viernes, 29 de abril de 2016

Etapa 02 (359) Saint Pabu- Saint Gérau


Etapa 02 (359). 15 de junio de 2013, sábado.
Saint Pabu-Carouel-Erquy-Plage Le Lourtuais-Sables d’Or les Pins-Cap Fréhel-Fort La Latte-Port Saint Gérau (Fréhel).


Hoy sacaré la mitad de fotos que ayer. Hubo demasiados caballos en honor a las apuestas del PMU de Valerie. Si sólo contamos mi viaje por Francia Atlántica, ésta es la etapa 68.

Amanecer en la playa de Saint Pabu.
Me despierto a las 05:15 horas, pero vuelvo a dormirme hasta las seis. Aguanto un poco más y me levanto a las 06:15. Rehago la mochila. Al haber necesitado por la noche la capa y con el par de sandalias al fondo, me cabe todo a duras penas. Queda muy abultada. Este año voy con una funda naranja, para proteger la mochila, que no ayuda cuando necesito coger o meter algo en ella. Sin embargo, la pequeña va bien y con todo a mano. Con todo recogido, para las 6:30 ya estoy en marcha. 
 
Voy hacia Carouel por el caminito que me lleva hacia el GR-34, pero vuelvo a descender porque me entran dudas sobre si el pueblo al que pertenece esta playa se llama Saint Pabu o Le Pabu. Una vez leído el panel de la playa y asegurado lo correcto de su nombre. No está lloviendo, voy con la capa puesta y, como es temprano y hay poca circulación, decido olvidarme del Grand Randoné y seguir por la carretera. Por la playa no iba a encontrar sitio para desayunar, y por la carretera… tampoco.

Carouel. Un pueblo fantasma.
Ha dejado de llover, pero sigo con la capa puesta para que se vaya secando y no tener que guardarla húmeda. 
 
Ahora sirve para quitarme el fresco de la mañana. En todo el trayecto sólo me cruzo con un coche. Al pasar por Carouel no veo a nadie. Ni puedo preguntar, ni probablemente aquí haya un sitio para desayunar. Menos a estas horas tan tempraneras y en sábado. Saco foto de la playa que va quedando atrás. Pronto llego a un lugar, probablemente todavía perteneciente a Corouel, donde ya se puede ver la siguiente bahía y el puerto de Erquy. 
 
Aquí tengo apuntado en mi mapa que está la playa nudista de Le Lourtuais. Habrá que buscarla. Saco foto de la playa y del puerto de Erquy.

Erquy. La Chapelle des Marins.
Entrando en este pueblo, encuentro un Lotto-Tabac abierto, pero no sirven cafés. Me dicen que lo mejor que puedo hacer, si quiero desayunar, es acercarme al puerto. Antes de entrar en algún sitio en que den desayunos, paso por la plaza de la iglesia. 
 



Después asciendo por una cuesta y llego a otra. A pesar de ser grande, la llaman Capilla de los Marinos, quizás sea de los marineros. Está enclavada en lo alto y delante tiene un gran crucero pero de factura actual. Su situación geográfica en la cima, da cierto encanto al conjunto. Una carretera hacia la derecha, indica servicios municipales. Cuando estoy bajando hacia el puerto, veo a una chica que pone un cartel en su establecimiento. Cruzo al otro lado de la carretera y leo: “Menú 11 €” y entro a desayunar.

L’Eden.
No está mal que, al inicio de la jornada, uno pueda desayunar en El Edén. Está en la calle Notre Dame. Una invitación para que vea la catedral cuando de regreso pase por París. La propia camarera va a comprar los cruasanes a la panadería y, aunque no tengo certeza, me cobrará más caro que si los hubiera comprado yo directamente 1,30+1,30+ 1,50 por el café con leche, hacen un total de 4,10 que, como tengo una moneda de 20 céntimos, dejo 10 de propina. Así que el desayuno me cuesta 4,20 €. Pregunto a clientes sobre las mareas de hoy y me dicen que la pleamar es coincidente con la medianoche. No consigo que me digan el nombre de la Chapelle que vi repetidamente ayer en la desembocadura del Gouessan. No sé por qué razón, creo que puede ser la de Santa Ana. La leche me la saca en jarrita aparte y supera las medidas habituales. Me añade más, después de que el croissant haya absorbido más de la mitad. Me quedo escribiendo hasta las 9:35 horas, que es cuando voy al retrete. Cago bien y hago con mi cara un lavado de gato. Recojo todo, me despido y para las 9:45 ya me voy hacia el mercadillo y el puerto.
Día de mercado en Erquy. Araignée.
Pues no señor, ni mercadillo, ni puerto. Nada más salir del Edén leo un cartel que me indica la desviación hacia el Cap Erquy y por allí continúo. Sin salir de entre las casas y sin proponérmelo, veo una mínima parte del mercado. Se trata del puesto que han montado unos jóvenes, al margen del oficial y, probablemente, sin la autorización municipal correspondiente. Es lo que pienso, ya que no tiene sentido que lo tengan montado tan alejado del lugar establecido para el mercadillo. Lo que estos chicos ofrecen es “araignée”, que se puede traducir por araña de mar pero que, más propiamente, llamamos centollo. Los portugueses los llaman “sandola”. 
 
No son de gran tamaño si los comparamos con el que voy a comer a mediodía, tentado por estos que veo ahora. Les pregunto si también los venden cocidos y me dicen que no. Crudos no me los puedo llevar, ¿dónde los prepararía? En île de Batz, al Norte de Bretaña, tuve la oportunidad de ser invitado a “crave”, buey de mar, como ya os conté. Me gusta mucho el buey que, preparado, en el País Vasco llamamos “txangurro”, que también puede ser de centollo. Se asombran con el viaje que estoy haciendo y me desean buena continuación. Me dicen que voy en buena dirección como para llegar a la playa nudista de Lourtuais. Tengo que seguir la misma dirección que al cabo Erquy. Ya en las casas de las afueras, veo una que se pierde a la vista del caminante separada por un seto de arbusto de hojas similares a las del ciprés. Lo más curioso me resulta cómo han horadado el seto para que se vea el número de la casa, un contador, que supongo para el control de consumo eléctrico, y el buzón de correo de La Poste.

Cap Erquy y/o plage de Lourtuais.
Todos los indicadores de playa se van hacia la derecha, pero el cabo y la playa que busco se escoran hacia la izquierda. Parece que estoy retrocediendo. En un lugar cuyo pavimento está siendo reparado, acaba de detenerse una familia con niños. Una pequeña va en la mochila de su padre. “¿Pour manger?”, pregunto y me confirman que efectivamente, han parado para comer. Supongo que será un frugal almuerzo, pues aún es pronto para comer. Me confirman que por donde voy se va al cabo.

Cuando llego al lugar donde el camino se bifurca y señala cabo y playa, lo tengo tan claro que no lo dudo. Me olvido del cabo, que me obliga a retroceder un poco más, y bajo hacia la playa. Enseguida, intuyo más que veo, pues los helechos y el matorral me lo impiden, la playa que busco. En la foto que saco, lo que mejor se ve es el cabo con sus islotes. Los más próximos, rocosos, están unidos al continente por un istmo que es playa. El camino de acceso coincide con el GR-34. 
 
Cuando estoy a unos pasos de la playa, el camino continúa hacia el Este y una escalera de madera me invita a bajar a la playa de Lourtuais. Bajo los peldaños y ya estoy en la arena. ¡Cuántas ganas tenía de descalzarme! Me dirijo hacia el lado Oeste, que tiene rocas protectoras del aire que, sin ser excesivo, sopla. Al no hacer mucho calor, sin las rocas, el viento resultaría desapacible. Por delante de mí, un hombre ha bajado a la playa con sus dos perros. Otro ha continuado por el camino, por donde más tarde iré yo también.

Nudismo en Lourtuais.
Me desnudo en la zona de rocas y voy al agua en donde no las hay. Mi baño es de entrar y salir, un baño simbólico, ya que ni el viento ni el poco calor colaboran para que tome un baño relajante placentero, y enseguida vuelvo a mi circo protegido. Fotografío el lugar de playa y rocas. Me seco paseando por la orilla hacia el Este. Al pasar, saludo al de los perros y continúo al extremo opuesto de la playa, zona en que hay cantos rodados y cascajo, que me abstengo de pisar. Salvo en los dos extremos, éste de “caillou” y el mío de rocas, el resto de la playa es de arena fina muy agradable. Cuando estoy volviendo a mi sitio, veo que va hacia allí una pareja. Como yo he ocupado ya un lugar central en el circo entre rocas, ellos prueban un lugar en la arena más próximo al agua. Pero no se encuentran cómodos y acaban decidiéndose a venir hacia la zona en que estoy yo. Colocan sombrillas protectoras, pero una se la vuela el viento enseguida de colocarla. Él se desnuda nada más llegar, pero ella se hará la remolona. 

Para facilitar las cosas, me voy con mi cámara para sacar una foto de la playa desde las rocas que hay en la mitad, antes de empezar el pedregal. No había cogido la máquina en mi primer paseo tras el baño. El cabo Erquy y su playa se ven con mayor nitidez. Me gusta este conjunto. Cuando estoy volviendo a mi sitio, otra pareja ha tomado la parte delantera, donde lo habían intentado los primeros, y parece que se deciden a quedarse ahí. Pero en seguida él se viste, no puedo asegurar si es de neopreno o por el frío que hace a mar abierto. Ya en mi sitio, hablo con mi vecino. Le cuento mi viaje y proyecto de llegar a Alemania. Me dice que para llegar a comer a Frehél me quedan 20 kilómetros. Van a ser las 11:30 horas. Imposible llegar a hora adecuada para comer. Acaba de llegar una nueva pareja y mientras están preparando sus quita-vientos, yo me visto, me despido de la pareja con quienes he estado hablando, y parto por el GR-34. Subiendo los peldaños de la escalera de madera, encuentro a un matrimonio muy mayor y muy asertivo. Ella es gruesa pero con una cara muy fresca y amigable. Me dice que no voy a encontrar nada para comer en el camino. Confirma lo que ya me ha dicho el nudista en la playa. 
 
Me despido de ellos y me armo de valor para subir la escalera en que se convierte el GR-34. Después de ascender a la primera loma, me encuentro con otra pareja, pero me alejo del camino, asomo al acantilado, y saco una foto de la playa de Lourtuais, que ya va quedando atrás. Ofrece una buena visión de conjunto. La playa en el istmo del cabo Erquy es más pequeña de lo que me ha parecido antes y da a dos aguas, a uno y otro lado del islote roqueño. Desde arriba se aprecia también el escalonado camino y el sendero serpenteante.

Hacia Sables d’Or, les Pins.
Recupero a la pareja, y voy un rato hablando con ellos. Como van muy lentos, no tienen prisa para llegar a comer a ningún sitio, pronto les dejo seguir a su ritmo. Me da la impresión de que ellos llevan la comida en la mochila, pero no. Me han dicho que ellos tampoco conocen ningún sitio cercano para comer. Acabarán comiendo en el mismo lugar que yo. Poco después de dejar a la pareja, en la cima de una escalera, una chica adivina que soy español. Me dice que hay una crepería enfrente de una isla que tiene una capilla. “La isla no tiene pérdida”, me dice, “la irás viendo por el camino de la costa”. Me ha advertido también que está difícil de encontrar si sigo el camino, que es mejor que lo abandone y me acerque hacia el borde del mar. Me calcula una hora o tres cuartos el tiempo que tardaré en llegar. Le gusta el recorrido que estoy haciendo y mi intención de llegar caminando hasta tierras de Germanía. 
 
Agradezco su información y, cuando me estoy despidiendo de ella, veo que el matrimonio que he abandonado hace unos momentos está subiendo por la escalera y se acerca peligrosamente. Acelero y cojo distancia. No me gustaría volver a hablar con ellos y, por su lentitud, dejarlos de nuevo en la estacada.

¡Isla a la vista!
Avanzo por el camino magnífico y, como sigo estando en la parte alta del acantilado, enseguida localizo la isla con capilla de referencia. 
 
Un poco antes de la isla, hay una playa y un conjunto de casas muy próximo a ella. Por detrás, un gran bosque de pinos me hace pensar en Les Pins, el complemento de la plage d’Or, la playa de Oro. No confundirlo con Marina d’Or de Oropesa. El punto donde está la playa y las casitas de cuento de hadas, da una imagen idílica del lugar que tan bien se ve desde las alturas. Pero, sin llegar tan lejos, en el siguiente entrante de mar, enseguida aparece otra playa intermedia. Tiene muy buen aspecto, hay poca gente y es especial para darme otro baño en bolas pero, como acabo de darme uno, no excesivamente placentero, y por la premura de la hora de comer, ni intento bajar a la orilla. Saco otra foto a playa pasada. 
Cuando llego a la siguiente loma, ya tengo más cerca la playa y el poblado y saco otra foto desde arriba y antes de empezar a bajar hacia las casas que lo componen. Ya casi a ras del mar, no veo acceso a esta nueva playa y me supongo que el único lo tendrá en la parte central, la más próxima al caserío. El camino sigue siendo bueno y, aunque con ascensos y descensos, voy avanzando. 
La parte intermedia, entre la playa y el camino, se configura en dos partes bien diferenciada, la parte de dunas con plantas propias de su hábitat y la de helechos, la más próxima al sendero. 

 


El GR-34 va junto a la carretera y las casas. Como muestra de estas casas unifamiliares, que me gustan, saco una foto de una de ellas. El techado imita a los bretones de paja. No intento bajar a la playa y continúo hacia la isla con capilla. Cuando termino de pasar el poblado, orino junto a un seto. Como la joven me ha dicho que la crepería está escondida, apartada del camino, dudo si salir o no del GR. En su patio, fuera de su casa, un hombre pela dos tacos de madera que tiene agujereados y avellanados. Con la lijadora portátil en marcha no puede oírme a pesar de que le grito. Me quedo un rato observando su trabajo. Su forma de trabajar es muy meticulosa. 
 
Iguala las superficies, pule los cantos de las dos piezas y, por fin, tras 4 o 5 minutos de espera, pulsa el interruptor y para el mecanismo. Le llamo y se acerca más. Me contesta que la crepería Saint Michel se encuentra más abajo sin salir del GR-34. O es otra crepería, o la orientación no coincide con lo que me había dicho la primera informante. Todavía tendré que pasar por otra playa, ésta de piedras. Desde arriba, ya veo muchos coches aparcados y gente vestida de fiesta. Parece que celebran algún acontecimiento, probablemente una boda. 

Desde arriba no veo la carpa que tienen montada para el aperitivo pero, cuando estoy ya a borde del mar, la veo. Es una carpa blanca, hacia donde se dirige la concurrencia. Ni intento que me inviten a comer. Difícilmente, con mi atuendo mochilero, podría camuflarme como invitado del novio o de la novia. Quizás me dirían: ¡Pero si esto es un bautizo! Parece que estoy remedando el clásico chiste del gorrón auto-invitado. 
 
La siguiente foto la saco ya desde la playa de piedras y bloques de contención del mar previstos para defensa contra las fuertes mareas. La isla con su capilla, está ya a tiro de piedra, pero no voy a lanzar ninguna, no vaya a ser que descalabre a alguien. Todavía tengo que pasar por una montaña de piedras con algunos trozos que se desmoronan. Por estar de cara al mar y recibir gran cantidad de rayos solares, se ve que el lugar es propicio para que campeen a sus anchas las víboras. 

Un cartel advierte del peligro: “Atention aux viperes” es lo que leo. Conozco a las víboras, las temo y, aunque no pongan “Interdit”, actúo como si esa fuera la palabra que he leído. Creo que éste si sería el lugar apropiado para poner señal de prohibición, y no en el acantilado precioso de Etretat. La pasada semana, concretamente el 23-04-2016, vi la película “Les souvenirs”, perfectamente traducida al castellano como “Los recuerdos”, donde informan que estos acantilados son propicios e invitadores a que los suicidas se quiten la vida. Si ese es su deseo, que les dejen hacerlo, pero que no prohíban caminar por su magnífico sendero a los caminantes que disfrutamos con los paisajes más hermosos del planeta. Etretat está en la costa Normanda de Seine Maritime, costa que tiene los acantilados más bellos de Francia. Al salir del cine, una pareja los comparaba con los británicos de Dover. Pero sigamos caminando hacia la crepería, que ya tengo mucha hambre. No sé la dificultad para llegar a ella desde el lado contrario pero, desde el camino que yo traigo, aparece con facilidad.

Centollo en creperie Le Petit Saint Michel.
Según la nota de pago, está en 68 Route de Lornet. Esta crepería pertenece aún a Erquy. Me siento en la terraza pasada la una. Desde aquí no se ve la isla que me ha servido de guía. Me ofrecen lasaña, que me apetece pero, al ser de salmón, la rechazo. También tienen Tourtteau (buey de mar) y Araignée y, para la una y media, ya tengo el gran centollo encima de mi mesa. Es el doble de grande que los que me ofrecían los jóvenes de Erquy. Casi no cabe en la mesa y debo hacer sitio para que entre la fuente para echar las cáscaras. Aunque tengo hambre, no me lo voy a comer con cáscara y todo. No es tanto el alimento que meto al coleto que, en realidad, a peso, no es tanto, sino la satisfacción con que me voy a comer esta “araignée de mer” lo que más me va a alimentar. El centollo me lo completan con un cuenco de mahonesa, que en la cuenta figura con el nombre de “araignée mayo” y 15 €. Aunque me lo como en junio, confío en que no estará caducada, ni la araña, ni la mayo-nesa. Me añaden dos euros de una pequeña ensalada de lechuga, tomate y chalota. Como no está suficientemente aliñada, me la como con un poco de la mahonesa servida y que luego no probaré con el centollo. Me limito a una copa de tinto Saumur Champigny. Saumur es el lugar más al Sur, donde viven mis amigos Virginie y Alain. Son los que en el verano pasado me acogieron en su mobil-home en Mesquer y con los que me voy viendo casi todos los años desde entonces cuando vienen a Cambo-les-Bains a su balneario de octubre-noviembre. Bien en Irun o en Cambo, dormimos en su casa de alquiler o en la mía. Poco antes de sacarme el centollo, llega a comer el matrimonio que he abandonado entre las dos escaleras ascendentes al venir, tras el baño. Ellos piden dos menús y, cuando ven mi centollo, se asombran del tamaño. Quizás también por el precio que voy a pagar por él. Lo han sacado sobre una plancha de pizarra, para que parta mejor el caparazón y las muelas o patas. El trabajo mayor ha venido de sacar el contenido de las muelas con los utensilios que me han facilitado. He procurado sacar la carne de las cavidades sin romperlas. Ha sido mucho trabajo previo, pues la carne la iba echando al caparazón. Al final lo he revuelto todo en la cabeza del centollo y lo he empezado a comer. Revuelvo y saboreo. Es pura delicia. Al final como una crepe de banana y pago con Visa 24 €. No me conviene pedir para comer este tipo de manjares, no tanto por el costo, como por el tiempo que dedico a comerlo. Desde que he comenzado a diseccionarlo, hasta que he acabado la última pata y el contenido del caparazón, han pasado una hora y tres cuartos. ¡Excesivo! Y todo el rato relamiéndome. Aunque no muy bien alimentado, este capricho me lo puedo permitir al inicio del viaje, cuando todavía no he empezado a perder kilos. Al final del verano, la mahonesa y el pan no habrían quedado casi intactos sobre la mesa. Nunca he comido centollo con pan y mahonesa y hoy no va a ser la excepción que confirma la regla. 
Ay si los pillara por la noche, cuando llegue a dormir a un lugar en que no hay ningún establecimiento hostelero. Pero ya lo contaré…, me estoy pasando tres pueblos…, o menos quizás. Como he sacado foto al traerme el centollo a la mesa, ahora no queda más que sacar otra cuando he finalizado. Así sabré el tiempo que ha transcurrido mientras lo he diseccionado y comido. Ventajas de la tecnología de mi cámara. No confundir cámara con camarera. No puedo tener buena conversación con una camarera que está haciendo sus pinitos con el castellano. No tiene el nivel necesario, y lo que me dice y lo que entiende es muy fragmentario. No me ha parecido muy espabilada cuando le he pedido mi crepe de banana. Como llevo demasiado tiempo peleando con el centollo, no me quedo a escribir y salgo a las 15:15 horas. La camarera me dice que todavía estoy en terreno de Erquy y que, hasta que no pase el río, no estaré en Fréhel.

Plage d’Or les Pins. Nudismo sin baño.
Para las tres y media ya estoy en la playa y voy caminando por ella. Hace viento y protegidos por rocas y quita-vientos, hay al menos una mujer que protege su cuerpo con una gran toalla. Parece que alguien más está tras el para-vientos. La foto la saco más que nada por la isla, ya que va a ser la situación más próxima a ella. Todavía sacaré dos fotos más en mi alejamiento hacia el Este. Tenía la opción de continuar hacia Fréhel, que ocupa un espacio al sur del siguiente rectángulo peninsular, si es que se pudiera llamar así a lo que queda entre los dos mares, el actual y el siguiente, pero lo que podríamos considerar istmo es tan ancho que no lo permitiría. 

La razón para no hacerlo, es que quiero ir hacia el cabo Fréhel. Pero primero pasaré un rato en esta playa de Oro. Tras caminar un rato por ella y con la inseguridad de un sol que entra y sale de entre las nubes, veo posibilidades de estar desnudo en la parte de arriba. Dos niños juegan horadando en “le sable”, la arena, y haciendo montañas con ella. Avanzo un poco más adelante y me desvisto. Me tumbo al sol, pero no me doy baño por dos razones, la temperatura no es alta y el agua de la orilla está muy alejada de donde estoy tumbado junto a los barrotes que protegen las dunas y que están conectados por cables de acero. Estoy desnudo a prudente distancia de una mujer que lee muy enfrascada en su lectura. Se ve que la tiene atrapada. De vez en cuando el aire levanta la fina arena y me embadurna. Antes de marcharme se me endereza milagrosamente y me hago una paja. Cada vez el líquido expulsado es de menor calado. Creo que no debo desaprovechar estos momentos de placer, cada vez más escasos, que me sirven y no hacen daño a nadie. Antes no lo contaba. En mi viaje parecía que no había nada de sexo. Hoy soy menos pudoroso porque creo que si digo que cuento todo lo que me acontece en el viaje, no debo ocultar esta parte complementaria del mismo. Con todo, no deja de aparecer muy al fondo un residuo de toda la mierda que nos metieron de pequeños, de todo lo que entonces era pecado.


Acantilados y playas hacia Fréhel.
Me visto y continúo caminando hasta media playa. Habré estado poco más de media hora en la playa. Después continúo por paseo marítimo y por él continúo hasta que llego al GR-34. Acabo en la carretera, pues ofrece buen arcén de hierba. Pero no se me olvida el anuncio que he visto al llegar, y voy muy pendiente de las “vipers”, víboras. Viper es fácil de asociar a sus lenguas viperinas. 


Vuelvo al GR cuando un anuncio avisa que hay una mesa con planos que permiten localizar los nombres de puntos concretos de la geografía costera. Es una mesa con plano del litoral entre Erquy y Fréhel. Saco foto de una casa bretona que me parece muy señorial y singular, y que está entre pinos. Después de que la carretera ya ha cogido un poco de altura, saco foto de la playa d’Or les Pins, que acabo de dejar atrás. 
 
Llego a otra playa de piedras que, con la marea baja va dejando entrever que los fondos marinos son de arena. No voy a bajar a ninguna de las playas que voy a ir viendo a continuación. Paso por carretera echa recientemente y todavía sin asfaltar. En paralelo va un camino ancho de un material blanquecino que, si lo pisas cerca del borde, éste se desmorona. 

 


En la siguiente playa, la carretera se aproxima al borde y los coches lo tienen fácil para aparcar. A pesar de la facilidad, hay poco coches aparcados. La verdad es que tampoco hay mucha gente en la playa, y eso que es ancha y con buenas dunas al fondo. Esta playa se inunda hasta el fondo del paseo y de las dunas con la marea alta. 
 
En la siguiente playa hay menos gente todavía. La facilidad de acceso a la misma todavía es menor. Ya se va viendo el cabo Fréhel al fondo y también su faro que, al llegar, fotografiaré. Pero no se puede ir al faro por la playa. La geografía costera me va obligando a ir el resto del camino algo más por el interior, pero no por ello dejo de ver más playas y acantilados, más acantilados que playas. El redondeado de estas pequeñas montañas, hace pensar en que en su día fueron dunas que, con el tiempo, se fueron consolidando. 
 
Denota un terreno muy vulnerable y frágil y donde crece la vegetación propia de la duna y los helechos. El camino me sigue obligando a guardar distancia con el mar. Se me está haciendo interminable llegar al faro. Hay caminos alternativos de suelo gris que, sin prisa, son ideales para hacer recorridos mañaneros o de tarde pero “tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amigo que me digas, ¿son de alguna utilidad?”. Me cuestiono ir por esos vericuetos cuando voy por un arcén de, más o menos, tres metros de ancho. Veo coches que suben y bajan, pero caminantes, ninguno.

Cabo y faro Fréhel.
Por fin enfilo la carretera que lleva hacia el faro. En la distancia, se ve mejor que el cabo, aunque el cabo sea lo principal, pues no habría faro sin cabo. También veo la entrada del GR-34. Paso por la zona de aparcamientos, pero ya no veo la señalización del GR. Me enfrento al faro y saco una foto sin ningún obstáculo. También de la torre aledaña que está a su izquierda. Sólo hay un coche aparcado. Puede ser de algún empleado del lugar o de algún minusválido al que autorizan a no dejar su coche en el aparcamiento para todos, el disuasorio, que he visto antes. 
 
En este faro, a pesar de sus dimensiones y siendo un faro visitado, no hay ni bar. Pasado el faro, continúo hacia el final, para tener una mejor vista del cabo. Poco más adelante hay otra torre más baja que la que he visto antes junto al faro, al llegar. Un grupo de italianos hablan entre ellos y me meto en la conversación. ¡Qué extraño que yo haga esas cosas! Al principio, me habían parecido catalanes. Me acuerdo de que Hillion estaba “gemelatto”, hermanado, con una ciudad italiana y les pregunto dónde está Bollobio. Me dicen que está en Lombardía, por la zona del lago Como. Una joven traduce. Se maravillan de mi viaje. Lo más alejado que se ve del cabo es un islote que es como si una roca se hubiera desgajado de la tierra y quisiera alargarlo ganando espacio al mar. 
 
Continúo por el lado Oeste y paso por el lado del restaurante. Está cerrado. El camino del entorno del faro se está acabando y entronca con otro que lleva al aparcamiento de coches. Veo de lejos a un chico que viene corriendo. Está entrenando. Corro para llegar a la vez que él a la encrucijada. Me asegura que el camino que llevo enlaza con el GR-34. El sendero sigue llevando por el borde del acantilado y ofrece una costa mucho más espectacular que la que venía viendo por el Este. Recuerdo mi paso por el cabo da Roca, próximo a Sesimbra, en Portugal, donde ocurría algo parecido. El acantilado era más explosivo hacia el Norte que hacia el Sur. 
 
Por allí aparecía “praia” Ursa, con una roca espectacular, donde dormí aquella noche. Por aquí también voy a ver varias rocas de similares características. Una de ellas me va a recordar a una pagoda. Estoy en el mar de la Mancha. La Côte de Penthievre ya la he terminado de pasar esta mañana, una vez doblado el cabo Erquy y mañana entraré en la Côte de Emeraude, costa Esmeralda, pero este tramo entre ambas costas no aparece en mi mapa con ningún nombre. Quizás sea porque lo que le da carácter es este Cap Fréhel. Paso por un lugar que ofrece restos de estrategia militar. Parece que en tiempos estuvo enclavado aquí un cañón ametrallador para defensa de estas costas. 
 
Probablemente alemán y contra el ataque de las flotas aliadas. No en vano me voy acercando a Normandía y a las costas del desembarco, aunque aún faltarán bastantes días para llegar a Omaha y otros lugares similares, donde me hartaré de Segunda Guerra Mundial. Es después de ver estos restos históricos, cuando llego a la isla que me parece una pagoda. Es probable que sea por el escalonado que ofrece, en estrechos bancales, que simula una talla hecha por el hombre. No quiero con ello negar que ese escalonamiento sea natural. Quizás por esa característica, sus paredes y superficies planas, aparecen totalmente plagadas de cagada de gaviotas. Ofrece grandes manchas blanquecinas. Musgo, caca y orín me recuerdan a los templos birmanos y a los chinos. Jamás he estado en ninguno de estos países asiáticos, ni tampoco se me pierde nada por no ir allí. Prefiero este viaje europeo. Frente a la pagoda, en la otra roca, un hombre observa. Espero que no dé un salto mortal al mar. 
A continuación, hacia el Oeste, se forma una bahía muy perfecta y peculiar. Parece una media luna cuando está en filetito menguante. Hace tiempo que llevo viendo, en el extremo más oriental de esta bahía, un castillo que no sabré qué es hasta el final, aunque ya en mi mapa lo veo escrito como Fort la Latte. Lo veré luego de más cerca. El sendero sigue siendo magnífico. Permite ver que, a pie del acantilado, ahora se forman playas. No son de arena, sino de piedras e inundables con la marea alta. 
 
Probablemente los haya, pero sus caminos dan la sensación de ser por vericuetos y accesos imposibles. Lo cierto es que tampoco me apetece bajar a estos abismos. Se va muy bien por arriba, pero se puede ver poco del acantilado, ya que por el borde han dejado crecer una maraña vegetal de matorral que se ha consolidado como muro protector. Si fuera un poco más bajo, nos defendería igual, pero permitiría solazar la vista del caminante. Sólo son prácticos estos muros cuando el viento que viene del mar es muy fuerte. 
 
Protegen del viento al caminante, pero los días de mucho calor, quitan posibilidades a la brisa marina de refrescar a los que caminan. “Sopas y sorber, no puede ser”, decían nuestros mayores. Estaban demasiado acomodados a la realidad, pero los de ahora creemos que se pueden buscar mejoras que permitan “sopas” y “sorber”. Nada es imposible si se pone empeño en mejorar lo existente. Adaptarse es necesario para sobrevivir, pero también hay que ser algo rebelde y pelear por mejorar. 
 
A veces el extremo oriental de esta bahía se ilumina por el sol. Al castillo de la Latte también lo enciende el sol y me parece cada vez más lejano. Me costará demasiado llegar hasta él. Aunque el paseo, con los distintos desniveles, me sigue pareciendo precioso. Si no fuera tan cansado… Saco una foto hacia el Oeste y ya veo cómo el Cap Fréhel se va quedando muy atrás. Parece que no, pero avanzo.

Fort la Latte.
En mi acercamiento a este fuerte o castillo, voy sacando más fotos. Aunque ya vengo sacando fotos desde que lo he visto, ahora van a ser tres las que lo ofrecen mejor por la cercanía. El fuerte está en el otro cabo de la bahía, el opuesto al cabo Fréhel. Cuando ya estoy enfilando hacia él, todavía por el lado de la bahía, saco una foto. No hay sol y el castillo que ofrezco está en penumbra. Resulta una fortaleza bastante grisácea, sin vida, sin contrastes. Cuando el sendero coge la curva, abandona la costa y vira hacia interior, hacia la derecha, saco una nueva foto. En ella se aprecia menos la dimensión del castillo, pero tengo la fortuna de que en ese momento su torre principal, y el resto, se iluminan con la luz solar. 
 
Al estar la torre por encima del horizonte, también la foto es más bella y, además, los digitales, con sus campánulas lilas, dan un toque colorista al conjunto. Doblado el cabo hacia la siguiente bahía, hacia Saint-Cast-le-Guildo, donde ya empieza la Costa Esmeralda, es cuando obtengo la mejor foto. Los contrastes de luz y sombra son mayores y se aprecia mejor sus dimensiones y su estructura interna, así como los muros exteriores, que soportan el conjunto y lo defienden del mar, cuando está bravío. 
 
Hoy está calmo y se podría pensar más en un cuento de hadas, con princesas y príncipes enamorados. No me acerco, pues me han dicho que es un castillo privado y, aunque fuera visitable, son las ocho, y éstas ya no son horas de visita. Enseguida veo indicadores de Port Guéran.

Hacia Port Géran.
Cuando veo esta señal, empiezo a soñar. En ese puerto cenaré, encontraré una cama que, después de esta última noche sandunguera, con lluvia, necesito casi más que el comer. También sueño con un plato de spaghetti boloñesa que me alimente tras el exquisito centollo poco nutritivo del mediodía. Parece el cuento de la lechera y va a tener un final similar. 
 
El camino va alternando zonas de interior y salidas al mar por zonas rocosas. Paso por un precioso bosque con gran arbolado entre el que discurre un buen camino. Después el camino me permite ver el mar. Más rocas y un nuevo cabo con montaña redondeada, hacia donde debo ir. No se ve ninguna traza de puerto. Pasadas las 8:30 horas ya se empiezan a ver en la bahía una cantidad de barcos suficiente como para pensar que el matorral no me deja ver el puerto anunciado, pero que por ahí tiene que estar. No se ve ninguna traza de pueblo. Los barcos están a flote, pero la bahía que viene a continuación, no ofrece más que fango. 
 
Otro dato a favor de que el puerto tiene que estar antes, donde yo pienso. Con esta foto de la bahía finaliza el reportaje fotográfico de hoy.

Port Géran
Me cruzo con un chico. Me dice: “20 minutos para llegar al puerto”. Y acierta.
Llego a un aparcamiento donde hay dos furgonetas y algún coche más aparcados. Bajo a la zona donde están aparcadas las embarcaciones. ¡Qué desilusión! Aquí no hay ni siquiera una casa, ¿cómo voy a encontrar un restaurante ni habitación para dormir? Ni siquiera un hay bar. Una mujer con un enorme perro de lanas negras, me confirma lo que veo. “Aquí no hay nada”, me dice. Por el camino he venido bebiendo el agua fresca que me han dado en el Saint Michel, donde he exprimido como he podido el agua del limón que no he utilizado. No sé si era para echar zumo en el centollo o si era para restregarme las manos para que no me olieran a marisco. En el agua es donde más a gusto me lo bebo. La mujer del perro me dice que está esperando a su marido que está a punto de llegar en su chalupa. Como tiene agua en el coche, me promete que en cuanto llegue el marido me la dará. Ante tal expectativa, termino el agua con limón que me queda en el botellín. Llega el marido a la orilla, pero le entran dudas de si ha cerrado o no el barco, así que retrocede remando. El perro se baña en el mar y temo que al salir se sacuda, como suelen hacer todos los perros, pero éste no lo hace. La señora se ha descalzado y ahora ayuda al marido a sacar la pequeña embarcación del agua. Como ya he dejado las mochilas en el sitio donde he decidido dormir, les ayudo a transportar el barquito. Primero lo llevo de espaldas y luego desde el lateral derecho. La mujer ayuda desde el izquierdo y el marido se pone detrás. Subimos hacia el lugar donde voy a dormir y, al pasar, le digo a él que no me pise la cama. Luego él solo, sin ayuda, lo aparca vertical en su sitio reservado. Cojo el botellín y lo subo al aparcamiento. Me dan el agua, agradezco, nos despedimos y se van. Antes, ella me ha ofrecido llevarme en el coche, pero ¿adónde? En el aparcamiento, cuatro mujeres toman bebidas en sus mesitas. No necesitan hombre. Son autosuficientes. Surfistas cercanas a la cincuentena. Vuelvo abajo y, para las 21:10 horas ya estoy acostado. Llamo a Sagrario al fijo. Nada. Al móvil. Nada. Una voz me dice que la tarjeta está agotada. ¡No puede ser! No han pasado ni 20 y he hecho cuatro llamadas. Duermo sobre la hierba. Me levanto sólo una vez a orinar. Con la humedad, me acuesto con tembleque. Noto una mancha. Un bastón me baila en el ojo. ¿Será desprendimiento de retina?, ¿por el esfuerzo de ir caminando mucho los dos primeros días? Creo que no puede ser. La mujer me ha asegurado que esta noche no va a llover. No consigo ver el cielo en toda la noche.

Balance de la segunda jornada.
Lo más destacado del día ha sido que, aunque breve, al menos me he bañado. He hecho nudismo en dos lugares, uno con baño y otro sin él. El camino entre Cap Fréhel y Fort la Latte, ha sido muy bonito, también los breves encuentros entre Le Lourtuais y la plage d’Or les Pins. Riquísimo el centollo de Le Petit Saint Michel. He llegado a tierra de nadie, pero al menos me han dado agua. Gracias. La costa próxima al Cap Fréhel me ha traído recuerdos del cabo Da Roca portugués.


miércoles, 27 de abril de 2016

Etapa 01 (358) Saint Brieuc-Saint Pabu


Etapa 01 (358). 14 de junio de 2013, viernes.
Saint Brieuc-Port du Légué- Les Gréves (Langueux)-Yffiniac-Hillion-Pointe Grouin-Pointe Gouette-Estuaire Serpente de Gouessant (Cremor Vallée)-Pléneuf Van André- Port Gahouët-Port Miniature-Plage des Vallées-Plage Nantois-Plage Saint Pabu.

Côtes D’Armor (2ª parte)


Comienza mi viaje donde acabé el verano pasado, en el albergue juvenil de Saint-Brieuc situado en la rue Manoir de la Ville Guyomard 22000 Les Villages 020696787070. Está a las afueras de Saint-Brieuc. Presento un mapa dividido en dos que me sirvió para arrancar y donde hice mis primeras anotaciones de la jornada. La posición del Auberge de Jeneusse está más próxima al barrio de Saint Joan que al centro de Les Villages, y muy próximo al río Gouet. El otro lado del río pertenece a Plérin. Podía haber empezado por Les Villages y continuado hacia Langueux, pero me apetecía recuperar el estuario del Gouet, por donde entré a Saint Brieuc procedente de Plérin en 2012. Este viaje de verano que comienza, perderé 6 kilos y 700 gramos. No voy a analizar las razones, pues son variadas. Lo que me ofrece de nudismo oficial la costa de lo que me queda de Francia hacia el norte, es lo siguiente: Ascendiendo Normandía, en La Manche, la playa de Saint Germaine, en Calvados, la de Marville y ya en la Côte Picarde, la de Berck-sur-Mer, donde tendré un precioso encuentro con una actriz canadiense que estaba rodando una película en la localidad y que no pude ver porque no se estrenó en España o, al menos, no en San Sebastián, o no me enteré.

Amanecer en el albergue de Saint-Brieuc.
Me despierto a las 6:15 horas. Me levanto a orinar a las 6:30 y lo hago de nuevo en el lavabo. Empiezo a escribir el nuevo diario y me acuesto de nuevo. Tomo la pastilla y a las 7:10 voy al comedor, donde ojeo el periódico. Un hombre ha muerto en Belle-îlle-en-Mer. Su barca quedó destrozada contra las rocas. No es buena noticia para empezar bien el día. Tampoco sé en que zona de la isla ocurrió el percance y tampoco tendría motivos para reconocer el lugar del suceso, puesto que el recorrido que el año pasado hice por aquella costa fue muy breve y limitado al sudoeste de la capital, cuando la fortaleza Vauban me permitió salir al mar.

Desayuno en el Auberge de Jeneusse.
Desayuno con una chica que está hospedada por una semana. No está de vacaciones, sino por motivos de trabajo y reciclaje. Lo que preocupa no es el costo de reciclar, sino la dificultad que presentan algunos reciclajes, por ejemplo, en el reciclaje de la madera, la separación de los vidrios de una ventana. Le explico como puedo lo del contenedor marrón para hacer compostaje. 
 
Ella fuma tabaco biológico, de liar, y le explico mi teoría del fumar y acabo metiéndome con Merkel. Bebo un vaso de zumo de naranja. Las dos posibilidades que ofrece la máquina son: naranja o naranja. Como me considero de izquierdas, y suelo preferir piña, manzana, o cualquier otra opción que no sea la de hoy, he elegido la del botón derecho. También cojo una terrina de puré de manzana, dos mermeladas, dos trozos de pan, una porción de mantequilla, un dado de azúcar y un gran tazón de capuchino. La chica recicladora sale a fumar, a llenarse los pulmones de humo biológico, y queda en el comedor otro chico que también está en el albergue por razones de trabajo. 
 
Él también se va y me desea suerte y que disfrute en el viaje que voy a comenzar. Me voy en el momento en que empieza a entrar el gran grupo de jubilados. “À la retraite”, dicen los franceses. También aparecen los que ayer me dieron el programa de mareas para todo el verano. Me desean buen viaje. Al salir del comedor me despido de la fumadora que recicla. Como ya he echado la ropa de cama a la “pubella”, en la habitación me pongo el jersey, recorto un mapa repetido y que me va a servir para hacer anotaciones en el primer tramo, y orientarme por el río Gouët hasta su desembocadura en la bahía de Saint Brieuc. Es el mapa que aquí os presento partido en dos, donde el protagonista es el río Gouët. Escribo un poco más, y para las 7:50 horas ya estoy en marcha, en dirección al puerto. Sólo me queda echar la llave en el buzón de recepción, y es lo que hago antes de partir. El último mapa que ofrezco es el turístico de la Bahía de Saint-Brieuc, que ofrece un mejor detalle para seguir la etapa de hoy, pero que acaba en la desembocadura del río Gouessan.

Barrio de Saint Joan. Iglesia y fuente.
El albergue está muy cerca del río Gouët, pero la primera parte la recorro por zona más urbana, que me llevará hasta un puente que no estoy dispuesto a cruzar. Primero, por la rue de Vau Meno, llego al Liceo Politécnico Freyssinet. El nombre me recuerda al del cava Freixenet. Cuatro chavalillos esperan a que den las 8:15 que es su hora de entrada. Les hablo de mi viaje y de que vengo desde el País Vasco y que voy andando hasta Alemania, no dan muestras de saber mucha geografía. Llegan dos que parecen más espabilados y se quedan pasmados con mi plan viajero. Todos entran al Liceo al dar la hora. Una madre con niña y niño, van descendiendo por la misma calle que voy yo. 

Pregunto por La Poste, para echar la primera postal al correo, y me orienta hacia el interior de la ciudad. Yo no quiero perder tiempo y me resisto pero, nada más dejarles, encuentro en la misma calle un pequeño buzón. Ya voy con la mano liberada de esa preocupación. Paso por el barrio de Saint Joan, donde hay una iglesia y anuncian una fuente antiquísima, pero no retengo de qué siglo. Cuando la voy a fotografiar, es la primera foto del día, de la casa de enfrente sale un joven padre. Alguno de sus hijos va camino del colegio. Son cuatro, pero dos no quieren salir en la foto y la hago con las dos que sí han querido posar. Se ve que las niñas son más coquetas. Finaliza el barrio de Saint Joan y la carretera sigue bajando hacia el río.

 







La riviére Gouët.
Cuando estoy llegando al río y ya veo el puente que no quiero pasar, puesto que me llevaría hacia Plérin, por donde llegué el pasado agosto y ahora me supondría retroceder, veo hacia la derecha un indicador de “sentier de la riviére”, que me anima a meterme por él. Tengo dudas porque el indicador no es rojo y blanco, como los de los GR, sino rojo y amarillo. Parece que imita al color de las flores amarillas que luego veré, a los lirios del mismo color, y a las amapolas del camino y del trigal. 
 
Este sendero que va por el borde del río es muy bonito y durará un pequeño tramo, hasta que llegue al puerto de Légué. Unos troncos en el suelo delimitan el espacio para que el caminante no de un paso en falso y caiga al río. A esta hora temprana, los árboles de ambas orillas se reflejan en el cauce pleno de agua y embellecen el paisaje. Algo que el viajero agradece. 

 



Sin ser todavía las nueve, llego a una zona de marisma, donde crecen juncos y lirios. Aunque a mí me gustan más los de tonalidad azul liliácea, no hago ascos a estos lirios amarillos. Son flores que requieren gran cantidad de agua dulce, aunque en este caso, es probable que también les llegue algo de salobre. 
 
Bajo al río para sacar la foto. El río va saliendo de zona boscosa y acercando al gran viaducto que une Saint-Brieuc con Plérin y Paimpol, por un lado y con Brest por el otro. 

 






Igual de feo que el que sobrevuela Morlaix y que ya comenté el pasado verano y no voy a repetir. Los bretones no quieren hacer puentes sobre los ríos para no estropear el paisaje. Yo, como soy un puñetero, voy sacando fotos del viaducto hasta que estoy prácticamente debajo de él.


  
Port de Légué.
Ahora el camino es menos bonito, pero ofrece una visión más despejada del puerto que ya se avecina. Primero la foto está sin barcos y luego con ellos. Quizás lo más bonito que supone este feo viaducto, sea el equilibrio que le da su reflejo en las tranquilas aguas portuarias de Légué. Por el otro lado del río van apareciendo las casas de este último barrio de Plérin, en cuya playa de Les Rosaires disfruté durmiendo la última noche bajo las estrellas, al fin de mi viaje de 2012. 

Supongo que mis amigos de Lión ya estarán casados gracias al mimetismo con que se copian las leyes, en este caso sobre el matrimonio homosexual, que Holande había prometido remedando a Zapatero, unos socialistas tan afines y tan dispares, como dispares son Francia y España. Sin embargo, las gentes no somos tan distintas. Cuando paso por debajo del viaducto y llego a Quai Amez, ya tengo enfrente el lugar donde desayuné en aquella ocasión. Son las nueve cuando veo al otro lado la Pizzería de Port du Légué. Ya estoy en los pantalanes que permiten el acceso a los barcos veleros de altos mástiles. 
 
Saco foto de unas grúas y creo que es el lugar en donde están las compuertas que permiten mantener la apariencia de puerto con agua, tanto en marea baja como en la alta, aunque sólo en este último caso los veleros podrán salir al mar. Pero lo que creía compuertas no lo son, y tendré que esperar un rato para llegar a ellas.
 
 
Zona industrial portuaria y compuertas. 
La Tour de Cesson.
Hacia las 9:20 llego a la dársena que llaman Bassin Le Guales de Mezaubran. Es la zona más fea del puerto, sin apenas barcos y los que vengan son para carga y descarga. Veo los almacenes y en el suelo, que recibe poco cuidado, crecen hierbajos por los resquicios del asfalto agrietado. Cuando llego a las compuertas, es evidente el desfase del agua sostenida artificialmente en el puerto y la salida al océano que, a estas horas, está protagonizada por la bajamar. Las compuertas tienen que estar cerradas para mantener los barcos a flote dentro de la dársena portuaria. La foto nos muestra por los huecos los fondos limosos y, a lo lejos, la torre de Cesson. El sendero la va rodeando. 
 
Paso por Cale du Grand Lejon, y la rue des Galets, me lleva hacia el Quai Sebert, que con su largo dique protege la bocana que comunica con el mar. El sol sale de entre las nubes. Poco después de las nueve y media, ya voy saliendo de las compuertas y del recinto portuario. Al barrio de Cesson, le llaman también la Ciudad Bastarda.



Albañiles y pescadores.
El mar es frenado mediante un muro que, como es el que más sufre el embate de las olas, es el que más se deteriora y precisa de mantenimiento. Un grupo de albañiles está corrigiendo los daños producidos por el mar, reparando el muro, y sustituyendo las piedras que han sido arrancadas por la fuerza del océano. Y eso que estamos en la Baía de Saint Brieuc, una de las más protegidas de este norte bretón. Desde arriba del muro, no fotografío a los trabajadores, no se pueden apreciar bien los grandes huecos que están siendo reparados, con piedras nuevas o con las recuperadas y arrancadas del muro inicial. Tengo la suerte de que el muro tiene una ligera inclinación y lo puedo ver bien. Uno de los obreros echa la mezcla de cemento y grava, mientras el otro lo retiene con un tubo y rellena el hueco. El que está abajo es de raza negra y se jacta de su inteligencia imaginativa. 
 
A este primer grupo no he sacado foto, pero sí a otro de tres que está a continuación. Ellos ni se enteran que les he fotografiado y que van a figurar en este blog. Aquí no hay negro alguno, y nadie va a perder ni un ápice de su alma por que le fotografíen. Unos metros más adelante, el muro ya deja paso a embarcaciones. Un pescador acaba de llegar a su motora. Se ha acercado a ella en el chinchorro que tiene amarrado a estribor. Ahora baja a la orilla su compañero, con una nasa. Se supone que van a salir de pesca. No me quedo a esperar a que este último pescador monte en el barco. De lejos veo cómo se dirigen por el estuario hacia la bocana con la vista puesta en alta mar. Saco una foto con la motora y el malecón final. El faro queda al otro lado.

Hacia Langueux
Un señor me confirma que voy en buena dirección hacia Hillion. Paso una puerta por la que está prohibido pasar y el conductor de un tractor me dice que no puedo continuar. Aunque el indicador de camino quiere que vaya hasta la punta del malecón, decido comerme un trozo, regreso y bajo por lo que llaman el terraplén de los Kaguerlins. Pronto voy a dejar de ver el lado por el que llegué en 2012. 
Un hombre me acompaña por este camino, que es un atajo, a él le gusta mucho pasear por este espacio protegido para que las aves encuentren un hábitat libre de contaminación y de humanos. Se trata de la Reserva Natural de la Baie de Saint-Brieuc. Iré viendo los letreros indicadores a lo largo de todo el recorrido. Poco antes de las diez, me despido de Marcel y saco la primera foto de costa marítima del día. Todo lo anterior ha sido fluvial, aunque en el estuario el agua fuera salobre.

Costa marina de Saint-Brieuc.
El suelo por el que voy ahora es mezcla de “caillou” y de arena. Poco grato para caminar. Las construcciones junto a las que paso son rudimentarias y sirven para que los pescadores guarden sus remos, redes y demás material marinero. Pronto llegaré a mejor camino. Paso por una playa, probablemente la de Valais, que tiene poca inclinación y acercarse a la orilla no va a merecer la pena pues ni cubre, ni el lodo ofrece un pisar grato. Medio en bruma, ya se puede apreciar la costa por la que voy a ir caminando a lo largo de toda la jornada. Erquy es el punto que veo más alejado hacia el nordeste. El cabo Fréhel, más al nordeste aún, queda oculto por Erquy. Empieza a hacer calor, pero no me quito el jersey hasta saber cómo sopla el viento por estos andurriales. Viendo esta bahía de Sain-Brieuc, me acuerdo de mi amigo Jokin que, según me contó, atravesó de lado a lado en marea muy baja esta bahía fangosa. Acortó mucho pero, sin llegar a la parte final, la marea empezó a subir y estuvo a punto de llevarle la corriente. Se lo pasó mal, pero no tuvo mayores problemas. Me lo imagino luchando contra la corriente. Salgo de la playa por una rampa y un hombre con perro no me sabe decir si ese es el camino correcto para llegar a una escalera que ya veo cercana.
Perdido en el laberinto.
Acierto subiendo, paso la escalera y me meto por entre casas. Aún sin salir del recinto de Saint-Brieuc, pero a punto de terminar, me encuentro con unos caminantes que vienen de Rennes. Hoy han partido de un pueblecito próximo a Dinard, Saint Briac-sur-Mer, por donde pasaré dentro de cuatro días. Parece que en Saint-Brieuc acabarán y regresarán a Rennes. Esta pareja no me advierte de que, enseguida, el camino va a desaparecer. No tengo ni idea de por dónde han podido venir ellos. Nada más dejarles, llego a un prado. Un caballo se me acerca para saludar o, quizás, creyendo que le traigo forraje. 

 






Al fondo hay un espacio repleto de margaritones, por donde un sendero me va a obligar a pasar. Es el único camino posible en la zona. Continúo por él, paso por entre las margaritas, pero el sendero va desapareciendo y no me permite seguir. Hay una falla llena de matorral y arbustos y árboles casi imposible de franquear. 
 
Oigo muy cercanos ruido de motores de vehículos y de algún tractor. Estoy tan cerca de la costa, que no me amilano y así consigo salir a una explanada que está separada del mar por dunas consolidadas. Por fin consigo atravesar la falla y, desde la explanada, saco una foto hacia el prado de las margaritas. 
 
Después otra ya con el prado y el caballo que ha quedado comiendo flores. En esta última foto se puede apreciar lo cerca que estaba el prado de las margaritas y el camino por el que ahora circulo. Habría sido una pena que por tan poco trecho hubiese tenido que volver hacia atrás. El caso es que ya he salido del atolladero.

Langueux. 
Pont Louis Hanel de la Noë 1852-1931.
Una vez dejado atrás este bosque horrible con tanta maleza, ya se puede decir que estoy en terreno de Langueux. 
 
Una pareja mayor me orienta para ir hacia el litoral pero, tras andar unos metros, debo volver hacia el interior y pasar por delante de un entrante de mar. Pasado el entrante marino, se presenta un ancho camino pero, como va hacia el mar y me resisto a ir por suelo fangoso, lo dejo de lado y por otro más estrecho salgo a una carretera que va costeando. Fotografío los dos. 
 
 

El camino ancho, que va hacia el pie del acantilado y que no me ha gustado nada, y el sendero que elijo para salir a la carretera y que me ofrece más garantías. Dando las once, abandono la carretera y me encuentro con otro camino ancho. 
 

Llegando a un puente me encuentro con una pareja que lleva tres perros. Al grandote lo llevan amarrado, pero el mediano y el pequeño van sueltos. Espero que no sean peligrosos. No tengo certeza, la pareja no me lo confirma, así que no sé si este es el puente que he visto anunciado de Louis Hanel. Un chico que viene corriendo entrenando me dice que el puente está a un kilómetro, pero hacia el interior. Así que os doy una información de algo que no he visto, ni tengo ninguna intención de ir a ver. 
 

Un puente no es algo que me subyugue tanto como para hacer dos kilómetros en balde. También me dice que Hillion está a unos 7 kilómetros. Es también una buena y útil información. ¿Comeré allí? El camino continúa ancho y va entre un bosque con buena sombra arbolada. Está preparado con algunos bancos para que los cansados repongan fuerzas.


 
Les Deux Vallons, petit train des Côtes du Nord.
Pero el camino ancho se acerca a la costa y me va a llevar paralelo a carretera. Enseguida llego a un lugar en que está aparcado un tren que ya está obsoleto. Me contó Annick que esta costa se llamaba en tiempos Costa del Norte, pero como había confusión con la que viene a continuación de Pas-de-Calais, Nord, cambiaron a esta que es menos norte por el de Côte d’Armor. A este tren se le llama Les Deux Vallons, pero no tengo ni idea de qué recorrido hacía. Probablemente el camino ancho por el que he venido, fuera el de su trazado original, que ahora ha sido convertido en vía verde, y que pasaba por el puente donde he encontrado a los de los tres perros. Algo parecido a lo que ocurrió con el Tren Txikito que unía Irun con Elizondo (Parte de él lo recorrí en 2006), o el que viniendo de las minas de Riorinto, pasaba por Isla Cristina y llegaba a Ayamonte (Recorrido que hice por triplicado en 2007 y 2008). Como muestra presento la máquina tractora con una plataforma desvencijada y, al fondo, dos vagones que hacían servicio de pasajeros.

Escolares con herbarios.
El camino va paralelo a la carretera, que va por mi derecha. A la izquierda va un murete que lo separa de la zona de marisma protegida para uso de las aves. Pronto encuentro a un grupito de escolares que está preparando unos artísticos herbarios, con la cosecha selectiva de plantas y flores que han obtenido en la excursión. La caja base es común para todos, pero lo artístico queda libre a la imaginación de cada chaval o chavala. Una vez realizada la recolección y mostrado el herbario, se trata de hacer una descripción escrita de lo expuesto por cada uno en su cajita. Se ve que es un ejercicio didáctico que les gusta y que se han divertido realizando. Algunas cajitas son primorosas. Los tres profesores son hombres, y les orientan y ayudan a resolver las dificultades. No ponen ninguna objeción a que fotografíe al grupo. Este es el tipo de fotos que más me gusta incluir en mi blog. Una foto natural, sin que nadie pose.
Casa de muñecas, 
flores amarillas y amapolas.
Abandono al grupo de escolares atareados y llego a una casa que, no teniendo nada de particular, ni siendo una de estilo bretón con techado de paja, me agrada porque en la parte delantera tiene una casita para diversión de niños. De lejos no puedo saber de qué material está hecha, pero me recuerda a una de plástico que compramos a mis hijas y con la que tanto se divertían metiéndose dentro como si se tratara de una tienda de campaña o una casa de muñecas. 
 
Saco otra foto del camino, en un lugar en que se puede apreciar a la izquierda del murete, un tramo de la reserva natural de la bahía de Saint-Brieuc, y las hierbas y flores que salen espontáneas de los intersticios del muro. Me gusta la potencia de los pétalos amarillos de algunas. 
 
Después, en el espacio entre el camino y la carretera, en algunos tramos, encuentro amapolas. Me gusta la intensidad del rojo, aunque sus pétalos duran poco más de lo que canta un gallo. Aunque me gustan ambos colores por separado, no penséis ningún paralelismo con bandera alguna. No soy amigo de emblemas, aunque a veces me entretenga en hablar de banderas europeas. 
 
Después llego a un campo de trigo, todavía muy verde, lejano el día de su maduración. También en este trigal, como suele ser habitual, crecen algunas amapolas.

 



Ya estoy tratando de dejar el camino paralelo a la carretera, par dejar Langueux, que prácticamente ya he finalizado y tirar al Norte, hacia Hillion. El camino del trigal me parece que me podría valer, pero no tengo certeza. Llego a Langueux Les Grèves y la carretera indica dirección Yffiniac. Pero si algo tengo claro es que hacia interior no deseo ir. 
 
Dejo esa dirección de lado y, en el cruce siguiente, voy hacia Hillion, que ya está a 4 kilómetros. También indica 45 a Cap Frehél, por donde pasaré mañana. En un prado hay dos caballos que parecen mal avenidos, puesto que cada uno está en el extremo opuesto. Cuando saco la foto al más próximo, al fondo se ve la población de Yffiniac. ¡Hasta nunca!

Camino de Hillion. Un château.
Salgo a la carretera y un hombre me dice que siga por allí, pero veo un camino a la izquierda que indica Tour de Hillion y prefiero camino a carretera. Es cuando veo los dos caballos. 
 
El sendero me lleva hacia la derecha, pasa entre árboles, y me vuelve a poner en la carretera que acabo de dejar. Ya estoy entrando en Hillion y lo primero que veo es el recinto cerrado con verja bien conservada de un castillo que no veo. Solamente puedo ver las dependencias más próximas a la entrada. Son de estructura potente, así que me quedo con la duda de que el edificio que no acabo de ver al completo a la izquierda sea el castillo que anuncian. Es lo que me deja ver la verja. 
 

Pero caminando más adelante, saco otra foto de otro edificio más bajo, éste probablemente sea el de la servidumbres y quizás albergue las caballerizas. Es a través de árboles un poco de la estructura del edificio que parece ser el principal, el verdadero Château. En el entorno no encuentro a nadie para poder preguntar. Tampoco sé si el castillo es visitable pero, aunque lo sea, la hora no es la más adecuada para la visita. Ya son pasadas las doce y media y es la hora más propicia de comer para los franceses. Yo ya soy casi uno más de ellos y me adapto como puedo a sus costumbres. Un hombre que viene hacia mí por la carretera, me dice que puedo comer por diez euros. Buscaré algo que no sea crepería.

Hillion.
Hacia la una menos cuarto, llego a Hillion, veo algo del pueblo, y saco algunas fotos antes de entrar a comer en Au Bon Saint Nicolas. Esta villa está hermanada con Ballabio, un pueblo italiano. Es lo que leo en un cartel que veo a la entrada del pueblo. Nada más entrar, hay un recinto en el que veo una mesa rústica de cantería y que da la impresión de que, en otros tiempos, sirviera para otros menesteres. Me hace recordar a un lugar apropiado para la molienda de cereal, pero no tengo argumentos como para asegurar que así fuera. Como no pregunto, pues no veo a nadie, luego no me acuerdo y me quedo sin respuesta a mis dudas. Me acerco a la iglesia. 
 
El reloj señala las 12:25 y en mi cámara aparece las 12:40 horas. Tendré que comprobar si este desfase horario de un cuarto de hora lo voy a ir arrastrando en todo el viaje de este verano. Me parece ésta una magnífica hora para intentar comer. La iglesia no es muy grande, pero ofrece un bonito aspecto, con sus vidrieras y, en el exterior, un alto crucero de piedra. La cruz me parece excesiva para al tamaño del Cristo que soporta. Tampoco sé a qué santo está consagrada la iglesia, pero quiero pensar que bien pudiera ser al santo del lugar donde voy a llenar mi estómago: San Nicolás. Un santo muy aceptado entre los pequeños pues, al igual que Father Christmas, Santa Claus, Papá Noel, Olentzero o los Reyes Magos, trae regalos. Es sólo cuestión de que les sigamos engañando con fantasías inverosímiles, magnificando a los padres de cada niño, a los abuelos y a todo pichichi que esté en buena disposición de regalar.

Au Bon Saint Nicolas.
Ofrecen menú. Es del tipo que me gusta, ya que el primer plato es de entrantes que tú mismo te sirves. Se trata del sistema “hors-d’oeuvre”, entremeses. De segundo elijo lengua de buey con patatas. De postre hay quesos, de cuatro clases, y canutillo de moca. Una garrafa de 33 centilitros de tinto y café con leche. Todo por 12,80 €, que pago con Visa. Soy bien atendido y, aunque el comedor ya se ha vaciado, me dejan escribir hasta que acabo de ponerme al día en mi diario. 
 
Termino a las 14:20 horas. Al salir del restaurante, que también es hotel, saco una foto del edificio para el recuerdo. He comido bien y me voy satisfecho por el trato y por la relación calidad-precio. Paso de nuevo muy cerca del la iglesia. Saco una fotografía parcial de la fachada con su campanario, muy similar a la del mediodía, aunque en esta se aprecia mejor el crucero, ya que en la primera queda algo confundido con el propio edificio. Mientas me alejo, oigo las campanadas de las dos y media y me vuelvo para sacar una foto más completa de todo el conjunto. Vista desde aquí, la torre parece más medieval, más propia de castillo que de iglesia. Es así como voy abandonando Hillion. 
 
Parece que voy a tener compañía durante estos primeros momentos vespertinos, puesto que van caminando, en la misma dirección, tres mujeres y un hombre, pero sólo va a ser un espejismo. Ellos doblan hacia la derecha y abandonan el camino, y yo enseguida salgo de nuevo a la bahía de Saint Brieuc. Estoy en el GR-34, que continúa por toda esta costa. Estoy en él desde mi llegada al río Gouët, aunque a ratos va por carretera. 


Ya he salido de la zona de marisma, que en el mapa auxiliar figura como Prés Salés, pero continúo en la que dan en llamar Réserve Naturelle Nationale. Esta reserva natural me va a acompañar hasta que culmine con la desembocadura del río Gouessant, en lo que será más o menos la mitad de la etapa de hoy. Va a ser un buen recorrido para empezar el primer día. He dicho que he salido de nuevo a la bahía de Saint-Brieuc, pero esto parece un eufemismo, pues el mar está en el quinto carajo. La foto que saco es contundente. No se ve el mar. Tras tan vasta extensión de suelo fangoso marino, donde me puedo imaginar a mi amigo Jokin caminando mar a través, se ve el cabo por el que llegué el pasado año a esta bahía. Se trata del La Pointe du Roselier. Es la que en la foto aparece a la izquierda. Todavía no he salido del ámbito de Hillion.

Saint Guimond.
Siguiendo por la costa y sin querer bajar al mar puesto que no va a ser posible el baño, me voy acercando a un lugar al que llaman Saint Guimond. Es zona de playa con buena arena, pero hasta las once de la noche no llegará el mar hasta ella, según indica mi calendario de mareas. No creo que haya mucha diferencia entre la de aquí y la de Saint-Malo. En Saint Guimond veo una especie de piscina que, aunque no sirve para nadar, por lo menos se puede utilizar para mojarse los pies cuando el mar está tan alejado. En un panel se puede leer algo relacionado con la pesca y los pescadores. Pesca a pie de almejas, txirlas, berberechos, “coquilles Saint-Jacques”… 
 
Es ahora cuando se me aclara el nombre francés de las vieiras que no supe recordar en la plaza de Guingamp. “Coques el palourdes”, berberechos y almejas, se pescan rastrillando en la arena, mientras que los “moules et bigorneaux”, mejillones y bígaros, están incrustados en las rocas. Cualquiera que habite cerca de la mar sabe estas enseñanzas mínimas que explica el cartel anunciador. Explica también cómo se pescan en la línea del mar los “bar et soles”, lubinas y lenguados, pero no quiero ser más pesado de lo que ya soy habitualmente, en este ejercicio de memoria. 
 
A la vuelta, una mujer toma el sol. En el cemento próximo a la arena, otra pasea mientras lee un libro. La tranquilidad de la tarde, la ausencia de bañistas y la soledad, colaboran para que esté concentrada. Lástima que no acompañe el arrullo del romper de las olas que están tan lejanas.

La Pointe de Grouin.
Abandono Saint Guimond y continúo por el GR-34 hacia la Pointe de Grouin. Hay un mirador que permite contemplar toda la ensenada que es parque natural. El paisaje es más de lo mismo, aunque la orilla donde rompen suavemente las olas del mar, ya se encuentra más cercana al camino. 
 
En el extremo oeste se ve también más cercana la Pointe du Roselier y el barrio de Saint Laurente de la Mer de la villa de Plérin. He llegado Grouin a las tres y cuarto, pero no le dedico mucho tiempo a admirar un paisaje que, al ser tan monótono, me empieza a cansar. Más que la quietud del lodo y sus sedimentos, me gusta el movimiento del oleaje marino. Pero veo lo que hay y me adapto a la realidad.

Alineamientos en el mar.
Ahora debo continuar hacia el Este. Como leo en mi mapa, me estoy acercando a la desembocadura del río Gouessan. 
 
En el mar veo unos alineamientos, que nada tienen que ver con los de Carnac. Estos parece que tienen más que ver con la pesca, probablemente con la de los mejillones, pero no lo puedo asegurar. A lo mejor se refiere a lo que en el panel ponía sobre la pesca en la línea del mar, relativo a la pesca de lubinas, lenguados y gallos. En la distancia, tampoco puedo precisar el tamaño, aunque sí la dirección: van orientados de la tierra hacia el mar. Ocupan una gran extensión de terreno inundado por el agua. Es casi seguro que en las mareas bajas extremas, estos alineamientos permanezcan siempre inundados.

La Pointe de Guettes.
En la medida en que voy más al Este, y que me voy alejando cada vez más de la Bahía de Saint-Brieuc, también debido a que la bajamar ya ha culminado su retroceso, poco a poco voy a ir viendo más cerca las olas en la orilla. Llego a una playa media hora después del cabo Grouin y ya tengo enfrente el de Guettes. Un hombre con su perro pasea por la arena. La larga costa que se me ofrece a continuación es la que me va a permitir llegar esta tarde hasta Pléneuf-Val-André y al lugar donde pernoctaré bajo las estrellas en esta primera noche de mi viaje del 2013. Pero, aunque se ve otra playa a continuación del cabo y parece que va a ser fácil caminar por ese lado del acantilado, la desembocadura del Gouessan me va a obligar a dar un buen rodeo. 
Me va a costar llegar a la ermita que está cerca de la playa del fondo, casi en la mitad de la fotografía que acabo de sacar. Pero eso lo sabré más tarde. Cuando estoy llegando a la Pointe de Guettes, un francés me confirma que, lo que yo llamo alineamientos, son mejilloneras. Bueno, no andaba yo tan descaminado. Yo conozco las de Galicia, las del Delta del Ebro y, lo que allí se cultiva con pequeños mejillones adheridos a unas cuerdas que dejan colgantes sumergidas en el agua para que crezcan y, elevándolas, controlar su tamaño, aquí los dejan que se adhieran a los bancales de piedra artificial que he visto de lejos. En la Pointe de Guettes hay también una piedra que es panel explicativo de lo que se ve a lo largo de la costa que voy a abordar dentro de un rato. Destacan el campanario de la iglesia de Pléneuf-Val-André. Saco otra foto hacia el mar donde, al fondo, se ve la isla Las Condesas, Les Comptesses. Si hubiera dispuesto de gran angular, la anterior y ésta foto podrían formar un par complementario. Cuando estoy en ello, llega una pareja. Ella es portuguesa, de Espinho. Le cuento mi viaje por Portugal y cómo pasé por la costa de su pueblo. Aquél día se había producido el derrumbamiento de una casa, creo que sin daños personales. Estamos los tres hombres y la portuguesa, pero hablo en francés. Los tres se asombran con mi viaje. Bromeo pidiéndole a ella el “carimbo”, el tampón, el sello, para mi diario, como lo hacía cuando viajaba por su tierra. Este año he decidido no pedir que me pongan sellos en mi diario. No tenía mucho sentido hacerlo. Lo tuvo más al inicio, para rellenar la credencial y conseguir la Compostela, y los documentos de Muxía y Fisterra. También el año de Portugal, ya que iba desde Andalucía hacia Galicia. Los años anteriores lo he seguido haciendo, pero éste no le veo ningún sentido. Me despido de los tres, “obrigado”, “kenavó”, y sigo adelante.

Por la playa hacia la desembocadura del Gouessan.
Poco antes de las cuatro, me encuentro con otro caminante que me anima a que baje a la playa. Me enseña su libro con los itinerarios truncados del GR-34 y me advierte que, al final de la playa, me voy a encontrar con el río Le Gouessan, que no me dejará continuar, y que tendré que dar un gran rodeo. Voy bien caminando por la playa, pero en la medida en que me voy acercando más a la desembocadura del río anunciado, los pies se me van hundiendo en exceso en la arena y el camino se vuelve muy fatigoso. Por la arena viene un caballo con su jinete al trote y consigo una estampa que me parece bonita. No sé lo que opinaréis vosotros. Quizás el trote se haya perdido y haya quedado todo muy estático, tanto el jinete como el equino. 
 
Quizás esa sea la magia de la foto, inmortalizar el movimiento suspendido en menos tiempo que dura un suspiro. Ya han pasado caballo y caballero, mis pies se siguen hundiendo más de lo que yo hubiera deseado, y la ermita la tengo más cercana. En la parte interior de la playa están las dunas de Bon Abrí.

Estuario de Le Gouessan.
Empiezo a ver agua entre mi parte de playa y la rasa intermareal. Eso quiere decir que por aquí ya está asomando la desembocadura del río esperado, pero no veo claro su trazado por la arena. 
 
Saco foto de la ermita que ya he visto desde la Pointe des Guettes. Continúo adelante y, ya superada la parte frontal, saco foto del lateral de la capilla. Entre medio está ya Le Gouessan, con el trazado bien definido. Sabiendo que estos limos suelen ser traicioneros y, cuando te metes y te empiezas a hundir, a veces, ya es demasiado tarde. 
 
El pasado año ya tuve dos o tres experiencias que me dictan que ni lo intente y, además, el caminante que me acaba de enseñar en el libro el trazado del GR-34 no me lo ha aconsejado, así que tras la curva, llegar al pedregal y a un espacio que me cierra el paso para continuar, doy la vuelta y retrocedo hasta un lugar que he pasado cercano a unas rocas, donde ascendía un camino para ir por encima del acantilado. Cuando llego a las rocas, saco una foto para que se vea mi marcha atrás. 
 
La ermita ha vuelto a alejarse. Subo al acantilado y continúo por un buen sendero. 
 







Al llegar a la altura, más o menos, del lugar en la playa desde donde he sacado la capilla, lo vuelvo a hacer, aunque ahora desde arriba. 

 


Vamos teniendo así una idea más completa de mis vicisitudes, de los avances y retrocesos que son fruto de un recorrido no planificado y sin artilugios tecnológicos que, probablemente, me evitarían errores, pero que quitarían espontaneidad a mi forma de caminar. Cada cual debe saber lo que valora. Ya sé que otros prefieren llevar todo bien planeado, pero yo no. Me gusta ir vulnerable por la vida, sin tener todo seguro, y los errores que cometa forman parte de mi libertad. El ejercicio de la libertad tiene sus riesgos y yo prefiero correrlos. 

 








Cuando llego a la curva del río, me doy cuenta de que, cuando estaba abajo, en el pedregal, no me he percatado de que había un pequeño sendero que unía piedras con camino, pero yo no sabía por donde iba el sendero, no lo podía ver desde abajo. Es una prueba de que desde lo alto se ve mejor el camino, Ahora veo mejor el trazado del Gouessan que lo que veía desde la playa, casi a ras de arena. Fotografío el corto sendero, que me habría ahorrado 22 minutos.

El valle Cremor y el serpenteante Gouessan.
El río viene haciendo curvas y saco una foto del meandro final al que he llegado antes y de donde me he visto obligado a retroceder. Llego a un panel en el que indican que estoy en el valle Cremor y menciona al río y lo define como serpenteante. Realmente lo es. El camino sigue río arriba y no veo el momento en que me vaya a dejar pasar al otro lado. ¿Aquí tampoco harán puentes? Por fin llego a un arco, por donde temo que no va a poder pasar mi mochila… Pero consigo que pase.


Después hay un puente de madera, pero que no supone paso al otro lado del Gouessan, sino que lo hace para soslayar un pequeño regato que alimenta al río.
    






El puente de madera es recio y, a judgar por las vetas bien visibles y la claridad de su superficie, da la impresión de que no lleva mucho tiempo colocado y en uso. ¿Hasta dónde habría tenido que ir si no lo hubieran puesto aquí?
 
Pasado el puente, llego a unos edificios que me hacen pensar en una central eléctrica, pero no estoy seguro y en mi mapa no lo indica. Consigo sacar una foto entre los árboles que, por el contraste de luz, es poco ilustrativa.
 





Lo puedo corregir después ya que, aunque lejana, la puedo fotografiar desde el puente, cuando ya tengo algo más claro lo que voy a hacer a continuación. Decido no ir a la ermita, que tantas fotos se ha llevado durante el último tramo, y continuar por carretera hacia Morieux, un pueblecito de interior que me va a permitir acercarme por carretera a Pléneuf-Val-André.

Del puente sobre el Gouessan a Morieux.
Aquí acaba mi mapa más explicativo, La Carte Touristique de la Baie de Saint-Brieuc. 
 
Enseguida se me presenta la señal para seguir el GR-34, pero la decisión está tomada y no obedezco la recomendación. La carretera parece que tiene poca circulación. Me olvido de la costa, que ya recuperaré cuando llegue a Pléneuf. Pronto llego a Morieux. Saco foto a la entrada del pueblo. La vista que ofrece la fachada trasera de la iglesia es muy fea, pero cuando llego a la fachada principal, me encuentro con una estructura sencilla pero mucho más grata.
 

Está situada en un pequeño promontorio de unos dos metros sobre la carretera y presenta el clásico cementerio alrededor de la misma. Un cartel amarillo llamativo indica el inicio de un itinerario provisional, que interpreto va dirigido a los ciclistas. He sacado dos fotos, una entrando en el pueblo y otra del conjunto de la iglesia y el cementerio. También hay un crucero al que no doy ningún valor, ni histórico, ni artístico. 

Como no subo, pues ya veo de abajo que la iglesia está cerrada, no puedo asegurar que no sea una más de las altas cruces de alguna de las tumbas. Enseguida abandono este pueblo y continúo hacia el siguiente.

De Morieux hacia Planguenoual.
Sigo por carretera de similares característica, con poca circulación. Llego a un prado en el que pastan unas vacas. Son pintas. Unas más marrones que blancas y otras más blancas que marrones. Me resultan poco agraciadas y ni les saludo, ni se acercan a saludarme. Poco después encuentro un sembrado de maíz. Aquí la máquina ha efectuado una siembra en curva.
 

Se ve que este maíz no va a ser para forraje, sino para recolectar sus mazorcas y aprovechar el grano para alimentación humana. Faltan unos meses para que crezca alto este maizal y nazcan las mazorcas. Yo no seré quien lo vea.





Ha pasado menos de media hora desde mi salida de Morieux, y ya veo de lejos el pincho del clocher de la iglesia de Plouguenoual. Aquí no tendría ni que haber entrado, pero parece que Valerie me llama y decido entrar en su bar para tomar una cerveza. Será algo más.

Planguenoual. La Chardonnière.
Paso por delante de la iglesia, pero no la visito. Me tengo que alejar para poder sacar una foto que recoja todo el alto pincho del campanario. Son las seis en punto en el reloj, lo que confirma que mi reloj de la cámara va con casi un cuarto de hora de adelanto, y me dirijo hacia una calle que está en obras. Parece que va a quedar bien cuando la terminen. Quizás lo hagan para cuando se inicie el verano, pues ya sólo queda una semana. Es así que llego a un PMU que se llama La Chardonnière y que regenta Valerie Allard. Allard es un apellido bretón, distante unos doscientos kilómetros de donde estamos. Es lo que me dice Valerie. Me abstengo de mencionar el Alarde de San Marcial, que es lo que este apellido me sugiere y me lleva a traducir. Valerie es una mujer muy amable cuyo mayor trabajo durante el rato que esté yo, no va a ser tanto atender el bar, ya que pocos clientes le visitamos, sino más bien a los que vienen para sellar sus boletos de apuestas. Seguramente sean apuestas a las carreras de caballos. Hay dos jóvenes que toman cerveza, uno de ellos con sirope de fresa. Valerie pone el sirope en el fondo del vaso y tira la cerveza encima. En el argot de los buenos bármanes se dice a esta operación de escanciar, tirar la cerveza. Hay buenos tiradores especializados en que la espuma quede contenida en lo alto sin que se desperdicie nada.



Yo bebo una cerveza alemana muy rica que me ha recomendado y que cuesta 20 céntimos más que la pression normal Kronnenburg. Está enfadada por lo que tardan en reparar la calle, lo que le está suponiendo pérdida de clientes, pero confía en que después de que la arreglen tendrá más. Viendo la hora que es y pensando en que no sé dónde pararé para dormir, le pido que me prepare un bocadillo, que será mi cena. Embadurna el pan con mantequilla y le pone queso y jamón París. Lo comeré al anochecer, en la playa de Saint Pabu. En los ratos en que no tiene clientes ni apostantes, le hablo de mi viaje. Pago la cuenta: 5,50 € por la cerveza y el bocata y, cuando me voy, ella ya está retirando de la terraza una mesa. Me despido y retrocedo hacia la iglesia. Ahora me fijo mejor en el curioso campanario, pero solo tiro una foto de lejos, para que se vea la calle en reparación. 

Valerie me ha dicho que hay unos 5 kilómetros para llegar a Pleneuf. Sin salir de este pueblo, saco foto a un arríate de florecillas azules que crecen en una pared de piedra. Corresponde a una planta que se alimenta de la tierra que hay entre las grietas del muro. Me gusta y por eso la inmortalizo. No sé si dañará la pared o si es inofensiva, pero es bella para mi gusto.

De Planguenoual a Pléneuf-Val-André.
Como he cogido otra carretera de similares características a la que traigo desde que he pasado el puente sobre el río Gouessan, sigo con poca circulación.
 

La mayoría de los vehículos van por otra ruta más rápida, la D-786, lo cual me va de maravilla para mis intereses. Paso por un lugar en que veo de lejos a jinetes a caballo, no sé se trata de un lugar de entrenamiento, si es una manifestación hípica o se trata de un hipódromo. Como jinetes y caballos, probablemente también alguna sea yegua, están muy lejos, me conformo con fotografiar al caballo que tengo más a mano. Se encuentra tras los alambres electrificados que, en esta ocasión, están a una altura superior a la habitual.
 
Un poco más adelante, con la carretera por medio, saco una foto hacia Pléneuf, donde ya se aprecia el alto campanario de su iglesia y, hacia la izquierda, se puede ver el horizonte marino, lo que ya da idea de que me estoy acercando de nuevo a la costa. En la siguiente foto, este acercamiento al mar ya se va haciendo más evidente.

 

Sigo con poca circulación y, menos mal, porque una vaca díscola que parece que intuye que le llevan al matadero, no quiere circular por el lugar que es debido en la carretera. El tractorista ha tenido que bajar para obligarla a que vaya por el lado derecho, pero ella se obstina en cruzar la mediana.
 
Menos mal que, muy prudente, el conductor del coche que viene por detrás, ha frenado hasta ver en qué termina el desenlace. Acabará haciendo lo que le indica el propietario de la vaca y acabará pasando con mucha precaución por el otro carril de adelantamiento.



Poco más adelante encuentro arrancando hierba y rumiando a ovejas, quizás sean corderos grandes, que ya han sido esquiladas para estar más frescos en el verano que ya se aproxima y producir nueva lana para el siguiente frío invierno que vendrá sin que le llamemos. Bueno, aún faltan más de seis meses.
 
Con este entretenido recorrido por carretera, llego al puerto deportivo de Pléneuf-Val-André.

Pléneuf-Val-André.
Saco foto del puerto deportivo con sus veleros de altos mástiles en sus pantalanes. Todos flotan sobre el agua retenida artificialmente. Es evidente que no podrán salir al mar hasta la pleamar de las once de la noche, una hora no especialmente adecuada para disfrutar de la navegación o, al menos, eso es lo que creo.



¿Se adaptarán a las mareas los amantes del deporte de vela? O ¿Tendrán que respetar al mar y disfrutarlo los días en que la marea alta sea diurna? No tengo respuesta y por la noche estaré tan cansado que no me molestaré en comprobarlo. Además, ni siquiera estaré en este lugar para verlo. Avanzo un poco e ilustro con otra foto de embarcaciones echando la siesta sobre el lodo.
 
Un ramillete de flores amarillas que brotan de un tiesto, dan la nota colorista a la foto fangosa. Ya enfilando hacia el núcleo poblacional de esta ciudad, en un espacio de agua retenida que se mantiene gracias a las compuertas cerradas de las esclusas, unos patos nadan en la superficie. Además de dar frescura al paseo y ofrecer unos fondos de vegetación parecida a la de las algas marinas. Cuando me acerco, lo que creía patos ahora me parecen fochas. Además compruebo que esta especie de lago artificial, sirve para hacer paseos de recreo.
 

Al fondo han construido un islote con un faro de mentiras. Probablemente aquí se diviertan los niños con barcos de juguete o a pedales. Pero antes de llegar al faro artificial, paso por una casa que ofrece al caminante un gran rosal, muy alto, con hermosas rosas y cantidad de capullos que lo mantendrán florido durante mucho tiempo. Pasado el rosal, voy acercándome al islote con faro que ya había visto de lejos.


Ahora veo que también hay una casita de juguete a ras de agua, un puente y, en la penumbra, vislumbro otro edificio que muy bien podría ser un molino, tras un puente de madera que une las dos orillas. Todo ello forma un conjunto armónico y lúdico que supongo aprovecharán los pequeños de este pueblo-ciudad.



Abandono este puerto en miniatura y empiezo a ascender hacia lo más alto de Pléneuf, por donde destaca el campanario de la iglesia que ya voy viendo desde Planguenoual. Habría que decir que ya lo he visto a primera hora de la tarde desde la Pointe des Guettes, antes de seguir el curso serpenteante del río Gouessan. Tiene tan alto el pincho del clocher que lo fotografío desde lejos, antes de que no me quepa y tenga que retroceder. El reloj marca las 7:05 horas. Como ya llevo bocadillo, no me tengo que preocupar en buscar sitio para cenar. Alguna ventaja tiene que tener el haberlo comprado antes, aunque tenga que ir un rato con más peso que el que ya llevo en mi mochila. Un padre joven sale se un coche, mientras su mujer saca a su niño de la sillita. Le digo desde dónde he visto el campanario y la mujer, que sabe por dónde se va, me da una información valiosa para salir hacia la playa de Nantois. Cerca de la iglesia, una mujer habla con un amigo, al hacerle una pregunta, deja al hombre y me acompaña hasta dejarme bien encarrilado hacia la costa. 

En un cruce, donde un coche espera a que se le ponga verde el semáforo, pregunto al conductor y la joven que le acompaña como copiloto, me da las explicaciones exactas para llegar a donde quiero llegar. Me dice que baje a la playa des Vallées y que continúe, que la playa está a la par del golf, lo que me hace pensar que sea nudista, puesto que ocurre como en Zarautz, donde el final de la playa donde se practica nudismo coincide con la duna que lo separa del golf. Cuando llegue a la plage des Vallées, veré un indicador del Château de Nantois.


Buscando la playa nudista de Nantois.
Abandono así Pléneuf-Val-André y bajo a la playa. Un joven sale del agua y me dice que no me puede informar porque no sabe nada del lugar, ni de la playa, ni del castillo y, añade, “el agua está muy fría” y se va rápido para secarse. Durante este recorrido de última hora de la tarde, saco cinco fotos de playa. La primera se puede ver bien que es de piedras en la marea alta y que, como todavía no ha subido del todo, puedo caminar por la arena.
 

La isla de Les Comtesses se va quedando atrás a la altura de Pleneuf. La segunda es de las mismas características que la anterior pero, en lugar de enfocarla hacia el Oeste, como la primera, la dirijo hacia el Nordeste. Ya se puede apreciar a lo lejos la población de Erquy, a la que no llegaré hasta mañana, puesto que me voy a quedar a dormir cuando finalice esta larga playa. Aunque no veo ningún indicador, es muy probable que esté ya en la playa nudista de Nantois, pero no veo a nadie desnudo, ni a mi me apetece el baño.
 
Caminando por la arena, saco otra hacia el acantilado y la montaña. Parece que sobre una loma se ve una construcción, pero en la distancia, no puedo asegurar que sea un castillo, y menos afirmar que sea el de Nantois, pero bien pudiera ser. En esta búsqueda, sí que llego a un lugar en que hay una casa derruida muy próxima a la playa.
 

Esta será mi cuarta foto de esta costa que voy recorriendo ya sin esperanza y con ganas de encontrar un sitio adecuado para quedarme a dormir. Creo que he recorrido más kilómetros de los debidos para ser el primer día, aunque ya hubiera hecho un ensayo en las islas de Annick. Cometo el error de no quitarme las sandalias y andar descalzo por la orilla. Cuando lo haga luego, para meterme en el saco, me daré cuenta del error. Tengo los pies indecentes. Probablemente me los haya manchado mucho cuando me he metido en el sucio bosque de matorral para salir del caballo y las margaritas a la playa Valais, todavía sin salir de Saint Brieuc. La quinta foto la saco ya con una roca en la arena que, cuando suba la marea se convertirá en un pequeño islote y que, de momento, embellece el paisaje monótono de horizonte y arena. No soy el único que camina sobre esta arena en la marea baja, puesto que me encuentro con la huella de alguna pisada de otros.

Plage de Saint Pabu.
El pueblo de Saint Pabu está en el interior, pero se ve que le corresponde un espacio en la costa. Esta playa es toda de arena, se camina bien por ella, pero en la parte más próxima a la carretera, donde hay duna baja, también hay piedras. La parte de arena se va a inundar con la marea alta, así que tengo que buscar entre las piedras un lugar algo elevado y que me permita hacer una cama horizontal. Aspiro a dormir sobre arena, y lo consigo. 

Hay un espacio con arena entre el pedregal y la hierba que consolida la duna. Dos pescadores me dicen el nombre de la playa y que el pueblecito colindante, antes del más grande de Erquy, se llama Caroual. Me gusta el lugar elegido para dormir, pero no por ello dejo de buscar un lugar a cubierto, puesto que no está asegurado que no vaya a llover esta noche. Hay una casa que parece deshabitada, pero no tiene ningún tejadillo saliente y, para colmo, está muy próxima a la carretera. Un campamento, con grandes tiendas de campaña, está cerrado por unas verjas impenetrables. Regreso a la playa, y el pescador más simpático me confirma las once como la hora de la pleamar. Yo ya sé, por mi mapa de mareas de Saint Malo, que será a las 23:26 horas. Me asegura que, donde me he colocado, no subirá la marea. Llamo a mis amigos Martín y Arantza y les doy el número del nuevo teléfono, por si me quieren llamar cuando llegue la asignación de destino para el balneario que tenemos solicitado los dos hombres en noviembre. Martín me dice que Arantza volvió bien de su viaje y Erika no se quiere poner al teléfono para que le felicite. Tiene la mente absorta en una película que está viendo en su televisión privada.
 

Como el bocadillo, no bebo agua, para levantarme menos a la noche para orinar y, para las diez de la noche, ya estoy dentro del saco. Al meterme es cuando veo mis pies indecentes y me arrepiento de no haber venido caminando descalzo por la orilla. Organizo toda la mochila, pero cometo fallos. No saco el agua de la mochilita, la he metido dentro de la grande, y temo que el tapón deje pasar líquido y me inunde todo lo demás. Tampoco saco la funda de las gafas y ¿Dónde las dejo durante la noche? Al menos, si he colocado la capa a mano, por si llueve por la noche. Una chica en Pléneuf me ha dicho que aquí no suele llover por las noches. Por desgracia, no va a certar con su pronóstico. Aunque indecentes, les doy masaje de Aloe-vera a mis pies, para algo les servirá. Por mi ubicación, recibo una sensación extraña, me parece que el sol se está poniendo por el Este, por detrás de la roca pero, cuando se iluminan las luces de las ciudades hacia Paimpol y Saint-Quay-Portrieux, de tantos recuerdos, me doy cuenta de que tiene que ser por allí por donde el sol se acuesta. A primera hora aparece la luna en cuarto creciente. Aunque estoy sin gafas, la veo bonita. Después veo la Osa Mayor, que está al frente. El mango con su última estrella acaba casi encima de mi cabeza. A lo largo de la noche, la Osa, se irá desplazando hacia Erquy. Ya casi ha llegado la marea alta a su plenitud de la pleamar. Los pescadores han venido retrocediendo a medida que subía y, por fin, han acabado emigrando del lugar. Los coches que vienen de Pléneuf lanzan potentes haces de luz hacia la playa, pero pronto dejan de venir y ya no hay foco alguno que moleste. Probablemente sea un faro el que a intervalos ilumina la alta roca y las blancas nubes. Durante las primeras horas de la madrugada, llueve dos veces y en las dos ocasiones me protejo bajo la capa de plástico y me defiende bastante bien, pero veo que la capa ya se empieza deteriorar. Es como un plexiglás poco flexible. Aprovecho el momento para sacar el botellín de agua de la mochilita y compruebo que no ha goteado nada. Mis temores se disipan. Mientras el agua que cae es suave, ni me molesto en taparme, pero lo hago cuando arrecia. Hay alternancia de nubes y cielo despejado. La luna se ha ido ocultando tras Saint Quay Portrieux. Cuando llueve, me pongo de rodillas y mi capa cubre almohada y esterilla. Tras la segunda lluvia fuerte, me duermo de puro agotamiento. Seguro que hoy he caminado más de cuarenta kilómetros. No tengo límites. Ha sido demasiado para un primer día. Por la noche, orino dos veces y, como no me desplazo, no puedo asegurar que alguna gota no haya caído y mojado el saco. Lo mismo ocurre cuando orino vestido por la mañana, pues mojo un poco el calzoncillo y el pantalón. Todo por no levantarme rápido para hacerlo y casi ni me da tiempo a sacarla. Ya no tengo edad para hacer retención de orina durante mucho tiempo después de que me entran las ganas. No sé si en el último tramo horario, mientras dormía, ha vuelto a llover o no, pero sí se ha levantado un viento que ha elevado mi esterilla como si quisiera ser la alfombra voladora de los cuentos de las Mil y una noches. Esa elevación de la esterilla, estando dormido, me ha despertado y me ha asustado. Sólo ha sido un momento. Al despertar por la mañana, el culo lo tengo frío y trato de calentarlo con mis manos que mantienen mejor temperatura. Empieza una nueva jornada.

Balance de la primera etapa.
Ha sido una jornada muy intensa. Muy variada. Ha empezado por zona conocida que ha supuesto miradas de reconocimiento. Los encuentros han sido muy puntuales. Bien comido en el Buen San Nicolás, con buen trato y buena relación calidad-precio, y bien atendido por Valerie en La Chardonniére. Por los cuatro pueblos que he pasado, me he entretenido en la iglesia y alrededores: Hillion, Morieux, Planguenoual y Plénef-Val-André. La pena ha sido que no me he bañado. La bajamar no ha sido propicia para ello. El mapa que llevo con el nombre de Carta Turística de la Bahía de San Brieuc, como una parte del mar de la Mancha, ha finalizado en la desembocadura del río Gouessan, así que ahora camino con menos información, pues el que utilizo está a menor escala. De todas formas me sirve e informa lo suficiente. Es el mismo que utilicé el pasado año desde que entré en Côtes d’Armor, antes de Lannion. He tenido mala suerte con la lluvia de la primera noche que duermo bajo las estrellas, aunque las ha habido a ratos.