sábado, 28 de mayo de 2016

Etapa 11 (368) Lessay-Barneville



Etapa 11 (368). 24 de junio de 2013, lunes. San Juan.
Lessay-Saint Germain sur Ay-Saint Germain sur Ay (plage)-Bretteville sur Ay-Surville-Barneville.


Esta es mi etapa 77 por Francia Atlántica. Hoy no veré hogueras de San Juan.

Amanecer en los servicios municipales.
Me despierto a las seis, con buena luz y la perspectiva de día soleado. Oigo que pasa muy cercano el primer vehículo municipal. Me levanto y echo la tercera meada. Como hace frío me meto de nuevo en el saco y aguanto hasta las 6:30 horas. Oigo el segundo vehículo, me levanto y me visto. 

Veo que el camión lleva un tinglado de maderas apropiado para hacer un recinto techado. Vuelvo a poner el cubo de colillas colgando del mismo lugar en que estaba cuando llegué y cuando salgo de mi cubículo, veo que llegan en un coche dos jóvenes. A uno sólo le entiendo que para ir por la costa debo de coger primero la dirección Créances. Ya me he puesto en marcha con la mochila a la espalda y veo a una chica que sale hacia la explanada de camiones. Le sigo hasta llegar a un pretil. Eso me sirve para saber que, a mano izquierda, hay terreno de marisma con un riachuelo que hace meandros, y que debo soslayar.

En busca de la carretera correcta. El sol da pistas y despista.
Cuando llego a la rotonda de ayer, cojo la carretera correcta. La posición del sol al Este me da una idea de que voy bien. Al principio lo tengo a la izquierda, puesto que voy retornando hacia el Sur, pero pronto lo voy a tener a mi espalda, hasta que me acerque a la costa. Luego otro tramo con el sol a mi derecha y, de nuevo a la espalda hasta que llegue al siguiente pueblo de Saint-Germain-sur-Mer. Todo va bien, aunque la carretera roja sin arcén me obliga a meterme en la cuneta cuando vienen coches de frente. Voy deseoso de salir de carretera con tanta circulación. Paso de lado por la desviación a Créances y después por otra que indica Pirou, ambas hacia el Sur, y veo señal para peatones, pero tras avanzar 50 metros, retrocedo y no me animo a seguirla pues sé que debo pasar un puente. Creo que he acertado, porque poco después llego al Havre de Saint-Germain-sur-Ay. Havre es como remanso, un lugar donde se remansa el mar, como un golfo. Lo digo ahora y no repito todas las veces que va a salir esta palabra en la continuación. De haber seguido el camino elegido, creo que me habría llevado de nuevo hacia el Sur.

Saint-Germain-sur-Ay.
Antes de llegar a este pueblo y después de haber pasado el puente, la carretera asfaltada en rojo, se vuelve gris y ofrece algo de arcén. Anuncian iglesia del siglo XII. Nada más entrar al pueblo, hay un bar-Tabac, donde veo a dos clientes que se van. Descargo mis mochilas y pido cruasán, pensando en que me van a mandar a la panadería, como siempre, pero no es lo que ocurre en esta ocasión, puesto que la portuguesa, que nació muy próxima a Zamora, que además de atender el bar, la tienda, la limpieza de los servicios, apuestas y todo lo que le echen, me ofrece además de cruasán, una pinca de  chocolate. Me saca un café con leche con mucha leche y me cobra 4,15 €. Entra una mujer en la tienda, cuyo padre nació en Archena, pero se apena de que su padre no le enseñara castellano (Casualmente solicité, con mi amigo Martín, plaza para noviembre de 2016 en el balneario de Archena –Murcia– aunque no se si nos la concederán). Me añade que Archena es frontera con África. Me hace gracia. Su padre llegó a Francia huyendo de Franco. Era republicano y se casó con una normanda. La portuguesa se vino con 16 años para servir y retornar con algo de dinero, pero ya lleva un porrón de años en Francia. Primero estuvo en París y aquí ya lleva 15 años. Es ya más gala que lusitana. Tiene melena rubia y es muy pechugona. En cuanto me he puesto a hablar con ella, enseguida he notado su acento portugués. Tanto ellos como los gallegos, es muy difícil que lo pierdan. ¿Será por lo de la morriña? No son demasiados los clientes que entran y salen, pero ella está pendiente de todo. Llega un chico de La Poste, da la mano a los que están en la barra, también a mí, recoge una bolsa roja y se va. ¡A sido visto y no visto! Cuando estoy escribiendo, cojo un apoya-vasos para acordarme de coger el móvil que he puesto a cargar en el bar. 
 
Llega un proveedor con carne y otros materiales para cocinar y la portuguesa me dice que también sirve comidas. Ya me da pena, porque para la hora de comer ya estaré lejos de aquí. Son las 9:45 horas cuando dejo de escribir, cago un chorizo consistente y María me devuelve el móvil y me desea buen viaje. Un señor que está en la barra se asombra del recorrido que estoy haciendo, me despido de la cocinera portuguesa y salgo para ir a ver la iglesia.
Iglesia del siglo XII.
Me da la sensación de que las fotografías que hago dentro de la iglesia salen más claras que su oscuridad me hacía esperar. Me alegra, aunque se verá cuando las meta en el ordenador en Irun. De momento saco foto del exterior con el edificio, el cementerio y, en la torre, un reloj que marca las diez menos diez (10 – 10 no es igual a 0, bromeo para mis adentros). 
 
La iglesia en su imagen exterior ofrece un buen aspecto y se corrobora por dentro. Entro al cementerio y, como la puerta de la iglesia también está abierta, entro en su nave principal. Las dos laterales son muy estrechas y sirven poco más que de paso. Una virgen a un lado sobre un pilar y un cristo en lo alto de la pared de enfrente es toda la estatuaria que se ve bajo la bóveda de cañón. En el altar mayor está la representación en cuadro pintado de una Ascensión a los cielos del Salvador. Unos ángeles le acompañan. A ambos lados dos prelados, que pudieran ser dos obispos o arzobispos, quizás uno de ellos sea el de Avranches, están con su mitra y su báculo. 
 
En una de las naves laterales veo unas pequeñas vidrieras que pudieran ser de gran valor histórico-artístico. No soy experto como para asegurarlo. Están muy bien conservadas y pudieran hasta ser modernas. 

 










Para finalizar la visita y antes de salir, me fijo en la escalera que sube al campanario, donde se ve la cuerda que sirve para tirar y hacer sonar las campanas que, al llegar, he visto expuestas a las inclemencias del tiempo en la cima de la torre. 

 
Hago un intento de subir a esta escalera, pero está complicado hacerlo y desisto a las primeras de cambio. No quiero exponerme a sufrir alguna fractura ósea. O sea, que lo dejo. Vuelvo a caminar por el cementerio, entre tumbas, salgo a la carretera y, al pasar de nuevo por la iglesia puedo apreciar mejor las tres campanas bajo el gallo de veleta. La visita ha sido rápida, todavía no son las diez cuando ya estoy saliendo del pueblo.
 
Por el Havre de Saint-Germain-sur-Ay.
La iglesia la he visto en un pis-pas, pero el pueblo no sólo no termina, sino que continúa en la playa, que será donde comeré. Pero antes de llegar a la playa debo rodear todo lo que ellos llaman aquí Le Havre, un preámbulo del gran puerto que encontraré dentro de muchos días en Seine-Maritime, una vez finalizada Calvados. Paso por un recinto de lagos artificiales comunicados entre sí, para uso de ganaderos y los que quieran hacer una comida campestre sin alejarse mucho del pueblo. 
 
Hay un arríate con plantas, una mesa con bancos corridos a los lados, y todo da una sensación de gran placidez. Cojo el GR y ahora ya me voy metiendo en el havre de Saint-Germain, que voy a ir rodeándolo. El camino se corta al llegar a una langa fija y, si quiero continuar, debo pasar al otro lado. Es lo que hago. 
 
Esta langa tiene un protector del pestillo que no me deja abrir. Debo retirarlo para poder correr el pestillo. Una vez retirado el protector, es muy fácil correrlo. La marisma ofrece a lo lejos la bocana de salida al mar del havre mencionado. Voy bordeando por sendero hasta que me encuentro con un señor que ha llegado en su coche.

Lo ha tenido que aparcar donde acaba la pista empedrada. Ya estamos los dos en zona de marisma consolidada. Hacemos comentarios sobre el paisaje que ambos estamos viendo. En zona entre lacustre, marina, terráquea y vegetal, se solazan y buscan peces, gusanos y moluscos unas cuantas gaviotas, algunos patos y, al menos, una garceta. 
 
Al fondo se va viendo la costa con dunas y playas de arena que van bordeando el paisaje marino y que, sin cerrarlo del todo, forman un golfo que voy a ir rodeando hasta llegar a Bretteville-sur-Ay. Pero de momento estoy donde estoy. Saco foto de las aves y, una vez que me he despedido del conductor de su coche, saco otra foto similar a la primera que he hecho después de pasar la langa, donde se aprecia mejor la bocana del havre, con la visión centrada de ambos lados; las dos puntas, la de Créances y la de Saint-Germain. 
 
El sendero me va llevando bien en dirección a la costa de dunas, pero acabo topándome con una casa que no me permite continuar y me debo meter hacia interior. Una señal confusa tampoco me ayuda mucho y, aunque me estaba apeteciendo ir hacia las dunas, pues me da la sensación de que por allí podría practicar nudismo sin temor alguno, acabo marchando por carretera estrecha y de poca circulación. Es así como, dejando de lado las dunas que quedan al Norte del havre, voy a salir de nuevo a la costa Oeste. Allí encuentro una gran playa vacía y sin retroceder hacia el Sur, donde pienso que es más fácil que se practique nudismo, por estar allí el punto más alejado de lo que llaman playa de Saint-Germain-sur-Ay, decido descansar allí y darme un baño.
 
Nudismo en Saint-Germain-sur-Ay.
Pulgas de mar.
No sigo el indicador y entro recto en la playa y, al pie de una duna, descargo mi equipaje y me desnudo. Con la cámara, voy hacia la orilla y, desde esa distancia saco una foto con el conjunto de dunas y mi equipaje al fondo. 
 
Después, subido en la duna, saco otra foto hacia el lugar de mis mochilas, pero con la intención de que se vea la playa que ha quedado al Sur, donde he decidido no retroceder. Probablemente habría llegado allí, si el camino que traía por la marisma no se hubiera interrumpido. De todas formas, prefiero el baño aquí, en mar abierto, que lo que me pudiera ofrecer el remansado havre, aunque las dunas que he visto de lejos tuvieran gran atractivo. 

La tercera foto que saco hacia el Norte, aprovechando que estoy desnudo sobre la duna, la dirijo hacia el pueblo. Se ven ya las primeras casas, no muy lejanas, que me indican que estoy en la zona playera de Saint-Germain-sur-Ay. Después me doy un baño que queda en simbólico, un pequeño remojón, ya que apenas cubre y no hace demasiado calor. Lo mejor es el placer de caminar descalzo por la arena. Ayer, después de Orval y de cambiarme de sandalias por haberse roto definitivamente una de las Quechua viejas, parecía que iba como niño con zapatos nuevos. Estrené las nuevas Quechua con suela “vibran” y sentía que volaba. Pero ahora, descalzo por la orilla del mar, el placer es aún mayor. Después de diez días caminando, todavía no se me ha puesto ninguna uña negra. Creo que es porque llevo menos peso que el año pasado. La duna donde he extendido la toalla, parece que me quita algo del viento que sopla del Noroeste. Tendido al sol se está muy bien. Una vez seco, el aire se agradece. Menos agradables son los saltos de las pulgas de mar. Vistas en parado, me parecen muy grandes y más si las comparo con el recuerdo que de ellas tengo caminando por la orilla por las playas del sur peninsular y  las portuguesas. También estas me parecen más blanquecinas, menos translúcidas. También muestran una tonalidad ocre sobre el lomo. Quizás, sin arena, estas pulgas podrían ser un suculento manjar de un intenso sabor marino. Estoy en arena seca y se va viendo que las pulgas van descendiendo hacia el mar en la medida en que desciende la marea. Parece que la clave que las guía es el nivel freático. Cuando he llegado, dos siluetas lejanas caminan hacia el Sur. Por la arena pasan cuatro caminantes, dos hombres delante y dos mujeres detrás, pienso que es la opción playera del GR-223. Sólo me ve desnudo el primero, el único que se fija, y siguen adelante. Luego un hombre y una mujer pasan hacia más adelante, pero no sé si van con intención de hacer nudismo o no. Cuando he subido a la duna para las fotos, no he visto a nadie al otro lado a cobijo del viento. Una pareja con un perrucho atado con una larga cuerda pasea por la orilla. Cuando están dando las doce y me estoy vistiendo para ir a comer, veo que regresan. Las pulgas han seguido saliendo de la humedad cuando piso la arena. Son muy patosas en sus saltos sobre la arena seca. Qué diferencia cuando me tropezaba con ellas en la orilla, con la arena húmeda. Entonces sí que daban grandes saltos. Parecía que volaban, pero está claro que no tienen alas y lo que las hace saltar son sus patas traseras. Sólo he matado una pulga y ha sido sin querer. Subo con los del perro por la primera rampa pero ni la pareja, ni el perro, resultan accesibles.

Le Vente des Îles.
El Viento de las Islas va a ser el restaurante donde comeré. Saliendo de la playa, no veo trazas de restaurante alguno. Sigo adelante y veo una bandera que, a veces, suele ser indicativo de algo de hostelería. No es el caso. Es una bandera privada de gente que come en terraza protegida por cristalera. Me acero con decisión y sale un hombre, muy amable, para informarme. Me dice que hay dos restaurantes. Agradezco y me voy. Otra mujer, que cuida su jardín, me dice que hay tres. Entro en el primero que encuentro, donde dos mujeres comen en la terraza. En el camino me he puesto jersey para protegerme del viento y ahora prefiero comer dentro. Estoy en Le Vent des îles, pero dentro no hace viento. Pido menú del día: Bulots, que me dicen que son caracoles de mar y yo lo confundo con nuestras karrakelas, o caracolillos negros de mar, pero esas no son “bulots”, sino “vigorneaux”. Sacan las bulots con mahonesa. De segundo pido brandada de pescado, una especie de pescado embadurnado en puré de patata y gratinado y, de postre, pido pastel de ruibarbo. No puedo salir de Normandía sin probar el ruibarbo. Me hace recordar la plantación que vi llegando a Mont-Saint-Michel. Hablo con la mujer que sirve las comidas, que parece sea la esposa del cocinero, y con Henry, un hombre de mar que come solo. Tiene 83 años y, aunque algo grueso, un aspecto genial. Con ellos dos es con quienes mejor me expreso contando mi viaje. Ya se van notando mis trece días en Francia. Muchas palabras me salen ya con mucha más soltura. Henry no iba a comer postre pero, finalmente, se anima a pedir otro de ruibarbo como el mío. Nos despedimos. Él me desea suerte y yo a él más años con salud. Pago 14,90 € con Visa. Escribo y termino para las dos. Cojo agua, me despido de la camarera y me voy. Cuando estoy saliendo, ella me dice. Mira, por allí va Henry, en su barca, a pescar. Me recomienda para seguir a Surville lo haga por la playa. Lo malo es que no le pregunto por qué me lo indica y, sin saber que antes hay otro havre, luego me tocará retroceder. Paso por el GR, pero la mujer me ha dado confianza y le obedezco.

Bretteville-sur-Ay. Mariscadores.
Poco después de las dos, ya estoy en la playa. Tal como la veo y con la marea baja, y bajando más, las posibilidades de baño por la tarde se disipan. Hacia el agua van apareciendo suelos de rocas y fango, donde hay muchísimos mariscadores a la pesca, más bien diría caza, aunque no van ni con caña ni con escopeta, de bivalvos. 
 
Esta playa va de Saint-Germain a Surville y casi ni me enteraré cuándo paso por la costa correspondiente a Bretteville-sur-Ay. Si no me lo dicen... Voy narrando lo que esta playa me ofrece. Además de los que mariscan a pie, luego veo tractores que arrastran embarcaciones. Me recuerdan a los barcos anfibios que vi los primeros días, y que se dedicaban al mejillón. Otro vehículos, se limitan a arrastrar barquitas en los dos sentidos, unas hacia el mar y otras hacia tierra. 
 
Voy por la playa pero a media altura, ni cerca de la orilla, ni de la arena seca. La marea sigue bajando a pasos agigantados y, al unísono, siguen apareciendo más mariscadores que van hacia la orilla. Cada cual va a lo que le interesa. Unos cogen “craves”, otros, almejas, no sé si también encontrarán mejillones. El más listo es aquel que coge lo que se le presente sin hacer distingos. A lo lejos veo a otro tractor que arrastra aparatos de “char à voile”. 
 
Avanza hacia el centro de la playa. Cuando llego al lugar por donde ha bajado el vehículo, coincido con los aprendices de este modelo de navegación en tierra, que ruedan empujados por sus velas al viento. Van animosos hacia su aventura, y bien pertrechados con impermeables contra el viento. 
 
Veo que un tractor arrastra una plataforma con productos marinos ya recogidos y con siete u ocho personas. Parecen peones de alguna empresa bien organizada. La orilla está muy concurrida y veo ir hacia ella también a un pescador de caña, pita, anzuelo y cebo. Me informa de que las casas de la playa, por donde estoy pasando, son de Bretteville. 
 
Él se dirige hacia las piedras que acaban de aflorar en la orilla con su caña y su morral. Breteville-sur-Ay ya se va quedando atrás. Una foto hacia el interior y hacia atrás, indica dónde van quedando las casas del pueblo costero. 



Enseguida veo al pescador de caña que ya ha llegado a la orilla, pero ahora se dirige hacia algo que me resulta más familiar. De lejos me recuerdan a las mejilloneras que vi los primeros días de este verano en Côtes d’Armor. Dos niños van con su madre y su abuela. 

 
La mayor me explica que ahora no es la temporada de recogida de mejillones y que ellos van por cangrejos. Yo que no quería acercarme mucho a la orilla, decido hacerlo para ver las mejilloneras más de cerca. Cuando llego, me surgen nuevas dudas, no sé si son mejilloneras u ostreras. 
 
Me recuerdan a las que vi poco antes de llegar a Île d’Oleron, después de hablar con Paz, la mujer gallega que llevaba allí viviendo un montón de años y que ya era una francesa más. Había perdido hasta la morriña. Sin pararme mucho a pensar y con la impotencia de lo desconocido, me acerco a una pareja, una mujer y un hombre, que remueven el fango con su diminuta azada. 


Han llegado hace muy poco tiempo, por eso su cosecha de almejas es todavía escasa. Saco foto del cubo (el culo sale sin querer) de él. Ella ha cogido menos aún, sólo tres. A lo mejor al finalizar la jornada ella le supera. No me voy a quedar aquí para ver quien gana. 

 

Lo único que detecto es que estas almejas salen más sucias que aquella media docena con que me obsequiaron las mariscadoras de Boiro, en el verano de 2006. Estas no se pueden comer directamente y aquellas estaban limpísimas y no habían pasado por la depuradora. Ahora, viendo éstas, creo que las de Boiro ya las habrían lavado. 
 

Aprovechando que cerca de la orilla hay un manojo de algas, que ni son verdes, ni de las que se están exterminando en España porque desagradan a los turistas, pero son las que consolidan las arenas de las playas, saco una foto para que se aprecie la gran distancia entre la orilla y la duna. 
 
Pero si antes hablo del alga verde, antes aparece. Encuentro un montón de ellas en zona intermedia húmeda, entre la arena y la orilla. Se ve que la vaguada ha propiciado que se acumulen aquí. Ahora ya sé que esta alga arrancada de los fondos marinos por la contaminación es un tema que motiva la preocupación de las autoridades, pero, ¿ponen remedio para que no siga ocurriendo? ¿Multan a las granjas porcinas que han producido semejante desaguisado? 
 
Más adelante el paseo descalzo se va volviendo desagradable, ya que aparecen piedras que me pinchan los pies, y decido subir hacia la duna. Espero que por allí vaya algún camino, algún sendero, ya que por la arena seca tampoco me conviene ir pues, al hundirse los pies, el recorrido se hace mucho más cansino. Ya en la duna, me estoy dando cuenta de que hay un nuevo entrante de mar, o embalse, o anse, o havre, o como le quieran llamar, así que voy a tener que retroceder. 
 
No mucho, pero algo sí. Encima de la duna, ya puedo ver las primeras casas de Surville. Hace calor y apetece tumbarse en la arena seca protegido del aire del mar por la duna. Corre aire del Norte. Voy incómodo por la duna y decido caminar por la yerba y me lleva a terreno protegido por postes y alambre. Me preocupa que me salga alguna víbora, y decido bajar de nuevo a la arena. Por fin llego a una casa, pero el perro ladra y no nos deja entendernos. El hombre es alemán y no le veo que muestre ningún interés en hacer callar a su perro, ni a escuchar lo que yo le quiero preguntar. Lo único que consigo es que señale con la mano la dirección Barneville-Carteret.

Surville.
En la primera foto en que ya aparecen las casas de Surville, se aprecia bien la configuración de la zona, el havre, la duna, las arenas de la playa, las algas verdes fruto de la contaminación, etcétera. Es una muestra de todo un ecosistema deteriorado. Aquí ya no es zona de marisqueo.



Estoy llegando a Surville, donde media docena de vacas variopintas, cada cual de su padre y de su madre, me miran, muy atentas y expectantes, desde el prado en que arrancan con su lengua lijosa la hierba que necesitan para sobrevivir y que luego rumiarán. Ahora piensan, ¿nos traerá este hombre algún manjar del País Vasco?


Ellas también han debido oír hablar de los grandes avances culinarios de los cocineros vascos. Es mi blog y puedo decir las tonterías que me dé la gana. Enseguida llego a la iglesia y su cementerio. Es pequeña, como pequeño es el pueblo a que da culto, aunque desconozco si es culto o inculto.
 

La torre de la iglesia me parece muy curiosa y su forma no me sorprende. Creo que ya he visto alguna parecida. Quizás sea similar a la primera, del siglo XII, que he visto hoy en Saint-Germain-sur-Ay. La iglesia la complementa un maizal que ya está bastante crecido. Termino de pasar el pueblo de Surville y continúo por terreno de los siguientes pero que voy soslayando sin entrar en sus núcleos de población. Un camino va con las señales blanca y roja. El camino es ancho y me agrada, pero pronto se mete entre juncos, así que rectifico y vuelvo a la carretera. El resto de la tarde va a ser muy monótona y voy a ir muy preocupado por evitar que los coches no me atropellen.

Entre Surville y Barneville.
Si ayer pasé por un montón de pueblos con terminación “ville”, ciudad, hoy continúo igual. En la carretera veo un letrero que indica 18 Km. para llegar a Barneville, así que calculo que llegaré hacia las siete. Me equivocaré por unos minutos. Da lo mismo, puesto que Turismo cierra a las seis. En el camino me encuentro con un animal muerto. Tiene una pata levantada y es de las delanteras. Parece que me estuviera saludando con la mano.
 

Tampoco de este tipo de animales soy experto. Creo que vi hurones en la película La caza, de Carlos Saura, pero muy bien pudiera ser un turón, una garduña, una comadreja… El hurón es un roedor al que se adiestra para sacar conejos de sus madrigueras, pero por aquí no estoy viendo tantos conejos como en otros lugares. Bueno, sea lo que sea, y aunque parezca que saluda, está muerto del todo. RIP.
 
Que se lo coman, lo entierren, o lo incineren, ya no va a ser tema que me afecte. Continúo adelante y me encuentro con la marisma que me va a obligar a dar un gran rodeo para superar Portbail. Un muro de piedra y cemento es el que delimita y marca el final de este último havre. Después paso por un edificio que pone Castillo del Conde, aunque no sepa en qué población, ni de qué conde se trata. En mi mapa aparecen señalados dos castillos, uno en Baudreville y el otro en Denneville. ¿Podrá ser el de este último pueblo, que es el más próximo a la costa? Destaca su torre cilíndrica y su cubierta cónica.
 

Poco después de pasar el castillo, llego a una granja, una casa de labranza y veo un edificio que pudo ser en su tiempo un molino, aunque hoy haya perdido sus aspas. Como no veo el mecanismo de conexión de las aspas con el eje de tracción de la muela, o piedra de moler, tampoco puedo asegurar que fuera molino. No sé si era este edificio u otro próximo, que lo anunciaban como “Gîte” de la Compté, así que tendrá algo que ver con el Castillo del Conde, pero entro y está todo cerrado a cal y canto. Ofrecían cama por 38 € con desayuno incluido. Tras recorrer todo el recinto, vuelvo a la carretera.  
 
Y un rato después ya me estoy acercando a Barneville. Luego veré en Barneville que lo del señor conde no es castillo, sino “Manoir”, casa solariega.

Barneville.
El nombre completo es Barneville-Carteret, pero hoy sólo llego al primero. Mañana llegaré a Carteret. Antes de entrar, paso por una torre y un túmulo de hierba que me hace pensar que debajo hay algún refugio secreto. Quizás un búnker.
 

Parece tener forma de ovni, pero éste es un objeto perfectamente identificable. La torre dispone de antena. Son las siete de la tarde cuando estoy entrando en Barneville y me tengo que dedicar a buscar un lugar para cenar y otro para dormir. En el reloj de la iglesia suenan las siete campanadas. Estoy cansado, pero aún me queda humor para sacar una foto de la iglesia. En la segunda, con el reloj a la vista, ya son las 19:05 horas. 

Había calculado bastante bien lo que me costaría recorrer los últimos 18 Km. Por si acaso, busco la oficina de turismo y, cuando la encuentro, leo que la cierran a las seis. Hoy no se va a producir ni el milagro de Audierne, ni el de Guisseny. Regreso de Turismo buscando sitios para dormir. Por ahora me quedo con el sitio destinado a los cubos de la basura de la Maison de Retraite. Husmeo el lugar donde se reúnen los jóvenes, pero todo está cerrado con llave. Pregunto en un bar-Tabac, y me dicen que vaya al Hotel París.

Hotel París. Cena.
Ya dormí en un París de Ciutadella (Menorca) y del puerto de Pollença (Mallorca). Veo precio de 60 € por cama, cena y desayuno, pero en temporada alta son 67 € y no me animo. La recepcionista es una chica muy alta, competente y muy simpática. Me hace una gestión en gîte y son 45 € y me parece caro. Para eso me quedo con ellos, pero su hotel parece que está completo y encarga a un chico para que me haga la gestión por Internet. Cuando este chico sale sin haber encontrado respuesta positiva, me dice que tengo un albergue en Cherbourg. Le digo que ya lo sé, pero aún me quedan dos jornadas para llegar allí. Le hago un listado de todos los albergues juveniles por los que he pasado. En vista del éxito, me voy a comer algo, pero en los dos restaurantes que pregunto, me dicen que sólo dan comidas a mediodía. Así que vuelvo a cenar al Hotel París. Tengo que esperar turno y están delante los que les he dejado pasar. La misma chica que me ha atendido antes es la única que está para atender todo el comedor. Menos mal que en este rato de las cenas, la relevan de recepción. Si no, hubiera tenido que echar mano de su don de ubicuidad. Ceno paté de cerdo con encurtidos (pepinillos, cebolletas), tostada y pan. De segundo cous-cous con pollo en salsa papillote (envuelto en papel de aluminio), que está más rico que lo que había presupuesto. De postre un pastel de pera con natilla y nata. Todo rico y, con el pichet de tinto (14+4) pago 18 € con Visa. Los alemanes que han comido lo mismo que yo, se maravillan con mi viaje. Se van un poco antes que yo. Les he dicho que voy a dormir bajo las estrellas. Al final, no será cierto. Son las 21:10 horas cuando salgo del París.

Hôtel de Ville. Mi hotel.
Había pensado dormir en los contenedores de los Jubilados luego, dudando, en el Hotel París, y acabo durmiendo en las toilettes que están debajo del ayuntamiento, el Hôtel de Ville. Tanto el de mujeres, como el de hombres, están muy limpios. Pero me decido por el que me corresponde, pues está más al fondo. No entra nadie en toda la noche y sólo oigo voces, en dos ocasiones, de gente que pasa hablando por las cercanías. Todo queda en falsa alarma. Llamo a Vera, pero está haciendo una sustitución de recepcionista en una pensión y está de camino de regreso a casa. Hablo primero con Gari. Estoy hablando con él alrededor de un minuto. Hoy ha cogido el teléfono él, algo que no suele ser habitual, y creo que es la primera vez que hablo con él por teléfono. No le gusta y nunca se quiere poner al aparato. Estoy de enhorabuena. Después hablo con Mikel y le cuento dónde estoy y el lugar que he elegido para la dormida. Elijo el rincón que me permite controlar mejor la entrada y apoyo las mochilas contra una puerta que parece estar condenada. Quizás sea el espacio donde guarden el material higiénico y de limpieza. La almohada me la construyo metiendo en la funda de la esterilla, el pantalón y la camiseta de repuesto, y el bañador, que están algo húmedos, por lo que los tres elementos los envuelvo en la toalla. Queda un rodillo bastante perfecto. He llegado aquí con el jersey puesto, y no me quito nada de ropa para meterme en el saco. Me doy masaje de aloe-vera y como prevención de que se me haga una ampolla. He tenido que aflojar la tira de la sandalia del pie derecho y creo que la he evitado. Me levanto una sola vez a orinar y, como prevención, me he calzado. La segunda vez ya será a las 5:30 horas. Esta segunda vez no me calzo y tampoco le doy al agua para que corra la meada.

Balance de jornada con un solo baño.
Lo mejor ha sido la mañana, con visita a la iglesia del s. XII, el desayuno y el baño antes de entrar en St-Germain-sur-Ay. También la comida ha estado bien en El viento de las Islas. La tarde, con la marea baja y los entrantes de mar, me ha permitido ver el movimiento de pescadores y deportistas, los dos negocios que dan vida al lugar pero que a mí me hubiera gustado más disfrutar con marea alta y algún otro baño nudista. Salgo muy contento del trato y la cena en el Hotel París y paso la noche durmiendo bien en el Hôtel de Ville de Barneville-Carteret.

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