Etapa
06 (363). 19 de junio de 2013, miércoles.
Port
Picain-Cancale-Saint Méloir des Ondes-Saint Benoît des Ondes-Vildé
la Marine-Hirel-Le Vivier sur Mer-Cherrueix-Roz sur Couesnon-Saint
Georges de Gréhaigne-NORMANDIA-Pontorson.
Hoy
entraré en Normandía. Es mi etapa número 72 por Francia Atlántica.
Amanecer
en un albergue singular.
La
última orinada es a las seis media, me vuelvo a acostar y duermo
hasta las 7:10 Luego me ducho y visto y me pongo a escribir el
diario. Jean Yves se levanta a las siete y media y aprovecho para
correr las cortinas y que entre más luz. Así veo mejor lo que
escribo. Dejo el diario cuando él ya se ha preparado y bajamos
juntos a desayunar. Nos hemos adelantado diez minutos a la hora
marcada de las ocho, pero desayunamos. No hay nadie y nadie nos dice
nada. Empiezo con dos vasos de zumo. Así hidrato el cuerpo, puesto
que sigo con el hábito de beber poco agua. Como cuatro trozos de pan
con mantequilla y mermelada. Hoy pruebo una de limón. Al café con
leche, le echo un poco de cacao. Pasadas las ocho, empieza a llegar
más gente al comedor. Dejamos las bandejas y subimos a la
habitación. Jean Yves cura sus pies con guata (algodón hidrófilo)
y esparadrapo. Se asombra de que yo pueda viajar con sandalias. Desde
ayer me duelen los dos talones por su parte interior pero, cuando
empiezo a caminar, me olvido de ello, así que no será para tanto mi
dolor. Como dije ayer, le doy mis señas, por si quiere contactar
conmigo. Él también está preparado y, para las nueve, parte con su
gran mochilón.
Tiene reserva en albergues para los siete días, y yo
le explico las razones para que no pueda hacer lo mismo: libertad en
recorridos, incertidumbre de las llegadas, aceptación de
invitaciones…, en definitiva, quererme y dejarme querer. Nos
despedimos y yo sigo escribiendo. Al no hacerlo ayer debido a su
llegada, si no lo hago ahora, se me van a olvidar muchas cosas. De
hecho, leyendo ahora el día de ayer, tengo dudas de cual fue el
momento en que me metí con los ciclistas en las aguas pantanosas y
dudo de que lo haya ubicado en el lugar correspondiente.
Escribo
hasta las 9:30 horas. Recojo todo y me acuerdo de que no he tomado la
pastilla con el desayuno. Lo rectifico ahora. Bajo a recepción,
entrego la llave a una mujer y echo la ropa al cubo de mimbre. Ella
me devuelve el carnet de alberguista, que yo ya olvidaba. También me
dice el lugar donde debo retomar el camino. Me asomo a una balconada
y saco foto del puerto de Port-Picain, con el Mont-Saint-Michel, al
fondo de la bahía, apenas visible entre la bruma. En el puerto, los
barcos están a flote, lo que me hace pensar en que la marea no está
muy baja. Algunos pescadores ya llevan en sus carros sus lanchas
neumáticas y otros bogan en ellas. Las usan como auxiliares para
llegar a sus motoras más grandes. Cuando salgo a la calle, también
fotografío el albergue, su triángulo singular. Es así como me
despido de Port-Picain.
En
marcha hacia Cancale.
El
camino que me han indicado es bueno pero, al llegar a un punto, dudo
y salgo sin querer a distinta carretera que la recomendada por el
chico de Tenerife que, como es nuevo en esta plaza, poco me ha podido
ayudar. Paso por Port-Briac y, desde arriba del acantilado, he sacado
una foto de la zona de aparcamiento de los coches y de la playa que
también es puerto. Aquí también faenan los primeros barqueros y la
playa ofrece demasiadas rocas. Por la marca que ha dejado la última
pleamar, deduzco que la marea está en zona media. Al fondo asoma una isla.
Pasado el puerto,
cojo la rue Herpin y voy bajando hacia la escuela de música de
Cancale. Con el pueblo ya cerca, saco foto de un maizal que ha sido
plantado para recoger mazorcas, no para forraje de ganado.
La entrada
al pueblo la hago por un lugar muy bonito. Como me gusta, lo
fotografío. Veo la torre de la iglesia y me parece un buen referente
para llegar al centro.
Pero la que fuera iglesia, ahora es museo.
Aunque me acerco a la entrada, no recuerdo qué es lo que se exhibe
en este edificio adaptado.
La temática del fuego, no sé si tiene
que ver con la exposición estable o es sólo una de carácter
temporal. El reloj de la torre parece que marca las 11:10, pero
podría ser también la media, puesto que hay una raya negra en
vertical, que no creo que sea el segundero. A lo mejor la perspectiva
me juega una mala pasada.
En realidad son las 10:10 y el desfase con
el horario de la cámara sigue siendo de un cuarto de hora, algo que
se va a mantener hasta el final de mi viaje. En pocos minutos llego a
la gran iglesia, con alto campanario y que cumple las funciones
religiosas para las que fue construida. Estoy lejos de ver las
iglesias de Holanda y Polonia reconvertidas en pubs, bares,
restaurantes y garajes, que han pasado de reparar almas a reparar
vehículos.
Fotografío la iglesia de lejos, para que me entre todo
el campanario de base cuadrada y que ofrece una terraza en la parte
superior. En un lateral tiene adosada una torre circular que muy bien
pudiera albergar la escalera de caracol para acceder a ella. Al
menos, esa es la conclusión que se me ocurre, a falta de poder
verificarlo. Como a esta hora no es accesible, me limito a lanzar mi
conjetura. El reloj marca la hora exacta. Entro en la iglesia. Es de
tres naves y la central muy alta. Las laterales disponen de corredor
en lo alto, lo que obliga a reducir su altura.
El estilo es
neo-gótico, que supuso un intento de recuperación del espíritu del
gótico. Pero aquí no vemos ni rosetones, ni los campanarios
flamígeros de aquella su última época. El altar ofrece ara pero no
retablo y la luminosidad que viene de lo alto es potente. El resto de
las naves es más umbría. Cuando salgo de la iglesia, acompaño a
una mujer que va con la cesta de la compra, con la que voy saliendo
hacia el GR-34. Llego a la costa en un punto intermedio entre la
Pointe de La Chaine, su cabo más al Norte, y la Pointe de Hock,
donde veré un pequeño faro.
Saco una foto hacia atrás con un
roquero muy feo, que dispone de plataformas y caminos hacia el mar,
donde flotan las embarcaciones, le Rochier de Cancale. Al fondo se ve
la isla Le Chatellier, que ya asomaba cuando estaba en Port-Briac y
que no he podido verla al pasar por haberme equivocado de camino.
Tiene apariencia de dragón marino. Si estuviéramos en el lago Ness,
más de un san Jorge lo mataría. Para los menos temerosos podría
parecer un perro Pupy haciendo la plancha.
Continúo camino hacia la Pointe
de Hock donde, desde la cima y sin bajar al barrio marinero, disfruto
de la geometría de las mejilloneras. Muchas de ellas están vacías.
Los “moules” ya habrán sido comidos por muchos franceses y algún
extranjero intrépido. En el extremo hay dos faros. Parece que el más
antiguo es el más próximo a tierra, donde se ha construido un
malecón que ahora dispone de otro faro más pequeño. Además de las
mejilloneras que oteo a simple vista, hay otras cubiertas por la
marea, donde trasiegan los vehículos anfibios que disponen de
ruedas.
Sin bajar de las alturas, fotografío el bonito barrio de
pescadores y luego paso por sus calles entre las casas. Ofrece una
pequeña playa que no sé si en la marea alta puede tener algún
encanto. Da la impresión de que está más al servicio de la
industria mejillonera. Un vehículo anfibio descansa sobre la arena
dorada. Cuando paso por el malecón que separa la zona de las
mejilloneras y la del barrio de pescadores, saco foto para que se
vean los dos faros alineados. A partir de este barrio, ya voy a ir
saliendo de Cancale. Pero la bajada a este barrio no es tan sencilla.
Saint-Méloir-des-Ondes.
La Ferme des Nielles.
He
salido de Cancale. El camino me zarandea, me lleva y me trae. Las
últimas casas han quedado atrás. Ahora me lleva hacia otra playa,
pero un reguero de agua, que no sé de dónde proviene, hace
resbaladizo el suelo y las piedras que me obliga a ir pisando. Debo
bajar con mucho tiento para no resbalar. Paso por un prado donde veo
dos reses con pinta de búfalos, mal-encaradas, con un penacho de pelo
claro que encubre su inteligencia frontal, dejando sus ojos tapados y
destacando más los cuernos.
Mientras un animal come, el otro mira
con cara de no muy buenas migas. Tranquilo, que yo no te he hecho ni
te voy a hacer nada. Y es así como llego a una mansión privada, que
parece un castillo. También pudiera ser un hotel, pero de este lado
por donde voy es inaccesible y no me voy a acercar para comprobarlo.
Estoy en la playa sólo unos pocos metros y, en seguida, el camino
vuelve a subir. Me olvido del mapa de Cancale, pues me ha servido
para el paso por la ciudad, pero ya no me sirve y me desharé de él
cuando escriba el diario.
Vuelvo a guiarme por el mapa de Ille et
Vilaine. Visto el mapa, me marco Saint-Benoît-des-Ondes como un buen
lugar para comer. Encuentro a una pareja que tiene poco que decir,
pero luego, una mujer me va diciendo, en la distancia, cual es el
pueblo de Saint-Benoît, cual Hirel, y demás. Salgo a la carretera
Pronto llego a unos pabellones de madera donde se ofrece venta al
detalle de Huitres, las afamadas ostras de Cancale. En otro ofrecen
degustación de ostras y mejillones a buen precio; me apetecen, pero
me parece poco alimento para alguien que camina tanto. El menú que
ofrece es “el solitario”: 6 ostras, langostino, almejas, bígaros
(que ayer no pude comer). Decido entrar en el otro, donde como una
ensaladilla doble, con dos tipos de ensaladillas diferentes y
diferenciadas, las dos de pescado, una de ellas de salmón (bastante
bien camuflado). De segundo como cerdo asado, muy sabroso. Me lo
sirven con un cuenco de menestra de verduras y otro con ensalada:
hoja de roble y escarola, que lo dejo para el final. De postre, como
arroz con leche. Bebo una cerveza a pression (25 cl) y pago con Visa
21,40 €. El precio se ajusta al menú E+P+D
(Entreplat+Plat+Dessert) de 18,50 que ofertaban en la carta.
Lo que
ya no entiendo es por qué el nombre del establecimiento que aparece
en la nota, se convierte en Cote Boeuf en el recibo de Visa. He
bebido cerveza porque los vinos eran carísimos y no ofrecían opción
de pichet. Voy al retrete y cago. Me quedo como nuevo. Cuando voy a
marchar, un matrimonio añoso (agée), que come en la mesa de al
lado, se interesa por mi viaje. Les digo algo, pero no me entretengo
demasiado.
Saint-Benoît-des-Ondes.
Salgo
del restaurante y continúo por la carretera, sin molestarme en
recuperar el GR-34. Como no está muy distante de la costa de
Saint-Ménoir, llego enseguida.
Saco una foto de la Chapelle de
Saint-Benoît, aunque una ermita tan pequeña no creo que tenga mucho
que ver con los benedictinos. Trato de fotografiarla completa y, de
un lado, casi lo consigo. Cuando paso al otro, como no tengo
distancia para alejarme, me limito a la parte central donde hay un
tosco crucero que me gusta. Por este lado, la capilla ofrece dos
pequeñas vidrieras. Lo más interesante de las vidrieras suele ser
poder ver el efecto lumínico que producen en el solar los reflejos
de los rayos del sol. Al estar cerrada, eso me está vedado. La
hierba bien segada y el arbolado completan una bonita estampa de este
conjunto de San Benito. Hablo con un hombre mayor que merodea por la
zona, pero ya no recuerdo de qué hablamos.
Vildé
la Marine (Hirel).
De
la carretera paso a camino que, va por un alto hierbal. No tardo ni
un cuarto de hora en llegar a Vildé la Marine, que es un barrio, el
más próximo al mar, de Hirel. Cuando llego, el reloj de la torre
del campanario indica las dos de la tarde. Como está cerrada a estas
horas, tampoco puedo visitar esta iglesia. Así que vuelvo al camino.
El sendero es bueno y me encuentro con dos mujeres andarinas. Me
afirman que puedo seguir muy bien por él hasta que llegue a la
desembocadura de un río, después de Le Vivier-sur-Mer, aunque en mi
mapa no aparece río alguno.
Commune
de Hirel
Cuando
llego a la altura de otra zona de la commune de Hirel, cruzo de nuevo
la carretera para sacar una foto de un molino que no tiene aspas.
Las
paredes de la fachada cilíndrica están bien restauradas y el
techado cónico parece que ha sido remozado. Podo más adelante hay
otro edificio similar. Nadie me dice que en otros tiempos fueran o no
molinos. Regreso al sendero y con el intermedio de hierba en duna
baja consolidada, saco foto de chavales aprendiendo a manejar los
“chair à voile”.
Hay unos de vela blanca y otros de amarilla,
que están siendo tripulados por los aprendices, y otros varados en
la playa a la espera. Éstos son más coloristas, ya que, aunque hay
tres velas blancas, también ondean una amarilla y cuatro rosas. Tal
como lo veo, desde tan lejos, me parece que no hay arena suficiente
como para que rueden todos, pero más adelante veré que estaba
equivocado. Para poner un negocio de este tipo es imprescindible
tener siempre amplia extensión de arena para practicar también
cuando la marea esté alta. En la baja hay sitio más que de sobra.
Sería un negocio ruinoso si estuviera al albur de las mareas. Dejo
de mirar al mar, vuelvo a cruzar la carretera y me acerco a la
iglesia de ese lado. Ya son las tres menos cuarto en el reloj de la
torre de esta iglesia que no tiene nada de particular.
De nuevo, paso
al otro lado de la carretera, por donde voy en paralelo a ella,
alejado de la contaminación y, por el camino, llego a otra
encrucijada, donde aparece una farola que tiene apariencia de pequeño
faro. Creo que sólo tiene la función de iluminar el cruce de estos
caminos.
Ya próximo a hacer mi entrada en Vivier-sur-Mer, pero sin
poder asegurar que pertenece a él o a Hirel, veo un huerto que me
gusta. No sé si lo sembrado son patatas, pues las hojas me recuerdan
a estas plantas, pero me gusta el colorido que le dan unas flores
amarillas, que me recuerdan a las amapolas, y que están sembradas en
la parte delantera, en contraste con las rosas que florecen al fondo,
junto a la valla trasera, donde las flores amarillas se repiten.
Vivier-sur-Mer.
Llegando
a este pueblo, grito a un hombre, que va a la par de mi camino pero
por la carretera. Le pregunto por el nombre del pueblo y me responde
que es Vivier-sur-Mer. Este pueblo ofrece un tipo de iglesia
distinta, que me recuerda a la que ahora era museo en Cancale. No
tiene nada que ver su estructura con las ermitas, ni con las iglesias
que estoy viendo últimamente. No entro a ver el pueblo y me
entretengo en él lo justo.
El tiempo que me obliga el soslayar el río que
me habían anunciado. En el punto en que aparece el indicador de que
finaliza Vivier-sur-Mer, hay un murete por donde veo el río
anunciado y no tengo ni idea de por dónde lo podré atravesar. No
hace falta ser muy sagaz para intuir que la palabra “vivier”, se
traduce al castellano por vivero. Aquí también hay viveros de
“Moules de Bouchots”. “Bouchée” significa bocado, pero no sé
si esto significa, en diminutivo, bocadito. Si mi deducción es
correcta, podría decirse que son mejillones de bocadito, de los
pequeños, que tanto gustan a los franceses. Los más ricos que
comeré este año, creo recordar que los saboreé en Bélgica, y eran
de mayor tamaño y más sabrosos.
Camino
hacia Cherrueix.
Me
empiezan a entrar dudas si me conviene o no ir más próximo a la
costa, pero no veo la señal roja y blanca que me lleve hacia allí.
Si veo, en cambio, panel de prohibición a vehículos para que no
circulen si no son los autorizados, lo cual es buena señal para el
caminante, pues así se delimitan los senderos peatonales. Pero
también me temo que sea zona reservada para el marisqueo, las
mejilloneras y los vehículos anfibios. Así que decido seguir por
carretera hacia Cherrueix.
Si hubiese visto la señal roja y blanca,
hubiera ido por allí. Veo que viene una pareja joven y les pregunto.
Él me recomienda que continúe por un camino de hierba elevado. Es
probable que sea el que me recomendaba ayer Jean Yves. Así voy
llegando a Cherrueix. Un pueblo que se sabe dónde empieza, pero que
no se termina nunca. Entre el sendero y el mar, veo pastando
infinidad de ovejas y corderos.
Voy paralelo a la carretera, pero por
camino de hierba no demasiado bien aplanado, ya que la hierba no es
una alfombra regular. Al fondo ya se debiera ver Mont-Saint-Michel,
pero la distancia es grande y la visibilidad que permite la bruma
marina es escasa. Paso por un molino sin aspas. Ahora ya tengo
seguridad de que fue molino, porque todavía conserva el mecanismo
que, movido por el viento, producía la tracción que permitía moler
el cereal y el maíz.
Pero no será hasta que llegue a un molino con
aspas, donde está la Oficina de Turismo y me dan un mapa en el que
aparece que el GR-34 cruza el río Le Couesnon próximo a la
desembocadura, ya cerca de Mont-Saint-Michel. Este mapa me va a ser
muy útil, pero menos de lo que había vaticinado. El mapa dispone de
un medidor de distancias y la chica calcula unos 20 kilómetros de
distancia entre donde estamos y la isla, que en realidad es
península, de Mont-Saint-Michel. A mí me parece que no puede haber
tantos, pero como en Viviers he visto en una carretera que ponía 32
kilómetros, “por la cité”, he leído, ya no sé a qué carta
quedarme.
Todo el mundo me habla de que mejor es que continúe por la
“digue”, por el dique, pero yo dudo si hay un dique en la costa,
o se refieren a los distintos promontorios que delimitan las tierras
sembradas o en baldío. Voy pasando por Cherrieux entre las casas. En
la playa hay muchos practicantes de “chair à voile” corriendo
con sus vehículos de tres ruedas por la arena lisa y húmeda. Todo
el día voy en camiseta, aunque debiera abrigarme pues sopla aire del
mar, aire del Norte, aunque el mar, salvo en la playa que acabo de
pasar, está alejado de carreteras y caminos. Saliendo de Cherrieux,
la carretera coge curva hacia el interior, hacia Saint-Brolaire,
Saint-Marcan y Roz-sur-Couesnon, pero yo me empeño en buscar el
GR-34 que pasa por una ermita.
La
Chapelle de Sainte-Anne.
He
abandonado la carretera y sigo un camino de hierba que me lleva hacia
la ermita a la que quiero ir. Un matrimonio ciclista holandés me
sobrepasa, llega antes que yo y se apodera de un banco, el único que
ofrece el entorno. Cuando llego yo a la capilla de Santa Ana que,
desde mi peregrinación del pasado verano a Sainte-Anne-D’Auray no
me abandona, con su virgen niña de la mano, descargo mis mochilas en
el banco en que descansan los holandeses.
No hay otro. “Estoy
muerto”, digo y ellos me rectifican, “trés fatigué”, muy
fatigado, me corrigen. Se ve que entienden francés. Me ofrecen un
zumo, pero no acepto pues he comido bien y, aunque estoy cansado, no
tengo sed y, además, un zumo me va a dar más sed. Los holandeses se
despiden y continúan su recorrido ciclista. En cuanto se van, me
tumbo en el banco y, aunque sólo van a ser 5 minutos, me revitalizan
lo suficiente. En los dos mapas aparece Beauvoir, pero está al otro
lado del río Le Couesnon, y no se ven puentes que lo crucen. He
sacado una foto de la capilla y, para localizar el Mont-Saint-Michel
es necesario ser muy sagaz. Para que lo localicéis en la imagen, es
necesario seguir la línea de arbolado hacia el mar y, cuando éstos
acaban, allí está el montículo al que estoy deseando llegar. Me
han dicho que allí se puede uno hospedar, y cenar en el refectorio
con los frailes. Hoy no será posible, pero lo intentaré mañana.
Con todo, puesto que ya lo veo, calculo que me faltarán unos diez
kilómetros.
Perdido
en tierra de nadie.
Son
las cinco cuando dejo Sainte-Anne y sigo por el dique. Por ahí va la
pista cyclable, que tiene un buen piso y va entre árboles. Empiezan
a aparecer granjas en las que se trabaja la tierra y también hay
oferta de habitaciones. El camino se me va haciendo eterno, compruebo
que no me lleva hacia el GR-34 marcado a borde de mar y me desespero
y, para colmo de males, empieza a llover. Las gotas golpean en las
hojas de los árboles y producen un sonido peculiar. Salgo del camino
y piso sobre hierba segada y seca, acumulada en piso desigual, pero
al menos voy protegido de la lluvia bajo los árboles, que alguna
gota ya me eliminan. Como no llueve más de diez minutos y luego
para, continúo adelante. Sigo por caminos, me cruzo con ciclistas.
También con los holandeses, que regresan.
Este recorrido se me hace
eterno. Han pasado casi dos horas desde que he salido de la ermita de
Santa Ana. Empiezo a ver terrenos plantados, aunque no sé de qué.
En la foto que saco, siguiendo los surcos en dirección hacia el
infinito, se puede ver de nuevo el Mont-Saint-Michel. Se ve
ligeramente más nítido, pero me parece que está más lejos que
antes, en Santa Ana. Después de cabrearme porque algunas granjas me
han obligado a dar un gran rodeo para superar sus dominios, consigo
ver una carretera que, durante un buen trecho, va paralela al camino.
Llego a una encrucijada y entre su oferta ninguna dirección va hacia
Mont-Saint-Michel, ni a Beauvoir. Paso por un terreno que ofrece
muchas amapolas y pienso que será de trigo o algún otro cereal.
Cuando me acerco compruebo que se trata de un gran terreno sembrado
de colza y que ya está granada y en fase de maduración.
Habría
sido precioso si hubiera estado en flor, pero ya es tarde para ello.
Probablemente hasta finales de julio, o principios de agosto, no esté
completamente madura y lista para ser segada. Tras el campo de colza
hay un bosque y, encima, se divisa un pueblo que no tengo ni idea de
cual puede ser: ¿Roz-sur-Couesnon o Saint-Georges-de-Gréhaigne? La
carretera paralela lleva mucha circulación pero no quiero perderla
de vista. En este momento, llega un coche y lo paro. La conductora es
muy amable y me recomienda una dirección que, en el camino, figura
con una X disuasoria.
Me hace un dibujo y me dice que, cuando llegue
a la carretera coja la dirección Beauvoir. También me dice que, si
quiero dormir, ella me ofrece cama por 40 €. Le digo que me parece
mucho y que voy a tratar de dormir en albergue juvenil. A ella no le
parece cara su oferta, pero yo le explico mi “retraite”, mi
jubilación y mi pensión. Me dicen que me verán al pasar por
delante de su casa. No va a ser cierto pues la carretera que he
creído entender por lo que me han dicho y dibujado, cuando salgo al
cruce, en ningún sitio leo dirección Beauvoir. Podría haberlo
cogido rectificando, pero estoy madurando ya un cambio de programa.
Aunque ya voy derrengado, compruebo que, entre Roz.sur-Couesnon y
Pontorson hay menos de 10 Km. y es esa la dirección que
definitivamente tomo. Llevo recortada la dirección del albergue de
Pontorson, donde figura con el nombre de Centre Duguesclin.
Pasadas
las ocho, voy caminando junto a un grupo de caballos que están sin
poder salir a la carretera por estar en terreno electrificado.
Roz-sur-Couesnon
y
Saint-George-de-Gréhaigne.
Estos
dos pueblos, previos a Pontorson, los voy a pasar de soslayo y sólo
los voy a ver de lejos desde la carretera. En el segundo hay que ir
específicamente a él, pues ni se asoma a la carretera D-797, que es
la que traía al pasar por Cherrueix. Pienso que si hoy duermo en
Pontorson, mañana podré hacer plan de dormir en la abadía. Ahora
la prioridad es la de llegar a tiempo al albergue de Pontorson.
Confiar en que no me hayan cerrado el “accueill”. Veo a un hombre
que cuida su huerto, pero no me apetece ponerme a gritar. De nuevo,
empieza a lloviznar, pero va a ser una llovizna suave y por poco
tiempo. Saint-George me queda al lado derecho y ni me molesto en
fotografiar lo poco que se ve en lo alto. Aparece una señal de 3 Km.
a Pontorson. ¡Cuántas ganas de llegar! Ahora la carretera pasa por
encima de otra más importante. Puede ser la A-84 a Caen, por la que
circulan camiones de gran tonelaje. Eso que me evito. Por la que voy
yo, apenas pasan coches. Mejor. Es así como llego al puente para
pasar el río Le Couesnon. Paso el puente y ya estoy en Pontorson, ya
estoy en
NORMANDÍA
LA MANCHA
Pontorson.
Centre Duguesclin.
Nada
más pasar el puente, veo la pista cyclable donde indica 11 Km. para
Mont-Saint-Michel. Así, ya sé por dónde debo partir mañana por la
mañana. Enseguida veo el boulevard Patton. Ya sólo me falta llegar
al nº 21, que es donde está el albergue juvenil. A lo lejos, se ve
un edificio grande pero que me parece poco cuidado. Son las 20:25
horas cuando llego a recepción. La chica que me atiende me dice que
he llegado muy justo, pues cierra a y media. He llegado pues, de
churro. Ni me mira el DNI y le basta con mi carnet de alberguista. No
puedo pagar con Visa y lo hago en metálico 15,38 € e incluye el
desayuno. Me da la habitación nº 5 y una sábana. El material
restante está en la habitación sobre la cama. Me dice que, como voy
a estar solo, puedo cerrar la puerta con llave. No la utilizaré
hasta la hora en que bajo a escribir.
A
vueltas con las sábanas.
Ella
se va y yo me dedico a hacer la cama. La sábana que me ha dado es
rarísima, como partida en dos mitades. Parece que los dos lados
están pegados con almidón. Las despego, pero no logro sacar ni un
rectángulo ancho. Tampoco ofrece un espacio como para meter la manta
como si fuera la funda de un edredón. Finalmente, decido hacer como
si fuera una sábana encimera partida y sin bajera que proteja la
tela que recubre el colchón. Cuando me despierto por la noche y me
levanto a orinar por segunda vez, se me enciende la bombilla y
compruebo que cada sábana es un saco de dormir en el que hay que
meterse dentro. Sólo debiera haber usado una y creo que,
equivocadamente, me han dado dos. Y dicen que la almohada no es una
buena consejera.
Un
sueño.
“Sueño
que voy con mi madre caminando, pero tenemos que coger un tren. Nos
encontramos con más gente, Sagrario y Luchy. Mi hermana menor se cae
de espalda y le sale sangre por la cabeza. Le digo a mi hermana mayor
que llame al 112, pero ella está con el móvil ocupada conversando
con alguien y no llama. Sólo se ha limitado a soltar unas
lagrimillas cuando ha visto la sangre.” Hasta aquí el sueño
recordado. Para interpretarlo no veo muchos elementos. Quizás el
elemento más real sean las lágrimas de Sagrario. Me atrevo a pensar
que, al estar tan solo, me arropo con los míos del pasado. Mi madre
ya murió. Luchy vive en Londres y está muy lejos y, suele venir al
País Vasco cuando yo no estoy. Y la distancia con mi otra hermana
que vive en Altsasu es cada vez mayor.
Balance
de la jornada última en Ille et Vilaine.
Un
día bastante anodino. Fue más interesante la cena de anoche con
Jean Yves que la despedida de esta mañana. He desaprovechado el
encuentro pues no me ha informado de cómo hizo el tramo
Cancale-Pontorson. Quizás, si hubiera tenido el mapa que me han dado
en Turismo del molino próximo a Cherrueix, habría podido ver su
itinerario. He estado en muchos momentos cerca de la orilla del mar,
pero ni la marea, ni las ganas me han motivado suficiente como para
darme un baño y esta es una de las razones principales para ir por
la costa. A ver si voy corrigiendo estos errores. Hoy ha habido poca
cosa del paisaje a destacar. Podrían ser Cancale y la Chapelle de
Saint-Benoît, amén del paso por las mejilloneras.
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