miércoles, 24 de mayo de 2017

Etapa 26 (383) Dieppe-Eu


Etapa 26 (383) 09 de julio de 2013, martes.
Dieppe-Puys-Bracquemont-Belleville sur Mer-Berneval le Grand-Saint Martin en Campagne-Penly-Biville sur Mer-Tocqueville-Griel sur Mer-Mesnil Val-Flocques-Etalondes-Eu.



Es mi jornada 92 por la costa francesa atlántica.

Amanecer y desayuno en EGG Hotel.
Me despierto pensando en que Dieppe me pareció ayer una hermosa ciudad. Combina calles estrechas con amplias avenidas. También el puerto es hermoso. Luego la visitaré con más calma, aunque si quiero llegar a Eu, y me conviene hacerlo puesto que hay albergue juvenil, no podré demorarme mucho.
 

En Eu termina Normandía. El río Bresle, que desemboca en Le Tréport, hace frontera con La Somme. Me levanto a las 7:30 y me pongo a escribir. Saco una foto de la habitación y su mesa luminosa. Lástima que sea con luz artificial, pero la mesa es inamovible y no la puedo trasladar a la ventana. Tras una hora de escritura, no consigo de narrar la jornada de ayer y, sin terminar, bajo a desayunar. Bebo zumo de manzana. Como dos trozos de pan embadurnados de mantequilla y mermelada, dos cafés con leche, un croissant, macedonia y yogur. En la tele hay debate político. Parece el regreso de Sarkozy. Subo a la habitación y recojo casi seco el calzoncillo y la camiseta. El jersey, que aún está muy húmedo lo coloco entre la mochila y la funda. ¡A ver si se seca por el camino! Son las 9:30 cuando salgo de la habitación, y digo a la nueva recepcionista que la abandono. Me pregunta el número de la habitación, “es la 202”, le digo y la tacha de su lista. 

Me voy y cuando estoy ya en la calle, una chica viene tras de mí corriendo y me pregunta si he devuelto la llave. Le digo que sí y queda aclarada la duda.

Paseo por la ciudad de Dieppe 
y el puerto.
Voy situándome en el mapa de la ciudad, y aclarando los números de referencia. Me dirijo hacia el Ayuntamiento.



Se trata de un edificio moderno y funcional. Me olvido de la gran catedral que ayer vi, al llegar, de muy lejos. Paso por una gran plaza, y luego por un gran parque que me recuerda a la plaza de Gipuzkoa en Donostia, pero mucho más grande y sin cisnes. Sólo veo patos y la cascada es mayor que la donostiarra.
 

Así llego de nuevo al puerto, donde ayer estuve en la Oficina de Turismo.








Hoy no tengo la premura de llegar, ni la necesidad, así que paseo por el puerto.

 
Pronto veo un puente de hierro que me da la referencia de hacia dónde debo ir si quiero pasar al otro lado para salir hacia Eu. Debo de ir, por tanto, hacia la bocana de salida del puerto hacia el mar. Voy haciendo el recorrido para poder pasar por dicho puente. He sacado dos fotos del puerto.

 

Antes de llegar al puente, encuentro que, financiado con dinero de Europa, están construyendo un puerto en dique seco. Así no se les mojarán los barcos, digo para mí, y me río la gracia yo solito.

 



Enseguida llego al puente, veo de más cerca la bocana y luego la Capitanía del puerto de Dieppe, con su panóptico de control de salidas y entradas de las embarcaciones.




Pasado el puente, pregunto a un hombre si la carretera continúa por la costa y, en ese preciso momento, veo la señal del GR que me va a llevar hacia la chapelle de Notre Dame de Bonsecours.

 

Saliendo de Dieppe.
Me asomo al acantilado, que me permite ver la ciudad, el puerto y la bocana desde una mayor altura y mejor perspectiva, aunque todavía aquí el acantilado no sea muy alto.



Tras sacar esas tres fotos, me dirijo hacia el Calvario.






 
Una alta cruz que parece de madera, aunque bien pudiera ser de hierro oxidado, está sujeta por unos tirantes que nadie ha tratado de que pasen desapercibidos. Ha primado su función de soporte a la estética. No me parece mal. Sobre todo si, como me puedo suponer, aquí azota el viento del Canal de la Mancha. Esta cruz marrón, contrasta con la figura de Cristo y las dos de a pie, que son de un blanco refulgente.










Dieppe: 
Notre Dame de Bonsecours.
Enseguida llego a la iglesia que ya he visto anunciada antes de llegar al Calvario. Son las diez y media, saco una foto con su esbelto campanario y como está abierta, entro.
 





Va a ser una visita de médico, ya que me limito a sacar una foto de la nave central y no me entretengo en buscar santos conocidos o por conocer. Quizás sea por la posición del sol y su orientación, pero el altar mayor me parece muy luminoso. Sin embargo, las vidrieras de la nave central están muy apagadas.

 


Es de grandes dimensiones como para que la llamen capilla y su tamaño se va a apreciar mejor cuando a la salida saque la foto desde la fachada lateral. Abandono esta iglesia y continúo el camino. Yo pensaba que me iba a llevar por el acantilado y lo cierto es que lo voy viendo, pero entre el camino y las rocas que afloran del mar, va una carretera que temo no me va a llevar nunca al otro lado.





Superaré la carretera por un puente que pasa por encima de ella y continuaré por el otro lado. A partir de ahora sigo combinando camino con carretera de poca circulación. Pero acaban llevándome a otra con más tráfico de vehículos.






Puys y Bracquemont.
Sigo adelante y, en poco rato, ya estoy en Puys, un pueblecito sin nada que destacar.






Como no veo nada de interés, me entretengo fotografiando a la salida un pequeño arriate de amapolas. Al sol, su bermellón me fascina. Casi sin darme cuenta ya estoy en Bracquemont del que obtengo una panorámica con iglesia y trato de evitar la entrada.
 

No sé si las amapolas estaban en terreno de Puys o son de este otro lugar. El nombre de este pueblo me parece algo medieval y me viene a la mente el del Conde de Bragamonte, que no sé si es real o ficción. Tratando de dejar de lado al pueblo y llego a un estanque, donde han hecho un islote artificial y lo han decorado con motivos, para mi gusto, demasiado infantiles.
 

Menos mal que la planta con campanillas azuladas dan color a la foto. En un coche parado en la carretera, una mujer cuenta sus penas y miserias a otra. No entiendo lo que dice, pero puedo observar sus gestos y la imagen corporal que ofrece. Paso por donde están ellas y le pregunto cuál es el problema. “Mi madre, que está en el hospital”, me dice la compungida. Nos deseamos coraje mutuamente, ella para seguir mi viaje y yo para afrontar la enfermedad de su madre.
 


Paso cerca de un guindo que tiene profusión de frutos rojos. Es pequeñito, pero está a rebosar.






Belleville-sur-Mer.
No a mucha distancia del anterior, se asoma Belleville, donde no encuentro mucha belleza como para justificar su nombre. 


Antes de entrar, saco una panorámica. Cuando entro, lo único que me gusta es una casa que fotografío. Es como las típicas normandas, pero distinta y no tiene tejado de paja. Pero aún me falta por ver lo más sorpresivo.






Se trata de la “mairie”, un ayuntamiento con dos edificios unidos por un acristalado que parece que hiciera de visagra entre los dos. Es moderno y, quiero suponer, funcional, pero tampoco es ninguna belleza.


Berneval-le-Grand. 
Iglesia y Baptiste.
Encuentro por el camino más amapolas. Veo un mar de lino que, con un azul similar al del mar, parece una lengua de océano que entra en la tierra y lo detiene el trigal dorado. Así llego a Berneval.

 
Allí destaca en su iglesia el pincho del campanario. Está abierta y entro. Es una iglesia irregular.
















La nave central es normal, pero sólo tiene nave lateral en el lado derecho, según se mira hacia el altar. El barco, único signo marinero, está en el lado de Santa Teresita del niño Jesús.
 

En el altar mayor, una pintura de un santo montado en caballo blanco, me hace pensar en Santiago apóstol, pero no puedo asegurar que lo sea. Para que sea Santiago matamoros, me parece demasiado moderno, demasiado medieval. ¿Acaso será San Pablo?








Nadie para poder preguntar. Me he acercado para verlo de cerca y luego fotografío el balconcillo del fondo trasero, que contiene un sencillo órgano.
 
Salgo al exterior y me encuentro con la escalera de acceso al campanario. Subo hasta el primer descansillo, pero luego no puedo continuar. Debido quizás a que no he prestado mucha atención al Baptisterio, saliendo de Berneval me encuentro con Baptiste, un argelino de Orán que funciona a pilas. Este mismo año le hicieron una operación de corazón y me enseña una cicatriz morena en medio del pecho, ni la oculta ni cumple la prohibición médica de que no le dé el sol. Le hablo de mi viaje por el Sur de Argelia, pero él no lo conoce. Vino de Orán, en el Norte africano, al continente francés, siendo muy pequeño. Me informa de cómo debo salir del pueblo para ir en dirección a Penly y me invita a tomar un aperitivo. Agradezco y me excuso diciendo que quiero comer en Penly y llegar temprano a Eu. En mi mapa no lo veo muy bien, pero me parece que el camino me va llevando hacia Saint-Martin-en-Campagne y, cuando estoy llegando a una capilla de San Martín, una pareja de ciclistas ingleses me pregunta por dónde se va a Tourville la Chapelle, aunque ellos me dicen sólo Chapelle. 
 
Una vez que ya ven la dirección, se meten hacia allí. Entro en la capilla y retrocedo hacia la dirección Penly. Ellos van hacia Eu. A lo mejor me los encuentro esta tarde en el albergue juvenil.

Penly.
Llego a unas torres eléctricas que transportan la energía producida en la central. No sé si, al igual que la de Paluel, ésta también es nuclear.
 

No lo sabré hasta que me lo confirman en el bar. Tampoco sé si estoy en Saint-Martín-en-Campagne o ya en terreno de Penly, pero cuando pago la comida con Visa, veo que en el recibo pone que el lugar donde he comido es de Penly. Cuando paso por las torretas eléctricas, compruebo que la protección exterior es menor que en las otras por las que he ido pasando. Una vez que salgo de esta zona acotada, veo un indicador de distancia que me informa que Panly está a 1,5 kilómetros. Estoy entrando en el pueblo y lo hago junto a un pequeño crucificado. Un cartel me anuncia una iglesia del siglo XI. 
 
Por la hora que es, veo la iglesia al pasar, que me parece demasiado moderna para ser del siglo que dicen, pero ahora debo dar prioridad a la comida. En la carretera informan a los conductores que circulen con cuidado porque puede haber ciclistas. Continúo por la rue Navarre y, sin abandonarla y dejando la iglesia atrás, llego al restaurante. Me hace gracia comer en Navarra, aunque tengo dudas de si el restaurante está ya en esa calle o ya he pasado a otra. En cualquier caso, cerca de Navarra.

Le Renouveau.
En la terraza, junto a la carretera, dos grupos comen bajo una. Hay bar y comedor. En el bar espera una pareja a que les sirvan. Ya han hecho la comanda. Son belgas y les maravilla que yo venga andando desde el País Vasco hasta su país. Aunque no tanto, puesto que ellos también son buenos caminantes y lleva tanta mochila ella como él. Son matrimonio, de edad similar, y se han jubilado muy jóvenes. Con poco más de cincuenta años. Se lo permite el Ejército, pues ambos han sido militares. Me pregunto: ¿Un militar deja de serlo cuando se jubila? Ella maneja algo de castellano y así la comunicación puede ser más fluida. Ella dice que hacen unos 25 km al día. Yo le digo que entre Eu, de donde vienen, y Dieppe, a donde van, hay más. Ellos suelen ir a pernoctar en los campings. Llevan gran parafernalia de mapas. Se ve que el ejército ha conformado unos cuerpos fuertes y están bien preparados para llevar peso y para caminar más de lo que dicen. Se conocieron siendo los dos ya militares, aunque trabajaban en lugares diferentes. Han tenido la oportunidad de jubilarse jóvenes y se ve que lo disfrutan. Tienen por objetivo llegar a Étretat y les enseño las postales que compré con su precioso acantilado. Aunque no son franceses, no pierdo la ocasión para criticar tanto “dangereuse” e “interdit”, en el país de la “liberté”. Ya les han traído lo que han pedido y a mí también, así que dejamos de darle a la “sin hueso”. Ahora la lengua debe centrarse en apreciar sabores con sus papilas. Como una ensalada muy bien aliñada y filete poco hecho con patatas fritas. Y medio litro de tinto por 2 € que será el vino más barato que voy a beber en todo el viaje, y no por eso el peor. Con los 12 del menú, pago 14 € con Visa. Incluía el postre y he comido un hojaldre de manzana muy rico. El cocinero me dice que la playa de Criel, la siguiente que encontraré, es de piedras. También son así las restantes hasta que finalice Seine-Maritime. Esta información me viene bien para no pasar penas por no poder ir a la playa y bañarme y me evita la búsqueda de nudismo. El militar me quiere regalar los mapas de lo que me queda hasta Bélgica, pero son inmensos, los rechazo, agradezco, y doy la explicación de por qué no los quiero. Mucho volumen, que los hace inmanejables, y mucho peso para llevar. Voy al WC, también cojo agua, escribo y, para las 14:45 ya estoy de nuevo en marcha. La militar, haciendo patria, me dice que las cervezas belgas son mejor que las francesas y me recomienda una marca que no retengo. Empiezo a caminar y ellos se van en dirección contraria.


Biville-sur-Mer.
Arranco por carretera. No tenía intención de volver a la iglesia que he dejado atrás, pero aunque lo hubiese pensado, me he olvidado de ella. El exterior tenía buen aspecto y hubiera sido interesante comprobar si efectivamente era del s. XI, o el indicador se refería a otra que no he visto.



Paso por una casa baja de factura normanda, que me gusta y fotografío. Se ve que han rehabilitado su fachada y tejado, pero han dejado el trozo final con la pátina del tiempo y para que se viera cómo era su construcción en origen. Una casa me ofrece un arbusto rosáceo muy tupido, con rosas blancas.




Luego una casa, con un tejado muy irregular, ofrece en su fachada cuadro-triangular un listado en piedra ocre, y algo que podríamos llamar ajedrezado, con piedra blanca y gris. Tiene su encanto. Más porque no tiene una función constructiva y es más decorativo que útil. Cuando llego a Biville quiero comentar el homónimo de Le Manche, cuando pasé y dormí al amparo de la iglesia, en un colegio habilitado como albergue y donde estuve yo solo. Pierdo la oportunidad cuando pregunto la dirección a Tocqueville. Pero después hablo con un hombre que desconoce la existencia del otro Biville, aquel no llevaba el sur-Mer, como éste, pero tenía el mar a parecida distancia y una preciosas dunas. Le digo que está al sur del Cap de la Hague. El hombre asiente a todo lo que le digo, pero me da la sensación de que no entiende, ni se entera, de nada.

De Biville a Tocqueville.
Sigo la carretera y me parece dudoso el camino hacia Tocqueville. Y, efectivamente, esa carreterita me lleva a una alquería, donde finaliza. Paralela a la que llevo, veo la carretera principal, por la que no quiero ir, y un camino que enfila hacia ella. Veo muchos molinos de viento y más de la mitad parados. Así, sin funcionar, poca energía eólica van a captar.
 


El camino me lleva por un sembrado de lino que no tiene flores azules y sí una bolitas. Mi desconocimiento de esta planta me lleva a plantearme dos cuestiones: ¿las bolitas son el capullo de la flor y este lino todavía debe florecer? O, ¿Las bolitas son el fruto? No lo aclaré en el momento y ahora no tengo a nadie para preguntar.



Lo más curioso es que si el trigo suele ir acompañado de amapolas, a este lino le hacen compañía unas bonitas flores amarillas. En la foto que ofrezco se aprecian bien, así como las bolitas del lino que he mencionado. El lino hace olas curiosas al ser mecido por el viento en el frontal del camino. Llego a un cobertizo muy sólido y con un tejado en voladizo que permite que lo que se deposite allí estará bien aireado.
 
Hay pallets apilados y yo creo que será un lugar preparado para apilar los rodillos o cuadrados de hierba seca que sirve para alimento del ganado en invierno, cuando no hay hierba fresca. Luego, una manguera larguísima, que todavía tiene mucha parte sin desenrollar, da muestra de que al patatal que irriga no le va a faltar el agua necesaria para obtener patatas hermosas. Las plantas ya están con su flor blanca, pero algunas la tienen más lilácea. ¿Serán distintas clases de patata o el distinto nivel de maduración? 

 
Me voy perdiendo y encontrando. Por fin el camino me saca a carretera estrecha. Cuando estoy a punto de llegar a Tocqueville, me cruzo con un ciclista que me saluda. Dos compañeros vienen detrás.






Tocqueville-sur-Mer.
Entrando al pueblo, las primeras que me reciben son las aves de un corral. Hay más gallos que gallinas. Pronto, paso por cerca de la iglesia, pero está cerrada y no hago ni mención de entrar.





Una tapia impide que se vea el cementerio, pero puedo asegurar que lo tiene alrededor. Una granja tiene una gran charca de agua bien delimitada.


El acceso, no sé si será por aquí por donde entre el ganado a beber, ofrece unos curiosos barrotes, que se pueden quitar, de un color muy llamativo lila. Dentro de la charca crecen juncos.







 Paso cerca de una casa en construcción. Ya está hecho el entramado de ladrillos que van a ser su soporte y ahora están con la estructura de madera de lo que será el tejado. No parece que difiera mucho este sistema constructivo del sistema tradicional de construcción normanda. Quizá la mayor diferencia esté en que ahora todas las casas nuevas llevan tejas y antes eran de paja.
 

Un hombre viene con un capazo lleno de hierbas. Son para que coman sus 21 conejos. No sé si son hierbas de la misma clase que las que recogía el que vi hace unos días. Saliendo del pueblo, la carretera está en obras. Hablo con los obreros. Uno de ellos, me insiste para que abandone la carretera y me vaya por el camino del acantilado. Me dice por dónde lo debo coger y que, por allí, llegaré de mejor manera a Criel y, además, el camino es mucho más bonito. Agradezco y sigo adelante.

De nuevo por el GR. Un alemán en la encrucijada.
Dudo si hacerle caso o no, pues estoy bastante escarmentado, pero su insistencia me hace pensar en que lo conoce y que debe tener razones para recomendármelo. Cuando ya me estoy marchando, les saco una foto. Poco después me pasarán en la Nissan, a la vez que me indican el camino que debo coger. Ya no tengo escapatoria y les obedezco. El camino, sale a unos cien metros de donde me han pasado. Voy confiado. Para él el camino está clarísimo, pero será porque lo conoce. Yo empiezo enseguida a tener dudas de por dónde seguir. En un momento determinado el camino se escora hacia la izquierda y no quiero ir para atrás, como el cangrejo. Veo por dónde va otro camino, que me parece mejor orientado hacia donde quiero ir, pero para llegar a él supero una valla por encima. La paso con facilidad, puesto que son unas barras horizontales. Cuando llego al camino, un cercado no me deja pasar. Estoy atrapado entre alambre de espino. Cuando estoy viendo la manera de salir y al final de la recta veo un resquicio por debajo del alambre, me resulta imposible pasar. Sigo adelante hacia una langa, pero tiene un sistema de apertura conocido, pero como está candado, imposible de abrir. Sigo atrapado en el momento en que llega un alemán. Le pido colaboración y, con su ayuda, paso a su camino. La operación ha sido fácil. Él es un hombrachón. Me ha cogido y pasado al otro lado mis dos mochilas y, sin ellas, paso bien bajo el alambre de espino. Con sus manazas, el alemán ha cogido los alambres y ha tirado hacia arriba. Así el hueco es mayor y ha permitido que yo pasara bien por debajo.
 
Ahora estoy en el buen camino, puesto que él viene de Criel y acaba de ascender el acantilado. Criel es el pueblo siguiente hacia donde voy. Le agradezco y, para que quede constancia del acontecimiento, le saco una foto de espaldas, cuando ya se dirige hacia Tocqueville. Él también ha podido llegar hasta allí, pero se encuentra tan perdido como yo. Llego al borde del acantilado. Veo muy bien mi camino, pero me doy cuenta dónde está el punto de enlace con el que continúa por la costa, que está muy camuflado y no muy bien señalado. Retrocedo para llamar al alemán: “Señor alemán”, le digo, y decirle que lo he descubierto y para enseñárselo. Mi ayuda por la suya. El alemán aparece por la curva. Es fácil que, al pedirle ayuda, no ha visto la señal. Siento algo de culpabilidad y he reaccionado así, creo que bien. Le acompaño y enseño donde está la señal roja y blanca que él ha perdido. Ha sido un encuentro corto y práctico. Útil para ambos.
 

Ha sido uno de los acontecimientos más bonitos del día. Unos caminantes que se ayudan entre sí, al margen de idiomas y nacionalidades, con el idioma común de quien ama caminar. Me acuerdo de Machado.

Criel-sur-Mer.
En cuanto el alemán se va, ya veo Criel a lo lejos. El camino me va bajando hacia allí. El suelo del camino es el típico de una duna consolidada, muy arenoso. Pero, desde arriba, ya veo que debo bajar al valle antes de llegar a la ciudad y el charco de agua que ofrece me hace pensar en marisma, así que debo ajustarme bien al camino para no perecer empantanado.
 
El sendero me va llevando hacia la costa. Encuentro un coche con una de sus puertas abiertas y tumbada en la hierba, una joven en bikini toma el sol. Su perro está avizor, atento para defenderla del enemigo. Ladra y ella le llama, pero su perro insiste, pues debe cumplir su función ahuyentadora. La senda me acerca a una torreta que es avistadero de batracios. Es como una pirámide truncada de base cuadrada, construida con troncos bien enlazados y con una recia escalera de acceso. No subo pues, sin prismáticos, pocos batracios voy a poder ver. Y, además, ya me basta con el sapito corredor de Oxinbiribil, en Irun, al que no he logrado ver nunca y que propició que no se construyera un canal de aguas bravas, casi adjudicado y financiado, que hubiera venido muy bien a los deportistas de piraguas de Santiagotarrak, sociedad que tanto trabaja para atraer con estos deportes acuáticos a los jóvenes, y menos jóvenes, de mi ciudad.
 

Me topo con un camping, al que habría llegado siguiendo la carretera por la que venía cuando los obreros me han hecho cambiar de idea. A pesar de las dificultades, ha merecido la pena y la experiencia con el alemán es impagable. Cuando llego a la playa, ésta es de piedras sueltas y rocas en la zona que con marea alta cubre el mar.
 
Ahora, con la marea baja, afloran. No invita a baño y no me coge de sorpresa, pues ya me lo había advertido el cocinero de Le Renouveau. Para que el mar no penetre en el valle marismeño, han tenido que elevar el terreno con grandes pedruscos que hacen de dique. Saco foto hacia los dos lados, siendo el que está al Nordeste el más interesante. Un gran corte al mar y en la ladera está muy construido. Se ve que Criel, huyendo de la marisma, ha crecido por allí, para no alejarse mucho de la costa.

Mesnil-Val, Floques y Etalondes.
Por la situación geográfica de Eu, debo dejar la costa y dirigirme hacia el interior. Siempre me enseñaron en Geometría que, en un triángulo, la hipotenusa es más corta que la suma de los catetos y, de haber ido a Le Tréport por la costa, habría recorrido los dos catetos, y se me habría hecho demasiado tarde. La hipotenusa me llevará por Floques y Etalondes a Eu.


Recorro toda la playa por el paseo marítimo poco agraciado que, en realidad, no es más que una carretera. Todavía hacia Mesnil-Val, no voy a ir muy alejado de la costa. Luego me iré acercando a Eu por pequeñas carreteras. En Mesnil-Val, veo un hermoso trigal con espigas doradas, casi blanquecinas, a punto para ser recogido su grano y empaquetar la paja.
 
Sigue siendo precioso el movimiento de las espigas a que le obliga el ligero viento reinante. El pueblo viene a continuación, lo paso sin más y me escoro hacia la derecha. Al llegar a Floques, fotografío la iglesia, que sigue siendo de las de cementerio aledaño. No hago mención de entrar, pues me gustaría llegar a Eu antes de que cierren la Oficina de Turismo. Entre Floques y Etalondes, me gusta una de las casas y también la fotografío.



El tejado no es de paja, pero su estructura y la pátina del tiempo, le dan un cierto parecido. También el entorno, sin recargamiento está limpio y muy bien cuidado. La carretera es estrecha, pero casi tiene la misma circulación que una autorruta. Para antes de las siete menos cuarto ya he llegado a Etalondes, donde vuelvo a destacar su iglesia.
 
Faltando cuatro kilómetros para llegar a Eu, la carretera está cortada. Están haciendo una renovación de gran envergadura. Unos árabes trabajan en ella y no me saben decir por dónde seguir, pues no saben ni dónde está Eu. A mí, el indicador me lía al poner Eu-Le Tréport. Quiero ir a Eu, pero no a Le Tréport. Uno de los árabes me dice: Fernando Alonso, para que me entere de que me ha reconocido como español. No sé si con ello muestra su deseo de volver a su país africano, en un coche de carreras, pasando por España. De momento se muestra contento de tener en Europa ese trabajo de mierda que le ha ofrecido la vida para poder sobrevivir. ¡Está bien que no le falten los sueños!, Aunque el sueño sea de poseer algo material y prescindible. Si se podría soñar con conseguir al menos lo básico… Ante tanta duda, decido seguir a pie por la carretera cortada y en reparación. Me da más seguridad que la que me ofrece la que me llevaría a los dos pueblos. ¿A cuál?
 

Ahora voy más tranquilo, por carretera sin asfaltar y sin coches y, cuando finalizan las obras y entro en otra asfaltada, veo el indicador Eu y las cuatro flores indicadoras de calidad de una ciudad muy floral, premiada con ellas por su embellecimiento. Busco, pero no consigo encontrar los recortes de mi selección de albergues, pues para localizarlos, al preguntar a la gente, prefiero enseñarles la foto y las señas. Creo que ha sido lo mejor que me podía haber pasado, pues si hubiera visto que el albergue está en Eu-Le Tréport, me habría llenado de dudas. Aunque una está en interior y la otra en costa, es fácil que tengan un solo gobierno municipal. Tengo la suerte de que el albergue está aquí y no en la costa. Sin saberlo he tomado la mejor decisión. Pero con estas dudas pienso en que si debo volver a la costa, lo haría en bus o en taxi. Pregunto a una mujer que sale en coche de su casa y se apea para cerrar la cancela. “Pregúntale a mi marido”, me dice. Voy donde el conductor, baja el cristal de su ventanilla, le pregunto y me dice que el albergue está en el centro y que siga el indicador Centre-ville. Gracias. ¡Uf, qué descanso! Sabiendo que estoy cerca del albergue, relajo mi tensión, creada por las dudas.

Albergue Juvenil. 
Centre des Fontaines.
Ya he encontrado el papel que no aparecía. Pierdo el indicador del centro de la ciudad, pero ahora veo el de Centre des Fontaines, que es nombre del A.J. Una mujer me dice que siga por el interior, por el lugar que ella me indica. Pero se lo piensa mejor y me dice que voy a ir mejor orientado siguiendo hacia abajo, como ya me había dicho el conductor de coche: “Cuando veas una gran fuente…” Siguiendo hacia abajo recupero el Centre-ville, que me lleva ante una gran catedral y un chico me dice que descienda por el muro y coja la primera a la izquierda. Llego al lugar. Oigo un ruido como de fuente, pero es un lavadero, que ya veré mañana. Entro, y el recepcionista me dice que tengo habitación para hoy, pero no para mañana. Me había hecho plan de descansar en mi etapa 26, considerando que lo necesito y, más hoy, en que se acaba Normandía. Me dice que tengo posibilidades de tener cama también mañana, pues es probable que un Monsieur, que tiene apalabrada una, falla. De momento pago con Visa los 18,90 € de esta noche, que incluye el desayuno de mañana y ya se verá. Me da la habitación nº 8. Después del desayuno me dirá si puedo disponer de cama en la nº 5. Me acompaña a la habitación que está en la planta baja. Tiene lavabo dentro y la ducha está fuera. Para el pipí nocturno, meto un banquillo de madera que está en el pasillo.

Sin ducharme, voy a buscar un sitio para cenar. Cuando voy a salir, unos niños (6) están cenando ensaladilla rusa. ¡Qué a gusto me hubiera comido lo sobrante! Seguramente irá a la basura. Sus monitoras, mujeres jóvenes, les observan desde otra mesa cercana. Por las edades similares de los niños, no parece que puedan ser las madres de los niños y, por el aspecto de ellos, me atrevería a pensar que son niños de abandono institucionalizados. Pido permiso para sacar la foto y lo obtengo. Me sorprende la facilidad con que me lo han concedido si, como pienso, son niños de especial protección. Quizás no lo sean.

Verger Istanbul.
El recepcionista me dice que tengo varias opciones. El primero está cerrado y me orientan hacia una calle peatonal. Llego a un turco, pero no me apetece. Tampoco una pizzería. Otro hombre me habla de un restaurante francés. Otro me dice de La Poste, pero acabo entrando en el turco. ¿Conseguiré venir desde Estambul por toda la costa mediterránea, hasta Cataluña?
De momento estoy aquí y comeré comida turca. Quizás lo más turco sean los pinchos morunos. Como una ensalada que tiene un buen aliño, similar al del mediodía. El pincho de cordero es acompañado de patatas fritas. ¿Conseguiré comer mañana espagueti boloñesa? De premio, pido una copa de raki, pero no tienen. “Mañana nos traen de París”. ¿Dónde estaré mañana? Pago 19,50 € con Visa y me vuelvo al albergue juvenil. De regreso saco una foto de la catedral que, mañana, visitaré. Exteriormente se ve hermosa.

Cambio de habitación.
Al llegar, el recepcionista me dice que me puedo quedar a dormir las dos noches, pero que debo cambiar de habitación para no usar dos. Ahora debo subir al siguiente piso a la nº 2. El recepcionista me ayuda a deshacer la cama, al traslado y me hace el cambio de llaves. Él mismo se sorprende al ver edredones nuevos en todas las habitaciones y en todas las camas. Ya no me ducho. Hago la cama. Meto otra silla del pasillo y llamo a casa a Josu, pues todos en Berdún, está de Rodríguez. Le digo que estoy al final de Normandía y dos noches en el albergue de Eu. Que el viaje no está siendo como me gustaría, por el mal tiempo, el frío y las playas de guijarros. Cuelgo sin llegar a hablar ni 3 minutos. Oigo cómo los niños salen a la calle y me asomo para despedirme de ellos. Uno se me queda mirando y me acerca la cara. Le doy un beso en la mejilla. Tiene los ojos tristes, muy tristes. Se van. Ahora veo que son tres las monitoras. Un buen ratio. Dos para cada una. Mañana me dirá el recepcionista que son de Las Árdenas. El edredón me da un calor excesivo. Por la noche lo tiro abajo, a los pies de la cama. Paso algo de frío pero es que con el edredón no hubiera podido dormir. Oigo cómo los niños regresan a las 23:10 horas. Mañana una de las monitoras me dice que es una hora normal en el verano. Oigo chistar a una monitora, pero a pesar de sus desvelos por que no molesten, los niños hablan y se les oye. En realidad, no es tan tarde. De mañana recupero el edredón y lo coloco transversal. Así da menos calor. Sólo me levanto otra vez a orinar y no me despierto hasta las ocho. Se ve que tenía necesidad de dormir y que con el hotel de ayer no fue suficiente. Sería mejor que, en vez de edredón, pusieran mantas en los albergues juveniles. Pero la tendencia es ofrecer edredón, tanto en Francia, como más al norte.

Balance del último recorrido largo por Normandía.
Lo más interesante del día ha sido el encuentro con los obreros que me han orientado hacia el acantilado y el del alemán que me ha ayudado a salir del atolladero. Interesante el tiempo de la comida con el matrimonio de militares belgas. Las ensaladas de hoy aliñadas a mi gusto. Bonito el encuentro con los niños que creo son de acogida. Bien atendido y albergado en el A.J.






























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