lunes, 9 de mayo de 2016

Etapa 04 (361) Port Le Guildo-Saint Malo


Etapa 04 (361). 17 de junio de 2013, lunes.
Port Le Guildo (Créhen)-Saint Jacut de la Mer-Ploubalay-Lancieux-ILLE ET VILAINE -Saint Briac sur Mer-Saint Lunaire-Dinard-(bateau)-Saint Malo.


Con este mapa finalizaré Bretaña y en Portonson entraré en Normandía.

Lo más curioso del día de hoy va a ser que, por fin, acaba Côtes d’Armor y entro en Ille et Vilaine. La primera palabra podría ser equivalente a “île”, isla y el segundo significa mala. ¿Isla Mala? Pero si esto no es ninguna isla… La ciudad más importante va a ser Saint Malo. No sé a qué viene tanta maldad. Yo no encontraré nada malo en esta última parte de Bretaña.

Amanecer y desayuno en Port le Guildo.
Como dije, este puerto está en Créhen. Tras dormir bien, me levando a las siete. No cago, aunque después de la copiosa cena de ayer, me habría venido bien desalojar lo que sobra en mi cuerpo y que ya ha sido aprovechado. Me pongo a escribir. Manos a la tarea. 

 













A las 8:05 horas, bajo a desayunar. En el camino entre el edificio dormitorio y el restaurante, chispea. Nada alarmante. Desayuno zumo, dos trozos de pan, rebanados en cuatro, con mantequilla y mermelada. Son generosos y sobra leche. Pido tijera y recorto del mantelito protector de mesa los dos monumentos que ayer me pusieron bajo mi cena. Uno es la Abbaye de Beauport, donde dormí a la intemperie una de las últimas noches del pasado año, cerca de la ciudad de Paimpol, es un testimonio del siglo VIII. El otro es le Château du Guildo que está enclavado sobre un espolón rocoso, a este lado del estuario del Arguenon. Esta fortaleza medieval fue construida entre los siglos XII y XV. Lo que unifica a los dos edificios, aunque uno sea de carácter religioso y el otro militar, es su común estado de ruina. Sólo son testimonio de lo que fueron. Como el castillo está a unos 400 metros de donde estoy ahora, creo que lo visitaré. A las 8:30 vuelvo a mi habitación para terminar de escribir el diario. A las 9:10 horas me pongo a recoger y rehago mi mochila. La intención es pasar por el castillo, ya que está en el propio GR-34. Para las 9:20 ya estoy en marcha. 
 
La jefa mueve su coche del lugar donde ha dormido y lo aparca frente al restaurante. Le devuelvo la llave y agradezco sus atenciones. No me puedo despedir de Juan, porque vendrá más tarde. He perdido la oportunidad de comentar sobre la situación actual de los necichus, ni de los zapotecas mexicanos. También del hijo de mis amigos, Agustín, que vive en México hace un porrón de años, donde se caso y tiene su familia. 

Château du Guildo.
Hoy voy a ir todo el día con el jersey y la capa me la pongo también de salida. Me la iré quitando y poniendo según las intermitencias de la lluvia. Enseguida encuentro el GR-34, pero prefiero seguir por la carretera hasta llegar al castillo derruido. 

Sin acercarme, lo fotografío con la perspectiva de la bocana de salida al mar del río Arguenon, que lleva sus aguas a esta Costa Esmeralda, por la que estoy caminando desde que doblé la península donde están el cabo Fréhel y el Fort La Latte. Esta costa figura con el nombre de Côte D’Émeraude, y llega hasta Dinard, en la siguiente parte bretona que es Ille et Vilaine. Es como decir que la costa esmeralda se conforma entre dos ríos: el Frémur, cuya llegada al mar ya fotografié ayer por la mañana, y La Rance, que desemboca entre Dinard y Saint-Malo, y que cruzaré en barco esta tarde. 
 
La costa Esmeralda la comparten Côtes d’Armor e Ille et Vilaine, las dos últimas provincias bretonas, antes de llegara a Normandía. ¡Ya falta menos! Hecha esta descripción geográfica, y sin salir del entorno del Castillo del Guildo, me acerco para ver la bahía desde la plataforma que, no sé por qué razón, califican de espolón.

Saint-Jacut-de-la-Mer.
Prefiero ir caminando por la carretera que mojándome las piernas con las hierbas del sendero. 
 
Voy sin problemas pues la primera carretera tiene muy poca circulación viaria. En un momento determinado, carretera y GR-34 van en paralelo a la costa que hoy, con la marea baja y el consiguiente lodazal previo, no me van a permitir disfrutar de esa belleza esmeralda que anuncia su nombre. Al fondo, Île des Ébihens. Cada cierto trecho, hay un banco que cumple las dos funciones, una de descanso y otra contemplativa del paisaje. Saco dos fotos. 
 
Una hacia la costa y otra hacia Saint-Jacut-de-la Mer donde, como en casi toda ciudad que se precie, destaca el campanario de la iglesia que, como los almiares o los minaretes árabes, son una perenne llamada a la oración. Mi oración es mi camino. Aunque desde la lejanía el “clocher” es bien visible, cuando entre en la ciudad, me costará dar con él. Todas las dudas que tuve ayer sobre esta ciudad, se aclaran una vez la localizo. Suelen decir, “después de visto, todo el mundo es listo”. El enclave es una península, una lengua que sale hacia el mar entre dos bahías. Una la que forma el río Arguenon a Poniente y otra la bahía de Lancieux hacia el Este. En la segunda foto, se aprecia el final de este brazo de mar, la Pointe du Chevet y la isla de los Ébihens. Voy ascendiendo por la cuesta que me va acercando a Saint Jacut. Voy perdiendo la referencia del pincho de la iglesia pero, finalmente, doy con ella. Sólo saco una foto del exterior. Es lunes y está cerrada. La torre me resulta curiosa y da la sensación de que su parte cilíndrica acoge una escalera de caracol para ascender al campanario. No lo puedo asegurar, ya que no he subido. 
 
Como mi mapa de Côte d’Armor ya está finalizando, voy al ayuntamiento para tratar de conseguir otro de Ille et Vilaine. Me mandan en dirección a la oficina de Turismo. Me enfado. ¿No saben en la “mairie” que los lunes lo tienen cerrado por la mañana? Abren por la tarde, pero yo no voy a quedarme aquí esperando a que lo hagan. Por lo menos, en el ayuntamiento, ya he visto el mapa de la ciudad y me hago una idea de por dónde debo bajar hacia el otro lado. Parece que Saint-Jacut-de-la-Mer tiende más hacia Ille et Vilaine que hacia el río. Un indicador de playa me lleva a asomarme a un crucero o calvario, desde donde veo ya la perspectiva de lo que debo bordear para llegar a la siguiente costa, hacia el Norte. 
 
Desde la cruz, veo la bahía y los barcos con la quilla tumbada en el limo. Casi me alegro de que llueva ya que, aunque ya veo alguna playa, las posibilidades de baño en marea baja son nulas. Bajo a la playa y más de lo mismo. Hacia el Este se ve ya algo de Ploubalay, el lugar donde comeré.

 
De Saint-Jacut-de-la-Mer a Ploubalay.
Pasada la playa, voy alternando GR-34 con carretera secundaria, pero que me va llevando hacia otra con más circulación. La alternativa del GR-34 supone seguir pisando hierba mojada, pues la lluvia arrecia. Ya he acabado de rodear la bahía y llego a una rotonda. Demasiados coches en circulación. Pronto veo una desviación que me va metiendo entre casas y cuya carretera está cortada. Tras ir un rato tranquilo, retorno a la de antes que, ahora, me ofrece la posibilidad de ir a Ploubalay. Recupero los “Plou” que había casi olvidado, desde Plouha, Plouézec, Plougrescant.

Ploubalay. Restaurante des Sports.
Mi intención era la de llegar a comer a Saint-Briac-sur-Mer, ya en Ille et Vilaine, el lugar de donde venían los caminantes con los que me topé el primer día en el albergue de Saint-Brieuc, los que tenían 8 nietos a los que atendían, pero entrando en Ploubalay veo un Lotto-Tabac-PMU que me parece adecuado, pues tiene restaurante. Nada más llegar saco foto de la iglesia en cuya plaza ondean las banderas. La local, que tiene elementos de la bretona, la de Bretaña, la europea y la tricolor francesa. Las tres últimas ya las conozco bien, pero la de la ciudad, mojada como está, no ondea al viento y no puedo apreciar los elementos, aunque sí se puede ver que es en blanco y negro. Todavía no son las doce del mediodía. La fórmula de “midi” que ofrece este restaurante de los Deportes, aunque acabe hartándome de ella, de momento me gusta. Como segundo plato, me atrae la opción ofrecida de spaghetti boloñesa. Entro, y el barman me dice que debo esperar. Que todavía no han abierto. Cuando me dice que ya puedo pasar y estoy recogiendo las mochilas para meterlas al comedor, me ofrece la posibilidad de comer en el bar. Me parece que va a ser más complicado para servirme los entremeses que tengo que coger en el comedor y sacarlos al bar. No me gusta mezclar sabores y hago muchas vueltas al bufete. Así que le digo que prefiero comer en el comedor. El personal, los empleados, están acabando de comer. Hay una camarera que habla castellano, luego sabré que es portuguesa, pero no tiene ni idea de dónde está la oficina de Turismo. No hay problema: “Ya preguntaré a la salida”, le digo. 

Me voy poniendo en el plato material para hacerme una ensalada: tomate, pepino, remolacha, zanahoria, y brotes blancos de soja germinados. La aliño y me la como. También cojo algo de salchichón, paté de campaña, foie-gras y 4 langostinos. Después me traen los spaghetti boloñesa. Llegan echando fuego. Me adelanto a coger el postre, ya que me ha apetecido un pastel borracho y no quiero que me lo quiten otros comensales. Toda la comida la rocío con un flojito vino tinto, pero que se deja beber. Recojo y salgo al bar para tomar el café y pago con Visa 11,50 €. Escribo en el bar hasta las 13:15 horas. Al menos no llueve. El camarero me orienta por donde seguir para llegar a Lancieux. Me dice que hay tres o cuatro kilómetros. Este será el último pueblo de Côtes d’Armor. Al salir del restaurante, saco foto y me sorprende ver la palabra Rapido (sin tilde) junto a PMU, las apuestas de las carreras de caballos, y no sé si tiene que ver con la rapidez de los equinos, con la de los que sellan las apuestas, con la prontitud en servir las comidas, o con ninguna de las tres opciones. En francés sería “rapide”.

De Ploubalay a Lancieux.
Sacada la foto, voy marchando por donde me ha dicho el camarero. Saliendo ya de Ploubalay, y a punto de llegar a la carretera, un cartel recomienda pista para ciclistas y peatones. Para evitar que la hierba tape la señal, la han segado y los restos se están secando al pie de la misma. Un montón de grandes margaritas adornan el entorno y la pista está bordeada de hermoso arbolado. No tengo ninguna duda de que voy a obedecer el consejo. Lo peor de este camino que tanto me atrae y que parece va a durar hasta Lancieux, es que se va a acabar enseguida. 
 
Pronto me va a meter de nuevo en la carretera. Pasa un coche matrícula CV 964 GZ. Aunque estoy en tierras del champagne, no hago ascos al cava, y prefiero el gozo que puede producir el cava a la palabra Gaza, que no permitiría ir junto a Cisjordania. ¡Demasiada guerra! Prefiero la paz de mi viaje.

Lancieux.
Entrando en Lancieux, paso por un molino perfectamente conservado. Sus aspas, aunque sin tela, ofrecen su maderamen en muy buen estado. 
La piedra parece que ha sido rehabilitada recientemente. No parece que tenga uso, pero tampoco me extrañaría que estuviera habilitado como vivienda. Su posición estratégica en el entorno lo realza como un edificio civil realmente bello y que está bien que se conserve. Menos me agrada el arbusto que está recortado como un cono y que pertenece a la última vivienda. Los árboles que más me gustan son aquellos que crecen con naturalidad sin que el hombre pretenda hacer con ellos obras escultóricas. No son las dos cuando paso por el Ayuntamiento y La Poste. 
 
Hoy no tengo ninguna postal para echar en el buzón de correos. Entro en la Oficina de Turismo y consigo un mapa, el que necesito cuando estoy a punto de entrar en Ille et Vilaine. Pido tijeras y elimino la parte Sur. Como no tengo intención de bajar a Dinan pues veo que de Dinard a Saint-Malo hay una carretera, elimino de mi mapa esta importante ciudad que ya conocí hace muchísimos años. 

 


Es la parte Sur del río La Rance. Lo que más me sorprende es ver el nombre del río que separa Lancieux de Saint-Briac-sur-Mer. Se trata de Le Frémur y éste río ya lo pasé ayer, según indiqué y compruebo en el otro mapa. Ahora este dato me siembra dudas. No sé si hay dos ríos con el mismo nombre, o si uno de los dos mapas se equivoca al asignar ese nombre a uno o a otro. No os lo puedo aclarar. Desde que he salido de Ploubalay, el tiempo ha mejorado, no llueve al menos. Está genial para caminar y voy con la capa seca y recogida. La llevo a mano, por si acaso vuelve a llover. 
 
Saco fotos de la iglesia. Primero la fotografío con el campanario de frente y después con una visión lateral. Hace poco que han sonado las dos campanadas en el reloj de la torre. 

 









Una tapia de recios muros prohíbe la entrada a un espacio que, a juzgar por la gran portalada que todavía se conserva, debió de servir de acceso a un importante edificio. El arco y las dovelas dan muestra de señorío, y lo registro con mi cámara. Cuando paso, están cerradas sus compuertas. Poco más adelante, llego a un torreón aislado que parece fuera lugar de culto en otras épocas pero que hoy parece obsoleto. Quizás celebran alguna romería en este lugar algo aislado de la ciudad.

Finalizando Côtes d’Armor.

 




Bajo a la playa de Lancieux. Saco dos fotos. Esta playa ofrece mayor atractivo para el baño que los lodazales que he visto esta mañana, pero el tiempo siegue estando poco apetecible como para meterse en el agua. 
 
Tampoco veo bañistas en el mar como para que me tiente el gusanillo, así que voy caminando por entorno costero más grato que el matinal. Muchas islas e islotes adornan el paisaje marítimo. También motoras alineadas indican que me estoy acercando a un “port de plaisance”, un puerto deportivo. Bajando una cuesta, el espacio ocupado por las embarcaciones ya se ve con mayor plenitud. Este lado pertenece todavía a Lancieux, pero el otro lado ya será Ille et Vilaine y el primer pueblo Saint-Briac-sur-Mer. 
 
Pero antes de cambiar de provincia y entrar en la última de Bretaña, deberé pasar un puente que será el que lo delimita de Côtes d’Armor. No veo claro si me conviene bajar la cuesta o continuar hacia el puente, ¿pero por dónde? Según voy avanzando se irá haciendo más diáfano y seguro el camino. Ya he llegado al puente sobre Le Frémur. Lo mismo que antes he pasado por la zona más marina donde he visto parte del puerto deportivo, en el lado más interior del río, ocurre tres cuartos de lo mismo, con la diferencia de que, al ser un puerto de más abrigo, aquí hay mayor cantidad de embarcaciones. 
 
También algún pequeño velero. Antes de pasar el puerto saco una foto, la última, desde Côtes d’Armor. A este lado Lancieux y al otro Saint-Briac-sur-Mer. Una vez que estoy en medio del puente, saco la última foto de despedida con el Frémur atestado de barquitos. Al fondo, Saint-Briac-sur-Mer, el pueblo de donde partieron los abuelos que conocí en el albergue de Saint-Brieuc y que podía hacer pocos días de caminada por tener ocho nietos con los que tenían compromiso adquirido con sus hijos de ayudarles. Mucha carga, pero parece que lo hacían a gusto, aunque les limitara en su disfrute de su tiempo libre. En principio, me pareció encomiable su actitud. Pero a la vez, me obligó a cuestionarme si yo soy peor abuelo que ellos por disfrutar de dos meses en este viaje que me llena la vida.

ILLE ET VILAINE


Saint-Briac-sur-Mer.
Pasado el puente sobre Le Frémur, llego a una pequeña playa donde hay varios coches aparcados. Se ve que los utilizan para llevar al mar y arrastrar de él a sus embarcaciones. Es el mismo puerto que he visto antes desde el otro lado, desde Lancieux. 

 



Un poco más adelante, teniendo una perspectiva casi completa del puente sobre Le Frémur que acabo de pasar y dejar atrás, saco una foto del mismo. Aquí se aprecia como más evidente la división de Côtes d’Armor y de Ille et Vilaine. 

Para mí es otra satisfacción poder empezar a abordar la última provincia bretona. Por eso doy mucho significado a estas fotos que, en realidad, no aportan mucho a mi viaje de cara a mis amigos blogueros, pero sí a mi manera de estar feliz caminando. Cada día que pasa me doy cuenta de que mi camino es genial para mí. Me permite ser más expansivo, más abierto. Guardo menos cosas para mí. Algunos me dicen que me reprima algo más al narrar, pero no puedo retener mi sensación de júbilo. Poco a poco, me voy alejando del puente y acercando a la playa de Saint-Briac. El arcén de la carretera está descuidado, pero se camina bien por él. Hay circulación, pero no interfiere en mi marcha. 

 
Llegando a las primeras casas de la ciudad, me topo con una rotonda que me resisto a no fotografiar. Y lo hago porque me parece curiosa la forma en que el escultor jardinero ha recortado los arbustos que, sin poder asegurarlo, me parecen de boj, y no porque en la realidad me guste el resultado, más bien todo lo contrario, me disgusta. 
 

 
Los arbustos parecen rodelas que imitan piedras. Luego paso cerca de un campo de golf. El “green” está perfecto, como suele ser habitual en estos terrenos deportivos. Un banderín indica el lugar del hoyo, hacia el que vienen cuatro golferos, probablemente algo golfos también, arrastrando sus carritos con los distintos palos (a lo mejor alguno es el hierro-3). 

No sé si conseguirán hacer hoyo en tiempo adecuado, pero lo que sí es seguro que, como yo, todos acabaremos en el hoyo, o en el crematorio. Como no veo ningún edificio que destaque, no veo iglesia, saco una foto de edificios más o menos nobles. Creo que el que me llama la atención es el que corresponde a un hotel, pero no tengo la certeza de que eso sea cierto. 

 






En Irun estamos muy sensibilizados para que bicicletas y ciclistas rueden por el asfalto. Se ha conseguido la limitación de velocidad de los vehículos a 30 km/h. por la ciudad, hipotecada la circulación de los peatones por la preferencia que se da a los coches, que no hacen caso de los aparcamientos disuasorios en las afueras. La ciudad debiera estar enfocada a la convivencia, poner más trabas a los vehículos para que circulen por ella. Los coches son un peligro. Cada vez mayor, en la medida en que la sociedad de consumo ofrece más distractores a todo el mundo, con móviles cada vez más sofisticados, que entretienen y atontan durante la deambulación. Va a morir mucha gente si no se toman medidas pero, parece que hay poca voluntad de solucionarlo. De momento, saco una foto de límite de velocidad a 30 en vía de dirección única obligatoria.

Iglesia disfrazada de pagoda.
Creía que no iba a encontrar una iglesia en este pueblo pero, ¡por fin!, llego a la misma y veo que está siendo restaurada. La han llenado de andamios y el campanario me produce la sensación de ser una pagoda. En la cima, en lo más visible, pues el andamio no la oculta, la imagen de una Virgen María, pisando una media luna y quizás, pues en la distancia no lo puedo ver, pisando también la cabeza de la serpiente. Puede ser una Asunción. La cantidad de andamios es lo que me hace pensar en las pagodas y su cobertura de redes. De momento lo que rehabilitan es la torre, pero no sé si será finalmente restaurada toda la iglesia. No puedo apreciar el “clocher”, pero si dejar constancia de cómo está la iglesia a mi paso por la ciudad. Va a ser mi última foto hasta que llegue a Dinard.

Saint-Lunaire.
Y no saco foto del lugar porque la lluvia ha empezado a arreciar. Me he tenido que poner de nuevo la capa y, con capa, la lluvia y el viento, además de no ver nada destacable en el camino, no es plato de gusto ponerse a fotografiar nada.

Dinard. L’Equateur.
Entro en la ciudad y voy caminando hacia la playa del Norte. La lluvia empieza a amainar. Hay una terraza tipo carpa. Es un recinto de plástico lleno de gente. Dentro están funcionando esas farolas con llamaradas que, cuando las veo en invierno en las terrazas me echan para atrás, así que no digamos en verano. Ha refrescado, pero no es para tanto. 
 
En otra terraza tienen también dos de esos calefactores pero, por suerte, están apagados. No en vano se trata del Ecuador. Descargo mochilas y pregunto por toilettes. No tienen y me dicen que vaya a los servicios municipales. Dejo junto a la mesa mi mochila grande y me voy con la pequeña. Cuando regreso del retrete, pido una infusión de “verveine-menthe”, es decir, hierba luisa con menta y me sacan una taza como para tres. La verdad es que da gusto agarrarla entre las palmas y caldear manos y estómago. No desperdicio nada y me sienta muy bien. Pago 3,30 €. 
 
La verdad es que con este día no recibo la sensación de estar en el ecuador. Hay dos chicos que están recogiendo ya material de la terraza, uno mete dentro las almohadillas que hay sobre las sillas y el otro, no sin dificultad porque pesan, está metiendo las dos estufas. Al arrastrar el segundo, casi pega con el dintel de la puerta. Ni se ha dado cuenta, pero se lo digo, para que otro día ponga más cuidado al hacer la operación. Espero que este verano ya no tenga necesidad de estufas en la terraza. 

No pensando tanto en él como en mi conveniencia. Una vez entrado en calor, me dispongo a retroceder por el lugar donde he visto la señal al venir, pero me dicen que es mejor que continúe vera mar, que el paisaje es más bonito. Me ha recordado esta playa a la del Casino de Biarritz, por eso me parecía que el camino no continuaba por la costa. He sacado una foto hacia el Este y la segunda hacia el Oeste. En la segunda da la sensación de que hay un camino bordeante costero, pero hacia la desembocadura de La Rance, no parece que lo haya. Estoy muy equivocado. Verdaderamente el camino es precioso. Por suerte ya no llueve y ya no tengo necesidad de ponerme la capa plástica en lo que resta del día. La he sacudido bien para desprender todo el agua acumulada hacia el exterior de la terraza del Ecuador, para no mojar el local y poderla guardar en mi mochila lo menos mojada posible. En cuanto doy la vuelta al cabo, por un acantilado rocoso suave, ya veo enfrente Saint-Malo y su fortaleza, donde la ciudadela se acoraza para defenderse del mar. Dentro de la ciudadela destaca, ¡cómo no!, el puntiagudo campanario de la catedral. Mañana la visitaré. Ante la inseguridad del día, son pocos los paseantes que recorren tan bonito paseo. Yo, obligado a avanzar, no me arrepiento de haber hecho caso a los camareros. Quiero llegar al Auberge de Jeneusse de Saint-Malo y quiero que no se me haga demasiado tarde. 
 
El piso, aunque está humedecido por la lluvia de la tarde, es bueno. Voy disfrutando del paseo. Trato de localizar el puente que aparece en mi mapa, pero saco una foto hacia el interior de La Rance, y no consigo ver puente alguno. Estará más al interior, pienso. Avanzo y avanzo, pero el puente sigue sin aparecer. ¡Paciencia! Van a dar pronto las cinco y media, cuando saco una foto de este río que aprovechan también como puerto deportivo. Muchos barquitos se alinean a flote.

P’tit Corsaire.
Veo un barco y en una plataforma gente esperando. No me acerco, ya que parece que está contratado para un grupo organizado. Ni me acerco a preguntar. Un poco más adelante, veo que está llegando otro más pequeño y que empieza a bajar gente. Veo que hay taquillas y echo una pequeña carrera. La chica me dice que no corra, que la “navette” va a Saint-Malo y que tengo tiempo suficiente. El billete me cuesta 4,70 € y con los cambios me da un billete de cinco euros de los nuevos. Tiene una tonalidad más verdosa que los anteriores. Al menos me parecían algo más azulados. 

 
El barco se llama P’tit Corsaire y pertenece a la Compañía Corsaire y da la sensación de que además de hacer el tramo Dinard-Saint Malo, y viceversa, también organizan viajes a las islas (Jersey y Chausey), a Dinan y por la bahía de Saint-Malo. Yo pido uno de ida, y en el tique que me dan pone: “aller simple”. Entro en la nave y hablo con los que sueltan amarras y quitan la pasarela. Me acomodo en el exterior, en popa, y saco fotos. 
 

Una, nada más arrancamos, para sacar foto reconocible de esta bonita ciudad que apenas he visto y que acabo de abandonar. Luego dos más con el alejamiento del lado Occidental de La Rance, donde el P’tit Corsario va dejando su estela. 

 


Por fin una tercera hacia el centro del estuario del río. Hoy no viajamos muchos y no encuentro muchas opciones para entrar en conversación y dar envidia con mi camino. 

 



Me paso a proa y ya lo que fotografío son dos visiones de Saint-Malo. En la primera vemos Saint-Malo y la isla de Cézembre, que se encuentra en la bocana, finalizado el estuario de La Rance. Da la sensación de que llegamos a una ciudad inexpugnable. 

 



La última ya la hago dentro del recinto portuario, con el malecón a la izquierda. La “navette” ya está próxima al muelle donde vamos a atracar. 
 
El que pone la pasarela al salir, me informa de que el albergue está en una playa larga de nombre Le Sillon, dejando atrás la ciudadela. Un dato que no aparece en el papel del albergue, donde figura la avenida Umbricht nº 37. Me añade. “Tienes que pasar el Hotel Thermes Marines”. Cuando llegue al hotel, dos mujeres me dirán que continúe algo más adelante. Agradezco la información al marinero y me dirijo a la ciudadela.

Saint-Malo extra-muros.
Dejando atrás el puerto y la “navette” corsaria, ilesos y sin haber abordado a ninguna otra embarcación, voy paseando con la vista puesta en la bahía interior y en la muralla exterior de la ciudadela. Hoy no voy a entrar en el interior y me limito a sacar alguna foto desde el exterior, extra-muros. 

 




Al pasar por una de las puertas de la fortaleza, saco foto de una calle con el campanario de la catedral al fondo. Parece una hermosa catedral. Mañana tendré dificultad para conseguir una foto con la iglesia más cercana. Luego llego a dos baluartes que, sin juntarse, permiten un espacio abierto entre los dos muros redondeados. En medio hay otra puerta de entrada a la ciudadela. Continúo hasta otra puerta de doble entrada. 
 
 
Dos grandes escudos flanquean sobre el arco que da paso a los vehículos. Los peatones tenemos otro acceso lateral, más angosto, pero suficiente. Esta será la puerta que utilizaré mañana para visitar la ciudad. Me supondrá retroceder, pero no puedo dejar de ver tan hermosa ciudad. Ya la conocí hace muchísimo tiempo, pero no tengo ningún recuerdo de ella. Después paso por un gran edificio que destaca sobre las murallas. 

 
No tengo ni idea de qué pueda ser, pero mañana sabré que es el Ayuntamiento de la ciudad, el “Hôtel de Ville”. Parece que la bandera que ondea en torre tan inaccesible sea la de la ciudad. Entre las otras que superan la muralla, no todas son reconocibles para mí. Salgo con la sensación de que la francesa y la bretona están duplicadas. Mañana trataré de hacer la visita sin mochila, ligero de equipaje.

 




 Finalizada la fortaleza, llego a la playa de Le Sillon. Troncos enclavados en la arena en vertical, ofrecen su vetustez de muchos años a la intemperie y sufriendo los embates de las olas del mar. El paseo marítimo es larguísimo, tanto como larga es la playa.

Hostelling: Centre Patrick Varangot.
Por fin llego a la calle RP Umbricht. Veo el nº 9, pero debo continuar hasta el 37. Veo jóvenes en la playa, algunos bañándose y, por las banderas, ya veo que he llegado al Albergue juvenil, que aquí figura con el nombre de Varangot. Mucha juventud hay en la entrada. La playa se llama Plage de la Rochebonne. Roca-buena sería traducción literal. Cuando me estoy acercando, hay en la acera un grupo con maletas y corro por si vinieran al mismo sitio y para que me atiendan a mí primero. Justo cuando estoy para entrar en recepción, se me adelanta una chica que ha dejado su bici aparcada en la entrada junto con su equipaje. No hay problema, pues hay dos recepcionistas. La que me atiende conoce el País Vasco, pues trabajó en Arcangues. Hablamos del mausoleo de Luis Mariano. No sabe que había nacido en Irun. Se asombra cuando le cuento el viaje del verano pasado entre Irun y Saint-Brieuc, y de mi proyecto para éste de llegar hasta Alemania. Me da la habitación en la planta baja, en la sección Chateaubriand. Pago la cama y el desayuno con Visa 24 € y la cena pagaré según lo que coma.

En la habitación quinientos y pico.
Llego a la habitación preguntando y cago. Por si viene alguien y para que no me quite la cama que he elegido, la hago. La cabecera está junto a la ventana y a mis pies está la mesa. Poniendo entre medias las mochilas, casi me adueño de la zona. Cuando estoy escribiendo, llega un francés con el que voy a tener que compartir la habitación. Coge la cama pegada al muro exterior. Hay espacio de sobra para que sus pies no me lleguen a la cara. Deja su saco con ruedas sobre su cama y va a llamar por teléfono.

Cena en el albergue
A las 19:25 voy a hacer cola con la juventud, pero arriba veo otra cola. Una chica me dice por dónde llegar. Cojo un pastel de pera, ensalada de haricots con patata y bonito, y una pierna de conejo a la parrilla con apio en salsa. Me pongo en la mesa donde está mi vecino de habitación y hablamos de geografía francesa. Él termina pronto, recoge y se va. Pago 10,20 € con Visa. El vino me ha costado 2,10 y la cena 8,10. No es habitual que sea tan barato. Con la excusa de que un poco de vino es bueno para la saludo, se acerca una mujer que está enfrente. Ella tiene familia en Saint-Malo, pero prefiere la independencia que le proporciona el albergue. De momento, está sola en la habitación. Al entrar, su bastón se ha tropezado con una bolsa de mi vecino, que había dejado tirada en el suelo. Me parece algo rarillo, pero confío en que no habrá problemas. Cuando va a marcharse la señora, me ofrezco a llevarle la bandeja. Con su bastón veo que podría tener problemas para llevarla. Me dice que soy muy gentil. Y eso que no sabe lo valiente que soy, pero no le digo el dicho castizo: “Lo gentil no quita lo valiente”. Recojo también lo mío y, al salir, le veo hablando con otra persona. Cuando retorno a mi cuarto, veo que mi vecino ya ha hecho la cama, pero no está en la habitación. Leo instrucciones de sábanas y que para las diez hay que dejar la habitación vacía. ¡A ver cómo se desarrolla la mañana de mañana. Me pongo a escribir y dejo archivado el mapa de Côtes d’Armor que ya he finalizado. Son las 21:15 horas y salgo a dar un paseo.

Ocaso en Saint-Malo. 
Plage de Rochebonne.
Pregunto a la recepcionista por un teléfono público y le pido ayuda para poner en marcha mi tarjeta telefónica. Me dice dónde hay uno, pero también que rascando la tarjeta me aparecerá un número y marcando ese número puedo llamar desde recepción. Primero debo marcar el número 0809 38 2000. 
 
Luego el largo 29975387386697 y, después, el número completo al que quiero llamar. Llamo a Sagrario y le digo que estoy en Saint-Malo, durmiendo en el albergue juvenil. Salgo de recepción agradecido a la gentileza y me pongo a hablar con adolescentes alemanes. Entre 13 y 14 años, pero las chicas se enrollan mejor conmigo que los chicos. Una que no para de tocarse su nariz respingona, lleva un doble juego y se ríe bastante, creo que hasta de su sombra. Les cuento mi viaje muy resumido. Salgo al paseo marítimo. 
Llego a ver al sol entre nubes a punto de su ocaso. Todavía hay luz. Como estoy más al norte que al año pasado por estas fechas, amanece más temprano y oscurece más tarde. Esta juventud no tiene medida. Después de la cena, algunos se han bañado con ropa y todo. Yo estando seco siento frío a estas horas, así que ellos, mojados, ¿cómo se tienen que sentir? Un chico viene con la camiseta y el pantalón mojados y rebozado en arena, parece doña croqueta. Una chica con camiseta blanca que, al estar mojada, se transparenta, trata de ocultar sus bragas negras caladas mojadas. He sacado el último rayo de sol. Una foto hacia el horizonte marino con nubes. Otra con el paseo marítimo en dirección a donde iré mañana, hacia Cancale y otra hacia la ciudadela, por donde haré mañana un camino de ida y vuelta para visitar la ciudad.

Anochecer en el Centro Patrick Varangot.
Vuelvo a la habitación. Ni me ducho, ni me lavo los pies siquiera. Olvido darme masaje de aloe-vera. La cama ya está hecha desde antes de subir a cenar, así que para poco después de las diez ya estoy en el sobre. No sé qué hora es cuando llega mi compañero de habitación. Le oigo llegar, pero sigo como si estuviera dormido. Ha tenido el destalle de no encender la luz. Duermo muy bien y sólo me levanto una vez a orinar. La siguiente será a las seis de la mañana, pero no me levanto hasta las siete. Me afeito, cago y ducho. El otro sigue durmiendo cuando voy a desayunar. Pero esto ya es del día siguiente. Ayer, subiendo hacia el cabo Fréhel, encontré una culebrilla de las que nosotros llamamos “zirauna” en euskera, aunque en Alsasua la castellanizábamos como “cirina”.

Balance de un día con lluvia en la Costa de Esmeralda.
Hoy ha habido lluvia intermitente a lo largo de la mañana, pero la mayor tromba a caído entre Saint-Briac-sur-Mer y Dinard, lo que ha hecho que esa parte de camino y el paso por Saint-Lunaire, haya discurrido con más pena que gloria. Muy bien comido en el Restaurante de los Deportes, en Ploubalay, y bien atendido por la recepcionista del Albergue juvenil de Saint-Malo. También contento con ella por habilitarme la tarjeta telefónica y facilitarme su teléfono para llamar a mi hermana. El coste de la llamada ha ido por mi cuenta con el larguísimo número. Hoy he pasado de Côtes d'Armor a Ille et Vilaine, y La Rance en la “navette”.

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