Etapa
10 (367). 23 de junio de 2013, domingo.
Montmartin sur Mer-Orval-Coutances-Montsurvent-Créances-Lessay.
Hoy
es mi 76 etapa por Francia. Va a ser un día en que todo el recorrido
va a ir por el interior. El haber ido hacia Coutances por la D-20 y
no haber tirado a la izquierda por la D-650, ha sido el momento
clave. En el primer cruce. Quizás la lluvia o el atractivo de la
gran ciudad con sus epatantes iglesias también han podido ser la
razón de no haber ido hacia la costa. Eso es lo que ha pasado, y a
lo hecho, pecho.
Amanecer
en Montmartin-sur-Mer.
El
día amanece gris. Oigo ruido de alcantarillas, pero no parece que
llueva. Lo confirmo asomándome a la ventana. Me levanto a las siete
y voy a cagar, pasillo adelante, con la toalla blanca. Me afeito y me
ducho. He recogido camiseta y calzoncillos, todavía húmedos y los
he metido tal cual en la mochila, con la esperanza de que ya se
acabarán de secar dentro. Algo de agua ha escurrido fuera del plato
de la incómoda ducha. Para las 7:30 horas ya estoy en marcha.
Cojo
carretera a la derecha en lugar de hacia la izquierda. paso por
la iglesia de Montmartin. Voy por carretera
equivocada. El día está triste y los árboles me quitan el viento.
Aguanta sin llover, pero será por poco tiempo.
Hyenville.
Pretendía ir hacia
el Havre de la Sienne y me estoy acercando a Hyenville por una
carretera inexistente que no aparece en mi mapa. Saco foto de la iglesia y el cementerio. Un hombre sale de su
casa para fumar y me confirma que voy en buena dirección hacia
Coutances y que me faltan 7 Km. para llegar. Es lo que pone al salir
del pueblo, un kilómetro más allá. Paso varios cruces y, cuando
estoy ya orientado, empieza el sirimiri. Me tengo que poner la capa
porque empieza a llover con ganas. Veo un sapo despanzurrado en la
carretera y canta un gallo. Poco después paso un puente sobre la
Sienne. La capa se está rasgando por el cuello, hacia la parte
delantera. El agua cae fuerte durante unos veinte minutos, pero luego
amaina. He salido indemne, pero se me ha terminado de romper la
sandalia derecha. Voy con ella medio arrastras.
Después de la
tempestad viene la calma, así que faltando 5 Km. para Coutances, veo
anuncio de iglesia de los siglos XI y XIII en Orval y, aunque me debo
desviar para verla lo hago a sabiendas de que después tendré que
volver a este mismo punto. Un trozo con recorrido de ida y vuelta.
Orval.
Iglesia s XI y XIII.
Cuando
llego a un cruce de la carretera con las vías del tren, anuncian la
iglesia a un kilómetro.
Ya no llueve. Camino el kilómetro que me
falta y entro al recinto. Es una iglesia tosca pero con encanto. Su
torre surge del crucero, del encuentro entre las dos naves, no en
vano es de planta de cruz latina. Saco una foto de la iglesia con su
cementerio alrededor. En el momento en que estoy llegando a la
iglesia, llega un cura con las llaves para abrirla y me acompaña a
la cripta.
Me explica qué partes son del s XI y cuáles del XIII. Me
dice que alrededor de la pila bautismal se enseñaba el catecismo y
la escuela. No me dice en qué época.
Supongo que en tiempos en que
Francia no era república y en que la religión impregnaba toda la
cultura y las costumbres del pueblo. Saco foto del baptisterio y el
entorno que hacía de escuela y catequesis. Por unas escaleras se
accedía a la parte que él dice del s. XIV y no del XIII, como he
leído. Creo todo lo que me dice.
Saco foto de la cripta y de la
puerta que da acceso a ella. Es interesante el techado de la cripta,
bajo la iglesia, pero quizás más aún la puerta para acceder a la
cripta. El rebaje en la piedra le da un aire poco convencional.
El
cura se tiene que ir y, entonces visito la iglesia. Saco una foto de
la nave única desde la parte de atrás hacia el altar mayor,
con la pila bautismal actual en primer término.
Me quito la sandalia
rota y le saco foto de despedida, en el escalón de la puerta de
entrada. Esta Quechua pasó a mejor vida. No me atrevo a tirar su
pareja, pues me puede servir para sustituir en el caso de una
ampolla, de una rozadura producida por otra. Cambio de sandalias y guardo la
desparejada.
Me acerco al crucero y en el ábside está el altar
mayor. Sin embargo, algo adelantada, hay otra ara más sencilla pero,
probablemente, donde se celebra la misa. Al fondo del altar mayor,
hay tres vidrieras pequeñas pero muy interesantes. Con esta última
imagen de interior, salgo del recinto de iglesia y cementerio y
retorno hacia el cruce de las vías del tren. En conjunto, he estado
poco más de un cuarto de hora. Ha sido una visita rápida pero
suficiente y me puedo congratular de que he llegado en el mismo
momento que san Pedro con las llaves y que ha sido un guía de
excepción.
A
Coutances.
Después
de las vías del tren, voy pensando en que a lo mejor trato de poner
plantillas a las sandalias que Pierre me arregló el pasado año en
Parentis. Del cruce a Coutances, como he dicho, quedan cinco
kilómetros. En Orval no había ningún lugar para desayunar, así
que me olvido de hacerlo y de tener esa preocupación, pues si no se
me va a juntar con la hora de la comida.
La carretera rojiza es buena
y, al ser domingo y haber arrancado con tan mal tiempo, soporta poca
circulación. Cuando llego a una curva, ya puedo ver, todavía
lejana, la gran mole de la catedral. Destaca, algo nebulosa y
atrayente, en lo alto. Ya estoy entrando por la zona de la vega baja
de Coutances y saco otra foto de la catedral que, a pesar de estar
más cercana, aún muestra algo de la tenue neblina matutina. Aunque
estoy cerca, aún tardaré más de veinte minutos en llegar hasta ella. No
es lo mismo, y el paraje no es como aquel, pero la imagen que percibo
me recuerda a Mont-Saint-Michel.
Ascendiendo hacia la catedral, paso
por una iglesia con cúpula, totalmente atípica. No tiene nada que
ver con las que vi en Bretaña, ni con las que estoy viendo en
Normandía.
Siguiendo un poco más adelante, paso por otra, con alto
clocher y más convencional. Es así como llego a los edificios y
aparcamientos del Centro Hospitalario, donde señalan con flecha las
dependencias y la sección de Urgencias.
Esta vez no voy a tener que
hacer uso de estos servicios, como ocurrió el pasado año en
Douarnenez.
No sé las razones que me han hecho creer que estos
edificios eran la residencia de ancianos. Quizás alguno de los
edificios próximos lo fueran. Todavía no he llegado a la cima y la
carretera continúa ascendente. Llego a otra iglesia que, por sus
grandes dimensiones y su majestuosidad, pienso que ya es la catedral.
Pero no lo es.
La fotografío según la veo al llegar y al rodearla.
No entro en ella. Tampoco sé si se puede entrar. Al menos no veo
feligreses domingueros que lo estén haciendo por ninguno de sus
accesos. Todavía saco una tercera foto desde el otro lado.
Exteriormente, me va a gustar más esta iglesia que la catedral que,
aunque la he visto desde la carretera, en la distancia, ahora no
consigo ver.
Es lo que ocurre cuando estás dentro de población, la
altura de las casas, aunque sea muy inferior a la de las iglesias y,
sobre todo, a la de sus campanarios, no permite ver los pinchos que
intentan horadar el cielo. Sólo, desde lugares puntuales, se puede
ver lo que el caminante busca.
Champ’bord
Tabac.
Primero
paso por el Champ’bord, un Tabac donde tomo un café con leche para
engañar al estómago hasta que llegue la hora de comer. Pago 2,50 €.
Va a tener más carácter de aperitivo que de desayuno, pues no como
nada, para que no me quite el apetito. Nada más cruzar la puerta,
una señora se ríe al verme y voy a saludarla.
Le doy mi mano y al
señor que está con ella. Todo el mundo que entra va a saludarla. La
mayoría con dos o cuatro besos. La chica que me ha servido, me
recomienda el Cous-cous para comer. Creo que le voy a hacer caso.
Salgo y, por una calle, veo lo que busco.
La
Catedral.
Entre
calles, llego a dar con una de las torres de la catedral. Bueno, digo
una de sus torres, cuando en realidad son las dos pero que, en la
posición en que las veo, se confunden y amalgaman una con la otra.
Es difícil obtener una foto completa más cercana, pues el entorno
no permite espacio suficiente al fotógrafo como para poder dar pasos
de encuadre hacia atrás. Solamente, cuando esté en la larga plaza
que enfrenta a la catedral con el ayuntamiento, poder político para
el bienestar o malestar de los ciudadanos, frente a poder religioso
para el malestar o bienestar de sus almas, podré sacar foto en la
que las dos torres se muestran de forma bien diferenciada. Entro en
la catedral.
Se está celebrando la institución de la Eucaristía y,
para no interferir el desarrollo del rito, me escoro hacia la nave
lateral de la derecha. Saco una foto que confirma su grandiosidad. Me
tendría que haber marchado sin más pero, a riesgo de que me saltara
el flash, que no acabo de controlar bien cuándo lo hace y cuándo
no, saco otra de la nave central hacia el altar donde el celebrante
es atractivo de todas las miradas, pues es el momento de la
consagración del pan y del vino.
Los feligreses están atentos a
todo el proceso, aunque la novedad sea improbable ya que, como en
todo rito, la repetición idéntica de los pasos a dar es la tónica.
Es muy difícil salirse del guión. Quizás esté ahí el misterio de
que los asiduos no se aburran de siempre lo mismo. Es inimaginable
que alguien acudiera día tras día o semana tras semana, a ver y oír
el mismo concierto, la misma ópera, el mismo teatro… Algo
esotérico tiene el rito que no cansa ni a María Santísima, a ella
menos que a nadie, el sacrificio de su hijo por el bien de la
humanidad.
Obtenida la última foto de interior sin haber interferido
la marcha del acto religioso, y sin atreverme a ver más, ni del
altar ni del coro, salgo de esta gran catedral de Coutances, que no
estaba entre mis planes visitar, pero a la que me ha traído el
camino equivocado. Salgo por puerta lateral frontal a la que he
entrado. Ya en la plaza y al pie de la fachada principal de la
catedral, saco foto de la puerta de acceso, que parece está
atrancada. Desde esta posición, veo también, hacia abajo, la torre
de la última iglesia por la que he pasado al subir y que luego
visitaré. Me aproximo hacia el ayuntamiento, para sacar foto
completa de la fachada principal de la catedral. Ahora la distancia
me permite sacar la foto que antes no he podido hacer. Las dos torres
con sus arranques de pararrayos, que no apuro, pues también quiero
que salga la fuente central que me va a ayudar a centrar la imagen.
Aunque no sale perfecta, trato de conseguir un equilibrio entre los
dos lados. Que echando una raya vertical imaginaria que pase por el
centro de las dos puertas principales, el lado derecho sea idéntico
al izquierdo. Casi lo consigo.
El
Hôtel de Ville, como he dicho, está en la misma plaza, al lado
contrario de la catedral. Es un edificio noble grandioso, de cuatro
plantas: planta baja, dos pisos convencionales y un cuarto
abuhardillado y con cubierta de lajas de pizarra a prueba de goteras.
Su edificio central, algo adelantado y con doble escalinata para
acceder a la puerta de entrada, presenta una distribución en alturas
no correspondiente con los pisos de las dos alas simétricas. Empieza
en un entresuelo y acaba en otro espacio abuhardillado porque aquí
el edificio tiene más altura y lo permite. Visto desde enfrente,
parece menos regular, ya que al lado izquierdo han plantados unos
árboles que, en el derecho, no hay. Hoy ofrece profusión de
banderas. No tengo referentes para saber si es lo habitual. No
conozco la bandera local, pero sobre el balcón de las asomadas ondea
una que bien pudiera serlo. A cada lado y partiendo del suelo, están
la europea y la normanda. En cinco balcones de cada lado ondean
muchas banderas tri-color y la europea. La proporción de los
ramilletes es de tres azul-blanca-roja por dos de Europa estrelladas.
En el escudo que protege sus mástiles, también se ofrece la
francesa. El orden es el mismo en que fueron apareciendo las
películas de Kiewslosky: Azul, con Binoche, Blanco con Delpi, y
Rojo, con Trintignan. Abandono la plaza para dirigirme a la iglesia
por la que he pasado antes.
La
otra iglesia importante.
Creía
que esta iglesia no era visitable. Ahora la visito por dentro. La
iglesia está vacía. El único detalle que puede avalar que está en
uso es el gran armatoste floral que está delante del altar. No tiene
retablo en el altar mayor y ofrece un espacio luminoso en lo que
pudiera ser su girola. Es de tres naves, la central más alta que las
laterales, y sin crucero. La visita va a ser necesariamente rápida,
pues se va acercando la hora de comer. Visto el día que hace, creo
que no voy a tratar de buscar la costa e iré por interior hacia
Lessay ya que un entrante de mar que aparece en mi mapa me obligaría
a retroceder de la costa, de nuevo hacia el interior.
Pescadería
y más iglesias.
Estoy
haciendo tiempo para que llegue la hora de comer. Como no he
desayunado, quiero comer en cuanto abran el primer restaurante que
encuentre. En principio voy a tratar que sea en el recomendado. Paso
por la pescadería que, como es natural en domingo, está cerrada. Me
gusta lo aséptica y limpia que es. En especial en los lugares en que
se expone el pescado que, aunque no lo haya, me supongo su lugar. Me
gusta también el sistema de tuberías instalado para facilitar la
limpieza.
La foto la saco desde fuera, pero es como si estuviera
dentro del edificio. Todo muy blanco, muy luminoso. Supongo que esto
facilitará a las clientes la visión de la frescura del pescado que
decidan comprar, las agallas rojas, los ojos brillantes… Voy
bajando por un lateral de la catedral y saco una vista desde abajo
con las torres campanario de la fachada y la torre de base cuadrada
del crucero central, que es también muy potente.
La foto que saco
desde abajo, también me gusta.
Paso por otra iglesia con cúpula,
algo poco habitual por estos lugares y que, al ofrecer una
exposición, me hace pensar en iglesia no abierta al culto. Todavía
pasaré por otra iglesia más, la sexta de la mañana, y que ofrece
un bonito ábside por el exterior. Habría sido mejor valorarlo por
dentro. Ya está bien de iglesias por esta mañana, son las doce pasadas y me acerco al cous-cous. También
tienen habitaciones a precios interesantes: con WC, con ducha y los
precios son en función de los servicios.
La
Kabylie. La Rose des Sables.
Aunque
me han dicho que abren “a midi”, tardarán otro cuarto de hora en
hacerlo. Viendo la carta desde fuera, enseguida decido lo que voy a
comer en este restaurante: Ensalada y brocheta de cordero. Por no
aburrirme esperando, voy en busca del Teatro, pero no lo encuentro.
Voy a buscar la salida hacia Lessay, para después ir más directo
hacia ella. Pregunto a un hombre, que viene de comprar el pan, por
qué hay tantas iglesias, y me responde que Coutances tuvo obispado
(quizás arzobispado). Me orienta hacia la salida y me quiere llevar
hasta el cruce en su coche. Agradezco la intención, pero le digo que
primero quiero comer. Me adelanto a dos jóvenes a quienes he visto
tratando de entrar en otro restaurante y que acaban viniendo al mismo
en que yo voy a comer. Tengo ventaja y elijo mesa cerca de una
ventana y ellos comen cerca de una pared. Se retrasarán más porque
toman su aperitivo y yo no. El hotel se llama La Kabylie y el
restaurante La Rose del Sables. No sé si esta rosa de arena puede
tener otra traducción, como la formación pétrea Rosa del desierto.
La ensalada que pido es de hoja de roble, aguacate, remolacha,
rebanadas de tallos de endivias y pasas de corinto amarillas. Pido
pichet de 25 cl de vino tinto (rouge). La brocheta de cordero la pido
con “haricot vert” (vaina redonda) que están algo fuertes,
quizás demasiado saladas, pero también me la sirven con ensalada.
Tiene el aroma de una hierba que no acabo de pillar.
Estábamos
comiendo solos los tres únicos clientes, pero estaba preparada una
mesa para 20 y, cuando entran, se acaba la tranquilidad. Son hombres,
mujeres y algún joven. En la mesa de al lado se ponen dos mujeres y
un hombre y va a ser con los únicos que hable antes de marchar.
Aunque la decoración es de yeso como la de ayer, ésta no tiene
tanto encanto como la de Le Palais du Couscous. Pago con Visa 18,50 €
por la salade rose des sables, la brochette agneau y el vino. Para la
una ya estoy en marcha.
Despedida
de Coutances.
Ahora
sí paso por el Teatro, que no entiendo cómo antes no lo he podido
ver. Una señora que sale de la panadería me dice que siga hacia
debajo de la calle. Cuando llego al cruce y veo ya la dirección
Lessay, algo parecido al “lasai” vasco, ya estoy tranquilo, pues
ya me encuentro encaminado. “Lasai”, “bare”, significan en
nuestro idioma vasco, tranquilo. Veo una pastelería y entro a
comprar un pastel. Elijo el que más me atrae, el que lleva por
nombre “divorce”. Tras ver tanta iglesia parece que me quiera
divorciar definitivamente de la religión. Este pastel es como las
dos piezas de un mal Sant-Honoré pegadas con mantequilla. Van
rellenas de una crema de chocolate mal ligada yendo uno de los lados
recubierto también de chocolate y el otro de caramelo. Pago 1,70 €
y me lo voy comiendo por el camino. A pesar de lo malo que lo he
descrito, como soy goloso, no voy a dejar ni muestra. Tiro los restos
del soporte en una papelera. Después paso por la entrada al
cementerio y la funeraria y es así como voy saliendo de esta ciudad.
Una ciudad en la que he pasado casi tres horas. Saco foto de la
entrada de los muertos, un paso que trataré de tardar en recorrer.
Todo lo que pueda. Voy por la carretera y cuando son las 13:30 horas,
parece que quiere el sol abrirse paso entre las nubes. Pero,
inmediatamente, caen unas gotas que me intranquilizan. ¡Que no
llueva! Bastante ha caído por la mañana. Ya es suficiente. Con una
lluvia suave iré caminando hasta llegar a Montsurvent.
Montsurvent.
No
entiendo por qué los franceses escriben Mont-Saint-Michel con sus
correspondientes guiones y, en este caso con Montsurvent, no lo hacen
de la misma manera. Lo lógico sería poner Mont-sur-Vent. Al llegar,
saco foto de una iglesia menor, que me parece muy interesante
exteriormente, con su cementerio aledaño, que no veo porque me lo
tapa una tapia, pero que intuyo por que asoman las partes altas de
las cruces, alguna entera y las lápidas familiares. Es todo lo que
fotografío de este lugar. El único cambio que se produce a partir
de aquí, es que deja de llover, el cielo se vuelve menos plomizo,
pero, para hacer honor al nombre, empieza a soplar un fuerte viento.
Como, motivado por la lluvia, he cambiado la visera por el gorro de
lluvia, me lo tengo que sujetar a la cabeza con las manos para que no
se me vuele.
Llega
una gran recta de unos 9 kilómetros. A un lado hay una gran balsa de
agua que supongo fluvial o lacustre, pues estoy muy alejado del mar
de La Mancha. En los terrenos del otro lado, pastan muchos rebaños
de vacas, blancas y pardas, que un roble bajo, propio de zona
demasiado lavada, apenas me deja ver bien. Es lo más significativo,
lo más destacable de este recorrido por carretera, monótono y sin
mayores alicientes. No me puedo quejar porque, al menos, no ha
llovido. Así es como llego a Créances.
Créances.
En
este lugar, lo único que voy a plasmar es su iglesia, entorno y su
interior, pues entro a visitarla. Nada más llegar, veo que la puerta
está abierta y que voy a poder entrar. Su fachada ofrece una imagen
sencilla y equilibrada. Su campanario no es excesivo, sino que guarda
proporción con el resto. Quizás el detalle más sorpresivo y que me
parece no corresponder al lugar, es su cruz griega en hueco sobre el
dintel de la portada.
Un niño se acerca al caminante y me dice que
la capilla pertenece a Creances. Según mi mapa, este pueblo está
más cerca de la carretera de la costa, la D-650, que la D-2 que es
por la que creo que voy pero, a veces, me llevo sorpresas y creyendo
que voy por una, camino por otra. Por la dirección en que me dice
que está el pueblo, en esta ocasión creo que no voy desacertado.
Ahora recuerdo que una señora me dijo que los niños en Francia
tardan en captar los cambios que hace la “e”, según lleven el
indicador abierto, cerrado y circunflejo (`´^) o la forma “eu”.
En la escuela ha creado problemas, ya que los niños tardan mucho en
aprender a leer bien y ha habido intentos de eliminar tanta
variabilidad. El problema es que, si no se ponen estos signos,
cambian los significados de las palabras. Al comerse los franceses
tantas letras, algunos de estos signos sirven para que la “e” se
pronuncie en unas ocasiones, y en otras no. Entro en la Chapelle que
sólo dispone de nave central y es bastante limpia, además de ser
prácticamente blanca, y con poca estatuaria. Una virgen en el altar
mayor, con dos ángeles a cada lado. un cristo a la derecha y, en las
paredes laterales casi enfrentados, la virgen de Lourdes y San
Antonio de Padua con su niño en brazos, o el Santo António de
Lisboa que da lo mismo, que lo mismo da. Lourdes, Padua, Lisboa…
ciudades del mundo. María, Antonio… santos de la misma religión.
Al salir fotografío el verde de los setos. Así, sin flores, exige
menos mantenimiento. Esta última foto permite que se vea también el
cementerio que, en la primera, apenas aparece. Lo mejor de estas
fotos, las de exterior, es que ya se aprecia que el cielo no amenaza
lluvia para esta noche. Ya estoy a punto de llegar al destino de esta
jornada, la décima de este verano. De entre una semana y una decena
de días, suele ser lo que me cuesta entrar en marcha. Ya parece que
estoy perdiendo mi urbanita que llevo dentro y me siento caminante
por los senderos del mundo. Con todo, este verano creo que el proceso
ha culminado antes. Parece que han pasado infinidad de días desde
que salí de Saint-Brieuc. Ya estoy cerca de Lessay y hacia esta
ciudad me dirijo.
Lessay.
Maison de Retraite.
La
entrada a Lessay me resulta algo extraña. Veo cómo paran unas
autocaravanas. La primera lo hace delante de mí y, por detrás, las
treinta o cuarenta que le siguen. Con este parón, han obstruido la
circulación de la carretera. Uno de los conductores de coche, se
desespera porque no le dejan continuar. Pregunto a un hombre que va
con un perro y me dice por dónde debo entrar para llegar al
centre-ville.
Por un sendero llego a la “Maison de Retraite” y
entro. Un cartel indica “accueil”, recepción, enfocado a recibir
a los ancianos y también el de “livraisons”, que se refiere más
a la entrega de mercancías. Tampoco es demasiado disparatado que la
dirección sea la misma para los clientes que para los materiales
necesarios para mantener a los ancianos con vida. Me vienen imágenes
de mi madre de la época final en que estuvo ingresada en la
Residencia de ancianos de Altsasu. Me voy rápidamente de un lugar
que no niego que existe, que es real, pero a donde me gustaría no
llegar o llegar lo más tarde posible. ¡Veremos! (Veremos, dijo un
ciego, y nunca vio. Ésta solía ser la respuesta). Salgo de la
residencia de ancianos, que es más un centro sanitario (de
aparcamiento de los viejos inútiles), que de ocio y diversión, y me
encuentro con un ciclista al que se le ha pinchado la bicicleta. No
tiene los útiles necesarios para reparar la rueda y cuando le
pregunto hacia dónde debo seguir, coge la bici en la mano y nos
acompañamos hasta la siguiente rotonda. Cuando llegamos el garaje,
que pensaba encontrar él abierto, está cerrado. Es domingo. Se las
tendrá que arreglar él, o buscar colaboración de otro ciclista que
vaya mejor pertrechado. El ciclista, que ahora es peatón con un
estorbo que no le sirve para nada, me dice por dónde debo continuar.
Dos mujeres van por delante. Les alcanzo. Una me dije que el hotel
más cercano es de los de esa clase que no puede ser muy caro. Llego
al hotel, entro, recorro todas las puertas de acceso posibles y todas
se muestran cerradas a cal y canto. Al salir, veo un recinto en el
que va a ser posible dormir, que dispone de dos bancos corridos
fijos. Si no encuentro algo mejor, éste podrá ser mi dormitorio y
gratuito. Las paredes son de un entramado que presenta ranuras, pero
creo que serán suficientes como para frenar el viento. Paso por la
Gendarmerie y retrocedo al lugar en que está la residencia de
ancianos y dónde he encontrado al ciclista con la rueda de su
bicicleta pinchada. Continúo, y veo una calle llena de restaurantes
de todo tipo, donde creo que encontraré luego algo adecuado para
cenar. Tras ver un Tabac, en seguida me topo con la abadía.
Abbaye
de Lessay.
Para
acceder a la abadía, hay un ponito paseo de árboles cuyas ramas
entrelazadas forman una copa, como si fuera un largo palio. Forman un
bonito trecho protector con una buena y grata sombra para los días
muy soleados y calurosos. Al fondo del paseo, conduce a una de las
puertas de la abadía. Pero es una puerta que está cerrada. Habrá
que buscar otra por el otro lado. En esa puerta anuncian conciertos
en julio y agosto. En junio no se celebra ninguno. ¡Lástima! Hoy no
hay nada.
Cuando llego, un hombre al que iba a preguntar, entra en
unos retretes, y espero a que salga. Luego que sale, sin preguntarle
nada, entro yo y cago. La deposición me deja escocido el ano. Será
alguna especia de los franceses, ¿la de las alitas de pollo de
anoche? No hay papel y me limpio con media servilleta que siempre
llevo en mi arsenal mochilero. Después, entro en la abadía. Primero
saco otra foto del exterior, ya que la primera estaba muy oculta por
los árboles, donde ya se aprecian las grandes proporciones del
edificio de planta de cruz latina. Del crucero surge una mastodóntica
torre cuadrada, que dispone de cuatro arquillos a cada lado de su
parte más elevada del edificio, y que es el campanario.
Busco el
acceso a la nave central y es lo primero que fotografío al entrar.
Es de grandes proporciones, sobre todo en altura. Quizás la zona más
alta del crucero, sea la menos luminosa de toda la iglesia. Vista
desde la nave central, es una abadía muy poco ornamentada. Una de
las alas del crucero ofrece cuatro vanos al frente que dan mucha
luminosidad al espacio, además de la iluminación natural de los
otros laterales. Me acerco al ábside del altar mayor y es más
luminoso aún que los dos laterales. Pero la parte alta es más
oscura.
Será para que no veamos a Dios, que sigue la tónica del
triángulo con el ojo dentro, y de la táctica de ver sin ser visto.
Todo tiene arreglo. Él lo ve todo pero a nosotros, que sabemos que
están en todas partes, en todas las cosas, ¡Que nos importa que no
lo veamos! Esta teoría del panóptico esotérico les fue muy bien
durante mucho tiempo a las monjas y a los curas vigilantes para no
dejarnos vivir. Esta abadía es grandiosa y me agrada, a pesar de que
la religión me la refanfinfle. Otros dirían “me la suda”, y el
diccionario de Google se la admitiría, al contrario de lo que hace
con la elegida por mí.
Lo que más sorprende aquí es que siendo un
edificio tan clásico, tan de época, aunque yo no sepa encajarlo en
un siglo concreto, en época gótica, el baptisterio que ofrece es
ultra-moderno.
Pero entre el empedrado de cantos rodados construido
en círculos del suelo y el contraste con la pieza de mármol o
alabastro que es la pila bautismal, todo de una línea tan moderna,
creo que el conjunto resulta precioso y muy acorde con el lugar.
Hasta la cruz labrada es bella.
Lástima que no hayan prestado el
cuidado necesario a la parte baja de las paredes. Para finalizar mi
visita por el interior, saco foto de un friso labrado muy deteriorado
en sus figuras y que no destaca por ser del mismo color de la pared y
casi se camufla con ella. Con todo, y aunque destaque poco, no dejo
de fotografiarlo para los seguidores de mi blog que, no cabe duda,
sois multitud. Un órgano demasiado moderno estropea la belleza del
conjunto. Cuando salgo, fotografío la abadía desde el ábside
lateral izquierdo, que es su parte más lograda para mi gusto.
Son
las seis de la tarde cuando finalizo la visita a esta grata Abadía
de Lessay. Los árboles construyen al exterior un claustro que no
existe o no he podido ver.
Un
rato en Tabac du Centre.
Pido
un tinto por el que pago 2 € y me siento a escribir. La mujer que
atiende desborda su vestido rojo de volantes y rebosa simpatía. Me
informa de por dónde salir mañana hacia Saint-Germain-sur-Ay.
Alterno la escritura de mi diario y la contada de anécdotas de mi
viaje. Le digo que he intentado entrar en el hotel cercano y me dice
que cierra los domingos. Me dice que vaya a una chambre d’hôte. Le
respondo que 40 o 60 € es demasiado caro para mí. Le cuento que ya
he visto un sitio que me gusta y que me permitirá dormir gratis al
aire libre. Después lo comenta con otros clientes. A mi me interesa
que lo diga, por si surge alguna alternativa mejor, pero no habrá
nada mejor. Le pregunto qué restaurante de la zona me recomienda
para cenar, pero me dice que ninguno abre los domingos. Le pregunto
si ella me puede preparar un bocadillo y me dice que sí. De lo que
me ofrece, elijo uno de jamón París, con virutas de queso y, aunque
acepto que le ponga algo de mahonesa, se equivoca y me lo pone con
mantequilla. Le pregunto a qué hora cierra y me dice que a las 18:30
horas. Son las 18:50, ya tenía que haber cerrado, pero me dice que
puedo seguir escribiendo. Aunque el precio del bocadillo eran 2,70 le
pago 3 € y le agradezco su acogida y su buena atención. Aunque ya
no admite más clientes, con ella se queda un grupo charlando.
Últimas
horas en Lessay. Mi dormitorio.
Salgo
hacia la “rond-point”, rotonda, y paso sin fijarme en las
alternativas para desayunar mañana. Cuando llego al Lidl, retorno y
no acabo de aclararme. Mañana daré otro repaso a la zona. Llego al
lugar de madera que he elegido para dormir. Tiene una tejavana
translúcida, que es genial para el caso de que, por la noche, le
diera por llover. Las tablas no ensambladas de las mamparas filtran
el aire pero, aunque fuera sopla fuerte el viento, no penetra dentro
del pequeño recinto. Lo único que consigue el viento es que la
bolsa de basura que está dentro del cubo de recogida, meta un ruido
nada grato. El lugar está preparado para los fumadores. Aparece la
prohibición de fumar para menores de 18 años y en la misma entrada
al que va a ser mi dormitorio, hay un pequeño cubo para las colillas
que está colocado sobre la “poubelle”, el cubo grande ya
mencionado. Al conjunto en el que estoy, lo llaman “Gîtes
Municipales”. Así que interpreto como sitio que alberga servicios
municipales, y lo uso como albergue que el municipio ofrece al
caminante. ¿Cómo soluciono para evitar el ruido de la bolsa?
Metiendo el colillero dentro. Ya no suena.
Mañana deberé acordarme
de sacarlo y dejarlo como estaba. Como el bocadillo que me ha
preparado la mujer del Tabac du Centre y el pan está algo
endurecido. No bebo mucha agua, para evitar que me tenga que levantar
muchas veces durante la noche. Para las 20:30 horas ya estoy dentro
del saco, aunque no con intención de dormir, pero si de estar
descansado. Poco antes de las diez, llamo a Vera. Al no contestar el
fijo, llamo a Sara. Ya leyeron el correo. Las notas de Julen
mejoraron algo al final del curso. Todos están bien. Hace mal
tiempo. Le digo que aquí también pero pronostican sol para los
próximos tres días. Es lo que he podido entender de la lectura del
Tabac du Centre. En Donostia temen que mañana se suspendan las
hogueras de San Juan. Con la llamada hecha, me duermo. Todo mi
equipaje está metido bajo uno de los bancos corridos. Es como si
dijera que mi equipaje está a buen recaudo en el banco (en mi caja
de caudales). Me levanto dos veces a orinar. No veo la luna pues está
al otro lado de la casa. Duermo bien y no me despierto hasta las
seis.
Balance
de toda una jornada por interior.
Ya
estoy a mitad de camino de la costa más occidental de Normandía. La
sorpresa de la mañana tan lluviosa ha sido la pequeña iglesia Orval
y la grandiosidad de la catedral y de toda la ciudad de Coutances.
También me ha gustado la abadía de Lessay. La comida en La Rosa de
las Arenas también ha estado bien y el bocadillo, aunque el pan
estaba algo duro, la atención ha sido magnífica en el Tabac du
Centre de Lessay. Genial la noche gratis en los servicios
municipales. Ha pesar de la mañana lluviosa, el resto de la jornada
he ido bastante bien.
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