Etapa 23 (380) 06 de
julio de 2013, sábado.
Vaucottes-Yport-Criquebeuf
en Caux-Grainval-Fécamp-Sennerville sur Fécamp-Valeuse
d’Eletot-Eletot- Plage Saint Pierre en Port.
Hoy es mi 89 etapa
por la costa atlántica francesa.
Amanecer en el
albergue de los Amigos de la Naturaleza.
Me despierto y
levanto a las siete. Orino, afeito y para las 7:15 horas ya estoy
saliendo del albergue.
Voy haciendo fotos para hacer reconocible el camino que hice ayer con Sophie y Patrick, aunque hoy lo estoy recorriendo en sentido inverso. Primero he sacado la fachada principal del albergue con las mesas de la terraza que no usamos para nada y la escalera exterior que da acceso a la gambara, donde estarán probablemente durmiendo los amigos.
Me acerco a la puerta de acceso, que tan fácil resultó abrir ayer. Junto con el anagrama “AN” y el otro con más leyenda “Les amis de la nature. Union Turistique”. Al salir vuelvo a poner en la verja el cierre superior.
Como despedida, pero visto desde el exterior, fotografío el edificio en toda su dimensión.
Llego a un templete con techado de paja similar al que utilizan en las casas antiguas tanto los bretones como los normandos. El rocío se enseñorea en la hierba. El pequeño espacio a cubierto puede servir de refugio para evitar un rato bajo la lluvia, pero está muy desprotegido en caso de que vaya acompañada de viento.
Voy haciendo fotos para hacer reconocible el camino que hice ayer con Sophie y Patrick, aunque hoy lo estoy recorriendo en sentido inverso. Primero he sacado la fachada principal del albergue con las mesas de la terraza que no usamos para nada y la escalera exterior que da acceso a la gambara, donde estarán probablemente durmiendo los amigos.
Me acerco a la puerta de acceso, que tan fácil resultó abrir ayer. Junto con el anagrama “AN” y el otro con más leyenda “Les amis de la nature. Union Turistique”. Al salir vuelvo a poner en la verja el cierre superior.
Como despedida, pero visto desde el exterior, fotografío el edificio en toda su dimensión.
Llego a un templete con techado de paja similar al que utilizan en las casas antiguas tanto los bretones como los normandos. El rocío se enseñorea en la hierba. El pequeño espacio a cubierto puede servir de refugio para evitar un rato bajo la lluvia, pero está muy desprotegido en caso de que vaya acompañada de viento.
Se ve que la
especialización de esta zona es la de cabalgar a caballo. Veo zonas
preparadas al respecto, con espacios apropiados para trotar y galopar
y otros para dar saltos y aprender a darlos los jinetes poco
avezados.
Llego a otra zona con elementos similares pero con edificios que contienen las caballerizas. Me encuentro con un ciclista que se dirige al albergue. Hablo con él y le cuento la experiencia que me llevó al mismo. Me pregunta si ha sido buena experiencia y le contesto afirmativamente.
Y, media hora después, al cruce donde se indica el camino a seguir para llegar al albergue de los Amigos de la Naturaleza, con su “N” azul barrada en rojo. Lo fotografío para que algún otro caminante que lea mi crónica, pueda saber el significado de dicha “N” barrada. En el poste disuaden a los caminantes del GR para que no vayan por allí. Empiezo el ascenso por el GR para posicionarme sobre el acantilado y poder bajar luego a Yport.
Antes de llegar a la cima, el sol también ha ascendido tanto como para poder iluminarla. Ahora comienza su tarea de secado de la hierba humedecida por el relente de la noche. Probablemente, si hubiera dormido en la playa, a mí también me habría afectado el rocío mañanero, pero hoy he dormido bien y a cubierto. Y no ha sido demasiado caro, aunque el desayuno no estuviera comprendido.
Probablemente, si hubiera demorado mi salida, también lo habría tenido gratis. No perdiendo ese tiempo, que para mí es oro, podré demorar menos mi llegada a Bélgica. Todavía me quedan casi dos semanas para llegar allí. El camino de ascenso me ha sacado más arriba de lo previsto y para ver la playa y el acantilado debo retroceder por la carretera tres o cuatro curvas. Desde allí puedo ver el acantilado iluminado por el sol que le da de pleno desde el Este, el lugar donde hubiera dormido y el recodo por donde llegaron los amigos, que son buenos amigos y que también fueron buenos conmigo.
La marea ha subido más de lo previsto, pero no me habría alcanzado en el lugar elegido. Quizás me habría intranquilizado el sonido cercano en la oscuridad de la noche. Confío en que me habría dado tiempo suficiente antes de sorprenderme. La imagen es bonita y no me arrepiento de haber retrocedido para ver tan bello acantilado. Un hombre pasea por la playa.
Tras sacar la foto, que tiene cierta similitud con la de ayer, aunque la iluminación sea totalmente distinta, continúo camino por la cima. El GR me saca de la carretera y va apareciendo entre las sombras, de nuevo, Yport. El rocío moja mis sandalias y mis pies, cuando no piso sobre la amalgama de piedras y tierra. Es una sensación grata y desagradable a partes iguales. El mar está neblinoso y la ciudad, escondida entre los dos acantilados, se presenta lóbrega y poco atractiva.
Llego a otra zona con elementos similares pero con edificios que contienen las caballerizas. Me encuentro con un ciclista que se dirige al albergue. Hablo con él y le cuento la experiencia que me llevó al mismo. Me pregunta si ha sido buena experiencia y le contesto afirmativamente.
Y, media hora después, al cruce donde se indica el camino a seguir para llegar al albergue de los Amigos de la Naturaleza, con su “N” azul barrada en rojo. Lo fotografío para que algún otro caminante que lea mi crónica, pueda saber el significado de dicha “N” barrada. En el poste disuaden a los caminantes del GR para que no vayan por allí. Empiezo el ascenso por el GR para posicionarme sobre el acantilado y poder bajar luego a Yport.
Antes de llegar a la cima, el sol también ha ascendido tanto como para poder iluminarla. Ahora comienza su tarea de secado de la hierba humedecida por el relente de la noche. Probablemente, si hubiera dormido en la playa, a mí también me habría afectado el rocío mañanero, pero hoy he dormido bien y a cubierto. Y no ha sido demasiado caro, aunque el desayuno no estuviera comprendido.
Probablemente, si hubiera demorado mi salida, también lo habría tenido gratis. No perdiendo ese tiempo, que para mí es oro, podré demorar menos mi llegada a Bélgica. Todavía me quedan casi dos semanas para llegar allí. El camino de ascenso me ha sacado más arriba de lo previsto y para ver la playa y el acantilado debo retroceder por la carretera tres o cuatro curvas. Desde allí puedo ver el acantilado iluminado por el sol que le da de pleno desde el Este, el lugar donde hubiera dormido y el recodo por donde llegaron los amigos, que son buenos amigos y que también fueron buenos conmigo.
La marea ha subido más de lo previsto, pero no me habría alcanzado en el lugar elegido. Quizás me habría intranquilizado el sonido cercano en la oscuridad de la noche. Confío en que me habría dado tiempo suficiente antes de sorprenderme. La imagen es bonita y no me arrepiento de haber retrocedido para ver tan bello acantilado. Un hombre pasea por la playa.
Tras sacar la foto, que tiene cierta similitud con la de ayer, aunque la iluminación sea totalmente distinta, continúo camino por la cima. El GR me saca de la carretera y va apareciendo entre las sombras, de nuevo, Yport. El rocío moja mis sandalias y mis pies, cuando no piso sobre la amalgama de piedras y tierra. Es una sensación grata y desagradable a partes iguales. El mar está neblinoso y la ciudad, escondida entre los dos acantilados, se presenta lóbrega y poco atractiva.
Yport.
Voy pisando hierba
refrescante y, en zona que está algo más alta, espanto ovejas y
corderos. Cuando llego a un trigal, salen volando, primero una y
después la otra, dos veloces codornices. Me hacen recordar lo bien
que se paraban nuestras perras de caza, la Linda y la Bat, cuando
iban con mi padre a la caza de tan preciado manjar. Creo que estas
Pointer fueron los mejores animales domésticos que tuvimos en
aquellos tiempos en que la caza era considerada un deporte saludable.
Entonces ir a cazar no era un estigma, algo negativo, sino una
recuperación del instinto del hombre primitivo que llevamos dentro.
A pesar de lo que digo, y de la admiración por mi padre como buen
cazador y pescador, yo no heredé estas aficiones suyas. Sin bajar
del acantilado ya puedo, por todo lo alto, asomarme a la playa. Unos
edificios playeros, en azul y blanco, me traen el recuerdo de
Donostia y del equipo de futbol blanquiazul de La Real Sociedad,
aunque no siento añoranza, pues es San Sebastián un lugar donde
tengo intención de volver sano y salvo. A estas horas no hay nadie
bañándose, pero suele ser habitual ver a alguna persona mayor
dándose su baño matutino antes de que el sol apriete, aunque en
estas latitudes raramente ahoga, y estropee las apaleadas pieles algo
decrépitas por la edad y el mucho exceso de tiempo que estuvieron
sus carnes jóvenes a la intemperie, en épocas en que no existían
protectores solares. Por otro lado yo me revelo contra la sociedad de
consumo y los médicos que exigen protección solar excesiva a los
infantes, niños y jóvenes. Un poco de protección al inicio de
temporada, y en algún día de mucho tiempo de exposición al sol,
puede ser conveniente, pero creo que ahora no permitimos al propio
cuerpo que segregue la melanina protectora necesaria y, cuando
lleguen a adultos, serán totalmente dependientes de los protectores
solares. Las empresas que los fabrican son las principales
beneficiarias por esa política que se considera saludable.
El descenso del acantilado es pronunciado, casi vertical. En pocos metros desciendo hasta la playa. En el reloj de la iglesia las campanas de la iglesia me están diciendo que son las ocho. Ha sido más corto que el que hice ayer por carretera, pues no me atreví a seguir la señal del GR, temiendo que no me metiera en la ciudad, que ayer era mi prioridad.
Ahora vuelve a serlo, pues deseo encontrar algún sitio para desayunar. Por unas escaleras, llego donde los socorristas. Aquí van con atuendo azul-blanco-negro, aunque es posible que lo que por contraste me parece negro sea un azul marino oscuro. Encuentro otro chiringuito, pero no de bebidas, sino invitador a leer en la playa. El letrero es claro: “Lire a la plage”.
Quizás esta constante que voy observando en mi paseo costero por Francia, sea uno de los elementos positivos más significativos que dignifican a los galos. En la foto, el cabo que ilumina el sol, se denomina la Pointe du Chicard. La playa también hace de puerto para pequeñas embarcaciones de pescadores. Tres de ellos conversan junto a sus barquitos. Dejo la playa y me meto por la calle en que se encuentra la Oficina de Información.
La iglesia, al fondo. Como se ve, es una ciudad florida bien cuidada, aunque no he visto el cartel que indica el nivel alcanzado en el ranking de ciudades floridas.
El descenso del acantilado es pronunciado, casi vertical. En pocos metros desciendo hasta la playa. En el reloj de la iglesia las campanas de la iglesia me están diciendo que son las ocho. Ha sido más corto que el que hice ayer por carretera, pues no me atreví a seguir la señal del GR, temiendo que no me metiera en la ciudad, que ayer era mi prioridad.
Ahora vuelve a serlo, pues deseo encontrar algún sitio para desayunar. Por unas escaleras, llego donde los socorristas. Aquí van con atuendo azul-blanco-negro, aunque es posible que lo que por contraste me parece negro sea un azul marino oscuro. Encuentro otro chiringuito, pero no de bebidas, sino invitador a leer en la playa. El letrero es claro: “Lire a la plage”.
Quizás esta constante que voy observando en mi paseo costero por Francia, sea uno de los elementos positivos más significativos que dignifican a los galos. En la foto, el cabo que ilumina el sol, se denomina la Pointe du Chicard. La playa también hace de puerto para pequeñas embarcaciones de pescadores. Tres de ellos conversan junto a sus barquitos. Dejo la playa y me meto por la calle en que se encuentra la Oficina de Información.
La iglesia, al fondo. Como se ve, es una ciudad florida bien cuidada, aunque no he visto el cartel que indica el nivel alcanzado en el ranking de ciudades floridas.
Café de
Normandie.
Como es habitual,
busco Tabac y empieza el juego de todos los días:
Tabac-Panadería-Tabac. El café con leche lo pido en el Tabac Café
de Normandía y en la boulangerie compro un croissant por el que me
cobran 78 céntimos, creo que es el más barato de todo mi viaje por
Francia y está claro que tiene el precio más ajustado en relación
al margen de ganancia sobre el coste al productor. Me podrían haber
cobrado 80 céntimos, pero no, me cobran los 78 que piden. ¡Muy
bien! Ya en el café, me siento a desayunar, tras haber pagado 2,60 €
por el café au lait. Cuento el lugar de la dormida y mi viaje. Tras
desayunar, cago, completo el dibujo que ayer quedó inacabado, y me
parece que algo ha mejorado. También escribo. Son las 9:40 horas
cuando decido parar de escribir, recoger y marchar hacia Fécamp.
Ahora sí, con el nuevo mapa, creo que lo haré por el GR-21. El
barman del Normandie sale al exterior para indicarme cuál es el
tejado de la farmacia de donde parte el GR-21. Está en la siguiente
plaza. Pero no puedo marcharme de Yport sin saludar y agradecer a las
dos damas de la Oficina de Turismo y contarles mi experiencia con los
Amigos de la Natura.
Oficina de
Turismo: 2ª visita a Eugenie y Martine.
Cuando llego,
Eugenie está colocando propaganda en el panel de anuncias que está
en el exterior. Le saludo y le empiezo a contar lo de anoche, desde
que me despedí de ella. Desde dentro escucha Martine, que es la de
más edad, pues Eugenie es una jovencita. Por deferencia hacia ella,
propongo seguir contando mi historia en el espacio interior. También
les cuento mis recuerdos de Segnose, donde me dejaron dormir en una
cabaña en construcción; Parentis, donde el cordonier (zapatero) me
arreglo las sandalias gratis; el encuentro en tres fases con Annick,
en lo más norte de Bretaña y donde empecé este año entrenando en
un recorrido por islas, pasando de unas a otras aprovechando la marea
baja; también la sorprendente isla de Saint Gildas donde, una vez al
año, comulgan los caballos… y las yeguas, no vayamos a
discriminar. Es algo curioso, y francés, que ellas desconocían.
Les enseño el mapa recortado, que me va a servir para la etapa de hoy y poco más y me despido agradecido. Ellas también quieren mostrar agradecimiento al caminante y Martine, que parece ser la jefa o la que tiene al menos más poder, me regala una agenda que en la tapa pone, con un corazón, algo similar a I love NY (Amo Nueva York). No me parece que tenga mucho sentido mentar aquí la ciudad americana, así que debo fijarme mejor. Efectivamente, con letras más suaves, menos destacadas, en azulina, leo ahora: NormandY. La N y la Y griega final están impresas en un negro grueso e intenso, pero “ormand” es lo que aparece en un suave azul. Es la razón por la que al primer vistazo ni me había dado cuenta. Cojo el regalo como si fuera una ofrenda de las diosas y me despido agradecido de la hospitalidad de Vaucottes e Yport.
Les enseño el mapa recortado, que me va a servir para la etapa de hoy y poco más y me despido agradecido. Ellas también quieren mostrar agradecimiento al caminante y Martine, que parece ser la jefa o la que tiene al menos más poder, me regala una agenda que en la tapa pone, con un corazón, algo similar a I love NY (Amo Nueva York). No me parece que tenga mucho sentido mentar aquí la ciudad americana, así que debo fijarme mejor. Efectivamente, con letras más suaves, menos destacadas, en azulina, leo ahora: NormandY. La N y la Y griega final están impresas en un negro grueso e intenso, pero “ormand” es lo que aparece en un suave azul. Es la razón por la que al primer vistazo ni me había dado cuenta. Cojo el regalo como si fuera una ofrenda de las diosas y me despido agradecido de la hospitalidad de Vaucottes e Yport.
Sente du
Calvaire. GR-21.
El GR-21 en su
arranque de Yport, recibe el nombre de Senda del Calvario. Saco otra
foto bien florida con el cartel anunciador y el nombre del callejón.
En un par de minutos ya he llegado a la cruz que justifica el nombre de Calvario. No se trata del habitual crucero de los caminos de Santiago, normalmente de piedra. Este está soportado por cruz de madera y el cabello está hecho de elementos vegetales.
Pronto me doy cuenta de que este camino apenas es transitado y me hace temer que sea un camino que se va perdiendo. Paso de mala manera por entre la maleza, altas hierbas y matorral, pero enseguida mejora y ya no volveré a tener problemas para continuar. He tenido espacio muy justo para que cupiera mi mochila grande.
Saliendo de Yport hacia Criquebeuf-en-Caux y Grainval, el camino va perfecto. Unas vacas pastan en un gran prado y como fondo, entre neblina, se adivina más que se ve la silueta de la siguiente ciudad.
Un nuevo crucero con escalones de piedra en forma circular y cruz metálica, me indica que este GR tiene mucho de religioso. No es el camino de Santiago, pero tiene estos cruceros en común con aquel.
En un par de minutos ya he llegado a la cruz que justifica el nombre de Calvario. No se trata del habitual crucero de los caminos de Santiago, normalmente de piedra. Este está soportado por cruz de madera y el cabello está hecho de elementos vegetales.
Pronto me doy cuenta de que este camino apenas es transitado y me hace temer que sea un camino que se va perdiendo. Paso de mala manera por entre la maleza, altas hierbas y matorral, pero enseguida mejora y ya no volveré a tener problemas para continuar. He tenido espacio muy justo para que cupiera mi mochila grande.
Saliendo de Yport hacia Criquebeuf-en-Caux y Grainval, el camino va perfecto. Unas vacas pastan en un gran prado y como fondo, entre neblina, se adivina más que se ve la silueta de la siguiente ciudad.
Un nuevo crucero con escalones de piedra en forma circular y cruz metálica, me indica que este GR tiene mucho de religioso. No es el camino de Santiago, pero tiene estos cruceros en común con aquel.
Criquebeuf se va
quedando a mi derecha y en mi recorrido hacia Grainval, recupero
algunas sensaciones que ya estaba olvidando. La primera plantación
que me recuerda mi camino hacia Mont Saint Michel, es la de ruibarbo.
Están las hojas muy verdes, lo que me hace dudar. Tendría total
certeza si las pencas aparecieran enrojecidas, algo que no ocurre o
que no logro ver. Quizás les falte tiempo de maduración. Pero una
señora que está jubilada y trabajando en grupo arreglando un seto
delimitador de su propiedad junto al camino, me dice que este
ruibarbo no enrojece, que siempre es verde. No enrojece al madurar.
El camino, en algunos kilómetros, va a ser carretera, pero con apenas circulación. Paso por grandes extensiones de trigo aún verde. Al pasar por unas casas, encuentro a una familia belga. Tienen dos niños y al pequeño lo dejan en la trona para venir a atenderme. Hablamos de la cosecha y de las variedades de productos.
Me informan de que estoy en terreno de Criquebeuf. También encuentro grandes extensiones de lino. Ya lo vi estos días pasados, pero hoy tengo la fortuna de verlo más florecido y ese mantillo azul en la superficie de sus verticales y sencillas plantas, me produce una sensación agradable por lo inhabitual. Saco dos fotos para que lo apreciéis y opinéis.
Se da la circunstancias de que no todas las parcelas van con el mismo proceso de maduración. Al final de la segunda foto hay otra extensión de lino, pero no tiene flor alguna. Es probable que ya se le hayan caído y el lino esté más maduro en la siguiente. En carretera estrecha y entre trigo y ruibarbo, veo venir a dos parejas. Son la avanzadilla de un gran grupo de caminantes. Vienen caminando desde Fécamp. Paro, hablamos y se entusiasman con mi viaje. Me animan y continúan. No me han dicho hasta donde van pero, por la hora que es, las once de la mañana, y la costumbre de comer los franceses poco después de las doce, supongo que, como mucho, llegarán a Yport.
Pasan dos hombres con perro. Se paran para que el perro no me ladre y me deje pasar tranquilo. Ya estoy cerca de Fécamp. La estrecha carretera comienza a descender. Un depósito y las primeras construcciones se acercan y, como fondo, ya puedo ver, entre neblina, el acantilado que se presenta después de Fécamp. Mantiene las mismas características que los que voy dejando atrás.
Un indonesio prepara y trata de poner en marcha una máquina elíptica que cumple funciones de sierra. Hablo con un alemán. Le cuento que voy hacia Bélgica y Holanda. Él me responde que, si voy a la frontera con Alemania, llegaré a Bremen. Creo que se equivoca de frontera.
El camino, en algunos kilómetros, va a ser carretera, pero con apenas circulación. Paso por grandes extensiones de trigo aún verde. Al pasar por unas casas, encuentro a una familia belga. Tienen dos niños y al pequeño lo dejan en la trona para venir a atenderme. Hablamos de la cosecha y de las variedades de productos.
Me informan de que estoy en terreno de Criquebeuf. También encuentro grandes extensiones de lino. Ya lo vi estos días pasados, pero hoy tengo la fortuna de verlo más florecido y ese mantillo azul en la superficie de sus verticales y sencillas plantas, me produce una sensación agradable por lo inhabitual. Saco dos fotos para que lo apreciéis y opinéis.
Se da la circunstancias de que no todas las parcelas van con el mismo proceso de maduración. Al final de la segunda foto hay otra extensión de lino, pero no tiene flor alguna. Es probable que ya se le hayan caído y el lino esté más maduro en la siguiente. En carretera estrecha y entre trigo y ruibarbo, veo venir a dos parejas. Son la avanzadilla de un gran grupo de caminantes. Vienen caminando desde Fécamp. Paro, hablamos y se entusiasman con mi viaje. Me animan y continúan. No me han dicho hasta donde van pero, por la hora que es, las once de la mañana, y la costumbre de comer los franceses poco después de las doce, supongo que, como mucho, llegarán a Yport.
Pasan dos hombres con perro. Se paran para que el perro no me ladre y me deje pasar tranquilo. Ya estoy cerca de Fécamp. La estrecha carretera comienza a descender. Un depósito y las primeras construcciones se acercan y, como fondo, ya puedo ver, entre neblina, el acantilado que se presenta después de Fécamp. Mantiene las mismas características que los que voy dejando atrás.
Un indonesio prepara y trata de poner en marcha una máquina elíptica que cumple funciones de sierra. Hablo con un alemán. Le cuento que voy hacia Bélgica y Holanda. Él me responde que, si voy a la frontera con Alemania, llegaré a Bremen. Creo que se equivoca de frontera.
Fécamp.
Consigo tener una
visión de Fécamp desde lo alto del acantilado. Alguien ha montado
una tienda de campaña en un terreno inclinado. Tiene bicicleta y hay ropa
tendida. El lugar elegido ofrece unas vistas maravillosas de la
costa. Se puede deducir que es un sibarita visionario. La ciudad
ofrece un tipo de casas acordes con el lugar, pero no sé cómo han
dejado construir unos edificios mamotreto en primera línea de playa.
Aquí, como en España y Córcega, también cuecen habas. La
especulación con los terrenos no entiende de democracias históricas.
Francia sobrevive a duras penas del mito de la Revolución de 1789.
Es así que, después de obtener una visión de conjunto desde arriba del acantilado, desciendo hasta el paseo marítimo. Me llevo decepción al ver que la playa es de guijarros. Las casetas de la playa no están sobre ellos, sino sobre el paseo marítimo. Se ve que con la marea alta el agua llegaría hasta ellas. No tienen mucha gracia pero, seguramente, cumplirán su función.
Es así que, después de obtener una visión de conjunto desde arriba del acantilado, desciendo hasta el paseo marítimo. Me llevo decepción al ver que la playa es de guijarros. Las casetas de la playa no están sobre ellos, sino sobre el paseo marítimo. Se ve que con la marea alta el agua llegaría hasta ellas. No tienen mucha gracia pero, seguramente, cumplirán su función.
Un bañito antes
de comer.
Como veo que por el
lado Oeste no hay gente en la playa, me escoro hacia allí con
intención de darme un baño desnudo. Veo que algunas personas se
alejan hacia donde el acantilado se va perdiendo en la neblina. Yo no
quiero alejarme mucho y, a pesar de que por donde les veo ir me da la
sensación de que pueda ser zona nudista, si no oficial, al menos
donde hacen la vista gorda los vigilantes, me conformo con colocarme
a cierta distancia de los últimos playeros de la ciudad. Paro y me
desnudo en un hueco donde da el sol.
Después veré cómo la sombra del acantilado se va acercando a mí, pero ya será a la hora de marcharme. Me doy un baño, con la desagradable sensación que me producen las piedras en los pies, teniendo en cuenta que no he conseguido que me extirpen el papiloma del dedo pequeño del pie izquierdo. A pesar de ello, el agua está agradable y al sol se está muy bien. Estoy, aproximadamente, una hora. Las piedras me permiten acomodo y utilizo la mochila como almohada. Veo que pasan dos jóvenes árabes en dirección al fondo oeste, pero no los veo volver. Ella lleva la cabeza cubierta con el clásico pañuelo y se han estado haciendo fotos unos metros antes de llegar a donde estoy yo.
Pasadas las doce y media, me visto y me voy caminando hacia el paseo marítimo. Un matrimonio ha instalado una mesa con sillas y se dispone a comer. Pregunto si ese es el restaurante privado en espacio público. Me entiende la broma y asiente. Me recomiendan que coma en La Filibuste. Me dicen que está cerca del edificio octogonal que ya se ve desde allí. Me despido: “bon apetit” y agradezco la información. Sigo por el paseo. Se ve que para pasar al siguiente acantilado, deberé pasar la desembocadura de un río, un puerto o ambos, puesto que ya de lejos veo los espigones en el mar que lo delimitan. Hay propietarios de casetas que ni se molestan en bajar a los guijarros y se sientan en sus sillas en el propio paseo marítimo.
La Flibuste.
Amigas en despedida de soltera.
Después veré cómo la sombra del acantilado se va acercando a mí, pero ya será a la hora de marcharme. Me doy un baño, con la desagradable sensación que me producen las piedras en los pies, teniendo en cuenta que no he conseguido que me extirpen el papiloma del dedo pequeño del pie izquierdo. A pesar de ello, el agua está agradable y al sol se está muy bien. Estoy, aproximadamente, una hora. Las piedras me permiten acomodo y utilizo la mochila como almohada. Veo que pasan dos jóvenes árabes en dirección al fondo oeste, pero no los veo volver. Ella lleva la cabeza cubierta con el clásico pañuelo y se han estado haciendo fotos unos metros antes de llegar a donde estoy yo.
Pasadas las doce y media, me visto y me voy caminando hacia el paseo marítimo. Un matrimonio ha instalado una mesa con sillas y se dispone a comer. Pregunto si ese es el restaurante privado en espacio público. Me entiende la broma y asiente. Me recomiendan que coma en La Filibuste. Me dicen que está cerca del edificio octogonal que ya se ve desde allí. Me despido: “bon apetit” y agradezco la información. Sigo por el paseo. Se ve que para pasar al siguiente acantilado, deberé pasar la desembocadura de un río, un puerto o ambos, puesto que ya de lejos veo los espigones en el mar que lo delimitan. Hay propietarios de casetas que ni se molestan en bajar a los guijarros y se sientan en sus sillas en el propio paseo marítimo.
La Flibuste.
Amigas en despedida de soltera.
Me siento en la
terraza y con tanto lío de ofertas, elijo la opción 1-3 por 16,95
€. Me equivoco y pido dos ensaladas. La primera consiste en
aguacate y gambas con mahonesa y la segunda es más normal, pero con
otro aguacate entero y algo de pepino, que es lo que más grato me
resulta. La salsa no llega para todo lo que hay que condimentar. Como
no echo sal, todo queda bastante insípido. Saco foto de una de
ellas.
Especulo con el significado de La Flibuste. Y me quedo con la posible referencia a los filibusteros. ¿Habré acertado? Pero la comida en su conjunto no va a resultar nada insípida, puesto que llega un grupo de amigas que celebran la despedida de soltera de una de ellas, a la que han disfrazado de conejito de play-boy.
Ofrece, para el que quiera morder, zanahorias en el escote. Yo seré uno de ellos. Ella está a sus anchas, no se corta ni un pelo. Se ajusta bien al rol que le han asignado sus amigas. Cuando las veo, les amigas están tratando de colocar las orejas engarzadas en una diadema y la homenajeada se las va a poner. Se las habían quitado para recomponerlas. Luego me acerco para felicitar a la novia y me obsequia con una zanahoria que me aportará vitaminas extra. Observad su escote que funciona como almacén de dicha hortaliza.
Una amiga me saca tres fotos para el recuerdo. La muchacha es rolliza y de pechos generosos, como podréis observar. No me gusta mucho la zanahoria cruda, pero trato de disimular y simulo que la como.
Al final obtengo el premio más codiciado, un beso de la novia. ¡Que seas feliz!, le digo. Finalmente el grupo baja a la playa. En la terraza hace algo de frío. Debiera haber comido dentro de La Flibuste pero, probablemente, dentro me habría perdido el espectáculo. Aunque me pongo el jersey, no entro en calor y no me apetece escribir. Durante la comida, a una gaviota se le ha encaprichado un trozo de pizza que estaba sobre el mostrador. Se ha posicionado sobre él, pero la camarera ha conseguido espantarla antes de que se la desgraciara.
Entro a cagar y pagar y aprovecho para coger agua, completando la que me había sobrado de la garrafa de la comida. Exprimo en mi botellín el gajo de lima y el de limón que venía con las ensaladas. El agua así parece perfumada al aroma de lima et citron. Con el pichet de tinto, pago 20,90 € con Visa.
Especulo con el significado de La Flibuste. Y me quedo con la posible referencia a los filibusteros. ¿Habré acertado? Pero la comida en su conjunto no va a resultar nada insípida, puesto que llega un grupo de amigas que celebran la despedida de soltera de una de ellas, a la que han disfrazado de conejito de play-boy.
Ofrece, para el que quiera morder, zanahorias en el escote. Yo seré uno de ellos. Ella está a sus anchas, no se corta ni un pelo. Se ajusta bien al rol que le han asignado sus amigas. Cuando las veo, les amigas están tratando de colocar las orejas engarzadas en una diadema y la homenajeada se las va a poner. Se las habían quitado para recomponerlas. Luego me acerco para felicitar a la novia y me obsequia con una zanahoria que me aportará vitaminas extra. Observad su escote que funciona como almacén de dicha hortaliza.
Una amiga me saca tres fotos para el recuerdo. La muchacha es rolliza y de pechos generosos, como podréis observar. No me gusta mucho la zanahoria cruda, pero trato de disimular y simulo que la como.
Al final obtengo el premio más codiciado, un beso de la novia. ¡Que seas feliz!, le digo. Finalmente el grupo baja a la playa. En la terraza hace algo de frío. Debiera haber comido dentro de La Flibuste pero, probablemente, dentro me habría perdido el espectáculo. Aunque me pongo el jersey, no entro en calor y no me apetece escribir. Durante la comida, a una gaviota se le ha encaprichado un trozo de pizza que estaba sobre el mostrador. Se ha posicionado sobre él, pero la camarera ha conseguido espantarla antes de que se la desgraciara.
Entro a cagar y pagar y aprovecho para coger agua, completando la que me había sobrado de la garrafa de la comida. Exprimo en mi botellín el gajo de lima y el de limón que venía con las ensaladas. El agua así parece perfumada al aroma de lima et citron. Con el pichet de tinto, pago 20,90 € con Visa.
Fécamp. El paseo
marítimo. Concierto Debussy.
Continúo por el
paseo marítimo. En una foto de conjunto hacia el acantilado que he
ido dejando atrás, se ve que Yport ya va quedando muy alejado. Todos
estos acantilados tienen muy similar factura. Un grupo de amigos
sentados sobre los guijarros, se entretienen lanzando cantos rodados
al mar.
Les llamo los “tirapiedras” y me recuerdan la afición que tiene mi amigo Martín y su buena puntería, fuerza y destreza para lanzarlas. Supongo que delante de este grupo no hay nadie que corra peligro. Antes de que se acabe el paseo, veo que han instalado una gran carpa blanca y me acerco a ella.
Por la derecha ya ha empezado a verse el puerto que había intuido desde la lejanía. Destaca en él un gran edificio portuario y, a lo lejos, la torre de una iglesia con buen aspecto. Lo que no tengo idea es por dónde debo ir para pasar al otro lado del puerto. Entro en la carpa.
Hay varias gradas, la mayor con asientos centrales y dos laterales en cada una de las cuales caben más de la mitad de espectadores que en la central. Así con dos pasillos se puede repartir bien el grupo. Aunque el local tiene un aspecto muy desangelado como para un concierto, si el graderío se llena de amantes de la música clásica, que supondría más de seiscientas personas, el calor del público compensará las deficiencias de la carpa. Esperemos que los intérpretes de Debussy estén a la altura del gran maestro de la composición. El director ha seleccionado las partituras y define el concierto como de un Debussy impresionista.
El espectáculo está previsto para las ocho. Será impresionante, pero yo no asistiré, pues a esa hora estaré llegando en Saint-Pierre-en-Port y aún estoy a mitad de camino, en Fécamp, que es el mayor núcleo poblacional por el que voy a pasar en mi etapa de hoy.
Les llamo los “tirapiedras” y me recuerdan la afición que tiene mi amigo Martín y su buena puntería, fuerza y destreza para lanzarlas. Supongo que delante de este grupo no hay nadie que corra peligro. Antes de que se acabe el paseo, veo que han instalado una gran carpa blanca y me acerco a ella.
Por la derecha ya ha empezado a verse el puerto que había intuido desde la lejanía. Destaca en él un gran edificio portuario y, a lo lejos, la torre de una iglesia con buen aspecto. Lo que no tengo idea es por dónde debo ir para pasar al otro lado del puerto. Entro en la carpa.
Hay varias gradas, la mayor con asientos centrales y dos laterales en cada una de las cuales caben más de la mitad de espectadores que en la central. Así con dos pasillos se puede repartir bien el grupo. Aunque el local tiene un aspecto muy desangelado como para un concierto, si el graderío se llena de amantes de la música clásica, que supondría más de seiscientas personas, el calor del público compensará las deficiencias de la carpa. Esperemos que los intérpretes de Debussy estén a la altura del gran maestro de la composición. El director ha seleccionado las partituras y define el concierto como de un Debussy impresionista.
El espectáculo está previsto para las ocho. Será impresionante, pero yo no asistiré, pues a esa hora estaré llegando en Saint-Pierre-en-Port y aún estoy a mitad de camino, en Fécamp, que es el mayor núcleo poblacional por el que voy a pasar en mi etapa de hoy.
Se acaba el paseo
marítimo y me encuentro con la desembocadura del río Valmont, que
recibe su nombre de la ciudad de interior de donde nace. Un tinglado
recio de madera me lleva a la bocana. Saco otra foto de la costa que
queda al otro lado y que también forma parte de la ciudad.
No entenderé nunca por que los franceses unas veces llaman a los cabos “pointe” y otras, como en este caso, “cap”. Tengo delante el Cap Fagnet, con la misma estructura de acantilado que ya está siendo habitual en todo este Sena Marítimo. Pequeñas motoras se dirigen hacia alta mar y pasan entre los faros de bocana, babor y estribor.
También veo salir algún velero. Todos los que veo van en dirección al mar, ninguno de regreso a puerto. El tinglado de madera, me va introduciendo en el puerto. En algún lugar determinado no tiene continuidad y debo retroceder. Me encuentro con una pareja. Ella oculta sus ojos con unas gafas oscuras. Él, además de su sonrisa, ofrece unos ojos preciosos, achinados, que también sonríen. Probablemente ella, al no poder competir en belleza con esos ojazos, los oculta en la negritud de sus “lunettes”. El chico me parece sudamericano y me dirijo a él en castellano, con el gusto de poder hablar en mi idioma materno, pero no hay tal. Es de la República Malgache. Me dice que está cerca de Madagascar.
Les cuento mi viaje a grandes rasgos, él pone interés, pero ella parece que no me puede ni ver. ¿Será ciega, y lo dicho de sus ojos no tendría sentido, o sufre ceguera transitoria? En vista de lo visto (por mí y no por ella)le doy un beso de despedida para que, al menos, si no me ve sienta algo de mí. Ellos continúan y yo también, disfrutando de este paseo tan variado por esta sorprendente Fécamp. Llego al último tramo, de donde ya no puedo continuar y comienzo a retroceder hacia el puerto. Se nota claramente que la marea está muy baja.
No entenderé nunca por que los franceses unas veces llaman a los cabos “pointe” y otras, como en este caso, “cap”. Tengo delante el Cap Fagnet, con la misma estructura de acantilado que ya está siendo habitual en todo este Sena Marítimo. Pequeñas motoras se dirigen hacia alta mar y pasan entre los faros de bocana, babor y estribor.
También veo salir algún velero. Todos los que veo van en dirección al mar, ninguno de regreso a puerto. El tinglado de madera, me va introduciendo en el puerto. En algún lugar determinado no tiene continuidad y debo retroceder. Me encuentro con una pareja. Ella oculta sus ojos con unas gafas oscuras. Él, además de su sonrisa, ofrece unos ojos preciosos, achinados, que también sonríen. Probablemente ella, al no poder competir en belleza con esos ojazos, los oculta en la negritud de sus “lunettes”. El chico me parece sudamericano y me dirijo a él en castellano, con el gusto de poder hablar en mi idioma materno, pero no hay tal. Es de la República Malgache. Me dice que está cerca de Madagascar.
Les cuento mi viaje a grandes rasgos, él pone interés, pero ella parece que no me puede ni ver. ¿Será ciega, y lo dicho de sus ojos no tendría sentido, o sufre ceguera transitoria? En vista de lo visto (por mí y no por ella)le doy un beso de despedida para que, al menos, si no me ve sienta algo de mí. Ellos continúan y yo también, disfrutando de este paseo tan variado por esta sorprendente Fécamp. Llego al último tramo, de donde ya no puedo continuar y comienzo a retroceder hacia el puerto. Se nota claramente que la marea está muy baja.
Barco volador.
Cuando entro en el
puerto propiamente dicho, veo la maniobra de una gran grúa para
sacar del agua una embarcación. Está todo bien ordenado con sus
pantalanes y distribuyendo motoras a ambos lados. Es un puerto
deportivo. No sé si habrá otra zona dedicada a puerto pesquero.
Como decía, observo cómo la grúa baja los elementos necesario para que la embarcación sea izada. Dos hombres, dentro de ella, van ordenando con lógica los amarres. Una vez que ya han colocado bien los tirantes que la van a elevar, uno de ellos ya ha salido de ella y está en el pantalán.
El otro se dispone a hacerlo, aunque la motora ya ha empezado a subir y está algo distanciada del pantalán. Finalmente, sale no de manera demasiado ortodoxa. Un fallo mínimo le hubiera arrojado al agua. Después de una corta espera, por fin, veo volar a un barco.
Y para rizar el rizo y, enlazando con el recuerdo de los perros de caza que tuve de chaval y que ha despertado hoy con el encuentro de las codornices, me viene a la mente, transformando ave por barco, el dicho: “barco que vuela a la cazuela”.
Confío en que nadie se lo coma y que sus propietarios lo disfruten por muchos años. Las fotos ilustran la escena en cuatro tiempos. Creo que con ellas, lo dicho en palabras y frases, quede bien narrada la operación. Digo adiós al barco volandero y continúo por el puerto.
En la siguiente rampa de acceso, acaban de atracar dos embarcaciones neumáticas. En ellas vienen practicantes del deporte de submarinismo. Uno de los ocupantes ya ha descendido con su botella de oxígeno. Los otros aún se lo están pensando. Es así como voy saliendo del puerto.
Como decía, observo cómo la grúa baja los elementos necesario para que la embarcación sea izada. Dos hombres, dentro de ella, van ordenando con lógica los amarres. Una vez que ya han colocado bien los tirantes que la van a elevar, uno de ellos ya ha salido de ella y está en el pantalán.
El otro se dispone a hacerlo, aunque la motora ya ha empezado a subir y está algo distanciada del pantalán. Finalmente, sale no de manera demasiado ortodoxa. Un fallo mínimo le hubiera arrojado al agua. Después de una corta espera, por fin, veo volar a un barco.
Y para rizar el rizo y, enlazando con el recuerdo de los perros de caza que tuve de chaval y que ha despertado hoy con el encuentro de las codornices, me viene a la mente, transformando ave por barco, el dicho: “barco que vuela a la cazuela”.
Confío en que nadie se lo coma y que sus propietarios lo disfruten por muchos años. Las fotos ilustran la escena en cuatro tiempos. Creo que con ellas, lo dicho en palabras y frases, quede bien narrada la operación. Digo adiós al barco volandero y continúo por el puerto.
En la siguiente rampa de acceso, acaban de atracar dos embarcaciones neumáticas. En ellas vienen practicantes del deporte de submarinismo. Uno de los ocupantes ya ha descendido con su botella de oxígeno. Los otros aún se lo están pensando. Es así como voy saliendo del puerto.
Catedral-fortaleza-castillo.
Ya fuera de la zona
portuaria, veo la torre de la iglesia que ya había visto desde el
paseo marítimo. En el camino me encuentro con unos pedruscos que han
colocado en medio de uno de los accesos para que no entren los
vehículos a motor.
Los caminantes y peatones, podemos pasar sin dificultad, siempre que no vayamos distraídos y nos choquemos contra ellas. El golpe podría ser letal. Cuando llego a la catedral, compruebo que conforma un conjunto monumental.
Dos fotos de la fachada lo corroboran y lo complemento con seis fotos de interior que, como mi cámara no es muy buena, van a aportar poco a lo que voy a contar. Hay otra iglesia con campanario agudo que se eleva al cielo, que dejo de lado. De hecho, aunque de lejos la veía, al estar cerca se me pierde de vista. Tras sacar una foto de conjunto de la catedral, saco otra de la entrada principal. Tiene dos hojas de puerta y, por fortuna, una de ellas está abierta.
La visitaré por dentro. No llevo prisa, pues ya he comido y ya no tendré preocupaciones hasta la hora de la cena, si es que llega. Sobre la portada hay un gran rosetón que apunta al gótico y en el tímpano alguna historia santa bastante deteriorada por el paso del tiempo. No puedo decir qué hecho relata, pero su factura pudo ser interesante. En la nave del crucero se ofrecen dos vidrieras y otro rosetón, tan interesante o más que el de la fachada. A un crucificado parece que le arden los pies. Espero que con tanto ardor no se queme y tengamos un incendio que me deje para siempre en Fécamp.
La nave central es muy oscura, apenas iluminada, muy propicia al recogimiento necesario para la oración. El púlpito apenas destaca con tanta lobreguez. Sin embargo el altar mayor es muy luminoso, el sol penetra a través de las vidrieras absidiales.
Me aproximo al altar mayor y veo que la iconografía no es sedente, sino que sólo aparecen santos y santas pintados, tanto en el semicírculo del ábside, como en la propia ara del sacrificio.
También el órgano presenta buena factura con austera talla en madera. No sé cómo sonará. En este momento nadie interpreta nada, ni siquiera de Bach. Una mujer prende una vela ante Santa Rita de Casia. ¡Ay Santa Rita, patrona de los imposibles, de las causas desesperadas, qué no conseguirás tú que no logremos los humanos! Menos atendida y, cercana a ella, está santa Teresa de Lisieux, Teresita del niño Jesús. Intento hacerme entender con la mujer de la vela a santa Rita, el dicho de: “Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita”.
Lo hago cogiéndole y devolviéndole la vela, pero se muestra algo esquiva y temerosa y no acaba de entender lo que le quiero contar. La verdad es que lo que intento no es fácil de entender. En general, lo que se quita no se devuelve. Como ilustración de lo que digo, tenemos la muestra de los muchos políticos corruptos que, aunque les condenan, jamás devuelven lo apropiado indebidamente. Después de dar un paseo por la iglesia, salgo al exterior.
Últimos minutos en Fécamp. Bunker Mammut.
Los caminantes y peatones, podemos pasar sin dificultad, siempre que no vayamos distraídos y nos choquemos contra ellas. El golpe podría ser letal. Cuando llego a la catedral, compruebo que conforma un conjunto monumental.
Dos fotos de la fachada lo corroboran y lo complemento con seis fotos de interior que, como mi cámara no es muy buena, van a aportar poco a lo que voy a contar. Hay otra iglesia con campanario agudo que se eleva al cielo, que dejo de lado. De hecho, aunque de lejos la veía, al estar cerca se me pierde de vista. Tras sacar una foto de conjunto de la catedral, saco otra de la entrada principal. Tiene dos hojas de puerta y, por fortuna, una de ellas está abierta.
La visitaré por dentro. No llevo prisa, pues ya he comido y ya no tendré preocupaciones hasta la hora de la cena, si es que llega. Sobre la portada hay un gran rosetón que apunta al gótico y en el tímpano alguna historia santa bastante deteriorada por el paso del tiempo. No puedo decir qué hecho relata, pero su factura pudo ser interesante. En la nave del crucero se ofrecen dos vidrieras y otro rosetón, tan interesante o más que el de la fachada. A un crucificado parece que le arden los pies. Espero que con tanto ardor no se queme y tengamos un incendio que me deje para siempre en Fécamp.
La nave central es muy oscura, apenas iluminada, muy propicia al recogimiento necesario para la oración. El púlpito apenas destaca con tanta lobreguez. Sin embargo el altar mayor es muy luminoso, el sol penetra a través de las vidrieras absidiales.
Me aproximo al altar mayor y veo que la iconografía no es sedente, sino que sólo aparecen santos y santas pintados, tanto en el semicírculo del ábside, como en la propia ara del sacrificio.
También el órgano presenta buena factura con austera talla en madera. No sé cómo sonará. En este momento nadie interpreta nada, ni siquiera de Bach. Una mujer prende una vela ante Santa Rita de Casia. ¡Ay Santa Rita, patrona de los imposibles, de las causas desesperadas, qué no conseguirás tú que no logremos los humanos! Menos atendida y, cercana a ella, está santa Teresa de Lisieux, Teresita del niño Jesús. Intento hacerme entender con la mujer de la vela a santa Rita, el dicho de: “Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita”.
Lo hago cogiéndole y devolviéndole la vela, pero se muestra algo esquiva y temerosa y no acaba de entender lo que le quiero contar. La verdad es que lo que intento no es fácil de entender. En general, lo que se quita no se devuelve. Como ilustración de lo que digo, tenemos la muestra de los muchos políticos corruptos que, aunque les condenan, jamás devuelven lo apropiado indebidamente. Después de dar un paseo por la iglesia, salgo al exterior.
Últimos minutos en Fécamp. Bunker Mammut.
Hay un mercadillo de
cosas inservibles e inútiles, que a alguien le atraerán y adquirirá
sin necesidad, por puro capricho. Veo muebles, una barandilla baja y
me fijo en algunos libros de autores desconocidos. Hay gente que
tiene mucho espacio en sus casas y lo llena de cachivaches.
Yo, como sólo dispongo de 33 m2, tengo que pensar mucho lo que compro, aunque de todos mis viajes siempre me gusta traer un recuerdo, a poder ser gratuito. Me encanta pasar por estos mercadillos teniendo la conciencia de que no voy a comprar nada. A uno de los vendedores, una ráfaga de viento le tira un cuadro acristalado al suelo. Tiene la suerte de su lado. El cristal no se rompe. Ya he encontrado el punto de paso que me va a llevar al otro lado de la ciudad.
Cuando llego por el puente, con la bocana al frente hacia el mar, saco una foto de despedida de todo el tinglado de madera y los dos diques de piedra que soportan los pequeños faros de estribor y babor. Una vez que ya estoy en el otro lado, empiezo a ascender la montaña, en busca del sendero del lado nordeste. En primer término saco cercano el entramado de madera por donde he caminado y he encontrado a la ciega y al de los bellos ojos malgaches. Así se aprecia mejor el recorrido que he hecho por él. Pero me entra el apretón y encuentro un lugar apropiado para descargar. Entre dos ascensiones casi verticales, donde hay hierba.
Es un lugar de paso por donde nadie pasa. Nadie me ve, la caca es ligera pero no preocupante y recurro para asearme el ano a una de mis servilletas de restaurantes de otros días, hoy toca una gris. Más ligero de equipaje, con más altura y casi perdido el cauce que lleva a la bocana, saco una foto de ciudad en su conjunto.
El día está claro pero no nítido, la bruma se enseñorea desdibujando lo que queda más alejado. El acantilado apenas se puede apreciar y sólo ofrece una sombra de lo que es a partir del lugar en donde esta mañana me he bañado y tomado el sol. Esta última foto la he sacado desde lo más alto, antes de perder de vista la ciudad, y junto al Bunker que denominan Mammut.
Tras una foto de esa casamata, que seguro construyeron los nazis con mano de obra francesa gratuita, continúo hacia la Chapelle de la Vierge de la Santé. En algún sitio he leído que es la del Bon Voyage. Salud o Buen Viaje, son dos términos sinónimos para este caminante, que sigue animoso su viaje y con buena salud. ¡Qué suerte tengo! ¡Me siento un privilegiado por poder hacerlo! Suenan las campanas a boda.
En el camino y con la virgen dorada a la vista, una pareja de recién casados posa para obtener las fotos de su reportaje de boda. Hay que esmerarse y sonreír mucho para que quede constancia en las caras de los retratados de lo importante que ese día supone en sus vidas. A partir de hoy, los que eran dos individuos, ahora son uno, un matrimonio. Les doy la enhorabuena y les deseo felicidad, hoy y toda la vida. Me cruzo con una visita guiada y me acerco a la capilla. La capilla destaca a la virgen en lo alto de la torre. Para que resalte más le han dado un baño dorado que me desagrada.
Llego a la primera indicación disuasoria. Recomiendan no acercarse al borde del acantilado. ¿Recomiendan o prohíben? Tal como está señalado el GR-21 en el mapa, no me acercaré al mar hasta llegar a Eletot. No me preocupa, puesto que ya sé que antes de entrar en Eletot hay una playa nudista. ¿La encontraré? De momento, me dirijo hacia Senneville-sur-Fécamp.
Yo, como sólo dispongo de 33 m2, tengo que pensar mucho lo que compro, aunque de todos mis viajes siempre me gusta traer un recuerdo, a poder ser gratuito. Me encanta pasar por estos mercadillos teniendo la conciencia de que no voy a comprar nada. A uno de los vendedores, una ráfaga de viento le tira un cuadro acristalado al suelo. Tiene la suerte de su lado. El cristal no se rompe. Ya he encontrado el punto de paso que me va a llevar al otro lado de la ciudad.
Cuando llego por el puente, con la bocana al frente hacia el mar, saco una foto de despedida de todo el tinglado de madera y los dos diques de piedra que soportan los pequeños faros de estribor y babor. Una vez que ya estoy en el otro lado, empiezo a ascender la montaña, en busca del sendero del lado nordeste. En primer término saco cercano el entramado de madera por donde he caminado y he encontrado a la ciega y al de los bellos ojos malgaches. Así se aprecia mejor el recorrido que he hecho por él. Pero me entra el apretón y encuentro un lugar apropiado para descargar. Entre dos ascensiones casi verticales, donde hay hierba.
Es un lugar de paso por donde nadie pasa. Nadie me ve, la caca es ligera pero no preocupante y recurro para asearme el ano a una de mis servilletas de restaurantes de otros días, hoy toca una gris. Más ligero de equipaje, con más altura y casi perdido el cauce que lleva a la bocana, saco una foto de ciudad en su conjunto.
El día está claro pero no nítido, la bruma se enseñorea desdibujando lo que queda más alejado. El acantilado apenas se puede apreciar y sólo ofrece una sombra de lo que es a partir del lugar en donde esta mañana me he bañado y tomado el sol. Esta última foto la he sacado desde lo más alto, antes de perder de vista la ciudad, y junto al Bunker que denominan Mammut.
Tras una foto de esa casamata, que seguro construyeron los nazis con mano de obra francesa gratuita, continúo hacia la Chapelle de la Vierge de la Santé. En algún sitio he leído que es la del Bon Voyage. Salud o Buen Viaje, son dos términos sinónimos para este caminante, que sigue animoso su viaje y con buena salud. ¡Qué suerte tengo! ¡Me siento un privilegiado por poder hacerlo! Suenan las campanas a boda.
En el camino y con la virgen dorada a la vista, una pareja de recién casados posa para obtener las fotos de su reportaje de boda. Hay que esmerarse y sonreír mucho para que quede constancia en las caras de los retratados de lo importante que ese día supone en sus vidas. A partir de hoy, los que eran dos individuos, ahora son uno, un matrimonio. Les doy la enhorabuena y les deseo felicidad, hoy y toda la vida. Me cruzo con una visita guiada y me acerco a la capilla. La capilla destaca a la virgen en lo alto de la torre. Para que resalte más le han dado un baño dorado que me desagrada.
Llego a la primera indicación disuasoria. Recomiendan no acercarse al borde del acantilado. ¿Recomiendan o prohíben? Tal como está señalado el GR-21 en el mapa, no me acercaré al mar hasta llegar a Eletot. No me preocupa, puesto que ya sé que antes de entrar en Eletot hay una playa nudista. ¿La encontraré? De momento, me dirijo hacia Senneville-sur-Fécamp.
De Fécamp a
Eletot.
Ahora me va a tocar
un rato de asfalto y más asfalto. Paso por un lugar en que acaparan
energía eólica. Saco foto de cinco torres con sus molinetes de tres
aspas.
Una mujer viene caminando hacia Fécamp. Por su forma de pisar viene muy dolorida, debe llevar los pies hechos trizas. Le digo que yo camino con sandalias para que el pie no se recueza y sufra ampollas. Para animarla, le digo que Fécamp ya lo tiene a tiro de piedra. Supongo que, cuando lo vea desde arriba, se animará y se le irá ese rictus de dolor. Me lo agradece.
Luego pasa otra pareja que también va al mismo destino, y alguien más. También algún ciclista. Uno que va con su chaleco amarillo, me saluda al pasar.
Una mujer viene caminando hacia Fécamp. Por su forma de pisar viene muy dolorida, debe llevar los pies hechos trizas. Le digo que yo camino con sandalias para que el pie no se recueza y sufra ampollas. Para animarla, le digo que Fécamp ya lo tiene a tiro de piedra. Supongo que, cuando lo vea desde arriba, se animará y se le irá ese rictus de dolor. Me lo agradece.
Luego pasa otra pareja que también va al mismo destino, y alguien más. También algún ciclista. Uno que va con su chaleco amarillo, me saluda al pasar.
Senneville-sur-Fécamp.
Aquí las que me
saludan con sus mugidos son las vacas manchadas. Blanco sobre negro,
negro sobre blanco.
En el prado hay un tinglado que me parece pudiera ser un palomar, pero aquí las palomas se han convertido en cuatro cuervos negros que graznan y no me resultan graciosos. ¿Para qué los querrán prisioneros? Entrando en la ciudad, veo una casa cuya fachada está prácticamente cubierta por abrigo vegetal. En principio me parece hiedra, pero esta planta es mucho más tupida, más voluminosa que la hiedra a la que yo estoy acostumbrado.
Un ejemplo bonito habitual en mis paseos por Hendaie es la casa de piedra aneja a la que murió Pierre Loti. Qué diferente resulta su fachada en invierno, sin hojas, que en primavera y verano. Saco una foto con esta casa y continúo hacia el centro. Sólo saco otra de la iglesia. El campanario, cuyas campanas no veo, es un pincho puntiagudo, ya habitual. Nada que destacar y tampoco entro. Ni me molesto en ver si la puerta está o no abierta.
En el prado hay un tinglado que me parece pudiera ser un palomar, pero aquí las palomas se han convertido en cuatro cuervos negros que graznan y no me resultan graciosos. ¿Para qué los querrán prisioneros? Entrando en la ciudad, veo una casa cuya fachada está prácticamente cubierta por abrigo vegetal. En principio me parece hiedra, pero esta planta es mucho más tupida, más voluminosa que la hiedra a la que yo estoy acostumbrado.
Un ejemplo bonito habitual en mis paseos por Hendaie es la casa de piedra aneja a la que murió Pierre Loti. Qué diferente resulta su fachada en invierno, sin hojas, que en primavera y verano. Saco una foto con esta casa y continúo hacia el centro. Sólo saco otra de la iglesia. El campanario, cuyas campanas no veo, es un pincho puntiagudo, ya habitual. Nada que destacar y tampoco entro. Ni me molesto en ver si la puerta está o no abierta.
De Senneville a
Eletot.
Voy caminando por
zona de trigales. Todavía sus espigas están verdes, pero muestran
que habrá buena cosecha, pues parecen bien granadas. No sé en qué
momento debo coger el camino hacia la costa, pero me precipito y cojo
uno que no es. Me encontrado con un grupo de caminantes. El guía, el
que lleva el plano me dice que por ahí no puedo salir al mar. Todo
el mundo coincide, pero yo me empeño. Veo un camino bueno que va
hacia el acantilado y, con poca intuición, lo elijo. Abrigo la
esperanza de que sea como aquel no recomendado de Calvados y que
resultó tan bonito, pero hoy no estoy de la misma suerte. Cuando
llego al final, me encuentro con dos vallas con un mecanismo de
apertura que me resultan infranqueables y regreso por donde he
venido. Entre la ida y la vuelta habré caminado innecesariamente
unos dos kilómetros. Reflexiono y sigo las instrucciones de una
mujer que, a la salida de Senneville regaba las plantas de su jardín
y que me ha dicho que coja por Valleuse. Es lo que indica en mi mapa.
Ahora voy mejor encaminado y con más certezas. Creo que, si lo
indica en el camino, podré llegar a la deseada playa nudista que, a
la postre va a resultar en vano. Parece ser que el camino de acceso
está derrumbado e impracticable. Como aquí no se repara nada y
menos para que se bañen los cerdos nudistas… ajo y agua.
Por el Val de
Ausson llego a Valleuse d’Eletot.
Desangelada playa nudista.
Desangelada playa nudista.
Al volver al GR-21
ya no pregunto a nadie y cuando veo el indicador de Valleuse, por
allí me meto. Pronto llego a otra barrera que me prohíbe el paso y
me amenaza de muerte. Parece que la escalera está rota. ¡Mi gozo en
un pozo! Aunque no debo pasar, me asomo para ver la playa nudista que
busco.
Pero las condiciones de la marea tan baja no me animan ni a intentarlo. ¡Qué decepción! ¿Para qué bajar, corriendo peligro, si no voy a poder darme el baño deseado? Dos fotos de la playa nudista dan cuenta de lo que digo y creo que vuestra opinión será similar a la mía. Ahora me debo armar de valor, porque lo bajado lo tendré que subir.
Paro en una explanada con dos mesas. Una pareja también se dirige a ellas y les digo en broma que está todo ocupado. Me explican que se puede remontar bien el acantilado hacia Eletot y mientras estoy un rato de charla con ellos y descansando, voy cogiendo ánimo para iniciar la ascensión. Ellos me indican por dónde va el camino y se quedan en la mesa en la que estaba yo.
Según voy subiendo el camino que va muy empinado y con hierba cortada y seca se me va haciendo bastante penoso, pero consigo llegar a la cima. De allí saco una foto para que se vea la playa en su conjunto y el lugar donde están las mesas con la pareja que se ha quedado haciéndose carantoñas.
Pero las condiciones de la marea tan baja no me animan ni a intentarlo. ¡Qué decepción! ¿Para qué bajar, corriendo peligro, si no voy a poder darme el baño deseado? Dos fotos de la playa nudista dan cuenta de lo que digo y creo que vuestra opinión será similar a la mía. Ahora me debo armar de valor, porque lo bajado lo tendré que subir.
Paro en una explanada con dos mesas. Una pareja también se dirige a ellas y les digo en broma que está todo ocupado. Me explican que se puede remontar bien el acantilado hacia Eletot y mientras estoy un rato de charla con ellos y descansando, voy cogiendo ánimo para iniciar la ascensión. Ellos me indican por dónde va el camino y se quedan en la mesa en la que estaba yo.
Según voy subiendo el camino que va muy empinado y con hierba cortada y seca se me va haciendo bastante penoso, pero consigo llegar a la cima. De allí saco una foto para que se vea la playa en su conjunto y el lugar donde están las mesas con la pareja que se ha quedado haciéndose carantoñas.
Eletot.
El agua con sabor a
lima-limón se me va terminando y reservo algo para llegar a Eletot.
Me voy olvidando de la playa nudista. Antes de llegar al pueblo, paso
por terrenos sembrados de lino. Esta vez saco una foto con el
objetivo más cercano a las plantas, que ya han perdido casi toda su
flor y están en proceso madurativo. También que el sembrador lo
haga tan exacto. Parece una línea recta tirada a tiralíneas. Me
sigue maravillando lo altas y tiesas que se mantienen, siendo de
tallo tan fino y frágil.
También paso por otro prado donde han segado la hierba y recogido en grandes cilindros, algo que ya es habitual.
Las metas de hierba pasaron a la historia. Los fardos parecen cómodos para ser transportados y almacenados en las granjas ganaderas.
Mientras no se necesitan, pueden estar tiempo inmemorial depositados en los prados sin ninguna protección. Parece que no tienen ningún miedo de que se pudra. Sin grandes agobios y con menos kilómetros en mis piernas que ayer, llego a Eletot. Empiezo a mirar sitios para pernoctar, pero me doy cuenta que no tiene sentido hacerlo allí, puesto que todavía es temprano.
Saco dos fotos de su iglesia y lo hago desde los dos lados. En la primera se aprecia el cementerio aledaño, propio de los pueblos con pocos habitantes. Sin nada más que destacar en Eletot inicio camino hacia Saint-Pierre-en-Port.
También paso por otro prado donde han segado la hierba y recogido en grandes cilindros, algo que ya es habitual.
Las metas de hierba pasaron a la historia. Los fardos parecen cómodos para ser transportados y almacenados en las granjas ganaderas.
Mientras no se necesitan, pueden estar tiempo inmemorial depositados en los prados sin ninguna protección. Parece que no tienen ningún miedo de que se pudra. Sin grandes agobios y con menos kilómetros en mis piernas que ayer, llego a Eletot. Empiezo a mirar sitios para pernoctar, pero me doy cuenta que no tiene sentido hacerlo allí, puesto que todavía es temprano.
Saco dos fotos de su iglesia y lo hago desde los dos lados. En la primera se aprecia el cementerio aledaño, propio de los pueblos con pocos habitantes. Sin nada más que destacar en Eletot inicio camino hacia Saint-Pierre-en-Port.
Un chico me dice que
la carretera es zigzagueante, que tiene muchas curvas, subidas y
bajadas y me recomienda que vaya por otra. No sé si me ha entendido
mal pero, cuando llego a un letrero que me informa que estoy entrando
en Sainte-Hélène-Bondeville, retrocedo deshaciendo el camino hecho.
Decido asegurarme yendo por carretera. No tiene mucha circulación,
aunque resulta algo umbría debido a la mucha vegetación. Me
sorprende ver un poste de tendido eléctrico, que han embadurnado de
grasa, quizás sea alquitrán, para que nadie trepe para llevarse el
cable de cobre.
Ya en la carretera, me para un coche con una pareja. El coche que va detrás, con otra, también se detiene. Como me hablan en inglés, deduzco que son ingleses, pero pudiera ser un recurso idiomático para hablar con alguien que no domina el francés y ser de cualquier otra nacionalidad. Me preguntan que si en esa dirección van bien hacia Saint-Pierre y les confirmo que así es. Al menos, así lo indica mi mapa, que les enseño. Cuando estoy llegando a Ecretteville-sur-Mer que, para variar, no está tan cerca del mar, debo subir una cuesta muy empinada que será de un kilómetro, así que decido olvidarme de ese pueblo y continuar por la carretera hacia Saint-Pierre.
La playa Le H. Mauvent.
Ya en la carretera, me para un coche con una pareja. El coche que va detrás, con otra, también se detiene. Como me hablan en inglés, deduzco que son ingleses, pero pudiera ser un recurso idiomático para hablar con alguien que no domina el francés y ser de cualquier otra nacionalidad. Me preguntan que si en esa dirección van bien hacia Saint-Pierre y les confirmo que así es. Al menos, así lo indica mi mapa, que les enseño. Cuando estoy llegando a Ecretteville-sur-Mer que, para variar, no está tan cerca del mar, debo subir una cuesta muy empinada que será de un kilómetro, así que decido olvidarme de ese pueblo y continuar por la carretera hacia Saint-Pierre.
La playa Le H. Mauvent.
Es así como me voy
acercando a Saint Pierre, pero faltando un kilómetro para llegar,
veo un indicador de playa hacia la izquierda, así que, como tengo
intención de dormir en la playa y no me importa quedarme sin cenar,
abandono el GR-21 y voy hacia allí. Cuando estoy llegando a la
playa, veo un montón de coches aparcados y gente vestida con cierta
elegancia.
Pienso en la pareja que se casaba en Fécamp. Aquí se celebra la cena de otra boda. Todo el mundo entra en un recinto amurallado y no consigo ver nada desde afuera. Un chica de la limpieza me dice que la boda es de cáterin y que ni allí ni en Saint-Pierre no encontraré restaurante. No me sorprende que aquí no haya, pero que no tengan restaurante en el pueblo, siendo de mayor dimensión que Eletot, me obliga a dudar.
Pero ante la duda, me quedaré aquí a dormir. Me olvido de cenar y me adapto a la situación. Cuando llego a la playa, veo que con una polea suben un barco. Entre ir al sur o al norte, en realidad, entre el oeste y el este, me inclino por el último. El sol ya está cayendo y el acantilado lo oculta, así que prefiero ir al lado más luminoso, donde los rayos solares del atardecer, todavía calientan el otro lado del acantilado. La playa es de piedras y una rampa sin uso delimita dos zonas. Saco foto con la rampa delimitadora y con el sol reflejándose en el acantilado Este. Cerca de la orilla, una niña desnuda se está vistiendo y en la cima de la rampa encuentro a un chico con su hijo. La niña que veía en la orilla es su gemela y ahora se acerca con su madre. Otra niña más mayorcita es su sobrina. Él es de origen español y conserva el idioma materno. Me asegura que en Saint-Pierre hay bar y panadería así que, al menos, aseguro que mañana podré desayunar allí. Es una buena noticia. Se agrupa el quinteto y les cuento algo de mi viaje. Se van, me despido y me coloco donde estaban ellos. Tras el murete, me desnudo y me doy un baño rápido. Con tanto pedrusco no me resulta grato pero, al menos, me refresco. Me tumbo al sol. Saco foto del murete delimitador, donde estoy desnudo sin molestar a nadie. Los que están al otro lado, no me ven. Se está bien y compenso así la última hora de zozobra e incertidumbre, desde Senneville y el fiasco de la playa nudista deseada. Tengo que ir ascendiendo y cambiando de posición, porque está subiendo la marea. No me baño más, pues las piedras dañan mis pies. Cada vez que hago el traslado de bártulos, me calzo para protegerlos.
Llega un matrimonio alemán que en principio se iban a bañar en el otro lado, pero acaban haciéndolo en el mío. Se bañan durante un largo rato. Se ve que están más curtidos que yo y soportan muy bien estando tiempo en el agua fría. Ni me inmuto y sigo desnudo. Tampoco ellos dicen nada. Cuando salen del agua, los dos se van a vestir a su lado, que es donde han dejado la ropa. Aparece otro alemán más joven con dos hijos. Uno de unos 14 y otro de unos 10. Se limitan a quedarse en las rocas, entre las dos rampas de acceso a las dos playas. Tras un rato largo de sol, me visto sobre las ocho y media. En ese momento llegan tres mujeres y un hombre. Lo más interesante es que a la que le cuento algo de mi viaje es la fotógrafa de la boda y me informa que la puesta de sol está prevista para las diez.
Pienso en la pareja que se casaba en Fécamp. Aquí se celebra la cena de otra boda. Todo el mundo entra en un recinto amurallado y no consigo ver nada desde afuera. Un chica de la limpieza me dice que la boda es de cáterin y que ni allí ni en Saint-Pierre no encontraré restaurante. No me sorprende que aquí no haya, pero que no tengan restaurante en el pueblo, siendo de mayor dimensión que Eletot, me obliga a dudar.
Pero ante la duda, me quedaré aquí a dormir. Me olvido de cenar y me adapto a la situación. Cuando llego a la playa, veo que con una polea suben un barco. Entre ir al sur o al norte, en realidad, entre el oeste y el este, me inclino por el último. El sol ya está cayendo y el acantilado lo oculta, así que prefiero ir al lado más luminoso, donde los rayos solares del atardecer, todavía calientan el otro lado del acantilado. La playa es de piedras y una rampa sin uso delimita dos zonas. Saco foto con la rampa delimitadora y con el sol reflejándose en el acantilado Este. Cerca de la orilla, una niña desnuda se está vistiendo y en la cima de la rampa encuentro a un chico con su hijo. La niña que veía en la orilla es su gemela y ahora se acerca con su madre. Otra niña más mayorcita es su sobrina. Él es de origen español y conserva el idioma materno. Me asegura que en Saint-Pierre hay bar y panadería así que, al menos, aseguro que mañana podré desayunar allí. Es una buena noticia. Se agrupa el quinteto y les cuento algo de mi viaje. Se van, me despido y me coloco donde estaban ellos. Tras el murete, me desnudo y me doy un baño rápido. Con tanto pedrusco no me resulta grato pero, al menos, me refresco. Me tumbo al sol. Saco foto del murete delimitador, donde estoy desnudo sin molestar a nadie. Los que están al otro lado, no me ven. Se está bien y compenso así la última hora de zozobra e incertidumbre, desde Senneville y el fiasco de la playa nudista deseada. Tengo que ir ascendiendo y cambiando de posición, porque está subiendo la marea. No me baño más, pues las piedras dañan mis pies. Cada vez que hago el traslado de bártulos, me calzo para protegerlos.
Llega un matrimonio alemán que en principio se iban a bañar en el otro lado, pero acaban haciéndolo en el mío. Se bañan durante un largo rato. Se ve que están más curtidos que yo y soportan muy bien estando tiempo en el agua fría. Ni me inmuto y sigo desnudo. Tampoco ellos dicen nada. Cuando salen del agua, los dos se van a vestir a su lado, que es donde han dejado la ropa. Aparece otro alemán más joven con dos hijos. Uno de unos 14 y otro de unos 10. Se limitan a quedarse en las rocas, entre las dos rampas de acceso a las dos playas. Tras un rato largo de sol, me visto sobre las ocho y media. En ese momento llegan tres mujeres y un hombre. Lo más interesante es que a la que le cuento algo de mi viaje es la fotógrafa de la boda y me informa que la puesta de sol está prevista para las diez.
Durmiendo en cama
de piedra.
Una vez vestido, me
acerco al lugar donde he decidido que dormiré. Tengo que alisar un
poco la cama de piedras y la cabecera. Hincho la esterilla y la
coloco sin inclinación. Debiera haber recogido piedrecillas más
pequeñas para que el lecho estuviera más liso, pero no lo he hecho
y me tendré que aguantar. ¡A lo hecho, pecho! A las ocho la pared
del acantilado todavía sigue luminosa, aunque el sol ya está
bajando.
Me pongo a cenar: una barrita energética, un dátil y pipas de calabaza. Estoy dosificando el agua, pero veo que los alemanes tienen una gran botella. Cuando extiendo el saco, los chavales están jugando a esconderse entre las grandes rocas. Allí se ha escondido el mayor y el pequeño no le encuentra. Un juego sencillo y divertido. Cuando el mayor sale del escondrijo y baja donde su hermano, veo una gran rata que asciende. Confío en que no me moleste esta noche. Pero tendré otras molestias. Cuando el sol ya está bastante bajo , me acerco a los alemanes y les pido agua: “wáter please” y me llenan mi botellín con su botella. Les cuento que voy a pie hacia su país y alucinan. Se quedan allí un rato más.
Me pongo a cenar: una barrita energética, un dátil y pipas de calabaza. Estoy dosificando el agua, pero veo que los alemanes tienen una gran botella. Cuando extiendo el saco, los chavales están jugando a esconderse entre las grandes rocas. Allí se ha escondido el mayor y el pequeño no le encuentra. Un juego sencillo y divertido. Cuando el mayor sale del escondrijo y baja donde su hermano, veo una gran rata que asciende. Confío en que no me moleste esta noche. Pero tendré otras molestias. Cuando el sol ya está bastante bajo , me acerco a los alemanes y les pido agua: “wáter please” y me llenan mi botellín con su botella. Les cuento que voy a pie hacia su país y alucinan. Se quedan allí un rato más.
Puesta de sol
desde cama pétrea.
La fotógrafa me ha
dicho que puedo ir hasta las Dalle por debajo del acantilado. Mañana
lo experimentaré. Eso me llevará a cambiar de lugar de desayuno.
Los alemanes se van antes de que el sol se oculte. Yo me acuesto y
veo la puesta de sol desde mi lecho. Saco dos fotos y la última ya
serán pasadas las diez, pero muy próxima a la hora señalada por la
que ha hecho el reportaje fotográfico de la boda.
Antes de acostarme he orinado, y luego no me levantaré más que una sola vez y orino descalzo y cerca. De madrugada oigo un deseo de felicidad para los recién casados y, más tarde, veo dos o tres luminarias que, hacen formas raras en su movimiento, con ruidos de petardos. Confío que no sean tiros de vendetta. También parece que hay una persecución a un cuarto personaje que, sin luz se encamina hacia mi zona y pasa las dos rampas. Los otros se vuelven atrás con sus luces, pero el cuarto tardará en volver. Estoy deseando que también retorne, para que los otros no lancen hacia mí sus rayos luminosos. Luego seguirán un rato más en la plataforma de acceso a la playa. Por fin me puedo olvidar de ellos. Avanzada la noche y ya de nuevo con la marea bajante, se van hacia las rocas que de nuevo han aflorado y ya no vendrán por mi zona. Me despierto a las cinco y media y me vuelvo a dormir. Tras orinar, he inflado la colchoneta, pero no logro más comodidad. Me levanto a las 6:30 horas. El relente de la noche ha empapado de rocío la funda exterior de mi mochila, pero yo no he pasado frío. He visto la Osa Mayor hacia el mar, pero al amanecer está todo cubierto, aunque no amenaza lluvia.
Antes de acostarme he orinado, y luego no me levantaré más que una sola vez y orino descalzo y cerca. De madrugada oigo un deseo de felicidad para los recién casados y, más tarde, veo dos o tres luminarias que, hacen formas raras en su movimiento, con ruidos de petardos. Confío que no sean tiros de vendetta. También parece que hay una persecución a un cuarto personaje que, sin luz se encamina hacia mi zona y pasa las dos rampas. Los otros se vuelven atrás con sus luces, pero el cuarto tardará en volver. Estoy deseando que también retorne, para que los otros no lancen hacia mí sus rayos luminosos. Luego seguirán un rato más en la plataforma de acceso a la playa. Por fin me puedo olvidar de ellos. Avanzada la noche y ya de nuevo con la marea bajante, se van hacia las rocas que de nuevo han aflorado y ya no vendrán por mi zona. Me despierto a las cinco y media y me vuelvo a dormir. Tras orinar, he inflado la colchoneta, pero no logro más comodidad. Me levanto a las 6:30 horas. El relente de la noche ha empapado de rocío la funda exterior de mi mochila, pero yo no he pasado frío. He visto la Osa Mayor hacia el mar, pero al amanecer está todo cubierto, aunque no amenaza lluvia.
Balance de la
segunda jornada en Sena Marítimo.
Para ser un día en
que no me he alimentado demasiado bien, no siento hambre ni sensación
de flojera. La buena experiencia en el albergue de Amigos de la
Naturaleza y la nutriente pasta de cena, me habrá dado las fuerzas
necesarias. Lo que mejor recuerdo ha sido a Martine y Eugenie de
Turismo de Yport, que se han portado muy bien conmigo. ¿Me lo
merezco? En Fécamp he disfrutado, siendo curioso el rato que he
estado con la conejita de Play-boy. El mejor baño del día ha sido
también el de Fécamp, pero no me resigno a que todas estas playas
sean de piedras.
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