Etapa 30 (387) 13 de
julio de 2013. Sábado.
Parc du
Marquenterre-Quend Plage les Pins-Fort Machon plage-PAS DE
CALAIS-Waben-Groffliers-Berck sur Mer.
Etapa 96 por la costa francesa atlántica.
Etapa 96 por la costa francesa atlántica.
Amanecer en las
dunas del Parc Naturel du Marquenterre.
Antes de salir a
mear, me pongo el jersey y el pantalón. Vuelvo al saco y saco a las
6:15 horas la primera foto del día.
La humedad se respira en el ambiente. Recojo todo y sigo por la playa descalzo y con mucha niebla. Apenas me deja intuir la orilla y el romper de la ola no pasa de ser un ligero rumor. Voy haciendo pruebas para apreciar cual es el mejor lugar para caminar sin sandalias, por el que el piso es mejor. Por la orilla se me hunden mucho los pies y por el final de la duna hay cáscaras de crustáceos y conchas trituradas, muchas de mejillones, como es natural en un lugar próximo a mejilloneras, que conforman un suelo algo más duro y mejor. Es por ello que camino a pie de duna.
Aunque alguna concha me pincha levemente, por ello no dejo de seguir descalzo. No me preocupa mucho, aunque tengo en cuenta que son mis pies mi mejor herramienta del camino. Mis pies y mi cabeza. Cuanto más avanzo, menos veo. La niebla se va espesando y oigo menos el sonido del mar. Estoy haciendo el recorrido que ayer hicieron los chavales en sus chair-à-voile, pero yo a pie. Ellos volvieron con sus velas recogidas y amarrados a un tractor. Van a dar las siete cuando veo las primeras muestras de civilización. Es así como llego a la playa de Quend. No deja de ser la misma playa en la que he dormido. Vallas y tres cubos de basura me hacen pensar en la playa que se me anuncia en mi mapa como con Aquaclub, aunque Quend está mucho más al interior.
La humedad se respira en el ambiente. Recojo todo y sigo por la playa descalzo y con mucha niebla. Apenas me deja intuir la orilla y el romper de la ola no pasa de ser un ligero rumor. Voy haciendo pruebas para apreciar cual es el mejor lugar para caminar sin sandalias, por el que el piso es mejor. Por la orilla se me hunden mucho los pies y por el final de la duna hay cáscaras de crustáceos y conchas trituradas, muchas de mejillones, como es natural en un lugar próximo a mejilloneras, que conforman un suelo algo más duro y mejor. Es por ello que camino a pie de duna.
Aunque alguna concha me pincha levemente, por ello no dejo de seguir descalzo. No me preocupa mucho, aunque tengo en cuenta que son mis pies mi mejor herramienta del camino. Mis pies y mi cabeza. Cuanto más avanzo, menos veo. La niebla se va espesando y oigo menos el sonido del mar. Estoy haciendo el recorrido que ayer hicieron los chavales en sus chair-à-voile, pero yo a pie. Ellos volvieron con sus velas recogidas y amarrados a un tractor. Van a dar las siete cuando veo las primeras muestras de civilización. Es así como llego a la playa de Quend. No deja de ser la misma playa en la que he dormido. Vallas y tres cubos de basura me hacen pensar en la playa que se me anuncia en mi mapa como con Aquaclub, aunque Quend está mucho más al interior.
Quend-Plage-les-Pins.
Limpian y rastrillan
la playa y depositan sus desperdicios hacia el final, subiéndolos a
la duna, con la confianza que da una arena tan fina que, con la ayuda
del viento, acabará por cubrirlo todo con su manto. En Hendaye,
frente a las Gemelas, hacen lo mismo, aunque allí no hay dunas ni
arena fina. No les importa porque es la zona nudista tolerada.
Tolerada a regañadientes por más de uno y de dos.
Quend me recibe con un enorme bunker de la guerra mundial. Una fortaleza alemana de defensa en país ajeno. Un ataque, con fines expansionistas, a la propiedad de otra nación. Persiste para la memoria. Uno más de tantos. Una mujer baja de entre las vallas del bunker con su perro. Luego otro hombre acompañado del que se dice es su mejor amigo, y otros dos más. Cuatro perros en pocos minutos. En la playa, bien protegido el pueblo por recios muros rampantes, otros propietarios llevan a los suyos a cagar y mear en la playa, de mañana, cuando todavía no hay bañistas y, muy probablemente, esté permitido. Como si sus meadas y sus mierdas no perduraran en la arena. Contradicciones de la legislación protectora municipal. ¿A quién protege? Esta vez a perros y a sus dueños, en detrimento de los bañistas. Contradicciones de la democracia. Menos mal que con la subida de la marea, todo se lo tragará el mar y también algún pez, de esos que en cualquier momento comeré. Es evidente que no relameré sus tripas. Me calzo y subo hacia el paseo marítimo, hacia las casas en sombra que, al llegar, se vuelven más nítidas.
Empleados municipales limpian la plaza. ¡Cómo se nota que, aunque hoy es sábado, mañana es la Fiesta Nacional! En la plaza, me gusta que han puesto unos bancos con tejado para sombra. Uno de los limpiadores me dice que aquí, a estas horas tempranas y menos en sábado, no encontraré café abierto y me recomienda que desayune en Fort Mahon. Me dice que no vaya por carretera y me recomienda la playa, que es más corto. Una foto de la plaza y los bancos, y me voy por donde me han recomendado.
Avanzo por la arena hacia la playa del Norte de Quend. Por este lado de la playa también limpian y criban la arena. La niebla persiste y no veo el final del pueblo.
Una rodada me acompaña. Parece de tractor, pero no sé si con función de limpieza o de actividad pesquera o deporte de mar.
Fort-Mahon-Plage.
Panadería y PMU-Tabac.
Quend me recibe con un enorme bunker de la guerra mundial. Una fortaleza alemana de defensa en país ajeno. Un ataque, con fines expansionistas, a la propiedad de otra nación. Persiste para la memoria. Uno más de tantos. Una mujer baja de entre las vallas del bunker con su perro. Luego otro hombre acompañado del que se dice es su mejor amigo, y otros dos más. Cuatro perros en pocos minutos. En la playa, bien protegido el pueblo por recios muros rampantes, otros propietarios llevan a los suyos a cagar y mear en la playa, de mañana, cuando todavía no hay bañistas y, muy probablemente, esté permitido. Como si sus meadas y sus mierdas no perduraran en la arena. Contradicciones de la legislación protectora municipal. ¿A quién protege? Esta vez a perros y a sus dueños, en detrimento de los bañistas. Contradicciones de la democracia. Menos mal que con la subida de la marea, todo se lo tragará el mar y también algún pez, de esos que en cualquier momento comeré. Es evidente que no relameré sus tripas. Me calzo y subo hacia el paseo marítimo, hacia las casas en sombra que, al llegar, se vuelven más nítidas.
Empleados municipales limpian la plaza. ¡Cómo se nota que, aunque hoy es sábado, mañana es la Fiesta Nacional! En la plaza, me gusta que han puesto unos bancos con tejado para sombra. Uno de los limpiadores me dice que aquí, a estas horas tempranas y menos en sábado, no encontraré café abierto y me recomienda que desayune en Fort Mahon. Me dice que no vaya por carretera y me recomienda la playa, que es más corto. Una foto de la plaza y los bancos, y me voy por donde me han recomendado.
Avanzo por la arena hacia la playa del Norte de Quend. Por este lado de la playa también limpian y criban la arena. La niebla persiste y no veo el final del pueblo.
Una rodada me acompaña. Parece de tractor, pero no sé si con función de limpieza o de actividad pesquera o deporte de mar.
Fort-Mahon-Plage.
Panadería y PMU-Tabac.
Al fondo, vislumbro
más que veo, unas sombras, que parecen de casas, me hacen pensar que
ya estoy llegando a la playa de Fort-Mahon. No he tardado ni veinte
minutos en llegar de la plaza de Quend a esta nueva, y a su vez la
misma, playa. Tenía razón el empleado de limpieza. Muy agradecido.
Las casas ya más nítidas sobre el paseo marítimo.
Aquí también limpian la playa y están haciendo una montaña de arena que no sé si será para llevarla a otra parte o para cubrir zonas de la propia erosionadas por el mar. El tractorista y su pala trabajan incansables. Si la dejan allí, pronto servirá de Montaña Rusa o Suiza para divertimento de niños y menos niños. Hay también un recio muro que protege casas y paseo marítimo de los embates del mar.
Un limpiador del paseo me dice que tengo café siguiendo al fondo y a la derecha. Cuando llego, veo dos hoteles con la cafetería en marcha pero, si la hay, prefiero la fórmula “boulangerie-Tabac”. En caso de que no encuentre Tabac-PMU volveré a cualquiera de los hoteles. Paso por una panadería, pero se me va alejando sin encontrar lo que deseo.
Un hombre me asegura que hay café más adelante, aunque lejos. No sabe de dónde vengo. Paso por otra pastelería y vislumbro luz en el Tabac y, efectivamente, está ya en funcionamiento. Pregunto y me dicen lo de siempre. Sacudo fuera la arena adherida por la humedad a la funda de la mochila, y entro y la dejo en un rincón. Retrocedo a la pastelería y compro un caracol de pasas y un croissant de almendra, por los que pago 3 €. En el Tabac me sacan al revés de lo que he pedido: mucho café y dos dedalitos de crema de leche. Pago 2,90 €.
Desayuno y me pongo a escribir. Cago y a las 9:15 empiezo a mirar el nuevo mapa de Pas-de-Calais, pues La Somme está a punto de finalizar. Dos días y medio ha sido tiempo suficiente para pasar la Côte Picarde y llegar a la penúltima provincia hacia el Norte de Francia. Tras el desayuno, doy un paseo por el pueblo. Paso por el Casino y luego por una casa que me cuestiona a donde voy: “Quo Vadis”. Hacia donde voy ya lo sé, pero no me hagas demasiadas preguntas, señora casa, que no te sabré responder. Llego a una zona ajardinada y un muro donde las flores se distribuyen con armonía.
Desconozco el número de flores que ostenta esta población en el ranking de villas floridas. Los jardineros están en receso laboral y ahora se limitan a conversar, aunque sin dejar por ello de la mano sus herramientas de trabajo. Sólo uno tiene su corta-césped en dique seco, un lugar sin hierba.
Aquí también limpian la playa y están haciendo una montaña de arena que no sé si será para llevarla a otra parte o para cubrir zonas de la propia erosionadas por el mar. El tractorista y su pala trabajan incansables. Si la dejan allí, pronto servirá de Montaña Rusa o Suiza para divertimento de niños y menos niños. Hay también un recio muro que protege casas y paseo marítimo de los embates del mar.
Un limpiador del paseo me dice que tengo café siguiendo al fondo y a la derecha. Cuando llego, veo dos hoteles con la cafetería en marcha pero, si la hay, prefiero la fórmula “boulangerie-Tabac”. En caso de que no encuentre Tabac-PMU volveré a cualquiera de los hoteles. Paso por una panadería, pero se me va alejando sin encontrar lo que deseo.
Un hombre me asegura que hay café más adelante, aunque lejos. No sabe de dónde vengo. Paso por otra pastelería y vislumbro luz en el Tabac y, efectivamente, está ya en funcionamiento. Pregunto y me dicen lo de siempre. Sacudo fuera la arena adherida por la humedad a la funda de la mochila, y entro y la dejo en un rincón. Retrocedo a la pastelería y compro un caracol de pasas y un croissant de almendra, por los que pago 3 €. En el Tabac me sacan al revés de lo que he pedido: mucho café y dos dedalitos de crema de leche. Pago 2,90 €.
Desayuno y me pongo a escribir. Cago y a las 9:15 empiezo a mirar el nuevo mapa de Pas-de-Calais, pues La Somme está a punto de finalizar. Dos días y medio ha sido tiempo suficiente para pasar la Côte Picarde y llegar a la penúltima provincia hacia el Norte de Francia. Tras el desayuno, doy un paseo por el pueblo. Paso por el Casino y luego por una casa que me cuestiona a donde voy: “Quo Vadis”. Hacia donde voy ya lo sé, pero no me hagas demasiadas preguntas, señora casa, que no te sabré responder. Llego a una zona ajardinada y un muro donde las flores se distribuyen con armonía.
Desconozco el número de flores que ostenta esta población en el ranking de villas floridas. Los jardineros están en receso laboral y ahora se limitan a conversar, aunque sin dejar por ello de la mano sus herramientas de trabajo. Sólo uno tiene su corta-césped en dique seco, un lugar sin hierba.
Casi horizontal
hacia Pas-de-Calais. Yves.
Como si sigo por la
playa, en el Norte de La Somme me voy a topar con la Pointe de
Routhiauville y la Baie d’Authie, y no tengo certeza de que haya
buen camino, y con mucha probabilidad me encuentre con zona de
marisma, decido acercarme por carretera hacia el punto de confluencia
de la frontera. Es una carretera que va casi en horizontal desde
Fort-Mahon. Allí enlazará con otra de más tráfico, la D-940. Sigo
la carretera, pero la dirección de la Baie d’Authie y acabo yendo
por donde decía que no iba a ir. Abandono la D-532 y voy por esta
con menos circulación aún. Hay veces en que la fuerza del camino es
más potente que la voluntad del caminante. Temo que estoy cometiendo
un error, que no va a ser tal ya que voy a ir en compañía, así que
no tendré ninguna foto de estos parajes. Me rescata Yves y, con él,
hago un paseo muy bonito. Agradece mi aprecio cuando le digo que son
más interesantes los encuentros casuales que la belleza del paisaje.
Volvemos al cruce y contándole mi aventura de Noyelles-sur-Mer,
aprovecho para enseñarle la casa roja y las pinturas en tarjeta que
me regaló Pippa. Me despido de Yves y, una vez reorientado y con la
opinión de otro hombre, que me dice que tendré 3 km hasta el cruce
y el puente que separa las dos regiones, voy más seguro. Con todo,
tardaré más de una hora en llegar. Así que los tres kilómetros
serían, probablemente, más de cinco. Cuando llego a la carretera
principal, me desagrada la señal de Berck en verde. Me hace temer
que haya que entrar a la gran ciudad por autopista o auto-ruta, y
esta circunstancia me creó más de un problema, a la salida de La
Rochelle y en la entrada a Brecht. Lo que ocurre es que no hay
uniformidad de criterio en los sistemas de señalización francesa y
cada región ofrece sus peculiaridades. No tendré ninguno de los
problemas temidos.
Entre
Somme y Pas-de-Calais.
He llegado al cruce
y me dirijo hacia la frontera. La carretera indica como referencia
más importante Boulogne-sur-Mer, adonde no llegaré hasta el día
después de la Fiesta Nacional. Saco una foto hacia atrás, donde se
ve el cartel de inicio, que para mí es final, del departamento de la
Somme, así como del cruce que lleva a la Baie d’Authie.
Esta zona contempla el final de dicha bahía, que los grandes matorrales no me dejan ver. La carretera me lleva a un puente que supera el río que desemboca en la bahía.
Cuando llego al puente unidor, fotografío el río separador de departamentos. Ya estoy en
Esta zona contempla el final de dicha bahía, que los grandes matorrales no me dejan ver. La carretera me lleva a un puente que supera el río que desemboca en la bahía.
Cuando llego al puente unidor, fotografío el río separador de departamentos. Ya estoy en
Al otro lado del puente, enseguida, encuentro el cartel del nuevo departamento francés. “Ya no quedan más que dos”, canto con la música de “Yo tenía diez perritos…” Voy con el último mapa francés, que me llevará hasta Bélgica. No veo muy bien diferenciada la frontera entre Pas-de-Calais y Nord. El primero está todavía en el Canal de La Mancha y en el segundo ya da comienzo el Mar del Norte, que me bañará en el verano de 2015 desde Holanda hasta el Norte de Dinamarca.
Pero no adelantemos acontecimientos. Tengo mapa de esta costa que pronto comienza, pero me informa poco y me gustaría conseguir otro mejor. Durante un buen rato, voy a ir como un burro con orejeras.
Waben.
Un gran muro de
madera, cuyas tablas están colocadas superpuestas para que el efecto
de la lluvia sea menos dañino a la madera y el agua se deslice de
una a otra como si de tejadillos superpuestos se tratara, no me deja
ver nada ni de la marisma ni de los lagos que la zona ofrece.
Pero, ¡por fin!, el muro desaparece y puedo ver uno de esos lagos. Ha tenido que pasar media hora desde que he cruzado la frontera, para que la vista se me amplíe y no tenga que ir sólo centrado en la carretera. Es uno de los lagos de Waben. A partir de Conchil-le-Temple, la carretera deja su dirección Norte y se escora a la izquierda hacia el mar. Pasa por Waben, al que dejo de lado y me dirijo hacia Groffliers, donde llego pasadas las 12:30, que considero una buena hora para comer.
Pero, ¡por fin!, el muro desaparece y puedo ver uno de esos lagos. Ha tenido que pasar media hora desde que he cruzado la frontera, para que la vista se me amplíe y no tenga que ir sólo centrado en la carretera. Es uno de los lagos de Waben. A partir de Conchil-le-Temple, la carretera deja su dirección Norte y se escora a la izquierda hacia el mar. Pasa por Waben, al que dejo de lado y me dirijo hacia Groffliers, donde llego pasadas las 12:30, que considero una buena hora para comer.
Grofliers. Auberge La Salette.
Al entrar veo cartel
con nombre de restaurante. Confío en que haya algo más gofres para
comer. Es una reflexión pueril que deriva de una mala lectura del
nombre de este pueblo. Después de haber dejado lagos a derecha e
izquierda entro en este pueblo. Al llegar saco fotos de la iglesia.
Está bien protegida por las tumbas de los muertos, pues el
cementerio se dispersa por todos los lados.
Saco foto de una de las fachadas laterales y del pincho de la torre del campanario. Luego otra cuyo “clocher” me ofrece un contraluz. Entro en un bar Tabac, donde mi viaje les sorprende. Me informan de que me quedan 8 km para llegar a Berk. Un hombre me dice que a 200 metros tengo el restaurante que busco. Salgo, y está en la siguiente curva, frente al ayuntamiento.
En La Salette, la oferta es, de primero, lo que llaman “Hors d’ouvre”, que equivale a nuestros entremeses de toda la vida y que cada uno elige entre lo que hay expuesto. De segundo creo pedir alitas de pollo, pero serán trocitos de pechuga, cortados en tiras, con tallarines de los anchos y con una salsa que ayuda a comer, pero que me empalaga. Creo que mi error ha sido al interpretar “volaille”, y el gesto de volar que el camarero me ha hecho, y quizás por mi deseo de las alas, que me gustan. Explico la diferencia al camarero entre lo que creía haber pedido y lo servido. No consigo terminar tan potente segundo plato. Y casi no puedo acabar con la tarta de manzana con nata. Cago. Pago 25,50 € con Visa y escribo hasta las dos, hora en que me marcho en dirección a Berck.
Llevo claro que cuando llegue allí, iré a turismo, pues debo pedir mapa más detallado de la costa de Pas-de-Calais. El que llevo informa muy poco, aunque llegar a Berck no me incomoda, ya que sé que debo seguir la carretera durante 8 kilómetros. Pronto encuentro un carril bici que va paralelo a la carretera. Por él encontraré a un jinete a caballo. Por su color, le llamo el jinete de ébano. No tiene inconveniente en posar y sonreír para la foto.
Lo que más me sorprende de este tramo, es que las casas, que se protegen de los intrusos, mantienen sus puertas de defensa abiertas de par en par. Sin nada más especial que contar por el camino, voy llegando a Berck, donde mañana por la mañana, día de la República francesa, recibiré un regalo de los galos, un bonito paseo por la playa con una afamada y reconocida actriz canadiense.
Saco foto de una de las fachadas laterales y del pincho de la torre del campanario. Luego otra cuyo “clocher” me ofrece un contraluz. Entro en un bar Tabac, donde mi viaje les sorprende. Me informan de que me quedan 8 km para llegar a Berk. Un hombre me dice que a 200 metros tengo el restaurante que busco. Salgo, y está en la siguiente curva, frente al ayuntamiento.
En La Salette, la oferta es, de primero, lo que llaman “Hors d’ouvre”, que equivale a nuestros entremeses de toda la vida y que cada uno elige entre lo que hay expuesto. De segundo creo pedir alitas de pollo, pero serán trocitos de pechuga, cortados en tiras, con tallarines de los anchos y con una salsa que ayuda a comer, pero que me empalaga. Creo que mi error ha sido al interpretar “volaille”, y el gesto de volar que el camarero me ha hecho, y quizás por mi deseo de las alas, que me gustan. Explico la diferencia al camarero entre lo que creía haber pedido y lo servido. No consigo terminar tan potente segundo plato. Y casi no puedo acabar con la tarta de manzana con nata. Cago. Pago 25,50 € con Visa y escribo hasta las dos, hora en que me marcho en dirección a Berck.
Llevo claro que cuando llegue allí, iré a turismo, pues debo pedir mapa más detallado de la costa de Pas-de-Calais. El que llevo informa muy poco, aunque llegar a Berck no me incomoda, ya que sé que debo seguir la carretera durante 8 kilómetros. Pronto encuentro un carril bici que va paralelo a la carretera. Por él encontraré a un jinete a caballo. Por su color, le llamo el jinete de ébano. No tiene inconveniente en posar y sonreír para la foto.
Lo que más me sorprende de este tramo, es que las casas, que se protegen de los intrusos, mantienen sus puertas de defensa abiertas de par en par. Sin nada más especial que contar por el camino, voy llegando a Berck, donde mañana por la mañana, día de la República francesa, recibiré un regalo de los galos, un bonito paseo por la playa con una afamada y reconocida actriz canadiense.
En el tiempo
previsto llego a esta gran ciudad. Una rotonda con su nombre floral
me recibe con los flancos abiertos. Se anuncia un hipermercado, el
Intermarché, donde debo entrar a reponer las reservas de emergencia.
Pregunto a una mujer por dónde está el hiper anunciado y me manda
hacia otro, que es un Carrefour. Pregunto en recepción, pero la
chica no sabe dónde están las barritas energéticas y me voy en
compañía de una reponedora que contacta con la responsable de la
zona y me ofrece dos opciones, hay barritas con y otras sin
chocolate. Pensando en que estamos en verano y el chocolate se puede
derretir, me inclino por las otras. Cojo de dos sabores y cada una
cuesta 1,90 €. Cuando coma una por la noche compruebo que lleva
chocolate blanco con naranja, y está muy rica. Después voy a la
zona de los frutos sacos y compro dátiles por 80 céntimos. En total
pago en caja 4,60 € en metálico. Me hubieran admitido tarjeta
Visa, pero por tal pequeñez no me preocupa pagarlo con euros. Al
salir es la primera vez que pago haciéndome yo mismo la cuenta. Me
sale un bono de descuento de 10 € para la próxima compra, y se lo
regalo a una clienta que es habitual de este hipermercado. Ella
compensa mi regalo, orientándome hacia la Oficina de Turismo.
Oficina de
Turismo.
En Turismo me
atiende un joven que me da un mapa idéntico al que llevo. Le
pregunto si no tiene otro con más detalle y me dice que no, así que
me tendré que arreglar con el que llevo que, después del resultado
de mi gestión, no me parece tan malo. En este mapa, Pas-de-Calais
ocupa la mayor parte, toda la costa Oeste, siendo sus principales
ciudades Calais y Boulogne-sur-Mer, y Nord, como su nombre lo indica,
el tramo del Norte, siendo su principal ciudad Dunkerque. Me informa
que no tienen lista de albergues. No sé la razón por la que anoto
en mi diario Fort Philippe. Si lo aclaro os lo diré.
De la ciudad de Boulogne me da un plano para que, cuando llegue no tenga problemas para encontrar el albergue juvenil. Me añade que Montreuil es muy bonito y que merece la pena que lo visite, pero está muy en el interior y declino la invitación. Para completar la información, me sitúa en el plano de la ciudad la posición de la playa nudista. Salgo contento de esta oficina turística y me dirijo hacia la playa. Saco una foto de la ciudad en movimiento y paso por la iglesia.
De la ciudad de Boulogne me da un plano para que, cuando llegue no tenga problemas para encontrar el albergue juvenil. Me añade que Montreuil es muy bonito y que merece la pena que lo visite, pero está muy en el interior y declino la invitación. Para completar la información, me sitúa en el plano de la ciudad la posición de la playa nudista. Salgo contento de esta oficina turística y me dirijo hacia la playa. Saco una foto de la ciudad en movimiento y paso por la iglesia.
Vista desde el
exterior, no se parece en nada a las que he ido viendo últimamente.
Pero por dentro es sorprendente. Todo su entramado es de madera, lo
que le da una esbeltez que me agrada. La nave central es amplia y sus
dos laterales en menor medida, son luminosas.
Tiene un bello púlpito y, en el altar mayor, hacia donde dirijo la primera foto, se enseñorea en un gran cuadro el Señor. Podría ser la iglesia du Sauveteur, el Salvador, pero no lo puedo asegurar. La segunda foto la dirijo desde detrás del altar hacia el lado opuesto y poco tengo que añadir a lo que ya cuentan las imágenes. Tras la visita a esta iglesia, me voy definitivamente a la playa.
Tiene un bello púlpito y, en el altar mayor, hacia donde dirijo la primera foto, se enseñorea en un gran cuadro el Señor. Podría ser la iglesia du Sauveteur, el Salvador, pero no lo puedo asegurar. La segunda foto la dirijo desde detrás del altar hacia el lado opuesto y poco tengo que añadir a lo que ya cuentan las imágenes. Tras la visita a esta iglesia, me voy definitivamente a la playa.
Berck-sur-Mer. La playa.
Llego a la playa a
las cuatro y me llevo un chasco, ya que, aunque la marea ya ha
subido, la niebla continúa y apenas se puede ver la orilla. Hace
buena temperatura y la gente disfruta en la playa, pero también
cuesta ver la línea del horizonte. Cuando bajo a la orilla,
compruebo que ya se ha iniciado la bajamar. La primera foto la
oriento hacia el Sur, hacia la costa por la que no he pasado por
estar el obstáculo de la Baie d’Authie. La segunda, hacia el
Norte, hacia donde voy en busca de la playa nudista. La bruma
persiste. Paso por un recinto donde hay redes para el juego del
voleibol, pero nadie juega. Las casetas de baño son pálidas. Una
oportunidad perdida de poner una nota de color.
Voy por una pasarela con sandalias hasta que llego al mar, me descalzo y sigo por la arena dura de la orilla. Debo pasar algunas barreras de troncos enclavados en hileras, en el sentido del interior hacia el mar. Debo elegir los troncos más separados para que no quede atascada mi mochila. Encuentro a un joven caminante belga que viene desde su País con intención de llegar a Bretaña en 30 días. Ese es el tiempo de que dispone. Precisamente son los días que yo llevo desde Saint-Brieuc y le digo que lo puede conseguir, sin saber que a mí aún me faltan seis días para llegar a Bélgica. Pero él es más joven. ¡Si se lo propone, lo conseguirá! En cuatro días ha recorrido la costa de Nord y la de Pas-de-Calais. Se ve que va mucho más fuerte que yo. Su marcha es similar a la mía, pero lleva, además de su gran mochila, una tienda de campaña y camping-gas, lo que me hace suponer que llevará también comida. Yo calculo que tardaré una semana en llegar a Bélgica y casi acierto. Y me quedan tres albergues juveniles: Boulogne, Calais y Dunkerque.
Lleva la cara protegida por una crema potente que, o se la ha extendido mal, o es que forma capas visibles. Me informa que ya está cerca la zona nudista, pero que hay desnudos y vestidos a un 50 %. Le digo que es la fórmula que me gusta. Mi ideal es la playa mixta en la cual cada uno opta por lo que más le gusta y en que más cómodo se encuentra. Le digo que los franceses tienen poco que celebrar mañana. Van perdiendo mucha libertad e igualdad, aunque les sobra fraternidad. Nos deseamos suerte mutuamente. Ha sido un bonito encuentro.
Playa nudista autorizada.
Poco después de una zona en la que hay varios bunkers, profusamente decorados, encuentro los primeros nudistas y se acabaron las fotos. Yo soy mi propio censor. Sólo desde la duna en que cenaré y cuando apenas quede gente en la zona, sacaré la última. Es sólo para que veáis, cerca de la orilla y con dirección hacia el Norte, el marco donde mañana pasearé charlando con Susanne Clément, actriz fetiche del director canadiense Xavier Dolan, cuya película “Mamá” tuvo un gran éxito en uno de los últimos festivales europeos más prestigiosos. No me desnudo hasta que llego a las siguientes dunas, donde hay bastante trasiego homosexual por las dunas. En el sitio elegido, descargo las mochilas, me desnudo, seco con la arena la camiseta, y me doy un rico baño, aunque no como hubiera deseado, ya que por mucho que camine hacia alta mar, apenas cubre. Me tiro al agua pero toco con las manos el fondo marino al nadar. Es como si gateara. Profundizo algo más y logro que mis manos no toquen la arena en cada brazada. Salgo del agua, voy a mi sitio, sacudo la arena de la camiseta y la vuelvo a extender echando nueva arena seca por encima.
Entre observador y boyeur.
Me tumbo y veo que el trasiego por la duna se generaliza. En estas dunas no se protege la flora. Hay tal variedad de plantas y tantas que es difícil que se deteriore el hábitat y, en todo caso, en invierno se regenerará. Hago una incursión por senderos. Pasa un negrito con la toalla al cuello y que la lleva algo contenta. La duna se expansiona hacia el fondo y a lo ancho. Mucho terreno para correrías. De la duna más alta, veo que baja uno con el rabo tieso y bamboleante. Parece que no le preocupa que le veamos erecto. ¿Será su modo de ofertarlo? Ya he visto el panorama y, como el sol no acaba de querer salir de entre las nubes, y el aire circula, me meto entre dos dunas, donde hay una pareja heterosexual de personas mayores y otra joven que juega con pelota a pala. Ella está desnuda, pero él no. Tienen perro, al que lanzan la pelotita y juegan haciéndole gruñir cuando se la quitan. Quizás lo que pide con el gruñido es que se la vuelvan a lanzar. Llega un hombre con dos perros. La más joven es juguetona y se ve que la tiene bien aleccionada. Le hace caricias y así se puede acercar al perro grande de los pelotaris. El otro perro, el negro, no da juego alguno. Pronto se va el de los dos perros. La pareja joven pone música no estridente y los mayores se suben a la duna donde ha quedado hueco y se pueden tocar sin que les observemos. Un chico desnudo, con su ropa en un atadillo, pasa por delante por activa y por pasiva, sube y baja de la duna. Se ve que algo busca. Finalmente, cuando vuelve a pasar a mi lado, le digo: “¿Très fatigué?” y me dice que no. Finalmente, ya vestido, se para para comer un yogur y me dice que aún tiene que volver en bici a Calais. Pues queda una buena tirada. A mí, a pie, me supondrán tres días. Dice que son unos 60 kilómetros. Yo creo que serán bastantes más. Pero él lo sabrá mejor que yo. Me dice que para Boulogne quedan 40-45 km y también yo creo que son más. El de Calais se va. El trasiego por duna va disminuyendo, pues mucha gente se ha ido marchando pero, los que quedan no dejan de estar al quite. Yo ya he elegido el sitio para dormir. Será la vaguada que se forma entre el final de la playa, la duna y el bunker. Pienso que en ese hoyo no me dará el aire y me protegeré del relente de la noche.
Pero primero subo a una duna próxima al bunker, donde estaba un chico que lo ha abandonado y donde parecía que estaba protegido del viento. Es un buen lugar de observación de la duna principal. Un chico asediado con bañador, que no acaba de caer, finalmente se decide por ocultarse entre la vegetación de una joroba de la duna. Allí se desnuda, pero dejo de verle, tras ofrecerse al primero que llega. El recién llegado se arrodilla y sólo le veo la espalda y los pies. Parece que le está haciendo un francés. Luego sale el primer y se pone de pie y el otro, de rodillas le hace otra mamada. No sé si hacen algo más. Había pensado en dibujar, pero tengo demasiados distractores. Las dunas son atractivas, pero no veo la forma de representarlas. Hacia las nueve un hombre se sienta abajo y enfrente de mí, con el rabo mirando en mi dirección. Como no le hago ni caso, se va. Ha refrescado. Me pongo camiseta y calzoncillo y bajo a la vaguada.
Preparando la cama junto al bunker.
Allano la arena para ponerla horizontal, extiendo esterilla y saco y me meto en la cama. Acaba de llegar un grupo de jóvenes y me va viendo los preparativos. Van a la orilla y regresan. Desde la cama, siendo aún de día, aparece la luna. Un filetito estrecho en forma de D. Empiezo a oír una música lejana. No molesta. Una pareja con perro bordea mi vaguada en círculo, pero no me ve ninguno de los dos. Sólo uno, de los que estaban en la playa, me ve al marchar. Se acerca y, al verme metido en el saco, se da media vuelta y se va. Han dado las diez cuando oigo un motor. Confío en que no sea de los que saltan dunas y me caiga encima. Justamente el motor se detiene al lado de mi vaguada. Son dos chicos y se quitan los cascos, beben su cerveza, fuman su cigarro. Como nada más llegar, me han visto, hablan bajito. Como no saben mi nacionalidad, no saben si les entiendo o no lo que dicen. Terminada la bebida, uno lanza la botella a la arena, y cae lejana. Menos mal que no le ha dado por tirarla contra el bunker y hacerse añicos. No sé lo que hace el otro con su botella. Seguro que la ha dejado sin más en el suelo. Luego dirán que los nudistas somos unos cerdos, cuando en general somos cuidadosos de lo nuestro y de lo de los demás. De hecho, la papelera está bien llena cuando bajo a tirar el plano de la ciudad que me han dado en Turismo y que ya no me sirve para nada, aunque sí para llegar a esta playa. Cuando se marchan, compruebo que se trata de una de esas motos de cuatro ruedas. No habrán estado ni 10 minutos. También es casualidad que no les apeteciera más que ese sitio para beber y fumar. A las once se empiezan a oír los primeros fuegos artificiales. Por el sonido, me parece que vienen de Merlimont, pero no lo puedo asegurar. A las doce si oyen otros. Esta vez pudieran ser de Berck-sur-Mer. Con los primeros, aún estaba claro el cielo, lo cual quita vistosidad. Ahora, la noche es cerrada. A mí me da igual, ya que desde mi vaguada ni siquiera veo el resplandor. Cuando me levanto a orinar, veo la Osa Mayor. Nítidamente el asa del carro, y las cuatro del carro algo vaídas por la contaminación lumínica. Estoy muy cómodo, sin aire y paso menos frío que la noche anterior en las dunas de Marquenterre. Las dos primeras llamadas que hice con tarjeta telefónica, me costaron 1,50 €. La que llamo a Sara a Berdún, no sé lo que me habrá costado. Lo sabré con la siguiente.
Voy por una pasarela con sandalias hasta que llego al mar, me descalzo y sigo por la arena dura de la orilla. Debo pasar algunas barreras de troncos enclavados en hileras, en el sentido del interior hacia el mar. Debo elegir los troncos más separados para que no quede atascada mi mochila. Encuentro a un joven caminante belga que viene desde su País con intención de llegar a Bretaña en 30 días. Ese es el tiempo de que dispone. Precisamente son los días que yo llevo desde Saint-Brieuc y le digo que lo puede conseguir, sin saber que a mí aún me faltan seis días para llegar a Bélgica. Pero él es más joven. ¡Si se lo propone, lo conseguirá! En cuatro días ha recorrido la costa de Nord y la de Pas-de-Calais. Se ve que va mucho más fuerte que yo. Su marcha es similar a la mía, pero lleva, además de su gran mochila, una tienda de campaña y camping-gas, lo que me hace suponer que llevará también comida. Yo calculo que tardaré una semana en llegar a Bélgica y casi acierto. Y me quedan tres albergues juveniles: Boulogne, Calais y Dunkerque.
Lleva la cara protegida por una crema potente que, o se la ha extendido mal, o es que forma capas visibles. Me informa que ya está cerca la zona nudista, pero que hay desnudos y vestidos a un 50 %. Le digo que es la fórmula que me gusta. Mi ideal es la playa mixta en la cual cada uno opta por lo que más le gusta y en que más cómodo se encuentra. Le digo que los franceses tienen poco que celebrar mañana. Van perdiendo mucha libertad e igualdad, aunque les sobra fraternidad. Nos deseamos suerte mutuamente. Ha sido un bonito encuentro.
Playa nudista autorizada.
Poco después de una zona en la que hay varios bunkers, profusamente decorados, encuentro los primeros nudistas y se acabaron las fotos. Yo soy mi propio censor. Sólo desde la duna en que cenaré y cuando apenas quede gente en la zona, sacaré la última. Es sólo para que veáis, cerca de la orilla y con dirección hacia el Norte, el marco donde mañana pasearé charlando con Susanne Clément, actriz fetiche del director canadiense Xavier Dolan, cuya película “Mamá” tuvo un gran éxito en uno de los últimos festivales europeos más prestigiosos. No me desnudo hasta que llego a las siguientes dunas, donde hay bastante trasiego homosexual por las dunas. En el sitio elegido, descargo las mochilas, me desnudo, seco con la arena la camiseta, y me doy un rico baño, aunque no como hubiera deseado, ya que por mucho que camine hacia alta mar, apenas cubre. Me tiro al agua pero toco con las manos el fondo marino al nadar. Es como si gateara. Profundizo algo más y logro que mis manos no toquen la arena en cada brazada. Salgo del agua, voy a mi sitio, sacudo la arena de la camiseta y la vuelvo a extender echando nueva arena seca por encima.
Entre observador y boyeur.
Me tumbo y veo que el trasiego por la duna se generaliza. En estas dunas no se protege la flora. Hay tal variedad de plantas y tantas que es difícil que se deteriore el hábitat y, en todo caso, en invierno se regenerará. Hago una incursión por senderos. Pasa un negrito con la toalla al cuello y que la lleva algo contenta. La duna se expansiona hacia el fondo y a lo ancho. Mucho terreno para correrías. De la duna más alta, veo que baja uno con el rabo tieso y bamboleante. Parece que no le preocupa que le veamos erecto. ¿Será su modo de ofertarlo? Ya he visto el panorama y, como el sol no acaba de querer salir de entre las nubes, y el aire circula, me meto entre dos dunas, donde hay una pareja heterosexual de personas mayores y otra joven que juega con pelota a pala. Ella está desnuda, pero él no. Tienen perro, al que lanzan la pelotita y juegan haciéndole gruñir cuando se la quitan. Quizás lo que pide con el gruñido es que se la vuelvan a lanzar. Llega un hombre con dos perros. La más joven es juguetona y se ve que la tiene bien aleccionada. Le hace caricias y así se puede acercar al perro grande de los pelotaris. El otro perro, el negro, no da juego alguno. Pronto se va el de los dos perros. La pareja joven pone música no estridente y los mayores se suben a la duna donde ha quedado hueco y se pueden tocar sin que les observemos. Un chico desnudo, con su ropa en un atadillo, pasa por delante por activa y por pasiva, sube y baja de la duna. Se ve que algo busca. Finalmente, cuando vuelve a pasar a mi lado, le digo: “¿Très fatigué?” y me dice que no. Finalmente, ya vestido, se para para comer un yogur y me dice que aún tiene que volver en bici a Calais. Pues queda una buena tirada. A mí, a pie, me supondrán tres días. Dice que son unos 60 kilómetros. Yo creo que serán bastantes más. Pero él lo sabrá mejor que yo. Me dice que para Boulogne quedan 40-45 km y también yo creo que son más. El de Calais se va. El trasiego por duna va disminuyendo, pues mucha gente se ha ido marchando pero, los que quedan no dejan de estar al quite. Yo ya he elegido el sitio para dormir. Será la vaguada que se forma entre el final de la playa, la duna y el bunker. Pienso que en ese hoyo no me dará el aire y me protegeré del relente de la noche.
Pero primero subo a una duna próxima al bunker, donde estaba un chico que lo ha abandonado y donde parecía que estaba protegido del viento. Es un buen lugar de observación de la duna principal. Un chico asediado con bañador, que no acaba de caer, finalmente se decide por ocultarse entre la vegetación de una joroba de la duna. Allí se desnuda, pero dejo de verle, tras ofrecerse al primero que llega. El recién llegado se arrodilla y sólo le veo la espalda y los pies. Parece que le está haciendo un francés. Luego sale el primer y se pone de pie y el otro, de rodillas le hace otra mamada. No sé si hacen algo más. Había pensado en dibujar, pero tengo demasiados distractores. Las dunas son atractivas, pero no veo la forma de representarlas. Hacia las nueve un hombre se sienta abajo y enfrente de mí, con el rabo mirando en mi dirección. Como no le hago ni caso, se va. Ha refrescado. Me pongo camiseta y calzoncillo y bajo a la vaguada.
Preparando la cama junto al bunker.
Allano la arena para ponerla horizontal, extiendo esterilla y saco y me meto en la cama. Acaba de llegar un grupo de jóvenes y me va viendo los preparativos. Van a la orilla y regresan. Desde la cama, siendo aún de día, aparece la luna. Un filetito estrecho en forma de D. Empiezo a oír una música lejana. No molesta. Una pareja con perro bordea mi vaguada en círculo, pero no me ve ninguno de los dos. Sólo uno, de los que estaban en la playa, me ve al marchar. Se acerca y, al verme metido en el saco, se da media vuelta y se va. Han dado las diez cuando oigo un motor. Confío en que no sea de los que saltan dunas y me caiga encima. Justamente el motor se detiene al lado de mi vaguada. Son dos chicos y se quitan los cascos, beben su cerveza, fuman su cigarro. Como nada más llegar, me han visto, hablan bajito. Como no saben mi nacionalidad, no saben si les entiendo o no lo que dicen. Terminada la bebida, uno lanza la botella a la arena, y cae lejana. Menos mal que no le ha dado por tirarla contra el bunker y hacerse añicos. No sé lo que hace el otro con su botella. Seguro que la ha dejado sin más en el suelo. Luego dirán que los nudistas somos unos cerdos, cuando en general somos cuidadosos de lo nuestro y de lo de los demás. De hecho, la papelera está bien llena cuando bajo a tirar el plano de la ciudad que me han dado en Turismo y que ya no me sirve para nada, aunque sí para llegar a esta playa. Cuando se marchan, compruebo que se trata de una de esas motos de cuatro ruedas. No habrán estado ni 10 minutos. También es casualidad que no les apeteciera más que ese sitio para beber y fumar. A las once se empiezan a oír los primeros fuegos artificiales. Por el sonido, me parece que vienen de Merlimont, pero no lo puedo asegurar. A las doce si oyen otros. Esta vez pudieran ser de Berck-sur-Mer. Con los primeros, aún estaba claro el cielo, lo cual quita vistosidad. Ahora, la noche es cerrada. A mí me da igual, ya que desde mi vaguada ni siquiera veo el resplandor. Cuando me levanto a orinar, veo la Osa Mayor. Nítidamente el asa del carro, y las cuatro del carro algo vaídas por la contaminación lumínica. Estoy muy cómodo, sin aire y paso menos frío que la noche anterior en las dunas de Marquenterre. Las dos primeras llamadas que hice con tarjeta telefónica, me costaron 1,50 €. La que llamo a Sara a Berdún, no sé lo que me habrá costado. Lo sabré con la siguiente.
Balance de la
primera jornada en Pas-de-Calais.
Hoy he caminado
mucho por playa, sobre todo al salir de Somme y al final en la playa
de Berck-sur-Mer. Un útil encuentro con Yves y otro bonito encuentro
de caminantes con el joven belga, que me ha parecido con exceso de
carga. Tampoco le envidio el tiempo limitado, 30 días. A pesar del
trasiego homosexual o gracias a él he estado a gusto en esta playa
nudista y muy entretenido ejercitando mi afición de observador
curioso. Ahora a dormir y esperar el regalo matutino.