miércoles, 24 de mayo de 2017

Etapa 28 (385) Eu-Noyelles sur Mer


Etapa 28 (385) 11 de julio de 2013, jueves.
Eu-Le Tréport-LA SOMME/CÔTE PICARDE-Mers les Bains-Saint Quentin la Motte-Croix au Bailly –Ault-Cayeux sur Mer-Cap Le Hourdel-Saint Valery sur Somme-Noyelles sur Mer.


Segundo amanecer en el AJ Eu.
Esta noche me he levantado dos veces a orinar, pero lo he hecho en el retrete. A las 6:10 ya estoy despierto como para levantarme. Parece que ya estoy recuperando mi horario habitual de cuando duermo a la intemperie pero, sin embargo, no me levanto hasta las 7:15. Ordeno todo y pongo a cargar el móvil. Me afeito en la habitación y salgo a cagar al retrete cubriéndome con la toalla. La deposición no es muy consistente, pero voy bien de vientre. Me ducho en la buena, la de la izquierda. Al final de la segunda apretada, empieza a salir templada. Regreso a mi cuarto, me visto, deshago la cama, reordeno, tiro papeles ya inservibles y escribo. Cuando acabo las mochilas y sólo me quedará por recoger el móvil y la toalla húmeda. Dentro de la mochila guardo todas las facturas Visa y la libreta de Yport que me regalaron Eugenia y Martina. El libreto de albergues de La Somme me ocupa mucho y, temo que no me servirán para nada pero, por si acaso, me los llevo. Bajo a desayunar. Recepción está cerrada pero, en la cocina, el recepcionista prepara el desayuno. Le pregunto dónde dejo las sábanas y me dice que en el cuarto de la televisión, debajo de la escalera. Dejo en un cestón mi ropa de cama y, por primera vez veo que está allí la televisión. Es el lugar donde ayer vi a una mujer planchando. Cuando entro en el comedor, ya está desayunando un fotógrafo, que da clases a chavales en vacaciones. Me dice que no es profesor, y luego añade “como si lo fuera”. Se interesa por mi viaje y me pregunta “¿pas de stop?” y le digo lo del joven alemán que me quiso acercar en su coche y algunos barcos, como para pasar a Saint-Malo. El fotógrafo se va a trabajar. Debe preparar la clase de hoy. Me pregunta qué cámara llevo y le digo que es una compacta digital pequeña, que me da las fotos suficientes como para ilustrar el reportaje de mi camino. Él se va y yo termino de desayunar. Hoy como algo más que ayer y me tomo dos cafés con leche. Así, con este desayuno, lo que me sobró ayer y la fruta, no tendré necesidad de parar a comer en restaurante. El recepcionista habla con una chica y comento con él lo del excesivo calor que dan los edredones y que yo prefiero una manta liviana. Quizás los edredones sean adecuados para el invierno y para gente friolera. Hablamos del tiempo y la temperatura en España y le digo que depende del lugar. “No es lo mismo en el Norte que en el Sur, en el Atlántico que en el Mediterráneo”, le digo. Le hablo también del Imserso, Canarias y balnearios, que yo suelo disfrutar en Enero y Noviembre, respectivamente. Me dice que en Francia también tienen algo parecido. Nuestro sistema tiene un coste para el estado, pero gracias a los mayores se mantienen abiertos hoteles que, de otra manera, estarían cerrados en época invernal. Cuando subo a la habitación, paso por la sala de los ordenadores, que sigue encendida y abierta. Me da la impresión de que ha estado así toda la noche.
 

Escribo otro rato mientras se carga el móvil, pues no se ha cargado del todo y, cuando acabo lo recojo totalmente cargado y la toalla casi seca. Bajo de mi habitación y saco foto de la sala de la TV y el piano. La señora empieza a planchar. El recepcionista me pide que enseñe a un chico los dibujos que hice ayer. Lo hago y me despido agradecido por el trato recibido. Cojo agua del manantial y para las nueve ya estoy en marcha. Y voy saliendo de Eu por donde llegué ayer. Cuando llego a la gasolinera, me voy hacia la derecha, que es por donde veo el indicador de Le Tréport.

De Eu a Le Tréport.
Voy por carretera, acercándome a un bosque de árboles y que también ofrece espacios ajardinados. Parece un parque y no me extrañaría que correspondiera a otra parte del castillo de Louis Philippe.
 
Tengo razón, y me lo confirma un chico que hace labores de limpieza en los jardines. Así es como me entero de que no he salido aún del recinto en donde estaba. Me planteo que quizás la mejor solución habría sido la de seguir por el parque y me habría ahorrado un tramo de ciudad y carretera. Pero ya es tarde para lamentos. El chico está recortando la hierba, para el motor para hablar conmigo y en el lugar hay una fuente de agua que no está en funcionamiento. Unos setos recortados de forma que ofrecen un hueco propicio para esconderse. No llega a ser un laberinto por poco.
 


La carretera pasa por debajo de un puente, o quizás sólo sea un arco que conecta los dos lados del parque que corta la carretera, y por ahí paso al otro lado. Una brigada de limpia la maleza del lateral izquierdo de la calzada. Hacia las diez ya estoy entrando en Le Tréport.
 

Aquí la Ville Fleurie sólo muestra dos flores, aunque me reciben un montón de rosales con rosas blancas. Y voy dejando atrás el cartel de Eu con sus flamantes cuatro flores.






Le Tréport: Puerto y la pescadería.
Me dirijo hacia el puerto. En él hay barcos de cierto calado, pesqueros y, en primer término el puerto deportivo con algunas motoras amarradas. Nada más llegar veo una familia de cisnes.
 
No sé si es el macho o la hembra el cisne que esconde su cabeza y pico entre el plumaje de sus alas. Los pequeños cisnes también se acurrucan, imitando al progenitor, mientras que el otro, eleva su cabeza, estirando su cuello, lo más que puede, para estar atento al devenir de los suyos. Me acerco para fotografiarlos mejor.

 


Parece que están de acuerdo y que me dan permiso. Tres criaturas han salido al cisne y otras tres a la hembra. Ahora bien, no me preguntéis si las jaspeadas son al padre y las blancas a la madre, o viceversa. Llego a la esclusa, pasando por suelo de tablas, y continúo hacia la bocana de salida del puerto al mar. Veo en la propia esclusa que allí está el paso que me permitirá luego cambiar de provincia. La iglesia se enseñorea en lo alto del cerro.


Luego llego al lugar donde sale el agua de la esclusa y que confirma que los barcos flotan en puerto de forma artificial con la marea baja.










Luego sigo por su desagüe hacia la bocana. Allí hay mucha arena acumulada que produce sensación de ciénaga peligrosa.




Continúo un poco más, pero me meto en la pescadería. Está animada en cuanto a pescaderos y hay profusión de peces para el consumo de la ciudad y los restaurantes del entorno, pero los clientes son escasos a estas horas, quizás algo tempraneras matutinas. Pero si quieren comer a las doce, tendrán que venir rápido para comprar al segundo plato.
 

Ya llegando al final, veo un indicador para perros y pienso que puede haber duchas específicas para ellos y hasta quizás les monten en el carrusel.

 




La playa. 
Casino y lectura en la playa.
Es así como llego al paseo marítimo. Saco una foto para el recuerdo del último acantilado de Seine-Maritime, otro más que no he podido disfrutar al hacer anteayer el recorrido a Eu por el interior. La playa es de guijarros, hay un establecimiento colorista de lectura en la playa, casetas de baño y el Casino.

 

Como me dificulta la visión, paso al otro lado del carrusel, para fotografiar el siguiente acantilado, que ya pertenece a La Somme, en La costa de Picardía. Mantiene la misma estructura que los anteriores, pero ahora van en dirección Norte. Probablemente, el embate de las olas sea diferente allí arriba. Ya lo comprobaré.





Retrocedo hacia la rampa de acceso a la zona de la iglesia y cuando paso por una frutería, una mujer árabe coge melocotones, que están junto a las nectarinas. Cuando llego arriba, veo toilette, pero está cerrada y meo en el primer seto con discreción. No puedo esperar a que salga de allí la persona que lo ocupaba. Una mujer sale y me ve meando. No pasa nada.


Iglesia.
Saco foto lejana para que pueda entrar la torre tosca, que es lo que más destaca de esta iglesia.










 
Entro y saco cuatro fotos de las naves y una quinta de propina con un detalle: El relieve de la Piedad.








La primera, la de la nave central que lleva hasta el altar mayor, lo que más me sorprende es ver, en el tímpano del arco han colocado un mamotreto, en realidad es un cuadro, que no pega ni con cola. No es el lugar más adecuado para un cuadro y más bien pediría un fresco de Miguel Ángel, aunque no sea la Capilla Sixtina.







Como la nave central tiene mucha altura, puede pasar desapercibido para algunos muy devotos, de los que miran más a la tierra que al infinito. Las naves laterales son más bajas, más acogedoras, y contienen las catorce estaciones del Vía Crucis.









Es en estas y en sus altares, donde se encuentra la mayor parte de la estatuaria. Aunque no veo ninguna imagen que destacar, lo que más me llama la atención es el púlpito. Normalmente incrustado o apoyado en alguna columna, aquí es sedente, en pieza única de madera, y que me parece una obra de artesanía que merecería el tratamiento de obra de arte.





En un rincón, encuentro un relieve de La Piedad, con más personajes. Está policromado pero no puedo saber de qué material está construido.







Tras fotografiarlo, salgo de nuevo al exterior. La puerta por la que salgo no es acorde con el tamaño del edificio y ofrece un arco aplastado.
 
Sorprende la colocación de unas piedras más claras en el muro potente. Hace un dibujo que le desfavorece. Es mi opinión.














Hacia el puerto, la iglesia tiene un espacio ocupado que, por debajo, debe dejar un paso peatonal. Una vez que me asomo, ya puedo ver el puerto en secano, pues la marea sigue baja. Me hace recordar a las parroquias de Getaria y Errenteria.


De nuevo en el puerto para cambiar de provincia.
Si antes he ascendido a la loma por carretera sin demasiada pendiente, ahora bajo por las escaleras. Y es así como he vuelto al puerto, a donde los cisnes, que reman con sus patas palmípedas. Esta vez no veo a los patitos feos, que se volverán cisnes esbeltos como estos cuando crezcan.
 

Paso al otro lado de la esclusa. Un semáforo, ahora en rojo, regula la circulación.














Una vez que estoy en el otro lado, saco una foto de despedida de Le Tréport, con la iglesia arriba.
 


Una vez pasada la segunda esclusa, ya se puede decir que se acabó Normandia y que ya estoy en







L A S O M M E

Côte Picarde








Mers-les-Bains.
Se puede decir que la foto del puerto que saco a continuación, ya pertenece a Mers-les-Bains y la estación del ferrocarril también, aunque por su posición fronteriza, también será de utilidad para los habitantes de Le Tréport que quieran desplazarse por La Somme.

 
Parece que Mers es el punto de partida de este tren que en su inicio es de la Somme, después pasa por Seine-Maritime, al norte de Eu y, tras recorrer un poco más del Sena Marítimo, vuelve a entrar en La Somme.





Voy caminando por el paseo marítimo y, cuando llego a la playa, ésta sigue siendo de piedras sueltas. Bonitas casas con factura clásica romántica se asoman al paseo.

 

Han tenido el acierto de conservarlas y estoy seguro de que en el ayuntamiento se han recibido peticiones para construir más de un mamotreto que priorice la función a la belleza. La tentación es construir el máximo de habitáculos, en el mínimo espacio de terreno. En definitiva, sacar rentabilidad al metro cuadrado. Pocos ayuntamientos son capaces de resistir la tentación. Parece que éste lo ha logrado. ¡Albricias!


Ya veo el acantilado al fondo de la playa y mantiene una estructura similar a los de Seine-Marítime que acabo de abandonar. He sacado foto del conjunto de casas. Según me acerco, saco más en detalle una selección que me ha parecido más significativa. También encuentro una esquina de manzana singular. Más adelante veo que sí hay alguna casa más reciente y disonante con el resto. En el paseo marítimo hay una indicación de “sentier litoral”, pero llegando al final, la señal desaparece.

 
En el mar, un grupito de surfistas intentan coger olas en un océano sin ella. Me supongo que serán principiantes y que estos simulacros de ola, les sirvan para hacer sus primeros pinitos. Un experto se tiene que aburrir soberanamente con olas tan endebles. Los surfistas no llegan a la decena y están muy cerca, estorbándose unos a otros. 

Cuando llego al final del paseo marítimo, no hago ni mención de baño, ni de irme caminando por debajo del acantilado, como cuando fui a Les Grandes Dalles, pero sí saco foto del mismo, para que se vea que su estructura es similar a lo que estamos viendo a lo largo de todo el norte de Normandía. Aquí, como en Vaucottes, los guijarros de la playa, ofrecen algo de arena en la marea baja, pero sigue habiendo rocas que cubrirá la alta.

Como ha desaparecido la señal del GR, no me queda más remedio que salirme del litoral y bajar por una calle. Y, sin advertir la señal, casi me paso. Es así como empiezo a ascender una escalinata que lleva hacia una iglesia que está en lo alto.

La iglesia de Mers-les-Bains.
El nombre de este pueblo indica que es, o fue, una estación balnearia prestigiosa. No recuerdo si esta es una iglesia consagrada a Notre Dame o a Saint Jacques. Ya desde abajo ofrece una factura muy atractiva, pero gana cuando se llega arriba.
 


Exteriormente es de ladrillo visto y me recuerda algo del Château d’Abadie de Hendaye y quizás a alguno de los Châteaux de la Loire, tiene algo de palacio de princesas.


Saco dos fotos de la fachada, la primera con el ábside en primer término y la segunda con la entrada principal y el campanario. Pareciera que el “clocher” es edificio independiente del conjunto monumental. Como la puerta está abierta, entro y saco foto de la nave central hacia el altar mayor.




En ella se aprecian las dos naves laterales.







El altar, cuya ara no es sencilla ni mucho menos, ofrece poca decoración. 







Hay un catafalco, con personaje tumbado en blanco, colocado en un lugar poco habitual. Esta vez no está en la cripta. Es probable que esta iglesia, ni siquiera tenga cripta. Una vez vista la iglesia, empiezo a subir hacia el acantilado.

 
Paseo por el primer acantilado de La Somme. Maeva y Alex.
Indican hacia Saint Quentin, una estatua de virgen con vista panorámica, pero yo no la voy a ver porque no la encuentro. Ya en la altura, saco una foto hacia los pueblos que acabo de dejar atrás: Le Tréport y Mers-les-Bains.
 

El camino de hierba es magnífico. Me asomo a la falla y la visión del precipicio es imponente. Aunque advierten del peligro, al menos no prohíben. Algo hemos avanzado. Empezamos bien en esta costa de Picardía. Después de muchos días, el sendero muy bien cuidado, se acerca al borde del acantilado. El paseo por arriba es mucho más magnífico que el que va por debajo, sin playas de arena y con guijarros, así que no me da ninguna pena no poder bajar para darme un baño.


Una nueva asomada en una pared casi vertical.






La marea baja permitiría hacer el recorrido por abajo, pero no conviene arriesgar.








En el camino, que está perfecto, empiezan a verse grietas, lo que indica que este terreno consolidado es muy vulnerable y proclive a desprendimientos. Pero el proceso de deterioro no es de hoy para mañana. Será detectable mucho tiempo antes de que ocurra. ¿Estas grietas serían
 


suficientes como para poner “Interdit" a los que velan por la seguridad de sus ciudadanos? Yo, como ya sabéis, opino que no. Una nueva asomada a la falla. Esta es la constante en este tramo de mi camino. Andar, ver, seguir, parar y alegrar la vista para regodearme con lo insólito, lo poco habitual. ¿Dónde voy a ver acantilados tan majestuosos que estando aquí? Llegando a la hora del mediodía, me encuentro con la parejita que forman Maeva y Alex.
 
Les he visto que bajaban hacia mí y confluimos al llegar a una valla, con tres peldaños, que debemos superar por arriba. Quiero llegar a la vez que ellos y hago más aspavientos que los necesarios. Alex supera el obstáculo, baja dos o tres pasos y me da la mano para ayudarme. Yo me dejo ayudar con mucho gusto, sintiendo en mi mano otra mano amiga. Maeva tiene ascendientes colombianos y maneja algo de castellano. Después de contarles algo de mi camino, lo tenemos que dejar. Me podría pasar toda la mañana contando historias, pero debo seguir adelante.
 

Nos despedimos hasta que el mundo nos reencuentre. En la siguiente vaguada, veo que viene otra pareja a borde del precipicio. Mientras, mi camino me está mandando hacia el interior y en paralelo a los que vienen. Espero a que lleguen y me dicen que vaya por donde vienen ellos.

 
Les hago caso, pero luego me vuelvo a liar y doy más vueltas que las que hubieran sido necesarias. Yo también voy ahora al borde de la falla y en el siguiente acantilado, que ya va bajando altura, veo que la siguiente costa, ya deja de ser como ha sido últimamente. El acantilado me va bajando hacia Saint-Quentin.

Saint-Quentin-la-Motte-Croix-au-Bailly. 
Le Bois de Cise.
En esta parte por la que voy, Saint-Quentin tiene pocas casas. Un padre, que está con su hijo, me confirma el nombre del lugar. Pero primero paso por un hermoso bosque, es el bosque de Cise.


Llego a un espacio amplio cuyo camino es de bajada hasta la mitad y, cuando llego a un lugar sembrado, empieza a ascender. Los surcos que ha hecho el campesino para sembrar, están muy marcados y, en línea continua al sendero que llevo, parece que el camino asciende con un margen amplio de metros en relación al acantilado. Pero se puede observar que el campesino, el sembrador, insaciable, apura al máximo el área de la siembra.
 
Lo que hace dudar al caminante y pensar en la posibilidad de que esté metiéndome en terreno privado. Creo que esta es una de las razones por la que los campesinos tienen mucho interés en que se prohíba el paso a los caminantes, para que se pierdan los caminos y ellos campen a sus anchas.

 


Cuando hay un desprendimiento, la ocasión se les presenta propicia para ellos y, las autoridades, sensibles a la seguridad de sus ciudadanos, ponen el cartel de prohibición, no arreglan los desperfectos, incluso cuando son fácilmente reparables, y los campesinos felices y los caminantes jodidos.



Es así como el camino me lleva a la zona de casas de Saint-Quentin. Desde el borde foto de las casas y del final de la “falaise”. Ya estoy en las postrimerías. Poco me queda por disfrutar de este magnífico acantilado.



Llego a un bonito entorno, con aperos de labranza obsoletos, que dan vistosidad y complementan el paisaje, y que es una muestra que demuestra esta dualidad de pueblo campesino que comparte gusto con el pueblo marinero. Los caminos están bien cuidados, incluso cuando es necesario construir escaleras. 

En una vaguada, Saint Quentin ofrece en gradas espacios con bancos para solaz de los habitantes del lugar y de los que hacemos como que somos turistas. Saliendo de este núcleo, el camino está peor conservado. Entre la hierba aparecen ortigas urticantes poco gratas y también me veo obligado a saltar tramos de quitamiedos.








Más adelante saco foto de los últimos acantilados hacia Ault. El camino sigue siendo sendero de hierba e igual de bonito.








Hoy estoy disfrutando más que un enano. Se demuestra bien que ir por debajo es un riesgo, pues la marea ya llega hasta el pie de la pared acantilada.
 

Veo un panel. Indica peligro de desprendimientos. Parece que me da pena que se acaben y saco foto hacia atrás, hacia las paredes que ya he superado por arriba. Unas estacas protegen, pero permiten seguir bien por el borde. Un nuevo letrero de peligro por desprendimientos. Es así que voy llegando al siguiente núcleo importante de población y, desde arriba, saco foto de Ault.

 

Ault. Iglesia.
Hasta que no llego a Ault, no tengo la certeza de que lo pasado era Saint-Quentin, aunque ma lo confirmaran, puesto que ayer, que venía marcando en discontinuo, me dijeron en Eu que aún no estaba hecho el camino y hoy he comprobado que va perfecto sobre el acantilado y el mar. Un hombre me confirma el nombre del lugar.

 
Veo una iglesia con torre medieval. La torre le da más carácter de fortaleza que de iglesia. Ha sonado la una y cuarto, y me parece buena hora para comer pero, como hoy no lo voy a hacer en restaurante, puesto que tengo sobras y fruta que me sobró de ayer, voy a visitar la iglesia.






Pero una cosa es mi intención y otra bien distinta es la realidad. La iglesia está cerrada, así que me limito a sacar otra foto desde la otra fachada, con el ábside en primer término. 

En una librería se hace un homenaje a Víctor Hugo. De joven leí algún libro del él. Creo recordar el título de “Los trabajadores del mar” y no fue novela que me entusiasmara. Con mi amiga Luisa, vi en Barcelona la representación del musical basado en “Los miserables” y me pareció un despropósito, tanto espectáculo, tanta ampulosidad, para algo que es un drama intimista. Leído después, la novela me parece fabulosa y me mueve a piedad, piedad por Cossette pero, sobre todo, por Fantine. Y qué magnífico, qué potente, que generosidad la de Jean Valgean.
 

Los textos que se ofrecen en el escaparate se refieren a: “Sur le pas de Victor Hugo”, pero no tengo paciencia para leer en un francés que no domino y sin diccionario. ¿Pasó por Ault Víctor Hugo y es eso lo que conmemoran aquí? Después, por balaustrada separadora, voy bajando hacia el faro.




Comida informal en Ault.
Me encuentro con un grupo que parece están haciendo una excursión. Llevan bocatas y les pregunto si tienen bocata para mí. Se quedan moscas, como diciendo, ¿qué pregunta éste? Normal.
 
Llego al paseo marítimo y después una rampa me va acercando a la playa de piedras. No tengo ninguna intención de bajar ni de darme un baño, así que sigo por carretera hacia arriba y, en un espacio aislado, sin continuidad de camino, porque la valla defensiva se choca contra la roca, paro para comer. La idea me la da un matrimonio que está a punto de terminar de comer. Disponen de una mesa con los cuatro asientos incorporados. Son plegables y todo lo pliegan para meter en el coche. Ocupa muy poco espacio y tienen cierta solidez. Así paran a comer donde les apetece. El sitio es bueno y como una terraza de restaurante mirando al mar.
 


Hablamos, les enseño los dibujos que hice ayer, acaban de comer y se van. Saco foto hacia el Norte. Parece como si volara humo. ¿Habrá algún incendio? Yo termino de comer el pan con el paté de campaña sobrante, un plátano, la nectarina blanca y la naranja. Meo y me marcho, después de echar a la basura los desperdicios.

 


Despedida de Ault.
Ahora será todo camino de bajada y, después, llanear. Se acabó el más bello acantilado de Francia. Voy bajando la última falla. Paso por una casa cuya fachada pintarrajeada da la sensación de que sea casa de ocupas.













Muy cerquita, en espacio privado, veo una maqueta con elementos aislados que no sé si es obra de adultos para disfrute de niños o es algo que han realizado los niños como diversión.

                                                                                     El viento se ha encargado de tirar la torreta. Sin bajar al mar todavía, aprovecho la altura para sacar foto del acantilado que se acaba. Parece que me estoy volviendo nostálgico.  
Pero lo que pasa es que me voy  con la pena de no haber podido disfrutar este regalo de la naturaleza. Desde arriba, y hacia la playa, veo un paseo marítimo que, según parece, el mar se ha encargado de desbaratar. Por encima han hecho otro como alternativa, pero tampoco veo cómo se puede acceder a él desde donde estoy, aunque sí veo cómo confluye en la playa.
 


Mirando hacia el interior de la población, veo el semáforo, pero las condiciones y posición de las casas no me permiten fotografiarlo con nitidez. Os tenéis que fiar, pues por ahí está. Por fin, desciendo la escalinata que da acceso a la playa.
 

Saco desde el mismo lugar foto hacia el Oeste, con el acantilado ya totalmente finalizado, y otra hacia el Este, que ya va cogiendo trazas de ser Norte, para que se vea que la costa va perdiendo personalidad.



Me espera un pedregal. En la playa, comen sus bocadillos los del grupo con los que antes me he encontrado. Les pregunto si les queda bocata para mí, y ahora, recordando mi pregunta de antes, parece que reaccionan más risueños. Nos reímos y me voy.
 

Voy confiando que en la soledad que se avecina, pueda hacer un poco de nudismo en las piedras, pero sólo voy viendo cañas y pescadores hacia el mar. Una caña pesca sola. Tumbado en las rocas, aunque no sé si durmiente o vigilante, un pescador se acurruca como si tuviera frío y se protegiera sus huevos.





Parece que fuma, así que muy dormido no estará. Hacia el interior se ven varios lagos y zonas de marisma, con muchos cisnes. También algunos caballos junto a los lagos.

Pedregal. Cambio total de paisaje. Reserva de Hable.
Me entran ganas de cagar y lo hago junto a un matorral. Tomo el sol desnudo pero no estoy cómodo y no duraré ni un cuarto de hora. Un límite geodésico plantado entre las piedras. Además de por la playa de cantos rodados, hay buen paseo, también de piedras pero bien prensadas con la tierra, por más arriba.
 
Tres pescadores jóvenes, que juegan entre ellos, me saludan al pasar. Vuelvo a cagar. Foto de pedregal hacia atrás, con Ault al fondo. Algunos ciclistas pasan por debajo.





Encuentro a un ciclista tomando el sol. Pero vestido. Una construcción en gradas de piedras sujetas por red metálica. No pretenden imitar un teatro, ni un circo griego o romano, ¿qué sentido puede tener? No parece tampoco que cumpla una función estética.
 
Nadie a quien preguntar en el lugar.








En un lago veo muchos pajarracos negros. Al principio creo que son cuervos, pero luego me parecen más una gran familia de cormoranes. ¿Habrán pescado mucho y estarán saciados?







 Un tractor con pala mueve piedras. El polvo que levanta al arrojar las piedras recogidas, ¿será lo que desde el lugar de mi comida me ha parecido humo? Se ve que están tratando de conformar una playa de guijarros pero, por mucho que igualen las diferencias, nunca va a ser una buena playa de arena.

Aunque hay quien las prefiere y dice que son más higiénicas. No creo que estén ensanchando más el ya de por sí ancho dique, por preservar la zona de lagos y marisma. Tampoco creo que quieran hacer un paseo marítimo más propio de ciudad. Llego a un cartel en que indica Réserve du Hâble d’Ault. Es una reserva natural de fauna avícola.

 
Los cisnes y los cormoranes han sido un ejemplo de lo que ofrecen ahora. Tardo dos horas en pasar esta reserva natural que va desde Ault hasta Cayeux.

Cayeux-sur-Mer.
Paso por un bunker que han tenido que desbrozar y limar pues está en medio del trazado de la carretera.

¿No sabían los alemanes que por allí iba a ir la ruta? ¡Qué poco previsores! Enfilo la calle principal hacia la iglesia, que ya estoy viendo al fondo. Llego a una panadería pastelería, que está frente a Tabac, y compro una potente manzana asada hojaldrada (2,30 €). En Tabac pido una cerveza (2,40 €). Escribo hasta las 17:25 horas. Debo seguir adelante y no quiero perder mucho tiempo aquí. No tengo ni idea de donde acabaré hoy. Ojeo uno de los periódicos aburridos de la zona. Y eso que hablan de Eu, del AJ, de Le Tréport y de Mers-les-Bains. La relación de albergues que me dieron en Turismo de Eu diferencian bien las tres provincias de Somme: 1 Baie de Somme. Côte Picarde. 2 Amiens et Amiénois y 3 Vallée de la Haute Somme.
 

Lo anoto, porque el resto de mapa lo tiraré y me quedaré sólo con el 1, donde está la costa de Picardía. Salgo hacia la playa. Paso por una plaza muy animada. Una pareja esculpida con atuendo y haciendo labores propias del lugar. Parece que él llevara una vela de barco recogida y, entre los dos, llevan el cesto con la pesca que acaban de obtener del generoso mar, tras dura jornada laboral, que contrasta con la alegría que traen por la pesca pero la vestimenta parece de día de fiesta. Como no leo la leyenda, a lo mejor la explicación es muy otra.

Ya en la playa, profusión de casetas de baño uniformadas, en blanco, con poca gracia. Chez Romain podría ser un “Lire à la plage” con libros pero no, es un chiringuito.



Hay gente saliendo de la playa. A lo mejor, hasta se lo han pasado bien en el pedregal. A todo se acostumbra uno cuando no hay otra cosa mejor. En la monotonía de las cabinas blancas, un grupo de chavales juega un partido de baloncesto. Voy saliendo de Cayeux por pedregal similar.



El sur de la Baie de Somme. 
Fare l’Hourdel. Cap d’Hornu.
Mañana me tocará ir por el lado del Norte de la misma bahía. Voy siguiendo el paseo y pronto empieza la doble señalización, la amarilla, y la roja y blanca.
 

Parece que las dos me valen. Ahora, por la configuración de esta bahía, no me conviene ir a borde de mar, pues luego debo ir hacia el interior, hacia Saint-Valery-sur-Somme. Voy a recibir raras sensaciones de desorientación.


Un faro me parece que está al otro lado de la bahía, pero compruebo que está a este lado y no le veo mucho sentido. En cualquier caso continúo por donde mi intuición y las señales me van llevando. El camino sigue siendo de piedras y Cayeux va quedando atrás. Hay que seguir. Entre las dunas se presenta el faro Le Hourdel.
 

Rojo y blanco como el GR. En medio de las dunas consolidadas, una que no lo está tanto, y con una arena finísima. No pierdo mucho tiempo contemplándola. Unos chavales juegan a tirarse desde arriba, sin peligro para ellos ni temor de que la duna se destroce. Estas dunas no están tan protegidas como algunas de las costas, aunque allí, como ya se ha visto, la especulación del suelo es su mayor enemigo.
 
Algún chaval, más sigiloso, parece que pretende descubrir a alguna pareja o quizás quiera dar algún susto a alguien. Me encuentro con un matrimonio con una hija mayor que me dicen que están acampados en el cabo Hornu y que allí tienen instalada su móvil-home. Les comento mi viaje y me dicen que me quedan cincuenta minutos para llegar al cabo. Les comento, antes la playa de guijarros y, ahora, el camino de arena. ¡Qué pena que no ha sido al revés! Van lentos, me despido, y me separo de ellos. El camino sigue bien señalado y a lo lejos veo a alguien que recoge algo. Cuando le alcanzo y voy a sacar la foto con las “haricots de la mer”, alubias verdes de mar, que se parecen a las vainas redondas, y que se maceran como alimento encurtido y acompañan las ensaladas, el hombre se agacha y sale una foto algo chunga.
 

Menos mal que de espalda no se le ve la cara, pero ¿habrá alguien que le reconozca por el culo? A pesar de lo que digo, la foto, en su conjunto, me parece preciosa. Quizás porque soy nudista y no tengo prejuicios, no voy a resistirme a ponerla en este blog. ¿Se reconocerá el recolector si alguna vez la ve en Internet? Luego hablo con él. Ya las vi coger en otra ocasión a unas mujeres al Norte de Île de Re. Le pido que me las deje fotografiar en el saco donde las recoge y, así os las puedo mostrar. ¡Una buena cosecha! ¡El saco a rebosar!
 

Luego, una familia con niño, chapotea descalza por el agua. Otros recogen piedras de formas más o menos curiosas. Parece que la marea estuviera baja y como si se podría ir caminando por el mar hasta el otro lado y así me ahorraría dar toda la vuelta.



Entre piedras, agua, dunas consolidadas y de arena, la gente se lo pasa bien, de forma económica y divertida.
 
Llego a un bunker que se ha ido escorando y hundiendo en la arena. Para poner en solfa el afán prohibidor de la libertad en Francia, este bunker sirve también para dos cosas, para que no se entre dentro, ¡no vaya a ser que se encuentre alguien a algún nazi momificado!, y otra, para que la gente no se bañe. ¿Cómo se va a bañar si no hay agua?

Habría que ir al quinto carajo para llegar al mar. Recupero imágenes olvidadas de marea baja, como en Saint-Brieuc, como en Mont-Saint-Michel.



Más adelante veo gente que camina entre “haricots”, arena y dunas y así voy entrando en la bahía. Llego al faro del Cap d’Hornu.




En este lugar, encuentro un puerto fluvial donde ahora, con la marea baja, los barcos no tienen más remedio que quedarse en el dique seco.






Allí encuentro unas flores lilas que son como pequeñas orquídeas. Una nota de color para iluminar mi blog y mi día.




Unas esculturas me van indicando hacia la derecha la Maison de la Baie et de l’oiseau. Es como un centro de interpretación de la bahía y un avistadero de aves.


La escultura que veo parece que representa un ganso o una oca durante el rito previo al apareamiento con otro congénere. ¡Qué espectáculo tan amoroso! Ahora voy por pista cyclable.



A veces salgo a carretera, cuando temo que la pista para bicicletas se aleje. Luego vuelvo a la pista, que está genial hasta en los cruces. Los maíces, aunque todavía bajos, ya van creciendo. Una mariposa se posa sobre las hierbas y el ramaje de la floresta. Sus tonos marrón, gris, naranja y blanco. Otra nota de color. La que no tienen las esculturas que sólo son blancas.

Saint-Valery-sur-Somme.
Llego a un lugar en que se ofrece el nombre.



De lejos me parece que con elementos arbustivos pero luego me entran dudas. Quizás la R y la última palabra sean las que más avalen la primera impresión. ¡Que es la que vale! Ya estoy pensando en un lugar donde cenar, puesto que lo que he comido no se ajusta a las necesidades de un caminante que ya lleva casi un mes caminando. El problema que se me presenta es que, en un cruce, hay dos opciones y no sé cuál es la que me conviene para llegar a una pizzería que he visto anunciada. Las opciones son: Port o Bourg. Como villa florida, Saint-Valery también ostenta cuatro flores. Pero aunque estoy en terreno de la ciudad, todavía no he llegado a ella. En el cabo un hombre me ha dicho que me faltaban 8 kilómetros pero, por lo que estoy tardando, creo que hay alguno más. Cuando llego a la desviación, decido ir al puerto, pienso que es más fácil que la pizzería tenga vida en el puerto, más turístico, que en la ciudad. Pero más tarde veo anuncio que en el Bourg hay pizzería, pero ya no rectifico. ¡Y acierto! Llegando al puerto, una chica me dice que a diez minutos tengo un restaurante. Será más cerca y llego antes de lo anotado.

Pizzería La Toscane.
Entro en la pizzería y la camarera, muy atenta, atiende a cuatro jóvenes que celebran algo y están tomando el aperitivo. Los amigos se sorprenden con mi viaje y lo poco que les cuento. Cuando estoy comiendo la ensalada, entran a cenar Pippa y Peter. Me parece que hablan en inglés. Es una dificultad añadida a cualquier intento de comunicación. Pero de lo que hablo con los chicos, que ya han comenzado a cenar, y con la camarera, algo capiscan los ingleses. Como mis espaguetis boloñesa y organizo los papeles y miro lugares para dormir. En Saint-Valery no veo que haya nada interesante. Pago la cuenta con Visa 19,20 €. A uno de los amigos, el que parece más interesado, le explico mis viajes del pasado año y el de éste. Me dice la pronunciación exacta del pueblo hacia el que voy Le Crotoy, pero a donde no llegaré hasta mañana, pues los acontecimientos se van a desarrollar de forma no prevista. Me añade que a Le Crotoy faltan 14 kilómetros y que la playa es de “caillou”. Ambas, son malas noticias.
 
Mañana estas noticias no se confirmarán pero hoy… Me despido de la camarera y me acerco a despedirme de la pareja de ingleses.

Buscando acomodo en el camino.
Salgo del restaurante al cruce y enfilo hacia Le Crotoy pero pensando en encontrar algo a resguardo en el camino, aunque el día está limpio y no temo noche lluviosa. Al salir veo una escultura, menos esbelta que la de los gansos-ocas, que creo que puede representar una abstracción de cisne con el cuello y el pico metidos entre el plumaje, como los de esta mañana.
 

Quizás sea otra ave, puede ser un simple pato. Voy observando los campos, y pienso meterme a dormir entre la hierba. Paso por uno en que la hierba ya está recogida en rodillos y, como ya hice el año pasado antes de llegar a la patria chica de Saint Yves, podría dormir a la vera de uno de estos rodillos de hierba o paja.

Pero no puedo entrar, pues el campo está rodeado de matorral y alambre de espino. El sol ya está en el ocaso y lo veo perderse entre la arboleda. Cuando estoy pensando en qué hacer y voy mirando algún resquicio para entrar al campo de hierba recogida, y elegiría alguno de los rodillos más alejados de la carretera, veo un indicador de que pronto la carretera se desdobla y un ramal se dirige hacia ciudad más importante. Se trata de la desviación a Abbeville. Pienso que me convendrá buscar sitio para dormir junto a carretera menos transitada. Ya son las 21:45 horas. Entones pasan por mi lado, de regreso en su coche, los dos ingleses, y me paran. Conduce Pippa. Me ofrecen su casa, y me lo dicen de una forma tan delicada, para no herir susceptibilidades, que no alcanzo a comprender bien. Veo que tienen intención de ayudar y que me pueden ayudar, pero no sé hasta dónde va a llegar lo que me ofrecen. No sé si se brindan a llevarme a un hotel o si hay más implicación personal. Al final les pregunto: “¿me invitáis a dormir en vuestra cas?” Y como de eso se trata y me parece tan fantástico, acepto de inmediato.
 
Llevan la parte de atrás sin asiento y el perro, que luego veré inmortalizado en lienzo, ocupa el espacio. Me viene muy bien para poner en práctica mi plan, no subir en el coche, y seguir andando. Me dicen que ellos viven en Noyelles-sur-Mer, que localizo en mi mapa y estamos cerca. Un par de kilómetros. Peter me dibuja un plano para que pueda llegar y me dice que no voy a tener ningún problema para llegar a su casa. Me dice que a la rotonda hay un kilómetro y medio. Aunque creo que recorreré más de dos. Calculo por lo que tardo y no tardo más por ser la última hora del día, sino que la perspectiva de dormir en cama me da alas.
 
Temo ir por carril bici por si Peter se lo piensa mejor, monta el asiento trasero y me viene a buscar. O sin montarlo, vendría de copiloto. Así que sigo por carretera. Paso un canal y el sol todavía no se ha escondido del todo. Se refleja en lecho del agua. Luego llego a un puente levadizo que sobrevuela un canal más ancho y que supongo se abrirá cuando necesita pasar algún velero.

Con Noyelles ya cerca saco foto del último reflejo de la puesta del sol. En el agua, a pesar de la barrera, una pareja de cisnes pasan al otro lado. Feliz pareja. Llego a la desviación a Noyelles. Encuentro el bar que es de ellos, la estación del tren, el lugar donde venden productos agrícolas. En la tercera casa, cuyo número coincide con el que me han dicho, encuentro el coche aparcado y entro. Allí está él esperándome con una copa de vino blanco y ella con el ordenador. Me sacan otra copa y charlamos. De mi viaje, de nuestras familias, de los trabajos que hacemos o hemos hecho, aficiones, etcétera. 
 
Peter también fue contable y ahora es barman en el café que tienen, cocinero y manitas. Se le da bien todo. Ella está jubilada pero pasa ratos en el bar. Le cansa, pero le gusta la relación que se establece con los clientes. El bar, por el que he pasado, es de ellos y lo ha remozado él. También está construyendo el “atelier”, el taller donde ella pintará. Ahora tiene poco espacio. Quiere utilizar el café como lugar de exposiciones, en principio, de los cuadros que ella pinta y que va evolucionando en su pintura. La hija vive encima del bar y tienen un niño pequeño. Encuentro dodotis en sitios diferentes, aunque parece que Pippa no tiene intención de hacerse cargo de su nieto, sino lo imprescindible. De otro hijo, que vive en Londres, tienen otra nieta, Dorothy. Hablamos de muchas más cosas, pero ya el cansancio nos puede y nos vamos. Ellos a su cuarto y yo al que me han asignado. Elijo la cama pequeña, en la que suele dormir su hijo cuando viene de visita, pero tiene un edredón de los calurosos, que también me dará guerra esta noche. Voy a la bañera y me restriego bien los pies y me seco con la alfombrilla, pues he olvidado coger la toalla. Hoy ni me doy masaje de aloe-vera. Duermo desnudo y me levanto una vez a orinar en toda la noche.

 La segunda será casi a la hora de levantarme, a las 6:50 pero no me levanto hasta las 7:15 horas. Tras haber cagado de nuevo, escribo un rato y se me olvida afeitarme y tomar la pastilla contra la hipertensión. Pero ya estoy avanzando cosas de mañana.
Ofrezco la tarjeta de visita que me dieron al día siguiente. Sirve para anunciar el café-bar y también la galería de arte: Ralais de la Baie.

Balance de mi 1ª jornada en La Somme.
En realidad la primera parte del día han sido mis últimas horas normandas. He salido contento de Eu y del AJ, por la atención del recepcionista principalmente. También he estado bien en Le Tréport y el paso a Somme por Mers-les-Bains. También el recorrido hasta Ault, y el encuentro con Maeva y Alex. El pedregal de la reserva natural Hâble d’Ault y las dunas y marismas también después de Cayeux-sur-Mer. Suerte para encontrar el lugar de la cena y la coincidencia allí con Pippa y Peter, que me han ofrecido su casa y yo he aceptado sin pudor. La copa, la cama y la compañía ha sido lo mejor del día.























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