Etapa
05 (362). 18 de junio de 2013, martes.
Saint
Malo- Pointe de la Varde-Saint Coulomb-Pointe de Mange-Fare de
Grouin-
Port
Mer-Port Picain.
Contando
las etapas de mi viaje por Francia atlántica, hoy sería mi etapa nº
71.
Desayuno
en el albergue Varangot de Saint-Malo.
Durmiendo
en la habitación, dejo a mi compañero francés y voy a desayunar.
Empiezo con un zumo. Cojo un pan, dos mantequillas, dos mermeladas,
macedonia de frutas, yogur y café con leche. Hoy le añado un poco
de cacao. Cuando estoy terminando, llegan las jovencitas alemanas.
Recojo todo y regreso a la habitación. Extiendo sobre la cama la
capa y la toalla, para que se sequen, y salgo del Auberge de Jeneusse
hacia el paseo marítimo.
Regreso
hacia la Cité d’Alet de Saint-Malo.
Llego
al paseo sobre la playa de la Rochebonne, que es la primera que está
saliendo del albergue. Después llegaré y pasaré por la de Le
Sillon aunque, en realidad, es una y única playa, que llega hasta
muy cerca de la Pointe de la Varde, en la otra dirección, y que
después recorreré. Voy recorriendo el paseo marítimo y llego al
Hotel-balneario, Les Thermes Maritimes, que fue un referente en mi
búsqueda del albergue Varangot.
Por delante va una mujer y acelero
con intención de alcanzarla pero, al frenar para la foto de las
Termas y pararme, de nuevo, para hablar con otra señora, que me ha
hecho un saludo muy especial, no la alcanzaré hasta que llego a la
primera bajada a la playa llamada Le Sillon, que se podría traducir
como El surco, donde también veo a un obrero reparando el muro de
contención, sobre el que va el paseo. Ya se aprecia, aunque lejana
todavía, la ciudadela, la ciudad fortaleza de Saint-Malo, el
albergue se podría decir por tanto que está “en banlieue”, en
las afueras.
Si ayer fotografié los troncos enclavados en la arena,
desde arriba del paseo, hoy lo hago desde otra visión distinta. Así
se aprecia mejor su función defensiva contra el embate de las olas
en la marea alta. No es el caso de ayer tarde, ni el de hoy por la
mañana, ya que la marea estaba y está muy baja. Estos troncos
protectores se repiten más adelante. Con el paso del tiempo, casi
parecen fósiles pétreos. Al final de la playa hay un islote con una
fortaleza menor y que con la marea baja es más bien península, cuyo
istmo es de arena, que comunica con la playa más próxima a la
“cité”, la ciudadela. Luego la fotografiaré extra-muros. Cuando
llego a la zona de troncos, los fotografío más cercanos y con
visión hacia el mar, en fila india. Lo diáfano se vuelve más
compacto.
Abandonando la playa Le Sillon, llego a la última puerta
de acceso a la ciudadela por la que pasé ayer, y por donde me hice
el propósito de entrar hoy. Paso por el espacio peatonal abierto en
el recio muro y me adentro en la ciudad medieval.
Ciudadela
de Saint-Malo.
Desde
lejos y entre casas, saco foto del campanario de la catedral. No va a
ser fácil obtener una visión completa de tan alto “clocher”,
cuando esté más cerca.
Dentro de la “cité”, también se sigue
mostrando como construida con mentalidad defensiva militar. Paso bajo
un arco, que es base estructural de viviendas. Aunque ahora no tengo
necesidad, localizo unas toilettes para la vuelta. Sigo por debajo
del arco hacia la iglesia pero, como me temía, el espacio angosto no
me permite una instantánea digna. Los edificios que alberga este
entorno amurallado, son recios, pero les falta el encanto de la Ville
Close de Concarneau.
Los establecimientos comerciales son más
impersonales, aunque destaca Gwen et Odile, que ofrecen unas
cerámicas historiadas del País bretón. Por una pequeña puerta,
salgo al mar. Hay pequeños islotes y no buenos accesos de la playa
al agua. Por ello, han construido una piscina cuya agua de mar se
renueva con las mareas.
Debe tener profundidad en el frontal más
marino, puesto que hay un trampolín que, en caso de que el fondo no
estuviera muy por debajo de quien haga el salto del ángel, sería un
peligro. En la zona más próxima se alinean varios catamaranes con
alto mástil pero ahora sin velamen, preparados para los aprendices
de surcadores de mar con vela al viento.
Paseo por la muralla. Son
las 8:15 de la mañana de un día que ya está cundiendo. Desde la
muralla almenada, también veo una fortaleza aislada que está sobre
las rocas en el mar y que creía que era la que antes he fotografiado
desde Le Sillon. Ahora se ve mejor la conexión de los dos islotes
con la playa. Pero luego comprobaré que es otra. Aunque estos
islotes los tengo cerca, no me llaman tanto la atención como para
bajar a la arena y acercarme a ellos. Me parece más bonita la vista
desde aquí, en su conjunto.
Bajo de la muralla y voy por el paseo
interior. Una pasarela de madera conecta los muros exteriores con los
interiores. Se podría continuar por arriba, pero yo ya he hecho un
recorrido interesante y no quiero volver demasiado tarde al albergue,
donde ya he leído que debo dejar la habitación para las diez. Me
dirijo hacia la salida, pero no me va a quedar más remedio que subir
de nuevo al paseo de las almenas. El muro que se dirigía hacia el
Norte, ahora vira hacia el Este.
Es ahora cuando veo la fortaleza en
las islas que había visto desde la playa Le Sillon. También las
rocas y arena de conexión con el continente, que hacen de istmo.
Cuando llego a uno de los baluartes, puedo ver hacia el Este, todo el
paseo marítimo con la playa Le Sillon, de Rochebonne y lo que sigue,
con las construcciones a la derecha, el Hotel de las Termas Marinas y
el acceso al albergue Varangot.
Por muy poco, no se ve el cabo de la
Varde, que será mi primer objetivo cuando empiece a avanzar hoy. En
la foto anterior, me lo ha tapado el pequeño fortín. De momento, no
he hecho otra cosa que retroceder. Definitivamente, bajo del paseo
sobre la muralla almenada a ratos y me acerco a uno de los baluartes.
Es evidente su reciedumbre. Por mucho ímpetu que traiga un mar
furioso, es improbable que pueda derruir esta fortaleza, que se
podría afirmar sin error, que es inexpugnable. Así me voy acercando
al Hôtel de Ville, el ayuntamiento, donde no intento entrar, debido
a la hora temprana. Son las nueve menos cuarto. Aquí sólo ondea la
bandera tricolor, tanto en la entrada, como en la cúspide.
Ayer ya
me entretuve demasiado en contar acerca de las banderas que ondean
hacia el exterior de la ciudadela. El gran portón está abierto.
Anexo al mismo, hay otra puerta de entrada menor, que indican con la
palabra Musee. Además de que está cerrado, no tengo ningún interés
en visitarlo, ni siquiera de saber qué es lo que en él se exhibe.
Me parece bien que utilicen este edificio histórico como
Ayuntamiento, aunque dudo de que las dependencias pensadas como
defensa militar, se adapten bien a las necesidades de tipo
administrativo. Quizás tenga un gran salón para la recepción de
visitantes ilustres de la ciudad y, como ni soy ilustre, ni me han
invitado, me quedo sin comprobarlo.
Salgo por unas calles y llego a
una plaza que, con tanto chiringuito y terrazas de restaurantes, se
reduce considerablemente. Es la que he visto nada más entrar esta
mañana a la “Cité”. También paso por los retretes, que ya
había localizado al llegar, pero están cerrados ahora que los
necesito.
Tras dos fotos a esta última zona, salgo por el mismo
pasadizo por donde he venido, e inicio el regreso hacia Le Sillon, la
plage de la Rochebonne, y el albergue juvenil del Centro Varangot.
Saco foto de las puertas de salida de los vehículos, las que por el
otro lado presentan dos enormes escudos que ya fotografié ayer.
Traspasado el pasadizo peatonal, ya empiezo a deshacer el camino de
regreso al albergue. Para no repetirme, no vuelvo a sacar ninguna
foto más de este paseo que, en pocas horas, ya es la tercera vez que
recorro.
Regreso
y despedida del Albergue Varangot.
Algo
despistado, ni me entero cuando paso al lado del Hôtel Thermes
Marines, pero detecto que ya estoy cerca de la entrada que debo coger
para llegar al albergue juvenil. Dudo, pregunto y acierto. En el
exterior hay mucha más juventud que la que vi ayer. Subo a la
habitación. Recojo lo húmedo, prácticamente seco. Deshago la cama
y dejo las sábanas y el cobertor de la almohada en el suelo a la
entrada del cuarto. Mi vecino de cama ya no está, así que no me
puedo despedir de él pero, a punto de salir, aparece, se mete en la
ducha y me despido de él a través de la puerta. Saliendo por la
puerta entran dos chicas de la limpieza, me dicen que las sábanas en
el suelo están bien dejadas y les advierto que el francés se está
duchando. Ya harán la habitación más tarde. Todavía son las 9:30
horas. Devuelvo en el “accueil” la tarjeta-llave, mientras las
nuevas recepcionistas se ríen de mis pegatinas reflectantes. Salgo
al paseo marítimo conocido, pero ahora inicio la nueva dirección y
empiezo a avanzar.
Bahía
hacia la Pointe de la Varde.
La
playa de Rochebonne va quedando atrás. Pasa un francés “cachas”
en bañador azul, luciendo torso y brazos musculados al sol y al
viento. Al cruzarse conmigo, dice algo que no entiendo, y se va hacia
la playa. El paseo me va encaminando hacia ella y acabo bajando a la
arena.
Voy observando hacia el final de la playa, con intención de
saber por dónde arranca de nuevo el camino. Pregunto a un hombre por
dónde va el GR-34 y me dice que no sabe. “Soy de París”, me
añade. Pero hablando con él, resulta que, aunque viva en París, es
portugués, de la Serra d’Estrella. Conoce As Donas, que es donde
nació mi amiga Lena, y que siempre me habla de las cerezas que se
crían allí, y que ya probé alguna de las últimas en Troia.
Acabada la playa de Roca-buena y pasadas las rocas de separación de
la siguiente, saco una foto para ver cómo Saint-Malo se va quedando
atrás. Poco más adelante, cuando llego a nuevas rocas donde
finaliza esta otra playa, vuelvo a fotografiar hacia Saint-Malo. Se
nota que avanzo. Algunos, pocos, pasean por la arena. Veo una señal
de camino y voy por un sendero similar al bordeante de Dinard.
Después una señal, que creo que no está bien puesta, me lleva a un
callejón sin salida (Cul-de-sac).
El camino es perfecto, muy bien
construido, pero acaba en piedras y una señal que advierte que puede
producirse desprendimiento de más piedras. No voy a exponer mi cabeza a
la posibilidad de que le de por caerse alguna sobre la mía. Si
hubiese subido a la roca, habría llegado al cabo de la Varde. Este
cabo lo fotografío a agua pasada, cuando ye estoy en la playa
siguiente. Retrocedo, y en seguida rectifico el error. Ya estoy en la
Pointe de La Varde.
Como llevo nuevo mapa, que me ilustra más
detalladamente un tramo de esta zona en que estoy, empiezo a
preguntar por las Rocas Esculpidas.
Rothéneuf: Rochers
Sculptés.
De
toda la gente a quien pregunto, nadie sabe de qué estoy hablando.
Son personas de vacaciones y parece que nadie les ha hablado de
ellas, lo que me hace pensar que mucho valor no tendrán cuando
tantos las ignoran.
El acantilado por el que camino es rocoso pero no
muy abrupto. Es muy agradable ir al borde del agua, admirando
roquedal costero e islotes en el mar. Finalmente, ya encuentro a
alguien que las conoce y me dicen que tengo que seguir más adelante.
Estaba temiendo que ya me las hubiera pasado. El sendero me lleva a
una cruz. Pudiera ser en homenaje a alguien que falleció allí.
Quizás cayó despeñado por el acantilado. Por allí no se puede
bajar.
En el mar hay un islote alargado que parece un dragón y que
está situado enfrente de un lugar que bien pudiera corresponder en
tierra con las rocas esculpidas que busco. Al menos se ve alguna
persona que las visita. El sendero me obliga a ir hacia el interior.
Paso por una casa en construcción. Los andamios permiten que se
pueda trabajar en la cubierta. Hay alguien subido en lo más alto del
andamio y trabajando en el tejado. Para que nadie penetre en el prado
aledaño, han colocado una gruesa cuerda con postes bajos, fácilmente
saltable. Pero yo no tengo ningún interés en acercarme a la casa y
menos a esta hora. Quizás en horas más nocturnas, a lo mejor
entraría para ver si la casa es acogedora para dormir. No se da el
caso.
Una vez dado el rodeo de esta casa, veo un sendero que se
dirige a las Rochers Sculptés. Lo tienen bien acotado para que nadie
penetre sin pagar la cuota correspondiente. El chico que controla la
entrada, me da un ticket y me cobra 2,50 €. En él se advierte que
el terreno es escarpado, que los niños deben ser cuidados por sus
padres y que hay que tener en cuenta las mareas. Se cierra a las
19:00 horas. Me informa el muchacho que estas esculturas se grabaron
entre 1870 y 1895, así tengo claro que no son petroglifos prehistóricos.
Aunque
más recientes, forman parte de la historia del lugar. El recorrido
está indicado para hacerlo empezando por la derecha. Cuando me
acerco al acantilado, veo a una mujer y a un hombre, con un perro
cada uno mirando las esculturas desde la parte más baja del roquero.
Bueno, ahora a quien miran es al caminante que acaba de llegar. A
esta hora, la marea cubre algunas rocas, donde no sé si habrá
también grabada alguna escultura.
Lo veo todo muy rápido ya que,
después de haber llegado hasta allí, lo que veo no me produce
emoción alguna. Más bien disgusto. No ha habido una planificación
del trabajo, ni un equilibrio entre figuras grandes para las cercanas
a algún punto de vista, y pequeñas para las alejadas. Cada cantero
ha hecho su escultura donde le ha venido en gana. Así que no tardo
mucho en salir de nuevo al GR-34. Tras la foto de llegada, desde
arriba, ahora saco otra desde abajo. Ya ha llegado otro pequeño
grupo. Dos hombres, que pudieran ser padre e hijo y una pareja con
una niña, que parecen responsables. Plasmo en ella la zona de roca
donde más esculturas se ofrecen.
En la última hay una mujer, un
grabado en primer término con dos personajes y árboles, y una gran
cabeza al fondo. En la parte alta está la cruz que he visto antes y
por donde no me he atrevido a bajar. Visto desde abajo, no habría
sido demasiado difícil el acceso por allí. Pero ha sido más
correcto no exponerme y que tuvieran que añadir otra cruz a la ya
existente.
Pensando
en la comida.
Sigo
un rato por el GR-34, pero ya voy pensando en buscar algún lugar
donde comer. El camino me lleva de nuevo a la costa. Llego a una
playa. Lo más curioso es una roca en la playa que soporta una caseta
de piedra. Una lengua de mar forma como dos orillas en la playa y en
ambos lados hay motoras en la arena, lo que me hace pensar en que
estamos en marea baja. Rebobinando, podría ser que las esculturas
que acabo de dejar atrás, en la marea alta, pueden llegar a estar
inundadas por el mar. Parece que siguiendo por esta costa, no voy a
encontrar ningún restaurante. El único pueblo que veo en mi mapa es
Saint-Coulomb que, siguiendo la carretera me lleva directo a Cancale,
donde hay albergue juvenil, pero no tengo intención de perderme la
siguiente costa que ofrece un semáforo en el cabo más nororiental,
la Pointe de Grouin. A partir de él, todo va a ser descenso, primero
a Cancale, luego a Pontorson, donde hay otro albergue, para
definitivamente, acabada Bretaña, subir a Mont-Saint-Michel, que me
parece la forma más adecuada para iniciar Normandía.
Por tanto,
ahora no veo otra alternativa que acercarme a Saint-Coulomb y, por la
tarde, ya veremos. Salgo a carretera y trato de adivinar, pues no
ofrece señales de dirección, ya que es de segundo o tercer orden.
En una encrucijada, donde veo tres opciones, un ciclista me orienta
hacia la correcta. Tras otros cruces de carreteras, llego a la Ville
Bague, que no tengo ni idea de qué se trata. Es un recinto cerrado
que quizás trate de ver al regresar hacia la costa.
Saint-Coulomb.
L’Escondida.
Llego
al pueblo. En una escuela se ofrece restaurante municipal. Pienso que
pueda ser una oferta de comedor para gente sin o con pocos recursos,
un comedor social, pero no veo que este edificio esté funcionando.
Paso por el Ayuntamiento y luego por la iglesia. Con estas dos fotos
doy por completadas las imágenes de este pueblo. Hay un bar que
ofrece comida de bocadillos. La única alternativa que veo es una
pizzería, se trata del restaurante La Escondida. Como un pan
tostado, preparado con el mismo estilo que la pizza, con mozzarella,
queso, jamón, patata cocida y, lo mejor, una lechuga tipo hoja de
roble pero verde, bien aliñada.
Con la cerveza y el café con leche,
pago 13,20 € con Visa. No me entretengo mucho en el lugar y para la
una y media ya estoy en marcha.
La
Ville Bague.
Son
las 13:45 horas cuando llego a La Ville Bague, por cuyos muros he
pasado al venir. Ahora estoy retrocediendo para salir de nuevo a la
costa.
Entro por el arbolado que conduce hacia la casa y, en la
primera revuelta, me encuentro a un hombre que está cerrando la
valla. Se acabó la hora de las visitas y no la vuelven a abrir hasta
las 14:30. Me la han cerrado en mis mismas narices.
Me dice el de las
llaves que es una casa en donde vivieron los corsarios nórdicos que
se hicieron dueños de estos lugares. No es un tema que me entusiasma
y no voy a esperar aquí tres cuartos de hora a que vuelvan a abrir
la verja. Saco una foto con el que cierra y lo poco que de la casa se
ve entre el boscaje. Me voy por donde he entrado y rodeo de nuevo el
muro.
Desde el exterior, metiéndome dentro del sembrado de gramínea,
fotografío lo que los muros me permiten ver de la casa y de la
capilla que hay pegada a ellos. Cuando me acerco a ella, saco otra
del ábside de la “chapelle” con la cruz y el campanario de una
sola campana.
No sé si los corsarios serían muy religiosos, ni si
esta capilla era de uso privado, pero no sé a quién tendrían que
llamar a misa. El muro se incrusta en la fachada lateral. Después
hay un portón y una nueva verja, más próxima a la casa de los
corsarios, y desde ese lugar, saco la última fotografía de esta
Ville Bague que abandono con más pena que gloria. No he podido ver
nada de los tesoros, frutos de la rapiña, que los corsarios pudieran
guardar en ella.
Parece que éste es el lado principal de acceso a la
mansión, pues por él se encuentra la escalinata de acceso. Lo que
más me sorprende es la ancha y alta chimenea, que supera casi el
último piso abuhardillado. Antes de que finalice el muro, saco foto
de una de sus partes más floridas, cuando ya empieza a rolar hacia
el otro lado. En esta curva es donde más bonito está.
¡Al
rico bañito! Île Besnard y el cabo Meinga.
Sigo
la carretera. Más adelante, todavía en interior, encuentro un campo
bien roturado y recién sembrado. No sé por qué razones, pero me
parece que lo que han plantado aquí sea ruibarbo. Esa es la palabra
que pongo en el diario y, la verdad, yo no estoy familiarizado con
dicha planta y no tengo elementos para asegurarlo. Probablemente,
alguien me lo diría. Quizás, como veré camino de
Mont-Saint-Michel, el ruibarbo sea un cultivo propio de la zona. Lo
utilizan como elemento principal de pastelería, ya que es como una
acelga dulzona.
En el primer cruce, cojo la dirección Saint-Ilieuc
y, cuando coge dirección a la izquierda, salgo hacia la costa y el
mar. Tenía ganas, ya que desde que he salido de las esculturas en
las rocas hasta ahora no he ido más que por el interior. Llego a una
playa en la que, por la izquierda, se ve la punta de la isla Besnard
y, por la derecha, la Pointe de Meinga. Saco la foto desde detrás de
unos helechos, pero no bajo a la playa. Todavía me encuentro en un
paso dificultoso.
Una ría que no me permite cruzar y donde los
barcos echan la siesta, supone un obstáculo añadido. Continúo
adelante. Un hombre, con dos perros, me dice que puedo pasar al otro
lado, pero yo no me fío. Me parece que baja el agua suficiente y que
el barro se puede hundir con el cuerpo de mi cuerpo y las mochilas.
Prefiero continuar por suelo más firme. Retrocedo, y sigo a un
matrimonio ciclista. No creo que hayan elegido el camino idóneo para
ir en bici. Con la primera pregunta que les hago, la respuesta que
recibo es que no hablan francés. Cuando yo veo ya un camino nítido,
les veo que ellos se meten en terreno pantanoso. Les grito para
decirles que he descubierto el camino correcto y la respuesta es
similar a la anterior. ¡Gilipollas, que te den!, pienso para mis
adentros. ¿Cómo se puede ir así por la vida? El camino se complica
un poco por falta de uso y acaba en una gran pendiente ascendente.
¡Que no les pase nada a los ciclistas cuando lleguen aquí.
Cuando
salgo de nuevo al mar, tengo la suerte de que el sol brilla y hace
calor. El camino, para preservar la duna, va hacia el acantilado y
empieza a ascender y una opción que se orienta hacia la playa, está
marcada con un X disuasoria. Pero a mí no me disuade, ya que
prefiero darme un baño y luego ya retrocederé al lugar en que ahora
la señal trata de disuadirme. Veo al fondo de la playa, en su lado
más al Oeste a una pareja, en zona de barcas, que camina por la
orilla lentamente y en mi zona la playa es toda para mí. No hay
nadie más. La pareja saldrá de la playa por donde yo he entrado y,
en previsión de ello, me voy lo más al Este que puedo. Allí sólo
me podrán ver de lejos desde el camino ascendente que luego retomaré
y que es desde donde he podido ver esta magnífica playa. En zona de
rocas y con buena entrada al mar, me desnudo y me doy un grato baño.
Pero cuando me estoy mojando y el agua me llega a la cintura, me da
el apretón y debo salir rápidamente. En el rincón entre rocas,
hago un agujero y deposito mi óbolo, lo tapo con arena y confío en
que la marea alta culmine mi trabajo y que los animalillos de
tierra-mar se lo coman. Vuelvo a mi sitio y, ahora sí, me doy un
baño placentero. Para secarme, voy por la orilla en dirección a la
pareja que viene y, cuando llego a distancia prudencial, retrocedo
hacia mi lugar. Por el GR-34 pasan dos parejas que miran, pero que yo
hago como que no veo. Me da igual y, si les apetece, que vengan a
imitarme o a decirme algo.
Que decidan ellas. Nadie más aparece por
la playa, una vez que la pareja de la orilla se ha ido por donde yo
he llegado. Me tumbo en la roca para terminar de secarme tomando el
sol. Me visto y, ya en la “falesia”, “falaise”, acantilado
(me ha salido primero la palabra en portugués), vuelvo a sacar foto
del lugar. Desde el mismo lugar, saco otra foto hacia la siguiente
playa, que también está muy bien, pero donde hay niños y jóvenes
y, además está menos oculta desde el camino. Es más pequeña que
la del baño y me alegro de haber tomado la decisión de desnudarme
en la anterior. De no haber existido la primera, veo al inicio un
rinconcito que me hubiera permitido también estar desnudo, aunque
muy constreñido en espacio tan angosto.
Hacia
la Pointe de Grouin. Pescadores.
Terminada
la playa donde jugaban los niños, llego a zona de rocas y con
acantilado más abrupto. El camino va precioso bordeando la costa. En
una de las puntas, pescadores de caña ponen a prueba sus habilidades
y sus cebos para engañar a los peces que, al meterlos en su morral,
cambian automáticamente de nombre, de pez pasan a ser pescado. Por
eso, donde los venden, no se llaman pecerías, sino pescaderías.
Las playas siguientes presentan dunas preservadas.
Desde
una loma, ya empiezo a ver la siguiente playa larga, que acaba en la
del Fort de Guesclin. Al fondo está la isla que le da el nombre
pero, en la distancia, todavía no la distingo ni con gafas. Todavía
estoy muy lejos del semáforo de Grouin.
Acabada la loma, se me
ofrece una roca en lo alto, donde ya se puede ver algo más cercana
la isla. Esta roca que se adentra en el mar, parece una escultura, un
monumento natural que me ofrece el paisaje. Se agradecen estos
pequeños detalles.
En la primera ocasión que tengo, bajo a la
playa. Voy caminando por la orilla, hasta que llego frontal a la isla
que alberga el fuerte. Dentro de los muros de esta fortaleza, se
ofrece una gran mansión.
No sé si en mareas extremas, en la
bajamar, se podrá acceder andando a la isla, pero no sería de
extrañar. Saco una foto para el recuerdo, y continúo hasta que se
acaba la playa y me obliga a subir de nuevo al acantilado. Desde él
saco otra instantánea de la isla, donde también se aprecia el
recorrido que estoy haciendo esta tarde desde la Pointe du Meinga.
No
se aprecia la playa donde he estado bañándome desnudo, ya que está
oculta por un pequeño cabo intermedio. Este nuevo camino por el
acantilado me lleva a la plage del Anse de Verger. No entro a la
misma porque ya me he bañado y no tengo ansia de mar. Luego me
arrepiento de no haberlo hecho. Más al este, de nuevo arriba del
acantilado, veo que en la parte final de la playa del Anse de Verger
se practica nudismo.
No sé si es playa oficialmente autorizada, o
sólo tolerada, pero yo soy partidario de considerar nudista a toda
playa en que la gente se desnuda, sin pudor y con naturalidad. Tengo
que retroceder un buen trecho para entrar al mejor acceso a esta
playa, acceso por el que hace un rato he pasado. Con pena, me voy y
avanzo hacia el semáforo de Grouin. Me importa menos, pues el cielo
está menos brillante que cuando me he bañado y hace menos calor.
Salgo del camino a la carretera. Todavía queda mucho recorrido para
llegar a la Pointe de Grouin.
Semáforo
de Grouin.
A
partir de ahora iré sacando fotos de acercamiento al cabo y al
semáforo. No es un faro. Serán 8 fotos, donde van a aparecer
algunas playas más, y no sacaré ninguna de la Baie du
Mont-Saint-Michel, de la que mañana tendré hasta para aburrir a
María Santísima. Una mujer está con un hombre que saca fotos con
un teleobjetivo impresionantemente grande. Me río por la diferencia
entre la suya y mi cámara. Les cuento de qué va mi viaje y me dicen
que Cancale está a 4 kilómetros. Como mi intención es visitar el
cabo de Grouin, “creo que serán más”, les digo.
Pero, aunque
voy viendo cada vez más cercano el semáforo, voy perdiendo las
ganas de verlo. El camino me ofrece un árbol muy churrigueresco. Se
trata de un pino con un tronco muy retorcido y puedo asegurar que no
es un olivo de Jaén. De su base troncal arrancan ramas que son
también troncos y su copa se desparrama a diestro y siniestro.
El
resto de pinos, son más comunes. En el que me estoy refiriendo,
aparecen señales del GR-34 que orientan a los que venimos y a los
que van, indicando que en ese lugar se debe doblar, hacia la
izquierda o hacia la derecha, dependiendo del lugar de procedencia.
Me gusta esa señalización arbórea.
Por un camino, llego a otra
playa apetecible, pero el cielo se ha ido cubriendo de nubes y cada
vez me apetece menos el baño. Ahora el acantilado es más suave y
voy llegando al final de la playa, que culmina en un pequeño roquero
que, siendo saliente hacia el mar, no llega a ser cabo.
Otro rato de
acantilado suave que, pronto, vuelve a ser abrupto en cuanto llegue a
la siguiente playa. Va a ser la última playa que vea este día. En
ésta no hay más que seis u ocho personas.
Dos pasean por la orilla,
donde me da la impresión que ya ha empezado a subir la marea. Cuando
ya estoy llegando a la carretera que ya se dirige directamente al
semáforo, en el lugar de confluencia de la carretera a la que el
sendero me ha llevado, con la que viene de Cancale, decido no
continuar.
El semáforo no me atrae. Quizás, si hubiese sido un
faro, a lo mejor me habría animado a continuar. Pero, además, tengo
ganas de llegar a Port Picain, donde está el albergue juvenil
Mont-Saint-Michel, y asegurar que tengo cama para esta noche. La
última foto que saco es la más próxima al semáforo y, aunque no
ha salido nítida, la mantengo en mi álbum de fotos por esa razón y
por ser la final de esta jornada.
Cancale
Port-Mer. Cancale Port-Picain.
Cuando
llego a este cruce de carreteras y decido no seguir al semáforo, la
carretera empieza a descender. Llego a Cancale-Port-Mer y me fijo
bien en las señas del albergue, que tengo apuntadas a mano. Leo
Port-Picain 35260. Pregunto a un chico que lleva protectores en una
pierna y me dice que siga descendiendo por la carretera y que pronto
encontraré desviación a la izquierda. Otro chico me lo confirma más
abajo, ya con el letrero de Port-Picain a la vista. Bajo por
carretera muy empinada y, sin necesidad de llegar al puerto, veo una
casa triangular muy singular y que va a ser el albergue buscado.
El
Auberge de Jeneusse de Cancale. Jean Yves.
Mirando
al mar, hacia el Este, como un islote, se ve lejano el
Mont-Saint-Michel, a donde no llegaré mañana, aunque sí a
Normandía. El chico de recepción es un laosiano y el barman, un
canario tinerfeño. Al de Laos, le llaman al teléfono y me
desatiende. El canario no me ayuda mucho, ya que ha empezado
recientemente a trabajar aquí. Pago con Visa 21,81 €, donde
aparece el nombre de AJ. Me dan la llave nº 3 en habitación a
compartir pero que no tiene vistas al Mont-Saint-Michel. Hubiera sido
interesante ver, aunque sea desde lejos, las variantes de las mareas,
con agua próxima y con agua lejana. Nunca llega a ser isla, ya que
una carretera lo comunica con el continente. Llego a la habitación,
me desnudo y, cuando estoy haciendo la cama, aparecen Jean Yves, un
madurito, todavía joven, que viene caminando desde Bélgica. Nos
saludamos y se instala en la cama paralela a la mía, en el lado
opuesto, bajo las ventanas. Después de hacer la cama, pensaba
ponerme a escribir el diario, pero ya no lo hago. Como él también
quiere cenar, decidimos que, tras la ducha, iremos juntos a Port-Mer,
pues en Port-Picain no parece que haya ningún restaurante
recomendable, si es que hay alguno. Marcamos las 19:30 como buena
hora para ir a cenar. Me ducho. El agua es caliente y no se puede
regular, así que no puedo acabar con fría como a mí me gusta. Un
fallo de sistema. Me visto y organizo mi logística. Pongo a cargar
la cámara. Él también se ducha y a y media nos vamos. Antes de
salir, pregunto por teléfono público, pero será en vano. Tampoco
lo encontraré en Port-Mer.
Restaurante
“La Plage”. Cena en compañía.
También
es hotel. Para llegar a Port-Mer, hay que volver a subir la cuesta
que al venir he bajado. Ya sin mochila, es menos costoso el ascenso.
Llegamos a “La Plage” y comemos ostras, él mejillones, yo sopa
de pescado. Me ha preguntado si me parece bien beber una botella de
Muscadet y, como no tengo ni idea de lo que es y el parece experto,
le doy mi aprobación. Va a ser lo más caro de la cena, pero está
riquísimo. Es un vino blanco con mucha vida y que tira algo a dulce
pero sin empalagar, vamos, que no es un moscatel. En la cuenta nos
ponen un menú, las 6 ostras, la sopa de pescado y una crepe de
limón. La botella de Muscadet nos cobran 24,60, casi tan caro como
el menú, 24,90.
Pago
yo con Visa 71,10 € y Jean Yves me da 40 €. Así que lo que yo
pago al final son 31,10 €. Él considera que así paga lo que ha
comido. No me parece desacertado su cálculo y su criterio. Las suyas
eran diez ostras y las mías seis. No nos podíamos marchar sin
probar las famosas ostras de Cancale. Intento darle los 5 € de los
nuevos, pero no me lo admite. Bueno, mejor no discutir por tan poca
cosa. Estamos de vacaciones. Me dice que Saint Yves es un santo
inexistente y yo le digo que nació en Treguier. También le digo que
hay un pueblecito del mismo nombre y que está próximo a
Saint-Laurent, que en conjunto sería el nombre del famoso modisto y
perfumista. Jean Yves es ingeniero eléctrico, especializado en
potenciar la seguridad informática en una Agencia de Asesoría. Yo
creía que venía caminando desde Bélgica, pero su recorrido es de
sólo una semana y está limitado al tramo entre Pontorson y Dinan.
Me da algunas pautas de lo que me conviene hacer en este territorio
que, como no sé en cuanto tiempo lo ha hecho y además no va siempre
por la costa, no me va a servir de mucha ayuda. Yo llegaré mañana a
Pontorson. Tampoco yo le puedo ayudar mucho, puesto que Dinan, muy en
el interior, me lo salté con el barco Dinard-Saint Malo. Como
tampoco creo que sea nudista, no le servirá de mucho saber que se
practica nudismo en la playa Anse de Verger, que está casi a tiro de
piedra. Pero, por si le apetece despelotarse, se lo digo. Le cuento
algunas cosas, alguna anécdota, de mi viaje. Él está soltero
(célibataire). Conoce Asturias. En comparación con La Asturiana, le
hablo de la sidra bretona y de la nuestra, la vasca, sin gasificación
artificial, las kupelas (barricas) y el romper del chorro en el vaso,
en el sistema de espitz. Le invito a que vaya algún día por el País
Vasco. Por la mañana le daré mis señas, teléfono, e-mail y blog.
Pero él no corresponderá y no he vuelto a saber nada del buen
ingeniero que se cruzó en mi camino. A lo mejor temía que me
presentara en su casa al pasar por Bélgica. No sería el primero, ni
la primera vez. Probablemente viva en Bruselas, y no está en la
costa, así que no tengo ninguna intención de visitar la capital de
los belgas. Las ciudades más importantes que visitaré vana ser
Brujas y Ostende. Después de pagar, terminamos la botella de
Muscadet y seguimos de charla mientras tanto.
Regreso
al albergue. Felices sueños.
Nos
vamos de La Plage y llegamos al albergue a las diez. A mi no me han
dado clave para entrar, pero a él sí. Pero da lo mismo, pues Jean
Yves no la ha retenido. Menos mal que una chica, que está cerca de
la puerta con su ordenador, nos ve y nos abre. Habría tenido gracia
que hubiéramos tenido que dormir en la playa, sin saco, después de
haber pagado el hotel. Antes de acostarme hablo por móvil con Luchy.
Jean Yves pone la sábana bajera pero prefiere dormir dentro del
saco. Ha dejado fuera de la habitación sus enormes botancas, las
plantillas y los calcetines. Él se mete en su saco con los gayumbos
y yo en la cama bien hecha, con sábana por encima, y desnudo.
Durante la noche me levanto dos veces a orinar. Hay que salir al
pasillo, donde hay dos retretes y son las dos primeras puertas, a
izquierda y derecha. Al menos, la ducha está dentro de la
habitación, pero hubiera preferido que fuera al revés. Jean Yves me
asegura que mañana no llegaré a Mont-Saint-Michel. Casi no acierta,
pues llegaré más lejos y dormiré en Pontorson, el lugar de donde
él partió. Y no podré llegar a Mont-Saint-Michel, porque no
encontraré bien señalado el GR-34 que va por la costa y que cruza,
no sé como, Le Couesnan, el río, muy cerca de la desembocadura.
Después de decirle que hago 40 Km. al día, me dirá que, entonces,
sí llegaré. Pues no, no llegaré. Para apagar la luz de la
habitación, no hay más que un interruptor y está a la entrada. Así
que, estando los dos ya en la piltra, me levanto a apagarla. Yo lo
tengo más fácil, pues él está dentro del saco. La cámara ya ha
terminado de cargarse, la desenchufo y me vuelvo a acostar. Hasta
mañana. Felices sueños.
Balance
de la jornada Saint Malo-Cancale.
La
visita a Saint-Malo ha estado bien y ha sido tan tempranera que me ha
permitido hacer un recorrido bastante decente en cuanto a kilómetros,
teniendo en cuenta que para comer me he tenido que apartar de la
costa. Ha estado bien el baño nudista que me he podido dar en playa
casi solitaria. Bonito el encuentro y la cena con el belga Jean Yves.
No hemos hablado de Balduino y Fabiola, ni de Alberto y Paola Rufo di
Calabria, los reyes actuales, por poco tiempo, ni de la próxima
coronación de Filip I. El nuevo rey va a esperar a serlo hasta que
yo llegue a Ostende, el 21 de julio, día de la fiesta nacional.
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