viernes, 22 de abril de 2016

Etapa de Preparación


Etapa de Preparación 12 de junio de 2013.
Plougrescant-Bugueles-Île Balanec-Île Illiec-Île Milieu-Île Saint Gildas-Plougrescant.


Amanecer en Plougrescant.
Me levanto a las seis y bajo a orinar. Vuelvo a subir las escaleras y no me levanto hasta las siete. Saco unas fotos desde los ventanales achaflanados hacia la costa. Se ven rocas y mar. En la segunda se aprecia un trocito del espacio ajardinado de la casa. También saco foto de la otra ventana que da hacia el interior y que ofrece la vivienda de los vecinos más próximos. En todas las casas hay rocas naturales aledañas, así que la Maison des Rochers, la más característica por el lugar estratégico que ocupa, no es la única que goza del privilegio de ser la casa de las rocas. Todas tienen rocas próximas. 

Saco también foto de la amplia y mullida cama con el vistoso cabezal que da alegría a la habitación, gracias a un papel colorista bien elegido. La última la saco con los pies puestos en los escalones, donde se puede ver mi equipaje y el pastillero LMXJVSD. “X” es “mercredi”, miércoles. Aunque sólo tomo una pastilla al día, por la mañana, me sirve para tener la certeza de si me la he tomado o no. Bajo a escribir. Cuando estoy escribiendo el diario, salgo a la terraza y me acerco a la puerta de entrada para fotografiar La Casa de las Rocas, no vaya a ser que me quede sin fotografiarla, pues desde la habitación no lograba verla.
  

Por el Este parece que el sol quiere empezar a despuntar. Sin salir del recinto de la casa, saco foto de la misma. El pabellón más pequeño, el que está al fondo a la izquierda, es el que alberga el cuarto de los invitados, el lugar donde he dormido plácidamente esta noche.

Desayuno y preparativos para la marcha.
Hacemos un buen desayuno. El mío con mucha leche, sin restricciones, pan tostado, croissant, mermelada de manzana y otra de jengibre y calabaza. Ayer ya comimos calabazas peladas. Llevamos la comida que ha preparado Annick en Tuperwares y nos dirigimos hacia las islas que, en la marea baja, han dejado de serlo. Ella lo tiene todo bien calculado.
 
Me pregunta si nos acercamos en coche hasta Bugueles y, aunque ella es la que debe decidirlo, opino que es mejor que vayamos andando desde casa. Es así como lo hacemos.















 





Annick me saca una foto cuando arrancamos a las diez, con su casa al fondo. Allí estará esperándonos a la vuelta. Llevo el jersey a rayas, pues todavía no hace calor. Vamos por terreno que ya conozco, con la única novedad de que lo estoy recorriendo al revés que cuando llegué el pasado verano. Reconozco la playa en que me bañé desnudo, aunque de mala manera. Hoy sería peor, pues la marea está más baja aún.
 


Saco foto de la roca que llaman de Los Enamorados, o de Los Amantes. No creo que haya mucha diferencia entre los dos conceptos que implican cierto grado de enajenación mental. También pasamos por las que llaman rocas del Pequeño y del Gran Napoleón y que ya fotografié en 2012, aunque sin saber su nombre. Como Napoleón no es uno de mis personajes históricos favoritos, no las vuelvo a plasmar en mi cámara.

 

Todo lo siguiente me resulta desconocido, hasta que llego al lugar en que encontré a los chavalillos y les pregunté por un sitio para desayunar. También en el puerto en que encontré a un abuelo transportando una barca en un carro para sacar a sus dos nietos a navegar por el mar. También el camino que va por zona inundable, un poco antes de llegar al pequeño puerto natural. Cuando nos encontramos con algún conocido, Annick se para con ellos para hablar. Una pareja de mayores. Él lleva un palo con puntero. Otro que está trabajando en su huerta. Pasamos por la casa que en marea alta queda aislada y en donde ya me entretuve fotografiándola a la venida. Ahora, en el camino, una brigada de jardineros municipales se encarga de tener expedito de hierbas el camino. 
 
Los caminantes agradecemos este trabajo, sobre todo cuando lo invaden ortigas y matorral. En la costa de “ajoncs”, al menos en el camino, tengo suerte de no toparme con las temidas aulagas, como me ocurrió en el lado gaditano del estrecho de Gibraltar. 

En Internet obtengo ahora esta foto vía satélite que indica vien a la vista las islas por las que vamos caminando Annick y yo aprovechando la marea baja. Me parece suficientemente ilustrativa. 

Llegamos a la isla de Balanec. Entramos por zona que ha estado inundada hasta hace pocos momentos. Pasamos a la de Genets. Allí encontramos una silla, en la que Annick se sienta. Es consciente de que no es silla puesta allí para ella, que tan buena marcha lleva, puesto que es una andarina avezada y esta silla es para personas “agees”, entradas en años. En ella se pide que no la cambien de lugar. La fotografío vacía, con el texto en que indica lo dicho y que es para mayores.










 


Île de Illiec. Lindberg.
Es así como llegamos a la isla de Illiec. Annick va bien pertrechada para la marcha y disfrazada de Caperucita Roja. Ya se aprecia la marea baja, ya que algunas barquitas ya se apoyan con sus panzas sobre los fondos marinos. Las orillas son de piedras sueltas. Pocas playas de arena encontramos y las rocas todavía están humedecidas porque no hace mucho que han estado cubiertas por el mar. Pronto llegamos a la casa en que vivió Charles Lindberg. El primer aviador que sobrevoló el Atlántico en 1937.

 


Saco una foto de esta casa, que más bien parece un palacio, y otra vista desde el otro lado, con la explanada que da al mar y la hierba bien recortada. Aunque la casa parece cerrada y sin uso, lo bien recortado del césped da la sensación de que estuviera en uso. Sería un bonito lugar para poner un museo y explotar la efemérides del intrépido aviador.








También podría incluir una biblioteca con Saint Exupery como protagonista. Aquí también el roquedal es majestuoso. Después bordeamos otros pequeños islotes y llegamos a île de Levrettes. Es así como llegamos a la última, la de Saint Gildas.


Île de Saint Gildas. Caballos religiosos.
Ya en Saint Gildas Annick me enseña el monolito donde se recibió el primer mensaje que envió Lindberg, tras lograr la hazaña. Un gran muro separa unas construcciones del camino. Así llegamos a la capilla de Saint Gildas. El “clocher”, campanario, está cubierto de hiedra, de la que se libra por poco la campana. Lo más curioso de esta capilla me lo cuenta mi amiga. Un día al año, también con la marea baja, llegan caballos y caballistas, yeguas y amazonas que, indistintamente, pueden galopar en macho o hembra. Ese es un día especial para los equinos, puesto que el cura, les da la comunión.
 


No sé si es su Primera Comunión, o pueden reincidir. Annick me cuenta que su yegua se negó a comulgar y, al año siguiente, ya se había muerto. En descargo de crédulos, también me cuenta que otros caballos que habían comulgado, habían muerto igualmente. Hoy la capilla está cerrada y también el jardín, así que no lo podremos visitar. Tampoco vemos a nadie que nos la pueda abrir. Descubrimos dónde está la placa conmemorativa del centenario del premio Nobel de Medicina de 1912, Alexis Carel. Salimos al exterior y adelantamos al tractor que se ha encargado de segar la hierba del prado donde suelen aparcar a los caballos el día de la fiesta. Annick me cuenta anécdotas de su Lulú. De un día que casi les tira al fango y les baña vestidos sin querer hacerlo.
 
 
Saco foto de la casona principal de la isla.

Le dejeneur sur l’herbe.
Buscamos un sitio tranquilo y comemos la ensalada de lentejas que ella ha preparado en casa, con aguacate, tomate, huevo duro y el pescado que sobró ayer. Más aceite de oliva virgen y vinagre balsámico, resulta una comida potente para los esforzados caminantes que somos ambos. Nos reconforta. Comemos apoyando nuestras espaldas en una piedra. Annick, para animarme, me dice que en las piedras puede haber serpientes, víboras. A lo largo de la mañana, ha habido amagos de lluvia bretona, en ratos breves y con baja intensidad. Ahora, durante la comida, brilla el sol. Lo peor del camino ha sido lo farragoso para avanzar por las zonas húmedas y cenagosas, cuando no había apoyo en las piedras. El regreso será más fácil, al estar el camino más seco.

Regreso a Le Gouffre.
Sin mucho que contar del camino de regreso, al ser repetido y, en la segunda parte, tripitido por mí, llegamos a casa. Cogemos unas patatas pequeñas sembradas en el huerto, a la derecha de la entrada. Hoy vamos a tener otro pescado para cenar, que Annick llama “bar” y que equivale a nuestra lubina. En esta ocasión se trata de una gran lubina, no es lubina de ración habitual oferta de nuestras piscifactorías. En esta ocasión, no sé si será lubina salvaje. Mandamos mensaje a Marion y Unai para darles la enhorabuena por Armel. Mientras el horno pone a punto nuestro pescado, escribo, miro el mapa para ajustar nuestro recorrido con el nombre de las islas por las que hemos pasado y Annick me ayuda a resolver las dudas. Como aperitivo, comemos lo que me sobró de tortilla y escancio sidra con el tapón adecuado que le regalé ayer. Mañana comeremos en Guingamp, en el restaurante próximo al río Trieux en que ayer no pudimos tomar la cerveza. Para tener la certeza, ella llama para hacer la reserva. A las 19:30 horas está lloviendo y el mar ya ha subido considerablemente. Un inciso: Lu, la yegua, murió en 2010, a los 38 años y, hablando de años, me aclara que Florence, su ahijada, el pasado año no cumplió 21, sino 22 años. El hermoso pescado lo ha metido al horno como papillote. Le ha costado cortar y limpiar la tripa pues, su inadecuada tijera ha tenido que ser ayudada con el cuchillo de cortar el pan. El pescado no ha sido desescamado y me tengo que quedar sin comer la piel que tanto me gusta, quizás en papillote, me guste menos. Este pescado es mejor que el de ayer pero, sin sal y cerrado por un papel que lo aísla, pierde la gracia de cualquier otro, incluso de inferior calidad, hecho al horno o a la brasa. Las patatas enteras con piel, se pueden comer gracias a la mantequilla. Luego comemos la ensalada con los tres quesos. El que más me gusta es uno que se parece al de Idiazabal. Como hoy ha sido el primer día de caminar, estoy cansado. Creo que habremos andado unos 30 kilómetros. El pisar piedras y cieno no ha sido especialmente agradable, aunque el paisaje ha sido bonito y esta forma de caminar entre islas y por ellas ha resultado interesante y una experiencia novedosa. Me alegra haberlo hecho en compañía, puesto que solo yo creo que nunca lo hubiera intentado. Annick también se va a su cuarto. Nos despedimos hasta mañana. Para las diez y media ya me estoy lavando los pies y metiéndome en la cama. Primero me he dedicado un rato a borrar todas las fotos que tenía en la tarjeta de la cámara de fotos. Está la cámara así lista para las siguientes, como si la hubiera formateado. A las once saco una foto desde mi almohada con el otro frente de la habitación, donde se puede ver la trampilla que cubre el hueco de la escalera y que yo ni me molesto en bajar. Duermo bien y me levanto sólo una vez para bajar a orinar.


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