Etapa
01 (358). 14 de junio de 2013, viernes.
Saint
Brieuc-Port du Légué- Les Gréves
(Langueux)-Yffiniac-Hillion-Pointe Grouin-Pointe Gouette-Estuaire
Serpente de Gouessant (Cremor Vallée)-Pléneuf Van André- Port
Gahouët-Port Miniature-Plage des Vallées-Plage Nantois-Plage Saint
Pabu.
Côtes D’Armor (2ª
parte)
Comienza
mi viaje donde acabé el verano pasado, en el albergue juvenil de
Saint-Brieuc situado en la rue Manoir de la Ville Guyomard 22000 Les
Villages 020696787070. Está a las afueras de Saint-Brieuc. Presento
un mapa dividido en dos que me sirvió para arrancar y donde hice mis
primeras anotaciones de la jornada. La posición del Auberge de
Jeneusse está más próxima al barrio de Saint Joan que al centro de
Les Villages, y muy próximo al río Gouet. El otro lado del río
pertenece a Plérin. Podía haber empezado por Les Villages y
continuado hacia Langueux, pero me apetecía recuperar el estuario
del Gouet, por donde entré a Saint Brieuc procedente de Plérin en
2012. Este viaje de verano que comienza, perderé 6 kilos y 700
gramos. No voy a analizar las razones, pues son variadas. Lo que me
ofrece de nudismo oficial la costa de lo que me queda de Francia
hacia el norte, es lo siguiente: Ascendiendo Normandía, en La
Manche, la playa de Saint Germaine, en Calvados, la de Marville y ya
en la Côte Picarde, la de Berck-sur-Mer, donde tendré un precioso
encuentro con una actriz canadiense que estaba rodando una película
en la localidad y que no pude ver porque no se estrenó en España o,
al menos, no en San Sebastián, o no me enteré.
Amanecer
en el albergue de Saint-Brieuc.
Me
despierto a las 6:15 horas. Me levanto a orinar a las 6:30 y lo hago
de nuevo en el lavabo. Empiezo a escribir el nuevo diario y me
acuesto de nuevo. Tomo la pastilla y a las 7:10 voy al comedor, donde
ojeo el periódico. Un hombre ha muerto en Belle-îlle-en-Mer. Su
barca quedó destrozada contra las rocas. No es buena noticia para
empezar bien el día. Tampoco sé en que zona de la isla ocurrió el
percance y tampoco tendría motivos para reconocer el lugar del
suceso, puesto que el recorrido que el año pasado hice por aquella
costa fue muy breve y limitado al sudoeste de la capital, cuando la
fortaleza Vauban me permitió salir al mar.
Desayuno
en el Auberge de Jeneusse.
Desayuno
con una chica que está hospedada por una semana. No está de
vacaciones, sino por motivos de trabajo y reciclaje. Lo que preocupa
no es el costo de reciclar, sino la dificultad que presentan algunos
reciclajes, por ejemplo, en el reciclaje de la madera, la separación
de los vidrios de una ventana. Le explico como puedo lo del
contenedor marrón para hacer compostaje.
Ella fuma tabaco biológico,
de liar, y le explico mi teoría del fumar y acabo metiéndome con
Merkel. Bebo un vaso de zumo de naranja. Las dos posibilidades que
ofrece la máquina son: naranja o naranja. Como me considero de
izquierdas, y suelo preferir piña, manzana, o cualquier otra opción
que no sea la de hoy, he elegido la del botón derecho. También cojo
una terrina de puré de manzana, dos mermeladas, dos trozos de pan,
una porción de mantequilla, un dado de azúcar y un gran tazón de
capuchino. La chica recicladora sale a fumar, a llenarse los pulmones
de humo biológico, y queda en el comedor otro chico que también
está en el albergue por razones de trabajo.
Él también se va y me
desea suerte y que disfrute en el viaje que voy a comenzar. Me voy en
el momento en que empieza a entrar el gran grupo de jubilados. “À
la retraite”, dicen los franceses. También aparecen los que ayer me dieron
el programa de mareas para todo el verano. Me desean buen viaje. Al
salir del comedor me despido de la fumadora que recicla. Como ya he
echado la ropa de cama a la “pubella”, en la habitación me pongo
el jersey, recorto un mapa repetido y que me va a servir para hacer
anotaciones en el primer tramo, y orientarme por el río Gouët hasta
su desembocadura en la bahía de Saint Brieuc. Es el mapa que aquí os presento partido en dos, donde el protagonista es el río Gouët. Escribo un poco más,
y para las 7:50 horas ya estoy en marcha, en dirección al puerto.
Sólo me queda echar la llave en el buzón de recepción, y es lo que
hago antes de partir. El último mapa que ofrezco es el turístico de la Bahía de Saint-Brieuc, que ofrece un mejor detalle para seguir la etapa de hoy, pero que acaba en la desembocadura del río Gouessan.
Barrio
de Saint Joan. Iglesia y fuente.
El
albergue está muy cerca del río Gouët, pero la primera parte la
recorro por zona más urbana, que me llevará hasta un puente que no
estoy dispuesto a cruzar. Primero, por la rue de Vau Meno, llego al
Liceo Politécnico Freyssinet. El nombre me recuerda al del cava
Freixenet. Cuatro chavalillos esperan a que den las 8:15 que es su
hora de entrada. Les hablo de mi viaje y de que vengo desde el País
Vasco y que voy andando hasta Alemania, no dan muestras de saber
mucha geografía. Llegan dos que parecen más espabilados y se quedan
pasmados con mi plan viajero. Todos entran al Liceo al dar la hora.
Una madre con niña y niño, van descendiendo por la misma calle que
voy yo.
Pregunto por La Poste, para echar la primera postal al
correo, y me orienta hacia el interior de la ciudad. Yo no quiero
perder tiempo y me resisto pero, nada más dejarles, encuentro en la
misma calle un pequeño buzón. Ya voy con la mano liberada de esa
preocupación. Paso por el barrio de Saint Joan, donde hay una
iglesia y anuncian una fuente antiquísima, pero no retengo de qué
siglo. Cuando la voy a fotografiar, es la primera foto del día, de
la casa de enfrente sale un joven padre. Alguno de sus hijos va
camino del colegio. Son cuatro, pero dos no quieren salir en la foto
y la hago con las dos que sí han querido posar. Se ve que las niñas
son más coquetas. Finaliza el barrio de Saint Joan y la carretera
sigue bajando hacia el río.
La
riviére Gouët.
Cuando
estoy llegando al río y ya veo el puente que no quiero pasar, puesto
que me llevaría hacia Plérin, por donde llegué el pasado agosto y
ahora me supondría retroceder, veo hacia la derecha un indicador de
“sentier de la riviére”, que me anima a meterme por él. Tengo
dudas porque el indicador no es rojo y blanco, como los de los GR,
sino rojo y amarillo. Parece que imita al color de las flores
amarillas que luego veré, a los lirios del mismo color, y a las
amapolas del camino y del trigal.
Este sendero que va por el borde
del río es muy bonito y durará un pequeño tramo, hasta que llegue
al puerto de Légué. Unos troncos en el suelo delimitan el espacio
para que el caminante no de un paso en falso y caiga al río. A esta
hora temprana, los árboles de ambas orillas se reflejan en el cauce
pleno de agua y embellecen el paisaje. Algo que el viajero agradece.
Sin ser todavía las nueve, llego a una zona de marisma, donde crecen
juncos y lirios. Aunque a mí me gustan más los de tonalidad azul
liliácea, no hago ascos a estos lirios amarillos. Son flores que
requieren gran cantidad de agua dulce, aunque en este caso, es
probable que también les llegue algo de salobre.
Bajo al río para
sacar la foto. El río va saliendo de zona boscosa y acercando al
gran viaducto que une Saint-Brieuc con Plérin y Paimpol, por un lado
y con Brest por el otro.
Igual de feo que el que sobrevuela Morlaix y
que ya comenté el pasado verano y no voy a repetir. Los bretones no
quieren hacer puentes sobre los ríos para no estropear el paisaje.
Yo, como soy un puñetero, voy sacando fotos del viaducto hasta que
estoy prácticamente debajo de él.
Port
de Légué.
Ahora
el camino es menos bonito, pero ofrece una visión más despejada del
puerto que ya se avecina. Primero la foto está sin barcos y luego
con ellos. Quizás lo más bonito que supone este feo viaducto, sea
el equilibrio que le da su reflejo en las tranquilas aguas portuarias
de Légué. Por el otro lado del río van apareciendo las casas de
este último barrio de Plérin, en cuya playa de Les Rosaires
disfruté durmiendo la última noche bajo las estrellas, al fin de mi
viaje de 2012.
Supongo que mis amigos de Lión ya estarán casados
gracias al mimetismo con que se copian las leyes, en este caso sobre
el matrimonio homosexual, que Holande había prometido remedando a
Zapatero, unos socialistas tan afines y tan dispares, como dispares son
Francia y España. Sin embargo, las gentes no somos tan distintas.
Cuando paso por debajo del viaducto y llego a Quai Amez, ya tengo
enfrente el lugar donde desayuné en aquella ocasión. Son las nueve
cuando veo al otro lado la Pizzería de Port du Légué. Ya estoy en
los pantalanes que permiten el acceso a los barcos veleros de altos
mástiles.
Saco foto de unas grúas y creo que es el lugar en donde
están las compuertas que permiten mantener la apariencia de puerto
con agua, tanto en marea baja como en la alta, aunque sólo en este
último caso los veleros podrán salir al mar. Pero lo que creía
compuertas no lo son, y tendré que esperar un rato para llegar a
ellas.
Zona
industrial portuaria y compuertas.
La Tour de Cesson.
Hacia
las 9:20 llego a la dársena que llaman Bassin Le Guales de
Mezaubran. Es la zona más fea del puerto, sin apenas barcos y los
que vengan son para carga y descarga. Veo los almacenes y en el
suelo, que recibe poco cuidado, crecen hierbajos por los resquicios
del asfalto agrietado. Cuando llego a las compuertas, es evidente el
desfase del agua sostenida artificialmente en el puerto y la salida
al océano que, a estas horas, está protagonizada por la bajamar.
Las compuertas tienen que estar cerradas para mantener los barcos a
flote dentro de la dársena portuaria. La foto nos muestra por los
huecos los fondos limosos y, a lo lejos, la torre de Cesson. El
sendero la va rodeando.
Paso por Cale du Grand Lejon, y la rue des
Galets, me lleva hacia el Quai Sebert, que con su largo dique protege
la bocana que comunica con el mar. El sol sale de entre las nubes.
Poco después de las nueve y media, ya voy saliendo de las compuertas
y del recinto portuario. Al barrio de Cesson, le llaman también la
Ciudad Bastarda.
Albañiles
y pescadores.
El
mar es frenado mediante un muro que, como es el que más sufre el
embate de las olas, es el que más se deteriora y precisa de
mantenimiento. Un grupo de albañiles está corrigiendo los daños
producidos por el mar, reparando el muro, y sustituyendo las piedras
que han sido arrancadas por la fuerza del océano. Y eso que estamos
en la Baía de Saint Brieuc, una de las más protegidas de este norte
bretón. Desde arriba del muro, no fotografío a los trabajadores, no
se pueden apreciar bien los grandes huecos que están siendo
reparados, con piedras nuevas o con las recuperadas y arrancadas del
muro inicial. Tengo la suerte de que el muro tiene una ligera
inclinación y lo puedo ver bien. Uno de los obreros echa la mezcla
de cemento y grava, mientras el otro lo retiene con un tubo y rellena
el hueco. El que está abajo es de raza negra y se jacta de su
inteligencia imaginativa.
A este primer grupo no he sacado foto, pero
sí a otro de tres que está a continuación. Ellos ni se enteran que
les he fotografiado y que van a figurar en este blog. Aquí no hay
negro alguno, y nadie va a perder ni un ápice de su alma por que le
fotografíen. Unos metros más adelante, el muro ya deja paso a
embarcaciones. Un pescador acaba de llegar a su motora. Se ha
acercado a ella en el chinchorro que tiene amarrado a estribor. Ahora
baja a la orilla su compañero, con una nasa. Se supone que van a
salir de pesca. No me quedo a esperar a que este último pescador
monte en el barco. De lejos veo cómo se dirigen por el estuario
hacia la bocana con la vista puesta en alta mar. Saco una foto con la
motora y el malecón final. El faro queda al otro lado.
Hacia
Langueux
Un
señor me confirma que voy en buena dirección hacia Hillion. Paso
una puerta por la que está prohibido pasar y el conductor de un
tractor me dice que no puedo continuar. Aunque el indicador de camino
quiere que vaya hasta la punta del malecón, decido comerme un trozo,
regreso y bajo por lo que llaman el terraplén de los Kaguerlins.
Pronto voy a dejar de ver el lado por el que llegué en 2012.
Un
hombre me acompaña por este camino, que es un atajo, a él le gusta
mucho pasear por este espacio protegido para que las aves encuentren
un hábitat libre de contaminación y de humanos. Se trata de la
Reserva Natural de la Baie de Saint-Brieuc. Iré viendo los letreros
indicadores a lo largo de todo el recorrido. Poco antes de las diez,
me despido de Marcel y saco la primera foto de costa marítima del
día. Todo lo anterior ha sido fluvial, aunque en el estuario el agua
fuera salobre.
Costa
marina de Saint-Brieuc.
El
suelo por el que voy ahora es mezcla de “caillou” y de arena.
Poco grato para caminar. Las construcciones junto a las que paso son
rudimentarias y sirven para que los pescadores guarden sus remos,
redes y demás material marinero. Pronto llegaré a mejor camino.
Paso por una playa, probablemente la de Valais, que tiene poca
inclinación y acercarse a la orilla no va a merecer la pena pues ni
cubre, ni el lodo ofrece un pisar grato. Medio en bruma, ya se puede
apreciar la costa por la que voy a ir caminando a lo largo de toda la
jornada. Erquy es el punto que veo más alejado hacia el nordeste. El
cabo Fréhel, más al nordeste aún, queda oculto por Erquy. Empieza
a hacer calor, pero no me quito el jersey hasta saber cómo sopla el
viento por estos andurriales. Viendo esta bahía de Sain-Brieuc, me
acuerdo de mi amigo Jokin que, según me contó, atravesó de lado a
lado en marea muy baja esta bahía fangosa. Acortó mucho pero, sin
llegar a la parte final, la marea empezó a subir y estuvo a punto de
llevarle la corriente. Se lo pasó mal, pero no tuvo mayores
problemas. Me lo imagino luchando contra la corriente. Salgo de la
playa por una rampa y un hombre con perro no me sabe decir si ese es
el camino correcto para llegar a una escalera que ya veo cercana.
Perdido
en el laberinto.
Acierto
subiendo, paso la escalera y me meto por entre casas. Aún sin salir
del recinto de Saint-Brieuc, pero a punto de terminar, me encuentro
con unos caminantes que vienen de Rennes. Hoy han partido de un
pueblecito próximo a Dinard, Saint Briac-sur-Mer, por donde pasaré
dentro de cuatro días. Parece que en Saint-Brieuc acabarán y
regresarán a Rennes. Esta pareja no me advierte de que, enseguida,
el camino va a desaparecer. No tengo ni idea de por dónde han podido
venir ellos. Nada más dejarles, llego a un prado. Un caballo se me
acerca para saludar o, quizás, creyendo que le traigo forraje.
Al
fondo hay un espacio repleto de margaritones, por donde un sendero me
va a obligar a pasar. Es el único camino posible en la zona.
Continúo por él, paso por entre las margaritas, pero el sendero va
desapareciendo y no me permite seguir. Hay una falla llena de
matorral y arbustos y árboles casi imposible de franquear.
Oigo muy
cercanos ruido de motores de vehículos y de algún tractor. Estoy
tan cerca de la costa, que no me amilano y así consigo salir a una
explanada que está separada del mar por dunas consolidadas. Por fin
consigo atravesar la falla y, desde la explanada, saco una foto hacia
el prado de las margaritas.
Después otra ya con el prado y el
caballo que ha quedado comiendo flores. En esta última foto se puede
apreciar lo cerca que estaba el prado de las margaritas y el camino
por el que ahora circulo. Habría sido una pena que por tan poco
trecho hubiese tenido que volver hacia atrás. El caso es que ya he
salido del atolladero.
Langueux.
Pont Louis Hanel de la Noë 1852-1931.
Una
vez dejado atrás este bosque horrible con tanta maleza, ya se puede
decir que estoy en terreno de Langueux.
Una pareja mayor me orienta
para ir hacia el litoral pero, tras andar unos metros, debo volver
hacia el interior y pasar por delante de un entrante de mar. Pasado
el entrante marino, se presenta un ancho camino pero, como va hacia
el mar y me resisto a ir por suelo fangoso, lo dejo de lado y por
otro más estrecho salgo a una carretera que va costeando. Fotografío
los dos.
El camino ancho, que va hacia el pie del acantilado y que no
me ha gustado nada, y el sendero que elijo para salir a la carretera
y que me ofrece más garantías. Dando las once, abandono la
carretera y me encuentro con otro camino ancho.
Llegando a un puente
me encuentro con una pareja que lleva tres perros. Al grandote lo
llevan amarrado, pero el mediano y el pequeño van sueltos. Espero
que no sean peligrosos. No tengo certeza, la pareja no me lo
confirma, así que no sé si este es el puente que he visto anunciado
de Louis Hanel. Un chico que viene corriendo entrenando me dice que
el puente está a un kilómetro, pero hacia el interior. Así que os
doy una información de algo que no he visto, ni tengo ninguna
intención de ir a ver.
Un puente no es algo que me subyugue tanto
como para hacer dos kilómetros en balde. También me dice que
Hillion está a unos 7 kilómetros. Es también una buena y útil
información. ¿Comeré allí? El camino continúa ancho y va entre
un bosque con buena sombra arbolada. Está preparado con algunos
bancos para que los cansados repongan fuerzas.
Les
Deux Vallons, petit train des Côtes du Nord.
Pero
el camino ancho se acerca a la costa y me va a llevar paralelo a
carretera. Enseguida llego a un lugar en que está aparcado un tren
que ya está obsoleto. Me contó Annick que esta costa se llamaba en
tiempos Costa del Norte, pero como había confusión con la que viene
a continuación de Pas-de-Calais, Nord, cambiaron a esta que es menos
norte por el de Côte d’Armor. A este tren se le llama Les Deux
Vallons, pero no tengo ni idea de qué recorrido hacía.
Probablemente el camino ancho por el que he venido, fuera el de su
trazado original, que ahora ha sido convertido en vía verde, y que
pasaba por el puente donde he encontrado a los de los tres perros.
Algo parecido a lo que ocurrió con el Tren Txikito que unía Irun
con Elizondo (Parte de él lo recorrí en 2006), o el que viniendo de
las minas de Riorinto, pasaba por Isla Cristina y llegaba a Ayamonte
(Recorrido que hice por triplicado en 2007 y 2008). Como muestra
presento la máquina tractora con una plataforma desvencijada y, al
fondo, dos vagones que hacían servicio de pasajeros.
Escolares
con herbarios.
El
camino va paralelo a la carretera, que va por mi derecha. A la
izquierda va un murete que lo separa de la zona de marisma protegida
para uso de las aves. Pronto encuentro a un grupito de escolares que
está preparando unos artísticos herbarios, con la cosecha selectiva
de plantas y flores que han obtenido en la excursión. La caja base
es común para todos, pero lo artístico queda libre a la imaginación
de cada chaval o chavala. Una vez realizada la recolección y
mostrado el herbario, se trata de hacer una descripción escrita de
lo expuesto por cada uno en su cajita. Se ve que es un ejercicio
didáctico que les gusta y que se han divertido realizando. Algunas
cajitas son primorosas. Los tres profesores son hombres, y les
orientan y ayudan a resolver las dificultades. No ponen ninguna
objeción a que fotografíe al grupo. Este es el tipo de fotos que
más me gusta incluir en mi blog. Una foto natural, sin que nadie
pose.
Casa
de muñecas,
flores amarillas y amapolas.
Abandono
al grupo de escolares atareados y llego a una casa que, no teniendo
nada de particular, ni siendo una de estilo bretón con techado de
paja, me agrada porque en la parte delantera tiene una casita para
diversión de niños. De lejos no puedo saber de qué material está
hecha, pero me recuerda a una de plástico que compramos a mis hijas
y con la que tanto se divertían metiéndose dentro como si se
tratara de una tienda de campaña o una casa de muñecas.
Saco otra
foto del camino, en un lugar en que se puede apreciar a la izquierda
del murete, un tramo de la reserva natural de la bahía de
Saint-Brieuc, y las hierbas y flores que salen espontáneas de los
intersticios del muro. Me gusta la potencia de los pétalos amarillos
de algunas.
Después, en el espacio entre el camino y la carretera,
en algunos tramos, encuentro amapolas. Me gusta la intensidad del
rojo, aunque sus pétalos duran poco más de lo que canta un gallo.
Aunque me gustan ambos colores por separado, no penséis ningún
paralelismo con bandera alguna. No soy amigo de emblemas, aunque a
veces me entretenga en hablar de banderas europeas.
Después llego a
un campo de trigo, todavía muy verde, lejano el día de su
maduración. También en este trigal, como suele ser habitual, crecen
algunas amapolas.
Ya
estoy tratando de dejar el camino paralelo a la carretera, par dejar
Langueux, que prácticamente ya he finalizado y tirar al Norte, hacia
Hillion. El camino del trigal me parece que me podría valer, pero no
tengo certeza. Llego a Langueux Les Grèves y la carretera indica
dirección Yffiniac. Pero si algo tengo claro es que hacia interior
no deseo ir.
Dejo esa dirección de lado y, en el cruce siguiente,
voy hacia Hillion, que ya está a 4 kilómetros. También indica 45 a
Cap Frehél, por donde pasaré mañana. En un prado hay dos caballos
que parecen mal avenidos, puesto que cada uno está en el extremo
opuesto. Cuando saco la foto al más próximo, al fondo se ve la
población de Yffiniac. ¡Hasta nunca!
Camino
de Hillion. Un château.
Salgo
a la carretera y un hombre me dice que siga por allí, pero veo un
camino a la izquierda que indica Tour de Hillion y prefiero camino a
carretera. Es cuando veo los dos caballos.
El sendero me lleva hacia la
derecha, pasa entre árboles, y me vuelve a poner en la carretera que
acabo de dejar. Ya estoy entrando en Hillion y lo primero que veo es
el recinto cerrado con verja bien conservada de un castillo que no
veo. Solamente puedo ver las dependencias más próximas a la
entrada. Son de estructura potente, así que me quedo con la duda de
que el edificio que no acabo de ver al completo a la izquierda sea el
castillo que anuncian. Es lo que me deja ver la verja.
Pero caminando
más adelante, saco otra foto de otro edificio más bajo, éste
probablemente sea el de la servidumbres y quizás albergue las
caballerizas. Es a través de árboles un poco de la estructura del
edificio que parece ser el principal, el verdadero Château. En el
entorno no encuentro a nadie para poder preguntar. Tampoco sé si el
castillo es visitable pero, aunque lo sea, la hora no es la más
adecuada para la visita. Ya son pasadas las doce y media y es la hora
más propicia de comer para los franceses. Yo ya soy casi uno más de
ellos y me adapto como puedo a sus costumbres. Un hombre que viene
hacia mí por la carretera, me dice que puedo comer por diez euros.
Buscaré algo que no sea crepería.
Hillion.
Hacia
la una menos cuarto, llego a Hillion, veo algo del pueblo, y saco
algunas fotos antes de entrar a comer en Au Bon Saint Nicolas. Esta
villa está hermanada con Ballabio, un pueblo italiano. Es lo que leo
en un cartel que veo a la entrada del pueblo. Nada más entrar, hay
un recinto en el que veo una mesa rústica de cantería y que da la
impresión de que, en otros tiempos, sirviera para otros menesteres.
Me hace recordar a un lugar apropiado para la molienda de cereal,
pero no tengo argumentos como para asegurar que así fuera. Como no
pregunto, pues no veo a nadie, luego no me acuerdo y me quedo sin
respuesta a mis dudas. Me acerco a la iglesia.
El reloj señala las
12:25 y en mi cámara aparece las 12:40 horas. Tendré que comprobar
si este desfase horario de un cuarto de hora lo voy a ir arrastrando
en todo el viaje de este verano. Me parece ésta una magnífica hora
para intentar comer. La iglesia no es muy grande, pero ofrece un
bonito aspecto, con sus vidrieras y, en el exterior, un alto crucero
de piedra. La cruz me parece excesiva para al tamaño del Cristo que
soporta. Tampoco sé a qué santo está consagrada la iglesia, pero
quiero pensar que bien pudiera ser al santo del lugar donde voy a
llenar mi estómago: San Nicolás. Un santo muy aceptado entre los
pequeños pues, al igual que Father Christmas, Santa Claus, Papá
Noel, Olentzero o los Reyes Magos, trae regalos. Es sólo cuestión
de que les sigamos engañando con fantasías inverosímiles,
magnificando a los padres de cada niño, a los abuelos y a todo
pichichi que esté en buena disposición de regalar.
Au
Bon Saint Nicolas.
Ofrecen
menú. Es del tipo que me gusta, ya que el primer plato es de
entrantes que tú mismo te sirves. Se trata del sistema
“hors-d’oeuvre”, entremeses. De segundo elijo lengua de buey
con patatas. De postre hay quesos, de cuatro clases, y canutillo de
moca. Una garrafa de 33 centilitros de tinto y café con leche. Todo
por 12,80 €, que pago con Visa. Soy bien atendido y, aunque el
comedor ya se ha vaciado, me dejan escribir hasta que acabo de
ponerme al día en mi diario.
Termino a las 14:20 horas. Al salir del
restaurante, que también es hotel, saco una foto del edificio para
el recuerdo. He comido bien y me voy satisfecho por el trato y por la
relación calidad-precio. Paso de nuevo muy cerca del la iglesia.
Saco una fotografía parcial de la fachada con su campanario, muy
similar a la del mediodía, aunque en esta se aprecia mejor el
crucero, ya que en la primera queda algo confundido con el propio
edificio. Mientas me alejo, oigo las campanadas de las dos y media y
me vuelvo para sacar una foto más completa de todo el conjunto.
Vista desde aquí, la torre parece más medieval, más propia de
castillo que de iglesia. Es así como voy abandonando Hillion.
Parece
que voy a tener compañía durante estos primeros momentos
vespertinos, puesto que van caminando, en la misma dirección, tres
mujeres y un hombre, pero sólo va a ser un espejismo. Ellos doblan
hacia la derecha y abandonan el camino, y yo enseguida salgo de nuevo
a la bahía de Saint Brieuc. Estoy en el GR-34, que continúa por
toda esta costa. Estoy en él desde mi llegada al río Gouët, aunque
a ratos va por carretera.
Ya he salido de la zona de marisma, que en
el mapa auxiliar figura como Prés Salés, pero continúo en la que
dan en llamar Réserve Naturelle Nationale. Esta reserva natural me
va a acompañar hasta que culmine con la desembocadura del río
Gouessant, en lo que será más o menos la mitad de la etapa de hoy.
Va a ser un buen recorrido para empezar el primer día. He dicho que
he salido de nuevo a la bahía de Saint-Brieuc, pero esto parece un
eufemismo, pues el mar está en el quinto carajo. La foto que saco es
contundente. No se ve el mar. Tras tan vasta extensión de suelo
fangoso marino, donde me puedo imaginar a mi amigo Jokin caminando
mar a través, se ve el cabo por el que llegué el pasado año a esta
bahía. Se trata del La Pointe du Roselier. Es la que en la foto
aparece a la izquierda. Todavía no he salido del ámbito de Hillion.
Saint
Guimond.
Siguiendo
por la costa y sin querer bajar al mar puesto que no va a ser posible
el baño, me voy acercando a un lugar al que llaman Saint Guimond. Es
zona de playa con buena arena, pero hasta las once de la noche no
llegará el mar hasta ella, según indica mi calendario de mareas. No
creo que haya mucha diferencia entre la de aquí y la de Saint-Malo.
En Saint Guimond veo una especie de piscina que, aunque no sirve para
nadar, por lo menos se puede utilizar para mojarse los pies cuando el
mar está tan alejado. En un panel se puede leer algo relacionado con
la pesca y los pescadores. Pesca a pie de almejas, txirlas,
berberechos, “coquilles Saint-Jacques”…
Es ahora cuando se me
aclara el nombre francés de las vieiras que no supe recordar en la
plaza de Guingamp. “Coques el palourdes”, berberechos y almejas,
se pescan rastrillando en la arena, mientras que los “moules et
bigorneaux”, mejillones y bígaros, están incrustados en las
rocas. Cualquiera que habite cerca de la mar sabe estas enseñanzas
mínimas que explica el cartel anunciador. Explica también cómo se
pescan en la línea del mar los “bar et soles”, lubinas y
lenguados, pero no quiero ser más pesado de lo que ya soy
habitualmente, en este ejercicio de memoria.
A la vuelta, una mujer
toma el sol. En el cemento próximo a la arena, otra pasea mientras
lee un libro. La tranquilidad de la tarde, la ausencia de bañistas y
la soledad, colaboran para que esté concentrada. Lástima que no
acompañe el arrullo del romper de las olas que están tan lejanas.
La
Pointe de Grouin.
Abandono
Saint Guimond y continúo por el GR-34 hacia la Pointe de Grouin. Hay
un mirador que permite contemplar toda la ensenada que es parque
natural. El paisaje es más de lo mismo, aunque la orilla donde
rompen suavemente las olas del mar, ya se encuentra más cercana al
camino.
En el extremo oeste se ve también más cercana la Pointe du
Roselier y el barrio de Saint Laurente de la Mer de la villa de
Plérin. He llegado Grouin a las tres y cuarto, pero no le dedico
mucho tiempo a admirar un paisaje que, al ser tan monótono, me
empieza a cansar. Más que la quietud del lodo y sus sedimentos, me
gusta el movimiento del oleaje marino. Pero veo lo que hay y me
adapto a la realidad.
Alineamientos
en el mar.
Ahora
debo continuar hacia el Este. Como leo en mi mapa, me estoy acercando
a la desembocadura del río Gouessan.
En el mar veo unos
alineamientos, que nada tienen que ver con los de Carnac. Estos
parece que tienen más que ver con la pesca, probablemente con la de
los mejillones, pero no lo puedo asegurar. A lo mejor se refiere a lo
que en el panel ponía sobre la pesca en la línea del mar, relativo
a la pesca de lubinas, lenguados y gallos. En la distancia, tampoco
puedo precisar el tamaño, aunque sí la dirección: van orientados
de la tierra hacia el mar. Ocupan una gran extensión de terreno
inundado por el agua. Es casi seguro que en las mareas bajas
extremas, estos alineamientos permanezcan siempre inundados.
La
Pointe de Guettes.
En
la medida en que voy más al Este, y que me voy alejando cada vez más
de la Bahía de Saint-Brieuc, también debido a que la bajamar ya ha
culminado su retroceso, poco a poco voy a ir viendo más cerca las
olas en la orilla. Llego a una playa media hora después del cabo
Grouin y ya tengo enfrente el de Guettes. Un hombre con su perro
pasea por la arena. La larga costa que se me ofrece a continuación
es la que me va a permitir llegar esta tarde hasta Pléneuf-Val-André
y al lugar donde pernoctaré bajo las estrellas en esta primera noche
de mi viaje del 2013. Pero, aunque se ve otra playa a continuación
del cabo y parece que va a ser fácil caminar por ese lado del
acantilado, la desembocadura del Gouessan me va a obligar a dar un
buen rodeo.
Me va a costar llegar a la ermita que está cerca de la
playa del fondo, casi en la mitad de la fotografía que acabo de
sacar. Pero eso lo sabré más tarde. Cuando estoy llegando a la
Pointe de Guettes, un francés me confirma que, lo que yo llamo
alineamientos, son mejilloneras. Bueno, no andaba yo tan descaminado.
Yo conozco las de Galicia, las del Delta del Ebro y, lo que allí se
cultiva con pequeños mejillones adheridos a unas cuerdas que dejan
colgantes sumergidas en el agua para que crezcan y, elevándolas,
controlar su tamaño, aquí los dejan que se adhieran a los bancales
de piedra artificial que he visto de lejos. En la Pointe de Guettes
hay también una piedra que es panel explicativo de lo que se ve a lo
largo de la costa que voy a abordar dentro de un rato. Destacan el
campanario de la iglesia de Pléneuf-Val-André. Saco otra foto hacia
el mar donde, al fondo, se ve la isla Las Condesas, Les Comptesses.
Si hubiera dispuesto de gran angular, la anterior y ésta foto
podrían formar un par complementario. Cuando estoy en ello, llega
una pareja. Ella es portuguesa, de Espinho. Le cuento mi viaje por
Portugal y cómo pasé por la costa de su pueblo. Aquél día se
había producido el derrumbamiento de una casa, creo que sin daños
personales. Estamos los tres hombres y la portuguesa, pero hablo en
francés. Los tres se asombran con mi viaje. Bromeo pidiéndole a
ella el “carimbo”, el tampón, el sello, para mi diario, como lo
hacía cuando viajaba por su tierra. Este año he decidido no pedir
que me pongan sellos en mi diario. No tenía mucho sentido hacerlo.
Lo tuvo más al inicio, para rellenar la credencial y conseguir la
Compostela, y los documentos de Muxía y Fisterra. También el año
de Portugal, ya que iba desde Andalucía hacia Galicia. Los años
anteriores lo he seguido haciendo, pero éste no le veo ningún
sentido. Me despido de los tres, “obrigado”, “kenavó”, y
sigo adelante.
Por
la playa hacia la desembocadura del Gouessan.
Poco
antes de las cuatro, me encuentro con otro caminante que me anima a
que baje a la playa. Me enseña su libro con los itinerarios
truncados del GR-34 y me advierte que, al final de la playa, me voy a
encontrar con el río Le Gouessan, que no me dejará continuar, y que
tendré que dar un gran rodeo. Voy bien caminando por la playa, pero
en la medida en que me voy acercando más a la desembocadura del río
anunciado, los pies se me van hundiendo en exceso en la arena y el
camino se vuelve muy fatigoso. Por la arena viene un caballo con su
jinete al trote y consigo una estampa que me parece bonita. No sé lo
que opinaréis vosotros. Quizás el trote se haya perdido y haya
quedado todo muy estático, tanto el jinete como el equino.
Quizás
esa sea la magia de la foto, inmortalizar el movimiento suspendido en
menos tiempo que dura un suspiro. Ya han pasado caballo y caballero, mis pies se siguen
hundiendo más de lo que yo hubiera deseado, y la ermita la tengo más
cercana. En la parte interior de la playa están las dunas de Bon
Abrí.
Estuario
de Le Gouessan.
Empiezo
a ver agua entre mi parte de playa y la rasa intermareal. Eso quiere
decir que por aquí ya está asomando la desembocadura del río
esperado, pero no veo claro su trazado por la arena.
Saco foto de la
ermita que ya he visto desde la Pointe des Guettes. Continúo
adelante y, ya superada la parte frontal, saco foto del lateral de la
capilla. Entre medio está ya Le Gouessan, con el trazado bien
definido. Sabiendo que estos limos suelen ser traicioneros y, cuando
te metes y te empiezas a hundir, a veces, ya es demasiado tarde.
El
pasado año ya tuve dos o tres experiencias que me dictan que ni lo
intente y, además, el caminante que me acaba de enseñar en el libro
el trazado del GR-34 no me lo ha aconsejado, así que tras la curva,
llegar al pedregal y a un espacio que me cierra el paso para
continuar, doy la vuelta y retrocedo hasta un lugar que he pasado
cercano a unas rocas, donde ascendía un camino para ir por encima
del acantilado. Cuando llego a las rocas, saco una foto para que se
vea mi marcha atrás.
La ermita ha vuelto a alejarse. Subo al
acantilado y continúo por un buen sendero.
Al llegar a la altura,
más o menos, del lugar en la playa desde donde he sacado la capilla,
lo vuelvo a hacer, aunque ahora desde arriba.
Vamos teniendo así una
idea más completa de mis vicisitudes, de los avances y retrocesos
que son fruto de un recorrido no planificado y sin artilugios
tecnológicos que, probablemente, me evitarían errores, pero que
quitarían espontaneidad a mi forma de caminar. Cada cual debe saber
lo que valora. Ya sé que otros prefieren llevar todo bien planeado,
pero yo no. Me gusta ir vulnerable por la vida, sin tener todo
seguro, y los errores que cometa forman parte de mi libertad. El
ejercicio de la libertad tiene sus riesgos y yo prefiero correrlos.
Cuando llego a la curva del río, me doy cuenta de que, cuando estaba
abajo, en el pedregal, no me he percatado de que había un pequeño
sendero que unía piedras con camino, pero yo no sabía por donde iba
el sendero, no lo podía ver desde abajo. Es una prueba de que desde
lo alto se ve mejor el camino, Ahora veo mejor el trazado del
Gouessan que lo que veía desde la playa, casi a ras de arena.
Fotografío el corto sendero, que me habría ahorrado 22 minutos.
El
valle Cremor y el serpenteante Gouessan.
El
río viene haciendo curvas y saco una foto del meandro final al que
he llegado antes y de donde me he visto obligado a retroceder. Llego
a un panel en el que indican que estoy en el valle Cremor y menciona
al río y lo define como serpenteante. Realmente lo es. El camino
sigue río arriba y no veo el momento en que me vaya a dejar pasar al
otro lado. ¿Aquí tampoco harán puentes? Por fin llego a un arco,
por donde temo que no va a poder pasar mi mochila… Pero consigo que
pase.
Después hay un puente de madera, pero que no supone paso al otro lado del Gouessan, sino que lo hace para soslayar un pequeño regato que alimenta al río.
El puente de madera es recio y, a judgar por las vetas bien visibles y la claridad de su superficie, da la impresión de que no lleva mucho tiempo colocado y en uso. ¿Hasta dónde habría tenido que ir si no lo hubieran puesto aquí?
Pasado el puente, llego a unos edificios que me hacen pensar en una central eléctrica, pero no estoy seguro y en mi mapa no lo indica. Consigo sacar una foto entre los árboles que, por el contraste de luz, es poco ilustrativa.
Lo puedo corregir después ya que, aunque lejana, la puedo fotografiar desde el puente, cuando ya tengo algo más claro lo que voy a hacer a continuación. Decido no ir a la ermita, que tantas fotos se ha llevado durante el último tramo, y continuar por carretera hacia Morieux, un pueblecito de interior que me va a permitir acercarme por carretera a Pléneuf-Val-André.
Después hay un puente de madera, pero que no supone paso al otro lado del Gouessan, sino que lo hace para soslayar un pequeño regato que alimenta al río.
El puente de madera es recio y, a judgar por las vetas bien visibles y la claridad de su superficie, da la impresión de que no lleva mucho tiempo colocado y en uso. ¿Hasta dónde habría tenido que ir si no lo hubieran puesto aquí?
Pasado el puente, llego a unos edificios que me hacen pensar en una central eléctrica, pero no estoy seguro y en mi mapa no lo indica. Consigo sacar una foto entre los árboles que, por el contraste de luz, es poco ilustrativa.
Lo puedo corregir después ya que, aunque lejana, la puedo fotografiar desde el puente, cuando ya tengo algo más claro lo que voy a hacer a continuación. Decido no ir a la ermita, que tantas fotos se ha llevado durante el último tramo, y continuar por carretera hacia Morieux, un pueblecito de interior que me va a permitir acercarme por carretera a Pléneuf-Val-André.
Del
puente sobre el Gouessan a Morieux.
Aquí
acaba mi mapa más explicativo, La Carte Touristique de la Baie de
Saint-Brieuc.
Enseguida se me presenta la señal para seguir el GR-34, pero la decisión está tomada y no obedezco la recomendación. La carretera parece que tiene poca circulación. Me olvido de la costa, que ya recuperaré cuando llegue a Pléneuf. Pronto llego a Morieux. Saco foto a la entrada del pueblo. La vista que ofrece la fachada trasera de la iglesia es muy fea, pero cuando llego a la fachada principal, me encuentro con una estructura sencilla pero mucho más grata.
Está situada en un pequeño promontorio de unos dos metros sobre la carretera y presenta el clásico cementerio alrededor de la misma. Un cartel amarillo llamativo indica el inicio de un itinerario provisional, que interpreto va dirigido a los ciclistas. He sacado dos fotos, una entrando en el pueblo y otra del conjunto de la iglesia y el cementerio. También hay un crucero al que no doy ningún valor, ni histórico, ni artístico.
Como no subo, pues ya veo de abajo que la iglesia está cerrada, no puedo asegurar que no sea una más de las altas cruces de alguna de las tumbas. Enseguida abandono este pueblo y continúo hacia el siguiente.
Enseguida se me presenta la señal para seguir el GR-34, pero la decisión está tomada y no obedezco la recomendación. La carretera parece que tiene poca circulación. Me olvido de la costa, que ya recuperaré cuando llegue a Pléneuf. Pronto llego a Morieux. Saco foto a la entrada del pueblo. La vista que ofrece la fachada trasera de la iglesia es muy fea, pero cuando llego a la fachada principal, me encuentro con una estructura sencilla pero mucho más grata.
Está situada en un pequeño promontorio de unos dos metros sobre la carretera y presenta el clásico cementerio alrededor de la misma. Un cartel amarillo llamativo indica el inicio de un itinerario provisional, que interpreto va dirigido a los ciclistas. He sacado dos fotos, una entrando en el pueblo y otra del conjunto de la iglesia y el cementerio. También hay un crucero al que no doy ningún valor, ni histórico, ni artístico.
Como no subo, pues ya veo de abajo que la iglesia está cerrada, no puedo asegurar que no sea una más de las altas cruces de alguna de las tumbas. Enseguida abandono este pueblo y continúo hacia el siguiente.
De
Morieux hacia Planguenoual.
Sigo
por carretera de similares característica, con poca circulación.
Llego a un prado en el que pastan unas vacas. Son pintas. Unas más
marrones que blancas y otras más blancas que marrones. Me resultan
poco agraciadas y ni les saludo, ni se acercan a saludarme. Poco
después encuentro un sembrado de maíz. Aquí la máquina ha
efectuado una siembra en curva.
Se ve que este maíz no va a ser para forraje, sino para recolectar sus mazorcas y aprovechar el grano para alimentación humana. Faltan unos meses para que crezca alto este maizal y nazcan las mazorcas. Yo no seré quien lo vea.
Ha pasado menos de media hora desde mi salida de Morieux, y ya veo de lejos el pincho del clocher de la iglesia de Plouguenoual. Aquí no tendría ni que haber entrado, pero parece que Valerie me llama y decido entrar en su bar para tomar una cerveza. Será algo más.
Se ve que este maíz no va a ser para forraje, sino para recolectar sus mazorcas y aprovechar el grano para alimentación humana. Faltan unos meses para que crezca alto este maizal y nazcan las mazorcas. Yo no seré quien lo vea.
Ha pasado menos de media hora desde mi salida de Morieux, y ya veo de lejos el pincho del clocher de la iglesia de Plouguenoual. Aquí no tendría ni que haber entrado, pero parece que Valerie me llama y decido entrar en su bar para tomar una cerveza. Será algo más.
Planguenoual.
La Chardonnière.
Paso
por delante de la iglesia, pero no la visito. Me tengo que alejar
para poder sacar una foto que recoja todo el alto pincho del
campanario. Son las seis en punto en el reloj, lo que confirma que mi
reloj de la cámara va con casi un cuarto de hora de adelanto, y me
dirijo hacia una calle que está en obras. Parece que va a quedar
bien cuando la terminen. Quizás lo hagan para cuando se inicie el
verano, pues ya sólo queda una semana. Es así que llego a un PMU
que se llama La Chardonnière y que regenta Valerie Allard. Allard es
un apellido bretón, distante unos doscientos kilómetros de donde
estamos. Es lo que me dice Valerie. Me abstengo de mencionar el
Alarde de San Marcial, que es lo que este apellido me sugiere y me
lleva a traducir. Valerie es una mujer muy amable cuyo mayor trabajo
durante el rato que esté yo, no va a ser tanto atender el bar, ya
que pocos clientes le visitamos, sino más bien a los que vienen para
sellar sus boletos de apuestas. Seguramente sean apuestas a las
carreras de caballos. Hay dos jóvenes que toman cerveza, uno de
ellos con sirope de fresa. Valerie pone el sirope en el fondo del
vaso y tira la cerveza encima. En el argot de los buenos bármanes se
dice a esta operación de escanciar, tirar la cerveza. Hay buenos
tiradores especializados en que la espuma quede contenida en lo alto
sin que se desperdicie nada.
Yo bebo una cerveza alemana muy rica que me ha recomendado y que cuesta 20 céntimos más que la pression normal Kronnenburg. Está enfadada por lo que tardan en reparar la calle, lo que le está suponiendo pérdida de clientes, pero confía en que después de que la arreglen tendrá más. Viendo la hora que es y pensando en que no sé dónde pararé para dormir, le pido que me prepare un bocadillo, que será mi cena. Embadurna el pan con mantequilla y le pone queso y jamón París. Lo comeré al anochecer, en la playa de Saint Pabu. En los ratos en que no tiene clientes ni apostantes, le hablo de mi viaje. Pago la cuenta: 5,50 € por la cerveza y el bocata y, cuando me voy, ella ya está retirando de la terraza una mesa. Me despido y retrocedo hacia la iglesia. Ahora me fijo mejor en el curioso campanario, pero solo tiro una foto de lejos, para que se vea la calle en reparación.
Valerie me ha dicho que hay unos 5 kilómetros para llegar a Pleneuf. Sin salir de este pueblo, saco foto a un arríate de florecillas azules que crecen en una pared de piedra. Corresponde a una planta que se alimenta de la tierra que hay entre las grietas del muro. Me gusta y por eso la inmortalizo. No sé si dañará la pared o si es inofensiva, pero es bella para mi gusto.
Yo bebo una cerveza alemana muy rica que me ha recomendado y que cuesta 20 céntimos más que la pression normal Kronnenburg. Está enfadada por lo que tardan en reparar la calle, lo que le está suponiendo pérdida de clientes, pero confía en que después de que la arreglen tendrá más. Viendo la hora que es y pensando en que no sé dónde pararé para dormir, le pido que me prepare un bocadillo, que será mi cena. Embadurna el pan con mantequilla y le pone queso y jamón París. Lo comeré al anochecer, en la playa de Saint Pabu. En los ratos en que no tiene clientes ni apostantes, le hablo de mi viaje. Pago la cuenta: 5,50 € por la cerveza y el bocata y, cuando me voy, ella ya está retirando de la terraza una mesa. Me despido y retrocedo hacia la iglesia. Ahora me fijo mejor en el curioso campanario, pero solo tiro una foto de lejos, para que se vea la calle en reparación.
Valerie me ha dicho que hay unos 5 kilómetros para llegar a Pleneuf. Sin salir de este pueblo, saco foto a un arríate de florecillas azules que crecen en una pared de piedra. Corresponde a una planta que se alimenta de la tierra que hay entre las grietas del muro. Me gusta y por eso la inmortalizo. No sé si dañará la pared o si es inofensiva, pero es bella para mi gusto.
De
Planguenoual a Pléneuf-Val-André.
Como
he cogido otra carretera de similares características a la que
traigo desde que he pasado el puente sobre el río Gouessan, sigo con
poca circulación.
La mayoría de los vehículos van por otra ruta más rápida, la D-786, lo cual me va de maravilla para mis intereses. Paso por un lugar en que veo de lejos a jinetes a caballo, no sé se trata de un lugar de entrenamiento, si es una manifestación hípica o se trata de un hipódromo. Como jinetes y caballos, probablemente también alguna sea yegua, están muy lejos, me conformo con fotografiar al caballo que tengo más a mano. Se encuentra tras los alambres electrificados que, en esta ocasión, están a una altura superior a la habitual.
Un poco más adelante, con la carretera por medio, saco una foto hacia Pléneuf, donde ya se aprecia el alto campanario de su iglesia y, hacia la izquierda, se puede ver el horizonte marino, lo que ya da idea de que me estoy acercando de nuevo a la costa. En la siguiente foto, este acercamiento al mar ya se va haciendo más evidente.
Sigo con poca circulación y, menos mal, porque una vaca díscola que parece que intuye que le llevan al matadero, no quiere circular por el lugar que es debido en la carretera. El tractorista ha tenido que bajar para obligarla a que vaya por el lado derecho, pero ella se obstina en cruzar la mediana.
Menos mal que, muy prudente, el conductor del coche que viene por detrás, ha frenado hasta ver en qué termina el desenlace. Acabará haciendo lo que le indica el propietario de la vaca y acabará pasando con mucha precaución por el otro carril de adelantamiento.
Poco más adelante encuentro arrancando hierba y rumiando a ovejas, quizás sean corderos grandes, que ya han sido esquiladas para estar más frescos en el verano que ya se aproxima y producir nueva lana para el siguiente frío invierno que vendrá sin que le llamemos. Bueno, aún faltan más de seis meses.
Con este entretenido recorrido por carretera, llego al puerto deportivo de Pléneuf-Val-André.
La mayoría de los vehículos van por otra ruta más rápida, la D-786, lo cual me va de maravilla para mis intereses. Paso por un lugar en que veo de lejos a jinetes a caballo, no sé se trata de un lugar de entrenamiento, si es una manifestación hípica o se trata de un hipódromo. Como jinetes y caballos, probablemente también alguna sea yegua, están muy lejos, me conformo con fotografiar al caballo que tengo más a mano. Se encuentra tras los alambres electrificados que, en esta ocasión, están a una altura superior a la habitual.
Un poco más adelante, con la carretera por medio, saco una foto hacia Pléneuf, donde ya se aprecia el alto campanario de su iglesia y, hacia la izquierda, se puede ver el horizonte marino, lo que ya da idea de que me estoy acercando de nuevo a la costa. En la siguiente foto, este acercamiento al mar ya se va haciendo más evidente.
Sigo con poca circulación y, menos mal, porque una vaca díscola que parece que intuye que le llevan al matadero, no quiere circular por el lugar que es debido en la carretera. El tractorista ha tenido que bajar para obligarla a que vaya por el lado derecho, pero ella se obstina en cruzar la mediana.
Menos mal que, muy prudente, el conductor del coche que viene por detrás, ha frenado hasta ver en qué termina el desenlace. Acabará haciendo lo que le indica el propietario de la vaca y acabará pasando con mucha precaución por el otro carril de adelantamiento.
Poco más adelante encuentro arrancando hierba y rumiando a ovejas, quizás sean corderos grandes, que ya han sido esquiladas para estar más frescos en el verano que ya se aproxima y producir nueva lana para el siguiente frío invierno que vendrá sin que le llamemos. Bueno, aún faltan más de seis meses.
Con este entretenido recorrido por carretera, llego al puerto deportivo de Pléneuf-Val-André.
Pléneuf-Val-André.
Saco
foto del puerto deportivo con sus veleros de altos mástiles en sus
pantalanes. Todos flotan sobre el agua retenida artificialmente. Es
evidente que no podrán salir al mar hasta la pleamar de las once de
la noche, una hora no especialmente adecuada para disfrutar de la
navegación o, al menos, eso es lo que creo.
¿Se adaptarán a las mareas los amantes del deporte de vela? O ¿Tendrán que respetar al mar y disfrutarlo los días en que la marea alta sea diurna? No tengo respuesta y por la noche estaré tan cansado que no me molestaré en comprobarlo. Además, ni siquiera estaré en este lugar para verlo. Avanzo un poco e ilustro con otra foto de embarcaciones echando la siesta sobre el lodo.
Un ramillete de flores amarillas que brotan de un tiesto, dan la nota colorista a la foto fangosa. Ya enfilando hacia el núcleo poblacional de esta ciudad, en un espacio de agua retenida que se mantiene gracias a las compuertas cerradas de las esclusas, unos patos nadan en la superficie. Además de dar frescura al paseo y ofrecer unos fondos de vegetación parecida a la de las algas marinas. Cuando me acerco, lo que creía patos ahora me parecen fochas. Además compruebo que esta especie de lago artificial, sirve para hacer paseos de recreo.
Al fondo han construido un islote con un faro de mentiras. Probablemente aquí se diviertan los niños con barcos de juguete o a pedales. Pero antes de llegar al faro artificial, paso por una casa que ofrece al caminante un gran rosal, muy alto, con hermosas rosas y cantidad de capullos que lo mantendrán florido durante mucho tiempo. Pasado el rosal, voy acercándome al islote con faro que ya había visto de lejos.
Ahora veo que también hay una casita de juguete a ras de agua, un puente y, en la penumbra, vislumbro otro edificio que muy bien podría ser un molino, tras un puente de madera que une las dos orillas. Todo ello forma un conjunto armónico y lúdico que supongo aprovecharán los pequeños de este pueblo-ciudad.
Abandono este puerto en miniatura y empiezo a ascender hacia lo más alto de Pléneuf, por donde destaca el campanario de la iglesia que ya voy viendo desde Planguenoual. Habría que decir que ya lo he visto a primera hora de la tarde desde la Pointe des Guettes, antes de seguir el curso serpenteante del río Gouessan. Tiene tan alto el pincho del clocher que lo fotografío desde lejos, antes de que no me quepa y tenga que retroceder. El reloj marca las 7:05 horas. Como ya llevo bocadillo, no me tengo que preocupar en buscar sitio para cenar. Alguna ventaja tiene que tener el haberlo comprado antes, aunque tenga que ir un rato con más peso que el que ya llevo en mi mochila. Un padre joven sale se un coche, mientras su mujer saca a su niño de la sillita. Le digo desde dónde he visto el campanario y la mujer, que sabe por dónde se va, me da una información valiosa para salir hacia la playa de Nantois. Cerca de la iglesia, una mujer habla con un amigo, al hacerle una pregunta, deja al hombre y me acompaña hasta dejarme bien encarrilado hacia la costa.
En un cruce, donde un coche espera a que se le ponga verde el semáforo, pregunto al conductor y la joven que le acompaña como copiloto, me da las explicaciones exactas para llegar a donde quiero llegar. Me dice que baje a la playa des Vallées y que continúe, que la playa está a la par del golf, lo que me hace pensar que sea nudista, puesto que ocurre como en Zarautz, donde el final de la playa donde se practica nudismo coincide con la duna que lo separa del golf. Cuando llegue a la plage des Vallées, veré un indicador del Château de Nantois.
¿Se adaptarán a las mareas los amantes del deporte de vela? O ¿Tendrán que respetar al mar y disfrutarlo los días en que la marea alta sea diurna? No tengo respuesta y por la noche estaré tan cansado que no me molestaré en comprobarlo. Además, ni siquiera estaré en este lugar para verlo. Avanzo un poco e ilustro con otra foto de embarcaciones echando la siesta sobre el lodo.
Un ramillete de flores amarillas que brotan de un tiesto, dan la nota colorista a la foto fangosa. Ya enfilando hacia el núcleo poblacional de esta ciudad, en un espacio de agua retenida que se mantiene gracias a las compuertas cerradas de las esclusas, unos patos nadan en la superficie. Además de dar frescura al paseo y ofrecer unos fondos de vegetación parecida a la de las algas marinas. Cuando me acerco, lo que creía patos ahora me parecen fochas. Además compruebo que esta especie de lago artificial, sirve para hacer paseos de recreo.
Al fondo han construido un islote con un faro de mentiras. Probablemente aquí se diviertan los niños con barcos de juguete o a pedales. Pero antes de llegar al faro artificial, paso por una casa que ofrece al caminante un gran rosal, muy alto, con hermosas rosas y cantidad de capullos que lo mantendrán florido durante mucho tiempo. Pasado el rosal, voy acercándome al islote con faro que ya había visto de lejos.
Ahora veo que también hay una casita de juguete a ras de agua, un puente y, en la penumbra, vislumbro otro edificio que muy bien podría ser un molino, tras un puente de madera que une las dos orillas. Todo ello forma un conjunto armónico y lúdico que supongo aprovecharán los pequeños de este pueblo-ciudad.
Abandono este puerto en miniatura y empiezo a ascender hacia lo más alto de Pléneuf, por donde destaca el campanario de la iglesia que ya voy viendo desde Planguenoual. Habría que decir que ya lo he visto a primera hora de la tarde desde la Pointe des Guettes, antes de seguir el curso serpenteante del río Gouessan. Tiene tan alto el pincho del clocher que lo fotografío desde lejos, antes de que no me quepa y tenga que retroceder. El reloj marca las 7:05 horas. Como ya llevo bocadillo, no me tengo que preocupar en buscar sitio para cenar. Alguna ventaja tiene que tener el haberlo comprado antes, aunque tenga que ir un rato con más peso que el que ya llevo en mi mochila. Un padre joven sale se un coche, mientras su mujer saca a su niño de la sillita. Le digo desde dónde he visto el campanario y la mujer, que sabe por dónde se va, me da una información valiosa para salir hacia la playa de Nantois. Cerca de la iglesia, una mujer habla con un amigo, al hacerle una pregunta, deja al hombre y me acompaña hasta dejarme bien encarrilado hacia la costa.
En un cruce, donde un coche espera a que se le ponga verde el semáforo, pregunto al conductor y la joven que le acompaña como copiloto, me da las explicaciones exactas para llegar a donde quiero llegar. Me dice que baje a la playa des Vallées y que continúe, que la playa está a la par del golf, lo que me hace pensar que sea nudista, puesto que ocurre como en Zarautz, donde el final de la playa donde se practica nudismo coincide con la duna que lo separa del golf. Cuando llegue a la plage des Vallées, veré un indicador del Château de Nantois.
Buscando la playa nudista de Nantois.
Abandono
así Pléneuf-Val-André y bajo a la playa. Un joven sale del agua y
me dice que no me puede informar porque no sabe nada del lugar, ni de
la playa, ni del castillo y, añade, “el agua está muy fría” y
se va rápido para secarse. Durante este recorrido de última hora de
la tarde, saco cinco fotos de playa. La primera se puede ver bien que
es de piedras en la marea alta y que, como todavía no ha subido del
todo, puedo caminar por la arena.
La isla de Les Comtesses se va quedando atrás a la altura de Pleneuf. La segunda es de las mismas características que la anterior pero, en lugar de enfocarla hacia el Oeste, como la primera, la dirijo hacia el Nordeste. Ya se puede apreciar a lo lejos la población de Erquy, a la que no llegaré hasta mañana, puesto que me voy a quedar a dormir cuando finalice esta larga playa. Aunque no veo ningún indicador, es muy probable que esté ya en la playa nudista de Nantois, pero no veo a nadie desnudo, ni a mi me apetece el baño.
Caminando por la arena, saco otra hacia el acantilado y la montaña. Parece que sobre una loma se ve una construcción, pero en la distancia, no puedo asegurar que sea un castillo, y menos afirmar que sea el de Nantois, pero bien pudiera ser. En esta búsqueda, sí que llego a un lugar en que hay una casa derruida muy próxima a la playa.
Esta será mi cuarta foto de esta costa que voy recorriendo ya sin esperanza y con ganas de encontrar un sitio adecuado para quedarme a dormir. Creo que he recorrido más kilómetros de los debidos para ser el primer día, aunque ya hubiera hecho un ensayo en las islas de Annick. Cometo el error de no quitarme las sandalias y andar descalzo por la orilla. Cuando lo haga luego, para meterme en el saco, me daré cuenta del error. Tengo los pies indecentes. Probablemente me los haya manchado mucho cuando me he metido en el sucio bosque de matorral para salir del caballo y las margaritas a la playa Valais, todavía sin salir de Saint Brieuc. La quinta foto la saco ya con una roca en la arena que, cuando suba la marea se convertirá en un pequeño islote y que, de momento, embellece el paisaje monótono de horizonte y arena. No soy el único que camina sobre esta arena en la marea baja, puesto que me encuentro con la huella de alguna pisada de otros.
La isla de Les Comtesses se va quedando atrás a la altura de Pleneuf. La segunda es de las mismas características que la anterior pero, en lugar de enfocarla hacia el Oeste, como la primera, la dirijo hacia el Nordeste. Ya se puede apreciar a lo lejos la población de Erquy, a la que no llegaré hasta mañana, puesto que me voy a quedar a dormir cuando finalice esta larga playa. Aunque no veo ningún indicador, es muy probable que esté ya en la playa nudista de Nantois, pero no veo a nadie desnudo, ni a mi me apetece el baño.
Caminando por la arena, saco otra hacia el acantilado y la montaña. Parece que sobre una loma se ve una construcción, pero en la distancia, no puedo asegurar que sea un castillo, y menos afirmar que sea el de Nantois, pero bien pudiera ser. En esta búsqueda, sí que llego a un lugar en que hay una casa derruida muy próxima a la playa.
Esta será mi cuarta foto de esta costa que voy recorriendo ya sin esperanza y con ganas de encontrar un sitio adecuado para quedarme a dormir. Creo que he recorrido más kilómetros de los debidos para ser el primer día, aunque ya hubiera hecho un ensayo en las islas de Annick. Cometo el error de no quitarme las sandalias y andar descalzo por la orilla. Cuando lo haga luego, para meterme en el saco, me daré cuenta del error. Tengo los pies indecentes. Probablemente me los haya manchado mucho cuando me he metido en el sucio bosque de matorral para salir del caballo y las margaritas a la playa Valais, todavía sin salir de Saint Brieuc. La quinta foto la saco ya con una roca en la arena que, cuando suba la marea se convertirá en un pequeño islote y que, de momento, embellece el paisaje monótono de horizonte y arena. No soy el único que camina sobre esta arena en la marea baja, puesto que me encuentro con la huella de alguna pisada de otros.
Plage
de Saint Pabu.
El
pueblo de Saint Pabu está en el interior, pero se ve que le
corresponde un espacio en la costa. Esta playa es toda de arena, se
camina bien por ella, pero en la parte más próxima a la carretera,
donde hay duna baja, también hay piedras. La parte de arena se va a
inundar con la marea alta, así que tengo que buscar entre las
piedras un lugar algo elevado y que me permita hacer una cama
horizontal. Aspiro a dormir sobre arena, y lo consigo.
Hay un espacio con arena entre el pedregal y la hierba que consolida la duna. Dos pescadores me dicen el nombre de la playa y que el pueblecito colindante, antes del más grande de Erquy, se llama Caroual. Me gusta el lugar elegido para dormir, pero no por ello dejo de buscar un lugar a cubierto, puesto que no está asegurado que no vaya a llover esta noche. Hay una casa que parece deshabitada, pero no tiene ningún tejadillo saliente y, para colmo, está muy próxima a la carretera. Un campamento, con grandes tiendas de campaña, está cerrado por unas verjas impenetrables. Regreso a la playa, y el pescador más simpático me confirma las once como la hora de la pleamar. Yo ya sé, por mi mapa de mareas de Saint Malo, que será a las 23:26 horas. Me asegura que, donde me he colocado, no subirá la marea. Llamo a mis amigos Martín y Arantza y les doy el número del nuevo teléfono, por si me quieren llamar cuando llegue la asignación de destino para el balneario que tenemos solicitado los dos hombres en noviembre. Martín me dice que Arantza volvió bien de su viaje y Erika no se quiere poner al teléfono para que le felicite. Tiene la mente absorta en una película que está viendo en su televisión privada.
Como el bocadillo, no bebo agua, para levantarme menos a la noche para orinar y, para las diez de la noche, ya estoy dentro del saco. Al meterme es cuando veo mis pies indecentes y me arrepiento de no haber venido caminando descalzo por la orilla. Organizo toda la mochila, pero cometo fallos. No saco el agua de la mochilita, la he metido dentro de la grande, y temo que el tapón deje pasar líquido y me inunde todo lo demás. Tampoco saco la funda de las gafas y ¿Dónde las dejo durante la noche? Al menos, si he colocado la capa a mano, por si llueve por la noche. Una chica en Pléneuf me ha dicho que aquí no suele llover por las noches. Por desgracia, no va a certar con su pronóstico. Aunque indecentes, les doy masaje de Aloe-vera a mis pies, para algo les servirá. Por mi ubicación, recibo una sensación extraña, me parece que el sol se está poniendo por el Este, por detrás de la roca pero, cuando se iluminan las luces de las ciudades hacia Paimpol y Saint-Quay-Portrieux, de tantos recuerdos, me doy cuenta de que tiene que ser por allí por donde el sol se acuesta. A primera hora aparece la luna en cuarto creciente. Aunque estoy sin gafas, la veo bonita. Después veo la Osa Mayor, que está al frente. El mango con su última estrella acaba casi encima de mi cabeza. A lo largo de la noche, la Osa, se irá desplazando hacia Erquy. Ya casi ha llegado la marea alta a su plenitud de la pleamar. Los pescadores han venido retrocediendo a medida que subía y, por fin, han acabado emigrando del lugar. Los coches que vienen de Pléneuf lanzan potentes haces de luz hacia la playa, pero pronto dejan de venir y ya no hay foco alguno que moleste. Probablemente sea un faro el que a intervalos ilumina la alta roca y las blancas nubes. Durante las primeras horas de la madrugada, llueve dos veces y en las dos ocasiones me protejo bajo la capa de plástico y me defiende bastante bien, pero veo que la capa ya se empieza deteriorar. Es como un plexiglás poco flexible. Aprovecho el momento para sacar el botellín de agua de la mochilita y compruebo que no ha goteado nada. Mis temores se disipan. Mientras el agua que cae es suave, ni me molesto en taparme, pero lo hago cuando arrecia. Hay alternancia de nubes y cielo despejado. La luna se ha ido ocultando tras Saint Quay Portrieux. Cuando llueve, me pongo de rodillas y mi capa cubre almohada y esterilla. Tras la segunda lluvia fuerte, me duermo de puro agotamiento. Seguro que hoy he caminado más de cuarenta kilómetros. No tengo límites. Ha sido demasiado para un primer día. Por la noche, orino dos veces y, como no me desplazo, no puedo asegurar que alguna gota no haya caído y mojado el saco. Lo mismo ocurre cuando orino vestido por la mañana, pues mojo un poco el calzoncillo y el pantalón. Todo por no levantarme rápido para hacerlo y casi ni me da tiempo a sacarla. Ya no tengo edad para hacer retención de orina durante mucho tiempo después de que me entran las ganas. No sé si en el último tramo horario, mientras dormía, ha vuelto a llover o no, pero sí se ha levantado un viento que ha elevado mi esterilla como si quisiera ser la alfombra voladora de los cuentos de las Mil y una noches. Esa elevación de la esterilla, estando dormido, me ha despertado y me ha asustado. Sólo ha sido un momento. Al despertar por la mañana, el culo lo tengo frío y trato de calentarlo con mis manos que mantienen mejor temperatura. Empieza una nueva jornada.
Hay un espacio con arena entre el pedregal y la hierba que consolida la duna. Dos pescadores me dicen el nombre de la playa y que el pueblecito colindante, antes del más grande de Erquy, se llama Caroual. Me gusta el lugar elegido para dormir, pero no por ello dejo de buscar un lugar a cubierto, puesto que no está asegurado que no vaya a llover esta noche. Hay una casa que parece deshabitada, pero no tiene ningún tejadillo saliente y, para colmo, está muy próxima a la carretera. Un campamento, con grandes tiendas de campaña, está cerrado por unas verjas impenetrables. Regreso a la playa, y el pescador más simpático me confirma las once como la hora de la pleamar. Yo ya sé, por mi mapa de mareas de Saint Malo, que será a las 23:26 horas. Me asegura que, donde me he colocado, no subirá la marea. Llamo a mis amigos Martín y Arantza y les doy el número del nuevo teléfono, por si me quieren llamar cuando llegue la asignación de destino para el balneario que tenemos solicitado los dos hombres en noviembre. Martín me dice que Arantza volvió bien de su viaje y Erika no se quiere poner al teléfono para que le felicite. Tiene la mente absorta en una película que está viendo en su televisión privada.
Como el bocadillo, no bebo agua, para levantarme menos a la noche para orinar y, para las diez de la noche, ya estoy dentro del saco. Al meterme es cuando veo mis pies indecentes y me arrepiento de no haber venido caminando descalzo por la orilla. Organizo toda la mochila, pero cometo fallos. No saco el agua de la mochilita, la he metido dentro de la grande, y temo que el tapón deje pasar líquido y me inunde todo lo demás. Tampoco saco la funda de las gafas y ¿Dónde las dejo durante la noche? Al menos, si he colocado la capa a mano, por si llueve por la noche. Una chica en Pléneuf me ha dicho que aquí no suele llover por las noches. Por desgracia, no va a certar con su pronóstico. Aunque indecentes, les doy masaje de Aloe-vera a mis pies, para algo les servirá. Por mi ubicación, recibo una sensación extraña, me parece que el sol se está poniendo por el Este, por detrás de la roca pero, cuando se iluminan las luces de las ciudades hacia Paimpol y Saint-Quay-Portrieux, de tantos recuerdos, me doy cuenta de que tiene que ser por allí por donde el sol se acuesta. A primera hora aparece la luna en cuarto creciente. Aunque estoy sin gafas, la veo bonita. Después veo la Osa Mayor, que está al frente. El mango con su última estrella acaba casi encima de mi cabeza. A lo largo de la noche, la Osa, se irá desplazando hacia Erquy. Ya casi ha llegado la marea alta a su plenitud de la pleamar. Los pescadores han venido retrocediendo a medida que subía y, por fin, han acabado emigrando del lugar. Los coches que vienen de Pléneuf lanzan potentes haces de luz hacia la playa, pero pronto dejan de venir y ya no hay foco alguno que moleste. Probablemente sea un faro el que a intervalos ilumina la alta roca y las blancas nubes. Durante las primeras horas de la madrugada, llueve dos veces y en las dos ocasiones me protejo bajo la capa de plástico y me defiende bastante bien, pero veo que la capa ya se empieza deteriorar. Es como un plexiglás poco flexible. Aprovecho el momento para sacar el botellín de agua de la mochilita y compruebo que no ha goteado nada. Mis temores se disipan. Mientras el agua que cae es suave, ni me molesto en taparme, pero lo hago cuando arrecia. Hay alternancia de nubes y cielo despejado. La luna se ha ido ocultando tras Saint Quay Portrieux. Cuando llueve, me pongo de rodillas y mi capa cubre almohada y esterilla. Tras la segunda lluvia fuerte, me duermo de puro agotamiento. Seguro que hoy he caminado más de cuarenta kilómetros. No tengo límites. Ha sido demasiado para un primer día. Por la noche, orino dos veces y, como no me desplazo, no puedo asegurar que alguna gota no haya caído y mojado el saco. Lo mismo ocurre cuando orino vestido por la mañana, pues mojo un poco el calzoncillo y el pantalón. Todo por no levantarme rápido para hacerlo y casi ni me da tiempo a sacarla. Ya no tengo edad para hacer retención de orina durante mucho tiempo después de que me entran las ganas. No sé si en el último tramo horario, mientras dormía, ha vuelto a llover o no, pero sí se ha levantado un viento que ha elevado mi esterilla como si quisiera ser la alfombra voladora de los cuentos de las Mil y una noches. Esa elevación de la esterilla, estando dormido, me ha despertado y me ha asustado. Sólo ha sido un momento. Al despertar por la mañana, el culo lo tengo frío y trato de calentarlo con mis manos que mantienen mejor temperatura. Empieza una nueva jornada.
Balance
de la primera etapa.
Ha
sido una jornada muy intensa. Muy variada. Ha empezado por zona
conocida que ha supuesto miradas de reconocimiento. Los encuentros
han sido muy puntuales. Bien comido en el Buen San Nicolás, con buen
trato y buena relación calidad-precio, y bien atendido por Valerie
en La Chardonniére. Por los cuatro pueblos que he pasado, me he
entretenido en la iglesia y alrededores: Hillion, Morieux,
Planguenoual y Plénef-Val-André. La pena ha sido que no me he
bañado. La bajamar no ha sido propicia para ello. El mapa que llevo
con el nombre de Carta Turística de la Bahía de San Brieuc, como
una parte del mar de la Mancha, ha finalizado en la desembocadura del
río Gouessan, así que ahora camino con menos información, pues el
que utilizo está a menor escala. De todas formas me sirve e informa
lo suficiente. Es el mismo que utilicé el pasado año desde que
entré en Côtes d’Armor, antes de Lannion. He tenido mala suerte
con la lluvia de la primera noche que duermo bajo las estrellas,
aunque las ha habido a ratos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario