miércoles, 24 de mayo de 2017

Etapa 24 (381) Plage Saint Pierre en Port-Veules les Roses


Etapa 24 (381) 07 de julio de 2013, domingo. San Fermín.
Plage Saint Pierre en Port-Grandes Dalle-Sassetot le Mauconduit-Saint Martin aux Buneaux-Veulettes sur Mer-Saint Valery en Caux-Veules les Roses.




Hoy es mi 90 etapa por la costa francesa atlántica.

Amanecer en playa de 
Saint-Pierre-en-Port.
Me levanto a las seis y media. Me visto rápido para combatir el frío de la mañana y para las 6:45 ya estoy dispuesto a partir.

 

Saco dos fotos del lugar para recuerdo. Los trasnochadores no están en la playa, pero sí un pescador y su barquita a motor atracada en la arena junto a las últimas rocas.

 



No me acerco a saludar. También saco foto del lugar en que me bañé ayer, poco antes de que el murete se acerque a la arena. De haber sabido cómo era la configuración del terreno me habría animado a nadar con fondo arenoso, como hicieron los alemanes, pero para saberlo ha tenido que llegar la marea baja. Como se suele decir, ¡después de visto, todo el mundo es listo!


A pie del acantilado hasta 
Les Grandes Dalles.
Para las siete estoy en marcha. Ya decidí ayer que iría a pie del acantilado y por las piedras camino. Pronto me voy a dar cuenta que ha sido un gran error haber tomado esta decisión. Las piedras no asentadas me juegan malas pasadas, a ratos temo que me voy a caer y tomo tantas precauciones que el recorrido se me va a hacer interminable. Para los franceses ir por encima del acantilado es peligroso, pero yo creo que ir por debajo es de tanto peligro o más.
 
La piedra blanquecina, que se tambalea, al estar húmeda resbala y tengo un desliz de aviso. A ratos, voy viendo cómo se desprenden tierras y rocas que se pierden por donde camino. Enseguida llego a una zona en que el acantilado no es una pared relativamente uniforme, sino que se conforma con pequeños espacios, que podrían servir de habitación a cubierto.

Pero me desaconsejaron dormir aquí porque en algunos lugares la marea alta sube hasta la pared y correría gran riesgo si en el lugar elegido eso ocurriera. Si observamos la línea gris algo más oscura de las piedras, hoy la marea no ha llegado hasta la pared, y hubiera podido dormir aquí sin ningún peligro. Además me habría evitado a los trasnochadores de la boda y sus linternas. Pero es algo que sé ahora y no sabía ayer.











Llego a una zona en que ya se aprecian desprendimiento de tierras, en la mole pétrea se observan desgaste y erosión y en la parte baja hay acumulación de tierra, pero que no me dificulta la marcha.

La pena es que no hay más, pues sobre la tierra camino mejor que sobre las piedras, los cantos rodados redondeados. En poco más de diez minutos, estoy ya en otra zona, donde la evidencia del peligro es mayor. Aquí ha habido serios desprendimientos de rocas y pedruscos. Se acumulan en montañas, que permanecerán así muchos años, ya que las mareas no las llegan a alcanzar. Diez minutos más y llego a zona más deprimida. Todas las rocas desprendidas son bañadas por el mar en la marea alta. Este es un espacio en el que no habría podido dormir sin baño incluido.
 
Se habrían bañado hasta el saco y la mochila. Cuando llego a una gran grieta, al pie de la misma hay una hermosa roca que ya ha quedado como una escultura, un monumento paisajístico apropiado al lugar. Este espacio culmina con otra grieta que ofrece agua. Se ve que el agua subterránea horada el acantilado y por este lugar desemboca en el mar. Como el padre de los chavales alemanes ya me llenó de agua mi botellín, hoy no tengo necesidad de más, pero está bien saber que, en caso contrario, aquí hubiera podido llenarlo.



















La salida de agua dulce está muy bien delimitada pero, hasta que llegue a unirse con la salada del mar, ahora con la marea baja, irá abriéndose paso por miles de surcos.


Otros diez minutos más, y empiezo a ver el acantilado de les Grandes Dalles. He tenido que llegar a este recodo para verlo y no sé si tendré que continuar por allí o tendré otra alternativa. Pero todavía el acantilado que me acompaña no me deja ver lo que viene por la derecha. El camino se me va haciendo penoso y ahora tengo nuevas dificultades debido al musgo deslizante que se acumula en las piedras que baña el mar. Cuando doblo el último tramo, ya aparece un pequeño núcleo de población.
 

Será les Grandes Dalles, así que me olvidaré del otro acantilado que he visto antes, el que conduce a les Petites Dalles, y me escoraré por el interior. Tengo unas enormes ganas de abandonar este acantilado. ¡Maldita la hora en que tomé la decisión de venir por aquí! Llego a Grandes Dalles antes de las ocho. No ha sido más que una hora caminando desde la playa de le H Mauvent, pero se me ha hecho eterno. Los banderines que veo me hacen pensar en bar, pero será una manifestación de religiosidad de agradecimiento al mar.


Les Grandes Dalles.
Cuando llego, un grupo de hombres, todos marineros, pescadores, preparan el recinto para celebrar una misa marinera. ¡Como si no hubiera suficientes iglesias y capillas en toda Francia!


Además del altar, que adornan con un ancla, han colocado sillas ordenadas y unos bancos que aún están en desorden. Ondean banderines con emblemas. Mientras, en Pamplona, celebran a San Fermín. Uno de los organizadores me dice que remonte hacia Sassetot, donde hay bar y panadería. Remonto, que es el término que usan más los franceses para subir y me encuentro con una bonita casa. En realidad es una gran mansión.
 
Ya me voy alejando del mar, convencido de que no me interesa llegar a Les Petites Dalles bajo el acantilado. Pronto salgo a la carretera. Pronto llego a un bosque y así será el recorrido hasta llegar a Sassetot-le-Mauconduit. No sé si será mal conducido, pero yo creo que voy bien orientado. La mañana está neblinosa pero la vista de la carretera es nítida. Se ve que la niebla proviene de la humedad del mar. Me da la sensación de que en este bosque tiene que haber infinidad de setas.


Sassetot-le-Mauconduit. Drakkar.
En las afueras del pueblo a que voy a llegar, veo una casa que, probablemente, haya sido en tiempos una granja. Aparecen en su exterior muestras de aperos de labranza, todo muy bien dosificado y formando un espacio bello. Quizás la estén explotando ahora como agro-turismo.

 
Sigo adelante y ya estoy más cerca de Sassetot. Una mujer tiende la ropa en su jardín. Me dice que el bar está antes de llegar a la iglesia. “Mi padre, me dice, es de Uclés (Cuenca)”, y me desea buen viaje. Su apellido es Lozano. Llego a una frutería donde, un hombre amanerado, me pregunta qué estoy recorriendo y le cuento a grandes rasgos. El frutero escucha. Saco foto de la iglesia. La visitaré tres horas después. Llego al Tabac Drakkar y pregunto lo de siempre. Dejo el equipaje. Hago cola en la panadería y compro dos croissants, uno de almendra y otro normal (1,60 €). Luego, en el Drakkar, el café con leche me cuesta lo mismo (1,60 €) Mientras desayuno, aparece el frutero por el bar y comenta con el barman sobre mí. El frutero se acerca. Le pregunto: “¿Ya has vendido toda la fruta?”. Va entrando gente, pero yo estoy tranquilo en mi rincón. Entran una pareja con dos niños. La niña ha cogido una casqueta y, hasta que no se le pasa, no se incorpora a desayunar con los suyos. He puesto a cargar el móvil, escribo y para las 11:15, con el móvil ya cargado, llamo a mi hermana Sagrario: “¡Viva San Fermín!”, le digo. He cagado normal y se ha disipado así el temor de la diarrea de ayer. Hoy había mucho que escribir. Pido agua y me llenan el botellín. Dudo si ir o no a comprar fruta pero, finalmente, no voy.

Visita a la iglesia.
Salgo del Tabac y me dirijo a la iglesia. Exteriormente también, pero por dentro me gusta más. Es clara, luminosa, con lámparas que cuelgan de las alturas y un púlpito de madera labrada interesante. El pasillo de la nave central es más amplio que lo habitual. También la adornan con temas marineros, dos barcos cuelgan y flotan en el aire, a falta de mar que los sostenga. También este pueblo ofrece un castillo, pero no lo veo.


 


Tras la visita a la iglesia, voy saliendo del pueblo. En un cruce dudo, pues no sé cuál de las dos opciones me conviene coger. Las dos carreteras van paralelas y, en medio, hay una X disuasoria. Un chico me recomienda una y le hago caso. Voy hablando con un matrimonio que lleva a su niña en una silla mochila ¡Qué buenos recuerdos de cuando mis hijas eran pequeñas! En mi época se empezaban a usar y fuimos pioneros. No van a ninguna playa y tienen intención de pasar un día tranquilo, disfrutando de la naturaleza con su criatura.

He cogido unos granitos de lo que yo creo es veza, pero los enseño y nadie me sabe decir su nombre. El uso que yo conozco de esta gramínea es el de alimentar a pájaros enjaulados. Supongo que también gustará a los libres que la encuentren y servirá, supongo, como complemento alimenticio para el ganado. Llego al cruce que me invita a acercarme a Les Petites Dalles, pero paso de largo y continúo adelante.

Veo de lejos el acantilado, pero la foto no va a informar bien del lugar y me limito a llevar la imagen en la retina. Para seguir la tónica, los indicadores de dirección no señalan los kilómetros a los que están los lugares hacia los que orientan.

Saint Martin-aux-Buneaux.
Para las 12:30 horas ya he llegado ante el Ayuntamiento de San Martín.
 

Quizás sean, junto a la iglesia, los dos edificios que más destacan. Ante el ayuntamiento, ondean tres banderas: la Europea, la Normanda y la de la Costa de Albatros. Sorprendentemente, no aparece la francesa por ninguna parte.







Pronto llego a la iglesia. Es de las que tienen cementerio alrededor, que queda separado de la carretera por un murete. Aquí sí está la bandera tricolor. ¿Será que los muertos responden más a un sentimiento patrio, y los vivos son más separatistas? Preguntas que nadie me va a responder y, menos, los difuntos del cementerio. Saco otra foto de la torre, donde se puede comprobar que el reloj está en hora buena y que ya han pasado unos minutos de la media. Es el tiempo de tres minutos el que he tardado en entrar y salir de San Martín.

De San Martín a 
Veulettes-sur-Mer.
Una carretera sin mucho que destacar, pero que me resulta un recorrido grato y variado hacia el mar, al que retorno, y donde comeré en el Casino de Veulettes. El camino hacia la costa me vuelve a llevar por zona agraria. Paso por otro campo con flores azules. Me parecen sus pétalos más grandes que los vistos hasta ahora en sembradíos de lino, pero el tallo larguirucho me recuerda a esta planta que no hace tanto que la conozco.
 

La flor es grande pero escasea, ya no es el manto azulado que veía días atrás. Después paso por un trigal que ya lleva buen proceso de maduración. Es precioso el movimiento de las espigas al ser bamboleadas por el viento. Pronto llegará a estas espigas el momento de la trilla. Un ciclista con una bicicleta que le permite ir tumbado y pedaleando, me saluda al pasar. Va cuesta abajo y no le detengo. Parece que va cómodo, pero a mí no me da buenas vibraciones.



Me da la sensación de que le falta la altura necesaria para dominar al paisaje y a los otros vehículos de la ruta, una de las virtudes de este medio de locomoción, además de la de llegar a los sitios antes que andando. Pero yo no lo cambio. Prefiero ir a pie y no depender de una máquina. Que si se te sale la cadena, que si se te pincha una rueda, etcétera.
 
Después paso por una pieza sembrada de colza y que ya está granada. Pero, así como la colza, cuando está en flor, lo que más me llama la atención es su peculiar color amarillo, que parece un gran manchón de luminosidad en el paisaje ahora, con los granos madurando en sus pequeñas vainas, no tiene la vistosidad de las espigas de trigo, pero en este caso, está bien adornado por las flores que cohabitan con ella.
 

Las grandes margaritas blancas y las rojas amapolas con su rojo bermellón, ofrecen al caminante un solaz de belleza, que no dejo de plasmar en foto con pueblecillo al fondo. Se nota que ya estoy cerca del mar. Al fondo de la carretera, que ya empieza a descender hacia la costa, se aprecia otra vez el acantilado nuestro de cada día.
 

Es más de lo mismo, pero igual de bello que siempre. Ahora, a mi derecha, es un patatal en flor. Las flores blancas indican que falta mucho para la cosecha, todavía tendrán que enrojecer los tomatitos no comestibles que produce. Recuerdo que, cuando éramos pequeños, preguntábamos por qué razón aquellos tomatitos no se comían. Nadie nos supo dar explicaciones. No se comen y punto. Quizás nadie los probó o, si los probó, comprendió que no eran gratos al paladar. También recuerdo que la planta de patata siempre venía acompañada de escarabajos en negro y amarillo y con crías de color naranja. Este patatal parece sano, quizás los insecticidas actuales sean mejores que aquél Nitrato de Chile, que veíamos anunciar. Llegando a una curva, donde un campo ha sido segado y la hierba seca la han recogida en rodillos, puedo ver el acantilado con su corte completo desde la cima hasta el mar.


Veulettes-sur-Mer.
Bajando hacia la costa, ya estoy entrando en la siguiente ciudad. Una casa con tejado de paja y construcción habitual normanda, es lo que más me destaca y agrada al pasar. No me puedo resistir a fotografiarla. También el patio aledaño, sencillo, está muy bien cuidado. Se podría deducir que sus dueños tienen buen gusto y dinero para mantenerlo impecable. Hace pensar que el interior será de similares característica, pero yo no voy a tener oportunidad de comprobarlo. Me para un coche. El alemán que lo conduce, joven y guapo que me recuerda a Sergio, profesor de la universidad laboral de Tomar (em Portugal) y que estaba de vacaciones en Lavra, cerca de Matosinhos. El joven alemán se sorprende de mi viaje y de que venga desde España andando y con intención de llegar a su país (en realidad llegaré a Alemania en 2015, pues en 2014 caminaré por Córcega). En ingles, le digo: “I come from… I go to…” Me invita a subir, pero le insisto en que mi camino es a pie. Lo veré por la tarde en otro vehículo.

La Taberne du Casino.
En pocos minutos estaré comiendo. Cuando llego al Casino, compruebo que en su restaurante, La Taberne, hay más gente que la que pueden atender. Algo que me supone rechazo, porque me tardarán en servir pero, a la vez, atracción, pues si hay gente es porque se comerá bien. A los camareros se les ve algo aturullados. Pero poco a poco la cosa se va ordenando y encuentran acomodo para mí. Como ensalada con trozos de tocineta caliente que, luego, al ver el segundo plato, pienso que la podría haber evitado. De segundo, como un jarrete que, por la grasa de la corteza me parece de cerdo, aunque los jarretes normalmente suelen ser de cordero. No puedo asegurar de qué animal es. Me lo traen con un chucrut que no me agrada nada. No lo volveré a pedir. Me parece que es berza o algo peor y para colmo, agria. La camarera que me ha correspondido es la mejor del equipo y la más guapa. Con el piché de vino tinto que he bebido, pago con Visa 23,20 €.


La plage y el paseo marítimo.
Después de comer voy a la playa y, como ya va siendo habitual, hacia el sudoeste, que es la zona en que está más despejada de gente, aunque no es que haya mucha en esta playa que vuelve a ser de piedras. Desde el paseo marítimo saco dos fotos. La primera hacia el Oeste, que ofrece un nuevo acantilado que vuelve a ser más de lo mismo, como el de los últimos días.
 

Hacia el Este, se ve el resto de la larga playa y el acantilado que, por la tarde, me llevará hacia Saint Valery. Aunque hay señal de peligro por posible caída de piedras en la “falaise”, dejo atrás a la última familia y avanzo para estar más cómodo. Me desnudo y tomo el sol sobre una roca blanca y relativamente lisa. La prefiero a los pedruscos que conforman el suelo de la playa de guijarros. La roca está algo fría pues parece que aquí ha acabado tarde de bajar la marea. La roca mantiene algunos huecos todavía con agua y me cuesta encontrar el posicionamiento adecuado. Como un lado se me queda frío, debo cambiar de posición a menudo.
 

Hoy no me baño y, después de algo más de una hora, me pongo el bañador, cargo las mochilas y me voy. Ya estoy de nuevo en el paseo marítimo y ahora debo ir hasta el otro extremo paralelo a la playa que, por la tarde, se ha animado un poco más de amantes del sol, pues lo que se dice bañarse, poca gente hay que se bañe.

 
La parte final es como si la playa se desparramara hacia la carretera y aparece un canal que, en realidad, es la salida al mar del río Durdent.

Saco foto del río canalizado y veo que su salida al mar está controlada por una esclusa.
 
Luego, sin moverme casi del sitio, veo el conducto que lo lleva al mar. Un emisario corto que me da poca garantía de que este mar no esté polucionado con al agua de este río que no parece muy limpio. Si en el sitio donde he tomado el sol no me ha apetecido el baño, aquí, mucho menos. Sin embargo, hay gente para todos los gustos y precisamente en el lugar que considero más poluto, es donde se pasean algunas personas por el agua. En lugar discreto, me quito el bañador y me visto. Ya estoy dispuesto para continuar hacia Saint-Valery.


Conteville.
En mi mapa aparece una zona en amarillo que abarca un espacio entre la carretera y la costa. No indica nada, pero luego sabré de qué se trata. Nada más salir de Veulettes, encuentro la señal roja y blanca del GR, supongo que sigue siendo el GR-21, pero en el mapa que llevo no aparece señalada como en el anterior. No me fío y la dejo de lado.

Por carretera anuncian 9 kilómetros a Saint-Valery. Pronto llego a Conteville, cuyo nombre ni aparece en mi mapa. Quizás no tenga núcleo importante de población, pero el campanario de la iglesia, que fotografío, me parece muy interesante. Me parece que está torcido y como lo que he bebido en la comida no ha sido suficiente como para que me sienta ni mareado ni borracho, deduzco que, si no lo está, será un efecto óptico que me quiere jugar una mala pasada. He visto el campanario desde lejos y ahora lo fotografío estando más próximo a él. Van a dar las cinco cuando ya estoy dejando atrás Conteville y ahora se va a aclarar en qué consiste el manchón amarillo de mi mapa.



Complejo Electronuclear Paluel.
Veo ya de lejos un bosque cercado. Tras los árboles emerge una altísima antena. Estoy llegando a la Central Nuclear de Paluel. Al igual que las vallas que rodean las instalaciones militares y aeroportuarias, aquí también la valla riza el rizo. Se protegen así de un evitable atentado, pero a mí me amedrentaría lo mismo algo más sencillo y quizás, después de los años de Lemoiz y Garoña, el sólo nombre de Nuclear ya me desanima a seguir.
 

Cuando pasé junto a la de Lemoiz, pensé: mientras no la destruyan, algún día la volverán a poner en marcha. La de aquí también está en marcha y, sin tener yo noticia en contra, parece que funciona sin problemas. Con todo, voy a tratar de pasar lo más rápido que pueda y evitar las radiaciones contaminantes.




Este complejo, no es tan largo como el que pasé poco antes de llegar al Cap de la Hague, en el Norte de Manche. Pero antes de llegar a Saint-Valery, ya encuentro la primera víctima, y estoy seguro que no ha fallecido de muerte natural. El erizo que veo aplastado junto a la línea blanca viaria, ha muerto sólo de pensarlo. Todavía tiene las púas enhiestas. Me cruza en moto y me saluda el alemán de esta mañana. Ahora ya me conoce y no se para. Es así como voy acercándome a Saint-Valery.

Saint-Valery-en-Caux.
Siento atracción por las vainas de habas que veo y me dan ganas de cogerlas. Quizás me las podría preparar en Eu, en el albergue, todavía están sin granar, pero sería una exquisitez poder comer un plato de habas con calzón. Suspiro por un Tabac para tomar pression-citron y pregunto a unas jóvenes por el puerto. Debo pronunciar tan mal la dificilísima palabra: port, que ninguna me entiende.
 

Hasta que no les digo “bateau”, no me orientan bien. Paso un puente próximo al puerto, donde los patos están tranquilos a los pies de los peatones. Parece que éstos no saben que los franceses hacen con sus hígados un delicioso “paté de canard”. En el puerto los barcos de recreo están bien alineados en sus pantalanes y los patos, desde su atalaya los observan vigilan. No cobran por ese trabajo. Además de los patos, también hay ocas y gansos pacíficos.
 

Parece que todos estén acostumbrados a que los viandantes les echen de comer. El puente de los patos, también está muy florido. De todas las villas “jumelées” que veo, ninguna está hermanada con ningún pueblo o ciudad españoles. Paso junto a un coche con matrícula CW 976 JD. Si antes un CW-BY me llevó a pensar en un Caw-boy, un vaquero, y otro CW-MN en un vaquero más adulto Caw-man, ahora con éste me viene “jodé con la vaca”. Cualquier momento y acontecimiento sirve para entretener al caminante.


 
Junto al puerto está el Ayuntamiento y también lo fotografío para el recuerdo. Es un edificio bastante atípico. Avanzo, pero debo pasar otro puente, pues el ambiente jaranero está en el lado del Oeste. En un tablado cubierto un grupo de músicos toca bajo la carpa. No atraen a mucho público, pero ellos no dejan por ello de tocar. Por algo les habrán contratado.
 
Tocan música variada para todos los gustos y edades. También hay tenderetes. El Tabac-PMU está cerrado y entro en el de al lado. Pido cerveza con sirope de limón, pago 2,50 € y escribo. Como el sirope me ha hecho poca gracia, la segunda me la sirven con una rodaja de limón. Otros 2,50 €. Así que me he bebido cinco euros de pression. Cojo agua para lo que me queda del día, la noche y el arranque de mañana, puesto que no tengo ni idea del lugar donde voy a acabar pernoctando. Dejo de escribir a las siete de la tarde.
 

Me pongo a buscar algo de comida para esta noche, pero ya están cerrando casi todos los establecimientos. En un lugar venden fruta. Ofrecen cerezas. Como siempre caras. Si hubieran tenido alguna banana hubiera comprado, pero no hay. Comer plátanos aquí es como pedir peras a un olmo. Me doy la última vuelta por el pueblo y me asomo en el puerto a ver cómo va la marea.

 

Ya estoy habituado a ver puertos sin agua. Algunos, como este, los mantienen con los barcos flotando gracias a las esclusas, pero cuando te acercas a la bocana, te das cuenta que esos barcos no podrán navegar salvo que los transporten por el aire. La marea está bajísima. Saco dos fotos que ilustran lo que digo. Salgo del puerto por el paseo marítimo, alguien dormita sobre el pretil. ¡Qué peligro! ¡Cuánta inconsciencia!

 

Otra instantánea hacia el acantilado del Nordeste, que tiene similar aspecto que los que ya he visto en este recorrido por las “falaises” de Seine-Maritime.
 





Al final del paseo marítimo se encuentra el Casino. Poca gente en la playa que, para no variar, sigue siendo de cantos rodados. Por carretera ascendente voy saliendo de Saint-Valery y voy en dirección de Veules-les-Roses. ¿Será poblado de apáticos o será que las rosas no les entusiasman? Quizás lo sepa mañana.



Iglesia del siglo XVI y cementerio.
Cuando llego arriba veo anuncio de una iglesia del s. XVI y también anuncian cementerio, pero no indican distancia y no me arriesgo.




Me limito a ver la iglesia de Saint Valery que es de factura más reciente, aunque su conjunto me gusta.








Todavía debo ascender algo más y llego al enlace de la carretera que traigo, con la otra que iba por detrás del pueblo. Cuando camino por esta carretera sin nada da vida a sus lados, ya me voy haciendo a la idea de que hoy va a ser otro día más sin cena. Vuelve a pasar de regreso, en su moto, el joven alemán de la mañana. Último saludo.
Debía haber cenado algo en Saint Valery, pero me ha parecido demasiado temprano. Me alimentaré del viento de los molinos y a lo mejor generan en mí energía no eléctrica.

 
Veo seis a lo lejos, perfectamente alineados y en funcionamiento, algo que no suele ser tan habitual. Paso cerca de ellos y continúo por la carretera. Tres están en espacio sembrado de trigo, dos en tierra de nada y uno entre un patatal. Hacer estas observaciones es otro juego que me ofrece el camino.
 
Mi sombra del atardecer se va alargando. Me acuerdo de la pizzería que encontré en Octeville, cuando también creía que me iba a quedar sin cenar. A lo mejor en Veules-les-Roses… Pero estoy ya cansado y no tengo mucha gana de seguir adelante. Es por lo que empiezo a observar los lugares por los que voy pasando. Poca cosa es lo que se me ofrece. Veo una casa que no parece habitable, sino como si fuera para albergar ganado.

Atardecer junto a las tomateras.
La langa que cierra el paso se puede abrir fácilmente, pero veo que lleva un mecanismo que podría ser una alarma y no me atrevo a entrar. Al finalizar la finca veo que, entre el trigal y las ortigas, hay un paso y me arriesgo. Consigo pasar sin que me piquen las ortigas y me produzcan urticaria y me posiciono en la zona trasera del edificio, donde todavía el sol continúa calentando. Veo posibilidades de dormir en esta parte trasera, pero estoy demasiado a la vista de la siguiente casa. Aunque está a distancia, me cohíbe. Hay una tapia baja que delimita algunos espacios semiderruidos. En uno de estos espacios hay una tejavana que, bajo la cual, en caso de lluvia, podría guarecerme. Tendría que poner mucho cuidado para no estropear las plantas tomateras que cobija. Están hermosas y muy bien cuidadas. No sería correcto que quien involuntariamente me ofrece cobijo sufra las consecuencias desagradables de un desaprensivo.

La verdad es que el suelo está bastante sucio, pero pondré encima la esterilla y será ésta la que se manche. Comparando con la cama de piedras de ayer noche, éste es de cemento, pero liso. Como una barrita energética, un dátil y pipas de calabaza. Me doy masaje de aloe-vera en los pies. La uña derecha permanece estable y morada. Ahora se me empieza a poner rosada la del dedo central del pie izquierdo. Cometo el error de separarme poco de la tejavana y de madrugada sufriré las consecuencias. Aunque el sol todavía no se ha acostado, entre las 9:15 y las 9:30 horas ya estoy tumbado en mi cama. Después de haber dormido ayer bien, me noto cansado y cuando venía por la carretera ya me notaba algo sonámbulo. Menos mal que una vez abandonada la D-79, por la que he venido apenas había circulación. Como he bebido dos cervezas, esta noche me va a tocar levantarme dos veces a orinar. Lo hago sin calzarme. El frío es menor que el de ayer, pero me debo calentar el culo dándome palmaditas en las nalgas con la mano derecha caliente. En una de las levantadas, veo la Osa Mayor hacia el mar. Tranquilidad. De madrugada empiezo a notar que caen gotas y temo lluvia. No pienso moverme si no van a más. Miro al cielo y continúa estrellado, con su Osa visible. Si no es lluvia, ¿qué podrá ser lo que gotea? Me doy cuenta que con el relente de la noche la tejavana de la tomatera se ha impregnado de humedad y esto es lo que produce el goteo, las gotas gordas que caen sobre mi saco. Me separo lo que puedo, pero no tengo el margen necesario para librarme de ellas totalmente. No descanso bien y a las 5:45 veo que no tiene sentido seguir tumbado pues la mañana ya está clareando.

Balance de la jornada 24.
Veulettes y Saint-Valery me han gustado, pero es una lástima que tengan playas de guijarros. En el casino he comido suficiente y me he podido permitir cenar con alimento de subsistencia. Después de dos días al raso y en no buenas condiciones de cama, confío en que mañana funcione alguna de las opciones que Dieppe me ofrece en el catálogo de albergues que me ofrece. Lo más ingrato del día ha sido el paseo mañanero bajo el acantilado, hasta que he llegado a les Grandes Dalles. Bonito el leve encuentro con el joven alemán que me ha invitado a subir a su coche y que he visto en moto por la tarde.













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