Etapa 25 (382) 08 de
julio de 2013, lunes.
Veules les
Roses-Sotteville sur Mer-Saint Aubin sur Mer-Quiberville sur
Mer-Sainte Marguerite sur Mer-Varengeville sur Mer-Pourville sur
Mer-Dieppe.
Amanecer con
goteras.
Como ya conté ayer,
el relente de la noche hizo que se condensaran partículas de agua
sobre la tejavana de las tomateras y ha producido un goteo que me ha
mojado el saco. No mucho, pero lo suficiente como para que hoy tenga
que preocuparme en buscar un remedio para secarlo. Lo peor ha sido
que, hasta que he descubierto el motivo, la búsqueda me ha
desvelado.
Menos mal que después he vuelto a descansar bien. Despertado a las menos cuarto, y recogido todo, comprobando que las plantas tomateras no han sufrido ningún daño, para las seis ya estoy en marcha. Salgo del recinto y, por la misma carretera, continúo hacia el pueblo Veules-les-Roses. Aunque doy por seguro que he dormido dentro de su territorio. Un sol rojo de amanecer me recibe. Paso por un campo de gramínea pero, aunque el trigal que vi ayer estaba dorado con preciosas espigas doradas que se ponían ya horizontales por el peso del grano maduro, estas de hoy se ve que van más tardías, claman verticales al cielo y están muy verdes. El agricultor deberá esperar aún bastante tiempo hasta la trilla.
Menos mal que después he vuelto a descansar bien. Despertado a las menos cuarto, y recogido todo, comprobando que las plantas tomateras no han sufrido ningún daño, para las seis ya estoy en marcha. Salgo del recinto y, por la misma carretera, continúo hacia el pueblo Veules-les-Roses. Aunque doy por seguro que he dormido dentro de su territorio. Un sol rojo de amanecer me recibe. Paso por un campo de gramínea pero, aunque el trigal que vi ayer estaba dorado con preciosas espigas doradas que se ponían ya horizontales por el peso del grano maduro, estas de hoy se ve que van más tardías, claman verticales al cielo y están muy verdes. El agricultor deberá esperar aún bastante tiempo hasta la trilla.
Veules-les-Roses.
Cuando estoy
entrando en Veules, un indicador menciona “parking de la falaise”
y, aunque no tengo ningún vehículo a motor que aparcar, me acerco
con intención de disfrutar de la vista del acantilado. Pero el lugar
puede estar próximo a él, pero no permite ver nada. Hay pocos
coches y alguna furgoneta aparcados en el campo de hierba recortada
que sirve de aparcamiento. Los habitantes de una auto-caravana aún
no han despertado.
Nadie da señales de vida. Ya que he llegado hasta allí y como reclamo a turistas, podrían haber aprovechado para poner algún balconcillo para solaz de la vista. Pero no es así. En mi intento de descender hacia Veules, me encuentro con un bunker. Ha aparecido la señal roja y blanca del GR.
Me lleva a señales de orientación y me permite ver ambos lados del acantilado. Al lugar lo llaman Belvedere du Pointe d’Interrogation. Saco foto, primero hacia el Oeste, donde se aprecia mejor el acantilado, que sigo sin disfrutar, y que va quedando atrás, luego hacia el Este donde, siguiendo la misma tónica, lo puedo apreciar peor, puesto que el sol refleja en el agua del mar y no me lo deja ver bien.
Desciendo y, todavía sin haber perdido altura, me encuentro con el puerto y unas casas en penumbra. Es normal que esté así ya que, a hora tan temprana, el sol todavía no puede superar el acantilado protector. Bajando hacia el pueblo, me encuentro con una mujer que ha robado una planta para trasplantarla en su jardín.
Lo de robar es un decir. Creo que en período de floración no es el momento idóneo para hacerlo, y se lo digo. Un río bien canalizado atraviesa el pueblo entre las casas. Los propietarios pueden bajar por sus accesos individuales hasta el lecho del mismo.
Ya cerca del mar le han construido una salida que pasa por debajo del paseo marítimo.
Merodeo por el pueblo y veo una casa que me gusta. Está rehabilitada con cierta coquetería, sin por ello perder su aspecto de reciedumbre.
Pronto llego a la iglesia, que también es potente. Aún no son las siete de la mañana y, como es natural, la iglesia aún no la han abierto. Pienso que, al igual que su apariencia exterior, por dentro también habría sido interesante.
Saco foto desde el ábside, que está construido de forma irregular, y que muestra un tamaño engañoso, y otra desde el otro lado, donde se aprecian sus verdaderas dimensiones. Con todo, ni el espacio, ni mi cámara, me permiten fotografiarla al completo.
En medio de una plaza, o se podría decir mejor, entre calles, han construido un edificio cultural, se trata de la Sala Anais Aubert. No sé quién pudo ser esta mujer, ni si es famosa a nivel local o tuvo mayor repercusión en el progreso social del mundo. Tampoco encuentro a nadie a quien preguntar.
Vuelvo a pasar por otro de los canales del pueblo, quizás sea el mismo de antes pero al pasar por otro lugar, y me dispongo a salir en dirección a Sotteville, pero sin encontrar señal alguna y sin mucha seguridad de que vaya en la dirección deseada. No he visto aquí nada abierto como para poder desayunar y eso que es lunes laboral.
Nadie da señales de vida. Ya que he llegado hasta allí y como reclamo a turistas, podrían haber aprovechado para poner algún balconcillo para solaz de la vista. Pero no es así. En mi intento de descender hacia Veules, me encuentro con un bunker. Ha aparecido la señal roja y blanca del GR.
Me lleva a señales de orientación y me permite ver ambos lados del acantilado. Al lugar lo llaman Belvedere du Pointe d’Interrogation. Saco foto, primero hacia el Oeste, donde se aprecia mejor el acantilado, que sigo sin disfrutar, y que va quedando atrás, luego hacia el Este donde, siguiendo la misma tónica, lo puedo apreciar peor, puesto que el sol refleja en el agua del mar y no me lo deja ver bien.
Desciendo y, todavía sin haber perdido altura, me encuentro con el puerto y unas casas en penumbra. Es normal que esté así ya que, a hora tan temprana, el sol todavía no puede superar el acantilado protector. Bajando hacia el pueblo, me encuentro con una mujer que ha robado una planta para trasplantarla en su jardín.
Lo de robar es un decir. Creo que en período de floración no es el momento idóneo para hacerlo, y se lo digo. Un río bien canalizado atraviesa el pueblo entre las casas. Los propietarios pueden bajar por sus accesos individuales hasta el lecho del mismo.
Ya cerca del mar le han construido una salida que pasa por debajo del paseo marítimo.
Merodeo por el pueblo y veo una casa que me gusta. Está rehabilitada con cierta coquetería, sin por ello perder su aspecto de reciedumbre.
Pronto llego a la iglesia, que también es potente. Aún no son las siete de la mañana y, como es natural, la iglesia aún no la han abierto. Pienso que, al igual que su apariencia exterior, por dentro también habría sido interesante.
Saco foto desde el ábside, que está construido de forma irregular, y que muestra un tamaño engañoso, y otra desde el otro lado, donde se aprecian sus verdaderas dimensiones. Con todo, ni el espacio, ni mi cámara, me permiten fotografiarla al completo.
En medio de una plaza, o se podría decir mejor, entre calles, han construido un edificio cultural, se trata de la Sala Anais Aubert. No sé quién pudo ser esta mujer, ni si es famosa a nivel local o tuvo mayor repercusión en el progreso social del mundo. Tampoco encuentro a nadie a quien preguntar.
Vuelvo a pasar por otro de los canales del pueblo, quizás sea el mismo de antes pero al pasar por otro lugar, y me dispongo a salir en dirección a Sotteville, pero sin encontrar señal alguna y sin mucha seguridad de que vaya en la dirección deseada. No he visto aquí nada abierto como para poder desayunar y eso que es lunes laboral.
Salvo este
les-Roses, casi todos los pueblos por los que voy a pasar en el día
de hoy van a ir acompañados del complemento sur-Mer. Saliendo de
Veules, veo una casa de una planta que quizás tenga un desván
utilizable y con el tejado de paja habitual que, por el musgo que le
ha crecido, denota cierta antigüedad. Llego a Sotteville a la vez
que suenan las campanadas de las siete.
Entre que paseo por el pueblo buscando un lugar para desayunar, me dan las 7:15 horas. Paso por la iglesia con cementerio aledaño. Y también por el ayuntamiento donde, de las tres consignas revolucionarias, aquí destacan la de Igualdad (egalité). Llego a un Tabac que abre a las siete y media, pero en la panadería no hay horario. Si no abren a tiempo, y no tienen bollería, pediré como alternativa una tostada con mantequilla y mermelada.
Me voy hacia el mar que, cuando me asomo, parece que tiene aquí mucha arena. La bajada a la playa se hace por una escalera que parece bien construida pero, en el lateral ya aparece, aunque rota, una señal que disuade al caminante para que no vaya por el acantilado. Siguiendo la consigna de igualdad, tengo el mismo derecho que cualquier otro a ir por el acantilado, pero este letrero coarta mi libertad. Se ve que en esta Francia, y más en este lugar, la libertad ha dejado de ser fundamental.
Tras asomarme a la playa que, aunque de arena, aloran piedras en el acceso al mar, regreso para desayunar. Me fijo en la escuela al pasar. Tiene un porche donde podría haber dormido esta noche a cubierto, pero está demasiado visible. Cuando llego, la panadería ya está abierta, pero el bar no. Pregunto y me dicen que el bar está clausurado. En vista de lo cual, agradezco la información y no compro nada. No me aseguran que en Saint-Aubin encuentre café. Calculo que habrá unos 3 kilómetros y, a pesar de las dudas, salgo en aquella dirección.
Entre que paseo por el pueblo buscando un lugar para desayunar, me dan las 7:15 horas. Paso por la iglesia con cementerio aledaño. Y también por el ayuntamiento donde, de las tres consignas revolucionarias, aquí destacan la de Igualdad (egalité). Llego a un Tabac que abre a las siete y media, pero en la panadería no hay horario. Si no abren a tiempo, y no tienen bollería, pediré como alternativa una tostada con mantequilla y mermelada.
Me voy hacia el mar que, cuando me asomo, parece que tiene aquí mucha arena. La bajada a la playa se hace por una escalera que parece bien construida pero, en el lateral ya aparece, aunque rota, una señal que disuade al caminante para que no vaya por el acantilado. Siguiendo la consigna de igualdad, tengo el mismo derecho que cualquier otro a ir por el acantilado, pero este letrero coarta mi libertad. Se ve que en esta Francia, y más en este lugar, la libertad ha dejado de ser fundamental.
Tras asomarme a la playa que, aunque de arena, aloran piedras en el acceso al mar, regreso para desayunar. Me fijo en la escuela al pasar. Tiene un porche donde podría haber dormido esta noche a cubierto, pero está demasiado visible. Cuando llego, la panadería ya está abierta, pero el bar no. Pregunto y me dicen que el bar está clausurado. En vista de lo cual, agradezco la información y no compro nada. No me aseguran que en Saint-Aubin encuentre café. Calculo que habrá unos 3 kilómetros y, a pesar de las dudas, salgo en aquella dirección.
Saint-Aubin-sur-Mer.
Como ya he visto, el
camino por el acantilado no está recomendado y salgo por carretera
hacia Saint-Aubin. Aunque con un campo sin segar delante, trato de
sacar foto de lo que veo por la costa. Es poca cosa lo que veo de
acantilado, pero ahí queda como muestra.
Vacas blancas pacientes, me saludan al pasar. A todas les gusta la hierba que tienen en su cercado, pero hay una a la que parece que le agrada más la que está en el exterior y asoma su hocico por debajo de la alambrada. Dichosa vaca con ansias de libertad y que exige su derecho a pastar libremente. Le ofrezco mi sombra para que también se la coma.
Llego a Saint-Aubin cuando ya han pasado las 8:15. Si encuentro desayuno será buena hora para romper mi ayuno. Pero, como ya me lo habían asegurado, aquí tampoco hay café. En este lugar se celebró el fin de semana pasado la fiesta del lino. En la panadería hasta hicieron pan de lino, que no sé qué cualidades gastronómicas puede tener. Hasta ahora sólo conocía su uso textil. Saco una foto con los haces de lino que adornaron el pueblo en la fiesta pasada. Me dirijo hacia la playa por si, en alguno de los campings anunciados, pudiera estar abierto el bar.
Pero todo es en vano. Llego al paseo marítimo y me acerco a uno de los extremos. Como ya va siendo habitual y, quizás por añoranza de acantilado, por no poder caminar por encima de estos preciosos acantilados, saco una foto hacia el Oeste, y otra hacia el Este. La playa sigue siendo de guijarros pero, con la marea baja, compruebo que la parte que cubre cuando está alta es toda de arena.
Eso me hace pensar que en Yport y Fécamp ocurriría lo mismo. Esta tarde tendré oportunidad de disfrutar de buena playa de arena pero lo que importa ahora no es el baño, sino el desayuno. Teniendo en cuenta que ayer no cené, empieza a ser prioritario.
Cuando estoy contemplando el edificio de madera pintado en blanco, como las casetas de baño, de “Lire à la plage”, barracón sencillo pero que cumple una función cultural interesante, animando al personal a que lea. Aunque mucho de lo que se lee no alcanzaría el concepto de cultura. Llega una furgoneta al chiringuito de la playa. El hombre que la conduce me dice que, hacia las nueve, empezará a dar los desayunos. Como son las 8:30 esperaré escribiendo, así no pierdo el tiempo. Hay dos mesas altas sin asientos y empiezo a escribir el diario de pie. Antes de que den las nueve, el hombre me avisa para decirme que ya puedo desayunar. Le pregunto dónde me puedo sentar y me dice que enseguida va a poner las mesas y las sillas en la terraza. Pido una pinka de chocolate y un croissant que están ricos, pero es una lástima que el capuchino me lo saque casi frío, y como viene con una galletita, también la como. Pago 3,50 € y luego traslado mis bártulos a un murete en curva que me hace las veces de asiento bajo. En la parte alta del murete, tres hombres, quizá sean pescadores, comen algo mientras contemplan el mar. Al rato veo que el del chiringuito saca hacia el hierbal ocho mesitas, y las coloca de forma que quedan cuatro al sol y cuatro a la sombra. Aunque ya he desayunado sin sentarme, ahora me siento en una de las más soleadas. Allí sigo escribiendo. Son las 9:40 horas cuando termino y, con la marea baja, creo que podré ir andando por la arena hasta Quiberville. Pero cuando me vuelvo a asomar a la orilla, compruebo que la marea ya está subiendo y un señor, al que pregunto, no me lo recomienda. Un socorrista está hablando con una señora. Se alegra de que alguien foráneo haga el esfuerzo de intentar hablar en francés, no como hace la mayoría de ingleses y alemanes. Se queda asombrado con mi viaje. El socorrista me recomienda que remonte por el borde del acantilado y que, cuando no pueda seguir, el propio camino ya me llevará hacia el interior. Un matrimonio aparece en el paseo marítimo con bolsas de marisco. Él lleva las dos bolsas. Crave, Tourteau, Aragnée… Les pregunto si conocen la planta que, yo creo, puede ser beza, y me dicen que no saben y que pregunte en el puesto. Alguien me dice que es la colza.
¿Podría ser que colza y beza sean la misma o muy parecidas? ¡Haber si va a resultar que la beza que mi suegro daba a su jilguero era colza! Ya al inicio el sendero que lleva al acantilado tiene un cartel: no recomendado por desprendimiento.
Cuando cojo la suficiente altura, saco una foto hacia atrás para que se aprecie la parte playera de Saint-Aubin-sur-Mer en su conjunto. También se puede apreciar cómo las olitas van cubriendo la arena de la playa.
Vacas blancas pacientes, me saludan al pasar. A todas les gusta la hierba que tienen en su cercado, pero hay una a la que parece que le agrada más la que está en el exterior y asoma su hocico por debajo de la alambrada. Dichosa vaca con ansias de libertad y que exige su derecho a pastar libremente. Le ofrezco mi sombra para que también se la coma.
Llego a Saint-Aubin cuando ya han pasado las 8:15. Si encuentro desayuno será buena hora para romper mi ayuno. Pero, como ya me lo habían asegurado, aquí tampoco hay café. En este lugar se celebró el fin de semana pasado la fiesta del lino. En la panadería hasta hicieron pan de lino, que no sé qué cualidades gastronómicas puede tener. Hasta ahora sólo conocía su uso textil. Saco una foto con los haces de lino que adornaron el pueblo en la fiesta pasada. Me dirijo hacia la playa por si, en alguno de los campings anunciados, pudiera estar abierto el bar.
Pero todo es en vano. Llego al paseo marítimo y me acerco a uno de los extremos. Como ya va siendo habitual y, quizás por añoranza de acantilado, por no poder caminar por encima de estos preciosos acantilados, saco una foto hacia el Oeste, y otra hacia el Este. La playa sigue siendo de guijarros pero, con la marea baja, compruebo que la parte que cubre cuando está alta es toda de arena.
Eso me hace pensar que en Yport y Fécamp ocurriría lo mismo. Esta tarde tendré oportunidad de disfrutar de buena playa de arena pero lo que importa ahora no es el baño, sino el desayuno. Teniendo en cuenta que ayer no cené, empieza a ser prioritario.
Cuando estoy contemplando el edificio de madera pintado en blanco, como las casetas de baño, de “Lire à la plage”, barracón sencillo pero que cumple una función cultural interesante, animando al personal a que lea. Aunque mucho de lo que se lee no alcanzaría el concepto de cultura. Llega una furgoneta al chiringuito de la playa. El hombre que la conduce me dice que, hacia las nueve, empezará a dar los desayunos. Como son las 8:30 esperaré escribiendo, así no pierdo el tiempo. Hay dos mesas altas sin asientos y empiezo a escribir el diario de pie. Antes de que den las nueve, el hombre me avisa para decirme que ya puedo desayunar. Le pregunto dónde me puedo sentar y me dice que enseguida va a poner las mesas y las sillas en la terraza. Pido una pinka de chocolate y un croissant que están ricos, pero es una lástima que el capuchino me lo saque casi frío, y como viene con una galletita, también la como. Pago 3,50 € y luego traslado mis bártulos a un murete en curva que me hace las veces de asiento bajo. En la parte alta del murete, tres hombres, quizá sean pescadores, comen algo mientras contemplan el mar. Al rato veo que el del chiringuito saca hacia el hierbal ocho mesitas, y las coloca de forma que quedan cuatro al sol y cuatro a la sombra. Aunque ya he desayunado sin sentarme, ahora me siento en una de las más soleadas. Allí sigo escribiendo. Son las 9:40 horas cuando termino y, con la marea baja, creo que podré ir andando por la arena hasta Quiberville. Pero cuando me vuelvo a asomar a la orilla, compruebo que la marea ya está subiendo y un señor, al que pregunto, no me lo recomienda. Un socorrista está hablando con una señora. Se alegra de que alguien foráneo haga el esfuerzo de intentar hablar en francés, no como hace la mayoría de ingleses y alemanes. Se queda asombrado con mi viaje. El socorrista me recomienda que remonte por el borde del acantilado y que, cuando no pueda seguir, el propio camino ya me llevará hacia el interior. Un matrimonio aparece en el paseo marítimo con bolsas de marisco. Él lleva las dos bolsas. Crave, Tourteau, Aragnée… Les pregunto si conocen la planta que, yo creo, puede ser beza, y me dicen que no saben y que pregunte en el puesto. Alguien me dice que es la colza.
¿Podría ser que colza y beza sean la misma o muy parecidas? ¡Haber si va a resultar que la beza que mi suegro daba a su jilguero era colza! Ya al inicio el sendero que lleva al acantilado tiene un cartel: no recomendado por desprendimiento.
Cuando cojo la suficiente altura, saco una foto hacia atrás para que se aprecie la parte playera de Saint-Aubin-sur-Mer en su conjunto. También se puede apreciar cómo las olitas van cubriendo la arena de la playa.
El camino no me deja
ir por la “falaise” y me va llevando por donde quiere. En el
inicio del ascenso, un fotógrafo con trípode, que está con su
mujer, la abandona momentáneamente para ir hablando conmigo. Después
de escucharme, me desea buen viaje. Paso por otro lugar con hierba,
donde pastan vacas.
Ahora son marrones rojizas y no están tan cerca de la valla como las de primeras horas de la mañana. Si quieren beber agua lo pueden hacer bajando a pie del prado inclinado en que rumian tranquilas. En algunas zonas en que el camino se acerca más al borde del acantilado, los arbustos que llevan años azotados por el viento marino, se enmarañan.
Paso por una zona bien cuidada, donde estos arbustos, casi arbóreos, me reciben como si fueran un arco de triunfo que abre paso al triunfador. Son los pequeños regalos del camino. Me acerco a una casa. Al llegar veo que cumple función de “gite” y forma parte de la organización de casas rurales de Francia. Esta casa normanda de tejado de paja es muy bonita, pero no hago ni intención de preguntar, ya que la hora no es la más propicia para quedarme a pernoctar.
Para un coche y el conductor me dice que primero llegaré a Quiberville y después a Sainte-Marguerite. Son nombres que así aparecen en mi mapa y me los reafirma. No son pueblos fantasmagóricos. El que conduce y su copiloto son caminantes y han parado al verme con intención de ayudar si fuera necesario. No pido ayuda pero les agradezco su gesto. Me dicen que en ambos lugares hay restaurantes y no tendré ningún problema para comer. “¡Suerte en el viaje!”, me desean. Un hombre coge hierbas para sus conejos y también me desea buena continuación. En esta zona agraria, pronto llego a una plantación de ruibarbo. Aquí se ofrecen alineadas plantas de tallo verde y otras de tallo rojo. Aunque las primeras son las que más proliferan.
Ya estoy de nuevo en carretera y, cada vez que sale algún camino hacia el acantilado, aparecen las señales disuasorias con el peligro de desprendimientos. No sólo escriben el riesgo que puedo correr, con la palabra “danger”, sino que me intimidan también con la prohibición “interdit”. No sólo al peatón. A los vehículos, que ni se les ocurra acercarse. No son todavía las once cuando ya estoy entrando en el pueblo.
Ahora son marrones rojizas y no están tan cerca de la valla como las de primeras horas de la mañana. Si quieren beber agua lo pueden hacer bajando a pie del prado inclinado en que rumian tranquilas. En algunas zonas en que el camino se acerca más al borde del acantilado, los arbustos que llevan años azotados por el viento marino, se enmarañan.
Paso por una zona bien cuidada, donde estos arbustos, casi arbóreos, me reciben como si fueran un arco de triunfo que abre paso al triunfador. Son los pequeños regalos del camino. Me acerco a una casa. Al llegar veo que cumple función de “gite” y forma parte de la organización de casas rurales de Francia. Esta casa normanda de tejado de paja es muy bonita, pero no hago ni intención de preguntar, ya que la hora no es la más propicia para quedarme a pernoctar.
Para un coche y el conductor me dice que primero llegaré a Quiberville y después a Sainte-Marguerite. Son nombres que así aparecen en mi mapa y me los reafirma. No son pueblos fantasmagóricos. El que conduce y su copiloto son caminantes y han parado al verme con intención de ayudar si fuera necesario. No pido ayuda pero les agradezco su gesto. Me dicen que en ambos lugares hay restaurantes y no tendré ningún problema para comer. “¡Suerte en el viaje!”, me desean. Un hombre coge hierbas para sus conejos y también me desea buena continuación. En esta zona agraria, pronto llego a una plantación de ruibarbo. Aquí se ofrecen alineadas plantas de tallo verde y otras de tallo rojo. Aunque las primeras son las que más proliferan.
Ya estoy de nuevo en carretera y, cada vez que sale algún camino hacia el acantilado, aparecen las señales disuasorias con el peligro de desprendimientos. No sólo escriben el riesgo que puedo correr, con la palabra “danger”, sino que me intimidan también con la prohibición “interdit”. No sólo al peatón. A los vehículos, que ni se les ocurra acercarse. No son todavía las once cuando ya estoy entrando en el pueblo.
Quiberville-sur-Mer.
Llego a la casa
donde una señora mayor se está haciendo cargo de unos niños.
Probablemente sean abuela y nietos. Tres niños y un perro a los que
fotografío. La señora me explica que la casa fue construida hace
150 años. Probablemente al inicio el tejado sería de paja pero, en
las renovaciones, al tejado lo han reconvertido y retejado. En la
actualidad está impecable, sin perder nada del estilo original. Se
ve a la mujer satisfecha con su vivienda. Aprecia mi paseo pero se
debe marchar para continuar con sus tareas de ama de casa. Mientras
ella está haciendo algo ante la fachada, yo me quedo hablando con
los niños. El mayor se llama Pierre, pero me dice Pedro, con la
dificultad que tienen los franceses para pronunciar nuestra “r”,
pues en la escuela estudia el castellano. Se interesan por mi viaje y
me preguntan dónde duermo, cuantos kilómetros recorro al día,
etcétera. Su primo menor se llama Nicolás y vive en París y ha
estado dos semanas en el Sur de Barcelona antes de venir a pasar el
resto de sus vacaciones a este lugar.
Me habla de una playa muy larga que, quiero suponer, se puede tratar de la de Castelldefels. El pequeño se llama Antona, que es el nombre normando de Antoine, sólo habla para decir su nombre, el resto del tiempo va a permanecer mudo.
Después de que he dejado atrás la casa construida hace 150 años, continúo la carretera y me vuelvo a encontrar en el siguiente camino hacia el acantilado, otra señal similar a la anterior. Ambas, también en inglés. Ya no me sorprenden y la saco un poco para que se entienda que, si me repito tanto, la realidad supera mi ficción. Pronto paso cerca del ayuntamiento y salgo a la playa.
El esquema de playas se repite. Acantilado, paseo marítimo, casetas de baños que parecen privadas y playa de guijarros en marea alta. Durante la marea baja aflora la arena que cubre el mar. Hoy bandera verde y un tractor hace movimiento de cantos rodados. A esta hora, poca gente en la playa.
Para los franceses las doce es una buena hora para estar comiendo y hay que llegar, asearse y preparar la comida. Para mí todavía es muy temprano, así que comeré en Sainte-Marguerite. El río Saline separa ambas poblaciones y lo supero por un puente.
Me habla de una playa muy larga que, quiero suponer, se puede tratar de la de Castelldefels. El pequeño se llama Antona, que es el nombre normando de Antoine, sólo habla para decir su nombre, el resto del tiempo va a permanecer mudo.
Después de que he dejado atrás la casa construida hace 150 años, continúo la carretera y me vuelvo a encontrar en el siguiente camino hacia el acantilado, otra señal similar a la anterior. Ambas, también en inglés. Ya no me sorprenden y la saco un poco para que se entienda que, si me repito tanto, la realidad supera mi ficción. Pronto paso cerca del ayuntamiento y salgo a la playa.
El esquema de playas se repite. Acantilado, paseo marítimo, casetas de baños que parecen privadas y playa de guijarros en marea alta. Durante la marea baja aflora la arena que cubre el mar. Hoy bandera verde y un tractor hace movimiento de cantos rodados. A esta hora, poca gente en la playa.
Para los franceses las doce es una buena hora para estar comiendo y hay que llegar, asearse y preparar la comida. Para mí todavía es muy temprano, así que comeré en Sainte-Marguerite. El río Saline separa ambas poblaciones y lo supero por un puente.
Iglesia de Sainte
Marguerite.
En poco rato ya
estoy en Sainte-Marguerite-sur-Mer y me entretengo en visitar la
interesante iglesia que, por fortuna, está abierta.
Lo que más me atrae es su ábside. Quiero saber de qué siglo es, pero no logro que me informen. Saco una foto desde lejos del conjunto monumental, pero luego me acerco y saco otra con el ábside como lugar central. Me gusta también el equilibrio de los volúmenes.
Entro. Tiene unas columnas con un trenzado que no corresponde con la lisura de la columna salomónica, pero que tiene cierta similitud. Los arcos de medio punto, propios del románico, son muy diferentes a los dos lados de la nave central.
Al lado izquierdo, mirando hacia el altar, están mucho más decorados, mientras que en derecho son más amplios y de factura muy sencilla. Es la razón por la que destacan tanto las columnas mencionadas.
Eso lleva a que las dos naves laterales sean tan diferentes entre sí, aunque volumétricamente sean casi gemelas. El altar mayor se esconde en el ábside, como si de una joya se tratara. El ara es una mole sencilla y sólo está adornado por una finísima cruz. Pero el arco que enmarca el ábside es apuntado, propio del gótico. En los dos laterales previos al altar se encuentran dos santos que me resultan muy familiares y que unen mis experiencias vitales en Gipuzkoa y Nafarroa, se trata de San Sebastián mártir, sin flechas, y de San Miguel Arcángel, Donostia y la Sierra de Aralar.
Aunque la foto de conjunto me sale luminosa, cuando me acerco al interior del ábside, no ocurre lo mismo y me sale esta chapuza de foto. Quizás haya sido debido a la luz que entra de las pequeñas vidrieras de los laterales del altar. Para terminar, una foto más próximo a San Donostia. Que no murió acribillado a flechazos, como cree una mayoría.
Un alma caritativa curó sus heridas. Lo que ocurre es que para diferenciarlo de otros santos, se le representa flechado y así puede decirse que tiene el aura del martirio. Tras esta visita a la iglesia del lugar y con ganas de comer, salgo y fotografío una de sus portadas de acceso y salida, aunque no sea por la que he accedido a ella. Al salir me despisto y cojo mal el camino que, con la señal roja y blanca, me lleva por detrás. Un conductor de furgoneta me dice que debo ir hacia el lado contrario si quiero buscar un restaurante. Como si no lu hubiera hecho al llegar, saco nueva foto de iglesia en conjunto.
Lo que más me atrae es su ábside. Quiero saber de qué siglo es, pero no logro que me informen. Saco una foto desde lejos del conjunto monumental, pero luego me acerco y saco otra con el ábside como lugar central. Me gusta también el equilibrio de los volúmenes.
Entro. Tiene unas columnas con un trenzado que no corresponde con la lisura de la columna salomónica, pero que tiene cierta similitud. Los arcos de medio punto, propios del románico, son muy diferentes a los dos lados de la nave central.
Al lado izquierdo, mirando hacia el altar, están mucho más decorados, mientras que en derecho son más amplios y de factura muy sencilla. Es la razón por la que destacan tanto las columnas mencionadas.
Eso lleva a que las dos naves laterales sean tan diferentes entre sí, aunque volumétricamente sean casi gemelas. El altar mayor se esconde en el ábside, como si de una joya se tratara. El ara es una mole sencilla y sólo está adornado por una finísima cruz. Pero el arco que enmarca el ábside es apuntado, propio del gótico. En los dos laterales previos al altar se encuentran dos santos que me resultan muy familiares y que unen mis experiencias vitales en Gipuzkoa y Nafarroa, se trata de San Sebastián mártir, sin flechas, y de San Miguel Arcángel, Donostia y la Sierra de Aralar.
Aunque la foto de conjunto me sale luminosa, cuando me acerco al interior del ábside, no ocurre lo mismo y me sale esta chapuza de foto. Quizás haya sido debido a la luz que entra de las pequeñas vidrieras de los laterales del altar. Para terminar, una foto más próximo a San Donostia. Que no murió acribillado a flechazos, como cree una mayoría.
Un alma caritativa curó sus heridas. Lo que ocurre es que para diferenciarlo de otros santos, se le representa flechado y así puede decirse que tiene el aura del martirio. Tras esta visita a la iglesia del lugar y con ganas de comer, salgo y fotografío una de sus portadas de acceso y salida, aunque no sea por la que he accedido a ella. Al salir me despisto y cojo mal el camino que, con la señal roja y blanca, me lleva por detrás. Un conductor de furgoneta me dice que debo ir hacia el lado contrario si quiero buscar un restaurante. Como si no lu hubiera hecho al llegar, saco nueva foto de iglesia en conjunto.
Cuando llego a
L’Ailly son las 12:20. El menú que ofrece es de 18,90 € y decido
entrar a comer allí. Con el vino blanco, pagaré 23,50 €. Pido
“assiette de la mer”, que es un plato de entremeses marinos.
Consiste en 4 almejas muy bastas, 5 boulottes (caracolas), más
bastas todavía, una docena de quisquillas, que no van a la zaga en
ordinariez y dejos para el final los 5 langostinos que, aunque son
pequeños, es lo mejor del plato. El pescado que me sacan está mal
cocinado, el arroz que acompaña me resulta muy empalagoso y lo mejor
de todo está el calabacín. De postre un trocito de Camembert con
lechuga y una manzana asada, en un paquetito, que también está muy
rica. En resumen, en relación calidad-precio, la comida me ha salido
cara. Menos mal que la cuenta la paga Visa. Aprovecho para decirle a
la dama que me cobra el camino que estoy haciendo a pie por la costa
francesa.
Dos abuelas, con cuchillo y tenedor, con dos nietos, niña y niño, se afanan en trocearles los filetes de carne, cada cual al de su lado. A mi otro lado, dos hombres y una mujer entran a comer y acomodan a su perro en una especie de sofá adaptado a sus medidas que, al igual que mi equipaje, no se moverá de su atalaya en todo el tiempo. No he hecho foto del plato marinero, pero me llevo el recuerdo de “chien” tan encantador. Es un perro atípico pues, con lo que les encanta lamerse y relamerse, éste se quedará sin moverse ni hacer nada propio de cualquier perro que se precie. Algo que todo perro con que me topo por el camino lo que hace es lamerme los pies, les debe saber a riquísimo queso francés. Otra pareja. Ella cojea y me trae al recuerdo a una amiga de Donostia con la que estudié Euskera. Hablan entre ellos y con una pareja que ha entrado con los cascos de moto. Y también hay otra pareja en el rincón. Se ve que el restaurante ha trabajado bien hoy, aunque la comida no haya sido de mi agrado. Después de pagar escribo y observo al personal. Es la ventaja de estar solo. Luego sabré que el nombre de L’Ailly es un topónimo de lugar y que corresponde a un faro, probablemente también a un cabo, por donde luego pasaré. Son las 14:15 horas cuando me voy. ¿Podré darme un baño esta tarde? En Información he cogido un planito de la zona.
Varengeville-sur-Mer.
Faro de l’Ailly y otra iglesia interesante.
Dos abuelas, con cuchillo y tenedor, con dos nietos, niña y niño, se afanan en trocearles los filetes de carne, cada cual al de su lado. A mi otro lado, dos hombres y una mujer entran a comer y acomodan a su perro en una especie de sofá adaptado a sus medidas que, al igual que mi equipaje, no se moverá de su atalaya en todo el tiempo. No he hecho foto del plato marinero, pero me llevo el recuerdo de “chien” tan encantador. Es un perro atípico pues, con lo que les encanta lamerse y relamerse, éste se quedará sin moverse ni hacer nada propio de cualquier perro que se precie. Algo que todo perro con que me topo por el camino lo que hace es lamerme los pies, les debe saber a riquísimo queso francés. Otra pareja. Ella cojea y me trae al recuerdo a una amiga de Donostia con la que estudié Euskera. Hablan entre ellos y con una pareja que ha entrado con los cascos de moto. Y también hay otra pareja en el rincón. Se ve que el restaurante ha trabajado bien hoy, aunque la comida no haya sido de mi agrado. Después de pagar escribo y observo al personal. Es la ventaja de estar solo. Luego sabré que el nombre de L’Ailly es un topónimo de lugar y que corresponde a un faro, probablemente también a un cabo, por donde luego pasaré. Son las 14:15 horas cuando me voy. ¿Podré darme un baño esta tarde? En Información he cogido un planito de la zona.
Varengeville-sur-Mer.
Faro de l’Ailly y otra iglesia interesante.
Salgo y hablo con
los que tienen los cascos de moto que ya se han quedado solos en su
zona y mi viaje les causa asombro. Cuando todavía no he llegado a la
carretera que me va a llevar al faro de l’Ailly, pasan los de los
cascos en una moto de cuatro ruedas. Él conduce y saluda y ella, que
va sentada en un lateral, también levanta la mano. Pronto aparece
indicación de “phare”. Me voy a animar a seguir el plano de
turismo. Me encuentro con un hombre que viene con un niño y le
pregunto la distancia al faro. Me dice que hay menos de un kilómetro,
unos doscientos metros. Llego a una pequeña explanada que es para el
aparcamiento de coches y, desde allí, saco una foto del faro.
Pero veo que este faro está muy al interior y no consigo ver ningún resquicio del mar. Supongo que será bien visible desde alta mar. Ahora aparecen dos caminos que debo elegir para hacer un bonito recorrido, uno es con la señal del GR y el otro va en amarillo. Confío en que este plano sea bueno y me lleve al acantilado y a la playa.
Llego a una zona muy húmeda, con agua empantanada, que me hace temer lo peor. Pero ha sido en un espacio mínimo y todo vuelve a la normalidad. El recorrido es un combinado de foresta, pero también ofrece unas casas palaciegas de rica factura.
Están en carreteras estrechas y con poca circulación. Surgen dudas. Una desviación con un puente a la derecha sin ninguna indicación. Deduzco que, si no indica nada, no me debo meter por allí y sigo. Pienso que no habría estado de más poner allí la X disuasoria. Compruebo que he acertado y el camino me lleva a una nueva iglesia. Es con cementerio y también me gusta.
Hay un monumento conmemorativo colectivo de la guerra mundial, pero los cementerios ya se acabaron en Calvados, en la zona del Desembarco. Después de sacar una foto exterior, donde se aprecia que todo está limpio y cuidado, entro en la nave.
La iglesia tiene una estructura muy irregular. En realidad son dos naves, aunque la derecha enfila hacia el altar mayor y la otra no. En el crucero. ¿Se podría llamar crucero a esa otra nave lateral que no cruza ni es en cruz?
Probablemente no. La nave lateral hacia la izquierda culmina en otro altar. Vuelven a aparecer columnas similares a las de Sainte Marguerite, pero estas están mucho más desgastadas. Aquí también la nave central ofrece arcos típicos del románico, pero la que se deriva a la izquierda soporta la techumbre con arcos góticos. No sé a qué santo está dedicada esta iglesia.
Después de visitarla, me asomo a una terraza y compruebo que estoy encima del acantilado. Unas vacas en el pastizal. Un camino que parece que me va a llevar, ¡por fin!, a la costa, y unas casas en el valle de acceso al mar. Todo me hace pensar en el baño de la tarde. Aunque no se ve la arena, puedo observar que las olitas pequeñas indican que la hay y que aparecerá más según vaya bajando la marea. Todo me hace pensar en una gran playa hacia Pourville-sur-Mer. Como veo en mi mapa, al final estará Dieppe y ya sueño con un sueño reparador en hotel.
Tengo seleccionados tres o cuatro de la lista que me dieron, creo que fue en Turismo de Le Havre. Saco foto del precioso acantilado que veo desde esta iglesia y salgo de nuevo al camino, ahora descendente.
Pero veo que este faro está muy al interior y no consigo ver ningún resquicio del mar. Supongo que será bien visible desde alta mar. Ahora aparecen dos caminos que debo elegir para hacer un bonito recorrido, uno es con la señal del GR y el otro va en amarillo. Confío en que este plano sea bueno y me lleve al acantilado y a la playa.
Llego a una zona muy húmeda, con agua empantanada, que me hace temer lo peor. Pero ha sido en un espacio mínimo y todo vuelve a la normalidad. El recorrido es un combinado de foresta, pero también ofrece unas casas palaciegas de rica factura.
Están en carreteras estrechas y con poca circulación. Surgen dudas. Una desviación con un puente a la derecha sin ninguna indicación. Deduzco que, si no indica nada, no me debo meter por allí y sigo. Pienso que no habría estado de más poner allí la X disuasoria. Compruebo que he acertado y el camino me lleva a una nueva iglesia. Es con cementerio y también me gusta.
Hay un monumento conmemorativo colectivo de la guerra mundial, pero los cementerios ya se acabaron en Calvados, en la zona del Desembarco. Después de sacar una foto exterior, donde se aprecia que todo está limpio y cuidado, entro en la nave.
La iglesia tiene una estructura muy irregular. En realidad son dos naves, aunque la derecha enfila hacia el altar mayor y la otra no. En el crucero. ¿Se podría llamar crucero a esa otra nave lateral que no cruza ni es en cruz?
Probablemente no. La nave lateral hacia la izquierda culmina en otro altar. Vuelven a aparecer columnas similares a las de Sainte Marguerite, pero estas están mucho más desgastadas. Aquí también la nave central ofrece arcos típicos del románico, pero la que se deriva a la izquierda soporta la techumbre con arcos góticos. No sé a qué santo está dedicada esta iglesia.
Después de visitarla, me asomo a una terraza y compruebo que estoy encima del acantilado. Unas vacas en el pastizal. Un camino que parece que me va a llevar, ¡por fin!, a la costa, y unas casas en el valle de acceso al mar. Todo me hace pensar en el baño de la tarde. Aunque no se ve la arena, puedo observar que las olitas pequeñas indican que la hay y que aparecerá más según vaya bajando la marea. Todo me hace pensar en una gran playa hacia Pourville-sur-Mer. Como veo en mi mapa, al final estará Dieppe y ya sueño con un sueño reparador en hotel.
Tengo seleccionados tres o cuatro de la lista que me dieron, creo que fue en Turismo de Le Havre. Saco foto del precioso acantilado que veo desde esta iglesia y salgo de nuevo al camino, ahora descendente.
Larga playa de
Pourville-sur-Mer. Nudismo.
Retorno al camino
que disuadía de visitar la iglesia que dejo atrás. Un cuadro de
Monet ilustra cómo era el paisaje con la iglesia en su tiempo, en
pleno auge de la pintura impresionista. Me agrada ver que también
Monet estuviera enamorada de la belleza de estos acantilados y de su
entorno.
El descenso me anima. Bien, ¡playa, playa! Pero, cuando estoy llegando a la vaguada, se escora a la derecha y me lleva a hacia un nuevo bosquecillo. A mi izquierda una X disuasoria y un cartel indicando acantilado peligroso y prohibición de paso. ¡Estoy harto de tanto temor francés! Me asomo por el camino. Veo unas escaleras perfectas, una chapa horadada, que hace de rejilla y que permite pasar bien por encima en caso de que las lluvias formen pequeños riachuelos, que es nueva, en perfecto estado de conservación.
Oigo voces, y observo cómo unos jóvenes juegan al futbol en la playa. Saco primero una foto del cartel y luego otra de los jóvenes futbolistas y, sin dudarlo dos veces, en un periquete estoy en la playa. No he corrido ningún riesgo. Escalera perfecta, rejilla perfecta y un final con salida al mar de pequeño riachuelo que, a través de grandes piedras me permite acceder a la arena. Después de tantos días de caminar por pistas de tierra y asfalto, hoy puedo descalzarme y caminar por la arena.
He hecho muy bien en incumplir la norma del miedo. Cuando llego donde los chavales les interrumpo el partido informal y les cuento la peripecia. Alucinan con mi viaje. Uno aprovecha para hacer sus pinitos con el castellano aprendido. Me desean buena continuación. “Adiós” dice el que sabe. Reanudan el partido y me voy. Qué bien ando descalzo pisando arena por la orilla del mar. ¡Qué placer! Descalzo por la orilla, que presenta una espumita cremosa, remojo mis pies y relajo mi mente. Saco foto del acantilado desde abajo, donde se puede apreciar la iglesia que hace unos momentos acabo de visitar. También del lado Este, hacia Pourville-sur-Mer y Dieppe. Se empiezan a ver algunas personas, unas en lugares estratégicos y otras paseando. Veo a un chico desnudo en solitario. Está en zona de piedras y rocas. Se comprende ya que, con la última subida de marea, la arena está húmeda. Pero es buena señal y podré practicar nudismo. Luego veré a algunos desnudos que no les importa tumbarse sobre la humedad. Llego a una segunda zona donde la práctica del nudismo está más generalizada. Junto a una gran roca, todavía mojada, descargo mi equipaje, me desnudo y me doy un breve baño. Aún sigue estando fría el agua, pero va templando.
Dejando el equipaje al albur, me seco paseando hacia el Nordeste. Calculo unos treinta desnudos entre paseantes y quietos. Casi todos hombres pero hay una pareja tumbada y otra paseando. Salvo estas dos parejas me parece zona propicia para rollete homosexual. Cuando regreso a mi sitio, me decido a trasladar todo a una zona más arriba, algo más seca. En el lado derecho hay dos hombres que, estando bastante próximos, no parece que sean amigos. Cuando ya me posiciono en el lugar elegido, el que estaba en el rincón se traslada a rocas próximas, donde ya está otro que parece uno de los habituales del lugar. Abro la mochila y extiendo esterilla y saco de dormir. Debo secar la humedad de la noche en la tomatera. Quito alguna piedra y las aliso y pongo la esterilla para estar cómodo. Hacia el Sudoeste aparece un chico en calzoncillos y otro que está desnudo no sé si se la manipula o se la tapa. Todos se van marchando y acabaremos los tres solos. Estoy muy bien al sol, que calienta a pesar de la brisa. También el del calzoncillo se va y el otro se traslada a la roca en que me he desnudado al principio. Allí se queda sentado. Le veo mirar entre las rocas y me hago a la idea de que está tratando de ligar con los hombres del otro lado. Luego me doy otro paseo hacia el Nordeste, pero no muy lejos. No quiero alejarme de mi equipaje y además no quiero llegar muy tarde a Dieppe. De regreso, veo al del calzoncillo, que pensaba que se había ido, pero ahora desprendido de él y metido entre las rocas. Cuando me tumbo, el otro chico entra en el mismo lugar. No me preguntéis qué están haciendo, porque yo no veo nada más. Por los gestos y paseos de los otros hombres que se asoman, pareciera que estuvieran funcionando. Finalmente sale mi vecino con cara de satisfacción, se pone la toalla y la camiseta y me hace un gesto de placer, como de que se lo ha pasado muy bien. Se marcha, mirando hacia atrás, hacia el sudeste. Parece que lo que pretende es que el otro le siga, pero parece que el otro no está por la labor. A lo mejor está esperando que vuelva o que llegue otro cliente. Finalmente veo volver al que se ha ido y se va caminando hacia Dieppe. Sigue con su toalla como falda y su camiseta. Pero ya no lo vuelvo a ver más. Uno de los dos nudistas que están en las rocas me sigue todo el proceso de recogida de mochila, saco y esterilla hasta mi puesta en marcha. Se me ha olvidado pedirle que me sacara una foto de desnudo con fondo de acantilado. Al marchar le digo: “equipaje para dos meses” (finalmente serán 55 días de camino). Pero el hombre no muestra interés en saber por qué lo digo y sin contarle nada de mi viaje, sigo mi camino descalzo por la arena.
El descenso me anima. Bien, ¡playa, playa! Pero, cuando estoy llegando a la vaguada, se escora a la derecha y me lleva a hacia un nuevo bosquecillo. A mi izquierda una X disuasoria y un cartel indicando acantilado peligroso y prohibición de paso. ¡Estoy harto de tanto temor francés! Me asomo por el camino. Veo unas escaleras perfectas, una chapa horadada, que hace de rejilla y que permite pasar bien por encima en caso de que las lluvias formen pequeños riachuelos, que es nueva, en perfecto estado de conservación.
Oigo voces, y observo cómo unos jóvenes juegan al futbol en la playa. Saco primero una foto del cartel y luego otra de los jóvenes futbolistas y, sin dudarlo dos veces, en un periquete estoy en la playa. No he corrido ningún riesgo. Escalera perfecta, rejilla perfecta y un final con salida al mar de pequeño riachuelo que, a través de grandes piedras me permite acceder a la arena. Después de tantos días de caminar por pistas de tierra y asfalto, hoy puedo descalzarme y caminar por la arena.
He hecho muy bien en incumplir la norma del miedo. Cuando llego donde los chavales les interrumpo el partido informal y les cuento la peripecia. Alucinan con mi viaje. Uno aprovecha para hacer sus pinitos con el castellano aprendido. Me desean buena continuación. “Adiós” dice el que sabe. Reanudan el partido y me voy. Qué bien ando descalzo pisando arena por la orilla del mar. ¡Qué placer! Descalzo por la orilla, que presenta una espumita cremosa, remojo mis pies y relajo mi mente. Saco foto del acantilado desde abajo, donde se puede apreciar la iglesia que hace unos momentos acabo de visitar. También del lado Este, hacia Pourville-sur-Mer y Dieppe. Se empiezan a ver algunas personas, unas en lugares estratégicos y otras paseando. Veo a un chico desnudo en solitario. Está en zona de piedras y rocas. Se comprende ya que, con la última subida de marea, la arena está húmeda. Pero es buena señal y podré practicar nudismo. Luego veré a algunos desnudos que no les importa tumbarse sobre la humedad. Llego a una segunda zona donde la práctica del nudismo está más generalizada. Junto a una gran roca, todavía mojada, descargo mi equipaje, me desnudo y me doy un breve baño. Aún sigue estando fría el agua, pero va templando.
Dejando el equipaje al albur, me seco paseando hacia el Nordeste. Calculo unos treinta desnudos entre paseantes y quietos. Casi todos hombres pero hay una pareja tumbada y otra paseando. Salvo estas dos parejas me parece zona propicia para rollete homosexual. Cuando regreso a mi sitio, me decido a trasladar todo a una zona más arriba, algo más seca. En el lado derecho hay dos hombres que, estando bastante próximos, no parece que sean amigos. Cuando ya me posiciono en el lugar elegido, el que estaba en el rincón se traslada a rocas próximas, donde ya está otro que parece uno de los habituales del lugar. Abro la mochila y extiendo esterilla y saco de dormir. Debo secar la humedad de la noche en la tomatera. Quito alguna piedra y las aliso y pongo la esterilla para estar cómodo. Hacia el Sudoeste aparece un chico en calzoncillos y otro que está desnudo no sé si se la manipula o se la tapa. Todos se van marchando y acabaremos los tres solos. Estoy muy bien al sol, que calienta a pesar de la brisa. También el del calzoncillo se va y el otro se traslada a la roca en que me he desnudado al principio. Allí se queda sentado. Le veo mirar entre las rocas y me hago a la idea de que está tratando de ligar con los hombres del otro lado. Luego me doy otro paseo hacia el Nordeste, pero no muy lejos. No quiero alejarme de mi equipaje y además no quiero llegar muy tarde a Dieppe. De regreso, veo al del calzoncillo, que pensaba que se había ido, pero ahora desprendido de él y metido entre las rocas. Cuando me tumbo, el otro chico entra en el mismo lugar. No me preguntéis qué están haciendo, porque yo no veo nada más. Por los gestos y paseos de los otros hombres que se asoman, pareciera que estuvieran funcionando. Finalmente sale mi vecino con cara de satisfacción, se pone la toalla y la camiseta y me hace un gesto de placer, como de que se lo ha pasado muy bien. Se marcha, mirando hacia atrás, hacia el sudeste. Parece que lo que pretende es que el otro le siga, pero parece que el otro no está por la labor. A lo mejor está esperando que vuelva o que llegue otro cliente. Finalmente veo volver al que se ha ido y se va caminando hacia Dieppe. Sigue con su toalla como falda y su camiseta. Pero ya no lo vuelvo a ver más. Uno de los dos nudistas que están en las rocas me sigue todo el proceso de recogida de mochila, saco y esterilla hasta mi puesta en marcha. Se me ha olvidado pedirle que me sacara una foto de desnudo con fondo de acantilado. Al marchar le digo: “equipaje para dos meses” (finalmente serán 55 días de camino). Pero el hombre no muestra interés en saber por qué lo digo y sin contarle nada de mi viaje, sigo mi camino descalzo por la arena.
Mientras la orilla
tiene la arena dura voy descalzo pero, en zonas en que la arena se
hunde más fácilmente, prefiero caminar calzado por las piedras
blancas, lisas y rugosas que alternan con el “caillou”. Así
llego a la primera rampa de acceso a Pourville. Veo el nombre de
Dieppe y creo que ya he llegado a destino, pero me confirman que no
lo es, que todavía me falta un rato para llegar. He visto a un
pintor. A pesar del buen anclaje del caballete y el peso de los tubos
de pintura al óleo, una ráfaga de viento le ha tirado el lienzo a
la arena y, siguiendo la ley de Murphi, el lienzo ha caído del lado
oleoso, lo que ha hecho que se haya embadurnado de arena. Cuando
llego la está tratando de quitar y parece que lo va consiguiendo. A
lo mejor, la que queda, le da un aire de naturaleza difícil de
conseguir intentándolo adrede. Me gusta cómo le está quedando el
cuadro, con unos lilas muy sugerentes. Ya en el paseo marítimo saco
foto de Pourville-sur-Mer, son las seis de la tarde y no me gustaría
llegar a Dieppe, con la oficina de turismo cerrada.
Quiero que me ayuden a situar en el mapa los cuatro hoteles baratos seleccionados y si se puede que me hagan la reserva en uno antes de ir. No quiero dar paseos en balde. Pero eso se verá. No me agradaría pasar otra noche más a la “belle-etoile”. He subido al paseo porque ya está subiendo la marea y el acantilado temo que no me permita continuar hasta Dieppe.
Foto del paseo marítimo con las casetas de playa sobre él.
Quiero que me ayuden a situar en el mapa los cuatro hoteles baratos seleccionados y si se puede que me hagan la reserva en uno antes de ir. No quiero dar paseos en balde. Pero eso se verá. No me agradaría pasar otra noche más a la “belle-etoile”. He subido al paseo porque ya está subiendo la marea y el acantilado temo que no me permita continuar hasta Dieppe.
Foto del paseo marítimo con las casetas de playa sobre él.
Hacia Dieppe.
La carretera tiene
mucha circulación y asusto a algún conductor en alguna de las
curvas. Desde un mirador, saco foto para el recuerdo. Se aprecia toda
la playa por la que he venido caminando y donde me he bañado y
practicado nudismo.
En la distancia, apenas puedo vislumbrar la iglesia desde la que he bajado al mar. En el lugar de donde he sacado la panorámica, al igual que en otros lugares y no voy a fotografiar todos, encuentro otro cuadro de Claude Monet de 1882, se trata del camino de los trigales de Pourville.
Enseguida voy entrando en la ciudad. Sigo el indicado de “Centre-ville”. Parece que me lleva hacia atrás. Llego a escalera descendente y un chico me dice que la baje y siga la calle hacia donde ya se ve la ciudad. De paso voy mirando nombres de calles y los hoteles a mi paso, pero es trabajo en vano. Faltando cinco minutos para las siete, una mujer con cuatro niños me dice que siga al puerto y que allí encontraré la oficina de Turismo.
En la distancia, apenas puedo vislumbrar la iglesia desde la que he bajado al mar. En el lugar de donde he sacado la panorámica, al igual que en otros lugares y no voy a fotografiar todos, encuentro otro cuadro de Claude Monet de 1882, se trata del camino de los trigales de Pourville.
Enseguida voy entrando en la ciudad. Sigo el indicado de “Centre-ville”. Parece que me lleva hacia atrás. Llego a escalera descendente y un chico me dice que la baje y siga la calle hacia donde ya se ve la ciudad. De paso voy mirando nombres de calles y los hoteles a mi paso, pero es trabajo en vano. Faltando cinco minutos para las siete, una mujer con cuatro niños me dice que siga al puerto y que allí encontraré la oficina de Turismo.
Dieppe. En la oficina de Turismo.
Llegando al puerto,
una mujer me dice el lugar exacto y entro en la oficina un minuto
antes de las siete. Una mujer atiende a una pareja y dos que esperan
les pregunto la hora de cierre: “las 21:30 horas”, me dicen. Pero
no sé por qué me doy cuenta de que no es la oficina de turismo.
Pregunto por ella y me dicen: “Ya se cerró. Es en la otra puerta”.
Voy a la oficina aledaña en el mismo momento en que entra una
pareja. Una chica está atendiendo a otra y otra me atiende a mí. Me
señala en el mapa de la ciudad el lugar en que se encuentran dos de
los cuatro hoteles seleccionados. Los otros dos están fuera del
plano. A uno le cambia el nombre. Ya no se llama como se llamaba.
Agradezco y me voy.
EGG Hotel.
Voy al más próximo
y el bar Les Galets tiene un aspecto horrible, pero parece que nada
tiene que ver con el hotel, aunque se llamen igual. La mujer que me
atiende me dice que el precio de 41 € es sólo para la temporada de
invierno y que sólo tiene habitación por 51 €. Le doy las gracias
y me voy al otro, que no está lejos. Paso por un café muy aparente,
en el que ya me he fijado al pasar cuando he llegado. Cruzo a otra
avenida y allí está el EGG Hotel (antes Étap Hotel). Espero a que
la recepcionista termine de atender a un hombre y me pregunta:
“¿reservaste?” y le explico cómo es mi viaje y por qué no
reservé. Mira en su ordenador y me dice que sí hay habitación. Lo
más barato que tiene es 46 € sin desayuno. Pero prefiero andar
tranquilo y salir ya desayunado de la ciudad, así que hay que añadir
5,95 € y las tasas 0,70 €. Al final pago con Visa 52,65 €. El
desayuno es entre 6:00 y 9:30). Me da la clave para entrar en la
habitación y me añade que si quiero cenar vaya por la calle del
café que he mencionado. Subo a la habitación y la puerta no se me
abre hasta la tercera intentona. Es amplia y con el servicio completo
dentro. Tiene también una litera, como para familia con niño, que
no usaré. Sin ducharme, voy a cenar.
Le Regent.
Pregunto en el café,
pero ya no me dan cena porque han cerrado a las ocho. Había una
oferta muy completa e interesante. Me orientan hacia la Brasserie Le
Regent. Allí me atienden de una forma muy familiar. Me siento como
en casa. Dos clientes, de los fijos, beben algo. Uno se maravilla con
mi viaje y el otro ha metido en su estómago más alcohol del que
fuera conveniente. La señora sube y baja, baja y sube, escaleras. El
hombre cenará después que yo. Sólo hay otra pareja cenando. Pido
una ensalada de tomate, que me la sacan muy avinagrada y “babette”
(que no sé si traducir por babilla), una carne poco hecha riquísima
que, con patatas fritas y “echalotes” (cebollitas), me sabe a
gloria bendita. Se me ha antojado una banana que está bastante mala
y por la que pago 3 €. Estaba jaspeada por el exterior y la iban a
retirar y sustituir por otras más verdes. Me la debían haber
regalado. Pago en total con Visa 24,90 pero la cena ha sido mejor que
la comida y el filete ha superado la calidad de todo lo comido en los
últimos días. Con este pago, es el día en que supero los cien
euros de gasto, algo que no ocurría desde mi estancia en Le Vauban,
en Franceville, hace una semana.
Regreso al hotel.
Salgo de Le Regent y
regreso hacia el hotel EGG. Lo hago rápido porque no he cogido
jersey y ha refrescado. Esta vez la puerta se me abre a la segunda.
Lavo camiseta, calzoncillo y el jersey y lo pongo a secar usando las
perchas del armario. El jersey lo cuelgo de la cebolleta de la ducha,
después de haberme duchado y saliendo el agua con menos presión de
la que hubiera deseado. Antes de la ducha me he lavado bien los pies
sentado en silla y con los pies en el plato de ducha. No me gustaría
que me volviera a pasar lo de Audierne y acabar en urgencias como en
Douarnenez. Luego me los masajeo con aloe-vera. Creo que mis pies
agradecen el tratamiento. Llamo a Vera y hablo con Gari. No te
quejarás, me dice mi hija. El niño me cuenta que ha estado saltando
las olas. Le digo que, cuando regrese yo, un día iremos a la playa a
saltar las olas altas agarrado a mí. Como el año pasado, le digo.
¡No te quejarás!, me repite, nos tiene alucinados, por lo mucho que
habla y por lo bien que come. Se ve que le está sentando bien el
verano. Dice que van unos días con la familia de Maider y que les
preocupa el desplazamiento de Yesa. Con Sara irán a Berdún a
primeros de agosto. Casi han sido 5 minutos de llamada. Si sigo así
se va a quedar sin usar la tarjeta telefónica de 15 € que compré.
Sólo he hecho una llamada. Muchas cadenas y nada de interés en la
TV. Me acuesto haciendo zapping. En la cadena Arte, una escena de
Antony Quin y otra de Catherine Deneuve con Jean Sorel. Para las diez
ya he apagado la luz y duermo muy bien en cama amplia, sin tomates,
piedras, ni trasnochadores intempestivos con linternas. Retiro el
edredón, pues da excesivo calor y con la sabanita me cubro el cuerpo
desnudo. Quizás sólo con la sábana, siento algo de frío en la
madrugada, pero lo prefiero y duermo mejor que con calor. Ya me he
acostumbrado tanto al frío de las últimas noches, que éste lo
recibo casi con gusto. Sólo me levanto una vez a orinar. He dejado
la cortina sin correr para que me despierte con la luz del día.
Pensando en mi cuerpo, sólo persiste el dolor del talón del pie
izquierdo, como si se me hubiera incrustado algo que no dejará de
molestarme hasta que se me infecte y el cuerpo lo expulse y salga,
pero es un dolor asumible. Me acuerdo del pintor de la playa y el
cuadro volando impulsado por el viento. Duermo bien y no me despierto
hasta las siete y media.
Balance de mi
penúltima jornada en Sena Marítimo.
Lo mejor del día
han sido el tiempo de playa en Pourville, con baño y disfrutando de
nudismo, la cena en Le Regent y el descanso en el hotel EGG. Lo peor
es no poder disfrutar de caminos sobre los más preciosos acantilados
de todos los que he conocido. Sería maravilloso que hubiera un GR-34
a borde de mar como en Bretaña. Sigo comprobando el empeño en
prohibir de la Francia de la “liberté”, libertad de pacotilla.
Mucho cuento es lo que tienen los franceses y prepotencia, pues se
creen que con llevarnos años de ventaja en democracia, son más
demócratas que nadie. Creen en las instituciones y ellas hacen de su
capa un sayo. Hoy también he visto bonitas iglesias, mansiones y
casas normandas. También me ha gustado Veules-les-Roses, aunque no
hubiera desayuno.
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