lunes, 29 de mayo de 2017

Etapa 30 (387) Parc du Marquenterre-Berck sur Mer


Etapa 30 (387) 13 de julio de 2013. Sábado.
Parc du Marquenterre-Quend Plage les Pins-Fort Machon plage-PAS DE CALAIS-Waben-Groffliers-Berck sur Mer.

 


Etapa 96 por la costa francesa atlántica.

Amanecer en las dunas del Parc Naturel du Marquenterre.
Antes de salir a mear, me pongo el jersey y el pantalón. Vuelvo al saco y saco a las 6:15 horas la primera foto del día.











La humedad se respira en el ambiente. Recojo todo y sigo por la playa descalzo y con mucha niebla. Apenas me deja intuir la orilla y el romper de la ola no pasa de ser un ligero rumor. Voy haciendo pruebas para apreciar cual es el mejor lugar para caminar sin sandalias, por el que el piso es mejor. Por la orilla se me hunden mucho los pies y por el final de la duna hay cáscaras de crustáceos y conchas trituradas, muchas de mejillones, como es natural en un lugar próximo a mejilloneras, que conforman un suelo algo más duro y mejor. Es por ello que camino a pie de duna.
 
Aunque alguna concha me pincha levemente, por ello no dejo de seguir descalzo. No me preocupa mucho, aunque tengo en cuenta que son mis pies mi mejor herramienta del camino. Mis pies y mi cabeza. Cuanto más avanzo, menos veo. La niebla se va espesando y oigo menos el sonido del mar. Estoy haciendo el recorrido que ayer hicieron los chavales en sus chair-à-voile, pero yo a pie. Ellos volvieron con sus velas recogidas y amarrados a un tractor. Van a dar las siete cuando veo las primeras muestras de civilización. Es así como llego a la playa de Quend. No deja de ser la misma playa en la que he dormido. Vallas y tres cubos de basura me hacen pensar en la playa que se me anuncia en mi mapa como con Aquaclub, aunque Quend está mucho más al interior.

Quend-Plage-les-Pins.
Limpian y rastrillan la playa y depositan sus desperdicios hacia el final, subiéndolos a la duna, con la confianza que da una arena tan fina que, con la ayuda del viento, acabará por cubrirlo todo con su manto. En Hendaye, frente a las Gemelas, hacen lo mismo, aunque allí no hay dunas ni arena fina. No les importa porque es la zona nudista tolerada. Tolerada a regañadientes por más de uno y de dos.
Quend me recibe con un enorme bunker de la guerra mundial. Una fortaleza alemana de defensa en país ajeno. Un ataque, con fines expansionistas, a la propiedad de otra nación. Persiste para la memoria. Uno más de tantos. Una mujer baja de entre las vallas del bunker con su perro. Luego otro hombre acompañado del que se dice es su mejor amigo, y otros dos más. Cuatro perros en pocos minutos. En la playa, bien protegido el pueblo por recios muros rampantes, otros propietarios llevan a los suyos a cagar y mear en la playa, de mañana, cuando todavía no hay bañistas y, muy probablemente, esté permitido. Como si sus meadas y sus mierdas no perduraran en la arena. Contradicciones de la legislación protectora municipal. ¿A quién protege? Esta vez a perros y a sus dueños, en detrimento de los bañistas. Contradicciones de la democracia. Menos mal que con la subida de la marea, todo se lo tragará el mar y también algún pez, de esos que en cualquier momento comeré. Es evidente que no relameré sus tripas. Me calzo y subo hacia el paseo marítimo, hacia las casas en sombra que, al llegar, se vuelven más nítidas.


Empleados municipales limpian la plaza. ¡Cómo se nota que, aunque hoy es sábado, mañana es la Fiesta Nacional! En la plaza, me gusta que han puesto unos bancos con tejado para sombra. Uno de los limpiadores me dice que aquí, a estas horas tempranas y menos en sábado, no encontraré café abierto y me recomienda que desayune en Fort Mahon. Me dice que no vaya por carretera y me recomienda la playa, que es más corto. Una foto de la plaza y los bancos, y me voy por donde me han recomendado. 


Avanzo por la arena hacia la playa del Norte de Quend. Por este lado de la playa también limpian y criban la arena. La niebla persiste y no veo el final del pueblo.




Una rodada me acompaña. Parece de tractor, pero no sé si con función de limpieza o de actividad pesquera o deporte de mar.

Fort-Mahon-Plage. 
Panadería y PMU-Tabac.
Al fondo, vislumbro más que veo, unas sombras, que parecen de casas, me hacen pensar que ya estoy llegando a la playa de Fort-Mahon. No he tardado ni veinte minutos en llegar de la plaza de Quend a esta nueva, y a su vez la misma, playa. Tenía razón el empleado de limpieza. Muy agradecido. Las casas ya más nítidas sobre el paseo marítimo.

Aquí también limpian la playa y están haciendo una montaña de arena que no sé si será para llevarla a otra parte o para cubrir zonas de la propia erosionadas por el mar. El tractorista y su pala trabajan incansables. Si la dejan allí, pronto servirá de Montaña Rusa o Suiza para divertimento de niños y menos niños. Hay también un recio muro que protege casas y paseo marítimo de los embates del mar.
Un limpiador del paseo me dice que tengo café siguiendo al fondo y a la derecha. Cuando llego, veo dos hoteles con la cafetería en marcha pero, si la hay, prefiero la fórmula “boulangerie-Tabac”. En caso de que no encuentre Tabac-PMU volveré a cualquiera de los hoteles. Paso por una panadería, pero se me va alejando sin encontrar lo que deseo.

Un hombre me asegura que hay café más adelante, aunque lejos. No sabe de dónde vengo. Paso por otra pastelería y vislumbro luz en el Tabac y, efectivamente, está ya en funcionamiento. Pregunto y me dicen lo de siempre. Sacudo fuera la arena adherida por la humedad a la funda de la mochila, y entro y la dejo en un rincón. Retrocedo a la pastelería y compro un caracol de pasas y un croissant de almendra, por los que pago 3 €. En el Tabac me sacan al revés de lo que he pedido: mucho café y dos dedalitos de crema de leche. Pago 2,90 €.



Desayuno y me pongo a escribir. Cago y a las 9:15 empiezo a mirar el nuevo mapa de Pas-de-Calais, pues La Somme está a punto de finalizar. Dos días y medio ha sido tiempo suficiente para pasar la Côte Picarde y llegar a la penúltima provincia hacia el Norte de Francia. Tras el desayuno, doy un paseo por el pueblo. Paso por el Casino y luego por una casa que me cuestiona a donde voy: “Quo Vadis”. Hacia donde voy ya lo sé, pero no me hagas demasiadas preguntas, señora casa, que no te sabré responder. Llego a una zona ajardinada y un muro donde las flores se distribuyen con armonía.

 
Desconozco el número de flores que ostenta esta población en el ranking de villas floridas. Los jardineros están en receso laboral y ahora se limitan a conversar, aunque sin dejar por ello de la mano sus herramientas de trabajo. Sólo uno tiene su corta-césped en dique seco, un lugar sin hierba.

Casi horizontal hacia Pas-de-Calais. Yves.
Como si sigo por la playa, en el Norte de La Somme me voy a topar con la Pointe de Routhiauville y la Baie d’Authie, y no tengo certeza de que haya buen camino, y con mucha probabilidad me encuentre con zona de marisma, decido acercarme por carretera hacia el punto de confluencia de la frontera. Es una carretera que va casi en horizontal desde Fort-Mahon. Allí enlazará con otra de más tráfico, la D-940. Sigo la carretera, pero la dirección de la Baie d’Authie y acabo yendo por donde decía que no iba a ir. Abandono la D-532 y voy por esta con menos circulación aún. Hay veces en que la fuerza del camino es más potente que la voluntad del caminante. Temo que estoy cometiendo un error, que no va a ser tal ya que voy a ir en compañía, así que no tendré ninguna foto de estos parajes. Me rescata Yves y, con él, hago un paseo muy bonito. Agradece mi aprecio cuando le digo que son más interesantes los encuentros casuales que la belleza del paisaje. Volvemos al cruce y contándole mi aventura de Noyelles-sur-Mer, aprovecho para enseñarle la casa roja y las pinturas en tarjeta que me regaló Pippa. Me despido de Yves y, una vez reorientado y con la opinión de otro hombre, que me dice que tendré 3 km hasta el cruce y el puente que separa las dos regiones, voy más seguro. Con todo, tardaré más de una hora en llegar. Así que los tres kilómetros serían, probablemente, más de cinco. Cuando llego a la carretera principal, me desagrada la señal de Berck en verde. Me hace temer que haya que entrar a la gran ciudad por autopista o auto-ruta, y esta circunstancia me creó más de un problema, a la salida de La Rochelle y en la entrada a Brecht. Lo que ocurre es que no hay uniformidad de criterio en los sistemas de señalización francesa y cada región ofrece sus peculiaridades. No tendré ninguno de los problemas temidos.


Entre Somme y Pas-de-Calais.
He llegado al cruce y me dirijo hacia la frontera. La carretera indica como referencia más importante Boulogne-sur-Mer, adonde no llegaré hasta el día después de la Fiesta Nacional. Saco una foto hacia atrás, donde se ve el cartel de inicio, que para mí es final, del departamento de la Somme, así como del cruce que lleva a la Baie d’Authie. 


Esta zona contempla el final de dicha bahía, que los grandes matorrales no me dejan ver. La carretera me lleva a un puente que supera el río que desemboca en la bahía.




Cuando llego al puente unidor, fotografío el río separador de departamentos. Ya estoy en







PAS-DE-CALAIS




Al otro lado del puente, enseguida, encuentro el cartel del nuevo departamento francés. “Ya no quedan más que dos”, canto con la música de “Yo tenía diez perritos…” Voy con el último mapa francés, que me llevará hasta Bélgica. No veo muy bien diferenciada la frontera entre Pas-de-Calais y Nord. El primero está todavía en el Canal de La Mancha y en el segundo ya da comienzo el Mar del Norte, que me bañará en el verano de 2015 desde Holanda hasta el Norte de Dinamarca.
 

Pero no adelantemos acontecimientos. Tengo mapa de esta costa que pronto comienza, pero me informa poco y me gustaría conseguir otro mejor. Durante un buen rato, voy a ir como un burro con orejeras.

Waben.
Un gran muro de madera, cuyas tablas están colocadas superpuestas para que el efecto de la lluvia sea menos dañino a la madera y el agua se deslice de una a otra como si de tejadillos superpuestos se tratara, no me deja ver nada ni de la marisma ni de los lagos que la zona ofrece. 

Pero, ¡por fin!, el muro desaparece y puedo ver uno de esos lagos. Ha tenido que pasar media hora desde que he cruzado la frontera, para que la vista se me amplíe y no tenga que ir sólo centrado en la carretera. Es uno de los lagos de Waben. A partir de Conchil-le-Temple, la carretera deja su dirección Norte y se escora a la izquierda hacia el mar. Pasa por Waben, al que dejo de lado y me dirijo hacia Groffliers, donde llego pasadas las 12:30, que considero una buena hora para comer.


Grofliers. Auberge La Salette.
Al entrar veo cartel con nombre de restaurante. Confío en que haya algo más gofres para comer. Es una reflexión pueril que deriva de una mala lectura del nombre de este pueblo. Después de haber dejado lagos a derecha e izquierda entro en este pueblo. Al llegar saco fotos de la iglesia. Está bien protegida por las tumbas de los muertos, pues el cementerio se dispersa por todos los lados.




Saco foto de una de las fachadas laterales y del pincho de la torre del campanario. Luego otra cuyo “clocher” me ofrece un contraluz. Entro en un bar Tabac, donde mi viaje les sorprende. Me informan de que me quedan 8 km para llegar a Berk. Un hombre me dice que a 200 metros tengo el restaurante que busco. Salgo, y está en la siguiente curva, frente al ayuntamiento.
 

En La Salette, la oferta es, de primero, lo que llaman “Hors d’ouvre”, que equivale a nuestros entremeses de toda la vida y que cada uno elige entre lo que hay expuesto. De segundo creo pedir alitas de pollo, pero serán trocitos de pechuga, cortados en tiras, con tallarines de los anchos y con una salsa que ayuda a comer, pero que me empalaga. Creo que mi error ha sido al interpretar “volaille”, y el gesto de volar que el camarero me ha hecho, y quizás por mi deseo de las alas, que me gustan. Explico la diferencia al camarero entre lo que creía haber pedido y lo servido. No consigo terminar tan potente segundo plato. Y casi no puedo acabar con la tarta de manzana con nata. Cago. Pago 25,50 € con Visa y escribo hasta las dos, hora en que me marcho en dirección a Berck. 
 
Llevo claro que cuando llegue allí, iré a turismo, pues debo pedir mapa más detallado de la costa de Pas-de-Calais. El que llevo informa muy poco, aunque llegar a Berck no me incomoda, ya que sé que debo seguir la carretera durante 8 kilómetros. Pronto encuentro un carril bici que va paralelo a la carretera. Por él encontraré a un jinete a caballo. Por su color, le llamo el jinete de ébano. No tiene inconveniente en posar y sonreír para la foto.








Lo que más me sorprende de este tramo, es que las casas, que se protegen de los intrusos, mantienen sus puertas de defensa abiertas de par en par. Sin nada más especial que contar por el camino, voy llegando a Berck, donde mañana por la mañana, día de la República francesa, recibiré un regalo de los galos, un bonito paseo por la playa con una afamada y reconocida actriz canadiense.

Berck-sur-Mer. Carrefour.
En el tiempo previsto llego a esta gran ciudad. Una rotonda con su nombre floral me recibe con los flancos abiertos. Se anuncia un hipermercado, el Intermarché, donde debo entrar a reponer las reservas de emergencia. Pregunto a una mujer por dónde está el hiper anunciado y me manda hacia otro, que es un Carrefour. Pregunto en recepción, pero la chica no sabe dónde están las barritas energéticas y me voy en compañía de una reponedora que contacta con la responsable de la zona y me ofrece dos opciones, hay barritas con y otras sin chocolate. Pensando en que estamos en verano y el chocolate se puede derretir, me inclino por las otras. Cojo de dos sabores y cada una cuesta 1,90 €. Cuando coma una por la noche compruebo que lleva chocolate blanco con naranja, y está muy rica. Después voy a la zona de los frutos sacos y compro dátiles por 80 céntimos. En total pago en caja 4,60 € en metálico. Me hubieran admitido tarjeta Visa, pero por tal pequeñez no me preocupa pagarlo con euros. Al salir es la primera vez que pago haciéndome yo mismo la cuenta. Me sale un bono de descuento de 10 € para la próxima compra, y se lo regalo a una clienta que es habitual de este hipermercado. Ella compensa mi regalo, orientándome hacia la Oficina de Turismo.
Oficina de Turismo.
En Turismo me atiende un joven que me da un mapa idéntico al que llevo. Le pregunto si no tiene otro con más detalle y me dice que no, así que me tendré que arreglar con el que llevo que, después del resultado de mi gestión, no me parece tan malo. En este mapa, Pas-de-Calais ocupa la mayor parte, toda la costa Oeste, siendo sus principales ciudades Calais y Boulogne-sur-Mer, y Nord, como su nombre lo indica, el tramo del Norte, siendo su principal ciudad Dunkerque. Me informa que no tienen lista de albergues. No sé la razón por la que anoto en mi diario Fort Philippe. Si lo aclaro os lo diré.
 

De la ciudad de Boulogne me da un plano para que, cuando llegue no tenga problemas para encontrar el albergue juvenil. Me añade que Montreuil es muy bonito y que merece la pena que lo visite, pero está muy en el interior y declino la invitación. Para completar la información, me sitúa en el plano de la ciudad la posición de la playa nudista. Salgo contento de esta oficina turística y me dirijo hacia la playa. Saco una foto de la ciudad en movimiento y paso por la iglesia.


Iglesia de Berck-sur-Mer.
Vista desde el exterior, no se parece en nada a las que he ido viendo últimamente. Pero por dentro es sorprendente. Todo su entramado es de madera, lo que le da una esbeltez que me agrada. La nave central es amplia y sus dos laterales en menor medida, son luminosas.






Tiene un bello púlpito y, en el altar mayor, hacia donde dirijo la primera foto, se enseñorea en un gran cuadro el Señor. Podría ser la iglesia du Sauveteur, el Salvador, pero no lo puedo asegurar. La segunda foto la dirijo desde detrás del altar hacia el lado opuesto y poco tengo que añadir a lo que ya cuentan las imágenes. Tras la visita a esta iglesia, me voy definitivamente a la playa.

Berck-sur-Mer. La playa.
Llego a la playa a las cuatro y me llevo un chasco, ya que, aunque la marea ya ha subido, la niebla continúa y apenas se puede ver la orilla. Hace buena temperatura y la gente disfruta en la playa, pero también cuesta ver la línea del horizonte. Cuando bajo a la orilla, compruebo que ya se ha iniciado la bajamar. La primera foto la oriento hacia el Sur, hacia la costa por la que no he pasado por estar el obstáculo de la Baie d’Authie. La segunda, hacia el Norte, hacia donde voy en busca de la playa nudista. La bruma persiste. Paso por un recinto donde hay redes para el juego del voleibol, pero nadie juega. Las casetas de baño son pálidas. Una oportunidad perdida de poner una nota de color.


Voy por una pasarela con sandalias hasta que llego al mar, me descalzo y sigo por la arena dura de la orilla. Debo pasar algunas barreras de troncos enclavados en hileras, en el sentido del interior hacia el mar. Debo elegir los troncos más separados para que no quede atascada mi mochila. Encuentro a un joven caminante belga que viene desde su País con intención de llegar a Bretaña en 30 días. Ese es el tiempo de que dispone. Precisamente son los días que yo llevo desde Saint-Brieuc y le digo que lo puede conseguir, sin saber que a mí aún me faltan seis días para llegar a Bélgica. Pero él es más joven. ¡Si se lo propone, lo conseguirá! En cuatro días ha recorrido la costa de Nord y la de Pas-de-Calais. Se ve que va mucho más fuerte que yo. Su marcha es similar a la mía, pero lleva, además de su gran mochila, una tienda de campaña y camping-gas, lo que me hace suponer que llevará también comida. Yo calculo que tardaré una semana en llegar a Bélgica y casi acierto. Y me quedan tres albergues juveniles: Boulogne, Calais y Dunkerque.

Lleva la cara protegida por una crema potente que, o se la ha extendido mal, o es que forma capas visibles. Me informa que ya está cerca la zona nudista, pero que hay desnudos y vestidos a un 50 %. Le digo que es la fórmula que me gusta. Mi ideal es la playa mixta en la cual cada uno opta por lo que más le gusta y en que más cómodo se encuentra. Le digo que los franceses tienen poco que celebrar mañana. Van perdiendo mucha libertad e igualdad, aunque les sobra fraternidad. Nos deseamos suerte mutuamente. Ha sido un bonito encuentro.

Playa nudista autorizada.
Poco después de una zona en la que hay varios bunkers, profusamente decorados, encuentro los primeros nudistas y se acabaron las fotos. Yo soy mi propio censor. Sólo desde la duna en que cenaré y cuando apenas quede gente en la zona, sacaré la última. Es sólo para que veáis, cerca de la orilla y con dirección hacia el Norte, el marco donde mañana pasearé charlando con Susanne Clément, actriz fetiche del director canadiense Xavier Dolan, cuya película “Mamá” tuvo un gran éxito en uno de los últimos festivales europeos más prestigiosos. No me desnudo hasta que llego a las siguientes dunas, donde hay bastante trasiego homosexual por las dunas. En el sitio elegido, descargo las mochilas, me desnudo, seco con la arena la camiseta, y me doy un rico baño, aunque no como hubiera deseado, ya que por mucho que camine hacia alta mar, apenas cubre. Me tiro al agua pero toco con las manos el fondo marino al nadar. Es como si gateara. Profundizo algo más y logro que mis manos no toquen la arena en cada brazada. Salgo del agua, voy a mi sitio, sacudo la arena de la camiseta y la vuelvo a extender echando nueva arena seca por encima.

Entre observador y boyeur. 
Me tumbo y veo que el trasiego por la duna se generaliza. En estas dunas no se protege la flora. Hay tal variedad de plantas y tantas que es difícil que se deteriore el hábitat y, en todo caso, en invierno se regenerará. Hago una incursión por senderos. Pasa un negrito con la toalla al cuello y que la lleva algo contenta. La duna se expansiona hacia el fondo y a lo ancho. Mucho terreno para correrías. De la duna más alta, veo que baja uno con el rabo tieso y bamboleante. Parece que no le preocupa que le veamos erecto. ¿Será su modo de ofertarlo? Ya he visto el panorama y, como el sol no acaba de querer salir de entre las nubes, y el aire circula, me meto entre dos dunas, donde hay una pareja heterosexual de personas mayores y otra joven que juega con pelota a pala. Ella está desnuda, pero él no. Tienen perro, al que lanzan la pelotita y juegan haciéndole gruñir cuando se la quitan. Quizás lo que pide con el gruñido es que se la vuelvan a lanzar. Llega un hombre con dos perros. La más joven es juguetona y se ve que la tiene bien aleccionada. Le hace caricias y así se puede acercar al perro grande de los pelotaris. El otro perro, el negro, no da juego alguno. Pronto se va el de los dos perros. La pareja joven pone música no estridente y los mayores se suben a la duna donde ha quedado hueco y se pueden tocar sin que les observemos. Un chico desnudo, con su ropa en un atadillo, pasa por delante por activa y por pasiva, sube y baja de la duna. Se ve que algo busca. Finalmente, cuando vuelve a pasar a mi lado, le digo: “¿Très fatigué?” y me dice que no. Finalmente, ya vestido, se para para comer un yogur y me dice que aún tiene que volver en bici a Calais. Pues queda una buena tirada. A mí, a pie, me supondrán tres días. Dice que son unos 60 kilómetros. Yo creo que serán bastantes más. Pero él lo sabrá mejor que yo. Me dice que para Boulogne quedan 40-45 km y también yo creo que son más. El de Calais se va. El trasiego por duna va disminuyendo, pues mucha gente se ha ido marchando pero, los que quedan no dejan de estar al quite. Yo ya he elegido el sitio para dormir. Será la vaguada que se forma entre el final de la playa, la duna y el bunker. Pienso que en ese hoyo no me dará el aire y me protegeré del relente de la noche.

Pero primero subo a una duna próxima al bunker, donde estaba un chico que lo ha abandonado y donde parecía que estaba protegido del viento. Es un buen lugar de observación de la duna principal. Un chico asediado con bañador, que no acaba de caer, finalmente se decide por ocultarse entre la vegetación de una joroba de la duna. Allí se desnuda, pero dejo de verle, tras ofrecerse al primero que llega. El recién llegado se arrodilla y sólo le veo la espalda y los pies. Parece que le está haciendo un francés. Luego sale el primer y se pone de pie y el otro, de rodillas le hace otra mamada. No sé si hacen algo más. Había pensado en dibujar, pero tengo demasiados distractores. Las dunas son atractivas, pero no veo la forma de representarlas. Hacia las nueve un hombre se sienta abajo y enfrente de mí, con el rabo mirando en mi dirección. Como no le hago ni caso, se va. Ha refrescado. Me pongo camiseta y calzoncillo y bajo a la vaguada.

Preparando la cama junto al bunker.
Allano la arena para ponerla horizontal, extiendo esterilla y saco y me meto en la cama. Acaba de llegar un grupo de jóvenes y me va viendo los preparativos. Van a la orilla y regresan. Desde la cama, siendo aún de día, aparece la luna. Un filetito estrecho en forma de D. Empiezo a oír una música lejana. No molesta. Una pareja con perro bordea mi vaguada en círculo, pero no me ve ninguno de los dos. Sólo uno, de los que estaban en la playa, me ve al marchar. Se acerca y, al verme metido en el saco, se da media vuelta y se va. Han dado las diez cuando oigo un motor. Confío en que no sea de los que saltan dunas y me caiga encima. Justamente el motor se detiene al lado de mi vaguada. Son dos chicos y se quitan los cascos, beben su cerveza, fuman su cigarro. Como nada más llegar, me han visto, hablan bajito. Como no saben mi nacionalidad, no saben si les entiendo o no lo que dicen. Terminada la bebida, uno lanza la botella a la arena, y cae lejana. Menos mal que no le ha dado por tirarla contra el bunker y hacerse añicos. No sé lo que hace el otro con su botella. Seguro que la ha dejado sin más en el suelo. Luego dirán que los nudistas somos unos cerdos, cuando en general somos cuidadosos de lo nuestro y de lo de los demás. De hecho, la papelera está bien llena cuando bajo a tirar el plano de la ciudad que me han dado en Turismo y que ya no me sirve para nada, aunque sí para llegar a esta playa. Cuando se marchan, compruebo que se trata de una de esas motos de cuatro ruedas. No habrán estado ni 10 minutos. También es casualidad que no les apeteciera más que ese sitio para beber y fumar. A las once se empiezan a oír los primeros fuegos artificiales. Por el sonido, me parece que vienen de Merlimont, pero no lo puedo asegurar. A las doce si oyen otros. Esta vez pudieran ser de Berck-sur-Mer. Con los primeros, aún estaba claro el cielo, lo cual quita vistosidad. Ahora, la noche es cerrada. A mí me da igual, ya que desde mi vaguada ni siquiera veo el resplandor. Cuando me levanto a orinar, veo la Osa Mayor. Nítidamente el asa del carro, y las cuatro del carro algo vaídas por la contaminación lumínica. Estoy muy cómodo, sin aire y paso menos frío que la noche anterior en las dunas de Marquenterre. Las dos primeras llamadas que hice con tarjeta telefónica, me costaron 1,50 €. La que llamo a Sara a Berdún, no sé lo que me habrá costado. Lo sabré con la siguiente.

Balance de la primera jornada en Pas-de-Calais.
Hoy he caminado mucho por playa, sobre todo al salir de Somme y al final en la playa de Berck-sur-Mer. Un útil encuentro con Yves y otro bonito encuentro de caminantes con el joven belga, que me ha parecido con exceso de carga. Tampoco le envidio el tiempo limitado, 30 días. A pesar del trasiego homosexual o gracias a él he estado a gusto en esta playa nudista y muy entretenido ejercitando mi afición de observador curioso. Ahora a dormir y esperar el regalo matutino.

Etapa 29 (386) Noyelles sur Mer-Oarc du Marquenterre


Etapa 29 (386) 12 de julio de 2013, viernes.
Noyelles sur Mer-Le Crotoy-Parc du Marquenterre-Saint Firmin les Crotoy-Saint Quentin en Tourmont-Parc du Marquenterre.


Hoy será mi etapa 95 por la costa francesa atlántica.

Amanecer en casa como invitado.
Cuando estoy escribiendo, me llama Pippa. Nos saludamos y damos un beso. Son las 7:30, la hora que habíamos señalado. Le digo que he dormido bien, a pesar del edredón. Dejo de escribir y nos vamos al taller que Peter está reconstruyendo y adaptándolo a las nuevas necesidades de Pippa.

El taller de la artista.
L’atelier de la artista. Tiene cuadros realistas, como el de su perro, que está en la sala, que es de un realismo minucioso. ¡Casi se pueden contar todos y cada uno de los pelos del animal! También tiene paisajes de una factura que encaja más con el minimalismo. El espacio que ocupa es amplio y, aunque de momento lo va a dedicar a taller, con el tiempo tienen previsto que pueda ser salón de baile, donde podría poner su negocio su sobrina, hija de una hermana. No me especifica si se trata de clases de ballet clásico o de danza contemporánea o moderna. Como taller, lo que necesita es espacio amplio y mucha luminosidad pero, también piensan poner la sala de exposiciones en el espacio del amplio café-bar, que luego conoceré. Funcionará como una galería de arte y podría acoger exposiciones de otros creativos y, periódicamente, de su propia obra. En este momento ya tiene una exposición en el bar, pero no tienen el espacio como lo principal. El proyecto es mejorarlo y que el bar sea un elemento auxiliar de la sala de exposiciones. Tras ver parte de la obra, acabada y en proceso, vamos a desayunar al bar.


Relais de la Baie.
Aunque no lo habíamos apalabrado previamente, el precio de la habitación incluía el desayuno. Cuando llegamos, allí está Peter preparando las masas para dos pasteles, más potentes que el bizcocho, más próximos a los plum-cakes. A continuación los horneará pero, para no tener que esperar, comemos de los que quedaron de ayer, que están exquisitos. Para cuando estén listos para el consumo los nuevos, yo ya me habré ido. Tengo para elegir uno de plátano, probablemente banana, y otro de zanahoria, y pruebo de los dos sumergiéndolos en el café con leche.

Del primero como dos trozos. Nos damos las señas respectivas, sacamos fotos y les prometo que tendrán noticias mías. Si alguna vez van por el País Vasco, les prometo que les recibiré con agrado, aunque las condiciones de mi pequeño apartamento no responda al espacio amplio que ellos disponen en Noyelles. No prometen nada. Saco una foto de la pareja, tan complementaria, en la barra del café y luego Peter me saca una a mí, con Pippa, ante los cuadros que expone en la zona que ya os he contado cuando estábamos en el atelier.
  


Pippa está en una época de búsqueda de horizontes. Agradezco la doble invitación, a cama y a desayuno, un desayuno muy artesanal, de cocinero avezado, un cocinero que también regenta su bar, su café, y construye para su mujer. Un hombre que sería envidiable para muchas mujeres y, además, que parece enamorado de la suya con amor correspondido. ¡Que les dure!





Despedida de Noyelles.
Como ayer llegué después del ocaso, no saqué ninguna foto del pueblo. Lo hago ahora. Ya había cogido las mochilas de la casa y llevado al café. Ahora las cargo y, tras la despedida, Peter se queda en el bar. Pippa va a trabajar al taller y yo comienzo mi paseo por el lado norte de la Baie de Somme. Saco foto del Relais de la Baie, el café-bar cuya fachada han rehabilitado en rojo-teja. Luego del almacén donde se venden productos agrícolas.

Olvido sacar foto de la estación del ferrocarril: Chemin de fer de la Baie de Somme, cuyo arranque ya vi ayer en Mers-les-Bains. Y también otra de la casa de acogida, que es la planta baja del fondo y, en primer término, está el ala que ya es el taller que está construyendo Peter para Pippa. La estructura ya está perfectamente levantada y falta la cubrición externa. El interior está prácticamente terminado.


De Noyelles a Le Crotoy.
Salgo por la carretera hacia Le Crotoy. Dispongo de carril bici hasta que lo abandone cuando decida ir hacia el puerto. Un puerto en el que, cuando llegue, no habrá ni un solo barco. De momento voy haciendo por la pista cyclable el circuito de Héron. Un ciclista me adelanta.
 
Poco más adelante, un gran cartel en la carretera, exige precaución a los conductores por ser zona en que se han producido muchos accidentes: En cuatro kilómetros, cuatro muertos en cinco años.




Luego paso un canal sobre el que, para superarlo, han construido un puente de madera con protectores metálicos.



Desde allí veo otro similar, pero que ya no tendré que pasar, pues el camino sigue otros derroteros. Es así como me encuentro con una conífera con las púas verde oscura, en la que destacan en verde más clarito las piñas nuevas que le van brotando. Supone un regalo del paisaje, de la naturaleza, que el caminante interpreta como un rito de nacimiento, como un canto a la vida y a lo que vive.










Sigo paralelo a la carretera pero sin tener necesidad de entrar en ella. Al otro lado de la Baie de Somme, puedo ver, aunque muy alejado, el pueblo de Saint-Valery-sur-Somme. Creo que es la parte que denominaban burgo y en donde decidí ir a cenar a la zona puerto.
 

Pronto llego a un lago que, con la marea baja, casi se ofrece seco y que está regulado por la esclusa que ya he comentado al inicio de este parágrafo. El camino es magnífico, de tierra y arena, propio de zona de duna consolidada, y ya no estoy en el carril bici. Al fondo ya hace un rato que vengo viendo mi primer destino de la mañana, Le Crotoy.




Le Crotoy.
Encuentro a cuatro pescadores de caña muy cerca de la esclusa. Dos pescan desde abajo y dos desde encima de la esclusa. Llego al puerto deportivo, cuyas embarcaciones, bien ordenadas en pantalanes, esperan flotando artificialmente a que la marea suba para poder zarpar hacia alta mar.

 

En el mirador, hablo con un ciclista que está en Noyelles en camping-car y le cuento la experiencia de esta última noche. Él ya conoce a los ingleses. No entiendo lo que me informa para después de Le Crotoy, pero sí que debo continuar por “la digue”, el dique. Cuando ya estoy entrando al pueblo, veo que hoy toca día de mercadillo.

 
Me intereso en la oferta de frutas y verduras. La fruta está más cara que donde compro en Irun, aunque menos que en otras zonas de la costa francesa.








Y su aspecto no difiere mucho de lo que se ofrece en la España africana. Me viene a la mente el dicho: “África empieza en los Pirineos”. En un puesto donde venden libros y cuentos, busco uno de Caillou, pero no tienen ninguno. 

Aunque ahora las playas que voy viendo desde poco antes de Dieppe son de arena, pero las anteriores eran de “caillou”, piedras. Subo hacia un edificio singular, con su torreta, en cuya cima puede muy bien estar encerrada la princesa díscola castigada por su severo padre, y compruebo que se trata de un hotel.





La iglesia de Le Crotoy.
Me acerco a la iglesia, donde el elemento que más me llama la atención es un pequeño retablo sin policromía. Exteriormente, en el edificio destaca la tosca torre, con mínimo rosetón y el arco de la puerta de entrada apuntando al gótico.










La propia torre me oculta el sol, por lo que queda algo oscura debido al contraluz. Entro en la iglesia y ya se me van haciendo familiares Teresa de Lisieux, Juana de Arco, António de P (y con intención no aclaro ni Portugal, ni Padua, pero el acento en la “o” es portugués).






Entro y veo una hermosa nave central que también, por sus arcos apuntados y los que soportan la bóveda, recuerda al gótico. Me acerco al altar mayor, donde lo que más me gusta es su pequeño retablo en madera sin policromía, está bien custodiado por santos peleones y conocidos, como San Pedro, reconocible por sus celestiales llaves y San Juan Bautista, casi desnudo, preparado para bautizar hasta al que no quiera ser bautizado.



Pero aquí aparece un santo nuevo para mí, no tanto en cuanto al nombre, pero si en cuanto a su figura. Es la primera vez que relaciono su nombre con la figura del Santo Cura de Ars. Esto no quiere decir que a ese cura de pelo blanco no lo haya visto ya en otras iglesias de Francia. El retablo que custodian como soldados de guardia es el de Saint Honore. Ofrezco fotos del altar mayor, con visión de conjunto y un detalle del retablo para que podáis apreciar mejor su talla y contenido. Representa un altar con muchos personajes donde no puedo saber quién es san Honorato.



Visita a la playa y marchando de 
Le Crotoy.
Tras visitar la iglesia, salgo hacia la playa. Si ayer hubiese cuadrado llegar aquí, en esta playa habría podido dormir en las afueras. Allí encontraré dunitas.
 

Pero no voy a añorarlo y sí valorar en justa medida lo que supuso ayer la invitación de Pippa y Peter. De momento me contento con ver la playa que, en la otra orilla, me ofrece de nuevo los faros por donde pasé ayer tarde.
 

Así voy llegando a las últimas casas de Le Crotoy, donde se ofrecen casetas de playa y un paseo marítimo que, aunque no uso de momento, puesto que voy caminando por la arena, sé que existe, pues luego subo al mismo. De hecho, es donde voy a ver dos jardineras con flores de campánulas, con una variedad distinta a las petunias, pero que siempre las he considerado parecidas y que ahora no recuerdo el nombre, y mi amiga la capuchina, que conocí su sabor la noche anterior a salir de Calvados, condimentada por Martine y que aquí se me ofrece en las dos versiones:
 

una, con flores amarillas y la otra con flores de color naranja intenso. Según me dijo Martine, no sólo las hojas y sus pedúnculos se comen, sino que las flores son también comestibles, aunque sean algo picantes. Cuando llego a las dunas, confío en que para esta noche también encuentre algún lugar similar para dormir.

Parc du Marquenterre. 1ª parte.
Como la marea está muy baja, sigo caminando por la arena dura, aunque sin descalzarme. No sé por qué no voy descalzo, ya que es uno de mis placeres, pero la realidad es esa. Sin salir de la playa, llego a un Parque Natural, el de Marquenterre. Es una vasta extensión de terreno protegida.

 

Ando y ando, y a las 11:30 horas, encuentro una posibilidad para comer y, aunque es temprano, podría correr el riesgo de no encontrar ningún otro restaurante más adelante. Más sabiendo que en los parques naturales no hay este tipo de servicios. Pregunto a una negrita, que no sabe decirme nada y, de lo que le cuento, lo único que le interesa es lo de “les haricots de la mer” que recolectaban ayer en el otro lado de la Baie de Somme. Encuentro un coche con dos hombres que se encargan de la limpieza del municipio. Uno me informa que no sabe si en los campings dan comida o no, pero sí que en Saint-Firmin hay uno. También me informa que esa gran extensión la ocupa el parque de Marquenterre.

Saint-Firmin-les-Crotoy. Au Relais de la Maye.
Después de la noticia, hacia allí me dirijo. Me voy del parque, pero volveré. Cuando llego, pregunto en el primer camping y me dicen que no tienen restaurante. Cuando llego al segundo, calculo que ya estoy cerca del pueblo, y ni siquiera entro a preguntar. Cuando se acaba el segundo camping, encuentro a un señor que rueda en bici y le pregunto. Me dice: “Llega a la siguiente desviación y coge a la izquierda”. Avanzo por el lugar indicado y enseguida llego al restaurante Au Relais de la Maye. Me atienden una chica de raza de piel oscura y un chico que vivió cuatro años en Mimizan. Le cuento mi viaje del pasado año por les Landes y las anécdotas del recorrido Mimizan-Parentis-Biscarrose. Allí como el primer plato de bufet. Me levanto y me sirvo yo mismo lo que quiero de entre lo que hay. De segundo “andouille”, que es como una salchicha de tripas de cerdo, con ensalada y patatas fritas. En el menú entra la cerveza y pago 18 € con Visa. Exactamente el precio con que anunciaban el menú en la entrada. Escribo y son las 14:50 cuando paro, voy al WC y cago. Todo va bien. Al marchar, el chico me da agua y me dice que tiene a su madre viviendo en Mimizan y que suele ir allí, a pasarlos con ella, todos los inviernos.
 

Me despido de los dos camareros y salgo por la carretera. Intuyo que, siguiendo por la izquierda, llegaré a la playa con dunas que he visto por la mañana cuando me he metido hacia Saint-Firmin. ¿Cómo se estarán desarrollando los Sanfermines en Pamplona?, me pregunto. Quizás me haya despertado el recuerdo no sólo el nombre del pueblo, sino también los dos pacíficos ternerillos que me miran con curiosidad. No parece que éstos lleguen ningún día a ser toros bravos. Los fotografío con la iglesia de San Fermín de fondo. En realidad sólo se ve un trozo de la torre campanario.
Como no me acerco, pierdo la oportunidad de comprobar si el santo es el mismo obispo que celebran en Pamplona el siete de julio. Una señora, que va con una niña, me lía de la manera más tonta. Se empeña en que siga la calle y que vaya hacia Saint-Quentin. No quiero ir por allí pues, en todo caso, a Saint-Quentin podría llegar siguiendo las dunas. Para este viaje, me podría ahorrar ir por la calle. Tanto se empeña, que le hago caso. Lo malo es que en la vía que llevo no hay ningún indicador de dirección. Parece que los que diseñan las carreteras no desean que por allí se circule hacia Saint-Quintin. ¿Será debido al parque natural? La señora se empeña en acompañarme hasta el cruce y entonces, para complicarlo más, aparece un coche cuyo conductor, aparcando mal, corrige a la señora. Tampoco lo que me dice él me da ninguna confianza. Me recomienda un camino que sabe que no está señalizado pero que asegura es muy fácil. Será fácil para él que lo conoce.
 

Por fin consigo que el chico me diga que la carretera recomendada en principio me lleva a Saint-Quentin y aunque me da pena dejar atrás las dunas que me han parecido tan magníficas antes de comer, hago de tripas corazón y voy hacia el siguiente pueblo. Saliendo ya en buena dirección, paso por un canal que me hace pensar en agua para regadío pero, al estar tan cerca del mar, no descarto que sea agua salada. En cualquier caso no me ayuda como pista para coger la buena dirección. El plano que llevo de carril bici ya no me va a servir prácticamente para nada. La carretera tiene poca circulación. ¡Al menos, eso es lo que gano!

Saint-Quentin-en-Tourmont
Creo que voy hacia la parte norte del parque en sentido transversal. Tan raro es mi recorrido que, al final acabaré durmiendo en el parque de Marquenterre, pero ya a la altura de Saint-Quentin-en-Tourmont. De momento llego a este pueblo antes de las tres y media y me limito a sacar foto de la iglesia, y tampoco compruebo si está abierta o cerrada, pues estoy a deseo de llegar a la playa. Saliendo de Saint-Quentin, llego a una granja donde tienen muchos fardos de hierba seca para alimentar el ganado en invierno.
 

No sé si tienen una gran vaquería, o los tienen allí apilados como almacén para vender a otras granjas agropecuarias. Es curiosa la forma de apilar los fardos en forma de rodillo. Un grupo es de tres y el otro de cuatro alturas, y están apilados tumbados por la base horizontal, pero la cuarta altura de uno y quinta del otro conjunto siguen otra tónica. Las esquinas más altas evitan que los otros fardos puedan rodar.


Parc de Marquenterre. 2ª parte.
Abandono el pueblo y la carretera en un cruce con varias direcciones. Un hombre me recomienda para salir a la playa que vaya por un camino de arena. Eso significa que el monte siguiente es de arena, que estando consolidada con arbolado, intuyo que por el lado del mar sea de dunas, como el que he dejado al Sur. El camino de arena fina es penoso y largo, y aunque ya estoy en el bosque de pinos para las cuatro, aún me tardaré tres cuartos de hora en llegar a las dunas y la playa deseada. Con el peso de las mochilas, si caminar por el camino de arena ya es duro, imaginaos lo que me va costar subir a la duna. ¡Qué ganas tengo de llegar! Al inicio del camino lo bifurcan con dos funciones, el lado derecho es para los peatones y el izquierdo para los jinetes a caballo. Trato de ir pisando por el lado derecho, ya que en algunos tramos, entre la púa del pino, algunas raíces que afloran y algo de hierba, resulta el suelo más duro y piso mejor porque me hundo menos. 
 
Llego a un banco que se encuentra totalmente ocupado por un alemán. Está su mochila y mucho material desperdigado. Le digo que está mal sentado, que ese asiento, en la parte izquierda está reservado para que se sienten los caballos. Me sorprende que entienda la gracia, y le digo que voy a pie hacia Alemania y le digo que vengo de Saint-Brieuc. Como no entiende, cambio por Saint-Malo. Aparece su compañero, con el que ha dormido ya dos noches en las dunas. Dice que son “super”, pero que han pasado frío. Sigo camino, que está delimitado por alambre de espino, aunque de trecho en trecho, se ven huecos que ha hacho la gente para ir a donde quiere, y voy encontrando otros que regresan. El primero me dice que me quedan 25 minutos para llegar, las dos chicas siguiente, que 20 y los de más atrás ya ni les pregunto. ¡Ya llegaré! Los 25 se han reducido a 15 minutos en la realidad cuando llego al último repecho de la alta duna. Es lo más duro, pero casi vuelo con la perspectiva del cercano mar.

Playa y baños.
Bajo de la duna y veo en el agua a tres jóvenes que juegan y se bañan. La marea está bajando, pero aún no se ha alejado suficiente. Está bien para el baño. A pie de la duna hay un hombre. No sé si está con los jóvenes o no y me parece, por su postura, que está desnudo. Paso cerca de él, pero tiene bañador. Las dunas son preciosas, parecen jorobas de dromedario.

 
Me alejo hacia el Norte y allí deposito mis bártulos y me doy el baño desnudo. No lo hago hasta que los jóvenes vuelven a su sitio. Ellos están en duna más potente y próxima a la mía. Donde me he colocado y donde pasaré la noche, son dos dunitas suaves y me pongo del lado de la vegetación. De esa forma me protejo del aire.
 

Cuando regreso del baño, veo al otro hombre desnudo después de que se ha bañado él también. ¿Será nudista? No, es que se está vistiendo para marcharse. Vuelto del baño y en mi sitio, al no correr el aire que me quita la duna, hace excesivo calor, así que adelanto la toalla para que me den sol y aire. Cuando saco una foto de mi dormitorio dunar, puedo comprobar cómo el aire mueve la arena y me reboza la toalla como si fuera una croqueta con pan rallado.

Tan fina es la arena de la duna. La retiro para estar más cómodo sobre ella. No confundir con la camiseta rebozada adrede por mí. Lo hago para que se seque el sudor y se le vaya el olor del acumulado durante la jornada caminera. Los chavales juegan a bajar corriendo desde las dunas altas, dan un salto de la mayor a la menor y se fotografían unos a otros con la imagen de su cuerpo en el aire. Cuando desean obtener un resultado, repiten y repiten e insisten, hasta que lo logran. Son infatigables. Si pusieran los jóvenes el mismo empeño en los estudios… Saltarán los tres. Primero lo hacen desde una duna más alta que la mía y, después, de otra más frontal. Antes de que baje más la marea, me voy a dar el segundo baño. Me paseo por la orilla para secarme y luego a pie de duna y me tumbo de nuevo. No tengo ninguna gana de dibujar y estoy raro con dos dilemas. Por un lado me apetece dormir aquí, en este sitio en el que intuyo que voy a quedar yo solo una vez que se vayan los tres jóvenes y, por otro lado, me da pena no avanzar más hacia el Norte y finalizar La Somme. Las dos cosas no las puedo hacer y es lo que me causa cierta zozobra. Cuando estoy con estos pensamientos, empiezan a llegar grupos de “char-à-voile”, esos vehículos de ruedas, que recorren la playa por la arena, con su vela empujada por el viento. No estarán mucho rato haciendo sus correrías. Entre otras razones, porque el viento que hace es insuficiente y, sobre todo, por la dificultad que tienen para volver hacia el Norte. Finalmente, deciden plegar las velas y vuelven en dirección a Quend arrastrados por el tractor.
 

Los chicos de la duna ya se han ido y ahora juegan en otra duna, más al Sur. Se oye ruidos de cohetes lejanos. Llegan dos jóvenes y se bañan.

Mejilloneras. Mitilicultura.
Según va bajando la marea, van aflorando otros elementos del fondo del mar. Yo como una cena de subsistencia. De vez en cuando pasa un coche y temo que me creen problemas como en el parque natural de Doñana. Hay que tener en cuenta que estoy en otro parque natural del que desconozco las normas. Finalmente no va a ser más que una falsa alarma.
 
Me intriga qué pueda ser y me acerco a la orilla. Salvo un tractor, ya estoy solo en la playa. Saco una foto de arena con los surcos que va formando el agua al retirarse con la marea bajante. Es una filigrana preciosa variopinta e irrepetible. Todas las fotos que se saquen serán forzosamente diferentes. Ya en la orilla compruebo que lo que aflora del mar son postes de mejilloneras. Unas contienen mejillones adultos cubiertos de una red, que aún no han recogido para su consumo: “mules-frites”, anuncian casi todos los restaurantes.

La mayoría son postes sembrados en espiral y que permiten ver cuál es el sistema de cultivo. Los nuevos aún no tienen el tamaño de la uña de mi meñique. Estos estarán listos para la siguiente temporada. Para muestra saco fotos con los dos diferenciados: unos listos para recoger y los otros que aún tendrán mucho que crecer. Pero también una recoge los más próximos a tierra y la segunda las hileras que se encaminan hacia el mar. Creo que así se puede obtener una visión de conjunto.

 
Para completar la faena, la última foto la oriento desde la proximidad del mar hacia la duna, donde dormiré esta noche. Aún me queda playa por recorrer para llegar a destino, pero no son aún las nueve de la tarde. Tengo tiempo de sobra. La sombra desnuda del caminante, también es alargada. La culpa la tiene el sol de ocaso a punto de extinguirse por hoy. Tardo casi un cuarto de hora en llegar a mi cama, que ya he preparado para las nueve. Ha refrescado y me pongo camiseta y calzoncillo. Meo, me quito la arena de los pies y me doy un masaje de aloe-vera. Meto mochilita dentro de la mochila y las cubro con el plástico, que amanecerá humedecido chorreando agua. Este relente de la noche ha producido sensación de frío a los dos alemanes. A mí también se me va a quedar el culo frío esta noche, pero lo prefiero a no poder dormir por exceso de calor. Me levanto dos veces a mear, con un frío que pela y que me acaba dejando a mi pilila temblando. Bueno, pilila y todo el cuerpo. Al regresar al saco cojo con gusto su interior templado. Con el culo frío pero con mejor acomodo que las últimas veces a la intemperie, porque la arena tan fina se acomoda mejor al cuerpo. A veces es mi mano la que calienta muslos y piernas. Me queda la imagen de esta noche con ratos de duermevela, más sueño profundo que vela. En la primera levantada veo sobre mí, hacia el mar, a mi amiga la Osa Mayor ¡Gracias genial compañera que me das seguridad en mis noches! Pero no veo la luna. Me despierto a las 5:30 horas pero no me levanto hasta que den las seis.

Balance del único día completo en La Somme.
Lo mejor del día ha sido la despedida de la mañana con la visita a las dependencias de mis amigos Pippa y Peter… y el magnífico desayuno con los ricos plum-cakes del repostero Peter. ¡Qué ricos los hace! Y muy nutritivos. La caminata no ha sido especialmente maravillosa, pero la última parte de la tarde desde que he llegado a las dunas del parque natural de Marquenterre ha cubierto las expectativas de baño y de tranquilidad nudista.