lunes, 12 de junio de 2017

Etapa 35 (392) Petit Fort Philippe-Dunkerque


Etapa 35 (392) 18 de julio de 2013, jueves. Magno día para el recuerdo de la impostura.
Petit Fort Philippe-Gravelines-Saint Pol sur Mer-Dunkerque.


Etapa 101 por la Francia atlántica.

Amanecer en la duna.
Me despierto para las 5:50 horas. Pero aguanto dentro del saco y no me levanto hasta las 6:20.
 







 Saco foto de mi cama, de todo mi dormitorio. Un gran cabezal de arena es el corte interior de la duna. En la foto el protector de la mochila está dado la vuelta para que el rocío mañanero se empape en la arena y lo pueda secar más fácilmente. Para las 6:40 ya estoy en marcha.


Paseo extra de ida y vuelta.
Camino por la playa hacia Dunkerque. El sol está queriendo despuntar por encima de la duna. En el mar, un barco hace el recorrido Dunkerque-Dover-Dunkerque. Un gran transatlántico, casi colisiona, es un decir, con un barquito pequeño.
 

Es el mismo juego que hice ayer desde la playa donde me bañé. Yo pensaba que era el práctico, el barco piloto, que le iba a buscar para acompañarlo al puerto, pero la motora no tiene nada que ver con esa operación.



La Central Nuclear que no he visto desde ayer por la noche, empieza también a aflorar por detrás de la duna. Se ve que la productora de energía tiene envidia e imita al sol.

 


Ando un cuarto de hora y encuentro a un pescador en la orilla del mar y me acerco a hablar con él. “¿Toda la noche?”, le pregunto. Y su respuesta es: “No, desde las cinco de la mañana.”

 

Me dice que no puedo continuar por la playa porque el Canal des Dunes, cuya agua cumple la función de enfriamiento de la central nuclear, y el puerto, donde acaba de entrar un transatlántico, o quizás un ferry, me lo impiden. Agradecido por la información, retrocedo. He perdido media hora, un cuarto de ida y otro cuarto de vuelta. Habría sido peor si al pescador le hubiese dado pereza madrugar. Vuelvo a deshacer el camino y regreso hacia mi duna.

Segunda visita a Petit-Fort- Philippe.
Saludo a mi duna y la fotografío. Hoy lo puedo hacer con mejor luz que anoche. Me voy acercando a las casetas de baño y saco nueva foto. El faro está muy próximo y nítido, como ya lo vi ayer al atardecer, pero la iglesia que se ve no es la del Petit, sino la del Grand, al otro lado del canal.


Vuelvo al paseo marítimo, donde ya está en marcha una brigada de limpieza y también veo a un buscador de tesoros con su detector de metales. Es evidente que éste no busca bombas ni metralla. Paso a hacer el recorrido paralelo al canal que viene de Gravelines y, al pasar, tomo nota del nombre de la churrería, aunque no sé si es el nombre real, o el de uno de sus productos estrella. 
 
De nuevo foto del canal, donde la historia se repite, aunque a esta hora no hay puesta de sol que moleste, ni sol naciente que se vea. Llego a las construcciones Vauban y al Anse des Españols. Encuentro a hombre que va con un niño. Le pregunto si sabe por qué se llama así a la ensenada.
 


Él no lo sabe, pero sí me dice que aquí estuvieron los españoles unos cuatrocientos años. “Demasiado tiempo para cosa buena”, le digo, y asiente. El Puerto de los Islandeses es debido a que los franceses iban a pescar a Islandia y en recuerdo… Una forma de reparar o compensar la cantidad de pescado que se trajeron de allí. 

Claro es que entonces los mares eran de todos y había pescado de sobra. Le cuento mi viaje y luego, cuando me pasa, pues regresa en su coche, me invita a subir para llevarme a Dunkerque. Se lo agradezco, aunque ya le he dicho cómo es mi viaje, y debe saber que no voy a aceptar. Igualmente agradecido. El camino paralelo al canal, que ayer fue exclusivamente peatonal en todo su recorrido, hoy es utilizado por más vehículos de los que hubiera deseado. Me resulta menos cómodo, pues me obliga a estar pendiente de ellos. Durante gran rato voy viendo, de todos los sitios y en todas sus formas, la iglesia de Grand-Fort-Phiippe, que ayer me costó tanto fotografiar. Paso por una esclusa que regula el paso de agua entre la maraña de canales que hay en Gravelines.

De nuevo en Gravelines. Café de la Marine.
Cuando estoy llegando a Gravelines, un hombre, que está saliendo de su casa, pues está esperando a que alguien le venga a reparar algo, no me añade nada a la respuesta del hombre de Dunkerque sobre los 400 años de españoles aquí. Intento tener más información para contrastar. Me desea buena continuación. Entro en la plaza y me meto en PMU. Descargo las mochilas y el barman sale a la puerta para decirme el lugar donde está la panadería. Allí compro un caracol de pasas por 1,50 € y el café largo de leche, en jarrita espumosa, me cuesta lo mismo, 1,50 €. Me lavo, cago, escribo y pregunto. El barman es servicial y tiene poca clientela, así que me ayuda. Me dice que primero encontraré el albergue en la plaza Paul Asseman y después, si me falla el primero, que lo intente en L’Escale. Es una buena referencia para que no tenga que perder mucho tiempo. Después de escribir otro rato, a las 9:30 voy a la oficina de Turismo, que ayer estaba cerrada.

Oficina de Turismo.
La atención en esta oficina es buena, pero no tienen otro mapa mejor del tramo que me queda de Nord. En realidad, para lo poco que me queda de aquí a la frontera belga, y teniendo en cuenta que en el tramo de Pas-de-Calais me ha funcionado muy bien, no me voy a preocupar más.

Me dan plano de Dunkerque y conseguimos situar los dos albergues juveniles. Ambos están muy próximos uno del otro. Acabo de comer un caracol de pasas, y en la Oficina de Turismo tienen una escalera de caracol muy funcional. Es por eso que saco una foto de ella, sin intención de comérmela. Un espejo de fondo le da otra dimensión, amplificándola. La chica que está hablando por teléfono al ver el flash me mira y me sonríe y, como la conversación tiene pinta de que se va a alargar, llama a su compañera, que baja por dicha escalera de caracol. Cuando aterriza, me parece muy alta, le cuento mi viaje y me da sus buenos deseos. He visto también un plano de la ciudad de Gravelines y en él se aprecia muy bien todo su entramado de canales fortificados. No lo pido porque no voy a hacer un recorrido por la ciudad. Es como un hexágono o, quizás un octógono, muy regular. Tendría gracia que, al acabar la costa francesa, me acabara gustando también Vauban.


Última visión de Gravelines.
Ya con la información, regreso al PMU para enseñarle en el mapa la posición de los dos albergues, para que los visualice y su información a otros sea tan buena o mejor que la que ya me había dado, aunque sin plano. El barman me da de nuevo un apretón de manos. Salgo por el sitio que me ha indicado y voy pasando por más canales, puentes y fortalezas. Entre el canal y la fortaleza Vauban hay preciosos y bucólicos senderos, que sería necesario patear para apreciar su verdadero valor. No estoy en condiciones de hacerlo y de verdad lo siento.
 

Pero cuando voy por arriba, ya veo a alguien que pasea por ellos. En uno de los canales hay muchas embarcaciones de recreo en azul y blanco. Supongo que la gente hará recorridos por tan diversos canales. En una plazoleta con una construcción que parece medio dique holandés, un toro broncíneo parece que afronta su fuerza con la de Vauban. Dos fortalezas enfrentadas.

 
Sobre las diez y cuarto y ya saliendo de Gravellines, paso por la iglesia de Santo Thomás Becket. Me limito a fotografiar la fachada de lejos y ni me acerco para ver si está abierta o cerrada.









Cuando llego a una semi-rotonda, florecida con mucho gusto, con flores azules, rosas y blancas, que parece que se desparraman de un ánfora caída, ya estoy saliendo de la ciudad.

Recorrido hacia Saint-Pol-sur-Mer.
Va a ser un recorrido poco interesante. Se acaban las aceras, el paseo se hace monótono y se vuelve más peligroso, con mucho tráfico rodado. Para matar el aburrimiento, me entretengo en mi juego de buscar matrículas. La esperanza de encontrar un CW 999 o el primer CX antes de que mañana salga de Francia, si no hay imprevistos, y entre en Bélgica, donde ya no sé si podré construir palabras con las matrículas. Desconozco su sistema de matriculación. 

Desde esta carretera veo una vía férrea que, probablemente comunique Calais con Dunkerque y la frontera belga. También muchos pabellones industriales, que no sé si tendrán relación con la central nuclear. Altas chimeneas, tuberías enroscadas que suben y bajan, pero que no puedo ver con nitidez.

 

Hay una densa niebla que apenas me deja ver algunos molinos de viento, productores de energía eólica, por los que paso relativamente cercano. La fábrica que pensaba podría tener relación con la central, resulta ser Aluminium Dunkerque. Hoy día 18 de julio, día de infausto recuerdo para las democracias del mundo, confío en que no me ocurra nada anómalo, como fue la rotura de peroné en 2009, en la Costa Brava, que me llevó al hospital de Palamós, o la infección de mi otro pie, llegando a Audierne, y que me llevó a urgencias en el hospital de Douarnenez.



¡Mejor no tentar al maligno! Antes he escrito 999, ¡que no lo interprete como 666! La ruta ha ido cambiando. Unas veces ofrece arcén y otras no. También aparece alguna pista cyclable. La primera desviación que debo abandonar es la que se indica con el nombre de Leon-Plage, ya que ahora no me conviene ir hacia la costa, hasta pasar Dunkerque. Lo mismo ocurrirá con Grande-Synthe. Pensaba que era un centro comercial, pero resulta ser una población diversificada, aunque comienza con Auchan y Leroy, y doble entrada. Fort Mandyck va a ser algo que paso tangencialmente, sin entrar. Antes de entrar en Saint-Pol, aparece el indicador Dunkerque, a la izquierda, a la derecha y por el centro. Decido coger la dirección Saint-Pol y Dunkerque centre ville y acierto. Casi dos horas más tarde de salir de Gravelines, la carretera pasa por encima de un canal. Tal como veo en mi mapa, es probable que sea el ramal que, proveniente del Canal de Bourbourg, alimenta el Canal des Dunes, para refrigerio de la central nuclear, de la que tan próximo he estado esta mañana.

Saint-Pol-sur-Mer. Le Saint Pol.
Ya estoy entrando en este pueblo, que está a las afueras de Dunkerque y relativamente cercano al destino previsto para hoy. Va a ser un día de poco recorrido y ¡menos mal!, tras haber caminado ayer tanto por la playa, hoy el asfalto se me hace muy pesado. Me parece que las doce del mediodía es buena hora para comer, es la hora francesa por excelencia y además hoy he desayunado temprano. Una mujer, que acaba de aparcar su coche, me dice por dónde seguir para encontrar restaurante. En el camino, un joven ciclista, que lleva su bici cargada de bolsas en su maletero (faltriqueras), me saluda mientras pasa pedaleando. Un indicador de que finaliza Dunkerque. “¿Cómo puede finalizar antes de entrar?” es lo que me cuestiono y pregunto a un chico, que está medio atontado con su móvil. Está esperando en la parada del bus. Me dice que cuando acaba Saint-Pol comienza la gran ciudad. En el camino me viene el nombre de Evarista Facunda, el personaje teatral que representó, primero mi amiga Mari Luz y luego mi otra amiga Marivonne, en el Balneario de Verche. ¡A ver si llamo a Mary Luz esta noche, antes de entrar en Bélgica para que me diga dónde vive su familia política, ya que su marido, ya fallecido, era belga! Sería fantástico que ella estuviera allí de vacaciones. Casi todos los años les visita. Así, llego al Saint Pol, que ofrece como plato del día charcutería, acompañado de algo más. Estoy dispuesto a comerlo, pero prefiero pedir carta por si hubiera algo que me apetezca más. Acabo comiendo más de lo mismo, aunque hoy pido huevos fritos, que hace siglos que no como. El camarero se resiste, pues le parece mucha comida. Huevos fritos con patatas fritas y bavette, le parece excesivo. Amañamos los platos. Dejamos las patatas fritas a los huevos, y las eliminamos del filete, sustituyéndolas por “haricots”, vainas verdes. Aún le parece mucho, pero le explico el viaje que estoy haciendo. El camarero me hace un dibujo para que pueda salir sin dificultad de Saint-Pol-sur-Mer en dirección a Dunkerque. Espero a que me sirva. Cuando estoy comiendo la bavette “bleu”, que está muy rica, y acordándome de Mari Luz, y pensando de cómo voy a llamarle y hablar francés por teléfono, con mi francés elemental… me viene la imagen de mi otra amiga catalana, que se me va, y lloro con desconsuelo. Y ahora, cuando lo escribo, las lágrimas afloran de nuevo. Hasta las gafas se me inundan. Sería bonito podernos reunir de nuevo los cuatro en Barcelona, pero yo no puedo forzar a una relación de amistad a las tres que viven en la ciudad condal. Yo sólo he sido el enlace necesario de mi amiga con metástasis y a las dos Evaristas Facundas del balneario de Verche. Luisá fallece en julio de 2017. Pago la cuenta con Visa que, con un cuartillo de vino, asciende a 20,70 €. Dejo de escribir a las 14:10 y me voy con el croquis que me ha hecho el camarero. ¡A ver si salgo bien hacia Dunkerque!
De Saint-Pol-sur-Mer a Dunkerque.
En principio, el dibujo me sirve para salir, pero debo preguntar varias veces hasta salir a la carretera que me llevará a la gran ciudad. Donde ya empiezo a ver canales y hasta que enfilo la calle París.



Saliendo de Saint-Pol, paso un puente sobre la carretera principal. Después paso por el M.V.A., la Casa de las asociaciones, que aquí denominan Maison de la Vie Associative. Esto es un buen indicador de que las asociaciones en Nord tienen vida. Como cuando lo vi ayer en Gravelines, hoy también me vuelvo a acordar de Irun, donde tendremos que esperar aún tres años más. La única pega que encuentro a este edificio es que está muy a las afueras de la ciudad.













Dunkerque.
Paso más canales y avisto una iglesia con dos torres. En la fachada de una casa me vuelvo a encontrar las siglas CAF, como saliendo de Calais. Nuevos recuerdos iruneses y beasaindarras.
 

Llego a la iglesia, fotografío la fachada principal con las dos torres campanario, y entro. Se está celebrando un óbito, un deceso, como dicen los galos.






















El fallecido ha convocado a un número respetable de familiares y amigos. Desde el atril, alguien dice unas palabras de despedida. La iglesia es de cruz latina con crucero luminoso y, por lo poco que veo de ella, me parece que no está muy recargada de santos, pero no visito las naves laterales en atención a los feligreses y al acontecimiento luctuoso que celebran. 
 
Salgo de la iglesia y, cuando llego a la calle París, que es un buen referente, decido la estrategia a seguir para llegar al albergue juvenil. Son las tres cuando he salido de la iglesia y, para las 15:15 ya estoy por el paseo, con el canal a la derecha, en dirección a la costa, pues desemboca cerca de la playa.

 

Paso por una zona preparada para hacer ejercicios gimnásticos.







Siguiendo la dirección del dique, llego hasta el último puente, por el que debo pasar para llegar a la plaza que busco.
 
L’Escale. Auberge de Jeneusse. AFEJI.
Paso el puente y llego a un edificio que no pone nada de A.J. y sí algo referente a Teatro. Un chico, que va con su chica, me dice que ese es el edificio que busco. Entro y una chica me dice que este edificio fue un día albergue juvenil, pero que se trasladó a otro… y sale para indicarme por dónde debo ir. Debo volver a pasar el puente y seguir por el barrio del Grand Large. Alcanzo a la pareja, agradezco su información inexacta, y digo lo que me han dicho para que, si quieren ayudar a otra gente que les pregunte, puedan decir cuál es el verdadero Auberge de Janeusse, el de L’Escale. Hacia allí me dirijo. Subo unas escaleras que debo volver a bajar. ¿Será por ellas que el edificio aledaño se llama así? Entro en el edificio y en recepción no hay nadie. En el mostrador está un cuarentón, que parece monitor de un chaval mayor en silla de ruedas. Encuentro a más “handicapés”, que me persiguen. Este hombre me dice que el albergue está completo, con varios grupos que lo comparten. Llama a alguien que está dentro. Sale otro que por el material que lleva en los bolsillos de su peto, cables y otras menudencias, me parece que puede ser el que hace las reparaciones eléctricas y que también se dedica a completar habitaciones. También me dice que el albergue está completo, pero que va a avisar al responsable del “accueil” que va a ser una persona “accueillante”, acogedora. Mientras la recepcionista mira sus registros y otra le complementa información en el ordenador, yo saco mi carnet de alberguista, el de identidad y la tarjeta Visa. Me pregunta: nom… prenom… y le dice al chico del peto que complete la 307 y me da la tarjeta para entrar en la habitación. Pago con la Visa 26,74 € que es lo que me cuesta la cama con el desyuno (22,40), el kit de sábanas y las toallas (3,90) y la taxa (0,44). La factura me la dará mañana.

Cojo un ascensor que no funciona y luego otro que estaba más cercano y que es OTIS y me sube al 3º. Entro con la tarjeta que aquí funciona bien y a la primera. La habitación es amplia, con dos camas bajas, una mesa con luz natural que le viene de la izquierda, ¡perfecto!, y con enchufe. ¡Hoy que no tengo que cargar ni móvil, ni cámara! Primero hago la cama y extiendo el saco algo humedecido de la noche, para que se seque bien, sobre las sábanas. El baño es enorme, con asiento plegable en la ducha, preparado para personas con minusvalía. Se ve que hoy conviviré con ellos. El asiento no sólo servirá a los minusválidos, sino que alguna persona mayor, como yo, también lo voy a usar para lavarme bien los pies. La uña del dedo que va junto al dedo pequeño izquierdo, ya está casi negra, pero la que estaba casi negra del derecho, ha emblanquecido. Hoy cago diarrea pero no me preocupa mucho. El día de San Franco no me ha dejado sin albergue y espero que tampoco me mate de una cagalera. Después me ducho. Como no todo van a ser parabienes, la cebolleta de la ducha no se sujeta bien arriba y el acto de ducharme va a ser menos placentero de lo que hubiera deseado. La toalla pequeña no la usaré, pero irá limpia de nuevo a la lavadora. Tendría que revisar las facturas de otros albergues para saber si este es el más caro de mi historia. Pero todavía no he llegado a Holanda y Dinamarca, donde tendré que pagar más que aquí. Después lavo camiseta y calzoncillo y lo tiendo en el ropero, dejando las puertas abiertas de par en par. Aunque he puesto la manta encima, es probable que con la sábana sea suficiente. Escribo con buena luz natural. Dunkerque 2013 es Capital Regional de la Cultura y consigo un programa que se desarrolla del 6 de julio al 12 de setiembre. Elijo algo programado para hoy en la “digue” Malo-les-Bains, pero primero debo localizar el dique. Lo llaman Letter Camp-Les jeudis de Malo. Me llena de curiosidad sin saber qué puedan ser estas cartas de los jueves. Lo malo es que no sé si es un horario continuo desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la tarde, o son dos sesiones independientes, una que ha sido a las 10, y otra que será a las 8. Tampoco viene el horario de otro espectáculo que me pudiera interesar y que empieza hoy: Festival de músicas tradicionales. No tengo el programa. Dejo de escribir a las cinco y media. Ya veré si ceno más tarde y dónde.


Un paseo por el Dunkerque cultural.
Aunque la capitalidad de Dunkerque es regional, me intereso porque en 2016 Donostia-San Sebastián será Capital Europea de la Cultura. Cuando transcribo este diario, para colgarlo en mi blog, ya estamos casi en verano de 2017. El balance que se hace de Donostia-2016 es variopinto y dependiente de la implicación que cada uno haya tenido. Yo creo que fue una experiencia interesante, con aciertos y desaciertos, de donde otras futuras capitales tendrían mucha enseñanza que obtener. Creo que, en conjunto, la experiencia fue más positiva que negativa. Pero antes quiero pasar por la oficina de información y, primero, volver al lugar del teatro, donde antes estaba el albergue juvenil, por si hay algún espectáculo teatral para ver. Me pilla de paso. Pero al bajar de la habitación, veo en la puerta una navette que va a salir en cinco minutos hacia la playa de Malo.

Voy hablando con dos chicas jóvenes poco receptivas y acabo compartiendo mi viaje con la señora de enfrente, a la que le gusta lo que estoy haciendo. Bajo en la primera parada de la “digue”, el dique que es el paseo marítimo. Pregunto a tres chicas encargadas de controlar entrada de los vehículos, por donde he pasado antes con la navette. No me saben decir en qué dirección está lo que busco y decido ir en la contraria a la que me indican porque allí está la oficina de turismo donde creo que me orientarán mejor. Allí me dicen que la actividad se desarrolla en el contenedor rosa que está en la arena. Bueno, al menos ya lo tengo localizado. Paso por la Biblioteca donde se pueden coger libros para leer en la playa o en la terraza. Esta es una actividad cultural propia del verano y para todos los veranos, que no sé si estará recogida en el programa de 2013, pero que debiera estarlo. Fotografío a los lectores de la terraza.
 

La zona Malo de la playa alberga en la arena unas cabinas muy interesantes, con un diseño curioso que me gusta. También camas elásticas para que los niños ejerciten y sean menos obesos.

 


Así llego al contenedor, donde dos mujeres jóvenes sentadas se respaldan y ocultan del viento, con algún niño, mientras los otros juegan y el padre se mantiene en pie. Quitar el viento será la única actividad cultural que va a ofrecer este contenedor pantera rosa. El contenedor está cerrado a cal y canto y pregunto a la familia. No saben nada de la actividad programada. Vuelvo donde el bibliotecario, por si sabe algo. Como tampoco sabe nada, regreso a la Oficina de Turismo. Me dicen: “Se habrá suspendido”. Regreso al contenedor y hablo con las dos mujeres, mientras los dos maridos juegan en la arena con sus niños, en dos grupos. Vuelvo por tercera vez, por si me saben orientar para ver dónde puedo comer “lapin”, conejo. No sé la razón por la que me apetece. Me dicen que es necesario ir a pueblos del interior, en la campiña, y que los restaurantes no lo suelen ofrecer en verano. Lo mismo me dirá la señora donde ceno: “Es plato de invierno”.
 
Camino por el paseo marítimo de la playa de Malo, y encuentro una caseta de obra, decorada con elementos de voleibol. Hay alguna red montada cerca y quiero pensar que allí guardaran los elementos necesarios para poder practicar dicho deporte. Cuatro mástiles altísimos ofrecen banderas de cuatro colores. En principio pienso que es el sistema de informar a los bañistas sobre las condiciones del mar. Pero si no hay peligro, bastaría con la verde y, si lo hubiera, no tienen la roja. En vista de lo cual, decido que es una manifestación colorista para alegrar el paisaje del paseo. En vista del éxito obtenido, con la actividad cultual elegida e inexistente, y a falta de Letter o Lettres, me voy a leer cartas de restaurantes para ver si encuentro algún conejo. Leídos menús y cartas, creo que finalmente acabaré comiendo “moules-frites”, los consabidos mejillones con patatas fritas.
 

Me meto por el interior, buscando Centre-ville y me va llevando al punto de partida. En un pequeño parque, encuentro otro contenedor rosa, también bien cerrado y en el que leo algo distinto de lo que pone en él: El arte a prueba de bombas. Son contenedores culturales, tan potentes, que no hay quién los abra. Llego a una iglesia que parece la proa de un barco apunto de zozobrar.
 
Me gusta su forma pero no sé la razón por la que han alejado tanto su campanario. Por su posición, los fotografío por separado.

















Es así como vuelvo al Casino, que es como otro gran contenedor acristalado de líneas rectas, cuadrangular.
 


Está cerca del Kursaal, el Palacio de Congresos, una gran K roja destaca de un edificio bajo, también acristalado y que no desentona de la forma constructiva del Casino. Aquí finaliza mi frustrada actividad cultural de la jornada.



  
L’Escadre.
Es una brasserie cercana a esta plaza. Si voy a dormir en la escala, ¿por qué no voy a cenar en la escuadra? Pido tagliatelles boloñesa y una Grimbergen, pero esta vez será rubia. Me impactó más la negra, pero debo aprender a pedirla. A pesar de que mi cena es para cubrir el expediente, la señora me saca dos tapas de surimi con mahonesa. Me entran muy bien con la cerveza mientras espero la pasta. Soy el único cliente y la mujer se muestra muy atenta. Me da las claves para que siga mañana por la playa hasta llegar a Bélgica. Y un poco más de la continuación por las playas belgas. Pago con Visa 15,95 € y este va a ser el último pago que haga con la Visa en Francia.

Regreso a L’Escale. 
Le Bateau Feu y el LAAC.
De regreso, recalo en el Teatro, el antiguo A.J., pero ya está cerrado, lo que me hace pensar en que hoy no había función, si es que hacen teatro allí o no es más que un lugar donde ensayan los grupos locales. Saco foto del exterior. Se llama Le Bateau Feu y el anagrama es un pez volador. No sé qué tendrá que ver este pez que vuela con un barco de fuego, aunque en el argot teatral, también puede ser interpretado “feu” como candilejas, que sí tendría algo que ver con el teatro. Anuncian una obra para finales de setiembre, lo cual hace pensar que en el ínterin no habrá nada más.
 
Paso el puente sobre el canal y, al otro lado, en el quartier du Grand Large, hay un edificio singular, es el mismo barrio del albergue. Figura en el mapa con el nº 6 pero como lo he recortado y reducido a la mínima expresión, no puedo ver la leyenda correspondiente a dicho número. Mañana pasaré y leeré: Espacio Artístico LAAC.


No sé si se hará allí buen arte o no, pero el edificio es artístico. Me acerco para verlo mejor, y lo fotografío de más cerca y con el cartel anunciador. Esta vez, sin subir ni bajar escaleras, entro en L’Escale. Paso al patio y descubro el comedor. El desayuno para mañana será entre 7 y 9. Me lo confirma una chica de verde. También que no hay teléfono público ni dentro, ni fuera, ni en las cercanías. Yo ya sé dónde hay uno, pues he llamado a Mari Luz y me ha salido su contestador automático, con la voz de su hija. Le pido que me deje usar el suyo sin coste de llamada, marcando el número de mi tarjeta telefónica, y me dice el “desolé” propio de las personas que no están desoladas. Cumple órdenes y punto. Y yo lo comprendo, pero no me gustan estos “desolés” no sentidos.

Descansando en la habitación.
Son las nueve cuando subo. Orino, escribo y me tumbo a descansar hasta las diez que será buena hora para llamar a mi hermana a Londres. Reflexiono sobre el día. Ha sido mala pata que, para una actividad que me atrae de las programadas, se haya suspendido (?). Me adormilo y, cuando me despierto son las diez y me da pereza levantarme, pero creo que lo debo hacer, que es el momento de hacerlo. Un tira y afloja conmigo mismo. ¿Quién de los dos Javis vencerá, el perezoso o el vital?

Teléfono en cabina.
Hoy vence el segundo, y salgo a la calle con el jersey puesto, aunque a las siete de la tarde ya ha salido el sol, que finalmente ha conseguido romper la niebla, y ha quedado un cielo limpio, a esta hora ya no calienta y el viento sopla. Rodeo de nuevo la montañita de las escaleras por el lado del canal, donde cuatro pescadores hablan muy alto, demasiado fuerte. Aunque el perrazo me ladra, igual que si me viera con las dos mochilas, ellos siguen a lo suyo sin mandarle callar. Cruzo el puente y voy hacia el Casino. Localizo las dos cabinas gemelas, y utilizo la misma desde la que he llamado antes a Mari Luz. Ahora le vuelvo a llamar la primera y esta vez sí me coge. Me dice que estuvo en Bélgica en mayo por un aniversario de boda de su sobrina, pero que ya no va a venir en agosto. Pone empeño en que llame a su familia, que vive en un pequeño pueblo que empieza por Oos… Pero más largo que Oostende. Como no tengo intención de aparecer por allí no estando ella, ni lo apunto, entre otras razones, porque tampoco he traído boli. Me dice que está antes de llegar a Nieuwport. Cuelgo y llamo a mi hermana. Se pone su marido, Jon, quien reconoce la posición de Dunkerque enseguida, no en vano está tan próximo a Londres. Me pasa con Lucía, quien me dice que lo de ir a Canarias no será hasta setiembre. Irán todos ¿Mikel también? Le cuento mi experiencia en el campamento de rumanos y ella me dice que son los que quieren pasar a Inglaterra y los ingleses se resisten. Le digo que para mediados de agosto espero estar en Irun.

A soñar con los angelitos.
Regreso al albergue, me acuesto y duermo como un lirón. Pero como debo mear la cerveza, me levanto tres veces durante la noche. Para cuando he salido a las diez, los adolescentes ya habían dejado de armar jaleo con actividades de grupo en la terraza. No he tenido compañero de habitación.

Balance de una corta jornada, la única completa, en Nord.
Ha sido providencial el pescador de esta mañana. Me ha evitado recorrer en vano muchos kilómetros. Bien atendido donde he desayunado, donde he comido y donde he cenado. Nada especial que destacar en el recorrido. He tenido suerte en desoír cuando me decían que el albergue estaba completo. Al final he estado solo. La habitación y el baño, todo para mí. He hecho, por fin, las dos llamadas que hace días debiera haber hecho.

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