miércoles, 25 de mayo de 2016

Etapa 09 (366) Granville-Montmartin sur Mer


Etapa 09 (366). 22 de junio de 2013, sábado.
Granville-Donville les Bains-Bréville sur Mer-Coudeville sur Mer-Bréhal-Bricqueville sur Mer-Lingreville-Annoville-Montmartin sur Mer.


Contando sólo las etapas por Francia, hoy sería la nº 75.
Como ayer poco pude ver de Granville y la mayor parte del tiempo en horas nocturnas y me parece un lugar que puede ser adecuado para dedicar un tiempo a la logística y a Internet, voy a pasar toda la mañana en esta bonita ciudad. Decido, por tanto, comer aquí y reanudar la marcha por la tarde.

Granville de mañana. 
Desayuno en Tabac La Marée.
Me despierto a las 6:30 horas, orino y me vuelvo a acostar hasta las siete. Me levanto, afeito y vuelvo a orinar. Con el aseo terminado, me pongo a escribir. Como hay bastante que contar, aunque no sea nada extraordinario, no acabo hasta las 8:15. He deshecho la cama y dejado las sábanas arrebujadas sobre la misma. 
 
Desde la ventana veo cómo el mar está bravío y las olas rompen contra las rocas. Cuando salgo de la habitación que, por su configuración, podría también ser considerado un camarote, no en vano estamos en un centro náutico, el viento pega fuerte en los cristales. No llueve, pero hace frío y yo sólo me puedo proteger con el jersey. Esperemos que amaine a lo largo del día. Pronto veo un bar abierto pero vacío y sin cruasán. La chica me dice que en la calle paralela está la panadería. Encuentro un Tabac con mínimo espacio y una sola mesa en el interior que está ocupada. Como el día no es propicio a estar a la intemperie en la terraza, decido buscar otro lugar. Llego a otro Tabac más amplio y con panadería enfrente. La fórmula es la habitual así que, sin dejar la mochila puesto que no la llevo, voy a la panadería La Flúte Gane y no compro una flauta, sino un croissant de almendra y otro relleno de manzana por 2,65 €. Empieza a lloviznar. En el bar La Marée, me cobran 2,50 € por el café con leche. El dueño de este bar, que también es barman, atiende la barra del mostrador, es camarero, tabaquero, lotero es, además, un buen relaciones públicas. Hoy el tema de conversación, entre los que desayunan y leen la prensa, es la fiesta de la música celebrada ayer. Tras terminar de desayunar, devuelvo la taza al mostrador y limpio de migajas la mesa metiéndolas en la bolsa de los croissanes, que también dejo sobre el mostrador. Una alta y joven dama ha comprado a la vez que yo, tomado su café, y se va. Hay otro chico, en el altillo, que lo toma con sacarina. Un hombre mayor que desayunaba en la barra con un niño, también se ha marchado. El del altillo y otra mujer que ha entrado después también se han ido y quedan tres en la barra. Se ve que la gente hace uso del bar pero es por poco tiempo y muy cambiante. Este bar, además de los fumadores y los apostantes que entran de continuo, tiene mucho movimiento y me entretiene más de lo conveniente mientras yo sigo con mi diario. Como son las nueve y parece que no llueve, me voy hacia la iglesia. Pero antes, en la misma calle donde he desayunado, fotografío una gran casona que me sorprende. Tiene elementos del entramado bretón, pero con una estructura totalmente distinta. Me gusta.

Gare de Granville.
Sigo por la acera hacia la iglesia, pero un señor me dice que debo pasar al otro lado de la calle y bajar por el lado derecho. Teniéndolo en cuenta, me acerco hacia unos árboles que hay al final de la calle, para ver adonde lleva y me encuentro con la Gare, la estación de los ferrocarriles franceses, SNCF. Saco una foto del edificio de una planta aunque, al fondo, se ve una parte que tiene dos. A la entrada podemos leer el rótulo de Gare de Granville y, cuando llego, el reloj marca las diez y diez que, en esta ocasión tan especial, no suman veinte. 
 
Una vez vista la estación, retrocedo hacia el lugar donde me han dicho que me tenía que escorar a la derecha para ir a la iglesia y que ahora, ya de vuelta, será a la izquierda. Paso entre calles hasta que una chica me dice que siga adelante y, en seguida, la encuentro.

Iglesia de Saint-Paul.
Un hombre me dice que siempre está cerrada, así que me conformo con sacar dos fotos de dos de sus fachadas. Son las que puedo conseguir desde la plaza que, además, es una bonita atalaya para poder apreciar los tejados de las casas de la ciudad que va por debajo. 
 
Esta iglesia tiene algunos elementos que me hacen recordar algunos elementos de la ortodoxia bizantina. Sorprende en un Granville tan alejado de Bizancio. ¿Un capricho de algún magnate de otros tiempos de la ciudad? Es un edificio enorme y es una pena que no la haya podido ver en su interior. En las dos fotos siempre hay algo que trunco. Primero el pináculo de la cúpula y, después, por querer sacar la cruz engallada que luce sobre el campanario, casi me trago toda la base de sustentación del edificio. Confío en que no se caiga por falta de sustento. 

 



Paseo por la plaza y me acerco a una escultura. Es un monumento en recuerdo a los héroes de la patria. Pienso que son los participantes de las dos conflagraciones bélicas más recientes sufridas por Francia, la Primera y la Segunda guerra mundial, pero la fecha de 1904 me desbarata mis cálculos. Es natural, ya que en aquella fecha, me faltaban 41 años para venir a este mundo. En mi caso, “este mundo” no es francés, sino vasco de “hegoalde”, el Sur. 

 







Tras sacar una foto al monumento con el texto, que creía poder leer fácilmente en la foto y por lo que no lo anoto, pero que ahora me resulta imposible de descifrar, mejor dicho, de deletrear. Me asomo al mirador y, antes de bajar la escalinata, saco foto panorámica de las cubiertas, terrazas y tejados, de las casas de Granville. Al fondo, se puede apreciar entre las casa más alejadas, un trocito del horizonte marino.

Pescadería con arañas de mar.
Inicio el descenso de la escalinata a la vez que baja también una señora que me dice: “Peor es la subida”. Ya está adelantando su fatiga para cuando, al regreso, la tenga que subir. Así es doble el sufrimiento, primero el representado y, después, el real. Aunque no llueve, esta mujer lleva su paraguas azul abierto. 

 

Me informa que para subir a la iglesia de Notre Dame, que está en otra loma, tendré que subir más escaleras y me recomienda que vaya por el Casino. Pero veo carretera ascendente que no sé si pasa o no por el Casino, e inicio por allí la subida. Pero antes entro en la plaza del mercado y me limito a observar un rato por la zona de la pescadería. Al fondo del establecimiento venden pescado, pero yo me detengo donde las “aragnées de mer”, nuestros centollos. Como no tienen cola, no se puede decir que están vivitos y coleando, pero vivos sí que están. También hay algún buey de mar, ostras y caracolas. 
 
Todo me gusta excepto estas últimas que, cuando las pruebo, me resultan de una textura muy basta. Ni la mahonesa las arregla. Un centollo no me deja ver bien su precio, pero oscila entre dos y tres euros la unidad. Nunca veo que los ofrezcan ya cocidos, así que me quitan posibilidades para comprarlos.

Iglesia de Notre Dame.
Salgo de la pescadería después de sacar dos fotos y voy ascendiendo por la cuesta hacia Notre Dame. En las calles hay banderines colgando de lado a lado y no sé la razón. 
 
¿Habrán sido las fiestas? ¿Por la Fiesta de la Música de ayer? No pregunto y nadie me lo aclara. La carretera ascendente me deja en la plaza de arriba. Un edificio que tiene algo de fortaleza, como si estructuralmente perteneciera al entramado defensivo de la ciudad, da paso por debajo a los peatones que vienen de otra calle. También a vehículos. Es la calle que viene de las escaleras que me ha anunciado la mujer del paraguas azul al bajar de Saint-Paul. La puerta ofrece unos barrotes enganchados a cadenas que hacen pensar que, en algún tiempo, aquí hubiera un puente levadizo. Una placa con mucho texto que no leo, lo puede explicar, pero sólo veo lo que destaca: Du Siege Heroique. No estoy para muchas heroicidades. Intento descifrar el año de construcción, que me cuesta ver in situ, y confiando en que la foto me ayude. Allí logré escribir el año pero con mucha inseguridad: MDCLXXXXII ¿1692? Además de esta interesante puerta de entrada a la explanada de la iglesia, hay en el mismo recinto una casa peculiar. 

Es de piedra y en la fachada se ve el mismo entramado de las bretonas, con vigas y entre vanos encalados. Lo que más destaca es una torre circular adosada a una de las esquinas. Son cilindros que van aumentando su circunferencia a medida en que ascienden, acabando, ya con el círculo superior, en un cono de bruja pirulí, que es el punto más alto de todo el edificio. Me gusta esta casa. Desde esa posición, saco foto a la iglesia de Notre Dame desde la zona del ábside, que está siendo reparado en su parte central superior y en los laterales, y con andamios. Es prácticamente imposible evitarlos en las fotos. 

Desde el lado derecho, que permite ver también la fachada principal de la iglesia, saco otra foto complementaria y más explicativa. Se puede adivinar su planta de cruz latina, con su nave central y dos naves laterales, el crucero y la torre cuadrada en la confluencia de nave central y crucero. El reloj marca la hora, son las diez menos veinte. Cuatro columnillas adosadas a ambos lados de la fachada, proporcionan el detalle neoclásico al edificio. 

  
Después de sacar otra foto hacia el puerto de Granville, queriendo delimitar el lugar en que se encuentra el albergue juvenil, y en la que destacan más hacia lo alto la iglesia de Saint-Paul y la Torre del agua, me fijo más en el agua mansa de la dársena, sin movimiento de barcos, y que da una imagen de puerto tranquilo, me decido a entrar en Notre Dame.

 
Sobre el quicio de una de sus puertas de entrada y bien custodiada por su hornacina, se nos ofrece a los visitantes una imagen muy deteriorada por la realidad climática del lugar de algo que, en su origen, pudo ser una Madre con un niño. Los dos elementos son definitorios, pero para asegurarlo, que venga Dios y lo vea. Y lo diga. Con todo su deterioro, el contraste de la piedra de sillería y esta arenisca erosionada, son de una belleza sublime. Creo que cada feligrés devoto de esta imagen será capaz de reconstruirla en su interior. Lo que demuestra que la fe es capaz de sustituir a la imaginería, haciéndola innecesaria. 

  
Quizás, en este sentido, los musulmanes pueden tener razón al prescindir de imágenes en sus libros de oraciones y en sus templos. Tras tanto preámbulo, entro en la iglesia. Lo que me había representado desde el exterior, se cumple por dentro. Saco una foto desde la nave central hacia el coro alto con su llamativo órgano. Destacan sus tubos sónicos. 

 




Otra foto hacia el altar mayor, que se muestra con un ara simple y sin más decoración. Una sábana blanca y los reclinatorios, podrían justificar preparación para una boda 

 





En un altar lateral, donde han colocado un cortinón azul para que destaque la imagen de Notre Dame, comparo mentalmente con la vista en el exterior. La posición del niño, si en la de antes el bulto de la izquierda era un niño, esta invertida. Esta imagen da idea de que, con material más duradero, tenemos a Nuestra Señora para mucho tiempo. 
 
No sé el valor artístico ni histórico de esta imagen, así que me abstengo de hacer más valoraciones. No quiero adjudicarme la calificación de experto, puesto que no lo soy. Como mucho se me podría añadir el epíteto de amante o buscador de la belleza. La imagen está subida sobre un pilar. Pero tengo claro que no es la Pilarica. Para finalizar la visita, me acerco al púlpito que, sorprendentemente, no está en lugar destacado de la nave central, para tronar a los feligreses y meterles en el cuerpo el miedo del infierno, sino en lugar más discreto y recoleto. La zona se complementa con bonitas vidrieras. Desconozco también su valor histórico-artístico pero me gusta el recogimiento del lugar muy a propósito para orar.

Regreso y despedida del albergue juvenil.
Bajo por la puerta de 1692. Desciendo por calzada de adoquines y acabo bajando unas pocas escaleras, así que las vaticinadas por la mujer del paraguas azul no sé dónde podrán estar. Así llego al puerto y me dirijo hacia el albergue CRNG. Cuando llego van a dar las diez de la mañana y digo a la nueva que está en el accueill que le bajo enseguida la llave. Hago el equipaje. 

 
A la mujer que hace la limpieza le digo que las sábanas de la habitación Aurigny las he dejado sobre la cama y me responde que está bien. Saco una foto de la playa desde el corredor donde está mi habitación. En ella se puede apreciar el recorrido que hice ayer por la tarde desde los acantilados de Carolles y Champeaux. También saco otra foto del corredor donde está mi cuarto-camarote. Como se ve, cada puerta azul lleva su nombre: Corse, Aurigny, Ch… ¿Puede ser el primer nombre una premonición de que el próximo año daré la vuelta a La Corse, nuestra Córcega? Devuelvo a la recepcionista la llave y ahora, más simpática, me desea buen viaje.


En la Mediateque.
Mediateque no, pero tampoco reconoce el diccionario de Google el nombre de mediateca. En realidad equivale a Biblioteca mediática. Un lugar donde hay libros, periódicos, y medios de comunicación audiovisuales. Yo creo que ya es hora de que la palabra mediateca sea reconocida por Google. Bueno, como ya es habitual, voy con la lección aprendida para la pelea, para mi reivindicación del derecho al uso de los medios de forma gratuita. Llego a las 10:15 horas. El chico que está a cargo de la sección de ordenadores me dice que si quiero usarlos debo pagar. Ni me preocupo de conocer los precios. Le doy los argumentos habituales, en Irun, la ciudad donde vivo todo el mundo foráneo tiene derecho a un tiempo de uso gratuito igual al de los usuarios locales. Su argumento es el de que los de Granville también pagan. Vuelvo a insistir y él sigue en sus trece. Le digo que el pasado año, todos los que visité fueron gratis y le explico lo que caminé en 2012 y ahora mi proyecto para 2013. Parece que este es el argumento que más le conmueve y me dice que me siente en el ordenador que quiera. Elijo el que está más próximo a él, por si me tiene que ayudar. Lo va a tener que hacer enseguida, pues no puedo abrir los que me llegan de la UPV. Creo que alguno está repetido, pero creo que lo que me dicen es que he sido admitido en el curso de Literatura de Luisa Etxenike. Es el que más deseaba. Probablemente el otro ha sido suspendido por falta de alumnado matriculado suficiente. No sé si todavía van a esperar algo más o si es ya definitivo. Como no es hasta setiembre, lo aclararé allí y ya me devolverán el dinero. Voy borrando los que no quiero perder tiempo leyendo y los de Pedro los abro, los miro y los borro también. Sólo dejo un vídeo para ver en Irun, pues no tienen cascos para escucharlo. He recibido otro de mi primo Santi, en el que me dice que corrija sus bodas, pues he puesto de plata en lugar de oro. Las celebramos en Altsasu en primavera. Mariángeles me dice que quite un párrafo, de Arturo, que sustituya otro. Les contesto a los tres con el compromiso de hacerlo en cuanto tenga la oportunidad. Luisa me dice que ya está con Anna en Estokolmo. La siento feliz con su hija. Anna se accidentó y está con 15 días de baja. Le pusieron puntos en uno o dos dedos. Le envío dos mensajes. También a Natxo, que me invita a una presentación de libro. Me promete que leerá mi blog. A Josean y Belén Sierra que me invitan a un acto cultural en San Juan. A Marian Benitez que manda la rectificación de título de una novela de Tony Morrison. Y por fin, a la familia, diciéndoles dónde estoy. No tengo tiempo de ver las fotos de Mikel y Jon en Nueva York, pues la orden de show no ha funcionado. Intento responder una encuesta de TNS, pero se me abre demasiado lentamente. Amnistía Internacional me invita a un acto contra la pena de muerte. Excuso mi asistencia y les digo que el sistema no me permite solidarizarme contra la pena de muerte en China. A Agustín, también le digo dónde estoy. He aprovechado para decir a Marian que la discusión del último libro-forum con Julia, vino derivada de un tema muy acorde con el último libro, era sobre significado, como en la novela Nada, de autora nórdica que ahora no recuerdo el nombre. He estado casi tres horas. Salgo después de la una. Menos mal que ha sido gratis. Cuando voy a ir a agradecer al chico, se ha ido a comer y le suple la chica de la entrada.

Le Palais du Couscous.
Sin pensármelo dos veces orino y me voy a comer al Palais du Couscous. Voy a ver si tienen hoy el “tajine” que se me encaprichó ayer. Como ya estuve en Marruecos en 2001, ya sé que el “tajine” es una cazuela de barro con un guiso de carne y verduras que va cubierta por una tapa cónica también de barro. La decoración del comedor presenta pinturas y filigranas árabes en yeso de motivos geométricos repetitivos. No es la decoración de la Alhambra, pero trae Granada a mi recuerdo. También el rico legado cultural de los musulmanes sabios de la dinastía Omeya. ¡Qué diferente fue aquello a la incultura de la mayoría de los árabes que vienen hoy en día a Europa! ¡Qué estragos ha hecho la religión mahometana y los líderes que la manejan y dan normas de conducta a sus crédulos, que no creyentes. Su religión prohíbe todavía más lo mejor de la vida que la nuestra que, por suerte, dejé enterrada hace tiempo. ¡Qué horror de religión fue el catolicismo que practiqué! Ahora busco libertad en una Francia que no es paradigma de “liberté” y este Couscous me trae a la mente, toda la mierda de la que me he liberado.
 
Pero no hablemos de mierda, y comamos. Además del sitio, la vajilla también es coqueta y acorde con el mundo árabe. Además del “tajine d’agneau” menestra de cordero con verduras (16 €), pido un pichet de vino tinto de 25 cl (5,50 €) y lo completo con pastelería oriental (6 €). El cordero está excelente. Dos trozos hermosos, aderezados con almendra rayada, ajonjolíes, albaricoques y ciruelas pasas, con una salsita suave, está como para chuparse los dedos. Disfruto comiendo, saboreando los aromas y que nadie me diga que la cultura gastronómica es como un pecado de gula. Hoy en día, los grandes pecados son los sociales, los que se cometen contra los más débiles de nuestras sociedades humanas. Los derechos básicos que teóricamente defienden las constituciones de los diversos países pero que no se cumplen, esos son los verdaderos pecados. Bendita gula cuando se come bien. Para que la comida sea de cultura árabe al completo, pido “patisserie orientale”, el postre más caro de la carta. 
 
Me traen dos pastas de almendra molida y una gominola de delicias turcas. A gusto hubiera culminado con un té verde, pero no he querido pasarme. Ya me he pasado de precio. Pago 27,50 € con Visa. Ni más ni menos que el precio de la carta, sumando bien. Al salir digo a la mujer que recomendaré su restaurante en mi blog. Al escribirlo ahora, con casi tres años de retraso, cumplo mi promesa.

Hacia Donville.
Mientras comía, ha entrado una pareja. Él en silla de ruedas. Parece que hay mucha vida anterior sin minusvalía entre ellos, mucha compenetración, pero no tengo datos y todo lo que diga se presta a no ser más que pura especulación. Si me dejo llevar por la intuición… 

Salgo del Couscous hacia la costa, por donde me dijeron ayer las parisinas. En los cruces se ofrecen señales opuestas. Hacia el Sur, Avranches. Aquél obispo enamorado del arcángel y que dejé de lado y, hacia el Norte Coutances, en el interior y que no tengo intención de pasar. Pero una cosa es la intención, y otra la realidad que me llevará hacia allí. Pero en este momento, lo real es que no quiero ir a Coutances. Todavía en la calle, dubitativo, veo cómo salen también del Palacio del Cuscús la pareja que ha comido conmigo. Van por el paso de cebra. No he hablado con ellos y me he limitado a saludarles al partir. Para no pasar de nuevo por la iglesia de Notre Dame, voy hacia el Casino, que antes no había podido ver.
 El viento sopla fuerte por la costa, así que trato de evitarla todo lo que puedo. Pero el camino me lleva hacia el Casino que está en la costa. Saco una foto del edificio de un color entre ocre y amarillo. Tiene su gracia, aunque no me tienta para entrar a jugarme los cuartos. Pero los coches aparcados, no haciendo día de playa, significan que otros si se estarán jugando hasta las entretelas. Las consecuencias: algún arruinado, algún suicidio… pocas alegrías duraderas. 

En la playa del Casino apenas si veo tres personas bien abrigadas paseando. El día está plomizo pero, al menos, no llueve. Paso por una casa que me trae imágenes de Egipto, no se si el ajedrezado de las fachadas, que podría ser también prerrománico ramirense, pero lo que más me atrae son los abanicos verdes sobre puerta y ventanas. También los mosáicos entre los vanos de las ventanas superiores. La fachada es irregular, el estilo imposible de clasificar, pero tiene algo de encantadora. Quizás por ese eclecticismo. 

 

Tras subir a otra loma, saco foto de esta ciudad en la que he estado más tiempo que en Saint-Malo y que, como la iglesia de Notre Dame, ya voy dejando atrás. En poco más de un cuarto de hora, ya estaré entrando en Donville.



 
Donville-les-Bains.
Cuando paso por Donville, lo que me produce curiosidad es el Ayuntamiento. Sobre todo su sala de Consejos y “Mariages”. Allí se celebran, por lo que veo y leo, las bodas civiles. En la fachada delantera, donde se lee “Mairie”, en la zona ajardinada delantera, hay una barca, como indicador de que tanto el ayuntamiento como el pueblo tienen vocación marinera. Pero lo peculiar del edificio no es la fachada. Tengo que ir por la parte de atrás para ver cómo se las han ingeniado para sacar un espacio para celebrar consejos y bodas. 
 
Han tenido que construir como un garaje con estructura similar a una cubierta o desván, donde la mayor parte la ocupa un tejado de lajas de pizarra. Es como un tejado a baja altura que casi llega a ras de tierra. Me asomo y es luminosa por dentro, no en vano tiene dos amplios ventanales. Visitado este ayuntamiento, continúo mi camino. 

 







Un poco más adelante, encuentro una construcción tosca de troncos. Es de base cuadrada y acaba en piramidal. Por arriba no parece que esté cubierta, salvo que tenga una pequeña plataforma que no puedo ver por estar a gran altura. Por otro lado, no veo ninguna entrada por ninguna de las cuatro caras cuyos troncos van reduciéndose en largura en la medida en que avanzan hacia lo más alto. 

 




En definitiva, que me parece que es un artilugio sin utilidad alguna y que sólo lo han construido con mentalidad estética. Quizás sea eso lo que me gusta de él. 
 
Enseguida llego a un precioso arríate de flores muy colorista, con gran variación, de tonos y matices. Predominan campánulas que me parecen de la familia de las petunias o de las surfinias. Este pueblo me está resultando muy coqueto, quizás por estar cercano a la gran ciudad de Granville tenga que mostrar algún motivo para destacar. Llego a una rotonda donde, siguiendo la misma tónica del jardín florido que acabo de pasar, se muestra una cabaña con techado de paja, donde las flores se desbordan por sus ventanas y otras se desparraman por el suelo, un gran tiesto de flores rojas, naranjas, blancas y lilas y unos árboles bajos con hojas que me recuerdan a las plataneras que suelo ver en Tenerife, aunque aquellas suelen mostrar hojas verdes y en éstas su verde tira hacia el morado. 
También puede ser un proceso natural, ya que en Tenerife las suelo ver en invierno y aquí las estoy viendo en verano. En cualquier caso, es una bonita rotonda, aunque el viandante las tiene que apreciar de lejos. Llego a una iglesia moderna. El edificio es hermoso pero con una simpleza de líneas que roza lo sublime. La cruz blanca está sobre el atrio y es también sencilla y el único elemento que indica a qué está dedicada la construcción. No es ningún misterio y, de serlo, sería más gozoso que doloroso. El campanario podría haber estado sobre la cubierta, pero han preferido ponerlo delante de la iglesia y separado de ella unos veinte metros. 
 
La campana está a cubierto y en la pirámide superior con que culmina el campanario está el reloj que, en estos momentos marca las 14:45 horas. Sobre el, la cruz y el pararrayos. No deja de sorprenderme este pueblo pues, ya a punto de salir de él paso por la Torre del Agua, que teniendo una estructura muy similar a muchas de las vistas hasta ahora, como una gran copa con base cilíndrica y que va abriéndose en cono hacia la parte superior donde, aquí también, se aprovecha la altura para poner alguna antena para la captación de ondas. La torre del agua está decorada con motivos de costa marinera, el pino en un cabo, un velero bergantín, un pescador… 

 








 Predomina el fondo azul de mar y cielo. Así llego a la entrada del pueblo, que para mí es salida, y veo que tiene concedidas dos flores, símbolo de las ciudades floridas. Me parece poco para tanto interés y empeño por adornar floralmente la ciudad. Allí veo que están “jumelées” , hermanados, con otra ciudad de Alsacia, Hellering. Con esta serie de fotos, a cual más interesante, es como voy abandonando Donville-les-Bains. Seguramente que si hubiera ido por el paseo marítimo o a borde de mar, habría visto los baños que parece ser lo que destaca de Donville.

Bréville-sur-Mer.
Cuando llego a Bréville-sur-Mer, me fijo en una gran casa que parece recia, pero que da la sensación de estar bien mantenida sólo por el hecho de que la antena que está en uno de sus pináculos está torcida, parece que se tambalea y corre el peligro de caer. Hay arbolado en su patio interior, pero después de ver lo cuidado de Donville-les Bains, aquí parece que hay menos cuidado o más descuido. 

 
Las flores en los tiestos que veo al llegar a la Oficina de Turismo, sus combinaciones, también se ofrecen a la vista con menos gracia que allí. Sin embargo la oficina de información está en un edificio muy hermoso y amplio. ¿Quizás tenga éste pueblo más interés para los turistas que el anterior?, me pregunto. A pesar de que leo claramente la función que este edificio cumple, por su estructura, yo hubiera pensado más en un mercado de abastos, o en la plaza del mercado cubierta donde se puede comprar de todo: verduras, carne y pescado. 
 
Luego paso por la iglesia y la fotografío sólo desde el exterior. A juzgar por la poca altura de la techumbre, la nave no debe ser muy alta, al menos si la comparamos con la de la torre campanario, cuyo pináculo culmina en el gallo de veleta. No ha sido el único gallo con vocación de volar al cielo que he visto este día. Poco a poco voy saliendo también de este pueblo, otro más de los “ville” que estoy recorriendo en esta jornada, que ha empezado a lo grande, en Gran, seguido a Don, continuado por Bré y que va camino de Coude. En menos de media hora llego a Coudeville-sur-Mer a donde llego alejándome del mar.


Coudeville-sur-Mer.
Parece que acabo de dejar una iglesia, la de Bréville y estoy en otra parecida, la de Coudeville. Dando una imagen muy similar a la anterior, ambas iglesias son muy distintas. La de ahora es de planta de cruz latina, por tanto, con crucero. También sus torres campanario son dispares, aunque ésta también culmina con gallo de veleta en el pararrayos. En el reloj se indica la hora: las cinco menos veinte. Está bien marcada. En los intermedios de estos pueblos no encuentro nada destacado que reseñar. Menos mal que no están muy alejados unos de los otros. Abandono la iglesia y el pueblo de Coudeville, que se podría traducir por ciudad del codo, y me voy hacia Bréhal que, por el tamaño de letra que aparece en mi mapa, puede ser tan importante como Granville.

Bréhal.
Poco antes de llegar a Bréhal, la carretera por la que venía, y que traía tanta circulación, queda a un lado. Como todas las de hoy, sin arcén, algo que obliga al caminante a ir muy pendiente de los coches, en especial de los que vienen de frente. A pesar de que Bréhal se me representaba como una gran ciudad, la soslayo, no la veo y, lo único que voy a dejar constancia de ella va a ser un grupo de vacas pintas (negro y blanco), que se arriman al seto separador cuando yo me acerco a saludarlas. “Muuuuenas tardes”, me responden. 
 
Ya en las afueras, paso por un bosque de chopos militarmente alineados en perfecta formación. Sus hojas tiemblan a mi paso. Si las vacas me han hecho su saludo animal, estos chopos, con sus hojas temblonas, me dicen su saludo vegetal. Un saludo que, si cierro los ojos, me trae el sonido de la lluvia. Pero los llevo bien abiertos y, de momento, no llueve. Ya estoy llegando a Bricqueville.

Bricqueville-sur-Mer.
Tampoco voy a sacar ninguna imagen de este pueblo. Ya voy saturado de ayuntamientos e imágenes de iglesias. 
 
Entre las casas de Bricqueville, al igual que en las tierras de los alrededores, también tienen sus huertas más protegidas. Me fijo en dos filas largas de plantas de guisantes. No es planta que me resulte muy familiar, pero ya sé que lo que cuelga de su ramaje no son vainas ni de alubias, ni de habas. Por deducción, decido que son vainas de guisantes. Todavía las vainas están poco granadas. Sus cosecheros deberán esperar a que avance el verano que acaba de comenzar. 

 










Abandono la parte urbana de este pequeño pueblo y en las afueras me encuentro un vasto terreno plantado de lechugas. Es bonito ver lo bien que se diferencia la lechuga verde de la que llamamos hoja de roble, con sus colores más rojizos. 
 
La mayoría de las filas son de lechuga verde y pocas rojizas, pero alguna hay que participa de las dos. Ante tanta monotonía, agradezco la ruptura, el cambio de imagen. En pocos minutos llego a un cruce, donde una flecha indica que estoy a medio kilómetro de Lingreville.

  
 
Lingreville.
Continúo por terrenos de interior. Hoy no he visto prácticamente el mar desde mi salida de Granville, aunque haya pasado por tantos “sur-mer”. Desde el cruce ya se ve el pueblo donde, cómo no, destaca su iglesia. Hacia ella me voy acercando. Es iglesia pequeña y de las que tiene su cementerio alrededor, algo que en las anteriores no ocurría. La torre es achaparrada y por lo que ofrece a este lado, parece que tiene nave de crucero. 
 
Para asegurarlo habría que haber visto el otro lado y yo no lo he hecho. Otra opción era haber entrado, pero ni sé si está abierta, ni tengo ganas de hacerlo. Van a dar las seis y ya tengo que ir pensando en dónde parar a pernoctar. Al no ir por la costa, creo que hoy también tendré que dormir bajo techo, aunque ya sé que el siguiente albergue no lo voy a encontrar hasta que llegue al norte de La Mancha normanda. En el mismo entorno de la iglesia está el ayuntamiento. Para llegar a él hay que pasar entre dos columnas que, probablemente en algún tiempo, tuvieron verja. Hoy no existe ningún vestigio de ella y el paso esta expedito para que pasen los vehículos sin angostura y puedan aparcar en el espacio interior reservado. La puerta sirve de tablón de anuncios, que complementa el que se ve a mano izquierda. Me sorprende ver las banderas europea y tricolor y que no haya ningún vestigio ni de la normanda ni de la local. Salgo hacia Annoville.
Annoville.
A la salida del pueblo, saco la foto dorada de la tarde. Por fin veo un trigal camino de la maduración. Aún sin perder sus tonalidades del verde, ya se ven algunas espigas doradas que se balancean con sus cabezas rendidas por el peso del grano que anuncia harina y pan. Al fondo, detrás del arbolado, ya se vislumbra la iglesia de Montmartin.

Montmartin-sur-Mer.
Nada más entrar al pueblo, lo primero que veo es un Tabac y una mujer que está en la puerta. Me acerco a ella y le pregunto por habitación. Mi pensamiento es que me oriente hacia algún lugar del pueblo que se dedique a hospedaje. Pero ella me ofrece, como es normal, su hotel, que está sobre el bar-Tabac. Me pide 36 € y sin posibilidad de regateo. Tampoco tengo yo muchas ganas de perder el tiempo, ni regateando, ni buscando otro sitio. He llegado a las seis y media y se ha cumplido lo previsto.

Hôtellerie du Bon Vieux Temps.
Hostelería de los Buenos Viejos Tiempos. Tal como lo escriben, lo que yo traduzco como Buenos, sería en singular. Pago con Visa los 36 €, me da clave para entrar (2349), pues cerrará a las ocho, y subo a la habitación. La tarjeta va de maravilla. ¡Que siga la racha! Dónde quedaron las zozobras del año pasado en Biarritz y Guérande. Antes debió ser abuhardillada, pero la han corregido en el dormitorio y sólo se ve que fue buhardilla en la ducha. Lavo camiseta y calzoncillo, los tiendo en perchas y me ducho. El agua empieza saliendo muy caliente y me resulta trabajoso regularla a templada. Resulta incómoda porque no puedo sujetar la cebolleta en altura. Una vez seco y vestido, me marcho para ir a ver si encuentro algo de comer apetecible en la pizzería. 

 






Al salir, saco una foto desde el hotel hacia la carretera y la torre de la iglesia. Es por allí por donde me dirijo a la pizzería.


Sully Snack.
Entro en otro Tabac con anuncio en la puerta de “Rapido”. Entro a preguntar si es que dan un menú que sirven rápido, y me llevan ante una televisión en la que ofrecen algún tipo de apuestas. Probablemente de caballos al trote y al galope, rapidísimos. Cuando le digo que quiero cenar, me da la lista de precios de la pizzería y me indica dónde está. Cuando estoy llegando al Carrefour, otro chico me confirma el sitio. El comedor es amplio. Pido alitas de pollo con patatas fritas y pizza mediana vegetal. Para poderlo pasar por el gaznate, bebo un botella de sidra entera y eso que ya había negociado llevarme lo que sobrara para terminar en el hotel. Tengo que mearla antes de meterme en la cama, para no tener que levantarme muchas veces. Más de lo que es habitual. Entra a cenar una familia completa de ocho y, después, cinco chavalillos. Alguno se lleva la pizza comprada “à importer” y otro se la come en la barra. Pago 6 x 3 = 18 €, también con Visa. Al venir, el recorrido lo he hecho en camiseta y hacía algo de frío, ahora, de regreso, me pongo el jersey.

Cualquier tiempo pasado fue mejor.
Es lo que me sugiere este hotel de los buenos viejos tiempos, aunque yo no opine lo mismo. Lo que yo quiero son estos tiempos de hoy, ya jubilado, sin ataduras, sin hipotecas que pagar, con mi familia, con todo este tiempo para mí. Cuando llego al hotel, la clave funciona a la primera. Ya en la habitación, escurro la parte baja de la camiseta, donde se ha acumulado casi toda el agua, para que no gotee. Voy al retrete, que está en el primer pasillo. Por la noche, lo evitaré. El plato de ducha es lugar cómodo y está más a mano. Traslado la lámpara de la mesilla a la mesa para ver mejor lo que escribo en el diario. Son las 22:20 horas cuando acabo. Lo primero que he hecho han sido las cuentas. Llevo gastadas 555,64 € (532,21 con Visa y en metálico 23,43) Esta última cifra es ficticia, pues también habría que incluir los 40 € de Jean Yves y los 4 € que me devolvió la recepcionista de Granville ayer al eliminar el desayuno ya pagado con Visa. Con los correos mandados desde la mediateca de Granville, ya no es necesario que haga ninguna llamada a la familia. Saben por donde estoy. Para las diez y media ya estoy en la cama. Duermo bien. Sólo me levanto una vez a orinar y lo hago en el plato de la ducha. La última vez es a las seis. En el último tramo, sueño con Arantza. Está llorando porque a Martín le quedan dos meses de vida. La única explicación al sueño que se me ocurre es de tipo literario y tiene que ver con el topónimo del lugar. He convertido Mont de Martin, en Mort de Martín. Monte y muerte, en francés, sólo se diferencian en una letra. Aunque un erizo no tiene mucho que ver con mi amigo, este día he visto en la carretera un erizo despanzurrado.

Balance de la jornada.
Desde Pontorson a Cap La Hague, hoy he completado un tercio de esta costa casi vertical hacia el norte de Le Manche. La mañana ha sido muy completa en Granville y me ha permitido entrar en mis correos y mandar mensajes a la familia. El paseo, aunque la mayoría del tiempo ha sido por carretera sin arcén, ha sido variado y bonito, sobre todo al paso por Donville-les-Bains. Al encontrar este hotel en Montmartin-sur-Mer, aunque lejos de la costa, tampoco me puedo quejar. La cena ha sido suficiente, aunque lo mejor el tajine de la comida en el Palacio del Cuscús.

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