lunes, 30 de mayo de 2016

Etapa 12 (369) Barneville-Biville.


Etapa 12 (369). 25 de junio de 2013, martes.
Barneville-Carteret-Hatainville-Boubigny-Surtainville-Le Rozel-Sciotot (Les Pieux)-Flamanville-Diélette-Héauville-Biville.
Y seguimos con los pueblos con vocación de ciudad, “ville”. Hoy es mi 78 día por la Francia Atlántica. Como había previsto, ayer no vi ninguna hoguera de san Juan.

















Amanecer bajo protección del Hôtel de Ville.
¿Dónde iba a estar mejor protegido? Después de orinar por segunda vez, me meto de nuevo en el saco y me duermo hasta las seis. No conviene alargar demasiado el tiempo de estancia en los retretes, por si empiezan a llegar usuarios y prefiero evitar algún contratiempo. Sin embargo, me hago el remolón. A las 6:30 horas, para un coche en la puerta de las toilettes. Entra una mujer y se hace la asustadiza, pero enseguida reacciona bien. Me dice que tiene que limpiar. Le digo que me levanto y en quince minutos estaré fuera. Está de acuerdo. Echa un flis-flis a los tres urinarios verticales y empieza a pasar la fregona por el suelo, así que me va sacando para afuera poco a poco. Le digo adiós y ya estoy en marcha, pero no sé hacia dónde ir. Saco una foto del ayuntamiento, con el coche en la puerta de los retretes y el cubo de la señora de la limpieza en la puerta. El sol ya está iluminando la parte alta de la fachada de mi edificio dormitorio. 
 
Voy hacia Carteret que, aunque con Barneville forman un solo ayuntamiento, y figuran juntos, como uno solo, en el mapa, formalmente son como dos pueblos no muy distantes, pero bien diferenciados. Es muy probable que en tiempos pretéritos fueran pueblos rivales. Había pensado acercarme primero al puerto, pero me olvido.

Carteret.
Enseguida llego a la iglesia de Notre Dame des Îles. Al sol le ha dado hoy por salir, como siempre, por el Este. Me oscurece la torre y la puerta de entrada y lo que destaca es su silueta recortada por los rayos solares. No es lo que quería, pero no me disgusta. He tardado justamente media hora en hacer el recorrido entre el Ayuntamiento y esta iglesia.


Anuncian una capilla y muy pronto doy con ella, se trata de la Chapelle de Saint-Louis. Como ya es habitual, hoy también va a ser un día en que voy a comenzar muy eclesial, aunque es martes y hoy no era día con obligación de ir a misa. Sólo los domingos y las fiestas de guardar. Probablemente lo que había que guardar en aquellas fiestas, era la virginidad, sobre todo las mujeres, pues era el pecado más vigilado, el más perseguido. Tras ver esta capilla de San Luis y sacar foto a los dos edificios de la institución católica, voy abandonando Carteret por el interior, sin salir a la costa.

La Route des Caps. Hatanville.
Me equivoco de camino, creyendo que la ruta de los cabos está por un sitio, y tengo que salir a la carretera para poder hacerla. Así que no me queda más remedio que retroceder. He hecho un recorrido de ida y vuelta, así que estoy donde estaba, saliendo de Carteret. La dirección que debo coger es la de Hatanville. Para mí la route des Caps, va a ser un fiasco, pues está pensada para los automovilistas y jamás sale a la costa. Menos mal que el que camina no está supeditado a las carreteras y voy a salir a la costa en cuanto pueda. De primeras llego a Hatanville, saco foto del pueblo donde, para no variar, lo más destacado sigue siendo la iglesia, pero quería desayunar y allí no hay ninguna posibilidad de hacerlo. Por suerte la iglesia es discreta y la nave central y única es doble y en disminución. Como muchas de las iglesias francesas, esta también se rodea de muertos. El cementerio está a su rededor. No veo las dunas anunciadas de Hatanville.

Boubigny.
Saco foto de una casa que no destaca mucho del resto pero que, al ver la bandera tricolor, me parece que puede ser un edificio oficial. Me fijo que en el cantón de la izquierda aparece la indicación “Mairie”, y entonces me doy cuenta de que se trata del ayuntamiento. Es un edificio del que no voy a destacar nada. Por sus alrededores no hay ni un café, ni un bar, ni una panadería. Así que sigo adelante con ganas de desayunar pero perdida toda esperanza. 



 
Sin que pasen cinco minutos, llego a un camping, y me entra el gusanillo de que aquí pueda haber alguna posibilidad de desayuno, pero tampoco va a ser posible. Me asomo a la zona de acampada, donde se ven edificios bajos y lo único que consigo, es ver el horizonte marino no muy alejado. Algo es algo. Son las nueve y me voy hacia Surtainville.


Surtainville.
Poco antes de llegar, faltando un par de kilómetros, una pelota de plástico sale rodando a la carretera. Llega empujada por el viento. Me detengo, atento, por si detrás viene un niño que, más que las niñas, son los que juegan con pelotas. No ocurre tal cosa y no hay peligro de que ningún niño muera atropellado por un coche. Cojo la pelota y la tiro hacia un recinto en el que hay otros juegos para niños y queda retenida por un seto. Tardaré tres cuartos de hora en llegar a este pueblo de Surtainville. Aquí voy a ver una iglesia, con un campanario más alto que el de Hatanville y que me gusta más. Aunque tiene espacio con hierba alrededor, no veo cementerio alguno. Hoy el día continúa despejado de nubes. Nada más llegar me encuentro con la sala polivalente. Lo malo es que está cerrada en el momento en que yo llego. Un joven aparca su coche y me dice que el café está hacia el centro muy cerca del ayuntamiento. 
Es una tienda de las que venden de todo y con una mesa en la terraza que casi roza con la carretera. También tiene otra mesa dentro. Descargo la mochila, subo a la panadería y compro un bollo de manzana y un croissant de almendras. Son pesadísimos ambos pero me los como. Tal como veo el mapa y los pequeños pueblos que aparecen en él, pienso que a lo mejor no tengo oportunidad de encontrar un restaurante, y me tengo que quedar sin comer. En la boulangerie pago 1,05 + 1,05 = 2,10 € y en el café 1,20 € por el café con leche. Pongo a cargar la batería de la cámara y escribo hasta las once. Una mujer, cliente del bar, me ha dicho que puedo ir por la playa y que en Le Rozel tengo un buen camino aduanero. Pero le “chemin douanier” lo voy a encontrar antes. 
 
Me despido y me voy. Poco antes de salir de Surtainville, paso por una capilla que ha perdido el techo y está en ruinas. Pero, lo que resta del edificio, ha quedado como un bonito monumento del paisaje. Lo embellece. Un bonito espacio con lago y chorrito central de agua, que traspasa el aire, me recuerda al lago Lemann suizo. Salvadas las distancias, pues aquel es un chorrazo. En pocos minutos estoy en la playa.

Le Rozel. Ruinas prehistóricas.
Atendiendo a la recomendación de la clienta del bar, salgo a la playa. Cuando llego, saco una foto hacia atrás, hacia el cabo Carteret que no he visitado esta mañana. Como luego saco otra hacia Le Rozel donde también se ve, a lo lejos, la Pointe de Flamanville, vamos a poder tener una visión hacia ambos lados de esta playa que es tan larga. Luego, cuando suba al acantilado, la tendremos al completo. De momento, voy pensando en el baño que me voy a poder dar en la parte más norteña de la playa. 
 
Cuando estoy llegando a un muro que entorpece la continuidad del paseo por la arena, empiezo a temer que el baño quizás no sea posible, ni recomendable. Quien sabe si este muro no oculta un emisario que envía detritus hacia alta mar. Cuando menos, uno de aguas pluviales… Como no hay nada escrito y no encuentro a nadie para preguntar, me quedo con la duda.
 
Paso el murete y veo al fondo que todavía va a ser posible el baño. Pero, aunque hubiera podido darme un baño, cuando estoy llegando, veo que alguien trabaja en la plataforma horadada en el acantilado y que, por el camino, baja gente que viene del otro lado por la costa. Yo suspiraba porque me parecía que el saliente hacia el mar, como un cabo, que es Le Ronzel, me iba a quitar el viento del mar y el del Norte. La playa es de arena. El grupo de caminantes que se ha asomado a la cima, duda si bajar o no a la playa. Luego veré arriba la razón de sus dudas. Un letrero prohibe bajar a los peatones. Cuando suba, no comprenderé la razón pues, aunque es algo arriesgado, no es como para prohibir, sino como para recomendar prudencia. “Dangereuse” habría sido suficiente. Con esta mentalidad de los franceses, de pocos caminos podríamos disfrutar los senderistas. Les veo cómo bajan y desisto de darme el baño apetecido. Ya encontraré otro más adelante, pienso. Saludo a los que bajan y sigo más arriba. 
 
Allí observo a los que están haciendo una excavación arqueológica. Una chica me dice que están tratando de encontrar y con grandes probabilidades de lograrlo, a nuestro antepasado de más de cincuenta mil años. Lo malo que la prospección está más alta que el camino y no puedo ver nada. Habría sido bonito ver el esqueleto del primer Neanderthal de la región. No me voy a quedar esperando a que encuentren sus restos, y me tendré que contentar con el único vestigio de antepasado que encontré en 2006, al inicio de este fantástico viaje por las costas europeas cuando, al pasar por Bera, al lado del Bidasoa, con el acta de nacimiento de mi padre, el momento en que me enteré de mi noveno apellido vasco: Arotzamena. 
 
Estos sí tengo certeza de que fueron mis antepasados. Pero conocer mi antepasado de hace cincuenta mil años, habría sido un auténtico flash. Me habría partido el rayo divino. Todo esto del Neanderthal me lo contará el chico que en la comida me va a servir la sopa. De momento, la chica que está con el equipo arqueológico lo único que ha hecho ha sido sembrarme el gusanillo. Cuando estoy subiendo les saco foto a ella y a dos hombres que van descubriendo lo que la tierra ha ocultado durante milenios. 
 
El camino continúa magnífico por sendero bordeante sobre el acantilado. Y saco foto de la playa que he dejado atrás y que ahora ofrezco en su plenitud. Se ve el muro-emisario que he soslayado al venir y, al fondo, el Cap de Carteret. Terminada la playa, ahora llega la costa acantilada. No se forman playas de arena, sino de rocas. Hay a quien le gusta más este tipo de playas alegando que el agua es más pura que la de los arenales. Yo discrepo, no tanto en lo referente a la pureza, pero sí en cuanto que me desenvuelvo mejor en la arena, paseo más a gusto por ella y mis delicados pies sufren menos. 
 
Ya veo a lo lejos una escultura que asoma por la ladera y hacia la que me dirijo. Donde finaliza el horizonte de mar, el cabo que se va viendo cada vez más nítidamente, es el de Flamanville, que va a ser por un rato mi nuevo referente. No tardo cinco minutos en llegar a la escultura. Representa una imagen de santo que me recuerda al capuchino que pronosticaba los cambios de tiempo y de humedad ambiental. Parece que estuviera sobre una tabla de surf y por tanto lo bautizo como Saint Surfinio. Si los ingleses se inventaron a San Jorge, los bretones a Saint Samson y san Gildas, ¿por qué no puede haber un Saint Surfinio normando? Saco una foto de mi nuevo santo, donde ya se ve la playa que viene a continuación, que es la playa de Le Rozel, y más cercano en todo su recorrido, el cabo que ya pertenece a Flamanville. Cuando baje a esa playa, comeré en un camping.

Le Rozel. Camping Le Ranch.
Primero llego a la playa, me desnudo y me doy un baño simbólico porque el agua está verdaderamente fría. Pero al sol se está bien. Tomo el sol durante tres cuartos de hora. El contraste entre el frío del agua y la buena temperatura del exterior, hacen que el resultado sea magnífico. Estoy genial. Enturbian el paraíso, alguna pulga de mar y algunas moscas. Nada más llegar a la playa, una pareja joven de surferos me informa de que hay restaurante en el camping. Agradezco la información. Para las 12:45 ya me estoy vistiendo y para las 13:15 comiendo. Pido sopa de pescado, pero hoy la salsa que la acompaña pica, probablemente por exceso de pimienta. Queda casi toda sin tocar en el cuenquito. Aunque la sopa esté fuerte no me importa, ya sé cómo aligerarla. El queso rallado me lo como como siempre, solo y lo primero. No se ven trazas de pescado porque, como siempre, todo aparece triturado. Los panecillos tostados los voy troceando de uno en uno y echando a la espesa sopa para que no se reblandezcan. Hablo con el camarero que me la ha servido, de algo cotidiano, del neandertahl. Todos los días, a la hora de comer, es lógico que hablemos de nuestros antepasados. Este comentario fuera de lo razonable, me recuerda las oraciones que de niños rezábamos en familia: “Gracias, Señor, por los alimentos recibidos y que vamos a comer…” Contrasta con lo que Miguél Hernández decía de los andaluces de Jaén y del producto de los olivares: “No los levantó la nada, ni el dinero, ni el Señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor… Unidos al agua pura, a los planetas, unidos, ellos dieron…” Tendríamos que dar gracias por mantener la salud de mis padres que, con su trabajo obtenían dinero y con él podían comprar los alimentos necesarios, más los extras obtenidos por mi padre con la caza y la pesca, más los frutos del bosque y que eran sabrosamente cocinados por mi madre. Si a alguien teníamos que dar las gracias los hijos, era a esos padres maravillosos, y no al Señor inventado para beneficio de unos pocos. ¡Lo que da para analizar una sopa! Como todos los vinos que ofrecen son caros, hoy pido sólo garrafa de agua, gratis. De segundo, me trae un jamón muy fuerte y con una salsa muy empalagosa. Como he desayunado tarde, dejo sin terminar el pan y de untar la salsa. También se quedan casi todas las patatas fritas. Lo que me entra mejor es el agua y aún me sobra para rellenar mi botellín. No tengo ni idea de hasta dónde llegaré hoy. 

 
Veo escrito en el papel que me ha dado el camarero, la palabra Aurochs, con A mayúscula, junto a ciervos y caballos, con minúscula. No sé lo que son Aurochs y el chico me dice que son como toros ancestrales, de otras épocas. Pago la comida 13 € con Visa y nos despedimos amigablemente. Salgo a la playa por el mismo sitio que he entrado, cerca del lugar en que me he bañado. No se me ha ocurrido preguntar, para no dar tanta vuelta, por otra salida desde dentro del camping.

Les Pieux.
Un madurito, algo amanerado, camina por la playa con un bañador mínimo. Para mi gusto provoca mucho más que si fuera desnudo, pero no todos opinarán lo mismo que yo. Va por el centro de la playa, pero pronto se escora hacia las dunas. Me hace pensar en que, probablemente, por allí habrá zona de ligoteo. Llegando un río de agua retenida que intenta llegar al mar, me acerco más ala orilla. Durante un rato, después, voy por media playa, y acabo cerca de la arena seca. Toda la gente que veo tomando el sol, muy poca, lo hace con bañador. Lo más bonito de esta playa tan larga, es que, a ratos, afloran unas rocas que ofrecen bellos conjuntos prismáticos. Dependiendo de la altura de la marea, pueden sur un peligro para embarcaciones y nadadores descuidados. 
Al llegar a la parte más Norte de la playa, comienzo a ascender el acantilado que me acabará llevando a la Pointe de Flamanville. Encuentro un pretil con detalles escultóricos también pétreos. Saco foto de ello, que culmina en la playa de Rozel que acabo de dejar atrás. A la izquierda se aprecia muy bien el camino de hierba que viene de la playa y, al fondo, al final de ésta, el cabo donde, en el lado que no vemos, se está llevando a cabo la excavación del Neandertahl que tanta información nos va a poder ofrecer sobre nuestro antepasado. Acabo de dejar atrás un importante pedazo de mi historia. Más al fondo aún, todavía se aprecia el Cap de Carteret.

Sciotot, un barrio de Les Pieux.
Entro en carretera. Un coche que pasa es un CW 904 y me hace gracia porque ya coincidí antes con CV 904. No veo las otras dos letras, y fantaseo con que pudieran ser Mn. Así construiría la palabra caw-man, que sería como si el caw-boy caminante ya hubiera madurado. Es así como voy llegando a unas casas donde se me informa que estoy en el barrio de Sciotot, que pertenece a Les Pieux. 
 
Tanto los muros de las casas, como los tejados, son de piedra. Saco dos fotografías de las casas del barrio y me introduzco en una gran mansión con sus caballerizas que están reformando en la actualidad, aunque no logro saber con qué finalidad. Quizás pretendan recuperarlo como agro-turismo. No sé hasta donde pretenden llegar con la remodelación. Doy un paseo por el interior. Entro en las caballerizas, me meto por entre los edificios y no veo a nadie, ni a propietarios, ni a trabajadores que estén haciendo obra rehabilitadora. Quizás la obra se empezó y se paró. ¿Aquí también afectó lo de la burbuja inmobiliaria?

¿Hubo gente que se puso a construir y a comprar sin dinero, con la única motivación que la de especular? ¿Recibiendo créditos sin ningún respaldo? Bueno, no voy a trasladar, el problema que hundió a tantos españoles especuladores, a otros comportamientos galos. No tengo conocimiento de en qué parámetros se maneja la especulación inmobiliaria en nuestro país vecino. Salgo de Sciotot y, por tanto, de Les Pieux, y me dirijo hacia Flamanville.



Castillo de Flamanville.
En pocos minutos estoy llegando a un castillo que considero está ya más en terreno de Flamanville que de Les Pieux. Ahora la carretera de la Ruta de los Cabos, se está cercando algo más a ellos. Flamanville me va a parecer un hermoso pueblo, y no sólo por este hermoso castillo que veo nada más empezar. La primera imagen que obtengo de este castillo es con bosque al fondo y un entorno de hierba segada y un foso de agua protector. 
 
Este castillo fue construido entre los siglos XIII y XIV. Por un buen camino, me voy acercando al edificio. La mole central frontal es lo más grande de todo, pero hay muchos pabellones laterales que también son funcionales. Se ve que todos los edificios están siendo ocupados en la actualidad, aunque desconozco con qué colectivo. 
 
No hay nadie para preguntar, nadie vigila. Al llegar veo a una pareja que viene de frente, pero los dos se escoran hacia mi izquierda y les dejo marchar, pensando en que ya encontraré a otros que me puedan informar. No va a ocurrir tal cosa y pierdo la oportunidad. Como no veo a nadie más para preguntar y pensando en que puede estar funcionando como albergue, me decido a entrar en uno de los edificios grandes. 
 
No encuentro recepción. Ni siquiera sé si la hay. Subo las escaleras y encuentro habitaciones. Todas las salas que veo están repletas de colgadores con mochilas de chavales. Las duchas son colectivas, pero no llego a ver los dormitorios. Probablemente estén en los otros edificios auxiliares. El lugar es fantástico, y me hubiera gustado quedarme. Es municipal y es en el ayuntamiento donde me tenía que haber inscrito. De eso me entero cuando llego al accueil que está en una de las entradas al parque. Pero a esta hora ya está cerrado. 
 
Abandono el lugar tras haber sacado fotos a otros edificios y al gran lago que ocupa una importante superficie. Si antes había indicado que el castillo era de siglos anteriores, ahora leo que fue construido entre los años XVII y XVIII. Supongo que esto último será más correcto. Al final, de donde obtengo más información es de los empleados municipales que se encargan del mantenimiento y limpieza del parque, que he encontrado al salir.

Flamanville.
Llego pronto a una torre aislada, a la que se accede subiendo unos pocos escalones. Al pie hay banderas. Pero las dos más próximas, después de la europea, son foráneas y, aunque no están desplegadas pues aquí en lo alto no sopla ni el viento del Norte, ni de ninguna parte, una me parece la británica y la otra la canadiense, y estamos todavía lejos de los lugares del desembarco del Día D. 
 
Hasta mañana no doblaré el Cap de la Hague y aún me quedan dos más para recorrer el Norte de La Mancha y comenzar a descender a los lugares en que se produzco el desembarco de los aliados contra Alemania y que tuvo más desarrollo por las siguientes costas, las de Calvados. Aun sin saber qué es lo que representa esta torre, las banderas le dan un carácter de oficialidad. Me alejo de ella sin poderme informar. En pocos pasos estoy ante la iglesia y el cementerio. Aunque el reloj de la torre campanario marca las seis de la tarde, acaban de dar las cuatro. Sobre el arco apuntado del portón de entrada, una hornacina muestra al santo, pero no voy a saber de qué santo se trata. Delante, bajo un tejadillo protector, un panel da información sobre Flamanville. 
 
Doy un vistazo rápido por lo que pone en él, pero no me detengo mucho tiempo leyendo, puesto que ya estoy a punto de salir de este pueblo, cuyo castillo municipal me ha producido una grata sensación, una grata sorpresa. Culmino la visita con una foto del ayuntamiento, la “mairie”, aún no sé por qué en algunos lugares lo llaman así y en otros “hôtel de ville”. Pareciera que esta segunda denominación está reservada para las poblaciones más importantes. En esta ocasión lo indican en un pequeño letrero que está entre el quicio de una ventana y una jardinera adosada al edificio. Aunque hay luces encendidas en el piso alto, la puerta está cerrada. No tengo a nadie que me pueda informar sobre los pasos a dar para pernoctar en el castillo. En la ventana central ondea la tricolor, en el resto de las ventanas hay escudos que me invitan a pensar que estén preparados para soportar banderas en haz como vi en el ayuntamiento de Coutances. 
 
Así me voy del flamante Flamanville y me voy acercando ya por la costa a Diélette.

Diélette. El puerto.
Inicio la bajada de la ciudad hacia el mar. No está tan cercano como pensaba. Voy por carretera. Desde la parte más alta de esta ruta ya empiezo a ver el mar. En realidad, más que verse, se adivina, pues el margen que me permiten la montaña arbolada y las casas es mínimo. 
 
Después de haber estado este último rato por interior, tengo ganas de volver a verlo y disfrutarlo. Viene a mi mente la letra y la música de la canción: “A por el mar, que ya se adivina, a por el mar, promesa y semilla de libertad…” Aunque de momento veo poco de la costa que mañana me llevará a los cabos Nez de Jobourg y el Cap de Hague, puedo contemplar una larguísima playa que será por donde vaya después de pasar el sorprendente y gran puerto de Diélette. 

No voy a necesitar bajar al puerto para verlo, es mucho mejor la vista desde una mediana altura. Se trata de un puerto deportivo, donde hay muchos veleros con sus mástiles desnudos. Ya desplegarán sus velas al viento de la libertad cuando estén en alta mar. En la primera foto se ve la costa hasta el Nez de Jobourg, pero la larguísima playa no parece que llegue hasta el final del cabo. En la segunda foto portuaria, también veo que tras el puerto hay otra playa intermedia, por la que probablemente tendré que pasar, salvo que la carretera me invite a hacer otra cosa. Ya veré lo que hago cuando llegue.

Hacia la playa de Héauville.
Efectivamente, después del puerto bajo a la playa que ya he visto desde arriba. Tiene unas rocas al final, pero da la impresión de que, por su configuración y por cómo se inicia la siguiente larga playa, que luego sabré se trata de la de Héauville, población que se encuentra más al interior y por la que no voy a pasar, creo que estas rocas van a permitirme conectar bien con la otra playa. Saco una foto de esta primera y, en especial, de estas rocas que tanto me gustan. La arena se inundará con la marea alta pero ahora, con la marea baja, me gusta cómo el escultor tiempo y la acción de la naturaleza, tanto marina como atmosférica, han configurado las bases de la roca de primer término, que me parece un buen respaldo de sofá labrado, para que el bañista o la ansiosa de sol, pueda apoyar en él su espalda morena. No sé si esta playa pertenece a Diélette o a otra población de interior algo más al Norte que se llama Siouville-Hague. Desde aquí haste el cabo, muchos pueblos van a llevar el complemento “hague”, pero no van a desaparecer así como así los terminados en “ville”. Se confirmará cuando esta noche duerma en Biville. En un pretil están un hombre mayor y una mujer joven. Se maravillan con mi paseo. Me dan una explicación de unos edificios que veo construidos sobre el acantilado lejano, hacia Beaumont-Hague. Me dicen que se trata de una central nuclear. Es algo que ya había leído en el panel de Flamanville. Allí he visto unas torres que llevan los cables eléctricos y que me han parecido enormes. Es lógico que lo sean, pues de alguna forma se tiene que transportar la energía producida. La pareja me dice que lo mejor que puedo hacer es seguir por la playa. En cuanto acaban las rocas, voy descalzo por la playa. La gente se protege del viento que viene del mar poniéndose detrás de las rocas.

Playa de Héauville.
Sigo caminando por arena entre rocas. Me encuentro con zona de piedras, pero no me calzo. Cuando estoy pasándolas, me da alcance un chico que va con un perro, una mezcla entre pointer y galgo, a lo mejor es un podenco. Él también es andarín y se interesa por el camino que estoy haciendo. Él hizo, me cuenta, un trayecto entre Venecia y Francia. Lo mejor de la conversación es que me dice que tengo una “gîte” en Biville, cerca de la iglesia y que es un colegio. Me indica hacia dónde está Biville, que ya encuentro en mi mapa algo más hacia el Norte, y que debo salir de la playa a un camino una vez pasada la segunda casamata. Como el va hacia Siouville-Hague, nos despedimos, yo muy agradecido por la información. Él va para su destino y yo hacia el albergue de Biville, tan inesperadamente descubierto.

Nudismo en Héauville.
La playa es anchísima en la marea baja y creo que alguien ha llegado a la orilla en coche. No es una descabellada medida para darse un baño sin tener que patearse toda la arena. Claro que no es el caso de quien camina tanto como lo hago yo. Cuando llego a la primera casamata, otra forma de llamar a un búnquer, pregunto a un nudista y me confirma el camino a Biville tras la segunda. Allí también hay una pareja desnuda tomando el sol, pero el mar está demasiado lejos. Pasando la casamata, la fotografío hacia el Norte. No quiero que piensen los desnudos, que se han quedado atrás, que les quiero fotografiar a ellos. Me gusta que en estos búnqueres ejerciten los graffitteros. Un edificio que fue construido para la guerra, se convierte así en un mensaje de paz. Lo malo es que la industria de armamento necesita para su negocio que siga habiendo guerras y éstas, por desgracia, son el pan nuestro de cada día. Y no una, sino varias guerras al unísono y en distintos frentes de batalla. No aprendemos de la historia y, quizás por esa razón, la historia me va interesando cada vez menos… 
 
Y todavía no he llegado al punto álgido del Desembarco de Normandía. Observando la arena al pie de la casamata, se ve que la marea alta llega hasta la duna que va por detrás. En pleamar, los amantes del nudismo o del eufemismo naturismo, deberán convertirse en dunistas sin dejar de ser nudistas. Veo a una mujer desnuda que, si no fuera porque sus pechos son evidentes, hubiera podido asegurar que es un hombre. Cuando se despida al marchar, su voz femenina es más que evidente. También hay otro hombre desnudo contra la duna. Otro vestido merodea por detrás. Parece que se conforma y contenta con recrearse la vista mirando. Al poco rato, la mujer se viste y, antes de marcharse, da dos besos al nudista que se queda. Cuando me saluda al pasar, le pregunto el nombre de la playa y es cuando me entero de que se trata de la playa de Héauville, el pueblo más cercano. Ya estamos sólo dos hombres haciendo nudismo. Al rato llega el nudista primero, con el que he hablado al llegar y que me ha confirmado la segunda casamata para coger el camino a Biville. Saluda y se mete por el mismo camino por el que se ha ido la mujer en dirección a Héauville. Después de un rato, el nudista que queda se viste para marchar y, a renglón seguido, yo también lo hago. Así evito que el textil merodeador de la duna me dé la tabarra. El nudista me dice que no es para preocuparse, que solo le gusta mirar. Le cuento mi viaje y alucina. Nos despedimos. Vamos en direcciones opuestas. Ha sido una pena que el mar estuviera tan alejado. Habría estado mucho más a gusto cogiendo el calorcito del sol después de refrescar el cuerpo con un baño, pero no siempre los deseos se pueden cumplir. Tampoco es baladí alguna frustración que otra. Sigo por la playa hacia Biville, pero llegar a la segunda casamata me va a costar una eternidad.

Biville. 2ª Casamata.
Por fin llego y la fotografío. También está decorada con graffitti, aunque desde la posición en que tomo la foto, apenas se ven sus pinturas. Con el tiempo que he parado para hacer nudismo y desde que he plasmado en mi cámara la primera casamata, ha pasado poco más de una hora, así que no ha sido tan largo el tiempo invertido en hacer el recorrido entre la 1ª y la 2ª pero, a veces, las sensaciones no son coincidentes con la realidad. Probablemente en la duna haya más nudistas, pero yo veo a un chico en la cima de una de ellas. Por camino marcado, a duras penas consigo subirla. Los pies se hunden en la arena. Arriba me encuentro al joven desnudo, que está con otro calvo, de mediana edad. No sé si son amigos o acaban de ligar. Desde la altura de la duna, el joven me explica cómo debo seguir un sendero que lleva entre plantas filamentosas y luego me señala el camino que debo coger y, entre dos lomas, me conducirá a Biville. Agradezco su información y me despido de la pareja. Luego les volveré a ver al pasar en su coche.

Por terreno de dunas a Biville.
Este recorrido también se me va a hacer eterno. Cuando estoy llegando al camino, tras el primer sendero, veo que uno que va por delante para. Pienso que me ha visto y se ha quedado para esperarme pero, cuando estoy llegando, veo que está hablando por su portable y siento que lleva otro “tempus” distinto al mío. Le saludo al pasar y continúo mi camino. Al rato, llego a un aparcamiento en el que hay 6 u 8 coches. A la vez que llego, lo hace otra pareja, ella se mete rápido en el coche y a él le saludo. Sigo ahora por carretera. El primer coche que me adelanta es el del chico que hablaba por su móvil. Para algo más adelante. Cuando me acerco, vuelve a arrancar. Pero vuelve a parar. Le paso y me vuelve a adelantar. Ni me dice nada, ni me invita a subir. Quizás esté recibiendo llamadas al portable y no quiere hablar estando en marcha y así va parando y hablando, pero no lo puedo asegurar. Pasa el coche de la pareja a cuyo conductor he saludado en el aparcamiento, tambien otros coches. Saludan al pasar, pero tampoco invitan a subir. 
 
Cuando ya han quedado todas las dunas atrás y muy abajo y la carretera está llegando a la cima, para conectar con el pueblo de Biville, y estoy sacando foto a un depósito de agua, que me parece más un abrevadero, aunque en tiempos y con mejor trazado pudiera haber sido lavadero, llegan los dos chicos de la duna en su coche. Ahora me doy cuenta de que los dos son calvos. Conduce el informante. Les saludo y frenan. El madurito se dispone a sentarse en el asiento de atrás, para dejarme a mí el delantero. Hay que tener en cuenta que se trata de un coche descapotable. Agradezco, pero no acepto la invitación. Les digo que vengo andando desde Saint-Brieuc. Insisten en llevarme hasta la iglesia. Son cien metros, me dicen. Razón de más para no subir. No es nada lo que me queda. Pero les agradezco el gesto, la actitud positiva hacia el caminante. Siguen en su descapotable y yo continúo hacia la iglesia.

Biville. Colegio Thomas Hélye.
Nada más llegar saco una foto de la iglesia que me parece impresionante y que no se justifica para un pueblo tan pequeño. Pregunto por la “gîte” en una tienda y me mandan al otro lado de la iglesia al colegio Thomas Hélye. Toco el timbre y en el accueil me informa una mujer que la cama cuesta 16,50 € que no puedo pagar con Visa y que no dan ni cena ni desayuno. Me informa además de que estoy solo en todo el albergue. No me da sábanas y me dice que duerma con el saco y me enseña dónde están la cocina y los baños. En la habitación tengo lavabo. Los retretes están en el pasillo y, al final del mismo, las duchas. Me dice también que el jabón que hay es para lavar la vajilla que use y para que deje bien limpio el lavabo, (¿habrá intuido que voy a orinar en él?) y que no lo emplee para lavarme, que es muy corrosivo para la piel corporal. De todo lo que me ha dicho, que parecían instrucciones tajantes para colegiales, lo que menos me ha gustado ha sido lo de dormir dentro del saco. Creo que dormiré como me dé la gana. Me dice que, cuando me vaya mañana, deje la llave puesta en la puerta. No tiene 50 céntimos para devolverme y, finalmente, pago 16 €. Aunque estoy solo, comprendo que con ella vive alguien más, pues oigo la tos de algún niño. Quizás sea un hijo o una hija de la recepcionista.

De compras para la cena.
Como no sé a qué hora cierra la tienda donde he entrado a preguntar, dejando para después la ducha, me acerco a comprar. Dos lonchas de jamón de París (2,35), chocolate negro (1,15) y fruta (1,66) que va a consistir en una pieza de cada: pera, naranja, briñón. Pago por todo en metálico 5,16 €. Ésta va a ser mi frugal cena. Vuelvo al colegio, entro por donde he salido y cierro la puerta para que no pueda entrar nadie. Nadie que no tenga llave para entrar.

Últimas horas en el colegio.
Me desnudo, me ducho y como todo lo que he comprado. Preparo en una bolsa los restos para tirar mañana al contenedor de la basura. Escribo mi diario. Son las diez cuando voy a llamar a Sara. Hablo con Josu. Le explico lo del colegio y de la costa donde estoy. Le digo que creo que mañana doblaré el cabo y creo que llegaré a Cherburgo, confío en que sin tener que abrir el paraguas. Allí tengo albergue. Cuando acabo de hablar con mi yerno, saco una foto del ocaso. 
 
El horizonte no está limpio de nubes, unos árboles me tapan al sol, pero consigo ver entre ellos su reflejo en el mar. Ésta va a ser la última foto de la jornada. Regreso a mi dormitorio, me doy masaje de aloe-vera en los pies y en el ano hoy, de nuevo, muy escocido. ¿Será la sopa fuerte la que me lo irrita? Coloco el cubo de la otra cama invertido para que me sirva de peldaño para llegar más cómodamente al lavabo a la hora de la micción. Lo haré dos veces esta noche. La segunda a las seis. Suenan campanas. Hace frío y, por encima del saco, echo una manta.

Balance de una jornada que finaliza en lo más al Oeste de Normandía.
Haber llegado a Biville ha sido un acierto. Ha sido un albergue imprevisto, no estaba en el programa de Albergues-Hostelling. Ha sido grato haber podido hacer nudismo en compañía, aunque una lástima que el mar estuviera tan alejado. Mejor el baño de la mañana en la playa de Le Rozel. Muy grata la proximidad con mi antepasado Neandertahl. Bien atendido en El Rancho y agradecido a los informantes puntuales del camino, el senderista que me ha descubierto la gîte de Biville, y los nudistas que me han encaminado y los del descapotable. Una jornada variada con la experiencia del castillo de Flamanville como la arquitectónica más interesante. Exteriormente impresionante la iglesia de Biville. Mañana saldré temprano y tampoco la podré visitar por dentro.

sábado, 28 de mayo de 2016

Etapa 11 (368) Lessay-Barneville



Etapa 11 (368). 24 de junio de 2013, lunes. San Juan.
Lessay-Saint Germain sur Ay-Saint Germain sur Ay (plage)-Bretteville sur Ay-Surville-Barneville.


Esta es mi etapa 77 por Francia Atlántica. Hoy no veré hogueras de San Juan.

Amanecer en los servicios municipales.
Me despierto a las seis, con buena luz y la perspectiva de día soleado. Oigo que pasa muy cercano el primer vehículo municipal. Me levanto y echo la tercera meada. Como hace frío me meto de nuevo en el saco y aguanto hasta las 6:30 horas. Oigo el segundo vehículo, me levanto y me visto. 

Veo que el camión lleva un tinglado de maderas apropiado para hacer un recinto techado. Vuelvo a poner el cubo de colillas colgando del mismo lugar en que estaba cuando llegué y cuando salgo de mi cubículo, veo que llegan en un coche dos jóvenes. A uno sólo le entiendo que para ir por la costa debo de coger primero la dirección Créances. Ya me he puesto en marcha con la mochila a la espalda y veo a una chica que sale hacia la explanada de camiones. Le sigo hasta llegar a un pretil. Eso me sirve para saber que, a mano izquierda, hay terreno de marisma con un riachuelo que hace meandros, y que debo soslayar.

En busca de la carretera correcta. El sol da pistas y despista.
Cuando llego a la rotonda de ayer, cojo la carretera correcta. La posición del sol al Este me da una idea de que voy bien. Al principio lo tengo a la izquierda, puesto que voy retornando hacia el Sur, pero pronto lo voy a tener a mi espalda, hasta que me acerque a la costa. Luego otro tramo con el sol a mi derecha y, de nuevo a la espalda hasta que llegue al siguiente pueblo de Saint-Germain-sur-Mer. Todo va bien, aunque la carretera roja sin arcén me obliga a meterme en la cuneta cuando vienen coches de frente. Voy deseoso de salir de carretera con tanta circulación. Paso de lado por la desviación a Créances y después por otra que indica Pirou, ambas hacia el Sur, y veo señal para peatones, pero tras avanzar 50 metros, retrocedo y no me animo a seguirla pues sé que debo pasar un puente. Creo que he acertado, porque poco después llego al Havre de Saint-Germain-sur-Ay. Havre es como remanso, un lugar donde se remansa el mar, como un golfo. Lo digo ahora y no repito todas las veces que va a salir esta palabra en la continuación. De haber seguido el camino elegido, creo que me habría llevado de nuevo hacia el Sur.

Saint-Germain-sur-Ay.
Antes de llegar a este pueblo y después de haber pasado el puente, la carretera asfaltada en rojo, se vuelve gris y ofrece algo de arcén. Anuncian iglesia del siglo XII. Nada más entrar al pueblo, hay un bar-Tabac, donde veo a dos clientes que se van. Descargo mis mochilas y pido cruasán, pensando en que me van a mandar a la panadería, como siempre, pero no es lo que ocurre en esta ocasión, puesto que la portuguesa, que nació muy próxima a Zamora, que además de atender el bar, la tienda, la limpieza de los servicios, apuestas y todo lo que le echen, me ofrece además de cruasán, una pinca de  chocolate. Me saca un café con leche con mucha leche y me cobra 4,15 €. Entra una mujer en la tienda, cuyo padre nació en Archena, pero se apena de que su padre no le enseñara castellano (Casualmente solicité, con mi amigo Martín, plaza para noviembre de 2016 en el balneario de Archena –Murcia– aunque no se si nos la concederán). Me añade que Archena es frontera con África. Me hace gracia. Su padre llegó a Francia huyendo de Franco. Era republicano y se casó con una normanda. La portuguesa se vino con 16 años para servir y retornar con algo de dinero, pero ya lleva un porrón de años en Francia. Primero estuvo en París y aquí ya lleva 15 años. Es ya más gala que lusitana. Tiene melena rubia y es muy pechugona. En cuanto me he puesto a hablar con ella, enseguida he notado su acento portugués. Tanto ellos como los gallegos, es muy difícil que lo pierdan. ¿Será por lo de la morriña? No son demasiados los clientes que entran y salen, pero ella está pendiente de todo. Llega un chico de La Poste, da la mano a los que están en la barra, también a mí, recoge una bolsa roja y se va. ¡A sido visto y no visto! Cuando estoy escribiendo, cojo un apoya-vasos para acordarme de coger el móvil que he puesto a cargar en el bar. 
 
Llega un proveedor con carne y otros materiales para cocinar y la portuguesa me dice que también sirve comidas. Ya me da pena, porque para la hora de comer ya estaré lejos de aquí. Son las 9:45 horas cuando dejo de escribir, cago un chorizo consistente y María me devuelve el móvil y me desea buen viaje. Un señor que está en la barra se asombra del recorrido que estoy haciendo, me despido de la cocinera portuguesa y salgo para ir a ver la iglesia.
Iglesia del siglo XII.
Me da la sensación de que las fotografías que hago dentro de la iglesia salen más claras que su oscuridad me hacía esperar. Me alegra, aunque se verá cuando las meta en el ordenador en Irun. De momento saco foto del exterior con el edificio, el cementerio y, en la torre, un reloj que marca las diez menos diez (10 – 10 no es igual a 0, bromeo para mis adentros). 
 
La iglesia en su imagen exterior ofrece un buen aspecto y se corrobora por dentro. Entro al cementerio y, como la puerta de la iglesia también está abierta, entro en su nave principal. Las dos laterales son muy estrechas y sirven poco más que de paso. Una virgen a un lado sobre un pilar y un cristo en lo alto de la pared de enfrente es toda la estatuaria que se ve bajo la bóveda de cañón. En el altar mayor está la representación en cuadro pintado de una Ascensión a los cielos del Salvador. Unos ángeles le acompañan. A ambos lados dos prelados, que pudieran ser dos obispos o arzobispos, quizás uno de ellos sea el de Avranches, están con su mitra y su báculo. 
 
En una de las naves laterales veo unas pequeñas vidrieras que pudieran ser de gran valor histórico-artístico. No soy experto como para asegurarlo. Están muy bien conservadas y pudieran hasta ser modernas. 

 










Para finalizar la visita y antes de salir, me fijo en la escalera que sube al campanario, donde se ve la cuerda que sirve para tirar y hacer sonar las campanas que, al llegar, he visto expuestas a las inclemencias del tiempo en la cima de la torre. 

 
Hago un intento de subir a esta escalera, pero está complicado hacerlo y desisto a las primeras de cambio. No quiero exponerme a sufrir alguna fractura ósea. O sea, que lo dejo. Vuelvo a caminar por el cementerio, entre tumbas, salgo a la carretera y, al pasar de nuevo por la iglesia puedo apreciar mejor las tres campanas bajo el gallo de veleta. La visita ha sido rápida, todavía no son las diez cuando ya estoy saliendo del pueblo.
 
Por el Havre de Saint-Germain-sur-Ay.
La iglesia la he visto en un pis-pas, pero el pueblo no sólo no termina, sino que continúa en la playa, que será donde comeré. Pero antes de llegar a la playa debo rodear todo lo que ellos llaman aquí Le Havre, un preámbulo del gran puerto que encontraré dentro de muchos días en Seine-Maritime, una vez finalizada Calvados. Paso por un recinto de lagos artificiales comunicados entre sí, para uso de ganaderos y los que quieran hacer una comida campestre sin alejarse mucho del pueblo. 
 
Hay un arríate con plantas, una mesa con bancos corridos a los lados, y todo da una sensación de gran placidez. Cojo el GR y ahora ya me voy metiendo en el havre de Saint-Germain, que voy a ir rodeándolo. El camino se corta al llegar a una langa fija y, si quiero continuar, debo pasar al otro lado. Es lo que hago. 
 
Esta langa tiene un protector del pestillo que no me deja abrir. Debo retirarlo para poder correr el pestillo. Una vez retirado el protector, es muy fácil correrlo. La marisma ofrece a lo lejos la bocana de salida al mar del havre mencionado. Voy bordeando por sendero hasta que me encuentro con un señor que ha llegado en su coche.

Lo ha tenido que aparcar donde acaba la pista empedrada. Ya estamos los dos en zona de marisma consolidada. Hacemos comentarios sobre el paisaje que ambos estamos viendo. En zona entre lacustre, marina, terráquea y vegetal, se solazan y buscan peces, gusanos y moluscos unas cuantas gaviotas, algunos patos y, al menos, una garceta. 
 
Al fondo se va viendo la costa con dunas y playas de arena que van bordeando el paisaje marino y que, sin cerrarlo del todo, forman un golfo que voy a ir rodeando hasta llegar a Bretteville-sur-Ay. Pero de momento estoy donde estoy. Saco foto de las aves y, una vez que me he despedido del conductor de su coche, saco otra foto similar a la primera que he hecho después de pasar la langa, donde se aprecia mejor la bocana del havre, con la visión centrada de ambos lados; las dos puntas, la de Créances y la de Saint-Germain. 
 
El sendero me va llevando bien en dirección a la costa de dunas, pero acabo topándome con una casa que no me permite continuar y me debo meter hacia interior. Una señal confusa tampoco me ayuda mucho y, aunque me estaba apeteciendo ir hacia las dunas, pues me da la sensación de que por allí podría practicar nudismo sin temor alguno, acabo marchando por carretera estrecha y de poca circulación. Es así como, dejando de lado las dunas que quedan al Norte del havre, voy a salir de nuevo a la costa Oeste. Allí encuentro una gran playa vacía y sin retroceder hacia el Sur, donde pienso que es más fácil que se practique nudismo, por estar allí el punto más alejado de lo que llaman playa de Saint-Germain-sur-Ay, decido descansar allí y darme un baño.
 
Nudismo en Saint-Germain-sur-Ay.
Pulgas de mar.
No sigo el indicador y entro recto en la playa y, al pie de una duna, descargo mi equipaje y me desnudo. Con la cámara, voy hacia la orilla y, desde esa distancia saco una foto con el conjunto de dunas y mi equipaje al fondo. 
 
Después, subido en la duna, saco otra foto hacia el lugar de mis mochilas, pero con la intención de que se vea la playa que ha quedado al Sur, donde he decidido no retroceder. Probablemente habría llegado allí, si el camino que traía por la marisma no se hubiera interrumpido. De todas formas, prefiero el baño aquí, en mar abierto, que lo que me pudiera ofrecer el remansado havre, aunque las dunas que he visto de lejos tuvieran gran atractivo. 

La tercera foto que saco hacia el Norte, aprovechando que estoy desnudo sobre la duna, la dirijo hacia el pueblo. Se ven ya las primeras casas, no muy lejanas, que me indican que estoy en la zona playera de Saint-Germain-sur-Ay. Después me doy un baño que queda en simbólico, un pequeño remojón, ya que apenas cubre y no hace demasiado calor. Lo mejor es el placer de caminar descalzo por la arena. Ayer, después de Orval y de cambiarme de sandalias por haberse roto definitivamente una de las Quechua viejas, parecía que iba como niño con zapatos nuevos. Estrené las nuevas Quechua con suela “vibran” y sentía que volaba. Pero ahora, descalzo por la orilla del mar, el placer es aún mayor. Después de diez días caminando, todavía no se me ha puesto ninguna uña negra. Creo que es porque llevo menos peso que el año pasado. La duna donde he extendido la toalla, parece que me quita algo del viento que sopla del Noroeste. Tendido al sol se está muy bien. Una vez seco, el aire se agradece. Menos agradables son los saltos de las pulgas de mar. Vistas en parado, me parecen muy grandes y más si las comparo con el recuerdo que de ellas tengo caminando por la orilla por las playas del sur peninsular y  las portuguesas. También estas me parecen más blanquecinas, menos translúcidas. También muestran una tonalidad ocre sobre el lomo. Quizás, sin arena, estas pulgas podrían ser un suculento manjar de un intenso sabor marino. Estoy en arena seca y se va viendo que las pulgas van descendiendo hacia el mar en la medida en que desciende la marea. Parece que la clave que las guía es el nivel freático. Cuando he llegado, dos siluetas lejanas caminan hacia el Sur. Por la arena pasan cuatro caminantes, dos hombres delante y dos mujeres detrás, pienso que es la opción playera del GR-223. Sólo me ve desnudo el primero, el único que se fija, y siguen adelante. Luego un hombre y una mujer pasan hacia más adelante, pero no sé si van con intención de hacer nudismo o no. Cuando he subido a la duna para las fotos, no he visto a nadie al otro lado a cobijo del viento. Una pareja con un perrucho atado con una larga cuerda pasea por la orilla. Cuando están dando las doce y me estoy vistiendo para ir a comer, veo que regresan. Las pulgas han seguido saliendo de la humedad cuando piso la arena. Son muy patosas en sus saltos sobre la arena seca. Qué diferencia cuando me tropezaba con ellas en la orilla, con la arena húmeda. Entonces sí que daban grandes saltos. Parecía que volaban, pero está claro que no tienen alas y lo que las hace saltar son sus patas traseras. Sólo he matado una pulga y ha sido sin querer. Subo con los del perro por la primera rampa pero ni la pareja, ni el perro, resultan accesibles.

Le Vente des Îles.
El Viento de las Islas va a ser el restaurante donde comeré. Saliendo de la playa, no veo trazas de restaurante alguno. Sigo adelante y veo una bandera que, a veces, suele ser indicativo de algo de hostelería. No es el caso. Es una bandera privada de gente que come en terraza protegida por cristalera. Me acero con decisión y sale un hombre, muy amable, para informarme. Me dice que hay dos restaurantes. Agradezco y me voy. Otra mujer, que cuida su jardín, me dice que hay tres. Entro en el primero que encuentro, donde dos mujeres comen en la terraza. En el camino me he puesto jersey para protegerme del viento y ahora prefiero comer dentro. Estoy en Le Vent des îles, pero dentro no hace viento. Pido menú del día: Bulots, que me dicen que son caracoles de mar y yo lo confundo con nuestras karrakelas, o caracolillos negros de mar, pero esas no son “bulots”, sino “vigorneaux”. Sacan las bulots con mahonesa. De segundo pido brandada de pescado, una especie de pescado embadurnado en puré de patata y gratinado y, de postre, pido pastel de ruibarbo. No puedo salir de Normandía sin probar el ruibarbo. Me hace recordar la plantación que vi llegando a Mont-Saint-Michel. Hablo con la mujer que sirve las comidas, que parece sea la esposa del cocinero, y con Henry, un hombre de mar que come solo. Tiene 83 años y, aunque algo grueso, un aspecto genial. Con ellos dos es con quienes mejor me expreso contando mi viaje. Ya se van notando mis trece días en Francia. Muchas palabras me salen ya con mucha más soltura. Henry no iba a comer postre pero, finalmente, se anima a pedir otro de ruibarbo como el mío. Nos despedimos. Él me desea suerte y yo a él más años con salud. Pago 14,90 € con Visa. Escribo y termino para las dos. Cojo agua, me despido de la camarera y me voy. Cuando estoy saliendo, ella me dice. Mira, por allí va Henry, en su barca, a pescar. Me recomienda para seguir a Surville lo haga por la playa. Lo malo es que no le pregunto por qué me lo indica y, sin saber que antes hay otro havre, luego me tocará retroceder. Paso por el GR, pero la mujer me ha dado confianza y le obedezco.

Bretteville-sur-Ay. Mariscadores.
Poco después de las dos, ya estoy en la playa. Tal como la veo y con la marea baja, y bajando más, las posibilidades de baño por la tarde se disipan. Hacia el agua van apareciendo suelos de rocas y fango, donde hay muchísimos mariscadores a la pesca, más bien diría caza, aunque no van ni con caña ni con escopeta, de bivalvos. 
 
Esta playa va de Saint-Germain a Surville y casi ni me enteraré cuándo paso por la costa correspondiente a Bretteville-sur-Ay. Si no me lo dicen... Voy narrando lo que esta playa me ofrece. Además de los que mariscan a pie, luego veo tractores que arrastran embarcaciones. Me recuerdan a los barcos anfibios que vi los primeros días, y que se dedicaban al mejillón. Otro vehículos, se limitan a arrastrar barquitas en los dos sentidos, unas hacia el mar y otras hacia tierra. 
 
Voy por la playa pero a media altura, ni cerca de la orilla, ni de la arena seca. La marea sigue bajando a pasos agigantados y, al unísono, siguen apareciendo más mariscadores que van hacia la orilla. Cada cual va a lo que le interesa. Unos cogen “craves”, otros, almejas, no sé si también encontrarán mejillones. El más listo es aquel que coge lo que se le presente sin hacer distingos. A lo lejos veo a otro tractor que arrastra aparatos de “char à voile”. 
 
Avanza hacia el centro de la playa. Cuando llego al lugar por donde ha bajado el vehículo, coincido con los aprendices de este modelo de navegación en tierra, que ruedan empujados por sus velas al viento. Van animosos hacia su aventura, y bien pertrechados con impermeables contra el viento. 
 
Veo que un tractor arrastra una plataforma con productos marinos ya recogidos y con siete u ocho personas. Parecen peones de alguna empresa bien organizada. La orilla está muy concurrida y veo ir hacia ella también a un pescador de caña, pita, anzuelo y cebo. Me informa de que las casas de la playa, por donde estoy pasando, son de Bretteville. 
 
Él se dirige hacia las piedras que acaban de aflorar en la orilla con su caña y su morral. Breteville-sur-Ay ya se va quedando atrás. Una foto hacia el interior y hacia atrás, indica dónde van quedando las casas del pueblo costero. 



Enseguida veo al pescador de caña que ya ha llegado a la orilla, pero ahora se dirige hacia algo que me resulta más familiar. De lejos me recuerdan a las mejilloneras que vi los primeros días de este verano en Côtes d’Armor. Dos niños van con su madre y su abuela. 

 
La mayor me explica que ahora no es la temporada de recogida de mejillones y que ellos van por cangrejos. Yo que no quería acercarme mucho a la orilla, decido hacerlo para ver las mejilloneras más de cerca. Cuando llego, me surgen nuevas dudas, no sé si son mejilloneras u ostreras. 
 
Me recuerdan a las que vi poco antes de llegar a Île d’Oleron, después de hablar con Paz, la mujer gallega que llevaba allí viviendo un montón de años y que ya era una francesa más. Había perdido hasta la morriña. Sin pararme mucho a pensar y con la impotencia de lo desconocido, me acerco a una pareja, una mujer y un hombre, que remueven el fango con su diminuta azada. 


Han llegado hace muy poco tiempo, por eso su cosecha de almejas es todavía escasa. Saco foto del cubo (el culo sale sin querer) de él. Ella ha cogido menos aún, sólo tres. A lo mejor al finalizar la jornada ella le supera. No me voy a quedar aquí para ver quien gana. 

 

Lo único que detecto es que estas almejas salen más sucias que aquella media docena con que me obsequiaron las mariscadoras de Boiro, en el verano de 2006. Estas no se pueden comer directamente y aquellas estaban limpísimas y no habían pasado por la depuradora. Ahora, viendo éstas, creo que las de Boiro ya las habrían lavado. 
 

Aprovechando que cerca de la orilla hay un manojo de algas, que ni son verdes, ni de las que se están exterminando en España porque desagradan a los turistas, pero son las que consolidan las arenas de las playas, saco una foto para que se aprecie la gran distancia entre la orilla y la duna. 
 
Pero si antes hablo del alga verde, antes aparece. Encuentro un montón de ellas en zona intermedia húmeda, entre la arena y la orilla. Se ve que la vaguada ha propiciado que se acumulen aquí. Ahora ya sé que esta alga arrancada de los fondos marinos por la contaminación es un tema que motiva la preocupación de las autoridades, pero, ¿ponen remedio para que no siga ocurriendo? ¿Multan a las granjas porcinas que han producido semejante desaguisado? 
 
Más adelante el paseo descalzo se va volviendo desagradable, ya que aparecen piedras que me pinchan los pies, y decido subir hacia la duna. Espero que por allí vaya algún camino, algún sendero, ya que por la arena seca tampoco me conviene ir pues, al hundirse los pies, el recorrido se hace mucho más cansino. Ya en la duna, me estoy dando cuenta de que hay un nuevo entrante de mar, o embalse, o anse, o havre, o como le quieran llamar, así que voy a tener que retroceder. 
 
No mucho, pero algo sí. Encima de la duna, ya puedo ver las primeras casas de Surville. Hace calor y apetece tumbarse en la arena seca protegido del aire del mar por la duna. Corre aire del Norte. Voy incómodo por la duna y decido caminar por la yerba y me lleva a terreno protegido por postes y alambre. Me preocupa que me salga alguna víbora, y decido bajar de nuevo a la arena. Por fin llego a una casa, pero el perro ladra y no nos deja entendernos. El hombre es alemán y no le veo que muestre ningún interés en hacer callar a su perro, ni a escuchar lo que yo le quiero preguntar. Lo único que consigo es que señale con la mano la dirección Barneville-Carteret.

Surville.
En la primera foto en que ya aparecen las casas de Surville, se aprecia bien la configuración de la zona, el havre, la duna, las arenas de la playa, las algas verdes fruto de la contaminación, etcétera. Es una muestra de todo un ecosistema deteriorado. Aquí ya no es zona de marisqueo.



Estoy llegando a Surville, donde media docena de vacas variopintas, cada cual de su padre y de su madre, me miran, muy atentas y expectantes, desde el prado en que arrancan con su lengua lijosa la hierba que necesitan para sobrevivir y que luego rumiarán. Ahora piensan, ¿nos traerá este hombre algún manjar del País Vasco?


Ellas también han debido oír hablar de los grandes avances culinarios de los cocineros vascos. Es mi blog y puedo decir las tonterías que me dé la gana. Enseguida llego a la iglesia y su cementerio. Es pequeña, como pequeño es el pueblo a que da culto, aunque desconozco si es culto o inculto.
 

La torre de la iglesia me parece muy curiosa y su forma no me sorprende. Creo que ya he visto alguna parecida. Quizás sea similar a la primera, del siglo XII, que he visto hoy en Saint-Germain-sur-Ay. La iglesia la complementa un maizal que ya está bastante crecido. Termino de pasar el pueblo de Surville y continúo por terreno de los siguientes pero que voy soslayando sin entrar en sus núcleos de población. Un camino va con las señales blanca y roja. El camino es ancho y me agrada, pero pronto se mete entre juncos, así que rectifico y vuelvo a la carretera. El resto de la tarde va a ser muy monótona y voy a ir muy preocupado por evitar que los coches no me atropellen.

Entre Surville y Barneville.
Si ayer pasé por un montón de pueblos con terminación “ville”, ciudad, hoy continúo igual. En la carretera veo un letrero que indica 18 Km. para llegar a Barneville, así que calculo que llegaré hacia las siete. Me equivocaré por unos minutos. Da lo mismo, puesto que Turismo cierra a las seis. En el camino me encuentro con un animal muerto. Tiene una pata levantada y es de las delanteras. Parece que me estuviera saludando con la mano.
 

Tampoco de este tipo de animales soy experto. Creo que vi hurones en la película La caza, de Carlos Saura, pero muy bien pudiera ser un turón, una garduña, una comadreja… El hurón es un roedor al que se adiestra para sacar conejos de sus madrigueras, pero por aquí no estoy viendo tantos conejos como en otros lugares. Bueno, sea lo que sea, y aunque parezca que saluda, está muerto del todo. RIP.
 
Que se lo coman, lo entierren, o lo incineren, ya no va a ser tema que me afecte. Continúo adelante y me encuentro con la marisma que me va a obligar a dar un gran rodeo para superar Portbail. Un muro de piedra y cemento es el que delimita y marca el final de este último havre. Después paso por un edificio que pone Castillo del Conde, aunque no sepa en qué población, ni de qué conde se trata. En mi mapa aparecen señalados dos castillos, uno en Baudreville y el otro en Denneville. ¿Podrá ser el de este último pueblo, que es el más próximo a la costa? Destaca su torre cilíndrica y su cubierta cónica.
 

Poco después de pasar el castillo, llego a una granja, una casa de labranza y veo un edificio que pudo ser en su tiempo un molino, aunque hoy haya perdido sus aspas. Como no veo el mecanismo de conexión de las aspas con el eje de tracción de la muela, o piedra de moler, tampoco puedo asegurar que fuera molino. No sé si era este edificio u otro próximo, que lo anunciaban como “Gîte” de la Compté, así que tendrá algo que ver con el Castillo del Conde, pero entro y está todo cerrado a cal y canto. Ofrecían cama por 38 € con desayuno incluido. Tras recorrer todo el recinto, vuelvo a la carretera.  
 
Y un rato después ya me estoy acercando a Barneville. Luego veré en Barneville que lo del señor conde no es castillo, sino “Manoir”, casa solariega.

Barneville.
El nombre completo es Barneville-Carteret, pero hoy sólo llego al primero. Mañana llegaré a Carteret. Antes de entrar, paso por una torre y un túmulo de hierba que me hace pensar que debajo hay algún refugio secreto. Quizás un búnker.
 

Parece tener forma de ovni, pero éste es un objeto perfectamente identificable. La torre dispone de antena. Son las siete de la tarde cuando estoy entrando en Barneville y me tengo que dedicar a buscar un lugar para cenar y otro para dormir. En el reloj de la iglesia suenan las siete campanadas. Estoy cansado, pero aún me queda humor para sacar una foto de la iglesia. En la segunda, con el reloj a la vista, ya son las 19:05 horas. 

Había calculado bastante bien lo que me costaría recorrer los últimos 18 Km. Por si acaso, busco la oficina de turismo y, cuando la encuentro, leo que la cierran a las seis. Hoy no se va a producir ni el milagro de Audierne, ni el de Guisseny. Regreso de Turismo buscando sitios para dormir. Por ahora me quedo con el sitio destinado a los cubos de la basura de la Maison de Retraite. Husmeo el lugar donde se reúnen los jóvenes, pero todo está cerrado con llave. Pregunto en un bar-Tabac, y me dicen que vaya al Hotel París.

Hotel París. Cena.
Ya dormí en un París de Ciutadella (Menorca) y del puerto de Pollença (Mallorca). Veo precio de 60 € por cama, cena y desayuno, pero en temporada alta son 67 € y no me animo. La recepcionista es una chica muy alta, competente y muy simpática. Me hace una gestión en gîte y son 45 € y me parece caro. Para eso me quedo con ellos, pero su hotel parece que está completo y encarga a un chico para que me haga la gestión por Internet. Cuando este chico sale sin haber encontrado respuesta positiva, me dice que tengo un albergue en Cherbourg. Le digo que ya lo sé, pero aún me quedan dos jornadas para llegar allí. Le hago un listado de todos los albergues juveniles por los que he pasado. En vista del éxito, me voy a comer algo, pero en los dos restaurantes que pregunto, me dicen que sólo dan comidas a mediodía. Así que vuelvo a cenar al Hotel París. Tengo que esperar turno y están delante los que les he dejado pasar. La misma chica que me ha atendido antes es la única que está para atender todo el comedor. Menos mal que en este rato de las cenas, la relevan de recepción. Si no, hubiera tenido que echar mano de su don de ubicuidad. Ceno paté de cerdo con encurtidos (pepinillos, cebolletas), tostada y pan. De segundo cous-cous con pollo en salsa papillote (envuelto en papel de aluminio), que está más rico que lo que había presupuesto. De postre un pastel de pera con natilla y nata. Todo rico y, con el pichet de tinto (14+4) pago 18 € con Visa. Los alemanes que han comido lo mismo que yo, se maravillan con mi viaje. Se van un poco antes que yo. Les he dicho que voy a dormir bajo las estrellas. Al final, no será cierto. Son las 21:10 horas cuando salgo del París.

Hôtel de Ville. Mi hotel.
Había pensado dormir en los contenedores de los Jubilados luego, dudando, en el Hotel París, y acabo durmiendo en las toilettes que están debajo del ayuntamiento, el Hôtel de Ville. Tanto el de mujeres, como el de hombres, están muy limpios. Pero me decido por el que me corresponde, pues está más al fondo. No entra nadie en toda la noche y sólo oigo voces, en dos ocasiones, de gente que pasa hablando por las cercanías. Todo queda en falsa alarma. Llamo a Vera, pero está haciendo una sustitución de recepcionista en una pensión y está de camino de regreso a casa. Hablo primero con Gari. Estoy hablando con él alrededor de un minuto. Hoy ha cogido el teléfono él, algo que no suele ser habitual, y creo que es la primera vez que hablo con él por teléfono. No le gusta y nunca se quiere poner al aparato. Estoy de enhorabuena. Después hablo con Mikel y le cuento dónde estoy y el lugar que he elegido para la dormida. Elijo el rincón que me permite controlar mejor la entrada y apoyo las mochilas contra una puerta que parece estar condenada. Quizás sea el espacio donde guarden el material higiénico y de limpieza. La almohada me la construyo metiendo en la funda de la esterilla, el pantalón y la camiseta de repuesto, y el bañador, que están algo húmedos, por lo que los tres elementos los envuelvo en la toalla. Queda un rodillo bastante perfecto. He llegado aquí con el jersey puesto, y no me quito nada de ropa para meterme en el saco. Me doy masaje de aloe-vera y como prevención de que se me haga una ampolla. He tenido que aflojar la tira de la sandalia del pie derecho y creo que la he evitado. Me levanto una sola vez a orinar y, como prevención, me he calzado. La segunda vez ya será a las 5:30 horas. Esta segunda vez no me calzo y tampoco le doy al agua para que corra la meada.

Balance de jornada con un solo baño.
Lo mejor ha sido la mañana, con visita a la iglesia del s. XII, el desayuno y el baño antes de entrar en St-Germain-sur-Ay. También la comida ha estado bien en El viento de las Islas. La tarde, con la marea baja y los entrantes de mar, me ha permitido ver el movimiento de pescadores y deportistas, los dos negocios que dan vida al lugar pero que a mí me hubiera gustado más disfrutar con marea alta y algún otro baño nudista. Salgo muy contento del trato y la cena en el Hotel París y paso la noche durmiendo bien en el Hôtel de Ville de Barneville-Carteret.