas viniendo de la playa. ¡Qué ricos! El padre se muestra menos rico que la madre, y me enrollo con ella, dándole pinceladas de mis dos viajes, el del pasado verano y el de este. Les digo que hoy es mi día nº 100 de mi paseo por las costas francesas del Atlántico. Ellos están en el camping y me despido de la familia al llegar a la bifurcación de caminos. Esta madre es la que me ha aclarado que lo que estoy viendo al fondo es la Central Nuclear.
El castillo medieval, lo que yo creía castillo, está cada vez más cerca pero, en la medida en que me voy acercando a las primeras casas de Grand-Fort-Philippe, cada vez estaré más lejos de allí. Al verlo por primera vez, me han recordado a los depósitos de combustible de algunas refinerías próximas a puertos, o depósitos de gas, como en la entrada, de infausto recuerdo, a Castelló. Como me he creído lo que me han contado del palacio, o del castillo, hasta me parece que veo las baterías, las torres y las almenas. Veo a otra gente que camina entre la marisma, pero será que hay caminos señalados procedentes de otro lugar, o es gente que conoce muy bien el terreno. Yo no me aventuro a salirme de la ruta marcada y que ya me ha sacado de la marisma. Es así como llego a las primeras casas de Grand-Fort.
Grand-Fort-Philippe.
En esta ocasión los elementos son troncos de madera y, para pasar al otro lado, prefiero hacerlo por la parte de arena seca, ya que por la orilla, la subida de la marea ya no me deja pasar y quiero evitar dificultades con la mochila y tener que descargar y cargarla de nuevo a hombros.
Cuando estoy llegando al segundo delimitador, observo en la zona de la arena seca, la más próxima a la duna ascendente, que hay unas estacas verticales similares a las que he visto antes y que aquí, en mejor estado de conservación, veo más claramente la función que cumplen. Las frontales al mar, colocadas más juntas, hacen de paravientos. Si bien no lo frenan totalmente, es seguro que le obligan a soplar a menor velocidad, en beneficio de los que se quieren broncear al sol sin pasar frío. A continuación hay un bunker. Las siguientes barreras las pasaré descalzo por la orilla, pues por allí apenas las ha alcanzado el mar. Vuelvo a la arena seca. Alguien me ha hablado de que hay un fuerte o un castillo y ahora, cuando llego a una construcción de arena de playa, que se supone la han hecho niños, que se han entretenido en decorarla con lo que, de pequeños, llamábamos moco de ballena y que, en realidad, no son más que la materia no comestible de las jibias, especie de “polispán” para reciclaje, veo muy a lo lejos una construcción que me hace pensar en un gran castillo medieval. La realidad de lo que veo es muy otra. Luego dormiré en las dunas, a sus pies. Se trata de una central nuclear, si no me han informado mal. Puede que sea una central térmica. No seré yo quien asegure ni lo uno, ni lo contrario. En principio me dirijo hacia allí, pero pronto tendré que recular, al darme cuenta de que, entre medias, hay un canal que me va a obligar a meterme hacia el interior, si es que quiero pasar al otro lado. Tendré que ir primero a Gravelines, que ya está en Nord, y descender de nuevo hacia la costa a Petit-Fort-Philippe. Llego a ver de lejos un espigón y no lo veo nada claro.
Como no me conviene seguir por la playa, para tener que retroceder después por el espigón, me voy hacia las dunas, por donde veo que sale gente de la playa. Hago de Vicente, siguiendo el dicho: “¿Dónde va Vicente?, Donde va la gente.” Pero esta gente va por sus coches y yo acabo metiéndome en la marisma, con pequeños lagos, de donde voy saliendo como puedo. En realidad, ha sido un acierto, porque los caminos están bien delimitados y hay pequeños puentes y rejas metálicas en voladizo que permiten pasar por encima de pequeños ríos. Un niño salta sobre la reja para poner de los nervios a su madre. Me encuentro con familia joven con niños. Uno de ellos me tiende la mano y yo se la estrecho. El otro niño me hace preguntas. Les sorprende verme con mochilas viniendo de la playa. ¡Qué ricos! El padre se muestra menos rico que la madre, y me enrollo con ella, dándole pinceladas de mis dos viajes, el del pasado verano y el de este. Les digo que hoy es mi día nº 100 de mi paseo por las costas francesas del Atlántico. Ellos están en el camping y me despido de la familia al llegar a la bifurcación de caminos. Esta madre es la que me ha aclarado que lo que estoy viendo al fondo es la Central Nuclear.
El castillo medieval, lo que yo creía castillo, está cada vez más cerca pero, en la medida en que me voy acercando a las primeras casas de Grand-Fort-Philippe, cada vez estaré más lejos de allí. Al verlo por primera vez, me han recordado a los depósitos de combustible de algunas refinerías próximas a puertos, o depósitos de gas, como en la entrada, de infausto recuerdo, a Castelló. Como me he creído lo que me han contado del palacio, o del castillo, hasta me parece que veo las baterías, las torres y las almenas. Veo a otra gente que camina entre la marisma, pero será que hay caminos señalados procedentes de otro lugar, o es gente que conoce muy bien el terreno. Yo no me aventuro a salirme de la ruta marcada y que ya me ha sacado de la marisma. Es así como llego a las primeras casas de Grand-Fort.
Grand-Fort-Philippe.
Las casas son de dos
plantas y una gran explanada alberga a los coches de la vecindad y a
los que han venido a disfrutar de este hermoso día de playa. Voy
acercándome al pueblo y fotografío el ayuntamiento. Es un edificio
construido de obra y ladrillo visto y en la balconada, ondea en su
mástil, únicamente, la tricolor. Como apenas hay viento, ondea muy
poco. Quizás el trapo resulte algo pesado.
Llegar a la iglesia, no me cuesta mucho, pero lograr ver la torre campanario me va a resultar mucho más trabajoso. Fotografío la fachada principal cuyos arcos, tanto el de la puerta como el de las vidrieras, apuntan al gótico, y como el lugar no me permite alejamiento, lo que hace que la fachada salga incompleta en la foto, me voy a buscar alguna visión de la torre. Rodeo toda la manzana, puesto que las casas también se entremeten como acogidas por la santa madre iglesia y donde los moradores, feligreses se supone, reciben bien su acogimiento.
Al menos los muros eclesiales protegen los de sus casas. El conjunto parece una fortaleza. Después de varias vueltas, me meto en un patio de casa privada y allí consigo la foto que busco. El reloj marca las seis y veinte, lo que me hace pensar que el reloj de mi cámara está algo adelantado. Un bonito árbol me tapa parte de la factura del edificio, pero la torre se ve completa.
Un olor dulzón hace que me fije en su procedencia. Así veo un aligustre florido que acabo fotografiando. Me agrada mucho más el aroma de la madreselva, casi igual de dulzón pero más alimonado.
Lo peor de estas flores es que, si haces un ramillete y aunque lo metas rápidamente en el agua, sus cálices duran muy poco sin caer. De momento, el aroma me trae recuerdos. Dos chicos, que están en la terraza de un Tabac, me dicen que para pasar al otro lado del canal, que es alimentado por otros canales, debo llegar a Gravelines. “¿Para ir allí?”, pregunto. “Todo recto”, es su respuesta.
Llegar a la iglesia, no me cuesta mucho, pero lograr ver la torre campanario me va a resultar mucho más trabajoso. Fotografío la fachada principal cuyos arcos, tanto el de la puerta como el de las vidrieras, apuntan al gótico, y como el lugar no me permite alejamiento, lo que hace que la fachada salga incompleta en la foto, me voy a buscar alguna visión de la torre. Rodeo toda la manzana, puesto que las casas también se entremeten como acogidas por la santa madre iglesia y donde los moradores, feligreses se supone, reciben bien su acogimiento.
Al menos los muros eclesiales protegen los de sus casas. El conjunto parece una fortaleza. Después de varias vueltas, me meto en un patio de casa privada y allí consigo la foto que busco. El reloj marca las seis y veinte, lo que me hace pensar que el reloj de mi cámara está algo adelantado. Un bonito árbol me tapa parte de la factura del edificio, pero la torre se ve completa.
Un olor dulzón hace que me fije en su procedencia. Así veo un aligustre florido que acabo fotografiando. Me agrada mucho más el aroma de la madreselva, casi igual de dulzón pero más alimonado.
Lo peor de estas flores es que, si haces un ramillete y aunque lo metas rápidamente en el agua, sus cálices duran muy poco sin caer. De momento, el aroma me trae recuerdos. Dos chicos, que están en la terraza de un Tabac, me dicen que para pasar al otro lado del canal, que es alimentado por otros canales, debo llegar a Gravelines. “¿Para ir allí?”, pregunto. “Todo recto”, es su respuesta.
Obedezco la orden y
me voy por carretera sin arcén pero con posibilidad de ir por camino
de hierba recortada y con arbolado aledaño.
Pronto aterrizo en un sembrado de trigo, que es el que me obliga a hacer más recorrido. En realidad, la carretera por la que voy es un dique entre terrenos sembrados. Estas fotos de trigales, van a ser las últimas que saco desde Pas-de-Calais y, en cuanto acaba el dique, ya estoy en la última provincia.
Pronto aterrizo en un sembrado de trigo, que es el que me obliga a hacer más recorrido. En realidad, la carretera por la que voy es un dique entre terrenos sembrados. Estas fotos de trigales, van a ser las últimas que saco desde Pas-de-Calais y, en cuanto acaba el dique, ya estoy en la última provincia.
N
O R D
Esta ciudad ya está
al otro lado de la muga provincial o departamental y va estar
inundada de aguas de diferentes canales que exigieron la intervención
de un experto, mi casi amigo (?) Vauban. No sé quién es Jean Bart,
pero tiene que ser un artista. Tiene restaurante-bar, una boutique, y
aún le da tiempo para construir barcos. Quizás lo de los barcos sea
una incorrecta apreciación mía.
Es de las primeras cosas que veo tras entrar en Nord y en Gravelines, hacia las siete de la tarde. Enseguida llego al “port de plaisance”, o puerto deportivo. Numerosos barcos amarrados en sus pantalanes. Me gustaría pasarlo deprisa para buscar oficina de Turismo, y ver si tienen un plano más detallado de la costa de Nord. También deseo otro de Dunkerque, para que cuando llega, pueda ir directo al albergue juvenil.
Llego a una plaza, y dos chicas me dicen dónde está la oficina de Información. Pero, cuando llego, son las 19:05 y lo han cerrado a las seis de la tarde. Paso un puente con campanillas de diversa intensidad de azules.
Hay un bonito yate amarrado debajo. Llego a otro canal con la impronta Vauban y después un gran cartel me confirmará la autoría y diseño del constructor de fortalezas militares y civiles.
Empiezo a mirar restaurantes para cenar. Hoy no me puedo quedar sin cena, pues sólo he comido un bocadillo y, era además parte del desayuno. Me acerco a donde estaban las chicas que me han informado, pero ya no recuerdo en qué bar era. En el Tabac no dan cenas y en otro que ofrece “hors d’ouvre”, entremeses, y que me parece forma parte del hotel, por la noche no entra la bebida que a mediodía incluía y, además no abren hasta las 19:30. Algo tarde para querer llegar luego a dormir a la costa. Saco foto del Ayuntamiento.
Se trata de un edificio antiguo pero restaurado en su fachada y, muy probablemente, en su interior, que como se les quedaba pequeño, lo han ampliado rompiendo totalmente con el estilo. El nuevo edificio es acristalado, supongo que muy luminoso por dentro, y forma un conjunto armónico con el antiguo. Habrá que saber lo que opinan los que trabajan dentro de él y cuáles son las condiciones laborales. Yo sólo puedo opinar de la estética exterior y es una opinión muy particular. En el edificio viejo se lee Mairie y en el nuevo, Hôtel de Ville. Como no sabré nunca cuál es la diferencia en estas dos formas de nombrar el Palacio Municipal, lo que hago es registrarlo. La tricolor también ondea sin acompañamiento de la bandera europea, ni de la local, ni de la provincial. Esta forma de combinar antiguo y moderno, podría servir de ejemplo a Irun, para cuando amplíen el ayuntamiento. También saco foto de la plaza, con la Torre del Reloj y el restaurante donde cenaré un poco más tarde, Le Queen Mary. La Mairie está a la izquierda. El cielo, con sus nubes diáfanas, sigue estando precioso.
Es de las primeras cosas que veo tras entrar en Nord y en Gravelines, hacia las siete de la tarde. Enseguida llego al “port de plaisance”, o puerto deportivo. Numerosos barcos amarrados en sus pantalanes. Me gustaría pasarlo deprisa para buscar oficina de Turismo, y ver si tienen un plano más detallado de la costa de Nord. También deseo otro de Dunkerque, para que cuando llega, pueda ir directo al albergue juvenil.
Llego a una plaza, y dos chicas me dicen dónde está la oficina de Información. Pero, cuando llego, son las 19:05 y lo han cerrado a las seis de la tarde. Paso un puente con campanillas de diversa intensidad de azules.
Hay un bonito yate amarrado debajo. Llego a otro canal con la impronta Vauban y después un gran cartel me confirmará la autoría y diseño del constructor de fortalezas militares y civiles.
Empiezo a mirar restaurantes para cenar. Hoy no me puedo quedar sin cena, pues sólo he comido un bocadillo y, era además parte del desayuno. Me acerco a donde estaban las chicas que me han informado, pero ya no recuerdo en qué bar era. En el Tabac no dan cenas y en otro que ofrece “hors d’ouvre”, entremeses, y que me parece forma parte del hotel, por la noche no entra la bebida que a mediodía incluía y, además no abren hasta las 19:30. Algo tarde para querer llegar luego a dormir a la costa. Saco foto del Ayuntamiento.
Se trata de un edificio antiguo pero restaurado en su fachada y, muy probablemente, en su interior, que como se les quedaba pequeño, lo han ampliado rompiendo totalmente con el estilo. El nuevo edificio es acristalado, supongo que muy luminoso por dentro, y forma un conjunto armónico con el antiguo. Habrá que saber lo que opinan los que trabajan dentro de él y cuáles son las condiciones laborales. Yo sólo puedo opinar de la estética exterior y es una opinión muy particular. En el edificio viejo se lee Mairie y en el nuevo, Hôtel de Ville. Como no sabré nunca cuál es la diferencia en estas dos formas de nombrar el Palacio Municipal, lo que hago es registrarlo. La tricolor también ondea sin acompañamiento de la bandera europea, ni de la local, ni de la provincial. Esta forma de combinar antiguo y moderno, podría servir de ejemplo a Irun, para cuando amplíen el ayuntamiento. También saco foto de la plaza, con la Torre del Reloj y el restaurante donde cenaré un poco más tarde, Le Queen Mary. La Mairie está a la izquierda. El cielo, con sus nubes diáfanas, sigue estando precioso.
Cena en Le Queen
Mary.
Pero hoy no estará
la reina cenando conmigo. Lo que menos me atrae es el nombre y, para
colmo, el dueño que hace de camarero, de barman y de todo, me habla
en inglés. En vista de ello, le respondo en castellano: “quiero
cenar” y la chica y cocinera se ríe a gusto. Como una ensalada
que, por el nombre, me había parecido que pudiera llevar cerezas,
pero lo que me sacan es como si fueran trozos de pato caliente. No es
la primera vez que lo como. Luego me sacan la bavette “bleu” con
vainas redondas verdes, que es lo primero que como y luego acompaño
al filete con las échalotes. Lo peor es que la carne se enfría
enseguida. Bebo dos cervezas Affligem que, según me dicen, también
son belgas. ¿Influirá la proximidad geográfica? Aunque el jefe me
diga que esta rubia es mejor que la Grimbergen, que ya he probado
esta mañana, yo opino al revés que él. La Affligem me ha gustado
menos y me han cobrado más: 2,80 contra 3,30 €. Quizás la
diferencia sea por tomarla en un bar o en un restaurante. Pago con
Visa 24,60 €. Me quedo escribiendo hasta las nueve y me voy.
Saliendo de
Gravelines hacia la playa.
Aunque es hora
temprana, voy a intentar llamar a mi hermana Lucía. Pensaba hacerlo
esta mañana, pero con el lío de la salida de Calais, finalmente se
me ha olvidado. Salgo hacia la playa, pero primero paso por el
Arsenal, que es donde veo que intervino Vauban en la construcción.
No voy a entrar para verlo. Después paso por una casa rosada donde está la Maison de las asociaciones. En Irún había un proyecto de hacer una Casa de Cultura, donde se iban a ubicar algunas de las asociaciones, pero la construcción se alarga. Por fin estará en marcha para finales del 2016. Luego sigo pasando por más canales bien canalizados. Una familia de cuatro patos nada palmípedamente. Llego a un mirador de confluencia donde se refleja el sol previo al ocaso.
Una de las ensenadas se denomina: Anse d’Españols pero, ni hoy, ni mañana, sabré a qué se refiere. También Vauban había construido otro fuerte en la Pointe des Españols, frente a Brest. Y finalmente, saco foto el canal que separa Grand-Fort-Philipp de Gravelines. En un entrante, dentro del gran canal, leo Port des Islandeses, pero tampoco nadie me sabe decir nada de la razón, del por qué.
No voy a entrar para verlo. Después paso por una casa rosada donde está la Maison de las asociaciones. En Irún había un proyecto de hacer una Casa de Cultura, donde se iban a ubicar algunas de las asociaciones, pero la construcción se alarga. Por fin estará en marcha para finales del 2016. Luego sigo pasando por más canales bien canalizados. Una familia de cuatro patos nada palmípedamente. Llego a un mirador de confluencia donde se refleja el sol previo al ocaso.
Una de las ensenadas se denomina: Anse d’Españols pero, ni hoy, ni mañana, sabré a qué se refiere. También Vauban había construido otro fuerte en la Pointe des Españols, frente a Brest. Y finalmente, saco foto el canal que separa Grand-Fort-Philipp de Gravelines. En un entrante, dentro del gran canal, leo Port des Islandeses, pero tampoco nadie me sabe decir nada de la razón, del por qué.
Siguiendo un camino
cómodo, paralelo al canal, me voy acercando al último pueblo de la
jornada.
En las primeras casas que miran al canal, los postes con incisiones en rojo y blanco me hacen recordar la forma de señalar los GR, pero aquí no tienen el mismo significado. Hago una parada para comprar seis “chichis”, que es como llaman aquí a los churros. Los debo pagar antes de que los hagan, 2€.
Un grupo de chicas han pedido 9, así que hace los justos: 5 x 3 = 15. Leo Beignet Fourré, Croustillons… Casi toda la gente pide “croustillons”, crujientes, son los más demandados, y consisten en unas bolas que se fríen en otro lugar y se acaban de dorar en la freidora más próxima. Luego, en la otra freidora, ponen nuevas bolas a freír, y las hacen con un aparato similar al de poner en los cucuruchos las bolas de los helados.
La gente se agolpa, pero nadie hace cola. Parece que la señora controla el orden. Cuando le digo que nosotros les llamamos churros, ella dice que ya lo sabe. Primero sirve a las chicas y luego me da a mí los seis. El sol, en su ocaso, se esconde tras Grand-Fort-Philipp. Fotografío hacia la bocana y, más cerca hay un pequeño puerto con barcos deportivos amarrados en un único pantalán.
Voy comiendo los churros y fotografiando. Al pasar por una de las calles, veo la iglesia al fondo. Pienso acercarme luego, pero lo olvido. Algunos pescadores de caña, pescan en el canal. Bueno, lo de pescar es un decir, al menos gastan cebo.
Así es como voy llegando hasta el faro y a la playa. Me acerco a la playa y llego al final del paseo, pero no encuentro ninguna cabina telefónica, así que me quedaré sin llamar a mi hermana. Habría podido recular a la plaza de la iglesia, pero no lo hago. El celaje sigue estando precioso. Dejo los churros que me quedan en la jardinera de una palmera, para poder sacar foto de la bocana, ahora que el sol ya no me lo impide. Las playas están a cada lado del canal. Un grupo de tres personas camina por el dique. Abandono la ría que delimita los dos Fort-Philippe, el grande en Pas-de-Calais y el pequeño en Nord, un canal que viene de Gravelines y de más lejos.
En las primeras casas que miran al canal, los postes con incisiones en rojo y blanco me hacen recordar la forma de señalar los GR, pero aquí no tienen el mismo significado. Hago una parada para comprar seis “chichis”, que es como llaman aquí a los churros. Los debo pagar antes de que los hagan, 2€.
Un grupo de chicas han pedido 9, así que hace los justos: 5 x 3 = 15. Leo Beignet Fourré, Croustillons… Casi toda la gente pide “croustillons”, crujientes, son los más demandados, y consisten en unas bolas que se fríen en otro lugar y se acaban de dorar en la freidora más próxima. Luego, en la otra freidora, ponen nuevas bolas a freír, y las hacen con un aparato similar al de poner en los cucuruchos las bolas de los helados.
La gente se agolpa, pero nadie hace cola. Parece que la señora controla el orden. Cuando le digo que nosotros les llamamos churros, ella dice que ya lo sabe. Primero sirve a las chicas y luego me da a mí los seis. El sol, en su ocaso, se esconde tras Grand-Fort-Philipp. Fotografío hacia la bocana y, más cerca hay un pequeño puerto con barcos deportivos amarrados en un único pantalán.
Voy comiendo los churros y fotografiando. Al pasar por una de las calles, veo la iglesia al fondo. Pienso acercarme luego, pero lo olvido. Algunos pescadores de caña, pescan en el canal. Bueno, lo de pescar es un decir, al menos gastan cebo.
Así es como voy llegando hasta el faro y a la playa. Me acerco a la playa y llego al final del paseo, pero no encuentro ninguna cabina telefónica, así que me quedaré sin llamar a mi hermana. Habría podido recular a la plaza de la iglesia, pero no lo hago. El celaje sigue estando precioso. Dejo los churros que me quedan en la jardinera de una palmera, para poder sacar foto de la bocana, ahora que el sol ya no me lo impide. Las playas están a cada lado del canal. Un grupo de tres personas camina por el dique. Abandono la ría que delimita los dos Fort-Philippe, el grande en Pas-de-Calais y el pequeño en Nord, un canal que viene de Gravelines y de más lejos.
Paseo por el paseo
marítimo y llego a las casetas de playa, donde cenan algunas
familias.
Hay dos policías de seguridad y les saludo. En la playa juegan al futbol chicos y chicas y empiezo a caminar hacia la central nuclear. Voy sin miedo, sin temor a morir contaminado. El celaje, ahora más tupido, no amenaza lluvia. Cuando me vuelvo para ver cuánto me he alejado del pueblo, veo la luna que ya ha salido y me alumbrará esta noche. Aparece la central nuclear tras las dunas y me iré acercando bastante, sin llegar a la misma altura en que están ellas.
Las dunas parecen buenas y protectoras. Pasadas las diez de la noche, ya empiezan a encender las primeras luces en la central. Para las diez y cuarto ya he elegido el lugar de reposo, y saco tres fotos. Una del borde de la playa lejano, cerca de la orilla, con el horizonte, más alejado aún. Y otras dos de la duna en la que finalmente me quedo a dormir.
Creo que en esta vaguada la luna me protegerá del viento, si se levanta. Unas personas se asoman a la playa por entre las dunas más bajas, pero no siguen adelante. También la duna me quita la visión de la central nuclear. Es como un gran embudo con pasillo curvo. Aliso un poco la arena para hacer una superficie horizontal y, después, monto mi cama.
Encima hay una gran pluma cervantina que invita a escribir. Pero ya he guardado la mochilita en la mochila, con la cámara dentro, y no me apetece volverla a sacar. Como ya he sacado antes a la luna, esta pluma con la luna a la par se quedará sólo para mi retina. Realmente es un bello paisaje celeste.
La luna se va deslizando hacia las altas plantas de la duna y en poco tiempo desaparece de mi vista. Cuando ya he descansado un rato y me despabilo, ya ha anochecido y, justo encima de mí, veo la Osa Mayor velando mis sueños. El carro se va deslizando a lo largo de la noche y la última estrella casi roza la floresta del otro lado. Se presenta una noche tranquila. Pero oigo un motor y temo que alguna moto, de dos o de cuatro ruedas, aparezca por mi dormitorio. Mas no ocurrirá tal despropósito.
Ni siquiera oigo el murmullo del mar, pues estoy alejado de la orilla. Durante la noche, me levanto dos veces a orinar. No sé si habrá sido por los churros, pero tengo ganas de eructar y eructo. Alguno me sale acompañado de algún pedo. Probablemente estuviera gasificada la masa. A medida que transcurre la noche, todo mi cuerpo se va regulando. Esta es una noche en que adquiero la conciencia de haber dormido más tiempo y profundamente.
¡Ya soy un veterano durmiendo en playas! Y si la playa es propicia… Sin embargo al amanecer veo que ha hecho relente, puesto que el plástico de mi mochila ha aparecido empapado.
Hay dos policías de seguridad y les saludo. En la playa juegan al futbol chicos y chicas y empiezo a caminar hacia la central nuclear. Voy sin miedo, sin temor a morir contaminado. El celaje, ahora más tupido, no amenaza lluvia. Cuando me vuelvo para ver cuánto me he alejado del pueblo, veo la luna que ya ha salido y me alumbrará esta noche. Aparece la central nuclear tras las dunas y me iré acercando bastante, sin llegar a la misma altura en que están ellas.
Las dunas parecen buenas y protectoras. Pasadas las diez de la noche, ya empiezan a encender las primeras luces en la central. Para las diez y cuarto ya he elegido el lugar de reposo, y saco tres fotos. Una del borde de la playa lejano, cerca de la orilla, con el horizonte, más alejado aún. Y otras dos de la duna en la que finalmente me quedo a dormir.
Creo que en esta vaguada la luna me protegerá del viento, si se levanta. Unas personas se asoman a la playa por entre las dunas más bajas, pero no siguen adelante. También la duna me quita la visión de la central nuclear. Es como un gran embudo con pasillo curvo. Aliso un poco la arena para hacer una superficie horizontal y, después, monto mi cama.
Encima hay una gran pluma cervantina que invita a escribir. Pero ya he guardado la mochilita en la mochila, con la cámara dentro, y no me apetece volverla a sacar. Como ya he sacado antes a la luna, esta pluma con la luna a la par se quedará sólo para mi retina. Realmente es un bello paisaje celeste.
La luna se va deslizando hacia las altas plantas de la duna y en poco tiempo desaparece de mi vista. Cuando ya he descansado un rato y me despabilo, ya ha anochecido y, justo encima de mí, veo la Osa Mayor velando mis sueños. El carro se va deslizando a lo largo de la noche y la última estrella casi roza la floresta del otro lado. Se presenta una noche tranquila. Pero oigo un motor y temo que alguna moto, de dos o de cuatro ruedas, aparezca por mi dormitorio. Mas no ocurrirá tal despropósito.
Ni siquiera oigo el murmullo del mar, pues estoy alejado de la orilla. Durante la noche, me levanto dos veces a orinar. No sé si habrá sido por los churros, pero tengo ganas de eructar y eructo. Alguno me sale acompañado de algún pedo. Probablemente estuviera gasificada la masa. A medida que transcurre la noche, todo mi cuerpo se va regulando. Esta es una noche en que adquiero la conciencia de haber dormido más tiempo y profundamente.
¡Ya soy un veterano durmiendo en playas! Y si la playa es propicia… Sin embargo al amanecer veo que ha hecho relente, puesto que el plástico de mi mochila ha aparecido empapado.
Balance de mi
salida
de Pas-de-Calais y llegada a Nord.
de Pas-de-Calais y llegada a Nord.
No ha estado nada
mal este día 100 por la costa francesa. El paso por el campo de
refugiados de Calais ha sido duro y he podido constatar otro aspecto
de la miseria humana: La falta de trabajo, la desigualdad, la
imposibilidad de que los europeos podamos circular en libertad por
Europa… Suciedad y degradación con personas que no tienen ni
presente ni futuro y que en su desespero podrían reaccionar de forma
violenta. He salido con ganas de allí. Luego las bombas y, aunque
mi desayuno ha sido tardío, el bocadillo casi ha sido comida, he
sido muy bien acogido en el Colbert de Hammes. A primera hora de la
tarde, el rico baño y la libertad de estar desnudo ha compensado la
zozobra matinal. Debo disfrutar y protegerme cuando la realidad me
supera y me siento impotente para resolver los problemas del mundo.
Del resto del día nada más que destacar. Mucha playa y buen camino
y demasiada vuelta hacia el interior para llegar de nuevo a la costa.
Tras la cena y los churros, un buen final del día bajo las
estrellas, la luna, las nubes plumíferas y la Osa Mayor.
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