Etapa
04 (361). 17 de junio de 2013, lunes.
Port Le Guildo (Créhen)-Saint Jacut de la
Mer-Ploubalay-Lancieux-ILLE ET VILAINE -Saint Briac sur Mer-Saint
Lunaire-Dinard-(bateau)-Saint Malo.
Con este mapa finalizaré Bretaña y en Portonson entraré en Normandía.
Lo
más curioso del día de hoy va a ser que, por fin, acaba Côtes d’Armor y
entro en Ille et Vilaine. La primera palabra podría ser equivalente
a “île”, isla y el segundo significa mala. ¿Isla Mala? Pero si
esto no es ninguna isla… La ciudad más importante va a ser Saint
Malo. No sé a qué viene tanta maldad. Yo no encontraré nada malo en esta última parte de Bretaña.
Amanecer
y desayuno en Port le Guildo.
Como
dije, este puerto está en Créhen. Tras dormir bien, me levando a
las siete. No cago, aunque después de la copiosa cena de ayer, me
habría venido bien desalojar lo que sobra en mi cuerpo y que ya ha
sido aprovechado. Me pongo a escribir. Manos a la tarea.
A las 8:05
horas, bajo a desayunar. En el camino entre el edificio dormitorio y
el restaurante, chispea. Nada alarmante. Desayuno zumo, dos trozos de
pan, rebanados en cuatro, con mantequilla y mermelada. Son generosos
y sobra leche. Pido tijera y recorto del mantelito protector de mesa
los dos monumentos que ayer me pusieron bajo mi cena. Uno es la
Abbaye de Beauport, donde dormí a la intemperie una de las últimas
noches del pasado año, cerca de la ciudad de Paimpol, es un
testimonio del siglo VIII. El otro es le Château du Guildo que está
enclavado sobre un espolón rocoso, a este lado del estuario del
Arguenon. Esta fortaleza medieval fue construida entre los siglos XII
y XV. Lo que unifica a los dos edificios, aunque uno sea de carácter
religioso y el otro militar, es su común estado de ruina. Sólo son
testimonio de lo que fueron. Como el castillo está a unos 400 metros
de donde estoy ahora, creo que lo visitaré. A las 8:30 vuelvo a mi
habitación para terminar de escribir el diario. A las 9:10 horas me
pongo a recoger y rehago mi mochila. La intención es pasar por el
castillo, ya que está en el propio GR-34. Para las 9:20 ya estoy en
marcha.
La jefa mueve su coche del lugar donde ha dormido y lo aparca
frente al restaurante. Le devuelvo la llave y agradezco sus
atenciones. No me puedo despedir de Juan, porque vendrá más tarde.
He perdido la oportunidad de comentar sobre la situación actual de
los necichus, ni de los zapotecas mexicanos. También del hijo de mis
amigos, Agustín, que vive en México hace un porrón de años, donde
se caso y tiene su familia.
Château
du Guildo.
Hoy
voy a ir todo el día con el jersey y la capa me la pongo también de
salida. Me la iré quitando y poniendo según las intermitencias de
la lluvia. Enseguida encuentro el GR-34, pero prefiero seguir por la
carretera hasta llegar al castillo derruido.
Sin acercarme, lo
fotografío con la perspectiva de la bocana de salida al mar del río
Arguenon, que lleva sus aguas a esta Costa Esmeralda, por la que
estoy caminando desde que doblé la península donde están el cabo
Fréhel y el Fort La Latte. Esta costa figura con el nombre de Côte
D’Émeraude, y llega hasta Dinard, en la siguiente parte bretona
que es Ille et Vilaine. Es como decir que la costa esmeralda se
conforma entre dos ríos: el Frémur, cuya llegada al mar ya
fotografié ayer por la mañana, y La Rance, que desemboca entre
Dinard y Saint-Malo, y que cruzaré en barco esta tarde.
La costa
Esmeralda la comparten Côtes d’Armor e Ille et Vilaine, las dos
últimas provincias bretonas, antes de llegara a Normandía. ¡Ya
falta menos! Hecha esta descripción geográfica, y sin salir del
entorno del Castillo del Guildo, me acerco para ver la bahía desde
la plataforma que, no sé por qué razón, califican de espolón.
Saint-Jacut-de-la-Mer.
Prefiero
ir caminando por la carretera que mojándome las piernas con las
hierbas del sendero.
Voy sin problemas pues la primera carretera
tiene muy poca circulación viaria. En un momento determinado,
carretera y GR-34 van en paralelo a la costa que hoy, con la marea
baja y el consiguiente lodazal previo, no me van a permitir disfrutar
de esa belleza esmeralda que anuncia su nombre. Al fondo, Île des
Ébihens. Cada cierto trecho, hay un banco que cumple las dos
funciones, una de descanso y otra contemplativa del paisaje. Saco dos
fotos.
Una hacia la costa y otra hacia Saint-Jacut-de-la Mer donde,
como en casi toda ciudad que se precie, destaca el campanario de la
iglesia que, como los almiares o los minaretes árabes, son una
perenne llamada a la oración. Mi oración es mi camino. Aunque desde
la lejanía el “clocher” es bien visible, cuando entre en la
ciudad, me costará dar con él. Todas las dudas que tuve ayer sobre
esta ciudad, se aclaran una vez la localizo. Suelen decir, “después
de visto, todo el mundo es listo”. El enclave es una península,
una lengua que sale hacia el mar entre dos bahías. Una la que forma
el río Arguenon a Poniente y otra la bahía de Lancieux hacia el
Este. En la segunda foto, se aprecia el final de este brazo de mar,
la Pointe du Chevet y la isla de los Ébihens. Voy ascendiendo por la
cuesta que me va acercando a Saint Jacut. Voy perdiendo la referencia
del pincho de la iglesia pero, finalmente, doy con ella. Sólo saco
una foto del exterior. Es lunes y está cerrada. La torre me resulta
curiosa y da la sensación de que su parte cilíndrica acoge una
escalera de caracol para ascender al campanario. No lo puedo
asegurar, ya que no he subido.
Como mi mapa de Côte d’Armor ya
está finalizando, voy al ayuntamiento para tratar de conseguir otro
de Ille et Vilaine. Me mandan en dirección a la oficina de Turismo.
Me enfado. ¿No saben en la “mairie” que los lunes lo tienen
cerrado por la mañana? Abren por la tarde, pero yo no voy a quedarme
aquí esperando a que lo hagan. Por lo menos, en el ayuntamiento, ya
he visto el mapa de la ciudad y me hago una idea de por dónde debo
bajar hacia el otro lado. Parece que Saint-Jacut-de-la-Mer tiende más
hacia Ille et Vilaine que hacia el río. Un indicador de playa me
lleva a asomarme a un crucero o calvario, desde donde veo ya la
perspectiva de lo que debo bordear para llegar a la siguiente costa,
hacia el Norte.
Desde la cruz, veo la bahía y los barcos con la
quilla tumbada en el limo. Casi me alegro de que llueva ya que,
aunque ya veo alguna playa, las posibilidades de baño en marea baja
son nulas. Bajo a la playa y más de lo mismo. Hacia el Este se ve ya
algo de Ploubalay, el lugar donde comeré.
De
Saint-Jacut-de-la-Mer a Ploubalay.
Pasada
la playa, voy alternando GR-34 con carretera secundaria, pero que me
va llevando hacia otra con más circulación. La alternativa del
GR-34 supone seguir pisando hierba mojada, pues la lluvia arrecia. Ya
he acabado de rodear la bahía y llego a una rotonda. Demasiados
coches en circulación. Pronto veo una desviación que me va metiendo
entre casas y cuya carretera está cortada. Tras ir un rato
tranquilo, retorno a la de antes que, ahora, me ofrece la posibilidad
de ir a Ploubalay. Recupero los “Plou” que había casi olvidado,
desde Plouha, Plouézec, Plougrescant.
Ploubalay.
Restaurante des Sports.
Mi
intención era la de llegar a comer a Saint-Briac-sur-Mer, ya en Ille
et Vilaine, el lugar de donde venían los caminantes con los que me
topé el primer día en el albergue de Saint-Brieuc, los que tenían
8 nietos a los que atendían, pero entrando en Ploubalay veo un
Lotto-Tabac-PMU que me parece adecuado, pues tiene restaurante. Nada
más llegar saco foto de la iglesia en cuya plaza ondean las
banderas. La local, que tiene elementos de la bretona, la de Bretaña,
la europea y la tricolor francesa. Las tres últimas ya las conozco
bien, pero la de la ciudad, mojada como está, no ondea al viento y
no puedo apreciar los elementos, aunque sí se puede ver que es en
blanco y negro. Todavía no son las doce del mediodía. La fórmula
de “midi” que ofrece este restaurante de los Deportes, aunque
acabe hartándome de ella, de momento me gusta. Como segundo plato,
me atrae la opción ofrecida de spaghetti boloñesa. Entro, y el
barman me dice que debo esperar. Que todavía no han abierto. Cuando
me dice que ya puedo pasar y estoy recogiendo las mochilas para
meterlas al comedor, me ofrece la posibilidad de comer en el bar. Me
parece que va a ser más complicado para servirme los entremeses que
tengo que coger en el comedor y sacarlos al bar. No me gusta mezclar
sabores y hago muchas vueltas al bufete. Así que le digo que
prefiero comer en el comedor. El personal, los empleados, están
acabando de comer. Hay una camarera que habla castellano, luego sabré
que es portuguesa, pero no tiene ni idea de dónde está la oficina
de Turismo. No hay problema: “Ya preguntaré a la salida”, le
digo.
Me voy poniendo en el plato material para hacerme una ensalada:
tomate, pepino, remolacha, zanahoria, y brotes blancos de soja
germinados. La aliño y me la como. También cojo algo de salchichón,
paté de campaña, foie-gras y 4 langostinos. Después me traen los
spaghetti boloñesa. Llegan echando fuego. Me adelanto a coger el
postre, ya que me ha apetecido un pastel borracho y no quiero que me
lo quiten otros comensales. Toda la comida la rocío con un flojito
vino tinto, pero que se deja beber. Recojo y salgo al bar para tomar
el café y pago con Visa 11,50 €. Escribo en el bar hasta las 13:15
horas. Al menos no llueve. El camarero me orienta por donde
seguir para llegar a Lancieux. Me dice que hay tres o cuatro
kilómetros. Este será el último pueblo de Côtes d’Armor. Al
salir del restaurante, saco foto y me sorprende ver la palabra Rapido
(sin tilde) junto a PMU, las apuestas de las carreras de caballos, y
no sé si tiene que ver con la rapidez de los equinos, con la de los
que sellan las apuestas, con la prontitud en servir las comidas, o
con ninguna de las tres opciones. En francés sería “rapide”.
De
Ploubalay a Lancieux.
Sacada
la foto, voy marchando por donde me ha dicho el camarero. Saliendo ya
de Ploubalay, y a punto de llegar a la carretera, un cartel
recomienda pista para ciclistas y peatones. Para evitar que la hierba
tape la señal, la han segado y los restos se están secando al pie
de la misma. Un montón de grandes margaritas adornan el entorno y la
pista está bordeada de hermoso arbolado. No tengo ninguna duda de
que voy a obedecer el consejo. Lo peor de este camino que tanto me
atrae y que parece va a durar hasta Lancieux, es que se va a acabar enseguida.
Pronto me va a meter de nuevo en la carretera. Pasa un coche
matrícula CV 964 GZ. Aunque estoy en tierras del champagne, no hago
ascos al cava, y prefiero el gozo que puede producir el cava a la
palabra Gaza, que no permitiría ir junto a Cisjordania. ¡Demasiada
guerra! Prefiero la paz de mi viaje.
Lancieux.
Entrando
en Lancieux, paso por un molino perfectamente conservado. Sus aspas,
aunque sin tela, ofrecen su maderamen en muy buen estado.
La piedra
parece que ha sido rehabilitada recientemente. No parece que tenga
uso, pero tampoco me extrañaría que estuviera habilitado como
vivienda. Su posición estratégica en el entorno lo realza como un
edificio civil realmente bello y que está bien que se conserve.
Menos me agrada el arbusto que está recortado como un cono y que
pertenece a la última vivienda. Los árboles que más me gustan son
aquellos que crecen con naturalidad sin que el hombre pretenda hacer
con ellos obras escultóricas. No son las dos cuando paso por el
Ayuntamiento y La Poste.
Hoy no tengo ninguna postal para echar en el
buzón de correos. Entro en la Oficina de Turismo y consigo un mapa,
el que necesito cuando estoy a punto de entrar en Ille et Vilaine.
Pido tijeras y elimino la parte Sur. Como no tengo intención de
bajar a Dinan pues veo que de Dinard a Saint-Malo hay una carretera,
elimino de mi mapa esta importante ciudad que ya conocí hace
muchísimos años.
Es la parte Sur del río La Rance. Lo que más me
sorprende es ver el nombre del río que separa Lancieux de
Saint-Briac-sur-Mer. Se trata de Le Frémur y éste río ya lo pasé
ayer, según indiqué y compruebo en el otro mapa. Ahora este dato me
siembra dudas. No sé si hay dos ríos con el mismo nombre, o si uno
de los dos mapas se equivoca al asignar ese nombre a uno o a otro. No
os lo puedo aclarar. Desde que he salido de Ploubalay, el tiempo ha
mejorado, no llueve al menos. Está genial para caminar y voy con la
capa seca y recogida. La llevo a mano, por si acaso vuelve a llover.
Saco fotos de la iglesia. Primero la fotografío con el campanario de
frente y después con una visión lateral. Hace poco que han sonado
las dos campanadas en el reloj de la torre.
Una tapia de recios muros
prohíbe la entrada a un espacio que, a juzgar por la gran portalada
que todavía se conserva, debió de servir de acceso a un importante
edificio. El arco y las dovelas dan muestra de señorío, y lo
registro con mi cámara. Cuando paso, están cerradas sus compuertas. Poco más adelante, llego a un torreón aislado que parece fuera
lugar de culto en otras épocas pero que hoy parece obsoleto. Quizás
celebran alguna romería en este lugar algo aislado de la ciudad.
Finalizando
Côtes d’Armor.
Bajo
a la playa de Lancieux. Saco dos fotos. Esta playa ofrece mayor
atractivo para el baño que los lodazales que he visto esta mañana,
pero el tiempo siegue estando poco apetecible como para meterse en el
agua.
Tampoco veo bañistas en el mar como para que me tiente el
gusanillo, así que voy caminando por entorno costero más grato que
el matinal. Muchas islas e islotes adornan el paisaje marítimo.
También motoras alineadas indican que me estoy acercando a un “port
de plaisance”, un puerto deportivo. Bajando una cuesta, el espacio
ocupado por las embarcaciones ya se ve con mayor plenitud. Este lado
pertenece todavía a Lancieux, pero el otro lado ya será Ille et
Vilaine y el primer pueblo Saint-Briac-sur-Mer.
Pero antes de cambiar
de provincia y entrar en la última de Bretaña, deberé pasar un
puente que será el que lo delimita de Côtes d’Armor. No veo claro
si me conviene bajar la cuesta o continuar hacia el puente, ¿pero
por dónde? Según voy avanzando se irá haciendo más diáfano y
seguro el camino. Ya he llegado al puente sobre Le Frémur. Lo mismo
que antes he pasado por la zona más marina donde he visto parte del
puerto deportivo, en el lado más interior del río, ocurre tres
cuartos de lo mismo, con la diferencia de que, al ser un puerto de
más abrigo, aquí hay mayor cantidad de embarcaciones.
También
algún pequeño velero. Antes de pasar el puerto saco una foto, la
última, desde Côtes d’Armor. A este lado Lancieux y al otro
Saint-Briac-sur-Mer. Una vez que estoy en medio del puente, saco la
última foto de despedida con el Frémur atestado de barquitos. Al
fondo, Saint-Briac-sur-Mer, el pueblo de donde partieron los abuelos
que conocí en el albergue de Saint-Brieuc y que podía hacer pocos
días de caminada por tener ocho nietos con los que tenían
compromiso adquirido con sus hijos de ayudarles. Mucha carga, pero
parece que lo hacían a gusto, aunque les limitara en su disfrute de
su tiempo libre. En principio, me pareció encomiable su actitud.
Pero a la vez, me obligó a cuestionarme si yo soy peor abuelo que
ellos por disfrutar de dos meses en este viaje que me llena la vida.
ILLE ET VILAINE
Saint-Briac-sur-Mer.
Pasado
el puente sobre Le Frémur, llego a una pequeña playa donde hay
varios coches aparcados. Se ve que los utilizan para llevar al mar y
arrastrar de él a sus embarcaciones. Es el mismo puerto que he visto
antes desde el otro lado, desde Lancieux.
Un poco más adelante,
teniendo una perspectiva casi completa del puente sobre Le Frémur
que acabo de pasar y dejar atrás, saco una foto del mismo. Aquí se
aprecia como más evidente la división de Côtes d’Armor y de Ille
et Vilaine.
Para mí es otra satisfacción poder empezar a abordar la
última provincia bretona. Por eso doy mucho significado a estas
fotos que, en realidad, no aportan mucho a mi viaje de cara a mis
amigos blogueros, pero sí a mi manera de estar feliz caminando. Cada
día que pasa me doy cuenta de que mi camino es genial para mí. Me
permite ser más expansivo, más abierto. Guardo menos cosas para mí.
Algunos me dicen que me reprima algo más al narrar, pero no puedo
retener mi sensación de júbilo. Poco a poco, me voy alejando del
puente y acercando a la playa de Saint-Briac. El arcén de la
carretera está descuidado, pero se camina bien por él. Hay
circulación, pero no interfiere en mi marcha.
Llegando a las
primeras casas de la ciudad, me topo con una rotonda que me resisto a
no fotografiar. Y lo hago porque me parece curiosa la forma en que el
escultor jardinero ha recortado los arbustos que, sin poder
asegurarlo, me parecen de boj, y no porque en la realidad me guste el
resultado, más bien todo lo contrario, me disgusta.
Los arbustos
parecen rodelas que imitan piedras. Luego paso cerca de un campo de
golf. El “green” está perfecto, como suele ser habitual en estos
terrenos deportivos. Un banderín indica el lugar del hoyo, hacia el
que vienen cuatro golferos, probablemente algo golfos también,
arrastrando sus carritos con los distintos palos (a lo mejor alguno
es el hierro-3).
No sé si conseguirán hacer hoyo en tiempo
adecuado, pero lo que sí es seguro que, como yo, todos acabaremos en
el hoyo, o en el crematorio. Como no veo ningún edificio que
destaque, no veo iglesia, saco una foto de edificios más o menos
nobles. Creo que el que me llama la atención es el que corresponde a
un hotel, pero no tengo la certeza de que eso sea cierto.
En Irun
estamos muy sensibilizados para que bicicletas y ciclistas rueden por
el asfalto. Se ha conseguido la limitación de velocidad de los
vehículos a 30 km/h. por la ciudad, hipotecada la circulación de
los peatones por la preferencia que se da a los coches, que no hacen
caso de los aparcamientos disuasorios en las afueras. La ciudad
debiera estar enfocada a la convivencia, poner más trabas a los
vehículos para que circulen por ella. Los coches son un peligro.
Cada vez mayor, en la medida en que la sociedad de consumo ofrece más
distractores a todo el mundo, con móviles cada vez más
sofisticados, que entretienen y atontan durante la deambulación. Va
a morir mucha gente si no se toman medidas pero, parece que hay poca
voluntad de solucionarlo. De momento, saco una foto de límite de
velocidad a 30 en vía de dirección única obligatoria.
Iglesia
disfrazada de pagoda.
Creía
que no iba a encontrar una iglesia en este pueblo pero, ¡por fin!,
llego a la misma y veo que está siendo restaurada. La han llenado de
andamios y el campanario me produce la sensación de ser una pagoda.
En la cima, en lo más visible, pues el andamio no la oculta, la
imagen de una Virgen María, pisando una media luna y quizás, pues
en la distancia no lo puedo ver, pisando también la cabeza de la
serpiente. Puede ser una Asunción. La cantidad de andamios es lo que
me hace pensar en las pagodas y su cobertura de redes. De momento lo
que rehabilitan es la torre, pero no sé si será finalmente
restaurada toda la iglesia. No puedo apreciar el “clocher”, pero
si dejar constancia de cómo está la iglesia a mi paso por la
ciudad. Va a ser mi última foto hasta que llegue a Dinard.
Saint-Lunaire.
Y no
saco foto del lugar porque la lluvia ha empezado a arreciar. Me he
tenido que poner de nuevo la capa y, con capa, la lluvia y el viento,
además de no ver nada destacable en el camino, no es plato de gusto
ponerse a fotografiar nada.
Dinard.
L’Equateur.
Entro
en la ciudad y voy caminando hacia la playa del Norte. La lluvia
empieza a amainar. Hay una terraza tipo carpa. Es un recinto de
plástico lleno de gente. Dentro están funcionando esas farolas con
llamaradas que, cuando las veo en invierno en las terrazas me echan
para atrás, así que no digamos en verano. Ha refrescado, pero no es
para tanto.
En otra terraza tienen también dos de esos calefactores
pero, por suerte, están apagados. No en vano se trata del Ecuador.
Descargo mochilas y pregunto por toilettes. No tienen y me dicen que
vaya a los servicios municipales. Dejo junto a la mesa mi mochila
grande y me voy con la pequeña. Cuando regreso del retrete, pido una
infusión de “verveine-menthe”, es decir, hierba luisa con menta
y me sacan una taza como para tres. La verdad es que da gusto
agarrarla entre las palmas y caldear manos y estómago. No
desperdicio nada y me sienta muy bien. Pago 3,30 €.
La verdad es
que con este día no recibo la sensación de estar en el ecuador. Hay
dos chicos que están recogiendo ya material de la terraza, uno mete
dentro las almohadillas que hay sobre las sillas y el otro, no sin
dificultad porque pesan, está metiendo las dos estufas. Al arrastrar
el segundo, casi pega con el dintel de la puerta. Ni se ha dado
cuenta, pero se lo digo, para que otro día ponga más cuidado al
hacer la operación. Espero que este verano ya no tenga necesidad de
estufas en la terraza.
No pensando tanto en él como en mi
conveniencia. Una vez entrado en calor, me dispongo a retroceder por
el lugar donde he visto la señal al venir, pero me dicen que es
mejor que continúe vera mar, que el paisaje es más bonito. Me ha
recordado esta playa a la del Casino de Biarritz, por eso me parecía
que el camino no continuaba por la costa. He sacado una foto hacia el
Este y la segunda hacia el Oeste. En la segunda da la sensación de
que hay un camino bordeante costero, pero hacia la desembocadura de
La Rance, no parece que lo haya. Estoy muy equivocado. Verdaderamente
el camino es precioso. Por suerte ya no llueve y ya no tengo
necesidad de ponerme la capa plástica en lo que resta del día. La
he sacudido bien para desprender todo el agua acumulada hacia el
exterior de la terraza del Ecuador, para no mojar el local y poderla
guardar en mi mochila lo menos mojada posible. En cuanto doy la
vuelta al cabo, por un acantilado rocoso suave, ya veo enfrente
Saint-Malo y su fortaleza, donde la ciudadela se acoraza para
defenderse del mar. Dentro de la ciudadela destaca, ¡cómo no!, el
puntiagudo campanario de la catedral. Mañana la visitaré. Ante la
inseguridad del día, son pocos los paseantes que recorren tan bonito
paseo. Yo, obligado a avanzar, no me arrepiento de haber hecho caso a
los camareros. Quiero llegar al Auberge de Jeneusse de Saint-Malo y
quiero que no se me haga demasiado tarde.
El piso, aunque está
humedecido por la lluvia de la tarde, es bueno. Voy disfrutando del
paseo. Trato de localizar el puente que aparece en mi mapa, pero saco
una foto hacia el interior de La Rance, y no consigo ver puente
alguno. Estará más al interior, pienso. Avanzo y avanzo, pero el
puente sigue sin aparecer. ¡Paciencia! Van a dar pronto las cinco y
media, cuando saco una foto de este río que aprovechan también como
puerto deportivo. Muchos barquitos se alinean a flote.
Veo
un barco y en una plataforma gente esperando. No me acerco, ya que
parece que está contratado para un grupo organizado. Ni me acerco a
preguntar. Un poco más adelante, veo que está llegando otro más
pequeño y que empieza a bajar gente. Veo que hay taquillas y echo
una pequeña carrera. La chica me dice que no corra, que la “navette”
va a Saint-Malo y que tengo tiempo suficiente. El billete me cuesta
4,70 € y con los cambios me da un billete de cinco euros de los
nuevos. Tiene una tonalidad más verdosa que los anteriores. Al menos
me parecían algo más azulados.
El barco se llama P’tit Corsaire y
pertenece a la Compañía Corsaire y da la sensación de que además
de hacer el tramo Dinard-Saint Malo, y viceversa, también organizan
viajes a las islas (Jersey y Chausey), a Dinan y por la bahía de
Saint-Malo. Yo pido uno de ida, y en el tique que me dan pone: “aller
simple”. Entro en la nave y hablo con los que sueltan amarras y
quitan la pasarela. Me acomodo en el exterior, en popa, y saco fotos.
Una, nada más arrancamos, para sacar foto reconocible de esta bonita
ciudad que apenas he visto y que acabo de abandonar. Luego dos más
con el alejamiento del lado Occidental de La Rance, donde el P’tit
Corsario va dejando su estela.
Por fin una tercera hacia el centro
del estuario del río. Hoy no viajamos muchos y no encuentro muchas
opciones para entrar en conversación y dar envidia con mi camino.
Me
paso a proa y ya lo que fotografío son dos visiones de Saint-Malo.
En la primera vemos Saint-Malo y la isla de Cézembre, que se
encuentra en la bocana, finalizado el estuario de La Rance. Da la
sensación de que llegamos a una ciudad inexpugnable.
La última ya
la hago dentro del recinto portuario, con el malecón a la izquierda.
La “navette” ya está próxima al muelle donde vamos a atracar.
El que pone la pasarela al salir, me informa de que el albergue está
en una playa larga de nombre Le Sillon, dejando atrás la ciudadela.
Un dato que no aparece en el papel del albergue, donde figura la
avenida Umbricht nº 37. Me añade. “Tienes que pasar el Hotel
Thermes Marines”. Cuando llegue al hotel, dos mujeres me dirán que
continúe algo más adelante. Agradezco la información al marinero y
me dirijo a la ciudadela.
Saint-Malo
extra-muros.
Dejando
atrás el puerto y la “navette” corsaria, ilesos y sin haber
abordado a ninguna otra embarcación, voy paseando con la vista
puesta en la bahía interior y en la muralla exterior de la
ciudadela. Hoy no voy a entrar en el interior y me limito a sacar
alguna foto desde el exterior, extra-muros.
Al pasar por una de las
puertas de la fortaleza, saco foto de una calle con el campanario de
la catedral al fondo. Parece una hermosa catedral. Mañana tendré
dificultad para conseguir una foto con la iglesia más cercana. Luego
llego a dos baluartes que, sin juntarse, permiten un espacio abierto
entre los dos muros redondeados. En medio hay otra puerta de entrada
a la ciudadela. Continúo hasta otra puerta de doble entrada.
Dos
grandes escudos flanquean sobre el arco que da paso a los vehículos.
Los peatones tenemos otro acceso lateral, más angosto, pero
suficiente. Esta será la puerta que utilizaré mañana para visitar
la ciudad. Me supondrá retroceder, pero no puedo dejar de ver tan
hermosa ciudad. Ya la conocí hace muchísimo tiempo, pero no tengo
ningún recuerdo de ella. Después paso por un gran edificio que
destaca sobre las murallas.
No tengo ni idea de qué pueda ser, pero
mañana sabré que es el Ayuntamiento de la ciudad, el “Hôtel de
Ville”. Parece que la bandera que ondea en torre tan inaccesible
sea la de la ciudad. Entre las otras que superan la muralla, no todas
son reconocibles para mí. Salgo con la sensación de que la francesa
y la bretona están duplicadas. Mañana trataré de hacer la visita
sin mochila, ligero de equipaje.
Finalizada la fortaleza, llego a la
playa de Le Sillon. Troncos enclavados en la arena en vertical,
ofrecen su vetustez de muchos años a la intemperie y sufriendo los
embates de las olas del mar. El paseo marítimo es larguísimo, tanto
como larga es la playa.
Hostelling: Centre
Patrick Varangot.
Por
fin llego a la calle RP Umbricht. Veo el nº 9, pero debo continuar
hasta el 37. Veo jóvenes en la playa, algunos bañándose y, por las
banderas, ya veo que he llegado al Albergue juvenil, que aquí figura
con el nombre de Varangot. Mucha juventud hay en la entrada. La playa
se llama Plage de la Rochebonne. Roca-buena sería traducción
literal. Cuando me estoy acercando, hay en la acera un grupo con
maletas y corro por si vinieran al mismo sitio y para que me atiendan
a mí primero. Justo cuando estoy para entrar en recepción, se me
adelanta una chica que ha dejado su bici aparcada en la entrada junto
con su equipaje. No hay problema, pues hay dos recepcionistas. La que
me atiende conoce el País Vasco, pues trabajó en Arcangues.
Hablamos del mausoleo de Luis Mariano. No sabe que había nacido en
Irun. Se asombra cuando le cuento el viaje del verano pasado entre
Irun y Saint-Brieuc, y de mi proyecto para éste de llegar hasta
Alemania. Me da la habitación en la planta baja, en la sección
Chateaubriand. Pago la cama y el desayuno con Visa 24 € y la cena
pagaré según lo que coma.
En
la habitación quinientos y pico.
Llego
a la habitación preguntando y cago. Por si viene alguien y para que
no me quite la cama que he elegido, la hago. La cabecera está junto
a la ventana y a mis pies está la mesa. Poniendo entre medias las
mochilas, casi me adueño de la zona. Cuando estoy escribiendo, llega
un francés con el que voy a tener que compartir la habitación. Coge
la cama pegada al muro exterior. Hay espacio de sobra para que sus
pies no me lleguen a la cara. Deja su saco con ruedas sobre su cama y
va a llamar por teléfono.
Cena
en el albergue
A
las 19:25 voy a hacer cola con la juventud, pero arriba veo otra
cola. Una chica me dice por dónde llegar. Cojo un pastel de pera,
ensalada de haricots con patata y bonito, y una pierna de conejo a la
parrilla con apio en salsa. Me pongo en la mesa donde está mi vecino
de habitación y hablamos de geografía francesa. Él termina pronto,
recoge y se va. Pago 10,20 € con Visa. El vino me ha costado 2,10 y
la cena 8,10. No es habitual que sea tan barato. Con la excusa de que
un poco de vino es bueno para la saludo, se acerca una mujer que está
enfrente. Ella tiene familia en Saint-Malo, pero prefiere la
independencia que le proporciona el albergue. De momento, está sola
en la habitación. Al entrar, su bastón se ha tropezado con una
bolsa de mi vecino, que había dejado tirada en el suelo. Me parece
algo rarillo, pero confío en que no habrá problemas. Cuando va a
marcharse la señora, me ofrezco a llevarle la bandeja. Con su bastón
veo que podría tener problemas para llevarla. Me dice que soy muy
gentil. Y eso que no sabe lo valiente que soy, pero no le digo el
dicho castizo: “Lo gentil no quita lo valiente”. Recojo también
lo mío y, al salir, le veo hablando con otra persona. Cuando retorno
a mi cuarto, veo que mi vecino ya ha hecho la cama, pero no está en
la habitación. Leo instrucciones de sábanas y que para las diez hay
que dejar la habitación vacía. ¡A ver cómo se desarrolla la
mañana de mañana. Me pongo a escribir y dejo archivado el mapa de
Côtes d’Armor que ya he finalizado. Son las 21:15 horas y salgo a
dar un paseo.
Ocaso
en Saint-Malo.
Plage de Rochebonne.
Pregunto
a la recepcionista por un teléfono público y le pido ayuda para
poner en marcha mi tarjeta telefónica. Me dice dónde hay uno, pero
también que rascando la tarjeta me aparecerá un número y marcando
ese número puedo llamar desde recepción. Primero debo marcar el
número 0809 38 2000.
Luego el largo 29975387386697 y, después, el
número completo al que quiero llamar. Llamo a Sagrario y le digo que
estoy en Saint-Malo, durmiendo en el albergue juvenil. Salgo de
recepción agradecido a la gentileza y me pongo a hablar con
adolescentes alemanes. Entre 13 y 14 años, pero las chicas se
enrollan mejor conmigo que los chicos. Una que no para de tocarse su
nariz respingona, lleva un doble juego y se ríe bastante, creo que
hasta de su sombra. Les cuento mi viaje muy resumido. Salgo al paseo
marítimo.
Llego a ver al sol entre nubes a punto de su ocaso.
Todavía hay luz. Como estoy más al norte que al año pasado por
estas fechas, amanece más temprano y oscurece más tarde. Esta
juventud no tiene medida. Después de la cena, algunos se han bañado
con ropa y todo. Yo estando seco siento frío a estas horas, así que
ellos, mojados, ¿cómo se tienen que sentir? Un chico viene con la
camiseta y el pantalón mojados y rebozado en arena, parece doña
croqueta. Una chica con camiseta blanca que, al estar mojada, se
transparenta, trata de ocultar sus bragas negras caladas mojadas. He
sacado el último rayo de sol. Una foto hacia el horizonte marino con
nubes. Otra con el paseo marítimo en dirección a donde iré mañana,
hacia Cancale y otra hacia la ciudadela, por donde haré mañana un
camino de ida y vuelta para visitar la ciudad.
Anochecer
en el Centro Patrick Varangot.
Vuelvo
a la habitación. Ni me ducho, ni me lavo los pies siquiera. Olvido
darme masaje de aloe-vera. La cama ya está hecha desde antes de
subir a cenar, así que para poco después de las diez ya estoy en el
sobre. No sé qué hora es cuando llega mi compañero de habitación.
Le oigo llegar, pero sigo como si estuviera dormido. Ha tenido el
destalle de no encender la luz. Duermo muy bien y sólo me levanto
una vez a orinar. La siguiente será a las seis de la mañana, pero
no me levanto hasta las siete. Me afeito, cago y ducho. El otro sigue
durmiendo cuando voy a desayunar. Pero esto ya es del día siguiente.
Ayer, subiendo hacia el cabo Fréhel, encontré una culebrilla de las
que nosotros llamamos “zirauna” en euskera, aunque en Alsasua la
castellanizábamos como “cirina”.
Balance
de un día con lluvia en la Costa de Esmeralda.
Hoy
ha habido lluvia intermitente a lo largo de la mañana, pero la mayor
tromba a caído entre Saint-Briac-sur-Mer y Dinard, lo que ha hecho
que esa parte de camino y el paso por Saint-Lunaire, haya discurrido
con más pena que gloria. Muy bien comido en el Restaurante de los
Deportes, en Ploubalay, y bien atendido por la recepcionista del
Albergue juvenil de Saint-Malo. También contento con ella por habilitarme la tarjeta
telefónica y facilitarme su teléfono para llamar a mi hermana. El
coste de la llamada ha ido por mi cuenta con el larguísimo número.
Hoy he pasado de Côtes d'Armor a Ille et Vilaine, y La Rance en la “navette”.
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