Etapa
09 (366). 22 de junio de 2013, sábado.
Granville-Donville
les Bains-Bréville sur Mer-Coudeville sur Mer-Bréhal-Bricqueville
sur Mer-Lingreville-Annoville-Montmartin sur Mer.
Contando
sólo las etapas por Francia, hoy sería la nº 75.
Como
ayer poco pude ver de Granville y la mayor parte del tiempo en horas
nocturnas y me parece un lugar que puede ser adecuado para dedicar un
tiempo a la logística y a Internet, voy a pasar toda la mañana en
esta bonita ciudad. Decido, por tanto, comer aquí y reanudar la
marcha por la tarde.
Granville
de mañana.
Desayuno en Tabac La Marée.
Me
despierto a las 6:30 horas, orino y me vuelvo a acostar hasta las
siete. Me levanto, afeito y vuelvo a orinar. Con el aseo terminado,
me pongo a escribir. Como hay bastante que contar, aunque no sea nada
extraordinario, no acabo hasta las 8:15. He deshecho la cama y dejado
las sábanas arrebujadas sobre la misma.
Desde la ventana veo cómo
el mar está bravío y las olas rompen contra las rocas. Cuando salgo
de la habitación que, por su configuración, podría también ser
considerado un camarote, no en vano estamos en un centro náutico, el
viento pega fuerte en los cristales. No llueve, pero hace frío y yo
sólo me puedo proteger con el jersey. Esperemos que amaine a lo
largo del día. Pronto veo un bar abierto pero vacío y sin cruasán.
La chica me dice que en la calle paralela está la panadería.
Encuentro un Tabac con mínimo espacio y una sola mesa en el interior
que está ocupada. Como el día no es propicio a estar a la
intemperie en la terraza, decido buscar otro lugar. Llego a otro
Tabac más amplio y con panadería enfrente. La fórmula es la
habitual así que, sin dejar la mochila puesto que no la llevo, voy a
la panadería La Flúte Gane y no compro una flauta, sino un
croissant de almendra y otro relleno de manzana por 2,65 €. Empieza
a lloviznar. En el bar La Marée, me cobran 2,50 € por el café con
leche. El dueño de este bar, que también es barman, atiende la
barra del mostrador, es camarero, tabaquero, lotero es, además, un
buen relaciones públicas. Hoy el tema de conversación, entre los
que desayunan y leen la prensa, es la fiesta de la música celebrada
ayer. Tras terminar de desayunar, devuelvo la taza al mostrador y
limpio de migajas la mesa metiéndolas en la bolsa de los croissanes,
que también dejo sobre el mostrador. Una alta y joven dama ha
comprado a la vez que yo, tomado su café, y se va. Hay otro chico,
en el altillo, que lo toma con sacarina. Un hombre mayor que
desayunaba en la barra con un niño, también se ha marchado. El del
altillo y otra mujer que ha entrado después también se han ido y
quedan tres en la barra. Se ve que la gente hace uso del bar pero es
por poco tiempo y muy cambiante. Este bar, además de los fumadores y
los apostantes que entran de continuo, tiene mucho movimiento y me
entretiene más de lo conveniente mientras yo sigo con mi diario.
Como son las nueve y parece que no llueve, me voy hacia la iglesia.
Pero antes, en la misma calle donde he desayunado, fotografío una
gran casona que me sorprende. Tiene elementos del entramado bretón,
pero con una estructura totalmente distinta. Me gusta.
Gare
de Granville.
Sigo
por la acera hacia la iglesia, pero un señor me dice que debo pasar
al otro lado de la calle y bajar por el lado derecho. Teniéndolo en
cuenta, me acerco hacia unos árboles que hay al final de la calle,
para ver adonde lleva y me encuentro con la Gare, la estación de los
ferrocarriles franceses, SNCF. Saco una foto del edificio de una
planta aunque, al fondo, se ve una parte que tiene dos. A la entrada
podemos leer el rótulo de Gare de Granville y, cuando llego, el
reloj marca las diez y diez que, en esta ocasión tan especial, no
suman veinte.
Una vez vista la estación, retrocedo hacia el lugar
donde me han dicho que me tenía que escorar a la derecha para ir a
la iglesia y que ahora, ya de vuelta, será a la izquierda. Paso
entre calles hasta que una chica me dice que siga adelante y, en
seguida, la encuentro.
Iglesia
de Saint-Paul.
Un
hombre me dice que siempre está cerrada, así que me conformo con
sacar dos fotos de dos de sus fachadas. Son las que puedo conseguir
desde la plaza que, además, es una bonita atalaya para poder
apreciar los tejados de las casas de la ciudad que va por debajo.
Esta iglesia tiene algunos elementos que me hacen recordar algunos
elementos de la ortodoxia bizantina. Sorprende en un Granville tan
alejado de Bizancio. ¿Un capricho de algún magnate de otros tiempos
de la ciudad? Es un edificio enorme y es una pena que no la haya
podido ver en su interior. En las dos fotos siempre hay algo que
trunco. Primero el pináculo de la cúpula y, después, por querer
sacar la cruz engallada que luce sobre el campanario, casi me trago
toda la base de sustentación del edificio. Confío en que no se
caiga por falta de sustento.
Paseo por la plaza y me acerco a una
escultura. Es un monumento en recuerdo a los héroes de la patria.
Pienso que son los participantes de las dos conflagraciones bélicas
más recientes sufridas por Francia, la Primera y la Segunda guerra
mundial, pero la fecha de 1904 me desbarata mis cálculos. Es
natural, ya que en aquella fecha, me faltaban 41 años para venir a
este mundo. En mi caso, “este mundo” no es francés, sino vasco
de “hegoalde”, el Sur.
Tras sacar una foto al monumento con el
texto, que creía poder leer fácilmente en la foto y por lo que no
lo anoto, pero que ahora me resulta imposible de descifrar, mejor
dicho, de deletrear. Me asomo al mirador y, antes de bajar la
escalinata, saco foto panorámica de las cubiertas, terrazas y
tejados, de las casas de Granville. Al fondo, se puede apreciar entre
las casa más alejadas, un trocito del horizonte marino.
Pescadería
con arañas de mar.
Inicio
el descenso de la escalinata a la vez que baja también una señora
que me dice: “Peor es la subida”. Ya está adelantando su fatiga
para cuando, al regreso, la tenga que subir. Así es doble el
sufrimiento, primero el representado y, después, el real. Aunque no
llueve, esta mujer lleva su paraguas azul abierto.
Me informa que
para subir a la iglesia de Notre Dame, que está en otra loma, tendré
que subir más escaleras y me recomienda que vaya por el Casino. Pero
veo carretera ascendente que no sé si pasa o no por el Casino, e
inicio por allí la subida. Pero antes entro en la plaza del mercado
y me limito a observar un rato por la zona de la pescadería. Al
fondo del establecimiento venden pescado, pero yo me detengo donde
las “aragnées de mer”, nuestros centollos. Como no tienen cola,
no se puede decir que están vivitos y coleando, pero vivos sí que
están. También hay algún buey de mar, ostras y caracolas.
Todo me
gusta excepto estas últimas que, cuando las pruebo, me resultan de
una textura muy basta. Ni la mahonesa las arregla. Un centollo no me
deja ver bien su precio, pero oscila entre dos y tres euros la
unidad. Nunca veo que los ofrezcan ya cocidos, así que me quitan
posibilidades para comprarlos.
Iglesia
de Notre Dame.
Salgo
de la pescadería después de sacar dos fotos y voy ascendiendo por
la cuesta hacia Notre Dame. En las calles hay banderines colgando de
lado a lado y no sé la razón.
¿Habrán sido las fiestas? ¿Por la
Fiesta de la Música de ayer? No pregunto y nadie me lo aclara. La
carretera ascendente me deja en la plaza de arriba. Un edificio que
tiene algo de fortaleza, como si estructuralmente perteneciera al
entramado defensivo de la ciudad, da paso por debajo a los peatones
que vienen de otra calle. También a vehículos. Es la calle que
viene de las escaleras que me ha anunciado la mujer del paraguas azul
al bajar de Saint-Paul. La puerta ofrece unos barrotes enganchados a
cadenas que hacen pensar que, en algún tiempo, aquí hubiera un
puente levadizo. Una placa con mucho texto que no leo, lo puede
explicar, pero sólo veo lo que destaca: Du Siege Heroique. No estoy
para muchas heroicidades. Intento descifrar el año de construcción,
que me cuesta ver in situ, y confiando en que la foto me ayude. Allí
logré escribir el año pero con mucha inseguridad: MDCLXXXXII ¿1692?
Además de esta interesante puerta de entrada a la explanada de la
iglesia, hay en el mismo recinto una casa peculiar.
Es de piedra y en
la fachada se ve el mismo entramado de las bretonas, con vigas y
entre vanos encalados. Lo que más destaca es una torre circular
adosada a una de las esquinas. Son cilindros que van aumentando su
circunferencia a medida en que ascienden, acabando, ya con el círculo
superior, en un cono de bruja pirulí, que es el punto más alto de
todo el edificio. Me gusta esta casa. Desde esa posición, saco foto
a la iglesia de Notre Dame desde la zona del ábside, que está
siendo reparado en su parte central superior y en los laterales, y
con andamios. Es prácticamente imposible evitarlos en las fotos.
Desde el lado derecho, que permite ver también la fachada principal
de la iglesia, saco otra foto complementaria y más explicativa. Se
puede adivinar su planta de cruz latina, con su nave central y dos
naves laterales, el crucero y la torre cuadrada en la confluencia de
nave central y crucero. El reloj marca la hora, son las diez menos
veinte. Cuatro columnillas adosadas a ambos lados de la fachada,
proporcionan el detalle neoclásico al edificio.
Después de sacar
otra foto hacia el puerto de Granville, queriendo delimitar el lugar
en que se encuentra el albergue juvenil, y en la que destacan más
hacia lo alto la iglesia de Saint-Paul y la Torre del agua, me fijo
más en el agua mansa de la dársena, sin movimiento de barcos, y que
da una imagen de puerto tranquilo, me decido a entrar en Notre Dame.
Sobre el quicio de una de sus puertas de entrada y bien custodiada
por su hornacina, se nos ofrece a los visitantes una imagen muy
deteriorada por la realidad climática del lugar de algo que, en su
origen, pudo ser una Madre con un niño. Los dos elementos son
definitorios, pero para asegurarlo, que venga Dios y lo vea. Y lo
diga. Con todo su deterioro, el contraste de la piedra de sillería y
esta arenisca erosionada, son de una belleza sublime. Creo que
cada feligrés devoto de esta imagen será capaz de reconstruirla en
su interior. Lo que demuestra que la fe es capaz de sustituir a la
imaginería, haciéndola innecesaria.
Quizás, en este sentido, los
musulmanes pueden tener razón al prescindir de imágenes en sus
libros de oraciones y en sus templos. Tras tanto preámbulo, entro en
la iglesia. Lo que me había representado desde el exterior, se
cumple por dentro. Saco una foto desde la nave central hacia el coro
alto con su llamativo órgano. Destacan sus tubos sónicos.
Otra foto
hacia el altar mayor, que se muestra con un ara simple y sin más
decoración. Una sábana blanca y los reclinatorios, podrían
justificar preparación para una boda
En un altar lateral, donde han
colocado un cortinón azul para que destaque la imagen de Notre Dame,
comparo mentalmente con la vista en el exterior. La posición del
niño, si en la de antes el bulto de la izquierda era un niño, esta
invertida. Esta imagen da idea de que, con material más duradero,
tenemos a Nuestra Señora para mucho tiempo.
No sé el valor
artístico ni histórico de esta imagen, así que me abstengo de
hacer más valoraciones. No quiero adjudicarme la calificación de
experto, puesto que no lo soy. Como mucho se me podría añadir el
epíteto de amante o buscador de la belleza. La imagen está subida
sobre un pilar. Pero tengo claro que no es la Pilarica. Para
finalizar la visita, me acerco al púlpito que, sorprendentemente, no
está en lugar destacado de la nave central, para tronar a los
feligreses y meterles en el cuerpo el miedo del infierno, sino en
lugar más discreto y recoleto. La zona se complementa con bonitas
vidrieras. Desconozco también su valor histórico-artístico pero me
gusta el recogimiento del lugar muy a propósito para orar.
Regreso
y despedida del albergue juvenil.
Bajo
por la puerta de 1692. Desciendo por calzada de adoquines y acabo
bajando unas pocas escaleras, así que las vaticinadas por la mujer
del paraguas azul no sé dónde podrán estar. Así llego al puerto y
me dirijo hacia el albergue CRNG. Cuando llego van a dar las diez de
la mañana y digo a la nueva que está en el accueill que le bajo
enseguida la llave. Hago el equipaje.
A la mujer que hace la limpieza
le digo que las sábanas de la habitación Aurigny las he dejado
sobre la cama y me responde que está bien. Saco una foto de la playa
desde el corredor donde está mi habitación. En ella se puede
apreciar el recorrido que hice ayer por la tarde desde los
acantilados de Carolles y Champeaux. También saco otra foto del
corredor donde está mi cuarto-camarote. Como se ve, cada puerta azul
lleva su nombre: Corse, Aurigny, Ch… ¿Puede ser el primer nombre
una premonición de que el próximo año daré la vuelta a La Corse,
nuestra Córcega? Devuelvo a la recepcionista la llave y ahora, más
simpática, me desea buen viaje.
En
la Mediateque.
Mediateque
no, pero tampoco reconoce el diccionario de Google el nombre de
mediateca. En realidad equivale a Biblioteca mediática. Un lugar
donde hay libros, periódicos, y medios de comunicación
audiovisuales. Yo creo que ya es hora de que la palabra mediateca sea
reconocida por Google. Bueno, como ya es habitual, voy con la lección
aprendida para la pelea, para mi reivindicación del derecho al uso
de los medios de forma gratuita. Llego a las 10:15 horas. El chico
que está a cargo de la sección de ordenadores me dice que si quiero
usarlos debo pagar. Ni me preocupo de conocer los precios. Le doy los
argumentos habituales, en Irun, la ciudad donde vivo todo el mundo
foráneo tiene derecho a un tiempo de uso gratuito igual al de los
usuarios locales. Su argumento es el de que los de Granville también
pagan. Vuelvo a insistir y él sigue en sus trece. Le digo que el
pasado año, todos los que visité fueron gratis y le explico lo que
caminé en 2012 y ahora mi proyecto para 2013. Parece que este es el
argumento que más le conmueve y me dice que me siente en el
ordenador que quiera. Elijo el que está más próximo a él, por si
me tiene que ayudar. Lo va a tener que hacer enseguida, pues no puedo
abrir los que me llegan de la UPV. Creo que alguno está repetido,
pero creo que lo que me dicen es que he sido admitido en el curso de
Literatura de Luisa Etxenike. Es el que más deseaba. Probablemente
el otro ha sido suspendido por falta de alumnado matriculado
suficiente. No sé si todavía van a esperar algo más o si es ya
definitivo. Como no es hasta setiembre, lo aclararé allí y ya me
devolverán el dinero. Voy borrando los que no quiero perder tiempo
leyendo y los de Pedro los abro, los miro y los borro también. Sólo
dejo un vídeo para ver en Irun, pues no tienen cascos para
escucharlo. He recibido otro de mi primo Santi, en el que me dice que
corrija sus bodas, pues he puesto de plata en lugar de oro. Las
celebramos en Altsasu en primavera. Mariángeles me dice que quite un
párrafo, de Arturo, que sustituya otro. Les contesto a los tres con
el compromiso de hacerlo en cuanto tenga la oportunidad. Luisa me
dice que ya está con Anna en Estokolmo. La siento feliz con su hija.
Anna se accidentó y está con 15 días de baja. Le pusieron puntos
en uno o dos dedos. Le envío dos mensajes. También a Natxo, que me
invita a una presentación de libro. Me promete que leerá mi blog. A
Josean y Belén Sierra que me invitan a un acto cultural en San Juan.
A Marian Benitez que manda la rectificación de título de una novela
de Tony Morrison. Y por fin, a la familia, diciéndoles dónde estoy.
No tengo tiempo de ver las fotos de Mikel y Jon en Nueva York, pues
la orden de show no ha funcionado. Intento responder una encuesta de
TNS, pero se me abre demasiado lentamente. Amnistía Internacional me
invita a un acto contra la pena de muerte. Excuso mi asistencia y les
digo que el sistema no me permite solidarizarme contra la pena de
muerte en China. A Agustín, también le digo dónde estoy. He
aprovechado para decir a Marian que la discusión del último
libro-forum con Julia, vino derivada de un tema muy acorde con el
último libro, era sobre significado, como en la novela Nada, de
autora nórdica que ahora no recuerdo el nombre. He estado casi tres
horas. Salgo después de la una. Menos mal que ha sido gratis. Cuando
voy a ir a agradecer al chico, se ha ido a comer y le suple la chica
de la entrada.
Le
Palais du Couscous.
Sin
pensármelo dos veces orino y me voy a comer al Palais du Couscous.
Voy a ver si tienen hoy el “tajine” que se me encaprichó ayer.
Como ya estuve en Marruecos en 2001, ya sé que el “tajine” es
una cazuela de barro con un guiso de carne y verduras que va cubierta
por una tapa cónica también de barro. La decoración del comedor
presenta pinturas y filigranas árabes en yeso de motivos geométricos
repetitivos. No es la decoración de la Alhambra, pero trae Granada a
mi recuerdo. También el rico legado cultural de los musulmanes
sabios de la dinastía Omeya. ¡Qué diferente fue aquello a la
incultura de la mayoría de los árabes que vienen hoy en día a
Europa! ¡Qué estragos ha hecho la religión mahometana y los
líderes que la manejan y dan normas de conducta a sus crédulos, que
no creyentes. Su religión prohíbe todavía más lo mejor de la vida
que la nuestra que, por suerte, dejé enterrada hace tiempo. ¡Qué
horror de religión fue el catolicismo que practiqué! Ahora busco
libertad en una Francia que no es paradigma de “liberté” y este
Couscous me trae a la mente, toda la mierda de la que me he liberado.
Pero
no hablemos de mierda, y comamos. Además del sitio, la vajilla
también es coqueta y acorde con el mundo árabe. Además del “tajine
d’agneau” menestra de cordero con verduras (16 €), pido un
pichet de vino tinto de 25 cl (5,50 €) y lo completo con pastelería
oriental (6 €). El cordero está excelente. Dos trozos hermosos,
aderezados con almendra rayada, ajonjolíes, albaricoques y ciruelas
pasas, con una salsita suave, está como para chuparse los dedos.
Disfruto comiendo, saboreando los aromas y que nadie me diga que la
cultura gastronómica es como un pecado de gula. Hoy en día, los
grandes pecados son los sociales, los que se cometen contra los más
débiles de nuestras sociedades humanas. Los derechos básicos que
teóricamente defienden las constituciones de los diversos países
pero que no se cumplen, esos son los verdaderos pecados. Bendita gula
cuando se come bien. Para que la comida sea de cultura árabe al
completo, pido “patisserie orientale”, el postre más caro de la
carta.
Me traen dos pastas de almendra molida y una gominola de
delicias turcas. A gusto hubiera culminado con un té verde, pero no
he querido pasarme. Ya me he pasado de precio. Pago 27,50 € con
Visa. Ni más ni menos que el precio de la carta, sumando bien. Al
salir digo a la mujer que recomendaré su restaurante en mi blog. Al
escribirlo ahora, con casi tres años de retraso, cumplo mi promesa.
Hacia
Donville.
Mientras
comía, ha entrado una pareja. Él en silla de ruedas. Parece que hay
mucha vida anterior sin minusvalía entre ellos, mucha
compenetración, pero no tengo datos y todo lo que diga se presta a
no ser más que pura especulación. Si me dejo llevar por la
intuición…
Salgo del Couscous hacia la costa, por donde me dijeron
ayer las parisinas. En los cruces se ofrecen señales opuestas. Hacia
el Sur, Avranches. Aquél obispo enamorado del arcángel y que dejé
de lado y, hacia el Norte Coutances, en el interior y que no tengo
intención de pasar. Pero una cosa es la intención, y otra la
realidad que me llevará hacia allí. Pero en este momento, lo real
es que no quiero ir a Coutances. Todavía en la calle, dubitativo,
veo cómo salen también del Palacio del Cuscús la pareja que ha
comido conmigo. Van por el paso de cebra. No he hablado con ellos y
me he limitado a saludarles al partir. Para no pasar de nuevo por la
iglesia de Notre Dame, voy hacia el Casino, que antes no había
podido ver.
El viento sopla fuerte por la costa, así que trato de
evitarla todo lo que puedo. Pero el camino me lleva hacia el Casino
que está en la costa. Saco una foto del edificio de un color entre
ocre y amarillo. Tiene su gracia, aunque no me tienta para entrar a
jugarme los cuartos. Pero los coches aparcados, no haciendo día de
playa, significan que otros si se estarán jugando hasta las
entretelas. Las consecuencias: algún arruinado, algún suicidio…
pocas alegrías duraderas.
En la playa del Casino apenas si veo tres
personas bien abrigadas paseando. El día está plomizo pero, al
menos, no llueve. Paso por una casa que me trae imágenes de Egipto,
no se si el ajedrezado de las fachadas, que podría ser también
prerrománico ramirense, pero lo que más me atrae son los abanicos
verdes sobre puerta y ventanas. También los mosáicos entre los
vanos de las ventanas superiores. La fachada es irregular, el estilo
imposible de clasificar, pero tiene algo de encantadora. Quizás por
ese eclecticismo.
Tras subir a otra loma, saco foto de esta ciudad en
la que he estado más tiempo que en Saint-Malo y que, como la iglesia
de Notre Dame, ya voy dejando atrás. En poco más de un cuarto de
hora, ya estaré entrando en Donville.
Donville-les-Bains.
Cuando
paso por Donville, lo que me produce curiosidad es el Ayuntamiento.
Sobre todo su sala de Consejos y “Mariages”. Allí se celebran,
por lo que veo y leo, las bodas civiles. En la fachada delantera,
donde se lee “Mairie”, en la zona ajardinada delantera, hay una
barca, como indicador de que tanto el ayuntamiento como el pueblo
tienen vocación marinera. Pero lo peculiar del edificio no es la
fachada. Tengo que ir por la parte de atrás para ver cómo se las
han ingeniado para sacar un espacio para celebrar consejos y bodas.
Han tenido que construir como un garaje con estructura similar a una
cubierta o desván, donde la mayor parte la ocupa un tejado de lajas
de pizarra. Es como un tejado a baja altura que casi llega a ras de
tierra. Me asomo y es luminosa por dentro, no en vano tiene dos
amplios ventanales. Visitado este ayuntamiento, continúo mi camino.
Un poco más adelante, encuentro una construcción tosca de troncos.
Es de base cuadrada y acaba en piramidal. Por arriba no parece que
esté cubierta, salvo que tenga una pequeña plataforma que no puedo
ver por estar a gran altura. Por otro lado, no veo ninguna entrada
por ninguna de las cuatro caras cuyos troncos van reduciéndose en
largura en la medida en que avanzan hacia lo más alto.
En
definitiva, que me parece que es un artilugio sin utilidad alguna y
que sólo lo han construido con mentalidad estética. Quizás sea eso
lo que me gusta de él.
Enseguida llego a un precioso arríate de
flores muy colorista, con gran variación, de tonos y matices.
Predominan campánulas que me parecen de la familia de las petunias o
de las surfinias. Este pueblo me está resultando muy coqueto, quizás
por estar cercano a la gran ciudad de Granville tenga que mostrar
algún motivo para destacar. Llego a una rotonda donde, siguiendo la
misma tónica del jardín florido que acabo de pasar, se muestra una
cabaña con techado de paja, donde las flores se desbordan por sus
ventanas y otras se desparraman por el suelo, un gran tiesto de
flores rojas, naranjas, blancas y lilas y unos árboles bajos con
hojas que me recuerdan a las plataneras que suelo ver en Tenerife,
aunque aquellas suelen mostrar hojas verdes y en éstas su verde tira
hacia el morado.
También puede ser un proceso natural, ya que en
Tenerife las suelo ver en invierno y aquí las estoy viendo en
verano. En cualquier caso, es una bonita rotonda, aunque el viandante
las tiene que apreciar de lejos. Llego a una iglesia moderna. El
edificio es hermoso pero con una simpleza de líneas que roza lo
sublime. La cruz blanca está sobre el atrio y es también sencilla y
el único elemento que indica a qué está dedicada la construcción.
No es ningún misterio y, de serlo, sería más gozoso que doloroso.
El campanario podría haber estado sobre la cubierta, pero han
preferido ponerlo delante de la iglesia y separado de ella unos
veinte metros.
La campana está a cubierto y en la pirámide superior
con que culmina el campanario está el reloj que, en estos momentos
marca las 14:45 horas. Sobre el, la cruz y el pararrayos. No deja de
sorprenderme este pueblo pues, ya a punto de salir de él paso por la
Torre del Agua, que teniendo una estructura muy similar a muchas de
las vistas hasta ahora, como una gran copa con base cilíndrica y que
va abriéndose en cono hacia la parte superior donde, aquí también,
se aprovecha la altura para poner alguna antena para la captación de
ondas. La torre del agua está decorada con motivos de costa
marinera, el pino en un cabo, un velero bergantín, un pescador…
Predomina el fondo azul de mar y cielo. Así llego a la entrada del
pueblo, que para mí es salida, y veo que tiene concedidas dos
flores, símbolo de las ciudades floridas. Me parece poco para tanto
interés y empeño por adornar floralmente la ciudad. Allí veo que
están “jumelées” , hermanados, con otra ciudad de Alsacia,
Hellering. Con esta serie de fotos, a cual más interesante, es como
voy abandonando Donville-les-Bains. Seguramente que si hubiera ido
por el paseo marítimo o a borde de mar, habría visto los baños que
parece ser lo que destaca de Donville.
Bréville-sur-Mer.
Cuando
llego a Bréville-sur-Mer, me fijo en una gran casa que parece recia,
pero que da la sensación de estar bien mantenida sólo por el hecho
de que la antena que está en uno de sus pináculos está torcida,
parece que se tambalea y corre el peligro de caer. Hay arbolado en su
patio interior, pero después de ver lo cuidado de Donville-les
Bains, aquí parece que hay menos cuidado o más descuido.
Las flores
en los tiestos que veo al llegar a la Oficina de Turismo, sus
combinaciones, también se ofrecen a la vista con menos gracia que
allí. Sin embargo la oficina de información está en un edificio
muy hermoso y amplio. ¿Quizás tenga éste pueblo más interés para
los turistas que el anterior?, me pregunto. A pesar de que leo
claramente la función que este edificio cumple, por su estructura,
yo hubiera pensado más en un mercado de abastos, o en la plaza del
mercado cubierta donde se puede comprar de todo: verduras, carne y
pescado.
Luego paso por la iglesia y la fotografío sólo desde el
exterior. A juzgar por la poca altura de la techumbre, la nave no
debe ser muy alta, al menos si la comparamos con la de la torre
campanario, cuyo pináculo culmina en el gallo de veleta. No ha sido
el único gallo con vocación de volar al cielo que he visto este
día. Poco a poco voy saliendo también de este pueblo, otro más de
los “ville” que estoy recorriendo en esta jornada, que ha
empezado a lo grande, en Gran, seguido a Don, continuado por Bré y
que va camino de Coude. En menos de media hora llego a
Coudeville-sur-Mer a donde llego alejándome del mar.
Coudeville-sur-Mer.
Parece
que acabo de dejar una iglesia, la de Bréville y estoy en otra
parecida, la de Coudeville. Dando una imagen muy similar a la
anterior, ambas iglesias son muy distintas. La de ahora es de planta
de cruz latina, por tanto, con crucero. También sus torres
campanario son dispares, aunque ésta también culmina con gallo de
veleta en el pararrayos. En el reloj se indica la hora: las cinco
menos veinte. Está bien marcada. En los intermedios de estos pueblos
no encuentro nada destacado que reseñar. Menos mal que no están muy
alejados unos de los otros. Abandono la iglesia y el pueblo de
Coudeville, que se podría traducir por ciudad del codo, y me voy
hacia Bréhal que, por el tamaño de letra que aparece en mi mapa,
puede ser tan importante como Granville.
Bréhal.
Poco
antes de llegar a Bréhal, la carretera por la que venía, y que
traía tanta circulación, queda a un lado. Como todas las de hoy,
sin arcén, algo que obliga al caminante a ir muy pendiente de los
coches, en especial de los que vienen de frente. A pesar de que
Bréhal se me representaba como una gran ciudad, la soslayo, no la
veo y, lo único que voy a dejar constancia de ella va a ser un grupo
de vacas pintas (negro y blanco), que se arriman al seto separador
cuando yo me acerco a saludarlas. “Muuuuenas tardes”, me
responden.
Ya en las afueras, paso por un bosque de chopos
militarmente alineados en perfecta formación. Sus hojas tiemblan a
mi paso. Si las vacas me han hecho su saludo animal, estos chopos,
con sus hojas temblonas, me dicen su saludo vegetal. Un saludo que,
si cierro los ojos, me trae el sonido de la lluvia. Pero los llevo
bien abiertos y, de momento, no llueve. Ya estoy llegando a
Bricqueville.
Bricqueville-sur-Mer.
Tampoco
voy a sacar ninguna imagen de este pueblo. Ya voy saturado de
ayuntamientos e imágenes de iglesias.
Entre las casas de
Bricqueville, al igual que en las tierras de los alrededores, también
tienen sus huertas más protegidas. Me fijo en dos filas largas de
plantas de guisantes. No es planta que me resulte muy familiar, pero
ya sé que lo que cuelga de su ramaje no son vainas ni de alubias, ni
de habas. Por deducción, decido que son vainas de guisantes. Todavía
las vainas están poco granadas. Sus cosecheros deberán esperar a
que avance el verano que acaba de comenzar.
Abandono la parte urbana
de este pequeño pueblo y en las afueras me encuentro un vasto
terreno plantado de lechugas. Es bonito ver lo bien que se diferencia
la lechuga verde de la que llamamos hoja de roble, con sus colores
más rojizos.
La mayoría de las filas son de lechuga verde y pocas
rojizas, pero alguna hay que participa de las dos. Ante tanta
monotonía, agradezco la ruptura, el cambio de imagen. En pocos
minutos llego a un cruce, donde una flecha indica que estoy a medio
kilómetro de Lingreville.
Lingreville.
Continúo
por terrenos de interior. Hoy no he visto prácticamente el mar desde
mi salida de Granville, aunque haya pasado por tantos “sur-mer”.
Desde el cruce ya se ve el pueblo donde, cómo no, destaca su
iglesia. Hacia ella me voy acercando. Es iglesia pequeña y de las
que tiene su cementerio alrededor, algo que en las anteriores no
ocurría. La torre es achaparrada y por lo que ofrece a este lado,
parece que tiene nave de crucero.
Para asegurarlo habría que haber
visto el otro lado y yo no lo he hecho. Otra opción era haber
entrado, pero ni sé si está abierta, ni tengo ganas de hacerlo. Van
a dar las seis y ya tengo que ir pensando en dónde parar a
pernoctar. Al no ir por la costa, creo que hoy también tendré que
dormir bajo techo, aunque ya sé que el siguiente albergue no lo voy
a encontrar hasta que llegue al norte de La Mancha normanda. En el
mismo entorno de la iglesia está el ayuntamiento. Para llegar a él
hay que pasar entre dos columnas que, probablemente en algún tiempo,
tuvieron verja. Hoy no existe ningún vestigio de ella y el paso esta
expedito para que pasen los vehículos sin angostura y puedan aparcar
en el espacio interior reservado. La puerta sirve de tablón de
anuncios, que complementa el que se ve a mano izquierda. Me sorprende
ver las banderas europea y tricolor y que no haya ningún vestigio ni
de la normanda ni de la local. Salgo hacia Annoville.
Annoville.
A la
salida del pueblo, saco la foto dorada de la tarde. Por fin veo un
trigal camino de la maduración. Aún sin perder sus tonalidades del
verde, ya se ven algunas espigas doradas que se balancean con sus
cabezas rendidas por el peso del grano que anuncia harina y pan. Al
fondo, detrás del arbolado, ya se vislumbra la iglesia de
Montmartin.
Montmartin-sur-Mer.
Nada
más entrar al pueblo, lo primero que veo es un Tabac y una mujer que
está en la puerta. Me acerco a ella y le pregunto por habitación.
Mi pensamiento es que me oriente hacia algún lugar del pueblo que se
dedique a hospedaje. Pero ella me ofrece, como es normal, su hotel,
que está sobre el bar-Tabac. Me pide 36 € y sin posibilidad de
regateo. Tampoco tengo yo muchas ganas de perder el tiempo, ni
regateando, ni buscando otro sitio. He llegado a las seis y media y
se ha cumplido lo previsto.
Hôtellerie du Bon Vieux Temps.
Hostelería
de los Buenos Viejos Tiempos. Tal como lo escriben, lo que yo
traduzco como Buenos, sería en singular. Pago con Visa los 36 €,
me da clave para entrar (2349), pues cerrará a las ocho, y subo a la
habitación. La tarjeta va de maravilla. ¡Que siga la racha! Dónde
quedaron las zozobras del año pasado en Biarritz y Guérande. Antes
debió ser abuhardillada, pero la han corregido en el dormitorio y
sólo se ve que fue buhardilla en la ducha. Lavo camiseta y
calzoncillo, los tiendo en perchas y me ducho. El agua empieza
saliendo muy caliente y me resulta trabajoso regularla a templada.
Resulta incómoda porque no puedo sujetar la cebolleta en altura. Una
vez seco y vestido, me marcho para ir a ver si encuentro algo de
comer apetecible en la pizzería.
Al salir, saco una foto desde el
hotel hacia la carretera y la torre de la iglesia. Es por allí por
donde me dirijo a la pizzería.
Sully
Snack.
Entro
en otro Tabac con anuncio en la puerta de “Rapido”. Entro a
preguntar si es que dan un menú que sirven rápido, y me llevan ante
una televisión en la que ofrecen algún tipo de apuestas.
Probablemente de caballos al trote y al galope, rapidísimos. Cuando
le digo que quiero cenar, me da la lista de precios de la pizzería y
me indica dónde está. Cuando estoy llegando al Carrefour, otro
chico me confirma el sitio. El comedor es amplio. Pido alitas de
pollo con patatas fritas y pizza mediana vegetal. Para poderlo pasar
por el gaznate, bebo un botella de sidra entera y eso que ya había
negociado llevarme lo que sobrara para terminar en el hotel. Tengo
que mearla antes de meterme en la cama, para no tener que levantarme
muchas veces. Más de lo que es habitual. Entra a cenar una familia
completa de ocho y, después, cinco chavalillos. Alguno se lleva la
pizza comprada “à importer” y otro se la come en la barra. Pago
6 x 3 = 18 €, también con Visa. Al venir, el recorrido lo he hecho
en camiseta y hacía algo de frío, ahora, de regreso, me pongo el
jersey.
Cualquier
tiempo pasado fue mejor.
Es
lo que me sugiere este hotel de los buenos viejos tiempos, aunque yo
no opine lo mismo. Lo que yo quiero son estos tiempos de hoy, ya
jubilado, sin ataduras, sin hipotecas que pagar, con mi familia, con todo este tiempo para mí.
Cuando llego al hotel, la clave funciona a la primera. Ya en la
habitación, escurro la parte baja de la camiseta, donde se ha
acumulado casi toda el agua, para que no gotee. Voy al retrete, que
está en el primer pasillo. Por la noche, lo evitaré. El plato de
ducha es lugar cómodo y está más a mano. Traslado la lámpara de
la mesilla a la mesa para ver mejor lo que escribo en el diario. Son
las 22:20 horas cuando acabo. Lo primero que he hecho han sido las
cuentas. Llevo gastadas 555,64 € (532,21 con Visa y en metálico
23,43) Esta última cifra es ficticia, pues también habría que
incluir los 40 € de Jean Yves y los 4 € que me devolvió la
recepcionista de Granville ayer al eliminar el desayuno ya pagado con
Visa. Con los correos mandados desde la mediateca de Granville, ya no
es necesario que haga ninguna llamada a la familia. Saben por donde
estoy. Para las diez y media ya estoy en la cama. Duermo bien. Sólo
me levanto una vez a orinar y lo hago en el plato de la ducha. La
última vez es a las seis. En el último tramo, sueño con Arantza.
Está llorando porque a Martín le quedan dos meses de vida. La única
explicación al sueño que se me ocurre es de tipo literario y tiene
que ver con el topónimo del lugar. He convertido Mont de Martin, en
Mort de Martín. Monte y muerte, en francés, sólo se diferencian en
una letra. Aunque un erizo no tiene mucho que ver con mi amigo, este
día he visto en la carretera un erizo despanzurrado.
Balance
de la jornada.
Desde
Pontorson a Cap La Hague, hoy he completado un tercio de esta costa
casi vertical hacia el norte de Le Manche. La mañana ha sido muy
completa en Granville y me ha permitido entrar en mis correos y
mandar mensajes a la familia. El paseo, aunque la mayoría del tiempo
ha sido por carretera sin arcén, ha sido variado y bonito, sobre
todo al paso por Donville-les-Bains. Al encontrar este hotel en
Montmartin-sur-Mer, aunque lejos de la costa, tampoco me puedo
quejar. La cena ha sido suficiente, aunque lo mejor el tajine de la
comida en el Palacio del Cuscús.
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