lunes, 29 de mayo de 2017

Etapa 29 (386) Noyelles sur Mer-Oarc du Marquenterre


Etapa 29 (386) 12 de julio de 2013, viernes.
Noyelles sur Mer-Le Crotoy-Parc du Marquenterre-Saint Firmin les Crotoy-Saint Quentin en Tourmont-Parc du Marquenterre.


Hoy será mi etapa 95 por la costa francesa atlántica.

Amanecer en casa como invitado.
Cuando estoy escribiendo, me llama Pippa. Nos saludamos y damos un beso. Son las 7:30, la hora que habíamos señalado. Le digo que he dormido bien, a pesar del edredón. Dejo de escribir y nos vamos al taller que Peter está reconstruyendo y adaptándolo a las nuevas necesidades de Pippa.

El taller de la artista.
L’atelier de la artista. Tiene cuadros realistas, como el de su perro, que está en la sala, que es de un realismo minucioso. ¡Casi se pueden contar todos y cada uno de los pelos del animal! También tiene paisajes de una factura que encaja más con el minimalismo. El espacio que ocupa es amplio y, aunque de momento lo va a dedicar a taller, con el tiempo tienen previsto que pueda ser salón de baile, donde podría poner su negocio su sobrina, hija de una hermana. No me especifica si se trata de clases de ballet clásico o de danza contemporánea o moderna. Como taller, lo que necesita es espacio amplio y mucha luminosidad pero, también piensan poner la sala de exposiciones en el espacio del amplio café-bar, que luego conoceré. Funcionará como una galería de arte y podría acoger exposiciones de otros creativos y, periódicamente, de su propia obra. En este momento ya tiene una exposición en el bar, pero no tienen el espacio como lo principal. El proyecto es mejorarlo y que el bar sea un elemento auxiliar de la sala de exposiciones. Tras ver parte de la obra, acabada y en proceso, vamos a desayunar al bar.


Relais de la Baie.
Aunque no lo habíamos apalabrado previamente, el precio de la habitación incluía el desayuno. Cuando llegamos, allí está Peter preparando las masas para dos pasteles, más potentes que el bizcocho, más próximos a los plum-cakes. A continuación los horneará pero, para no tener que esperar, comemos de los que quedaron de ayer, que están exquisitos. Para cuando estén listos para el consumo los nuevos, yo ya me habré ido. Tengo para elegir uno de plátano, probablemente banana, y otro de zanahoria, y pruebo de los dos sumergiéndolos en el café con leche.

Del primero como dos trozos. Nos damos las señas respectivas, sacamos fotos y les prometo que tendrán noticias mías. Si alguna vez van por el País Vasco, les prometo que les recibiré con agrado, aunque las condiciones de mi pequeño apartamento no responda al espacio amplio que ellos disponen en Noyelles. No prometen nada. Saco una foto de la pareja, tan complementaria, en la barra del café y luego Peter me saca una a mí, con Pippa, ante los cuadros que expone en la zona que ya os he contado cuando estábamos en el atelier.
  


Pippa está en una época de búsqueda de horizontes. Agradezco la doble invitación, a cama y a desayuno, un desayuno muy artesanal, de cocinero avezado, un cocinero que también regenta su bar, su café, y construye para su mujer. Un hombre que sería envidiable para muchas mujeres y, además, que parece enamorado de la suya con amor correspondido. ¡Que les dure!





Despedida de Noyelles.
Como ayer llegué después del ocaso, no saqué ninguna foto del pueblo. Lo hago ahora. Ya había cogido las mochilas de la casa y llevado al café. Ahora las cargo y, tras la despedida, Peter se queda en el bar. Pippa va a trabajar al taller y yo comienzo mi paseo por el lado norte de la Baie de Somme. Saco foto del Relais de la Baie, el café-bar cuya fachada han rehabilitado en rojo-teja. Luego del almacén donde se venden productos agrícolas.

Olvido sacar foto de la estación del ferrocarril: Chemin de fer de la Baie de Somme, cuyo arranque ya vi ayer en Mers-les-Bains. Y también otra de la casa de acogida, que es la planta baja del fondo y, en primer término, está el ala que ya es el taller que está construyendo Peter para Pippa. La estructura ya está perfectamente levantada y falta la cubrición externa. El interior está prácticamente terminado.


De Noyelles a Le Crotoy.
Salgo por la carretera hacia Le Crotoy. Dispongo de carril bici hasta que lo abandone cuando decida ir hacia el puerto. Un puerto en el que, cuando llegue, no habrá ni un solo barco. De momento voy haciendo por la pista cyclable el circuito de Héron. Un ciclista me adelanta.
 
Poco más adelante, un gran cartel en la carretera, exige precaución a los conductores por ser zona en que se han producido muchos accidentes: En cuatro kilómetros, cuatro muertos en cinco años.




Luego paso un canal sobre el que, para superarlo, han construido un puente de madera con protectores metálicos.



Desde allí veo otro similar, pero que ya no tendré que pasar, pues el camino sigue otros derroteros. Es así como me encuentro con una conífera con las púas verde oscura, en la que destacan en verde más clarito las piñas nuevas que le van brotando. Supone un regalo del paisaje, de la naturaleza, que el caminante interpreta como un rito de nacimiento, como un canto a la vida y a lo que vive.










Sigo paralelo a la carretera pero sin tener necesidad de entrar en ella. Al otro lado de la Baie de Somme, puedo ver, aunque muy alejado, el pueblo de Saint-Valery-sur-Somme. Creo que es la parte que denominaban burgo y en donde decidí ir a cenar a la zona puerto.
 

Pronto llego a un lago que, con la marea baja, casi se ofrece seco y que está regulado por la esclusa que ya he comentado al inicio de este parágrafo. El camino es magnífico, de tierra y arena, propio de zona de duna consolidada, y ya no estoy en el carril bici. Al fondo ya hace un rato que vengo viendo mi primer destino de la mañana, Le Crotoy.




Le Crotoy.
Encuentro a cuatro pescadores de caña muy cerca de la esclusa. Dos pescan desde abajo y dos desde encima de la esclusa. Llego al puerto deportivo, cuyas embarcaciones, bien ordenadas en pantalanes, esperan flotando artificialmente a que la marea suba para poder zarpar hacia alta mar.

 

En el mirador, hablo con un ciclista que está en Noyelles en camping-car y le cuento la experiencia de esta última noche. Él ya conoce a los ingleses. No entiendo lo que me informa para después de Le Crotoy, pero sí que debo continuar por “la digue”, el dique. Cuando ya estoy entrando al pueblo, veo que hoy toca día de mercadillo.

 
Me intereso en la oferta de frutas y verduras. La fruta está más cara que donde compro en Irun, aunque menos que en otras zonas de la costa francesa.








Y su aspecto no difiere mucho de lo que se ofrece en la España africana. Me viene a la mente el dicho: “África empieza en los Pirineos”. En un puesto donde venden libros y cuentos, busco uno de Caillou, pero no tienen ninguno. 

Aunque ahora las playas que voy viendo desde poco antes de Dieppe son de arena, pero las anteriores eran de “caillou”, piedras. Subo hacia un edificio singular, con su torreta, en cuya cima puede muy bien estar encerrada la princesa díscola castigada por su severo padre, y compruebo que se trata de un hotel.





La iglesia de Le Crotoy.
Me acerco a la iglesia, donde el elemento que más me llama la atención es un pequeño retablo sin policromía. Exteriormente, en el edificio destaca la tosca torre, con mínimo rosetón y el arco de la puerta de entrada apuntando al gótico.










La propia torre me oculta el sol, por lo que queda algo oscura debido al contraluz. Entro en la iglesia y ya se me van haciendo familiares Teresa de Lisieux, Juana de Arco, António de P (y con intención no aclaro ni Portugal, ni Padua, pero el acento en la “o” es portugués).






Entro y veo una hermosa nave central que también, por sus arcos apuntados y los que soportan la bóveda, recuerda al gótico. Me acerco al altar mayor, donde lo que más me gusta es su pequeño retablo en madera sin policromía, está bien custodiado por santos peleones y conocidos, como San Pedro, reconocible por sus celestiales llaves y San Juan Bautista, casi desnudo, preparado para bautizar hasta al que no quiera ser bautizado.



Pero aquí aparece un santo nuevo para mí, no tanto en cuanto al nombre, pero si en cuanto a su figura. Es la primera vez que relaciono su nombre con la figura del Santo Cura de Ars. Esto no quiere decir que a ese cura de pelo blanco no lo haya visto ya en otras iglesias de Francia. El retablo que custodian como soldados de guardia es el de Saint Honore. Ofrezco fotos del altar mayor, con visión de conjunto y un detalle del retablo para que podáis apreciar mejor su talla y contenido. Representa un altar con muchos personajes donde no puedo saber quién es san Honorato.



Visita a la playa y marchando de 
Le Crotoy.
Tras visitar la iglesia, salgo hacia la playa. Si ayer hubiese cuadrado llegar aquí, en esta playa habría podido dormir en las afueras. Allí encontraré dunitas.
 

Pero no voy a añorarlo y sí valorar en justa medida lo que supuso ayer la invitación de Pippa y Peter. De momento me contento con ver la playa que, en la otra orilla, me ofrece de nuevo los faros por donde pasé ayer tarde.
 

Así voy llegando a las últimas casas de Le Crotoy, donde se ofrecen casetas de playa y un paseo marítimo que, aunque no uso de momento, puesto que voy caminando por la arena, sé que existe, pues luego subo al mismo. De hecho, es donde voy a ver dos jardineras con flores de campánulas, con una variedad distinta a las petunias, pero que siempre las he considerado parecidas y que ahora no recuerdo el nombre, y mi amiga la capuchina, que conocí su sabor la noche anterior a salir de Calvados, condimentada por Martine y que aquí se me ofrece en las dos versiones:
 

una, con flores amarillas y la otra con flores de color naranja intenso. Según me dijo Martine, no sólo las hojas y sus pedúnculos se comen, sino que las flores son también comestibles, aunque sean algo picantes. Cuando llego a las dunas, confío en que para esta noche también encuentre algún lugar similar para dormir.

Parc du Marquenterre. 1ª parte.
Como la marea está muy baja, sigo caminando por la arena dura, aunque sin descalzarme. No sé por qué no voy descalzo, ya que es uno de mis placeres, pero la realidad es esa. Sin salir de la playa, llego a un Parque Natural, el de Marquenterre. Es una vasta extensión de terreno protegida.

 

Ando y ando, y a las 11:30 horas, encuentro una posibilidad para comer y, aunque es temprano, podría correr el riesgo de no encontrar ningún otro restaurante más adelante. Más sabiendo que en los parques naturales no hay este tipo de servicios. Pregunto a una negrita, que no sabe decirme nada y, de lo que le cuento, lo único que le interesa es lo de “les haricots de la mer” que recolectaban ayer en el otro lado de la Baie de Somme. Encuentro un coche con dos hombres que se encargan de la limpieza del municipio. Uno me informa que no sabe si en los campings dan comida o no, pero sí que en Saint-Firmin hay uno. También me informa que esa gran extensión la ocupa el parque de Marquenterre.

Saint-Firmin-les-Crotoy. Au Relais de la Maye.
Después de la noticia, hacia allí me dirijo. Me voy del parque, pero volveré. Cuando llego, pregunto en el primer camping y me dicen que no tienen restaurante. Cuando llego al segundo, calculo que ya estoy cerca del pueblo, y ni siquiera entro a preguntar. Cuando se acaba el segundo camping, encuentro a un señor que rueda en bici y le pregunto. Me dice: “Llega a la siguiente desviación y coge a la izquierda”. Avanzo por el lugar indicado y enseguida llego al restaurante Au Relais de la Maye. Me atienden una chica de raza de piel oscura y un chico que vivió cuatro años en Mimizan. Le cuento mi viaje del pasado año por les Landes y las anécdotas del recorrido Mimizan-Parentis-Biscarrose. Allí como el primer plato de bufet. Me levanto y me sirvo yo mismo lo que quiero de entre lo que hay. De segundo “andouille”, que es como una salchicha de tripas de cerdo, con ensalada y patatas fritas. En el menú entra la cerveza y pago 18 € con Visa. Exactamente el precio con que anunciaban el menú en la entrada. Escribo y son las 14:50 cuando paro, voy al WC y cago. Todo va bien. Al marchar, el chico me da agua y me dice que tiene a su madre viviendo en Mimizan y que suele ir allí, a pasarlos con ella, todos los inviernos.
 

Me despido de los dos camareros y salgo por la carretera. Intuyo que, siguiendo por la izquierda, llegaré a la playa con dunas que he visto por la mañana cuando me he metido hacia Saint-Firmin. ¿Cómo se estarán desarrollando los Sanfermines en Pamplona?, me pregunto. Quizás me haya despertado el recuerdo no sólo el nombre del pueblo, sino también los dos pacíficos ternerillos que me miran con curiosidad. No parece que éstos lleguen ningún día a ser toros bravos. Los fotografío con la iglesia de San Fermín de fondo. En realidad sólo se ve un trozo de la torre campanario.
Como no me acerco, pierdo la oportunidad de comprobar si el santo es el mismo obispo que celebran en Pamplona el siete de julio. Una señora, que va con una niña, me lía de la manera más tonta. Se empeña en que siga la calle y que vaya hacia Saint-Quentin. No quiero ir por allí pues, en todo caso, a Saint-Quentin podría llegar siguiendo las dunas. Para este viaje, me podría ahorrar ir por la calle. Tanto se empeña, que le hago caso. Lo malo es que en la vía que llevo no hay ningún indicador de dirección. Parece que los que diseñan las carreteras no desean que por allí se circule hacia Saint-Quintin. ¿Será debido al parque natural? La señora se empeña en acompañarme hasta el cruce y entonces, para complicarlo más, aparece un coche cuyo conductor, aparcando mal, corrige a la señora. Tampoco lo que me dice él me da ninguna confianza. Me recomienda un camino que sabe que no está señalizado pero que asegura es muy fácil. Será fácil para él que lo conoce.
 

Por fin consigo que el chico me diga que la carretera recomendada en principio me lleva a Saint-Quentin y aunque me da pena dejar atrás las dunas que me han parecido tan magníficas antes de comer, hago de tripas corazón y voy hacia el siguiente pueblo. Saliendo ya en buena dirección, paso por un canal que me hace pensar en agua para regadío pero, al estar tan cerca del mar, no descarto que sea agua salada. En cualquier caso no me ayuda como pista para coger la buena dirección. El plano que llevo de carril bici ya no me va a servir prácticamente para nada. La carretera tiene poca circulación. ¡Al menos, eso es lo que gano!

Saint-Quentin-en-Tourmont
Creo que voy hacia la parte norte del parque en sentido transversal. Tan raro es mi recorrido que, al final acabaré durmiendo en el parque de Marquenterre, pero ya a la altura de Saint-Quentin-en-Tourmont. De momento llego a este pueblo antes de las tres y media y me limito a sacar foto de la iglesia, y tampoco compruebo si está abierta o cerrada, pues estoy a deseo de llegar a la playa. Saliendo de Saint-Quentin, llego a una granja donde tienen muchos fardos de hierba seca para alimentar el ganado en invierno.
 

No sé si tienen una gran vaquería, o los tienen allí apilados como almacén para vender a otras granjas agropecuarias. Es curiosa la forma de apilar los fardos en forma de rodillo. Un grupo es de tres y el otro de cuatro alturas, y están apilados tumbados por la base horizontal, pero la cuarta altura de uno y quinta del otro conjunto siguen otra tónica. Las esquinas más altas evitan que los otros fardos puedan rodar.


Parc de Marquenterre. 2ª parte.
Abandono el pueblo y la carretera en un cruce con varias direcciones. Un hombre me recomienda para salir a la playa que vaya por un camino de arena. Eso significa que el monte siguiente es de arena, que estando consolidada con arbolado, intuyo que por el lado del mar sea de dunas, como el que he dejado al Sur. El camino de arena fina es penoso y largo, y aunque ya estoy en el bosque de pinos para las cuatro, aún me tardaré tres cuartos de hora en llegar a las dunas y la playa deseada. Con el peso de las mochilas, si caminar por el camino de arena ya es duro, imaginaos lo que me va costar subir a la duna. ¡Qué ganas tengo de llegar! Al inicio del camino lo bifurcan con dos funciones, el lado derecho es para los peatones y el izquierdo para los jinetes a caballo. Trato de ir pisando por el lado derecho, ya que en algunos tramos, entre la púa del pino, algunas raíces que afloran y algo de hierba, resulta el suelo más duro y piso mejor porque me hundo menos. 
 
Llego a un banco que se encuentra totalmente ocupado por un alemán. Está su mochila y mucho material desperdigado. Le digo que está mal sentado, que ese asiento, en la parte izquierda está reservado para que se sienten los caballos. Me sorprende que entienda la gracia, y le digo que voy a pie hacia Alemania y le digo que vengo de Saint-Brieuc. Como no entiende, cambio por Saint-Malo. Aparece su compañero, con el que ha dormido ya dos noches en las dunas. Dice que son “super”, pero que han pasado frío. Sigo camino, que está delimitado por alambre de espino, aunque de trecho en trecho, se ven huecos que ha hacho la gente para ir a donde quiere, y voy encontrando otros que regresan. El primero me dice que me quedan 25 minutos para llegar, las dos chicas siguiente, que 20 y los de más atrás ya ni les pregunto. ¡Ya llegaré! Los 25 se han reducido a 15 minutos en la realidad cuando llego al último repecho de la alta duna. Es lo más duro, pero casi vuelo con la perspectiva del cercano mar.

Playa y baños.
Bajo de la duna y veo en el agua a tres jóvenes que juegan y se bañan. La marea está bajando, pero aún no se ha alejado suficiente. Está bien para el baño. A pie de la duna hay un hombre. No sé si está con los jóvenes o no y me parece, por su postura, que está desnudo. Paso cerca de él, pero tiene bañador. Las dunas son preciosas, parecen jorobas de dromedario.

 
Me alejo hacia el Norte y allí deposito mis bártulos y me doy el baño desnudo. No lo hago hasta que los jóvenes vuelven a su sitio. Ellos están en duna más potente y próxima a la mía. Donde me he colocado y donde pasaré la noche, son dos dunitas suaves y me pongo del lado de la vegetación. De esa forma me protejo del aire.
 

Cuando regreso del baño, veo al otro hombre desnudo después de que se ha bañado él también. ¿Será nudista? No, es que se está vistiendo para marcharse. Vuelto del baño y en mi sitio, al no correr el aire que me quita la duna, hace excesivo calor, así que adelanto la toalla para que me den sol y aire. Cuando saco una foto de mi dormitorio dunar, puedo comprobar cómo el aire mueve la arena y me reboza la toalla como si fuera una croqueta con pan rallado.

Tan fina es la arena de la duna. La retiro para estar más cómodo sobre ella. No confundir con la camiseta rebozada adrede por mí. Lo hago para que se seque el sudor y se le vaya el olor del acumulado durante la jornada caminera. Los chavales juegan a bajar corriendo desde las dunas altas, dan un salto de la mayor a la menor y se fotografían unos a otros con la imagen de su cuerpo en el aire. Cuando desean obtener un resultado, repiten y repiten e insisten, hasta que lo logran. Son infatigables. Si pusieran los jóvenes el mismo empeño en los estudios… Saltarán los tres. Primero lo hacen desde una duna más alta que la mía y, después, de otra más frontal. Antes de que baje más la marea, me voy a dar el segundo baño. Me paseo por la orilla para secarme y luego a pie de duna y me tumbo de nuevo. No tengo ninguna gana de dibujar y estoy raro con dos dilemas. Por un lado me apetece dormir aquí, en este sitio en el que intuyo que voy a quedar yo solo una vez que se vayan los tres jóvenes y, por otro lado, me da pena no avanzar más hacia el Norte y finalizar La Somme. Las dos cosas no las puedo hacer y es lo que me causa cierta zozobra. Cuando estoy con estos pensamientos, empiezan a llegar grupos de “char-à-voile”, esos vehículos de ruedas, que recorren la playa por la arena, con su vela empujada por el viento. No estarán mucho rato haciendo sus correrías. Entre otras razones, porque el viento que hace es insuficiente y, sobre todo, por la dificultad que tienen para volver hacia el Norte. Finalmente, deciden plegar las velas y vuelven en dirección a Quend arrastrados por el tractor.
 

Los chicos de la duna ya se han ido y ahora juegan en otra duna, más al Sur. Se oye ruidos de cohetes lejanos. Llegan dos jóvenes y se bañan.

Mejilloneras. Mitilicultura.
Según va bajando la marea, van aflorando otros elementos del fondo del mar. Yo como una cena de subsistencia. De vez en cuando pasa un coche y temo que me creen problemas como en el parque natural de Doñana. Hay que tener en cuenta que estoy en otro parque natural del que desconozco las normas. Finalmente no va a ser más que una falsa alarma.
 
Me intriga qué pueda ser y me acerco a la orilla. Salvo un tractor, ya estoy solo en la playa. Saco una foto de arena con los surcos que va formando el agua al retirarse con la marea bajante. Es una filigrana preciosa variopinta e irrepetible. Todas las fotos que se saquen serán forzosamente diferentes. Ya en la orilla compruebo que lo que aflora del mar son postes de mejilloneras. Unas contienen mejillones adultos cubiertos de una red, que aún no han recogido para su consumo: “mules-frites”, anuncian casi todos los restaurantes.

La mayoría son postes sembrados en espiral y que permiten ver cuál es el sistema de cultivo. Los nuevos aún no tienen el tamaño de la uña de mi meñique. Estos estarán listos para la siguiente temporada. Para muestra saco fotos con los dos diferenciados: unos listos para recoger y los otros que aún tendrán mucho que crecer. Pero también una recoge los más próximos a tierra y la segunda las hileras que se encaminan hacia el mar. Creo que así se puede obtener una visión de conjunto.

 
Para completar la faena, la última foto la oriento desde la proximidad del mar hacia la duna, donde dormiré esta noche. Aún me queda playa por recorrer para llegar a destino, pero no son aún las nueve de la tarde. Tengo tiempo de sobra. La sombra desnuda del caminante, también es alargada. La culpa la tiene el sol de ocaso a punto de extinguirse por hoy. Tardo casi un cuarto de hora en llegar a mi cama, que ya he preparado para las nueve. Ha refrescado y me pongo camiseta y calzoncillo. Meo, me quito la arena de los pies y me doy un masaje de aloe-vera. Meto mochilita dentro de la mochila y las cubro con el plástico, que amanecerá humedecido chorreando agua. Este relente de la noche ha producido sensación de frío a los dos alemanes. A mí también se me va a quedar el culo frío esta noche, pero lo prefiero a no poder dormir por exceso de calor. Me levanto dos veces a mear, con un frío que pela y que me acaba dejando a mi pilila temblando. Bueno, pilila y todo el cuerpo. Al regresar al saco cojo con gusto su interior templado. Con el culo frío pero con mejor acomodo que las últimas veces a la intemperie, porque la arena tan fina se acomoda mejor al cuerpo. A veces es mi mano la que calienta muslos y piernas. Me queda la imagen de esta noche con ratos de duermevela, más sueño profundo que vela. En la primera levantada veo sobre mí, hacia el mar, a mi amiga la Osa Mayor ¡Gracias genial compañera que me das seguridad en mis noches! Pero no veo la luna. Me despierto a las 5:30 horas pero no me levanto hasta que den las seis.

Balance del único día completo en La Somme.
Lo mejor del día ha sido la despedida de la mañana con la visita a las dependencias de mis amigos Pippa y Peter… y el magnífico desayuno con los ricos plum-cakes del repostero Peter. ¡Qué ricos los hace! Y muy nutritivos. La caminata no ha sido especialmente maravillosa, pero la última parte de la tarde desde que he llegado a las dunas del parque natural de Marquenterre ha cubierto las expectativas de baño y de tranquilidad nudista.







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