Etapa
07 (364). 20 de junio de 2013, jueves.
Pontorson-Beauvoir-Mont Saint Michel-(bus)-Courtils-Pontaubault-Le
Val Saint Pére-(coche)-Vains-Genêts.
N o r m a n d i e
Contando
mi viaje por Francia Atlántica, éste sería mi día 73. Una vez que
pasé ayer el puente sobre el río, ya me situé en el primer tramo
de costa de Normandie, que se llama Manche, enlazará con la
siguiente, Calvados, que llega hasta la desembocadura del Sena, y
Seine Maritime será la tercera.
M A N C H E
A
las 6:45 me levanto a orinar. Ayer subí una mesa a la habitación y
habría subido también una mesa si no fueran tan pesadas. Me visto y
bajo al comedor, donde escribo todo lo que no pude escribir ayer. No
me he puesto el jersey y hace frío, pero me aguanto y no vuelvo a la
habitación. Sólo veo a dos chicas en la cocina, que parecen
clientes y se van. Son las ocho y por aquí no aparece nadie para
darme el desayuno. Pasadas las ocho, aparece la chica que me recibió
ayer y va sacando de la despensa las cosas para el desayuno. Primero
pone en marcha la cafetera para que vaya produciendo café y yo voy
adelantando calentando mi leche en el microondas. Troceo en dos la
barra de pan y preparo las cuatro rebanadas con mantequilla y
mermelada. Hoy serán solo dos tarrinas, pues son hermosas, de fresa
y albaricoque. Primero bebo dos zumos de bote y me echo el café en
el cuenco en que había calentado la leche. Cuando estoy terminando
de desayunar, aparece Alsina, una portuguesa que nació en un pueblo
al interior de Porto. Es bastante apátrida, pues ha vivido en
Francia, en Australia y ahora, con su marido, en Canadá. No sé qué
tipo de recorridos están haciendo, pero hoy no van hacia
Mont-Saint-Michel.
Así que me despido de esta ciudadana del mundo y
subo a mi habitación. Recojo todo, cargo las mochilas y bajo las
sábanas, por llamar algo a estos sacos mal usados que, cuando los he
usado bien son estrechos e incómodos para dar las vueltas en los
cambios de posición sobre la cama. No tienen cremallera y es muy
difícil salir de ellos. Espero que haya quejas y que cambien de
sistema. Doy la llave a la encargada y echo la ropa sucia a la
“poubelle”. Utilizo esta palabra, que significa cubo de la
basura, adrede, pues es en la basura donde debieran estar estos malos sacos.¡A tomar por saco!
Paseo
tempranero por Pontorson.
Con
el plano de Pontorson, salgo de este albergue que me ha parecido de
lo más desangelado. Menos mal que voy en busca del arcángel.
Saco
una foto, cuando ya me estoy alejando mucho de él. Es la casa de dos
plantas con tejado a dos aguas que aparece en el centro de la
fotografía. Aunque sigo el mismo camino que traje ayer, antes de ir
hacia el puente, donde arranca el GR, pretendo visitar el pueblo.
Por
la primera calle que encuentro hacia la izquierda, paso a visitar la
iglesia y el ayuntamiento. La iglesia, en su fachada principal,
ofrece una imagen muy equilibrada a ambos lados de la puerta de
acceso al templo. La única diferencia es que en el flanco izquierdo
aparecen dos ventanucos que hacen pensar que por ahí va la escalera
de acceso a la torre.
Después, el equilibrio se rompe, pues es más
irregular, aunque vista desde arriba, o en planos, podría ser una
iglesia de planta de cruz latina. La colocación del reloj en la
cúspide de la torre, del cimborrio, es lo que considero más
desafortunado del conjunto. Cuando paso, van a dar las 09:10 horas.
Tiene doble ábside coincidente con el altar mayor. Por dentro es muy
austera. Sólo es de una nave y crucero es corto y nada luminoso. Muy
austera, apenas tiene imaginería, y la luz natural más potente
llega al altar desde el ábside.
Salgo de la iglesia y, en menos de
dos minutos ya estoy en el ayuntamiento. Ondean en los mástiles de
la balconada las cuatro banderas. Aquí ya no está la bretona y me
tengo que empezar a acostumbrar a ver la bandera normanda. Hay muchos
coches aparcados delante y quiero suponer que sean de los empleados
municipales que ya están trabajando.
No busco nada más interesante
en Pontorson y voy hacia el puente. Saco una foto del GR con el
puente que pasa hacia Bretaña por encima del río Le Couesnon.
Hacia
Beauvoir.
Saliendo
de Pontorson, un tronco hace de barrera para que no puedan circular
los coches y un cartel indica que entramos en zona para ciclistas y
peatones.
Es un cartel con el que me voy a tener que ir familiarizando, puesto
que me va a servir para toda Normandía. Este camino es también para
jinetes a caballo. Aunque no lo pone, también pueden pasear por él
los dueños con sus perros. Los caballos cagan sin pudor, así que,
¿por qué no van a poder cagar los perros? Veo a un hombre
recogiendo la caca que su perrito ha depositado con sumo cuidado
sobre la hierba. “¡Châpeau!”, le digo al pasar. Más lejos, veo
a una mujer con dos perrazos. Ella mira cómo uno de ellos, en zona
próxima a hierba más alta, hace esfuerzos para lograr que su caca
salga al exterior.
Lo consigue. ¡Qué descanso para él! Se ve que
es muy estreñido. Su dueña no hace ningún simulacro de ir a
recoger la gran cagada. Me limito a saludarla al pasar. El camino
sigue la misma tónica y es similar al del inicio, cuando llego a la
autorruta que ayer paseé por encima. Hay bastante circulación.
Ahora el camino debe descender de altura para poder pasarla por
debajo. Por delante, acaban de pasar dos caminantes. El río
Couesnon, va paralelo al GR.
Sobre las diez menos cuarto, veo a un
hombre pescando con caña en el otro lado del río, en Ille et
Vilaine. Dispone de una larga nasa a un lado, cuya parte cerrada en
forma de salabardo está sumergida en el agua. Se supone que, al
fondo tendrá algún pescado que, para que no se deteriore, lo tiene
vivito y coleando dentro del agua del río. Estamos los dos muy
próximos, con la única diferencia de que él está en Bretaña y yo
en Normandía.
Le saludo, me devuelve el saludo, y le deseo que
pesque mucho y que conserve presas y frescas sus capturas al fondo de
la nasa. Pronto llego a un puente peatonal de madera. Pienso que
puede ser el que ayer hubiera pasado de haber seguido bien los
indicadores del GR-34. El de hoy no sé qué número tiene. Tardaré
en enterarme, pues en el mapa que utilizo para anotar mis etapas, no
figura ningún GR. Es muy probable que éste es el camino que cogería
Jean Yves cuando inició su caminar en Pontorson.
Me hago a la idea
de que el tramo anterior lo hemos hecho los dos por el mismo sitio.
Supongo que por ahí llegaría mejor a la capilla de Santa Ana.
También creo que pudiera ser la desviación que se me ofreció tras
pasar Roz-sur-Couvenon. El camino no se presta a confusión, pero hay
demasiado movimiento. En un momento en que el camino y el río
ofrecen un espacio despejado, aprovecho para sacar foto de ambos, los
que me van a llevar hasta el monte de tan santísimo arcángel.
Al
fondo, ya se aprecia la silueta de Mont-Saint-Michel. Su búsqueda y
localización, van a ser una constante de este camino que acabará
llevándome hasta él. En la sombra arbórea de la foto, se aprecia
una cinta roja y blanca, señal para que los vehículos tengan
cuidado, ya que han abierto una zanja, aunque no crea ninguna
dificultad para su paso, ni al peatón ni al ciclista. No ocurrirá
lo mismo algo más adelante.
Una pala está abriendo en este momento
una nueva zanja. Se ve que tiene que ver con una conexión con otros
elementos de algunas instalaciones que se albergan detrás de una
valla al lado derecho de la carretera. Un obrero está metido en la
zanja, el capataz da instrucciones y el palista sigue abriendo surco.
Cuando llego, detienen la pala y me dicen por donde debo pasar. Yo
pasaré por la hierba, entre la oruga del tractor y el río. Les
falta muy poco para culminar la brecha. No sé si estas obras tienen
algo que ver con el nuevo trazado de carretera que están haciendo
hacia Mont-Saint-Michel. Poco más adelante, veo que han construido
otro puente provisional. Un camión con la cartola llena, viene del
otro lado del río que, por esta altura, creo que corresponde ya a
Normandía, y es de donde traen material pétreo y terroso para la
construcción de la nueva carretera.
Otros camiones van de vacío
hacia Ille et Vilaine y vuelven llenos. Después de que terminan la
carretera nueva este puente se supone que lo quitarán. Se ve clara
su intención de provisionalidad. En esta zona, nos sacan de la
carretera a los peatones y la dejan para los camiones. Durante un
trecho vamos por la pista destinada a caballos y jinetes. El río va
con agua en todo su recorrido, lo que me hace pensar en marea alta
pero, cuando llegue a una compuerta que está mucho más adelante,
veré que es una marea alta estable y artificial, mantenida por
exclusa. Sobre las 10:15 horas paso por una tierra cultivada con
plantas de hojas grandes, mayores que las acelgas y de hoja más
rizada y grande. Un tractor está parado en medio del plantío y el
tractorista fuera y de pie. El hombre transporta una caja llena hacia
su tractor y recoge otras vacías.
Al pasar le pregunto, cómo se
llama el producto y me dice que se trata de ruibarbo rojo.
Efectivamente, así como los tallos de la acelga son blancos, éstos
son rojizos. Ya conozco una planta más, planta que era desconocida
para mí hasta ahora. A esta hora, al pasar por aquí, estoy a 5 KM.
de Mont-Saint-Michel, cuya montaña triangular voy retratando según
me voy acercando.
Hacia las 10:30, llego a un nuevo puente, pero este
es el que ya conecta Bretaña por Beauvoir, ciudad que no voy a
visitar. Este puente fue construido en 1993 tras la demolición de
otro de 1903 y del que queda algún vestigio que fotografío al
pasar, que es donde me entero de lo que acabo de contar. Eso es todo
lo que veo de Beauvoir.
Empiezo a ver más ciclistas que
caminantes. Después, sólo caminantes, aunque muchos que han
aparcado sus coches en el gran aparcamiento de Beauvoir, prefieren ir
en el autobús lanzadera, allí dispuesto para hacer este recorrido
de 2 o 3 kilómetros. No es un parking disuasorio, sino obligatorio,
y así se evitan coches de visitantes en las inmediaciones del gran monumento
que es esta isla en la que destaca su monasterio. Sólo pueden
acercarse los que transportan mercancías, vehículos autorizados.
Carretera
en obras.
Sigo
el camino y, esta zona próxima a Beauvoir, está mucho mejor
cuidada, como si fuera un paseo de la ciudad que, como no tiene mar
cercano, es un bonito paseo fluvial para esparcimiento de los
vecinos. Esta parte se llama La Caserne, que se podría traducir como
el cuartel. La foto que saco, ofrece la vista de paseantes, más al
fondo, está la esclusa y, al fondo el Mont-Saint-Michel, al que me
voy acercando. Antes de llegar a la esclusa, hay algún barco que
está dragando el río que, según vamos más adelante parece que va
tomando visos más de canal. Desde Beauvoir ya estoy viendo que han
colocado una valla endeble de plástico naranja que, si bien no
impide el paso, cumple la función disuasoria, para que no pase nadie
y pueda caer al río. Más adelante, se ve que han removido la tierra
y da la impresión de que el ensanchamiento de la carretera va a ir
creciendo entre ésta y el río. Pero, más adelante, no va a ser
así, ya que el ensanchamiento pasa hacia el otro lado. La máquina
dragadora tiene un artilugio en la parte de atrás que, como una
pala, saca arena del fondo y es depositada en la barcaza.
Al menos
así me parece, aunque también dispone de otro artilugio vertical
que podría esparcir aéreamente el barro pulverizado hacia la otra
orilla. No consigo ver nada del material que extraen del fondo del
río. Un matrimonio me explica cual es la función de la dragadora.
También se ve otra carretera al otro lado del río.
Ya me estoy
acercando a la esclusa y todo continúa bajo la misma tónica. Pero
el matrimonio me dice que no es esclusa. ¿Entonces qué es?, me
pregunto a mí mismo. Por la derecha de la carretera por la que voy
hacia Mont-Saint-Michel, pasan tres caballos con sus jinetes. Yo
diría que primero va una joven jineta, después un hombre y, por
último, una mujer.
Aunque ya se me había anunciado en Pontorson que
el GR era también para caballos, ahora es la primera vez que los
veo.
Barrage
sobre el Couesnon.
Cuando
llegamos a la esclusa, el matrimonio me dice que es “la barrage
sobre el Couesnon”. “Barrage” equivale a presa.
En cualquier
caso cumple la función de que el Couesnon sea navegable para barcos
de poco calado, aunque el único barco que he visto ha sido el de la
dragadora. Tiene su lógica que no sea esclusa, ya que en la rada
arenosa que rodea la montaña de Mont-Saint-Michel, no he visto
puerto alguno y, si lo hubiera, tendrían que estar continuamente
dragando para que los barcos pudieran salir al mar. Cuando vaya por
las costas de Holanda y Alemania, comprobaré que esta es la función
que cumplen las dragadoras allí. Si no, no podrían pasar los ferrys
a las islas Frisias.
Desde la barrage saco foto del río hacia la
desembocadura, y me parece que lleva mucho agua y, además, dividida
en dos mitades. Aunque me da la impresión de que la parte de la
izquierda, hace poco recorrido. Saco foto de las gradas de la presa,
donde se demuestra que es una presa, ya que no aprecio ningún
mecanismo de apertura de las compuertas que permitiría el paso de
alguna embarcación. En el supuesto de que las embarcaciones llegaran
hasta ella por el río, se quedarían en dique seco antes de llegar
al mar. A partir de aquí el río no tiene profundidad y va llevando
su agua hacia el mar, a duras penas y haciendo meandros.
Autobuses
y carruajes de caballos.
Ya
he comentado que hay aparcamiento obligatorio y que se dispone de
autobuses lanzadera, pero los más caprichosos, especialmente
turistas, hacen su trayecto más exótico utilizando carruajes de
caballos. El que fotografío, el 1413, es un carruaje muy austero, no
le han dado el toque folklórico.
Por querer fotografiar carruaje,
caballos y monte, acabo malogrando la foto, comiéndome el hocico de
los caballos y media montaña. Me desquito en la siguiente, mostrando
la montaña con los meandros finales del Couesnon. Para que no me
ocurra lo mismo que en la primera foto de caballos, la siguiente no
espero a que el carruaje se acerque tanto y así ilustro mejor lo que
estoy diciendo.
En ésta se muestra el triángulo de la montaña
construida con el destacado pináculo de la abadía, el carromato,
que sigue siendo austero, con los turistas que vienen del centro de
peregrinación, un autobús que va Saint-Michel y dos peatones que
caminan por el sendero de la izquierda.
Hubiera sido mucha casualidad
que, en ese momento, también hubiesen cabalgado caballos con sus
jinetes y rodado ciclistas por la pista cyclable. Con esas
limitaciones, esta foto me parece suficientemente ilustrativa. A un
lado del camino veo unas amapolas que me parece pueden alegrar la
montaña con su abadía, así que bajo del GR a la carretera y, desde
esa posición, las fotografío con sus llamativos pétalos rojos.
Última
recta hacia la abadía.
Se
puede observar que se trabaja en las dos bandas. Una pala hace surcos
en la arena en el lado izquierdo. En el derecho, se hace la nueva
carretera. En esta foto son evidentes los distintos caminos. En el
lado más próximo al río y al mar, el carril para caballos y
jinetes, después el peatonal, que puede ser compartido con
ciclistas, aunque ellos también lo pueden hacer en esta parte por
carretera, puesto que la circulación por ella está limitada a los
autobuses lanzadera y a los carruajes de caballos. Al otro lado,
cuando terminen la nueva carretera, tenemos de nuevo el mar.
Por
tanto, queda bastante claro que en este momento estoy en el istmo. He
llegado al punto en que los autobuses ya no están autorizados a
continuar más adelante y se dan la vuelta. Aquí cogeré uno al
regreso, por la tarde. En esta zona es por donde más se trabaja para
construir la carretera nueva. Es donde más obreros se ven.
Me he
adelantado a un grupo que acaba de bajar en el autobús y así voy el
primero y saco foto sin esa gente y sin tropiezos tratando de llegar
antes que ellos. Además me he salido del recinto para sacar foto sin
las altas vallas. Están construyendo una pasarela metálica elevada,
pero no sé si por ahí irá la carretera o será sólo peatonal. Al
fondo se ve, muy a lo lejos, el recorrido que voy a hacer esta tarde
hasta llegar al albergue de Genêts. Ahora la marea está baja, como
la primera vez que estuve aquí, en que pateamos por el limo, pero
tengo confianza en que hoy lo conseguiré ver con marea alta.
Es
difícil conseguir que la foto salga bonita, pero no dejo de
intentarlo. Al regresar al camino, ya van por él los turistas y
tengo que hacer verdadera filigrana con mis pies para conseguir
driblarles y adelantarlos. Nos hemos encontrado los que vamos y los
que vuelven. Antes de meterme en la “cité”, saco una foto que
pretende abarcarlo todo desde la última plataforma del final de la
carretera. Prácticamente, lo consigo. Están, a la izquierda, una
especie de castillo y una casa-palacio y, por la derecha, después
del segundo baluarte, un muro de contención que parece está siendo
rehabilitado. La última, ya es más cercana y abarca menos. La
carretera se dirige hacia uno de los baluartes centrales. Antes de
llegar a él hay que bajar y una pasarela provisional nos va
dirigiendo hacia la puerta de entrada a la ciudadela fortificada que
esta isla de Mont-Saint-Michel. También una de las fachadas
frontales de la abadía, está siendo rehabilitada y nos ofrece sus
feos andamios.
Ciudadela
intramuros.
Hasta
ahora todas las fotos que he sacado han sido extramuros pero, una vez
pasado el portón de entrada, eso ya no va a ser posible, aunque
mañana seguiré fotografiando el Mont-Saint-Michel desde la lejanía.
He dicho portón, pero la realidad es que se trata de una puerta
demasiado angosta para tantos como entramos y salimos por aquí. Nada
más cruzarla, veo la “i” de Información. Junto a ella, hay un
grupo de 45 niños madrileños con profesor y profesora.
Hablo con
ella y le digo la posibilidad de una cena monacal en silencio. Me
dice que sería imposible con 45 niños, pero que podría haber sido
una sorprendente experiencia. Les cuento el viaje que estoy haciendo
y que inicié en Irun el pasado año y les resulta sorprendente. Subo
a Información y me dan un plano de Manche, que va a ser el que voy a
utilizar para marcar las etapas. Es más ilustrativo que el que
llevaba con Normandía completo, pero también ese me puede ser de
utilidad. Me dicen dónde está el Albergue de Peregrinos. En
realidad no es ese el albergue que a mí me interesa, puesto que no
estoy haciendo el Camino de Santiago, sino la cena monacal y dormir
en alguna celda, pero si no doy con esa posibilidad, a lo mejor me
conviene usar el albergue. No me gusta porque tendría que mentir,
diciendo que estoy haciendo algo que no es cierto y que ya hice en su
día con credenciales y sellos, para ganar el derecho a la
Compostela. Aquí también hay obras en la calle, lo que crea
dificultades para deambular por ellas. Además la gente no tiene
prisa y se para cada dos por tres en los puestos de venta de negocios
que salen a la calle. Debiera estar prohibida tanta oferta de
souvenir en el exterior. Un mercadeo espiritual bajo el auspicio
monacal de la abadía. Llego al final de la calle y toco el timbre.
Pero me doy cuenta y leo que sólo atienden de 12 a 14 horas. Me
alejo de la puerta y asciendo una cuesta que se convierte en
escalinata que, por un lado, es para entrada de grupos y el otro es
para individuos.
La Abbaye Mont-Saint-Michel.
Arriba
hay unas chicas, y me parece que es el lugar donde expenden los
billetes. Me acerco y no es lo que pensaba, ya que la visita es
gratuita. Entro, y voy a ir pasando por las distintas dependencias de
la “Abbaye”, Abadía. Una piedra labrada representa a los cuatro
Evangelistas, pero no es de aquí, sino que fue traída de otro
lugar. Esto es como un gran museo. La fotografiaré más tarde.
Cambio de opinión y dejo las dependencias para después. Subo la
gran escalinata hacia una de las terrazas con intención de ver desde
arriba la Baie du Mont-Saint-Michel y comprobar el estado de la
marea.
Mucha gente sube conmigo y, desde la cima, saco una foto hacia
abajo de la escalinata que acabo de subir. Mientras, otros ascienden.
Me asomo y veo que el mar está lejísimos. El Couesnon que es
evidente al inicio, se va perdiendo entre el limo.
Es como si
estuviera en el delta del Ebro, pero sin la potencia y el caudal de
aquel magnífico río nuestro.
Un pequeño enclave rocoso se eleva
unos metros de la arena fangosa y resbaladiza. Al fondo, a la
derecha, se ve la costa por la que voy a transcurrir durante esta
tarde camino del albergue de Genêts. Antes tendré que cruzar al
otro lado por el puente sobre el río que atraviesa Pontaubault y que
aporta el mayor caudal fluvial a esta gran bahía de
Mont-Saint-Michel. Si la subida del mar hubiera estado más próxima,
me habría quedado hasta verla llegar, pero no es el caso. Saco dos
instantáneas y me vuelvo para sacar, lo más cercano que puedo, el
pincho más alto, que está sobre el campanario, con la fachada
principal que permite la entrada a la iglesia de este magnífico
monasterio. Su imagen de conjunto es lo más espectacular, mucho más
que lo que se va viendo estando dentro de la isla.
Abadía
y dependencias monacales.
Entro
en el interior de la iglesia. Lo que más me gusta es la zona del
ábside. Es austero y muy luminoso. Las propias columnas sustituyen
magníficamente al mejor retablo barroco que inundan infinidad de
iglesias de estos y otros lugares. Con eso no quiero decir que no
haya retablos que me agraden, como los no policromados de Lekeitio, y
alguno de Huesca. La nave central es muy alta y tiene nave lateral a
ambos lados, con amplio corredor en lo alto, para ver sin ser visto.
Hay turistas visitantes, pero no interfieren mi marcha y puedo hacer
un recorrido completo de la iglesia.
Con todo, no voy a entretenerme
mucho en esta visita. Después fotografío la piedra labrada dedicada
a los cuatro evangelistas. Su pluma en la mano los delata, pero no
voy a saber distinguir quién es Juan, quién Lucas, quién Marcos y
quién Mateo. Poniéndolos en orden alfabético no doy prioridad a
uno sobre los otros, aunque quizás en mi fuero interno pondría el
primero al último, Mateo. Probablemente la razón esté en Pier
Paolo Pasolini. Tendría que saber quien es quien, por los símbolos.
El que figura el último, simbolizado en un hombre, es Juan. El del
León es Marcos. El festival de cine entrega el León de oro y
también está en la plaza de San Marcos, en Venecia, otro referente
cinematográfico. ¿Es Mateo el del toro alado? El que lo sepa, que
me lo diga y lo pondré adecuadamente.
Las cuatro piedras están bien
sujetas a la pared por soportes metálicos, pero al estar tan bien y
recientemente restauradas, dan sensación de falsedad, han perdido la
autenticidad que proporciona la mugre del paso del tiempo. Sobre las
cuatro piedras labradas hay un friso cuarteado con una decoración
sencilla de cuarterones, hojas y flores, muy en consonancia con el
conjunto. Salgo al bello claustro, que ofrece arquillos con filigrana
escultórica diversa en el interior. El tema es similar en todos los
vanos entre huecos, pero no hay uno igual a otro.
A pesar de que hoy
haya gente, uno puede hacerse idea de la tranquilidad y sosiego que
disfrutaban los monjes paseando por estos corredores leyendo sus
breviarios. Y si no queremos ponernos tan idílicos, de las intrigas
que mostraba Umberto Eco en El nombre de la rosa. Me asomo al jardín
y fotografío el exterior del claustro. Un seto formando un cuadrado
central parece que puede ser de boj o de aligustre. Rodeando el
claustro unas flores rosáceas dan una nota de color suave y el color
se incrementa con los rosales que completan el espacio intermedio.
Sorprende ver un tinglado metálico con tiestos que no ofrecen planta
alguna. ¿Para qué los habrán puesto?, me pregunto.
Desde el
claustro se puede ver una parte de la iglesia y de sus pináculos
laterales. Paso a un gran salón que, con mesas y bancos apoyados en
los laterales, me hace pensar en el refectorio. Es muy probable que
aquí celebraran sus frugales comidas. ¿El patio del claustro sería
huerto y ahí cultivarían hortalizas? La techumbre aparece reforzada
por tirantes que, siendo metálicos, hace pensar que no fueran de la
época de su construcción, sino un apaño más actual para evitar su
deterioro y demolición. El amplio local recibe algo de luz de la
izquierda pero, sobre todo, de los dos altos vanos frontales, que
iluminan toda la sala.
La bella decoración central del suelo, como
si de un mosaico se tratara, está en tan perfecto estado que hace
pensar en una reconstrucción. Tiene que estar perfecta, pues por
aquí pasa mucha gente de visita. Paso junto a otra escultura, esta
vez labrada en un tímpano ojival. Se trata de San Miguel en el
momento de aparecérsele a Saint Aubert de Avranches. A este obispo
se le apareció un arcángel bellísimo, que lo enamoró. ¿Fue un
arrebato de homosexualidad el del tal santo Alberto?
Esta pieza en
cuarteles, está también restaurada, como la de los evangelistas,
pero está más deteriorada y le faltan algunos trozos. Con todo, es
bien reconocible lo representado. Llego a las cocinas. Aquí todo se
guisaba con leña y el humo salía por las chimeneas.
Tenían que
estar bien construidas y tener buen tiro, para que el humo no anegara
los pulmones de los monjes. Por esa razón me asomo por dentro para
comprobarlo. El conducto está expedito. Los aromas de los guisos
podían llegar al cielo, como un presente de agradecimiento terrenal
por los alimentos recibidos.
Todavía quedan huellas de hollín, pero
aquí hace muchos años que no se cocina nada de nada. De nuevo la
restauración y la limpieza de los estragos hechos por el humo en la
piedra, resta autenticidad y exige demasiada imaginación para
creernos que esto fue en tiempos una cocina. Todo tan aséptico acaba
por aburrirme. Paso por otra estancia amplia y bella en sus
dimensiones, tanto de profundidad como en altura, me hace pensar en
un gran salón de baile. Supongo que aquí no bailarían monjas con
frailes, ni que se recibiera a la nobleza para festejarles, pero
tiene las condiciones idóneas para que pudiera ser un espacio para
recibir a las grandes visitas con su séquito. Es también, más
probable, que aquí convocara a capítulo el abad a todos los monjes
del convento. Tanta magnificencia me aburre. Con esta visita de la
última dependencia, de la que salgo igual que como he entrado,
compuesto y sin novia, termino mi paseo por la Abadía.
Albergue
de Peregrinos.
En
la iglesia he preguntado a una monja, que se veía que era de la
abadía, si había alguna forma de cena frugal en silencio, con
peregrinos y monjes, a la que me pudiera incorporar. Annick me dijo
que se podía, pero esta monja no tiene ni idea, ni me da ninguna
respuesta positiva, ni me dice a dónde ir para preguntar. Cuando ya
voy a iniciar el descenso con intención de buscar un restaurante
para comer, encuentro a una alemana que se me acerca y pregunta si
tengo intención de pernoctar aquí. Le digo que sí. Como van a dar
las doce, vamos bajando, haciendo caso omiso de lo que el entorno nos
ofrece. Por una escalera de caracol, oigo voces mexicanas. Retorno a
la hora señalada a la puerta del albergue de peregrinos. Tardan en
abrir. Un señor gordito, nos dice que las credenciales las reparten
en la librería y que volvamos a las 14:30 horas que es cuando abren.
Nos enseña el tampón con el sello del camino y ahora, cuando
escribo, siento que no me lo pusiera en el diario. Me han faltado
reflejos. El gordito me ha quitado el ánimo pues me dice que lo de
dormir y cenar lo tenía que haber negociado en la Abadía.
Para la
alemana es pronto para comer y prefiere ver algo más de la Abadía,
así que sube de nuevo la escalinata. Según me dice, yo no he visto
la gran iglesia, sino la pequeña. Yo ya me he quedado harto de la
Abadía y prefiero ir a comer. Nos veremos a las dos y media en la
librería.
Comida
en Les Terrasses Poulard.
Pero
no será cierto. Parece que ninguno de los dos va a esperar a que
abran y me la veré en Genêts. No me apetece hacerme una credencial
ficticia para no usarla más y jugarles el juego a los peregrinos y
quienes potencian peregrinaciones peregrinas. Aunque haya quedado con
la alemana a las dos y media ante la librería, después de comer,
tomo la decisión de marchar de aquí. Bajando la cuesta, entro a
comer en Las Terrazas Poulard. Pero ni pediré polla, ni que me metan
cebada por la polla. Poularde es cebada, pero también pularda, es
decir, cría de gallina. Mientras me sacan la comanda, salgo a la
terraza Poulard y me asomo.
En el espacio almenado, veo dos vanos
inclinados que, me parece, como si estuvieran preparados para
expulsar al enemigo que pudiera querer trepar con escalas a esta
fortaleza, mediante el arrojo de aceite hirviendo. Nadie me lo dice,
pero es algo que ya he visto en otros castillos medievales visitados.
Pero lo que más me interesa es un grupo de alumnos que está en la
arena limosa escuchando la disertación de alguno de sus profesores,
o fotografiando algo curioso o, simplemente, divirtiéndose, y que
desafían la subida de la marea que, me aseguraron, avanza
repentinamente y sin avisar. Dos chavales, más intrépidos, avanzan
hacia la orilla.
Cuando regreso al comedor, ya tengo el primer plato
sobre la mesa. Como una ensalada, que fotografío, rica pero algo
escasa, y un buen plato de tagliaterre con champiñones, que habrían
estado más ricos si hubiesen escurrido bien el agua de la cocción
de la pasta. Termino con rico pastel de manzana caramelizada y la
cerveza. Es una cerveza super-especialísima, fijaos bien en la foto,
pues me van a cobrar por ella 9 €. La cerveza más cara de mi vida.
Cuando acabo de comer, pago los 25 € (Menú 16 + pression 9). Estoy
en la mesa nº 8. Mientras estoy comiendo, entra una pareja. Casi
tengo certeza de que es hispana. Me acerco, pregunto, y son de
Madrid. Me vuelvo a mi sitio. Saco una foto del comedor con fondo de
la cristalera que da a la terraza Poulard. Cuando ya me voy a marchar
vuelvo a saludar a la pareja y decirles lo que cuesta una cerveza,
pero él ya ha pedido la segunda, cueste lo que cueste. Tiene sed, y
ya sabe el precio. Les cuento el camino que estoy haciendo y a dónde
pretendo llegar. Los que viajan en coche, alucinan.
Huyendo
de la abadía.
Me
despido de ellos y salgo como puedo, ya que las obras que están
haciendo en la calzada no dejan mucho margen para maniobrar entre
tanto gentío. Menos mal que a estas horas están paradas. Saco foto
de la calle descendente. Me infiltro entre la baranda, contento de
marchar de aquí, y despreocupado de quedarme sin ver la ansiada
subida de la marea. Otra vez será. ¡Adiós abadía, adiós
credencial, y adiós alemana! Voy deshaciendo el camino de la mañana,
hasta que llego donde dan la vuelta los autobuses y me decido por
coger uno de ellos hasta donde me lleve.
Ya sé que su final es en el
aparcamiento de coches. Ahora voy más acompañado que por la mañana,
pero quiero sacar una foto del Mont-Saint-Michel desde uno de los
puntos más bonitos, que será muy similar a una de la mañana, con
la única diferencia del cambio de luz solar. Va a ser mi última
foto cercana, pues hoy iré plasmando en mi cámara el alejamiento.
Quizás mañana por la mañana, también. Cojo el autobús gratuito
junto con otra gente y me deja en el aparcamiento. Pregunto a un
guardián del orden y me dice dónde está Información. Allí me
dicen que continúe por un ramal que me llevará hacia la carretera
que va a Avranches. Mira por donde, voy a ir al pueblo del obispo y
quizás me entere de la razón de su atracción por los arcángeles.
Pero Avranches está en el interior y no tendré necesidad de pasar
por allí. Me dicen que en Genêts tengo otro albergue. Lo tenía
anotado, pero lo había retirado de mi lista de posibles, porque no
encontraba el lugar.
Huisnes-sur-Mer.
Cementerio.
Ya
he bajado del bus, salido del aparcamiento por donde me han dicho en
información, y ya estoy en dirección Avranches. Paso por un
sembrado de maíz, un maizal, y lo fotografío con Mont-Saint-Michel,
al fondo. Va a ser una constante de esta tarde.
Paso por desviación
hacia Huisnes-sur-Mer. Indican cementerio militar. Recuerdo que por
esta zona mi amigo Luis Bermejo me dijo que había un cementerio
militar alemán muy sencillo y que merecía la pena visitarlo, como
contraste con otros de los aliados mucho más ampulosos. Intento ver
la distancia, pero no veo que lo indiquen por ninguna parte. Así que
me olvido de él y sigo adelante. Veo una mansión tras un muro y muy
cercana a la carretera. A falta de cementerio, va a ser lo que
fotografío. Sigo camino hacia Courtils.
Courtils.
Nada
más pasar la desviación hacia Huisnes-sur-Mer, y probablemente ya
en terreno de Courtils, encuentro un rebaño de vacas. Unas son más
blancas que negras y otras más negras que blancas, pero todas
participan de los mismos colores o quizás, fuera mejor dicho,
participan de la ausencia de color.
Muchos, pintores y no pintores,
consideran que el blanco y el negro no son color. O, en todo caso, el
negro se consigue mezclando todos los colores. Más adelante veo, más
distante, un rebaño de ovejas. Éstas también son blancas, aunque
también se ven algunas negras. Pocas, sólo la oveja negra de la
familia.
Así voy acercándome a Courtils y, desde la carretera, ya
empiezo a ver el pueblo entre mucha arboleda. El camino va bien pero
luego se empezará a complicar. Pasado Courtils, pero sin acabar de
salir de su ámbito, paso por un lugar en el que han puesto un carro
azul ilustrativo y bellamente decorado con plantas y flores.
Estos
regalos de los campesinos que alegran la vista del caminante, los
agradezco sobremanera. Son como regalos para el viajero. Así los
percibo yo y lo agradezco. Unas espigas que culminan con semillas,
aunque estáticas, me hacen dudar si en el cielo hay una bandada de
estorninos. ¿Qué os parece? Me sorprende que esté en este lugar
con hierba recortada y no en medio de una rotonda en un cruce de
carreteras.
En el número catorce de una casa, me resisto a dejar de
fotografiar su entorno. Se ve que aquí vive un enamorado de la
construcción. Con piedras y cemento, consigue formas sublimes de muy
buen gusto. Pretiles innecesarios, asientos poco útiles, consiguen
un conjunto armónico, que me resulta también muy grato. Un caldero
azul pende de arriba de un alto muro.
Es así como a las tres y media
voy saliendo de Courtils, contento de haber pasado por este pueblo
que tanto cuida la estética. En la despedida, una bicicleta pintada
a cada lado de la carretera, muy patriota, ofrece los colores de la
bandera tricolor francesa. Aunque quizás el azul sea demasiado
celeste.
Pontaubault. Ciclista suicida.
Abandonando
Courtils por la carretera con poca circulación, sigo hacia
Pontaubault. Llego a una casa donde, sobre un seto, un ciclista
suicida parece que pretende dar un salto mortal hacia la carretera.
Según me voy acercando, parece estático, como si no se decidiera a
suicidarse. Cuando estoy debajo lo fotografío. Es un muñeco al que
le fallan manos y pies pero, el resto da el camelo. Se ve que en
estos dos pueblos tan próximos prima la afición al ciclismo.
El
ferrocarril pasa por debajo de la carretera. Por lo menos, lo que veo
son las vías. Parece que hay una línea que viene de Pontorson, pasa
por Avranches y sigue por interior hacia Cherbourg, a donde llegaré
el día 26. Faltan seis días. No sé qué me ha pasado, pero me he
metido en una autorruta.
Después de pasar por debajo del
ferrocarril, en un puente de hierro. Mientras dura el carril de
entrada, voy bien, con los coches de espalda pero, al acabarse, veo
la posibilidad de escaparme por una carretera lateral. Paso las
vallas centrales de separación de las dos direcciones y me meto por
la que indica: a 1 Km. Pontaubault.
Con esta decisión, ya puedo
olvidarme del obispo y su Avranches. Voy pasando por el Ayuntamiento,
que es pequeñito pero tiene su gracia. Luego por la iglesia que es
moderna y le falta gracia. Porque tiene cruz y torre pero, por lo
demás, no tiene ninguna pinta de ser iglesia.
Después, por el
cementerio. Lo que he ido viendo hasta ahora con el nombre de pista
cyclable, veo ahora que la llaman véloroute. Me parece más acertado
este nombre que el anterior. Las tres últimas fotos las he sacado en
el intervalo de un minuto. Tanto la “mairie”, como “l’église,”
como el “cimetière”, están en un reducido radio de acción. En
el ayuntamiento ondea solamente la tricolor, y un hombre riega las
plantas de un gran tiesto.
Delante de la iglesia hay un monolito de
estilo fálico, como los de la reina egipcia Hatchepchut y que por
los nombres que lleva inscritos bien pudiera ser en recuerdo de los
soldados fallecidos en las dos últimas guerras mundiales. En el
cementerio, se ve una gran portada que debió ser la entrada antigua
de paso entre la tapia. Este pueblo lo paso a toda velocidad. Cuando
llego a un puente de hierro, sobre un río y lo paso, me olvido del
indicador de la véloroute, que me hubiera llevado de nuevo al lugar
de donde vengo, le Mont-Saint-Michel, por la pista para bicicletas.
Ahora ya estoy caminando hacia el valle. Por este puente, los grandes
camiones y los tractores de labranza tendrán gran dificultad para
poder pasar.
Le-Val-Saint-Père.
Se
podría traducir como el valle del Santo Padre. En catalán
equivaldría a Santpere, que sería como San Pedro. Algunos dicen que
el catalán es una mescolanza de castellano y francés, pero eso nos
podría llevar a errores de bulto. Desde que paso el puente, tardaré
más de una hora en llegar a la zona de la iglesia, pero es un pueblo
muy disperso, ya que abarca todo el valle.
Primero paso por un prado
donde pastan cabras que, cuando me ven pasar, se acercan a saludar.
Probablemente por aquí no pase ni su padre, ni el Santo Padre, y
piensen que les traigo pienso. Si es que las cabras tienen, además
de instinto, capacidad de pensar. Por aquí me voy librando de la
gran carretera, pero estoy dando muchas vueltas por pequeños lugares
del burgo. Encuentro ovejas y fotografío también a vacas. Las vacas creen que soy el vaquero y se acercan. Acabo de ver por la carretera un coche que pasa con matrícula CW. Pasa tan rápido que no puedo ver lo que sigue. Fantaseo con final en BY y construyo con las cuatro letras las dos palabras que definen al vaquero en inglés: Caw-boy.
Unas vacas me
miran con mala cara, bueno, con la suya, pero cara de no muy buenos
amigos. Otras me dan el culo. El primer grupo es variopinto, con
reses blancas, pardas y pintas con mezcla crema y marrón, pero
también hay una que es entre negra y blanca. Sin embargo en el
siguiente la mayoría son en blanco y negro pero, lo que más me
llama la atención es la que selecciono por sus enormes tetas
repletas de leche.
El ordenador me dice que la palabra “tetas” es
incorrecta y me deja poner “ubres”. Escribo las dos formas sin
ningún pudor. ¡Quien pillara esa leche de sus tetas en el desayuno! No sé por
qué razón, la vaca se asusta. Espero que no se le corte la leche
del susto. Cuando llego a una agrupación de casas de labranza, saco
foto al maizal, pero mi intención no es tanto por el interés de lo
agrario, que también, cuanto porque, al fondo, se ve que ya me voy
alejando del Mont-Saint-Michel.
Todavía no ha subido la marea. Qué
rápido hubiera llegado hasta aquí si hubiera sido más valiente.
¿Habría sido posible?, me pregunto. Prefiero no haberlo intentado.
De un barrio voy pasando a otro y por fin llego a la iglesia de este
pueblo tan extendido. La pregunta que me hago entre Saint Père y
Saint Pierre, ahora me vuelve a llenar de confusión. La iglesia, que
está en la calle San Pedro, ¿podría llamarse también San Pedro?
El Valle San Père, podría ser como en catalán, ¿el Valle San
Pedro? Son preguntas para el experto que sepa contestar. Yo no lo sé.
Como es habitual en muchas iglesias de estos pueblos franceses,
también aquí se rodea del cementerio. Todos los muertos descansan
bajo la protección de la Iglesia católica. Pregunto a una señora
gruesa que arregla su jardín, me dice que para continuar debo coger
la carretera de la izquierda. Tras fotografiar la iglesia, entro en
ella. Es de una sola nave y me agrada. Pero no logro adivinar a qué
santo está encomendada. Es de paredes toscas y me sorprende su
techado azul oscuro, que le resta luminosidad, aunque tiene amplios
ventanales. La mayor luz está en el altar, donde el techo es de
color blanco.
Saco foto del ayuntamiento que está en una zona
repleta de arriates de flores muy variadas. Salgo del pueblo y
continúo por donde la señora me ha dicho, aunque veo que la
dirección que pone en la carretera es la de Avranches, y yo no
quiero ir por allí. Paro a una furgoneta y un joven me da muy buena
explicación. Avranches es la dirección correcta pero, cuando llegue
a la autorruta, debo tirar hacia la izquierda. Le agradezco su
información y continúo adelante. Justamente al lado había un carro
con pizzería ambulante a “importer”, donde podía haber
preguntado. Pero la señora que me podría confirmar algo, sigue
enfrascada en su trabajo. Ya sé que voy bien por el camino que me
anuncia un aeródromo y, al llegar al cruce, tiro a la derecha.
Daniel
y su coche.
Ya
he salido de le Vall-Saint-Père, he cogido la carretera correcta,
pero me vuelven a surgir dudas en el siguiente cruce. Veo a un
hombre, Daniel, que va a montar en su coche. Me dice que para llegar
a Genêts me faltan aún 15 kilómetros. Se me cae el alma a los
pies. Me dice que es mejor que coja el GR, que por la carretera serán
aún más. Se ofrece a llevarme hasta una pasarela que me acortará
camino y me llevará hacia Vains.
Estoy vendido, no tengo más opción
que aceptar su ofrecimiento, a pesar de que es algo que no me gusta
hacer. No quiero llegar al albergue tan justo como llegué ayer. Me
monto en el coche de Daniel y avanzamos poco más de dos o tres
kilómetros. Me deja junto a un puente. Subiendo a él saco una foto
del coche de Daniel con él dentro. En la matricula además de los
números, las letras se preguntan “Wy?”. Pues he dicho bien claro
cuáles han sido las razones que me han llevado a subir al coche:
desconocimiento y premura. Desde el mismo lugar fotografío el
puente, o pasarela metálica, que ahora mismo pretendo cruzar sobre
un riachuelo no muy caudaloso, pero suficiente como para necesitar
puente. Éste es un puente exclusivamente peatonal que, en su lado
izquierdo presenta una estructura colgante muy peculiar.
Vains.
Faltan
dos kilómetros para llegar a Vains. Al salir me tienta ir por el GR,
pero me da inseguridad. Faltando un kilómetro para Vains, anuncian 6
para Genêts. Está claro que con este atajo que me ha propiciado
Daniel, he ahorrado muchos kilómetros. En la ruta se anuncia que en
Genêts hay una iglesia recomendada. Trataré de verla. Ya estoy
entrando en Vins, cuando veo el anuncio de una fiesta. Me limito a
sacar una foto panorámica de la entrada del pueblo, que voy pasando
sin casi enterarme.
Cuando estoy llegando a la iglesia, veo anuncio
de crepería, pero ahora lo que menos me importa es cenar. Lo que
quiero es llegar al albergue a tiempo. Más adelante, pasado el
pueblo, veré los anuncios de distancia a Genêts de 5 y 3
kilómetros. En toda Bretaña no he tenido oportunidad de que me
anunciaran la distancia kilométrica entre poblaciones, debe formar
parte también de su visión ecológica del paisaje. El encontrar el
dato de los kilómetros que faltan para llegar a un sitio, ayuda
mucho en la toma de decisiones.
Genêts.
Entrando
en Genêts, una conductora para su coche. Pasan tres coches más que
van con ella. En cada uno va solo el conductor. Creo que me puede
informar algo sobre el lugar en que se encuentra el albergue, pero
ella lo que quiere es que le cuente qué camino estoy haciendo. Yo no
estoy para cuentos, pues no quiero que me cierren por llegar fuera de
la hora de recepción. Además, ella no me puede ayudar porque no es
de allí y desconoce su paradero. Me despido y sigo adelante. El
joven conductor del último coche también me saluda. Cuando llego a
una bifurcación de la carretera, tampoco aparece ningún indicador
de albergue. No hay ni alma por la calle a quien preguntar.
Una
familia cena dentro de su casa. Doy un toque con los nudillos en la
puerta acristalada. Me ven y acude una mujer. Un hombre sale a la
calle y me acompaña hasta el final de la misma. Aunque llovizna, a
él no le importa, ya sabe cómo es la lluvia normanda. Hasta ahora
yo sólo conocía la bretona. El hombre me dice que continúe por la
derecha y allí lo encontraré, en el 28 de la rue de l’Ortillon.
Genêts.
Auberge de Jeneusse.
Agradezco
y sigo adelante. No encuentro el nombre de la calle por ninguna
parte. La lluvia se va animando, ya no es sirimiri. Por fin encuentro
señal de albergue pero, cuando debiera indicar giro a la derecha, no
lo encuentro. Dudo. Sin ver ningún indicador, veo una sala
polivalente vacía. No hay nadie y no puedo saber si se trata de
algún servicio municipal. Sigo un poco más adelante donde, sin
señal en lo alto, ni indicador alguno, entro en el albergue cuando
ya está jarreando. El gran chaparrón me pilla dentro, bajo techo
protector, ligeramente mojado. Una chica fuma fuera, bajo una
tejavana, tira el cigarrillo y avanzamos dos puertas más hasta el
“accueill”. En recepción escribo la ficha de inscripción y me
ofrece la posibilidad de estar solo o acompañado de alemán y
noruego. Ante la dificultad de comunicarme en idiomas desconocidos, y
por el mismo precio, le digo que prefiero estar solo. Es algo
inaudito en mí. Pago con Visa 19,30 € y en el justificante pone
FUAJ AJ. Parece una redundancia poner Federación de Albergues
Juveniles y repetir esta última parte. La chica me da la habitación
nº 2 que tiene dos literas y lavabo. La ducha y el retrete están al
final del pasillo. La ropa de cama, las sábanas y funda de almohada,
está sobre la propia litera y sólo tengo que hacerla. Como es
lógico, elijo la cama de abajo. Después de cagar, me ducho con agua
caliente que se regula bien en cuanto a temperatura, pero el suelo
está mal nivelado y escurre el agua hacia fuera. El jabón saca
mucha espuma. Termino con templada tirando a fría. No sé por qué
razón, tengo el culo escocido y para calmarlo me doy aloe-vera.
Antes de meterme en la cama me daré también en los pies. Estoy
cansado y escribo poco, casi nada. Creo que hoy habré caminado más
de cuarenta kilómetros. Como no he cenado ni voy a poder cenar, como
una barrita energética, dos dátiles y entre 20 y 25 pipas de
calabaza. Antes he bajado a pedir tijeras para recortar el mapa de la
Mancha y anoto los puntos clave que ya había situado en el anterior
de todo Normandía. Sólo puntos de albergues, ya que no hay ninguna
playa nudista oficial. ¡A ver si encuentro alguna! La sandalia
derecha está a punto de romperse. No sé cómo no me di cuenta que
le quedaban pocos días antes de salir de casa. Repaso a mis dedos
pequeños de ambos pies. El izquierdo me sigue molestando, pues el
papiloma permanece en su sitio. Al derecho le ha salido una ampolla
superficial por arriba que ayer creía que lo haría, pero no
reventó. Confío en que se reviente ella sola. Así voy equilibrado,
con los pies heridos en el mismo dedo. Los dos talones, que me habían
empezado a doler, ya se van endureciendo y apenas me duelen. Soy todo
un machote. Llamo a Vera y se me acaba el saldo. Me da tiempo a
decirle que hoy he visitado Mont-Saint-Michel y que ya estoy
ascendiendo hacia el Norte. Para las 23:15 horas ya estoy acostado y
duermo como un lirón. En toda la noche, sólo me levanto una vez
para ir a orinar, pero no salgo de la habitación y, dejando correr
el agua del grifo, lo hago en el lavabo.
Balance
del día que he llegado a Mont-Saint-Michel.
Cuando
el pasado año comprendí que no podría llegar a Bélgica, había
equivocado un mes en mis cálculos, y decidí llegar aquí como
alternativa, tampoco lo conseguí. Como se ve, me faltó una semana.
Hoy, por fin, he llegado y pasado y casi está a punto de finalizar
la Bahía del mismo nombre. Esta ciudad aislada y esta abadía ya las
conocía y no hubiera pasado nada si la hubiese pasado de largo, pero
no me arrepiento de haber llegado a ella. Tanto el acercamiento, como
el alejamiento de este triángulo perdido en medio de la nada de
arena y limo, tienen su encanto. Los mapas que obtuve ayer, hoy me
dan juego. La alemana con la que estuve en el albergue de peregrinos,
no dio mucho de sí. La veré al desayunar. No me importa haber
cogido el autobús lanzadera del Monte hasta el aparcamiento. Era un
recorrido que ya había hecho a pie al llegar por la mañana.
Agradezco a Daniel que me haya llevado en su coche los dos o tres
kilómetros que me faltaban para llegar a un puente que él sabía
donde estaba escondido. Me ha ahorrado bastantes kilómetros y he
podido llegar al albergue con tiempo de sobra. Gracias también al
hombre que me ha acompañado un trecho en Genêts desde su casa.
Suerte de que la tromba de agua ya ha caído cuando estaba a punto de
llegar al albergue. No he sabido quienes eran ni el alemán, ni el
noruego con los que la recepcionista me invitó a compartir
habitación. Un día muy cansado.
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