viernes, 13 de mayo de 2016

Etapa 06 (363) Port Picain-Pontorson.


Etapa 06 (363). 19 de junio de 2013, miércoles.
Port Picain-Cancale-Saint Méloir des Ondes-Saint Benoît des Ondes-Vildé la Marine-Hirel-Le Vivier sur Mer-Cherrueix-Roz sur Couesnon-Saint Georges de Gréhaigne-NORMANDIA-Pontorson.

Hoy entraré en Normandía. Es mi etapa número 72 por Francia Atlántica.


Amanecer en un albergue singular.
La última orinada es a las seis media, me vuelvo a acostar y duermo hasta las 7:10 Luego me ducho y visto y me pongo a escribir el diario. Jean Yves se levanta a las siete y media y aprovecho para correr las cortinas y que entre más luz. Así veo mejor lo que escribo. Dejo el diario cuando él ya se ha preparado y bajamos juntos a desayunar. Nos hemos adelantado diez minutos a la hora marcada de las ocho, pero desayunamos. No hay nadie y nadie nos dice nada. Empiezo con dos vasos de zumo. Así hidrato el cuerpo, puesto que sigo con el hábito de beber poco agua. Como cuatro trozos de pan con mantequilla y mermelada. Hoy pruebo una de limón. Al café con leche, le echo un poco de cacao. Pasadas las ocho, empieza a llegar más gente al comedor. Dejamos las bandejas y subimos a la habitación. Jean Yves cura sus pies con guata (algodón hidrófilo) y esparadrapo. Se asombra de que yo pueda viajar con sandalias. Desde ayer me duelen los dos talones por su parte interior pero, cuando empiezo a caminar, me olvido de ello, así que no será para tanto mi dolor. Como dije ayer, le doy mis señas, por si quiere contactar conmigo. Él también está preparado y, para las nueve, parte con su gran mochilón. 
 
Tiene reserva en albergues para los siete días, y yo le explico las razones para que no pueda hacer lo mismo: libertad en recorridos, incertidumbre de las llegadas, aceptación de invitaciones…, en definitiva, quererme y dejarme querer. Nos despedimos y yo sigo escribiendo. Al no hacerlo ayer debido a su llegada, si no lo hago ahora, se me van a olvidar muchas cosas. De hecho, leyendo ahora el día de ayer, tengo dudas de cual fue el momento en que me metí con los ciclistas en las aguas pantanosas y dudo de que lo haya ubicado en el lugar correspondiente. 
 
Escribo hasta las 9:30 horas. Recojo todo y me acuerdo de que no he tomado la pastilla con el desayuno. Lo rectifico ahora. Bajo a recepción, entrego la llave a una mujer y echo la ropa al cubo de mimbre. Ella me devuelve el carnet de alberguista, que yo ya olvidaba. También me dice el lugar donde debo retomar el camino. Me asomo a una balconada y saco foto del puerto de Port-Picain, con el Mont-Saint-Michel, al fondo de la bahía, apenas visible entre la bruma. En el puerto, los barcos están a flote, lo que me hace pensar en que la marea no está muy baja. Algunos pescadores ya llevan en sus carros sus lanchas neumáticas y otros bogan en ellas. Las usan como auxiliares para llegar a sus motoras más grandes. Cuando salgo a la calle, también fotografío el albergue, su triángulo singular. Es así como me despido de Port-Picain.

En marcha hacia Cancale.
El camino que me han indicado es bueno pero, al llegar a un punto, dudo y salgo sin querer a distinta carretera que la recomendada por el chico de Tenerife que, como es nuevo en esta plaza, poco me ha podido ayudar. Paso por Port-Briac y, desde arriba del acantilado, he sacado una foto de la zona de aparcamiento de los coches y de la playa que también es puerto. Aquí también faenan los primeros barqueros y la playa ofrece demasiadas rocas. Por la marca que ha dejado la última pleamar, deduzco que la marea está en zona media. Al fondo asoma una isla.
Pasado el puerto, cojo la rue Herpin y voy bajando hacia la escuela de música de Cancale. Con el pueblo ya cerca, saco foto de un maizal que ha sido plantado para recoger mazorcas, no para forraje de ganado. 
 





La entrada al pueblo la hago por un lugar muy bonito. Como me gusta, lo fotografío. Veo la torre de la iglesia y me parece un buen referente para llegar al centro. 

 


Pero la que fuera iglesia, ahora es museo. Aunque me acerco a la entrada, no recuerdo qué es lo que se exhibe en este edificio adaptado. 
 



La temática del fuego, no sé si tiene que ver con la exposición estable o es sólo una de carácter temporal. El reloj de la torre parece que marca las 11:10, pero podría ser también la media, puesto que hay una raya negra en vertical, que no creo que sea el segundero. A lo mejor la perspectiva me juega una mala pasada. 
 
 





En realidad son las 10:10 y el desfase con el horario de la cámara sigue siendo de un cuarto de hora, algo que se va a mantener hasta el final de mi viaje. En pocos minutos llego a la gran iglesia, con alto campanario y que cumple las funciones religiosas para las que fue construida. Estoy lejos de ver las iglesias de Holanda y Polonia reconvertidas en pubs, bares, restaurantes y garajes, que han pasado de reparar almas a reparar vehículos. 

 





Fotografío la iglesia de lejos, para que me entre todo el campanario de base cuadrada y que ofrece una terraza en la parte superior. En un lateral tiene adosada una torre circular que muy bien pudiera albergar la escalera de caracol para acceder a ella. Al menos, esa es la conclusión que se me ocurre, a falta de poder verificarlo. Como a esta hora no es accesible, me limito a lanzar mi conjetura. El reloj marca la hora exacta. Entro en la iglesia. Es de tres naves y la central muy alta. Las laterales disponen de corredor en lo alto, lo que obliga a reducir su altura. 
 
El estilo es neo-gótico, que supuso un intento de recuperación del espíritu del gótico. Pero aquí no vemos ni rosetones, ni los campanarios flamígeros de aquella su última época. El altar ofrece ara pero no retablo y la luminosidad que viene de lo alto es potente. El resto de las naves es más umbría. Cuando salgo de la iglesia, acompaño a una mujer que va con la cesta de la compra, con la que voy saliendo hacia el GR-34. Llego a la costa en un punto intermedio entre la Pointe de La Chaine, su cabo más al Norte, y la Pointe de Hock, donde veré un pequeño faro. 
 
Saco una foto hacia atrás con un roquero muy feo, que dispone de plataformas y caminos hacia el mar, donde flotan las embarcaciones, le Rochier de Cancale. Al fondo se ve la isla Le Chatellier, que ya asomaba cuando estaba en Port-Briac y que no he podido verla al pasar por haberme equivocado de camino. Tiene apariencia de dragón marino. Si estuviéramos en el lago Ness, más de un san Jorge lo mataría. Para los menos temerosos podría parecer un perro Pupy haciendo la plancha. 
 
Continúo camino hacia la Pointe de Hock donde, desde la cima y sin bajar al barrio marinero, disfruto de la geometría de las mejilloneras. Muchas de ellas están vacías. Los “moules” ya habrán sido comidos por muchos franceses y algún extranjero intrépido. En el extremo hay dos faros. Parece que el más antiguo es el más próximo a tierra, donde se ha construido un malecón que ahora dispone de otro faro más pequeño. Además de las mejilloneras que oteo a simple vista, hay otras cubiertas por la marea, donde trasiegan los vehículos anfibios que disponen de ruedas. 
 
Sin bajar de las alturas, fotografío el bonito barrio de pescadores y luego paso por sus calles entre las casas. Ofrece una pequeña playa que no sé si en la marea alta puede tener algún encanto. Da la impresión de que está más al servicio de la industria mejillonera. Un vehículo anfibio descansa sobre la arena dorada. Cuando paso por el malecón que separa la zona de las mejilloneras y la del barrio de pescadores, saco foto para que se vean los dos faros alineados. A partir de este barrio, ya voy a ir saliendo de Cancale. Pero la bajada a este barrio no es tan sencilla.

Saint-Méloir-des-Ondes. La Ferme des Nielles.
He salido de Cancale. El camino me zarandea, me lleva y me trae. Las últimas casas han quedado atrás. Ahora me lleva hacia otra playa, pero un reguero de agua, que no sé de dónde proviene, hace resbaladizo el suelo y las piedras que me obliga a ir pisando. Debo bajar con mucho tiento para no resbalar. Paso por un prado donde veo dos reses con pinta de búfalos, mal-encaradas, con un penacho de pelo claro que encubre su inteligencia frontal, dejando sus ojos tapados y destacando más los cuernos. 
 
Mientras un animal come, el otro mira con cara de no muy buenas migas. Tranquilo, que yo no te he hecho ni te voy a hacer nada. Y es así como llego a una mansión privada, que parece un castillo. También pudiera ser un hotel, pero de este lado por donde voy es inaccesible y no me voy a acercar para comprobarlo. Estoy en la playa sólo unos pocos metros y, en seguida, el camino vuelve a subir. Me olvido del mapa de Cancale, pues me ha servido para el paso por la ciudad, pero ya no me sirve y me desharé de él cuando escriba el diario. 
 
Vuelvo a guiarme por el mapa de Ille et Vilaine. Visto el mapa, me marco Saint-Benoît-des-Ondes como un buen lugar para comer. Encuentro a una pareja que tiene poco que decir, pero luego, una mujer me va diciendo, en la distancia, cual es el pueblo de Saint-Benoît, cual Hirel, y demás. Salgo a la carretera Pronto llego a unos pabellones de madera donde se ofrece venta al detalle de Huitres, las afamadas ostras de Cancale. En otro ofrecen degustación de ostras y mejillones a buen precio; me apetecen, pero me parece poco alimento para alguien que camina tanto. El menú que ofrece es “el solitario”: 6 ostras, langostino, almejas, bígaros (que ayer no pude comer). Decido entrar en el otro, donde como una ensaladilla doble, con dos tipos de ensaladillas diferentes y diferenciadas, las dos de pescado, una de ellas de salmón (bastante bien camuflado). De segundo como cerdo asado, muy sabroso. Me lo sirven con un cuenco de menestra de verduras y otro con ensalada: hoja de roble y escarola, que lo dejo para el final. De postre, como arroz con leche. Bebo una cerveza a pression (25 cl) y pago con Visa 21,40 €. El precio se ajusta al menú E+P+D (Entreplat+Plat+Dessert) de 18,50 que ofertaban en la carta. 
 
Lo que ya no entiendo es por qué el nombre del establecimiento que aparece en la nota, se convierte en Cote Boeuf en el recibo de Visa. He bebido cerveza porque los vinos eran carísimos y no ofrecían opción de pichet. Voy al retrete y cago. Me quedo como nuevo. Cuando voy a marchar, un matrimonio añoso (agée), que come en la mesa de al lado, se interesa por mi viaje. Les digo algo, pero no me entretengo demasiado.

Saint-Benoît-des-Ondes.
Salgo del restaurante y continúo por la carretera, sin molestarme en recuperar el GR-34. Como no está muy distante de la costa de Saint-Ménoir, llego enseguida. 
 
Saco una foto de la Chapelle de Saint-Benoît, aunque una ermita tan pequeña no creo que tenga mucho que ver con los benedictinos. Trato de fotografiarla completa y, de un lado, casi lo consigo. Cuando paso al otro, como no tengo distancia para alejarme, me limito a la parte central donde hay un tosco crucero que me gusta. Por este lado, la capilla ofrece dos pequeñas vidrieras. Lo más interesante de las vidrieras suele ser poder ver el efecto lumínico que producen en el solar los reflejos de los rayos del sol. Al estar cerrada, eso me está vedado. La hierba bien segada y el arbolado completan una bonita estampa de este conjunto de San Benito. Hablo con un hombre mayor que merodea por la zona, pero ya no recuerdo de qué hablamos.

Vildé la Marine (Hirel).
De la carretera paso a camino que, va por un alto hierbal. No tardo ni un cuarto de hora en llegar a Vildé la Marine, que es un barrio, el más próximo al mar, de Hirel. Cuando llego, el reloj de la torre del campanario indica las dos de la tarde. Como está cerrada a estas horas, tampoco puedo visitar esta iglesia. Así que vuelvo al camino. El sendero es bueno y me encuentro con dos mujeres andarinas. Me afirman que puedo seguir muy bien por él hasta que llegue a la desembocadura de un río, después de Le Vivier-sur-Mer, aunque en mi mapa no aparece río alguno.












Commune de Hirel
Cuando llego a la altura de otra zona de la commune de Hirel, cruzo de nuevo la carretera para sacar una foto de un molino que no tiene aspas. 
 
Las paredes de la fachada cilíndrica están bien restauradas y el techado cónico parece que ha sido remozado. Podo más adelante hay otro edificio similar. Nadie me dice que en otros tiempos fueran o no molinos. Regreso al sendero y con el intermedio de hierba en duna baja consolidada, saco foto de chavales aprendiendo a manejar los “chair à voile”. 
 
Hay unos de vela blanca y otros de amarilla, que están siendo tripulados por los aprendices, y otros varados en la playa a la espera. Éstos son más coloristas, ya que, aunque hay tres velas blancas, también ondean una amarilla y cuatro rosas. Tal como lo veo, desde tan lejos, me parece que no hay arena suficiente como para que rueden todos, pero más adelante veré que estaba equivocado. Para poner un negocio de este tipo es imprescindible tener siempre amplia extensión de arena para practicar también cuando la marea esté alta. En la baja hay sitio más que de sobra. Sería un negocio ruinoso si estuviera al albur de las mareas. Dejo de mirar al mar, vuelvo a cruzar la carretera y me acerco a la iglesia de ese lado. Ya son las tres menos cuarto en el reloj de la torre de esta iglesia que no tiene nada de particular. 
 
De nuevo, paso al otro lado de la carretera, por donde voy en paralelo a ella, alejado de la contaminación y, por el camino, llego a otra encrucijada, donde aparece una farola que tiene apariencia de pequeño faro. Creo que sólo tiene la función de iluminar el cruce de estos caminos. 

 


Ya próximo a hacer mi entrada en Vivier-sur-Mer, pero sin poder asegurar que pertenece a él o a Hirel, veo un huerto que me gusta. No sé si lo sembrado son patatas, pues las hojas me recuerdan a estas plantas, pero me gusta el colorido que le dan unas flores amarillas, que me recuerdan a las amapolas, y que están sembradas en la parte delantera, en contraste con las rosas que florecen al fondo, junto a la valla trasera, donde las flores amarillas se repiten.



 
Vivier-sur-Mer.
Llegando a este pueblo, grito a un hombre, que va a la par de mi camino pero por la carretera. Le pregunto por el nombre del pueblo y me responde que es Vivier-sur-Mer. Este pueblo ofrece un tipo de iglesia distinta, que me recuerda a la que ahora era museo en Cancale. No tiene nada que ver su estructura con las ermitas, ni con las iglesias que estoy viendo últimamente. No entro a ver el pueblo y me entretengo en él lo justo. 
 

El tiempo que me obliga el soslayar el río que me habían anunciado. En el punto en que aparece el indicador de que finaliza Vivier-sur-Mer, hay un murete por donde veo el río anunciado y no tengo ni idea de por dónde lo podré atravesar. No hace falta ser muy sagaz para intuir que la palabra “vivier”, se traduce al castellano por vivero. Aquí también hay viveros de “Moules de Bouchots”. “Bouchée” significa bocado, pero no sé si esto significa, en diminutivo, bocadito. Si mi deducción es correcta, podría decirse que son mejillones de bocadito, de los pequeños, que tanto gustan a los franceses. Los más ricos que comeré este año, creo recordar que los saboreé en Bélgica, y eran de mayor tamaño y más sabrosos.
Camino hacia Cherrueix.
Me empiezan a entrar dudas si me conviene o no ir más próximo a la costa, pero no veo la señal roja y blanca que me lleve hacia allí. Si veo, en cambio, panel de prohibición a vehículos para que no circulen si no son los autorizados, lo cual es buena señal para el caminante, pues así se delimitan los senderos peatonales. Pero también me temo que sea zona reservada para el marisqueo, las mejilloneras y los vehículos anfibios. Así que decido seguir por carretera hacia Cherrueix. 
 
Si hubiese visto la señal roja y blanca, hubiera ido por allí. Veo que viene una pareja joven y les pregunto. Él me recomienda que continúe por un camino de hierba elevado. Es probable que sea el que me recomendaba ayer Jean Yves. Así voy llegando a Cherrueix. Un pueblo que se sabe dónde empieza, pero que no se termina nunca. Entre el sendero y el mar, veo pastando infinidad de ovejas y corderos. 
 
Voy paralelo a la carretera, pero por camino de hierba no demasiado bien aplanado, ya que la hierba no es una alfombra regular. Al fondo ya se debiera ver Mont-Saint-Michel, pero la distancia es grande y la visibilidad que permite la bruma marina es escasa. Paso por un molino sin aspas. Ahora ya tengo seguridad de que fue molino, porque todavía conserva el mecanismo que, movido por el viento, producía la tracción que permitía moler el cereal y el maíz. 
 
Pero no será hasta que llegue a un molino con aspas, donde está la Oficina de Turismo y me dan un mapa en el que aparece que el GR-34 cruza el río Le Couesnon próximo a la desembocadura, ya cerca de Mont-Saint-Michel. Este mapa me va a ser muy útil, pero menos de lo que había vaticinado. El mapa dispone de un medidor de distancias y la chica calcula unos 20 kilómetros de distancia entre donde estamos y la isla, que en realidad es península, de Mont-Saint-Michel. A mí me parece que no puede haber tantos, pero como en Viviers he visto en una carretera que ponía 32 kilómetros, “por la cité”, he leído, ya no sé a qué carta quedarme. 

 
Todo el mundo me habla de que mejor es que continúe por la “digue”, por el dique, pero yo dudo si hay un dique en la costa, o se refieren a los distintos promontorios que delimitan las tierras sembradas o en baldío. Voy pasando por Cherrieux entre las casas. En la playa hay muchos practicantes de “chair à voile” corriendo con sus vehículos de tres ruedas por la arena lisa y húmeda. Todo el día voy en camiseta, aunque debiera abrigarme pues sopla aire del mar, aire del Norte, aunque el mar, salvo en la playa que acabo de pasar, está alejado de carreteras y caminos. Saliendo de Cherrieux, la carretera coge curva hacia el interior, hacia Saint-Brolaire, Saint-Marcan y Roz-sur-Couesnon, pero yo me empeño en buscar el GR-34 que pasa por una ermita.

La Chapelle de Sainte-Anne.
He abandonado la carretera y sigo un camino de hierba que me lleva hacia la ermita a la que quiero ir. Un matrimonio ciclista holandés me sobrepasa, llega antes que yo y se apodera de un banco, el único que ofrece el entorno. Cuando llego yo a la capilla de Santa Ana que, desde mi peregrinación del pasado verano a Sainte-Anne-D’Auray no me abandona, con su virgen niña de la mano, descargo mis mochilas en el banco en que descansan los holandeses. 
 
No hay otro. “Estoy muerto”, digo y ellos me rectifican, “trés fatigué”, muy fatigado, me corrigen. Se ve que entienden francés. Me ofrecen un zumo, pero no acepto pues he comido bien y, aunque estoy cansado, no tengo sed y, además, un zumo me va a dar más sed. Los holandeses se despiden y continúan su recorrido ciclista. En cuanto se van, me tumbo en el banco y, aunque sólo van a ser 5 minutos, me revitalizan lo suficiente. En los dos mapas aparece Beauvoir, pero está al otro lado del río Le Couesnon, y no se ven puentes que lo crucen. He sacado una foto de la capilla y, para localizar el Mont-Saint-Michel es necesario ser muy sagaz. Para que lo localicéis en la imagen, es necesario seguir la línea de arbolado hacia el mar y, cuando éstos acaban, allí está el montículo al que estoy deseando llegar. Me han dicho que allí se puede uno hospedar, y cenar en el refectorio con los frailes. Hoy no será posible, pero lo intentaré mañana. Con todo, puesto que ya lo veo, calculo que me faltarán unos diez kilómetros.

Perdido en tierra de nadie.
Son las cinco cuando dejo Sainte-Anne y sigo por el dique. Por ahí va la pista cyclable, que tiene un buen piso y va entre árboles. Empiezan a aparecer granjas en las que se trabaja la tierra y también hay oferta de habitaciones. El camino se me va haciendo eterno, compruebo que no me lleva hacia el GR-34 marcado a borde de mar y me desespero y, para colmo de males, empieza a llover. Las gotas golpean en las hojas de los árboles y producen un sonido peculiar. Salgo del camino y piso sobre hierba segada y seca, acumulada en piso desigual, pero al menos voy protegido de la lluvia bajo los árboles, que alguna gota ya me eliminan. Como no llueve más de diez minutos y luego para, continúo adelante. Sigo por caminos, me cruzo con ciclistas. También con los holandeses, que regresan. 
 
Este recorrido se me hace eterno. Han pasado casi dos horas desde que he salido de la ermita de Santa Ana. Empiezo a ver terrenos plantados, aunque no sé de qué. En la foto que saco, siguiendo los surcos en dirección hacia el infinito, se puede ver de nuevo el Mont-Saint-Michel. Se ve ligeramente más nítido, pero me parece que está más lejos que antes, en Santa Ana. Después de cabrearme porque algunas granjas me han obligado a dar un gran rodeo para superar sus dominios, consigo ver una carretera que, durante un buen trecho, va paralela al camino. Llego a una encrucijada y entre su oferta ninguna dirección va hacia Mont-Saint-Michel, ni a Beauvoir. Paso por un terreno que ofrece muchas amapolas y pienso que será de trigo o algún otro cereal. Cuando me acerco compruebo que se trata de un gran terreno sembrado de colza y que ya está granada y en fase de maduración. 
 
Habría sido precioso si hubiera estado en flor, pero ya es tarde para ello. Probablemente hasta finales de julio, o principios de agosto, no esté completamente madura y lista para ser segada. Tras el campo de colza hay un bosque y, encima, se divisa un pueblo que no tengo ni idea de cual puede ser: ¿Roz-sur-Couesnon o Saint-Georges-de-Gréhaigne? La carretera paralela lleva mucha circulación pero no quiero perderla de vista. En este momento, llega un coche y lo paro. La conductora es muy amable y me recomienda una dirección que, en el camino, figura con una X disuasoria. 

Me hace un dibujo y me dice que, cuando llegue a la carretera coja la dirección Beauvoir. También me dice que, si quiero dormir, ella me ofrece cama por 40 €. Le digo que me parece mucho y que voy a tratar de dormir en albergue juvenil. A ella no le parece cara su oferta, pero yo le explico mi “retraite”, mi jubilación y mi pensión. Me dicen que me verán al pasar por delante de su casa. No va a ser cierto pues la carretera que he creído entender por lo que me han dicho y dibujado, cuando salgo al cruce, en ningún sitio leo dirección Beauvoir. Podría haberlo cogido rectificando, pero estoy madurando ya un cambio de programa. Aunque ya voy derrengado, compruebo que, entre Roz.sur-Couesnon y Pontorson hay menos de 10 Km. y es esa la dirección que definitivamente tomo. Llevo recortada la dirección del albergue de Pontorson, donde figura con el nombre de Centre Duguesclin. 
 
Pasadas las ocho, voy caminando junto a un grupo de caballos que están sin poder salir a la carretera por estar en terreno electrificado.

Roz-sur-Couesnon y 
Saint-George-de-Gréhaigne.
Estos dos pueblos, previos a Pontorson, los voy a pasar de soslayo y sólo los voy a ver de lejos desde la carretera. En el segundo hay que ir específicamente a él, pues ni se asoma a la carretera D-797, que es la que traía al pasar por Cherrueix. Pienso que si hoy duermo en Pontorson, mañana podré hacer plan de dormir en la abadía. Ahora la prioridad es la de llegar a tiempo al albergue de Pontorson. Confiar en que no me hayan cerrado el “accueill”. Veo a un hombre que cuida su huerto, pero no me apetece ponerme a gritar. De nuevo, empieza a lloviznar, pero va a ser una llovizna suave y por poco tiempo. Saint-George me queda al lado derecho y ni me molesto en fotografiar lo poco que se ve en lo alto. Aparece una señal de 3 Km. a Pontorson. ¡Cuántas ganas de llegar! Ahora la carretera pasa por encima de otra más importante. Puede ser la A-84 a Caen, por la que circulan camiones de gran tonelaje. Eso que me evito. Por la que voy yo, apenas pasan coches. Mejor. Es así como llego al puente para pasar el río Le Couesnon. Paso el puente y ya estoy en Pontorson, ya estoy en


NORMANDÍA

 
LA MANCHA

Pontorson. Centre Duguesclin.
Nada más pasar el puente, veo la pista cyclable donde indica 11 Km. para Mont-Saint-Michel. Así, ya sé por dónde debo partir mañana por la mañana. Enseguida veo el boulevard Patton. Ya sólo me falta llegar al nº 21, que es donde está el albergue juvenil. A lo lejos, se ve un edificio grande pero que me parece poco cuidado. Son las 20:25 horas cuando llego a recepción. La chica que me atiende me dice que he llegado muy justo, pues cierra a y media. He llegado pues, de churro. Ni me mira el DNI y le basta con mi carnet de alberguista. No puedo pagar con Visa y lo hago en metálico 15,38 € e incluye el desayuno. Me da la habitación nº 5 y una sábana. El material restante está en la habitación sobre la cama. Me dice que, como voy a estar solo, puedo cerrar la puerta con llave. No la utilizaré hasta la hora en que bajo a escribir.

A vueltas con las sábanas.
Ella se va y yo me dedico a hacer la cama. La sábana que me ha dado es rarísima, como partida en dos mitades. Parece que los dos lados están pegados con almidón. Las despego, pero no logro sacar ni un rectángulo ancho. Tampoco ofrece un espacio como para meter la manta como si fuera la funda de un edredón. Finalmente, decido hacer como si fuera una sábana encimera partida y sin bajera que proteja la tela que recubre el colchón. Cuando me despierto por la noche y me levanto a orinar por segunda vez, se me enciende la bombilla y compruebo que cada sábana es un saco de dormir en el que hay que meterse dentro. Sólo debiera haber usado una y creo que, equivocadamente, me han dado dos. Y dicen que la almohada no es una buena consejera.

Un sueño.
“Sueño que voy con mi madre caminando, pero tenemos que coger un tren. Nos encontramos con más gente, Sagrario y Luchy. Mi hermana menor se cae de espalda y le sale sangre por la cabeza. Le digo a mi hermana mayor que llame al 112, pero ella está con el móvil ocupada conversando con alguien y no llama. Sólo se ha limitado a soltar unas lagrimillas cuando ha visto la sangre.” Hasta aquí el sueño recordado. Para interpretarlo no veo muchos elementos. Quizás el elemento más real sean las lágrimas de Sagrario. Me atrevo a pensar que, al estar tan solo, me arropo con los míos del pasado. Mi madre ya murió. Luchy vive en Londres y está muy lejos y, suele venir al País Vasco cuando yo no estoy. Y la distancia con mi otra hermana que vive en Altsasu es cada vez mayor.

Balance de la jornada última en Ille et Vilaine.
Un día bastante anodino. Fue más interesante la cena de anoche con Jean Yves que la despedida de esta mañana. He desaprovechado el encuentro pues no me ha informado de cómo hizo el tramo Cancale-Pontorson. Quizás, si hubiera tenido el mapa que me han dado en Turismo del molino próximo a Cherrueix, habría podido ver su itinerario. He estado en muchos momentos cerca de la orilla del mar, pero ni la marea, ni las ganas me han motivado suficiente como para darme un baño y esta es una de las razones principales para ir por la costa. A ver si voy corrigiendo estos errores. Hoy ha habido poca cosa del paisaje a destacar. Podrían ser Cancale y la Chapelle de Saint-Benoît, amén del paso por las mejilloneras.

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