viernes, 27 de mayo de 2016

Etapa 10 (367) Montmartin sur Mer-Lessay



Etapa 10 (367). 23 de junio de 2013, domingo.
Montmartin sur Mer-Orval-Coutances-Montsurvent-Créances-Lessay.


Hoy es mi 76 etapa por Francia. Va a ser un día en que todo el recorrido va a ir por el interior. El haber ido hacia Coutances por la D-20 y no haber tirado a la izquierda por la D-650, ha sido el momento clave. En el primer cruce. Quizás la lluvia o el atractivo de la gran ciudad con sus epatantes iglesias también han podido ser la razón de no haber ido hacia la costa. Eso es lo que ha pasado, y a lo hecho, pecho.

Amanecer en Montmartin-sur-Mer.
El día amanece gris. Oigo ruido de alcantarillas, pero no parece que llueva. Lo confirmo asomándome a la ventana. Me levanto a las siete y voy a cagar, pasillo adelante, con la toalla blanca. Me afeito y me ducho. He recogido camiseta y calzoncillos, todavía húmedos y los he metido tal cual en la mochila, con la esperanza de que ya se acabarán de secar dentro. Algo de agua ha escurrido fuera del plato de la incómoda ducha. Para las 7:30 horas ya estoy en marcha. 
 
Cojo carretera a la derecha en lugar de hacia la izquierda. paso por la iglesia de Montmartin. Voy por carretera equivocada. El día está triste y los árboles me quitan el viento. Aguanta sin llover, pero será por poco tiempo. 

Hyenville.
Pretendía ir hacia el Havre de la Sienne y me estoy acercando a Hyenville por una carretera inexistente que no aparece en mi mapa. Saco foto de la iglesia y el cementerio. Un hombre sale de su casa para fumar y me confirma que voy en buena dirección hacia Coutances y que me faltan 7 Km. para llegar. Es lo que pone al salir del pueblo, un kilómetro más allá. Paso varios cruces y, cuando estoy ya orientado, empieza el sirimiri. Me tengo que poner la capa porque empieza a llover con ganas. Veo un sapo despanzurrado en la carretera y canta un gallo. Poco después paso un puente sobre la Sienne. La capa se está rasgando por el cuello, hacia la parte delantera. El agua cae fuerte durante unos veinte minutos, pero luego amaina. He salido indemne, pero se me ha terminado de romper la sandalia derecha. Voy con ella medio arrastras. 

Después de la tempestad viene la calma, así que faltando 5 Km. para Coutances, veo anuncio de iglesia de los siglos XI y XIII en Orval y, aunque me debo desviar para verla lo hago a sabiendas de que después tendré que volver a este mismo punto. Un trozo con recorrido de ida y vuelta.

Orval. Iglesia s XI y XIII.
Cuando llego a un cruce de la carretera con las vías del tren, anuncian la iglesia a un kilómetro. 
 
Ya no llueve. Camino el kilómetro que me falta y entro al recinto. Es una iglesia tosca pero con encanto. Su torre surge del crucero, del encuentro entre las dos naves, no en vano es de planta de cruz latina. Saco una foto de la iglesia con su cementerio alrededor. En el momento en que estoy llegando a la iglesia, llega un cura con las llaves para abrirla y me acompaña a la cripta. 
 





Me explica qué partes son del s XI y cuáles del XIII. Me dice que alrededor de la pila bautismal se enseñaba el catecismo y la escuela. No me dice en qué época. 
 
Supongo que en tiempos en que Francia no era república y en que la religión impregnaba toda la cultura y las costumbres del pueblo. Saco foto del baptisterio y el entorno que hacía de escuela y catequesis. Por unas escaleras se accedía a la parte que él dice del s. XIV y no del XIII, como he leído. Creo todo lo que me dice. 

 







Saco foto de la cripta y de la puerta que da acceso a ella. Es interesante el techado de la cripta, bajo la iglesia, pero quizás más aún la puerta para acceder a la cripta. El rebaje en la piedra le da un aire poco convencional. 

 






El cura se tiene que ir y, entonces visito la iglesia. Saco una foto de la nave única desde la parte de atrás hacia el altar mayor, con la pila bautismal actual en primer término. 

 



Me quito la sandalia rota y le saco foto de despedida, en el escalón de la puerta de entrada. Esta Quechua pasó a mejor vida. No me atrevo a tirar su pareja, pues me puede servir para sustituir en el caso de una ampolla, de una rozadura producida por otra. Cambio de sandalias y guardo la desparejada. 

 
Me acerco al crucero y en el ábside está el altar mayor. Sin embargo, algo adelantada, hay otra ara más sencilla pero, probablemente, donde se celebra la misa. Al fondo del altar mayor, hay tres vidrieras pequeñas pero muy interesantes. Con esta última imagen de interior, salgo del recinto de iglesia y cementerio y retorno hacia el cruce de las vías del tren. En conjunto, he estado poco más de un cuarto de hora. Ha sido una visita rápida pero suficiente y me puedo congratular de que he llegado en el mismo momento que san Pedro con las llaves y que ha sido un guía de excepción.


A Coutances.
Después de las vías del tren, voy pensando en que a lo mejor trato de poner plantillas a las sandalias que Pierre me arregló el pasado año en Parentis. Del cruce a Coutances, como he dicho, quedan cinco kilómetros. En Orval no había ningún lugar para desayunar, así que me olvido de hacerlo y de tener esa preocupación, pues si no se me va a juntar con la hora de la comida. 

 
La carretera rojiza es buena y, al ser domingo y haber arrancado con tan mal tiempo, soporta poca circulación. Cuando llego a una curva, ya puedo ver, todavía lejana, la gran mole de la catedral. Destaca, algo nebulosa y atrayente, en lo alto. Ya estoy entrando por la zona de la vega baja de Coutances y saco otra foto de la catedral que, a pesar de estar más cercana, aún muestra algo de la tenue neblina matutina. Aunque estoy cerca, aún tardaré más de veinte minutos en llegar hasta ella. No es lo mismo, y el paraje no es como aquel, pero la imagen que percibo me recuerda a Mont-Saint-Michel. 
 
Ascendiendo hacia la catedral, paso por una iglesia con cúpula, totalmente atípica. No tiene nada que ver con las que vi en Bretaña, ni con las que estoy viendo en Normandía. 

 






Siguiendo un poco más adelante, paso por otra, con alto clocher y más convencional. Es así como llego a los edificios y aparcamientos del Centro Hospitalario, donde señalan con flecha las dependencias y la sección de Urgencias. 
 
 








Esta vez no voy a tener que hacer uso de estos servicios, como ocurrió el pasado año en Douarnenez. 

No sé las razones que me han hecho creer que estos edificios eran la residencia de ancianos. Quizás alguno de los edificios próximos lo fueran. Todavía no he llegado a la cima y la carretera continúa ascendente. Llego a otra iglesia que, por sus grandes dimensiones y su majestuosidad, pienso que ya es la catedral. Pero no lo es. 
 
 
La fotografío según la veo al llegar y al rodearla. No entro en ella. Tampoco sé si se puede entrar. Al menos no veo feligreses domingueros que lo estén haciendo por ninguno de sus accesos. Todavía saco una tercera foto desde el otro lado. Exteriormente, me va a gustar más esta iglesia que la catedral que, aunque la he visto desde la carretera, en la distancia, ahora no consigo ver. 
 
Es lo que ocurre cuando estás dentro de población, la altura de las casas, aunque sea muy inferior a la de las iglesias y, sobre todo, a la de sus campanarios, no permite ver los pinchos que intentan horadar el cielo. Sólo, desde lugares puntuales, se puede ver lo que el caminante busca.

Champ’bord Tabac.
Primero paso por el Champ’bord, un Tabac donde tomo un café con leche para engañar al estómago hasta que llegue la hora de comer. Pago 2,50 €. Va a tener más carácter de aperitivo que de desayuno, pues no como nada, para que no me quite el apetito. Nada más cruzar la puerta, una señora se ríe al verme y voy a saludarla. 
 
Le doy mi mano y al señor que está con ella. Todo el mundo que entra va a saludarla. La mayoría con dos o cuatro besos. La chica que me ha servido, me recomienda el Cous-cous para comer. Creo que le voy a hacer caso. Salgo y, por una calle, veo lo que busco.

La Catedral.
Entre calles, llego a dar con una de las torres de la catedral. Bueno, digo una de sus torres, cuando en realidad son las dos pero que, en la posición en que las veo, se confunden y amalgaman una con la otra. 

 





Es difícil obtener una foto completa más cercana, pues el entorno no permite espacio suficiente al fotógrafo como para poder dar pasos de encuadre hacia atrás. Solamente, cuando esté en la larga plaza que enfrenta a la catedral con el ayuntamiento, poder político para el bienestar o malestar de los ciudadanos, frente a poder religioso para el malestar o bienestar de sus almas, podré sacar foto en la que las dos torres se muestran de forma bien diferenciada. Entro en la catedral. 

 





Se está celebrando la institución de la Eucaristía y, para no interferir el desarrollo del rito, me escoro hacia la nave lateral de la derecha. Saco una foto que confirma su grandiosidad. Me tendría que haber marchado sin más pero, a riesgo de que me saltara el flash, que no acabo de controlar bien cuándo lo hace y cuándo no, saco otra de la nave central hacia el altar donde el celebrante es atractivo de todas las miradas, pues es el momento de la consagración del pan y del vino. 
 
Los feligreses están atentos a todo el proceso, aunque la novedad sea improbable ya que, como en todo rito, la repetición idéntica de los pasos a dar es la tónica. Es muy difícil salirse del guión. Quizás esté ahí el misterio de que los asiduos no se aburran de siempre lo mismo. Es inimaginable que alguien acudiera día tras día o semana tras semana, a ver y oír el mismo concierto, la misma ópera, el mismo teatro… Algo esotérico tiene el rito que no cansa ni a María Santísima, a ella menos que a nadie, el sacrificio de su hijo por el bien de la humanidad. 
 
Obtenida la última foto de interior sin haber interferido la marcha del acto religioso, y sin atreverme a ver más, ni del altar ni del coro, salgo de esta gran catedral de Coutances, que no estaba entre mis planes visitar, pero a la que me ha traído el camino equivocado. Salgo por puerta lateral frontal a la que he entrado. Ya en la plaza y al pie de la fachada principal de la catedral, saco foto de la puerta de acceso, que parece está atrancada. Desde esta posición, veo también, hacia abajo, la torre de la última iglesia por la que he pasado al subir y que luego visitaré. Me aproximo hacia el ayuntamiento, para sacar foto completa de la fachada principal de la catedral. Ahora la distancia me permite sacar la foto que antes no he podido hacer. Las dos torres con sus arranques de pararrayos, que no apuro, pues también quiero que salga la fuente central que me va a ayudar a centrar la imagen. Aunque no sale perfecta, trato de conseguir un equilibrio entre los dos lados. Que echando una raya vertical imaginaria que pase por el centro de las dos puertas principales, el lado derecho sea idéntico al izquierdo. Casi lo consigo.

El Ayuntamiento.
El Hôtel de Ville, como he dicho, está en la misma plaza, al lado contrario de la catedral. Es un edificio noble grandioso, de cuatro plantas: planta baja, dos pisos convencionales y un cuarto abuhardillado y con cubierta de lajas de pizarra a prueba de goteras. Su edificio central, algo adelantado y con doble escalinata para acceder a la puerta de entrada, presenta una distribución en alturas no correspondiente con los pisos de las dos alas simétricas. Empieza en un entresuelo y acaba en otro espacio abuhardillado porque aquí el edificio tiene más altura y lo permite. Visto desde enfrente, parece menos regular, ya que al lado izquierdo han plantados unos árboles que, en el derecho, no hay. Hoy ofrece profusión de banderas. No tengo referentes para saber si es lo habitual. No conozco la bandera local, pero sobre el balcón de las asomadas ondea una que bien pudiera serlo. A cada lado y partiendo del suelo, están la europea y la normanda. En cinco balcones de cada lado ondean muchas banderas tri-color y la europea. La proporción de los ramilletes es de tres azul-blanca-roja por dos de Europa estrelladas. 
 
En el escudo que protege sus mástiles, también se ofrece la francesa. El orden es el mismo en que fueron apareciendo las películas de Kiewslosky: Azul, con Binoche, Blanco con Delpi, y Rojo, con Trintignan. Abandono la plaza para dirigirme a la iglesia por la que he pasado antes.

La otra iglesia importante.
Creía que esta iglesia no era visitable. Ahora la visito por dentro. La iglesia está vacía. El único detalle que puede avalar que está en uso es el gran armatoste floral que está delante del altar. No tiene retablo en el altar mayor y ofrece un espacio luminoso en lo que pudiera ser su girola. Es de tres naves, la central más alta que las laterales, y sin crucero. La visita va a ser necesariamente rápida, pues se va acercando la hora de comer. Visto el día que hace, creo que no voy a tratar de buscar la costa e iré por interior hacia Lessay ya que un entrante de mar que aparece en mi mapa me obligaría a retroceder de la costa, de nuevo hacia el interior.

Pescadería y más iglesias.
Estoy haciendo tiempo para que llegue la hora de comer. Como no he desayunado, quiero comer en cuanto abran el primer restaurante que encuentre. En principio voy a tratar que sea en el recomendado. Paso por la pescadería que, como es natural en domingo, está cerrada. Me gusta lo aséptica y limpia que es. En especial en los lugares en que se expone el pescado que, aunque no lo haya, me supongo su lugar. Me gusta también el sistema de tuberías instalado para facilitar la limpieza. 

 


La foto la saco desde fuera, pero es como si estuviera dentro del edificio. Todo muy blanco, muy luminoso. Supongo que esto facilitará a las clientes la visión de la frescura del pescado que decidan comprar, las agallas rojas, los ojos brillantes… Voy bajando por un lateral de la catedral y saco una vista desde abajo con las torres campanario de la fachada y la torre de base cuadrada del crucero central, que es también muy potente. 

 









La foto que saco desde abajo, también me gusta. 

 

Paso por otra iglesia con cúpula, algo poco habitual por estos lugares y que, al ofrecer una exposición, me hace pensar en iglesia no abierta al culto. Todavía pasaré por otra iglesia más, la sexta de la mañana, y que ofrece un bonito ábside por el exterior. Habría sido mejor valorarlo por dentro. Ya está bien de iglesias por esta mañana, son las doce pasadas y me acerco al cous-cous. También tienen habitaciones a precios interesantes: con WC, con ducha y los precios son en función de los servicios.

La Kabylie. La Rose des Sables.
Aunque me han dicho que abren “a midi”, tardarán otro cuarto de hora en hacerlo. Viendo la carta desde fuera, enseguida decido lo que voy a comer en este restaurante: Ensalada y brocheta de cordero. Por no aburrirme esperando, voy en busca del Teatro, pero no lo encuentro. Voy a buscar la salida hacia Lessay, para después ir más directo hacia ella. Pregunto a un hombre, que viene de comprar el pan, por qué hay tantas iglesias, y me responde que Coutances tuvo obispado (quizás arzobispado). Me orienta hacia la salida y me quiere llevar hasta el cruce en su coche. Agradezco la intención, pero le digo que primero quiero comer. Me adelanto a dos jóvenes a quienes he visto tratando de entrar en otro restaurante y que acaban viniendo al mismo en que yo voy a comer. Tengo ventaja y elijo mesa cerca de una ventana y ellos comen cerca de una pared. Se retrasarán más porque toman su aperitivo y yo no. El hotel se llama La Kabylie y el restaurante La Rose del Sables. No sé si esta rosa de arena puede tener otra traducción, como la formación pétrea Rosa del desierto. La ensalada que pido es de hoja de roble, aguacate, remolacha, rebanadas de tallos de endivias y pasas de corinto amarillas. Pido pichet de 25 cl de vino tinto (rouge). La brocheta de cordero la pido con “haricot vert” (vaina redonda) que están algo fuertes, quizás demasiado saladas, pero también me la sirven con ensalada. Tiene el aroma de una hierba que no acabo de pillar. 
 
Estábamos comiendo solos los tres únicos clientes, pero estaba preparada una mesa para 20 y, cuando entran, se acaba la tranquilidad. Son hombres, mujeres y algún joven. En la mesa de al lado se ponen dos mujeres y un hombre y va a ser con los únicos que hable antes de marchar. Aunque la decoración es de yeso como la de ayer, ésta no tiene tanto encanto como la de Le Palais du Couscous. Pago con Visa 18,50 € por la salade rose des sables, la brochette agneau y el vino. Para la una ya estoy en marcha.



Despedida de Coutances.
Ahora sí paso por el Teatro, que no entiendo cómo antes no lo he podido ver. Una señora que sale de la panadería me dice que siga hacia debajo de la calle. Cuando llego al cruce y veo ya la dirección Lessay, algo parecido al “lasai” vasco, ya estoy tranquilo, pues ya me encuentro encaminado. “Lasai”, “bare”, significan en nuestro idioma vasco, tranquilo. Veo una pastelería y entro a comprar un pastel. Elijo el que más me atrae, el que lleva por nombre “divorce”. Tras ver tanta iglesia parece que me quiera divorciar definitivamente de la religión. Este pastel es como las dos piezas de un mal Sant-Honoré pegadas con mantequilla. Van rellenas de una crema de chocolate mal ligada yendo uno de los lados recubierto también de chocolate y el otro de caramelo. Pago 1,70 € y me lo voy comiendo por el camino. A pesar de lo malo que lo he descrito, como soy goloso, no voy a dejar ni muestra. Tiro los restos del soporte en una papelera. Después paso por la entrada al cementerio y la funeraria y es así como voy saliendo de esta ciudad. Una ciudad en la que he pasado casi tres horas. Saco foto de la entrada de los muertos, un paso que trataré de tardar en recorrer. Todo lo que pueda. Voy por la carretera y cuando son las 13:30 horas, parece que quiere el sol abrirse paso entre las nubes. Pero, inmediatamente, caen unas gotas que me intranquilizan. ¡Que no llueva! Bastante ha caído por la mañana. Ya es suficiente. Con una lluvia suave iré caminando hasta llegar a Montsurvent.

Montsurvent.
No entiendo por qué los franceses escriben Mont-Saint-Michel con sus correspondientes guiones y, en este caso con Montsurvent, no lo hacen de la misma manera. Lo lógico sería poner Mont-sur-Vent. Al llegar, saco foto de una iglesia menor, que me parece muy interesante exteriormente, con su cementerio aledaño, que no veo porque me lo tapa una tapia, pero que intuyo por que asoman las partes altas de las cruces, alguna entera y las lápidas familiares. Es todo lo que fotografío de este lugar. El único cambio que se produce a partir de aquí, es que deja de llover, el cielo se vuelve menos plomizo, pero, para hacer honor al nombre, empieza a soplar un fuerte viento. Como, motivado por la lluvia, he cambiado la visera por el gorro de lluvia, me lo tengo que sujetar a la cabeza con las manos para que no se me vuele.

Vacas y agua.
Llega una gran recta de unos 9 kilómetros. A un lado hay una gran balsa de agua que supongo fluvial o lacustre, pues estoy muy alejado del mar de La Mancha. En los terrenos del otro lado, pastan muchos rebaños de vacas, blancas y pardas, que un roble bajo, propio de zona demasiado lavada, apenas me deja ver bien. Es lo más significativo, lo más destacable de este recorrido por carretera, monótono y sin mayores alicientes. No me puedo quejar porque, al menos, no ha llovido. Así es como llego a Créances.



Créances.
En este lugar, lo único que voy a plasmar es su iglesia, entorno y su interior, pues entro a visitarla. Nada más llegar, veo que la puerta está abierta y que voy a poder entrar. Su fachada ofrece una imagen sencilla y equilibrada. Su campanario no es excesivo, sino que guarda proporción con el resto. Quizás el detalle más sorpresivo y que me parece no corresponder al lugar, es su cruz griega en hueco sobre el dintel de la portada. 

 








Un niño se acerca al caminante y me dice que la capilla pertenece a Creances. Según mi mapa, este pueblo está más cerca de la carretera de la costa, la D-650, que la D-2 que es por la que creo que voy pero, a veces, me llevo sorpresas y creyendo que voy por una, camino por otra. Por la dirección en que me dice que está el pueblo, en esta ocasión creo que no voy desacertado. Ahora recuerdo que una señora me dijo que los niños en Francia tardan en captar los cambios que hace la “e”, según lleven el indicador abierto, cerrado y circunflejo (`´^) o la forma “eu”. En la escuela ha creado problemas, ya que los niños tardan mucho en aprender a leer bien y ha habido intentos de eliminar tanta variabilidad. El problema es que, si no se ponen estos signos, cambian los significados de las palabras. Al comerse los franceses tantas letras, algunos de estos signos sirven para que la “e” se pronuncie en unas ocasiones, y en otras no. Entro en la Chapelle que sólo dispone de nave central y es bastante limpia, además de ser prácticamente blanca, y con poca estatuaria. Una virgen en el altar mayor, con dos ángeles a cada lado. un cristo a la derecha y, en las paredes laterales casi enfrentados, la virgen de Lourdes y San Antonio de Padua con su niño en brazos, o el Santo António de Lisboa que da lo mismo, que lo mismo da. Lourdes, Padua, Lisboa… ciudades del mundo. María, Antonio… santos de la misma religión. 

Al salir fotografío el verde de los setos. Así, sin flores, exige menos mantenimiento. Esta última foto permite que se vea también el cementerio que, en la primera, apenas aparece. Lo mejor de estas fotos, las de exterior, es que ya se aprecia que el cielo no amenaza lluvia para esta noche. Ya estoy a punto de llegar al destino de esta jornada, la décima de este verano. De entre una semana y una decena de días, suele ser lo que me cuesta entrar en marcha. Ya parece que estoy perdiendo mi urbanita que llevo dentro y me siento caminante por los senderos del mundo. Con todo, este verano creo que el proceso ha culminado antes. Parece que han pasado infinidad de días desde que salí de Saint-Brieuc. Ya estoy cerca de Lessay y hacia esta ciudad me dirijo.

Lessay. Maison de Retraite.
La entrada a Lessay me resulta algo extraña. Veo cómo paran unas autocaravanas. La primera lo hace delante de mí y, por detrás, las treinta o cuarenta que le siguen. Con este parón, han obstruido la circulación de la carretera. Uno de los conductores de coche, se desespera porque no le dejan continuar. Pregunto a un hombre que va con un perro y me dice por dónde debo entrar para llegar al centre-ville. 
 
Por un sendero llego a la “Maison de Retraite” y entro. Un cartel indica “accueil”, recepción, enfocado a recibir a los ancianos y también el de “livraisons”, que se refiere más a la entrega de mercancías. Tampoco es demasiado disparatado que la dirección sea la misma para los clientes que para los materiales necesarios para mantener a los ancianos con vida. Me vienen imágenes de mi madre de la época final en que estuvo ingresada en la Residencia de ancianos de Altsasu. Me voy rápidamente de un lugar que no niego que existe, que es real, pero a donde me gustaría no llegar o llegar lo más tarde posible. ¡Veremos! (Veremos, dijo un ciego, y nunca vio. Ésta solía ser la respuesta). Salgo de la residencia de ancianos, que es más un centro sanitario (de aparcamiento de los viejos inútiles), que de ocio y diversión, y me encuentro con un ciclista al que se le ha pinchado la bicicleta. No tiene los útiles necesarios para reparar la rueda y cuando le pregunto hacia dónde debo seguir, coge la bici en la mano y nos acompañamos hasta la siguiente rotonda. Cuando llegamos el garaje, que pensaba encontrar él abierto, está cerrado. Es domingo. Se las tendrá que arreglar él, o buscar colaboración de otro ciclista que vaya mejor pertrechado. El ciclista, que ahora es peatón con un estorbo que no le sirve para nada, me dice por dónde debo continuar. Dos mujeres van por delante. Les alcanzo. Una me dije que el hotel más cercano es de los de esa clase que no puede ser muy caro. Llego al hotel, entro, recorro todas las puertas de acceso posibles y todas se muestran cerradas a cal y canto. Al salir, veo un recinto en el que va a ser posible dormir, que dispone de dos bancos corridos fijos. Si no encuentro algo mejor, éste podrá ser mi dormitorio y gratuito. Las paredes son de un entramado que presenta ranuras, pero creo que serán suficientes como para frenar el viento. Paso por la Gendarmerie y retrocedo al lugar en que está la residencia de ancianos y dónde he encontrado al ciclista con la rueda de su bicicleta pinchada. Continúo, y veo una calle llena de restaurantes de todo tipo, donde creo que encontraré luego algo adecuado para cenar. Tras ver un Tabac, en seguida me topo con la abadía.

Abbaye de Lessay.
Para acceder a la abadía, hay un ponito paseo de árboles cuyas ramas entrelazadas forman una copa, como si fuera un largo palio. Forman un bonito trecho protector con una buena y grata sombra para los días muy soleados y calurosos. Al fondo del paseo, conduce a una de las puertas de la abadía. Pero es una puerta que está cerrada. Habrá que buscar otra por el otro lado. En esa puerta anuncian conciertos en julio y agosto. En junio no se celebra ninguno. ¡Lástima! Hoy no hay nada.  

Cuando llego, un hombre al que iba a preguntar, entra en unos retretes, y espero a que salga. Luego que sale, sin preguntarle nada, entro yo y cago. La deposición me deja escocido el ano. Será alguna especia de los franceses, ¿la de las alitas de pollo de anoche? No hay papel y me limpio con media servilleta que siempre llevo en mi arsenal mochilero. Después, entro en la abadía. Primero saco otra foto del exterior, ya que la primera estaba muy oculta por los árboles, donde ya se aprecian las grandes proporciones del edificio de planta de cruz latina. Del crucero surge una mastodóntica torre cuadrada, que dispone de cuatro arquillos a cada lado de su parte más elevada del edificio, y que es el campanario. 
 
Busco el acceso a la nave central y es lo primero que fotografío al entrar. Es de grandes proporciones, sobre todo en altura. Quizás la zona más alta del crucero, sea la menos luminosa de toda la iglesia. Vista desde la nave central, es una abadía muy poco ornamentada. Una de las alas del crucero ofrece cuatro vanos al frente que dan mucha luminosidad al espacio, además de la iluminación natural de los otros laterales. Me acerco al ábside del altar mayor y es más luminoso aún que los dos laterales. Pero la parte alta es más oscura. 

Será para que no veamos a Dios, que sigue la tónica del triángulo con el ojo dentro, y de la táctica de ver sin ser visto. Todo tiene arreglo. Él lo ve todo pero a nosotros, que sabemos que están en todas partes, en todas las cosas, ¡Que nos importa que no lo veamos! Esta teoría del panóptico esotérico les fue muy bien durante mucho tiempo a las monjas y a los curas vigilantes para no dejarnos vivir. Esta abadía es grandiosa y me agrada, a pesar de que la religión me la refanfinfle. Otros dirían “me la suda”, y el diccionario de Google se la admitiría, al contrario de lo que hace con la elegida por mí. 
 
 








Lo que más sorprende aquí es que siendo un edificio tan clásico, tan de época, aunque yo no sepa encajarlo en un siglo concreto, en época gótica, el baptisterio que ofrece es ultra-moderno. 

 






Pero entre el empedrado de cantos rodados construido en círculos del suelo y el contraste con la pieza de mármol o alabastro que es la pila bautismal, todo de una línea tan moderna, creo que el conjunto resulta precioso y muy acorde con el lugar. Hasta la cruz labrada es bella. 

Lástima que no hayan prestado el cuidado necesario a la parte baja de las paredes. Para finalizar mi visita por el interior, saco foto de un friso labrado muy deteriorado en sus figuras y que no destaca por ser del mismo color de la pared y casi se camufla con ella. Con todo, y aunque destaque poco, no dejo de fotografiarlo para los seguidores de mi blog que, no cabe duda, sois multitud. Un órgano demasiado moderno estropea la belleza del conjunto. Cuando salgo, fotografío la abadía desde el ábside lateral izquierdo, que es su parte más lograda para mi gusto. 

Son las seis de la tarde cuando finalizo la visita a esta grata Abadía de Lessay. Los árboles construyen al exterior un claustro que no existe o no he podido ver.

Un rato en Tabac du Centre.
Pido un tinto por el que pago 2 € y me siento a escribir. La mujer que atiende desborda su vestido rojo de volantes y rebosa simpatía. Me informa de por dónde salir mañana hacia Saint-Germain-sur-Ay. Alterno la escritura de mi diario y la contada de anécdotas de mi viaje. Le digo que he intentado entrar en el hotel cercano y me dice que cierra los domingos. Me dice que vaya a una chambre d’hôte. Le respondo que 40 o 60 € es demasiado caro para mí. Le cuento que ya he visto un sitio que me gusta y que me permitirá dormir gratis al aire libre. Después lo comenta con otros clientes. A mi me interesa que lo diga, por si surge alguna alternativa mejor, pero no habrá nada mejor. Le pregunto qué restaurante de la zona me recomienda para cenar, pero me dice que ninguno abre los domingos. Le pregunto si ella me puede preparar un bocadillo y me dice que sí. De lo que me ofrece, elijo uno de jamón París, con virutas de queso y, aunque acepto que le ponga algo de mahonesa, se equivoca y me lo pone con mantequilla. Le pregunto a qué hora cierra y me dice que a las 18:30 horas. Son las 18:50, ya tenía que haber cerrado, pero me dice que puedo seguir escribiendo. Aunque el precio del bocadillo eran 2,70 le pago 3 € y le agradezco su acogida y su buena atención. Aunque ya no admite más clientes, con ella se queda un grupo charlando.

Últimas horas en Lessay. Mi dormitorio.
Salgo hacia la “rond-point”, rotonda, y paso sin fijarme en las alternativas para desayunar mañana. Cuando llego al Lidl, retorno y no acabo de aclararme. Mañana daré otro repaso a la zona. Llego al lugar de madera que he elegido para dormir. Tiene una tejavana translúcida, que es genial para el caso de que, por la noche, le diera por llover. Las tablas no ensambladas de las mamparas filtran el aire pero, aunque fuera sopla fuerte el viento, no penetra dentro del pequeño recinto. Lo único que consigue el viento es que la bolsa de basura que está dentro del cubo de recogida, meta un ruido nada grato. El lugar está preparado para los fumadores. Aparece la prohibición de fumar para menores de 18 años y en la misma entrada al que va a ser mi dormitorio, hay un pequeño cubo para las colillas que está colocado sobre la “poubelle”, el cubo grande ya mencionado. Al conjunto en el que estoy, lo llaman “Gîtes Municipales”. Así que interpreto como sitio que alberga servicios municipales, y lo uso como albergue que el municipio ofrece al caminante. ¿Cómo soluciono para evitar el ruido de la bolsa? Metiendo el colillero dentro. Ya no suena. 

Mañana deberé acordarme de sacarlo y dejarlo como estaba. Como el bocadillo que me ha preparado la mujer del Tabac du Centre y el pan está algo endurecido. No bebo mucha agua, para evitar que me tenga que levantar muchas veces durante la noche. Para las 20:30 horas ya estoy dentro del saco, aunque no con intención de dormir, pero si de estar descansado. Poco antes de las diez, llamo a Vera. Al no contestar el fijo, llamo a Sara. Ya leyeron el correo. Las notas de Julen mejoraron algo al final del curso. Todos están bien. Hace mal tiempo. Le digo que aquí también pero pronostican sol para los próximos tres días. Es lo que he podido entender de la lectura del Tabac du Centre. En Donostia temen que mañana se suspendan las hogueras de San Juan. Con la llamada hecha, me duermo. Todo mi equipaje está metido bajo uno de los bancos corridos. Es como si dijera que mi equipaje está a buen recaudo en el banco (en mi caja de caudales). Me levanto dos veces a orinar. No veo la luna pues está al otro lado de la casa. Duermo bien y no me despierto hasta las seis.

Balance de toda una jornada por interior.
Ya estoy a mitad de camino de la costa más occidental de Normandía. La sorpresa de la mañana tan lluviosa ha sido la pequeña iglesia Orval y la grandiosidad de la catedral y de toda la ciudad de Coutances. También me ha gustado la abadía de Lessay. La comida en La Rosa de las Arenas también ha estado bien y el bocadillo, aunque el pan estaba algo duro, la atención ha sido magnífica en el Tabac du Centre de Lessay. Genial la noche gratis en los servicios municipales. Ha pesar de la mañana lluviosa, el resto de la jornada he ido bastante bien.

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